Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

9 ago 2015

Pero, ¿qué es esto del baking y del strobing?....................................................Abigail Campos

Si todavía no te habías enterado de cómo va lo del 'contouring', llegan sus sucesoras para reclamar su trono en técnicas de maquillaje.

 

strobing
La maquilladora Ania Milczarczyk es una de las más seguidas en Instagram
. Esta foto de strobing empleado en la modelo Elina Moscheni, una de las más requeridas de Internet.
Maravillosa piel labios preciosos ojos espectaculares. Es una maravilla pero fijense muy bien en su cutis, esculpido en marmol.
Todas “contorneadas”

El contouring es la técnica del maquillaje que se ha hecho archifamosa en los últimos meses para practicar en casa, cada una con su pericia (porque los maquilladores ya la utilizaban desde hacía décadas).
 De repente, parecía que todas aprendíamos de golpe que con las brochas y los colores podemos modificar la estructura ósea del rostro, desde una nariz torcida a unos pómulos planos, pasando por una frente prominente.
 “Para ello se usa un polvo oscuro que profundiza y "hunde" ópticamente, y un polvo claro que ilumina y "proyecta" hacia fuera”, explica Gato, maquillador oficial de Maybelline NY, quien recomienda usar un producto específico como Master Sculpt.
Aunque la hiciera popular Kim Kardashian, el contouring se empezó a aplicar de modo extendido entre maquilladores a partir de los años 60.
 En esta época las mujeres abandonaron los labios rojos y las cejas marcadas, tan características de los cuarenta y los cincuenta y optaron por ojos con pestañas postizas (look Twiggy) y labios nude. “Estos rostros resultaban más inocentes e infantiles, por lo que el contouring ayudaba a crear relieves y dar fuerza al rostro”,
 detalla Gato, maquillador oficial de Maybelline NY.

Y ahora el 'baking'

Pero la nueva técnica de la que todo el mundo habla se llama baking (horneado) y consiste en aplicar una generosa capa de polvos sueltos translúcidos durante unos minutos sobre el maquillaje en las zonas donde tiende a acumularse en las líneas de expresión, para conseguir una superficie lisa con apariencia de poros invisibles y fijación inalterable.
El área principal donde se aplica este método es en la zona debajo de los ojos en forma de triángulo invertido, para iluminar el rostro.
 Esta técnica proviene de la comunidad drag queen, donde se ha utilizado de toda la vida, y últimamente ha sido popularizada por el maquillador de Kim Kardashian (de nuevo) en Instagram.

“El inconveniente es que sólo es recomendable en chicas muy jóvenes.
 En una piel más madura se marcarán más intensamente las arrugas”, advierte Gato.

Cómo se hace el baking

Lo explica Kley Kafe, make up artist colaborador de firmas como YSL Beauté, MAC o Loewe, y que ha maquillado a celebrities como Jean Paul Gaultier, Christian Louboutin, Eva Longoria o Blanca Suárez.
 El paso a paso es el siguiente:

1 Aplicar la base de maquillaje, el corrector de ojeras y el iluminador.

2 Aplicar una fina capa de polvos translúcidos con un pincel sobre la zona.

3 Humedecer ligeramente una esponja de maquillaje con un spray de fijación, sumergir la esponja en los polvos sueltos translúcidos y aplicar una generosa capa sobre la zona. Dejar reposar los polvos de 5 a 10 minutos.

4 Finalmente, retirar el exceso de polvos sueltos con un pincel aplicando polvos compactos para devolver pigmentos a la piel y unificar todo el rostro.

 Strobing

La técnica de moda strobing consiste en aplicar iluminadores altamente reflectantes en puntos estratégicos del rostro, tales como la parte alta de los pómulos, sienes, punta de la nariz y barbilla, para conseguir un rostro multidimensional y resplandeciente.
 “Ha surgido como continuación de la técnica tan popular en estos últimos años del contorneado e iluminación, que en manos poco expertas puede producir resultados poco naturales.
 El strobing es la misma técnica, saltando el contorneado en tonos oscuros y solamente aplicando los pasos con el iluminador”, detalla Kley Kafe.
Los iluminadores pueden ser en polvo o en crema y permite distintos métodos de aplicación, con pincel, esponja o incluso los dedos para un acabado más natural, fundiendo el producto con el calor de la piel.

