Todos los años, la escena se repetía el primer día de clase.
Al pasar
lista, los profesores respiraban profundamente un segundo cuando
llegaba el turno de Vincent Willem van Gogh, sobrino biznieto del
pintor holandés.
“¿Eres… pariente suyo?”, preguntaban casi de forma retórica.
Cumplido
el ritual y explicada la afinidad, al muchacho le dejaban tranquilo
durante el resto del curso.
Ahora que tiene 61 años y asesora al museo
que lleva el nombre de su tío en Ámsterdam –es una especie de embajador
cultural–, su tarjeta de visita le presenta como V. Willem van Gogh.
Un
pequeño truco que despista al principio y explica con modestia: “Hay
suficientes Vincent en la familia”.
El sobrino biznieto del artista habla arropado por un mural en tonos sepia que resume la vida y obra de
su ilustre antepasado
en una sala de reuniones del centro.
Entre sus tocayos destaca su
abuelo, Vincent Willem, claro.
Era el único hijo de Theo, el sufrido
hermano y receptor de 651 cartas del artista, muchas ilustradas. La
correspondencia completa suma 819, dirigidas también a otros colegas, o
bien a la madre y una hermana
. Es una cifra abultada, mas no
excepcional.
Monet, el impresionista parisiense, superó las 3.000.
De su
compatriota
Delacroix,
padre de la escuela romántica francesa, se conservan 1.500.
Lo
verdaderamente valioso de las misivas es que deshacen el equívoco de la
dependencia fraterna de un creador en busca de su identidad. Muestran
que la intensidad del vínculo era doble y los hermanos se apoyaban por
igual, algo que el sobrino está empeñado en demostrar.
Es un hecho constatado que Vincent se amparaba en Theo y sobrevivía, y
pintaba, gracias al estipendio y los materiales que recibía de este.
También lo es su plan vital, porque en las notas esbozaba los cuadros
que bullían en su cabeza y deseaba ejecutar. “Pero lo más importante es
que ambos se necesitaban mentalmente, algo de lo que no suele hablarse”,
insiste el sobrino biznieto.
“Era una sujeción mutua. Theo pensaba que
Vincent era grande.
Estaba metido en el negocio del arte y animó la
evolución pictórica de su hermano mayor. Vincent, por su parte, volcaba
en sus escritos su alma.
Se alimentaban uno a otro, y cuando llegó el
suicidio, murieron casi al mismo tiempo
. Mi tío, de su propio disparo el
29 de julio de 1890, a los 37 años
. Mi bisabuelo, el marchante, apenas
seis meses después (supuestamente de
sífilis) a los 33 años”.
Su teoría iguala a los hermanos y propone una doble imagen novedosa:
el artista febril a la espera constante de remesas, y el hermano deseoso
de recibir otra carta excepcional
. Empeñado como está en despejar
equívocos sobre la vida del artista, Willem, casado desde 2007 con una
cubana, no duda en abordar el ya legendario tema de la salud mental de
Vincent. “Se han escrito por lo menos 400 libros o ensayos
. No soy
médico ni psiquiatra, pero sí tuvo obsesión por su arte y depresiones.
Y
sí, creo que se suicidó.
No hubo terceras personas, como sugiere
la biografía Van Gogh: la vida,
de los estadounidenses Steven Naifeh y Gregory White Smith”.
Los
escritores apuntan que la bala que le costó la vida fue disparada,
accidentalmente, por un adolescente que jugaba a los vaqueros en un
trigal en la propia Auvers-sur-Oise
. Para evitarle el reformatorio, el
pintor no le denunció. En su lugar, regresó a casa y dio una explicación
incoherente de lo ocurrido.
Dos días después, la infección
desencadenada por el balazo le produjo la muerte.
El sobrino biznieto de Vincent van Gogh está
empeñado en demostrar que el vínculo con Theo era doble y los hermanos
se apoyaban por igual
Sentado frente a un austero té, y en una mañana de luz gloriosa, de
esas que el cielo del norte europeo regala pocas veces, el embajador
cultural agradece el esfuerzo de los escritores.
Pero aporta un
testimonio familiar:
“Es una biografía estupenda, de las mejores que se
han publicado. Sin embargo, no comparto la versión de cómo fue el final
.
Los autores asumen demasiadas cosas sobre lo que pudo pasar. Theo lo
vio al día siguiente del tiro y le preguntó si había sido un suicidio.
Vincent respondió que sí y que era hora de irse. ¿Por qué iba a mentir a
su hermano y mentor en el último momento de intimidad?”.
El pintor sigue inspirando con su obra porque sabemos cuánto le costó
el arte
. Era a su vez un europeo moderno: hablaba inglés y francés y
viajó a Bélgica, Inglaterra y Francia. Hasta donde pudo, llevado por su
arte.
“Fíjese, por otro lado, en la adoración de los japoneses.
Cuando
llegan al museo y ven las telas de los almendros en flor, la empatía es
instintiva. Hay algo en la exploración de uno mismo que les atrae
. En
China, su obra sobrevivió incluso a la Revolución Cultural de Mao. Allí
es apreciado porque era autónomo. Como pintor, no quiso formar parte de
la burguesía y no retrataba a los ricos, sino a la gente corriente”.
Willem asegura que su familia está muy unida y que suelen citarse
todos, cada dos años, en algún lugar que fue especial para el pintor.
