La crisis, las prisas, la presión, la autoexigencia.
Las amenazas,
reales o magnificadas por la percepción de cada uno, nos acechan.
La ansiedad es nuestro mecanismo de defensa frente al peligro. Pero
puede volverse contra nosotros.
¿Por qué estamos al borde de un ataque
de nervios?
La inquietud y la zozobra siempre han sido material inspirador de primer orden para el arte. “El hombre es angustia”, dijo Sartre
Hace tiempo que la
diseñadora de moda Ana Locking, de 41 años, aprendió a bregar
razonablemente bien con la inquietud.
Lo cuenta en su showroom madrileño, una pieza minimalista sin más ruido ambiental que algunas piezas escogidas de su última colección.
En ellas, un alegre estampado liberty da paso, según se desciende en la longitud de la prenda, a una barahúnda de bichos –termitas,
escarabajos, hormigas– que a la vez alimenta y corroe los tallos y las
raíces de las flores.
“Mis colecciones son en cierto modo
autobiográficas”, confiesa.
En esta, llamada Under Beauty, Locking
quería mostrar lo que la belleza esconde
. “Que debajo del glamour de
la moda, y de la vida, puede haber podredumbre, caos y dolor.
Esta
profesión no ayuda a sobrellevar la inquietud.
Cada vez más exige
resultados: éxito, notoriedad, cuatro y cinco colecciones por temporada.
Así, creadores tan brillantes como John Galliano, Marc Jacobs o el
desgraciado caso de Alexander McQueen se han roto, literalmente, en el
camino”.
Ana también se quebró
hace 11 años.
Trabajaba 16 horas diarias.
Empezaba con su marca de
bisutería, vendía en los mejores establecimientos del mundo, ella lo
hacía todo.
“Hasta que mi cuerpo petó. Tuve
una crisis de ansiedad conduciendo. Bueno, eso lo supe después. Lo que
sentí es que me iba a morir allí mismo”.
No murió. Volvió a casa de su
madre. Estuvo un año con medicación ansiolítica y antidepresiva, y año y
medio yendo al psicólogo.
“Aun después de haberlo dejado, estuve meses
con el lexatín en el bolso por miedo a que me volviera a pasar.
Pero lo
que de verdad me ayudó fue la psicoterapia. Me enseñaron a conocerme, a
saber que tengo días buenos y malos, a dominar mi mente y mi cuerpo, que
las tragedias laborales no matan, que si se cuelga el ordenador, ya
volverá. Ahora soy más fuerte”.
Locking, como cualquiera, sabe
de colegas de profesión que tiran de orfidal, lorazepam o valium para
soportar la ansiedad de los desfiles, los viajes, la vida.
Pero para
sufrir de ansiedad no hace falta tener oficios glamurosos ni
particularmente estresantes. Es peor no trabajar en absoluto queriendo
hacerlo.
Los parados tienen un 2,2% más de trastornos de ansiedad que
los ocupados, según el Estudio Epidemiológico de Trastornos Mentales en
Europa de la OMS.
Todos conocemos también a personas que necesitan cierta ansiedad para rendir al máximo
. Son los que tienen que tomarse cuatro cafés, o coca-colas, o
esas bebidas energéticas tipo Red Bull que proliferan últimamente en
las máquinas de las oficinas, para ponerse a punto.
Gente que funciona
mejor bajo presión.
El doctor Carlos Tejero, vocal de la Sociedad
Española de Neurología, tiene una explicación. “Cierto nivel de ansiedad
es bueno para el rendimiento.
Lo vemos cuando se la provocamos a
una persona a la que le estamos haciendo un TAC.
Se activan
determinadas áreas del cerebro como las de asociación, aumenta la
sincronía entre las conexiones neuronales, se está más alerta.
El
problema viene cuando se traspasa ese nivel de ansiedad, o cuando el
sujeto no canaliza bien la respuesta.
No sabemos qué pasa en el cerebro
de los ansiosos patológicos”, admite, “entre otras cosas porque no
podemos meterlos en el tubo del TAC”.
La inquietud, la incertidumbre, la zozobra siempre han sido material creativo de primer orden.
Ahí está El libro del desasosiego, de Pessoa. “El hombre es angustia”, llegó a decir Sartre.
La filósofa Victoria Camps, autora del ensayo
El gobierno de las emociones,
cree que “aunque los estados de ánimo son individuales y no sociales,
podemos decir que ahora mismo estamos inmersos en la ansiedad.
La
sufrimos todos.
Los mayores y los jóvenes, que han sido educados para el
éxito y ahora se encuentran con que todo es adversidad.
Hasta los
políticos, si son responsables, están afectados.
Pero esta puede ser
también una oportunidad.
Hay que cambiar las cosas.
Hay que transformar
ese sentimiento de parálisis en acción.
Y tenemos que hacerlo entre
todos”.
Mientras, las
consultas siguen llenas. “Todos los trastornos de psicología menor
tienen que ver con la ansiedad, y el resto son chorradas como lo del síndrome posvacacional”,
corrobora Antonio Espino, jefe de los servicios de salud mental de
Majadahonda.
El éxito de los profesionales es relativo.
“En Reino Unido
han medido la eficacia de la terapia
. El 65% de los pacientes dice haber
mejorado tras un tratamiento farmacológico y terapéutico, pero solo hay
un 30% de remisión.
No es para tirar cohetes”, admite Fernández-Liria,
que suele decirles a sus pacientes:
“Tu cuerpo se ha preparado para
correr: pues corre”
. La actividad física, la meditación, las aficiones,
la vida social, los manuales de autoayuda.
Todo sirve para no pensar o
no pensar tanto en un problema que afecta no solo a quien lo sufre.
“Los
deprimidos son deprimentes y los ansiosos nos ponen de los nervios,
pero necesitan nuestro apoyo”.
Ya se lo dijo la
psiquiatra de guardia a Fernando cuando este le preguntó por la razón
de la sinrazón que lleva a su esposa a atiborrarse de ansiolíticos.
“Nadie sabe lo que es el infierno hasta que no lo tiene dentro”.