Clown contouring

Y si aún no nos habíamos aclarado entre el contouring, el strobing y el baking, llegó la famosa bloguera Bella de Lune y lanzó lo que se conoce como clown contouring, que se volvió viral.
 “Es una especie de maquillaje de payaso donde se dibuja el rostro con diferentes colores para que aparezca radiante y con volúmenes perfectos”, explica Eva Escolano, colaboradora de las más importantes revistas de moda, de firmas como YSL Beauté y maquilladora de celebrities.
 Se utilizan colores estridentes, exagerando ojos, boca y cejas, y aplicando producto en exceso, para jugar con tonos oscuros en la zonas que se quieren hundir y los claros en las zonas que se quieren resaltar, y utilizando colores para dar ese tono de rubor que la piel necesita para estar bonita. Todo se difumina con una esponja o con pincel hasta casi hacerlo desaparecer.
“No lo he puesto en práctica y confieso que me gustaría ver a esta bloguera en persona para poder valorar los resultados, aunque a mi parecer lo veo muy excesivo y nada necesario para conseguir estar guapa”, añade la experta.

Sexy, escotazos y liberación: la cruzada de Diane von Furstenberg ..............................................Begoña Gómez Urzaiz..........

Su vestido cruzado se lo (auto)regalaban las chicas que conseguían un ascenso en los 70. La diseñadora más salvaje reivindica saltarse las normas y vivir a su manera.

Diane von Furstenberg
Diane von Furstenberg, fotografiada en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas (Bozar).
Foto: Germán Sáiz

Ava Gardner. Lola Flores. Rihanna.
 Hay mujeres que dan la impresión de habérselo pasado muy bien en la vida.
Habrán sufrido como cualquiera, pero no van a dejar que nadie lo sospeche.
Nunca cultivarán un aura trágica ni subrayarán los esfuerzos y los sacrificios que les ha costado llegar a no dejar de reír.
 Diane von Furstenberg tiene tarjeta de socia en ese club. «Créeme», dice con sonrisa pilla, «fue divertido ser joven en los 70».
La empresaria, que preside el Consejo de Diseñadores Americanos (CFDA), y se considera la matriarca de la moda americana, tardó mucho en verse a sí misma como una diseñadora.
 Creía que había tenido una buena ocurrencia, como el Tetra Brik o el Chupa Chups.
 En su caso, el wrap dress, el vestido envolvente, que lanzó en 1974. «Siempre he estado agradecida a esas prendas porque me cuadraron las cuentas y me pagaron el Bentley que conduzco y todas las casas que tengo, pero antes a veces pensaba:
 “Con todas las cosas que he hecho, ¿por qué solo hablan de eso?”. Ahora ya no.
 La exposición que hice en Los Ángeles me sirvió para darme cuenta de que no son solo importantes para mí, sino para muchas personas», dice saltando del inglés a un perfecto castellano que aprendió de joven en Madrid, con una sonrisa muy business-friendly de la que no se despega.
 La muestra que menciona, The Journey of a Dress, que acogió el LACMA, el museo de arte contemporáneo de la ciudad, fue uno de los hitos con los que celebró el año pasado el 40 aniversario de su creación más famosa.
Todo se conjuró para obligar a esta mujer hipervitaminada y adicta al futuro a mirar hacia atrás y hacia dentro.
 Publicó sus memorias, The Woman I Wanted to Be (La mujer que quise ser, Simon & Schuster) y metió las cámaras de televisión en su casa, en el reality House of DVF.

Diane von Furstenberg
Exposición en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas de la que Von Furstenberg es una de las protagonistas.
Foto: Germán Sáiz
Magnate y madre. En un pasaje de su libro, mucho más jugoso y franco de lo habitual, habla de los años que vivió como joven divorciada madre de sus dos hijos, Tatiana y Alexandre, que ahora es el gestor financiero de su empresa
. «Pasaba mucho tiempo con los niños, cocinando para ellos y sus amigos, y a menudo llevando a alguno a urgencias para ver si un corte necesitaba puntos o si un brazo estaba más que amoratado. Durante la semana, volvía a Nueva York a ser una magnate, atravesando las puertas con mis tacones altos y mis medias de rejilla».
 Cuando dice magnate, en realidad utiliza la inusual forma femenina de esa palabra inglesa, tycoonness, que posee un timbre similar al castizo lideresa.
 Ahora tiene algunos años más y ningún niño accidentado a la vista, pero sigue siendo esencialmente una jewish mama, una gallina clueca tanto para su familia real como para los creativos que apadrina en el CFDA.