En
esta última ocasión ha sido en Auvers-sur-Oise, con motivo de la
presentación del
Atlas de Van Gogh. Una obra que recorre los
lugares señalados, desde los balbuceos artísticos en Holanda, de paleta
oscura y motivos campesinos, hasta el estallido de luz y color de
Francia. “Somos unos 30, y nos reciben bien porque la gente siente
afinidad por la peripecia vital del pintor. Eso sí, entre nosotros hay
de todo, ingenieros, juristas, historiadores o sociólogos, pero nada de
pintores. Es imposible competir.
Sin duda, el que tenía más talento era
mi primo Theo, el cineasta [asesinado en 2004 por un islamista holandés
de origen marroquí]”.
Después de tanto esfuerzo y metros y metros de lienzos sin vender,
Vincent expiró al borde de la fama
. Tan tópico como cierto. Tras el
entierro de Theo, su viuda,
Johanna Bonger,
se vio en casa con un bebé y 450 pinturas y 700 dibujos originales.
Convencida de la valía de su cuñado, se impuso la tarea de hacerle
justicia
. Aunque solo se ha podido comprobar la venta, en vida del
artista, de una tela,
El viñedo rojo, Van Gogh intercambió
cuadros con colegas como Émile Bernard, Toulouse-Lautrec y Gauguin.
Renoir y Manet le consideraron uno de los mejores vanguardistas.
“Si
bien durante su estancia en La Haya también había vendido algunos
dibujos, cuando falleció era un desconocido para el gran público
. De
todos modos, eso de que era un hombre aislado es otro mito. Intenso,
conflictivo, trabajador y estudioso sin descanso
. Seguro. Chocó con
Gauguin,
sin duda. Pero era amigo de sus contemporáneos, salió a pintar al campo
con Seurat y compartía tardes con ellos en los cafés de París”.
Aun así, lo que le lanzó a la fama fue el tesón de Johanna.
Ella
organizó exposiciones y vendió obras a colecciones y museos.
Como había
varias repetidas, por ejemplo, las cinco versiones de
Los girasoles, pudo escoger los compradores y quedarse alguna
. En Holanda, la primera muestra de envergadura llegó en 1905, en el
Museo Stedelijk,
de arte moderno, de la capital.
“Piense que cuando Vincent pintaba a
destajo en París, la fama era distinta”, prosigue Vincent Willem. “No
suponía que los aficionados compraran a grandes precios.
Era otra
dimensión. Por eso mi tío ansiaba tanto una buena crítica.
Creía que
pintar era un oficio democrático y siempre quiso ser apreciado”.
Después de vender 250 obras y promover la publicación de la
correspondencia del artista, la tía Jo, hija de un corredor de Bolsa y
una de las fundadoras del movimiento socialista holandés de mujeres, se
quedó con las 200 restantes
. Van Gogh ya era famoso, muy famoso, y había
que hacer algo más.
A la muerte de su madre, en 1925, Vincent Willem
sénior heredó la colección.
En su casa, las telas estaban en el comedor y
repartidas por las habitaciones. “Era mi abuelo y no reparé en lo que
suponían hasta unas vacaciones de verano.
Tendría unos 10 años, y al
entrar en la habitación de un hotel en Francia, vi una reproducción de
Los girasoles.
Entonces pensé que la cosa iba en serio”.
Después de abundantes
antológicas y cesiones temporales al extranjero, el Estado holandés
propuso en 1960 la creación de la Fundación Van Gogh. El actual museo
abrió sus puertas en 1973.
Diseñado por dos pesos pesados de la arquitectura, el holandés Gerrit
Rietveld y el nipón Kisho Kurokawa, presenta a la familia Van Gogh,
ensombrecida por la rigidez del patriarca, Theodorus, pastor
protestante.
“En realidad, el pintor se llevaba bien con sus tres
hermanas (Anna, Lies y Willemina, que acabó en una institución
psiquiátrica, y sus dos hermanos, Theo y Cor, muerto en Sudáfrica)”,
añade el sobrino biznieto. “A su madre, Ana, la quería mucho y le envió
una copia de su dormitorio en Arlés
. Sí se enfrentó a su padre,
preocupado porque el chico no encajara en ninguna parte.
Además, todos
los amores de Vincent se truncaron y con ellos la perspectiva de
asentarse”.
No debió de ser fácil convivir con un tipo que apenas comía y bebía
café y fumaba sin parar.
Que pintaba y dibujaba hasta el alba bebiendo
absenta, el ajenjo, licor por antonomasia de la
belle époque.
Le rechazaron Eugénie Loyer, en La Haya, cuando tenía 20 años, y su
prima viuda, Kee Vos-Stricker.
A la prostituta Sien Hoornik, madre de
una niña y embarazada de otro hombre, de la que se apiadó al principio,
la abandonó él.
Su vecina, Margot Begemann, que le correspondió pero era
10 años mayor, intentó suicidarse cuando ambas familias se opusieron al
enlace.
La última fue Agostina Segatori, dueña de Le Tambourin, café
restaurante parisiense. Modelo de Corot, Delacroix, Jean-Léon Gérôme,
Manet y del propio Van Gogh, cuando se retiró de posar compró el local.
Acabó mal
. Ella perdió el café y los lienzos del holandés que se había
quedado.
Esquivar el tópico del artista desgraciado que triunfa
a posteriori
es siempre un reto, pero 125 años después de su muerte el museo de
Ámsterdam se prepara para inaugurar en septiembre una nueva entrada en
forma de elipse.
Acompañada de un bulevar exterior, permitirá gestionar
mejor el flujo de visitantes.
Hace cuatro décadas se pensó que el pintor
atraería a unas 200.000 personas al año. Hoy suman 1,6 millones y por
eso la nueva puerta al universo de Van Gogh está a punto de abrirse.
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