El día que habló con S Moda estaba en Bruselas, su ciudad natal, para la apertura de la exposición Los belgas. Una historia de moda inesperada
. Calzaba mules de tacón vertiginoso y la acompañaba su cuñada, que controla las tiendas de su marca en Bélgica y viste como una DVF centroeuropea, con las mismas gigantescas pulseras doradas en ambos brazos.
 
Diane von Furstenberg


Colección o-i 2015/2016.
Foto: Imaxtree
No era ésa la imagen que proyectaba en los años 70, ni la de fiera matriarca ni la de responsable empresaria, cuando ella y su primer marido, el príncipe austroalemán Egon von Fürstenberg, se instalaron en medio del Nueva York warholiano, con sangre joven, dinero viejo y muchas ganas de fiesta
. El día que se casó con él, embarazada, su suegro, un fascista que había posado brazo en alto en una foto con Hitler, no acudió a la recepción.
 No le emocionaba la idea de que su hijo se uniese a una judía hija de una superviviente de Auschwitz.
Un artículo publicado en la revista New York precipitó el final de su matrimonio.
 Allí ambos hablaban sin reserva de la bisexualidad de él y de la política «abierta» que seguía la pareja.
Ella declaraba que hacer el amor con su marido era tan aburrido «como si tu mano derecha tocase a la izquierda». En sus memorias admite: «Me di cuenta de que no quería ser esa princesa de Park Avenue con una falsa vida decadente».
 Su divorcio coincidió con el auge de su negocio.
 «Nunca quise ni un dólar de mi exmarido», aclara hoy, cuando lleva décadas casada con Barry Diller, un empresario audiovisual multimillonario que solo había tenido relaciones con hombres hasta conocerla.
Princesa por caché. En 1968, huyendo de un París que le parecía «un lío» –«Yo tenía la edad de los estudiantes que protestaban pero debo confesar que si cruzaba las barricadas era para ir al club Jimmy’s en el bulevar Montparnasse»– aceptó trabajar para el empresario textil italiano Angelo Ferretti.
 Éste se había quedado con una obsoleta maquinaria para medias y Von Furstenberg descubrió que podía utilizarla para hacer camisetas, y más tarde vestidos, de nailon.
 Costaba menos de 15 euros producir cada uno; los minoristas los adquirían a 35 la pieza y en las tiendas se vendían a casi 70.
 Se despachaban más de 25.000 a la semana a mediados de los 70.
 Es fácil hacer las matemáticas.
 Antes de llegar a los 30, la diseñadora ya era, si no una empresaria hecha a sí misma –mantuvo su título de princesa porque le daba caché y sin duda los contactos de su exmarido fueron cruciales en sus inicios–, sí un rotundo éxito autoproducido.

Diane von Furstenberg 
 
Cybill Shepherd, en Taxi Driver (1976)con diseño de Diane von Furstenberg.
Foto: Cordon Press
Se ha dicho que los vestidos cruzados quedan bien a todo el mundo –no es cierto, se llevan mejor con las mujeres de caderas escurridas– y que eran un símbolo de cierto feminismo corporativo previo a Sheryl Sandberg, quien, por cierto, prestó una cita promocional a su libro.
 Y es verdad. Tanto en los 70 como en los 90, cuando la marca protagonizó un sonado regreso tras una década menos triunfante, el little DVF era el regalo que las jóvenes profesionales se hacían a sí mismas cuando conseguían un ascenso.
«No son un hito de la moda, son un hito sociológico y gracias a ellos conseguí convertirme en la mujer que siempre quise ser.
Almodóvar me dijo que los consideraba un símbolo de la feminidad –si alguien no ha visto La piel que habito puede dejar de leer en este instante–. Por eso se los puso a Elena Anaya en esa película en la que un hombre se convierte en mujer», cuenta.
 Y repite las señas de identidad de la firma: «Mi estilo es natural, sexy y en marcha. Si no lo puedes enrollar y meter en una maleta, no es de mi casa».
 


Ava Gardner. Lola Flores. Rihanna. Hay mujeres que dan la impresión de habérselo pasado muy bien en la vida. Habrán sufrido como cualquiera, pero no van a dejar que nadie lo sospeche. Nunca cultivarán un aura trágica ni subrayarán los esfuerzos y los sacrificios que les ha costado llegar a no dejar de reír. Diane von Furstenberg tiene tarjeta de socia en ese club. «Créeme», dice con sonrisa pilla, «fue divertido ser joven en los 70».
La empresaria, que preside el Consejo de Diseñadores Americanos (CFDA), y se considera la matriarca de la moda americana, tardó mucho en verse a sí misma como una diseñadora. Creía que había tenido una buena ocurrencia, como el Tetra Brik o el Chupa Chups. En su caso, el wrap dress, el vestido envolvente, que lanzó en 1974. «Siempre he estado agradecida a esas prendas porque me cuadraron las cuentas y me pagaron el Bentley que conduzco y todas las casas que tengo, pero antes a veces pensaba: “Con todas las cosas que he hecho, ¿por qué solo hablan de eso?”. Ahora ya no. La exposición que hice en Los Ángeles me sirvió para darme cuenta de que no son solo importantes para mí, sino para muchas personas», dice saltando del inglés a un perfecto castellano que aprendió de joven en Madrid, con una sonrisa muy business-friendly de la que no se despega. La muestra que menciona, The Journey of a Dress, que acogió el LACMA, el museo de arte contemporáneo de la ciudad, fue uno de los hitos con los que celebró el año pasado el 40 aniversario de su creación más famosa. Todo se conjuró para obligar a esta mujer hipervitaminada y adicta al futuro a mirar hacia atrás y hacia dentro. Publicó sus memorias, The Woman I Wanted to Be (La mujer que quise ser, Simon & Schuster) y metió las cámaras de televisión en su casa, en el reality House of DVF.
Diane von Furstenberg
Exposición en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas de la que Von Furstenberg es una de las protagonistas.
Foto: Germán Sáiz
Magnate y madre. En un pasaje de su libro, mucho más jugoso y franco de lo habitual, habla de los años que vivió como joven divorciada madre de sus dos hijos, Tatiana y Alexandre, que ahora es el gestor financiero de su empresa. «Pasaba mucho tiempo con los niños, cocinando para ellos y sus amigos, y a menudo llevando a alguno a urgencias para ver si un corte necesitaba puntos o si un brazo estaba más que amoratado. Durante la semana, volvía a Nueva York a ser una magnate, atravesando las puertas con mis tacones altos y mis medias de rejilla». Cuando dice magnate, en realidad utiliza la inusual forma femenina de esa palabra inglesa, tycoonness, que posee un timbre similar al castizo lideresa. Ahora tiene algunos años más y ningún niño accidentado a la vista, pero sigue siendo esencialmente una jewish mama, una gallina clueca tanto para su familia real como para los creativos que apadrina en el CFDA.
El día que habló con S Moda estaba en Bruselas, su ciudad natal, para la apertura de la exposición Los belgas. Una historia de moda inesperada. Calzaba mules de tacón vertiginoso y la acompañaba su cuñada, que controla las tiendas de su marca en Bélgica y viste como una DVF centroeuropea, con las mismas gigantescas pulseras doradas en ambos brazos.
Diane von Furstenberg
Colección o-i 2015/2016.
Foto: Imaxtree
No era ésa la imagen que proyectaba en los años 70, ni la de fiera matriarca ni la de responsable empresaria, cuando ella y su primer marido, el príncipe austroalemán Egon von Fürstenberg, se instalaron en medio del Nueva York warholiano, con sangre joven, dinero viejo y muchas ganas de fiesta. El día que se casó con él, embarazada, su suegro, un fascista que había posado brazo en alto en una foto con Hitler, no acudió a la recepción. No le emocionaba la idea de que su hijo se uniese a una judía hija de una superviviente de Auschwitz. Un artículo publicado en la revista New York precipitó el final de su matrimonio. Allí ambos hablaban sin reserva de la bisexualidad de él y de la política «abierta» que seguía la pareja. Ella declaraba que hacer el amor con su marido era tan aburrido «como si tu mano derecha tocase a la izquierda». En sus memorias admite: «Me di cuenta de que no quería ser esa princesa de Park Avenue con una falsa vida decadente». Su divorcio coincidió con el auge de su negocio. «Nunca quise ni un dólar de mi exmarido», aclara hoy, cuando lleva décadas casada con Barry Diller, un empresario audiovisual multimillonario que solo había tenido relaciones con hombres hasta conocerla.
Princesa por caché. En 1968, huyendo de un París que le parecía «un lío» –«Yo tenía la edad de los estudiantes que protestaban pero debo confesar que si cruzaba las barricadas era para ir al club Jimmy’s en el bulevar Montparnasse»– aceptó trabajar para el empresario textil italiano Angelo Ferretti. Éste se había quedado con una obsoleta maquinaria para medias y Von Furstenberg descubrió que podía utilizarla para hacer camisetas, y más tarde vestidos, de nailon. Costaba menos de 15 euros producir cada uno; los minoristas los adquirían a 35 la pieza y en las tiendas se vendían a casi 70. Se despachaban más de 25.000 a la semana a mediados de los 70. Es fácil hacer las matemáticas. Antes de llegar a los 30, la diseñadora ya era, si no una empresaria hecha a sí misma –mantuvo su título de princesa porque le daba caché y sin duda los contactos de su exmarido fueron cruciales en sus inicios–, sí un rotundo éxito autoproducido.
Diane von Furstenberg
Cybill Shepherd, en Taxi Driver (1976)con diseño de Diane von Furstenberg.
Foto: Cordon Press
Se ha dicho que los vestidos cruzados quedan bien a todo el mundo –no es cierto, se llevan mejor con las mujeres de caderas escurridas– y que eran un símbolo de cierto feminismo corporativo previo a Sheryl Sandberg, quien, por cierto, prestó una cita promocional a su libro. Y es verdad. Tanto en los 70 como en los 90, cuando la marca protagonizó un sonado regreso tras una década menos triunfante, el little DVF era el regalo que las jóvenes profesionales se hacían a sí mismas cuando conseguían un ascenso. «No son un hito de la moda, son un hito sociológico y gracias a ellos conseguí convertirme en la mujer que siempre quise ser. Almodóvar me dijo que los consideraba un símbolo de la feminidad –si alguien no ha visto La piel que habito puede dejar de leer en este instante–. Por eso se los puso a Elena Anaya en esa película en la que un hombre se convierte en mujer», cuenta. Y repite las señas de identidad de la firma: «Mi estilo es natural, sexy y en marcha. Si no lo puedes enrollar y meter en una maleta, no es de mi casa».
Diane von Furstenberg
Catalina de Cambridge con diseño de Diane von Furstenberg.
Foto: Getty Images
Bienvenida a ‘su’ casa. Von Furstenberg admite que durante mucho tiempo ni siquiera se percibió a sí misma como diseñadora, sino como una empresaria con suerte.
 «En 2005 vine a Bélgica para abrir mi primera tienda en el país, en Amberes.
Me sentía muy intimidada ante la idea de conocer a los creadores de aquí.
 ¡Tan serios, tan rigurosos! Pero luego resultó que fueron muy amables y me dieron una gran bienvenida», recuerda.
 Sus otras dos misiones en Bruselas ahora, además de recibir esta «validación tan linda», como dice de nuevo en castellano, son juzgar los trabajos de graduación de la escuela de moda de La Cambre, algo que asegura que le fascina, y participar en una mesa redonda sobre el empoderamiento femenino
. «Si eres exitoso, lo primero que consigues es independencia económica, lo cual es muy agradable», confía.
«Y lo segundo es una voz. Es tu obligación cedérsela a la gente que no la tiene, el poder de las mujeres es mi misión en la vida».
 Su diagnóstico de la actualidad no es muy optimista:
«Cuando estaba interna en el colegio, había chicas persas y afganas, y esos países eran seculares
. Ya no es así. Cada día en Mosul se venden chicas en jaulas y se pueden comprar por Internet.
 No, a las mujeres no les va muy bien ahora mismo».
A ella sí, pero ésa es otra historia.

 

Tenían los ojos dorados.......................................................................... Ricard Ruiz Garzón

Una nueva edición celebra los 60 años en castellano de 'Crónicas marcianas', de Bradbury.

Ray Bradbury, en su casa de Los Ángeles en una imagen de archivo tomada en octubre de 2000. / JONATHAN ALCORN

Esta es la historia de tres héroes y un marciano.
Explotó en agosto de 1955, en un verano de cohetes de plata, planetas rojos y perritos calientes, pero tardó décadas en gestarse
. Del resultado, la creación de la editorial Minotauro y la aparición de su título fundacional, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury (1920-2012) se cumplen estos días 60 años.
 Una breve cita del libro —“cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños”, en la página 168— permitiría sintetizar la trascedencia de la efeméride, que cuenta con celebraciones, guiños online y una reedición especial del libro, numerada y con diversos extras: prólogos añadidos (de John Scalzi y del autor, además del ya clásico de Jorge Luis Borges), relatos nuevos (Los globos de fuego y el inédito en español El desierto, sobre las mujeres que siguen a los colonizadores) y cuatro ilustraciones a color de Edward Miller.
La historia completa, de todos modos, merece la ocasión de explayarse un poco más.
El primero de esos héroes se llamaba Sherwood Anderson y en 1919 publicó un libro fundamental para la narrativa norteamericana, un compendio de relatos entrelazados sobre un pueblecito que trata de adaptarse a la modernidad.
 El día en que ese libro, Winesburg, Ohio, llegó a manos de un joven de 24 años llamado Ray Bradbury, este pensó:
 “Ay, Dios. Si pudiera escribir un libro que fuese la mitad de bueno, pero ambientado en Marte, ¡sería increíble!”.
 Quedaba así el futuro marcado para el segundo héroe, el editor de Doubleday Walter I. Bradbury (ningún parentesco).
En junio de 1949, con 29 años, el aún inédito Ray, que llevaba desde la infancia soñando con poéticas expediciones espaciales, viajó de Waukegan (Illinois) a Nueva York para mover sus manuscritos. Allí, los editores le dijeron que buscaban novelas, pero él solo tenía cuentos aparecidos en revistas. Finalmente, Ray y Walter cenaron, y el segundo Bradbury dijo al primero: “Creo que ya ha escrito usted una novela. ¿Qué piensa de esa cantidad de cuentos marcianos que ha publicado? ¿No hay un hilo común escondido? ¿No podría coserlos, hacer una especie de tapiz, medio primo de una novela?”.
“Dios mío”, respondió el escritor, “¡Winesburg, Ohio!”.
 Un día después, cobraba un anticipo de 1.500 dólares (1.360 euros) por Crónicas marcianas y el proyecto de El hombre ilustrado.
 Y cinco años más tarde, un tercer héroe, el argentino Francisco Porrúa —uno de los más grandes editores en lengua española, responsable de descubrir y publicar Cien años de soledad, Rayuela o El señor de los anillos— estrenaba en Buenos Aires su recién creada editorial Minotauro con la contratación de ambos libros: el hoy conmemorado, que había conocido leyendo un artículo de Jean-Paul Sartre (otros dicen que por recomendación de Marcial Souto, su asesor en la sombra y amigo de Bradbury), acabó por traducirlo él mismo —como tantos en adelante— bajo el pseudónimo de Francisco Abelenda, su apellido materno.
Nacía así, gracias a los heroicos Anderson, Bradbury (Walter) y Porrúa, y gracias sobre todo a su propio talento y tesón —escribía 1.000 palabras diarias desde los 12 años—, el autor legendario, el amante de listas, gatos y viñedos, el futuro autor de Fahrenheit 451 y guionista de Moby Dick, uno de los más grandes renovadores de la ciencia ficción.
Alguien especial. Un marciano. El poeta de las estrellas.

De héroe a villano

“Me cambió la vida, leí sus Crónicas... de adolescente y fue como recibir un puñetazo en el plexo solar”, rememora el premio Nacional César Mallorquí, que en septiembre, con la esperada Trece monos, vuelve a la ciencia ficción.
 “El ser humano, con Bradbury, pasó de héroe a villano, y esa melancolía, pura poesía nostálgica, proviene de la pérdida del mundo de su niñez por la Segunda Guerra Mundial.
Él nos enseñó a reinventarnos”, añade.
“Bradbury va a la esencia, no se deja cegar por la tecnología”, dice el hoy editor de Minotauro, José López Jara, tras reivindicar a Porrúa y a su continuador, Francisco García Lorenzana.
“Nos llevó del pulp a la new wave, advirtiéndonos de que vayamos adonde vayamos, cargaremos con nuestro infierno”.
 Para el editor, que anima a las generaciones más jóvenes a descubrir la genialidad del estadounidense, la efeméride es además motivo para sacar pecho:
“Los 60 años de Minotauro nos obligan a seguir el legado de Porrúa, somos una de las grandes marcas de Planeta y tenemos que pelear para estar a la altura”.
De ahí que, junto a un jugoso anuncio sobre el otro gran creador marciano del sello —Kim Stanley Robinson, también hijo de Waukegan, de quien tras su célebre Trilogía marciana Minotauro lanzará Aurora en 2016—, López Jara se muestre orgulloso de rescatar en breve El tiempo de la noche, de William Sloane, con un nuevo prólogo de Stephen King.
 “Hay joyas como estas en el catálogo que conviene revalorizar, Bradbury es el mejor ejemplo: hay mucha más gente que lo conoce que gente que lo haya leído.
 Y no saben lo que se pierden”. La realidad, los sueños, la épica lírica de nuestra más ambiciosa colonización.
 Se pierden, sí, a héroes, a traidores, a marcianos, todos más pronto o más tarde, como profetizó el autor hace 60 años, de piel oscura y de ojos dorados.
 Es la hora de aceptarlo, de dar, admoniciones incluidas, el salto final: al fin y al cabo, y gracias al gran soñador de Waukegan, todos tenemos plaza en los cohetes de la posteridad.

 

Lágrimas de san Lorenzo.............................................................. Jovi Esteve

Todos los años, nuestro planeta atraviesa esta estela de fragmentos de polvo que el cometa Swift-Tuttle dejó en su camino.

Lágrimas de san Lorenzo.

El cometa Swift-Tuttle tarda 133 años en dar una vuelta completa al Sistema Solar.
 Cuando se acerca a nuestra estrella se va calentando cada vez más y empieza a expulsar chorros de gas y partículas de arena que forman la cola del cometa.
 Todos los años (entre mediados de julio y finales de agosto), nuestro planeta atraviesa esta estela de fragmentos de polvo que este cometa dejó en su camino.
 Cuando esto ocurre, estos diminutos granos se desintegran y queman al penetrar en nuestra atmósfera por efecto de la fuerte fricción que se produce ya que entran a una velocidad de más de 200.000km/h produciendo espectaculares trazos luminosos en el cielo nocturno llamados ‘meteoros’, más popularmente conocidos como estrellas fugaces (cuando en una noche son muy frecuentes se llaman ‘lluvia de estrellas’). 
 El brillo dependerá del tamaño de la partícula y el color, de su composición
. Como estos meteoros parecen provenir todos desde una misma zona de la bóveda celeste, ese punto se llama ‘radiante’ y la constelación que allí se encuentra, es la que da nombre a esa lluvia de estrellas.
 Por ejemplo, el nombre de Perseidas, la que se producirá estos días, se debe a que su radiante se encuentra en la constelación de Perseo.
 Son conocidas también como lágrimas de San Lorenzo porque su mayor actividad se localiza alrededor del 10 de agosto, día de la celebración de este Santo y por las ‘lágrimas’ que este derramó al morir quemado vivo en la hoguera.
 Este año la noche donde habrá más actividad será la del 12 al 13 (se podrán visualizar hasta 100 meteoros por hora) y además, las condiciones serán inmejorables puesto que se producirá dos días antes de la Luna nueva, es decir, no tendremos reflejos del Sol sobre nuestro satélite que dificulten su observación ya que estará muy menguada.