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28 jul 2015
¡Viva Kafka!................................................................ Manuel Vilas
El autor de ‘Metamorfosis’ no era triste ni atormentado y tenía éxito con las mujeres.
Escribía sin parar una autobiografía blindada contra el tiempo.
Me enamoré de una literatura que se llama Franz Kafka.
Me enamoré de Kafka.
Me enamoré de sus novelas, de sus relatos, de sus cartas, de sus diarios, de sus fotos, de sus mujeres, de sus amigos y de su tumba
. Desde que una tuberculosis a la laringe se lo llevó de este mundo el 3 de junio de 1924, a punto de cumplir los 41 años, Kafka enamora a los escogidos.
No todo el mundo se enamora de Kafka.
Es divertido ver cómo algunos escritores se meten con él porque no le perdonan su extravagancia literaria.
Se enfadan mucho. Dicen que no sabía escribir, o que sus novelas no tienen ni pies ni cabeza, y cosas así, cosas que, además, son ciertas y que, siendo ciertas, no importan, porque el concepto de pericia literaria es una construcción cultural más.
Si quieres garantías, cómprate un Volvo
. La literatura es otra cosa. Los elegidos entramos a la vez en su vida y en su obra.
Es el contagio.
Te contagias cuando ves que las palabras de las tres grandes novelas de Kafka abren las lápidas de la realidad y conducen a una ingravidez tan atemorizadora como liberadora.
Conducen a sitios en los que no has estado nunca.
Hay alegría en Kafka.
Kafka es una bienvenida a la oscuridad, una oscuridad donde hay risa y hay terror y hay amor y hay mares y hay castillos
. Por cierto, Kafka es el escritor más realista que he leído en mi vida. Kafka no tenía imaginación. Narraba lo que veía, como Galdós o Dickens o Balzac, o incluso como Delibes, o como Baroja, de quien fue contemporáneo, aunque parezca imposible.
Franz medía un metro ochenta y dos centímetros y pesaba 80 kilos
. Era un hilo de carne de lengua alemana paseándose por una Praga que ya hablaba en checo.
La gente lee La metamorfosis ( de cuya publicación se cumplen 100 años) y cree que con eso ya conoce a Kafka.
De hecho, La metamorfosis es lectura obligatoria en el bachillerato de algunas comunidades autónomas españolas. España es un país que no se pone de acuerdo ni con Kafka, cosa que, obviamente, es muy kafkiana
. Cuando yo ejercía en el ramo de profesores de bachillerato, dije en una reunión que la novela grande de Kafka era El castillo y no La metamorfosis.
Sólo me escuchó Kafka, quien me dijo: “Oh, vaya, señor Vilas, yo pienso como usted, pero no guarde rencor por esto a sus excelentes compañeros”.
La pretensión de conocer a Kafka leyendo solo La metamorfosis equivaldría a la pretensión de conocer a Cervantes leyendo solo Rinconete y Cortadillo.
Kafka fue un gigante físico, pues la estatura media de los judíos de la Praga de principios de siglo XX era un metro sesenta, dato que está documentado
. Su altura lo convirtió en un ser alado, angelical. Además, era guapo y tenía éxito con las mujeres. No sufría.
No era un hombre triste.
Su fama póstuma de ser atormentado es falsa
. Por su gran biógrafo Reiner Stach hemos sabido que Kafka tenía una moto y jugaba al tenis.
Kafka visitaba burdeles muy concurridos. Praga era un pueblo.
La gente vivía en distancias caminables.
Se podía ir a pie a ver a los amigos y se podía ir a pie a las tabernas y a los burdeles.
Y escribía sin parar, y lo que escribía eran cientos de cuartillas que acabaron siendo una autobiografía blindada contra el tiempo.
Y luego entró en escena su amigo Max Brod y la interpretación judaizante de la obra de Kafka.
Yo admiro a Brod.
Jamás se me ha ocurrido meterme con Brod, como hace Milan Kundera, entre otros kafkianos ilustres.
Además, Brod no era un puritano, como dijo Kundera.
A Brod le encantaba tomar el sol y nadar junto a Kafka.
Y si hoy conocemos a Kafka es por la fe literaria de Brod.
Kafka eligió desaparecer, no haber sido.
Quería irse sin dejar rastro. Por eso mandó quemar todos aquellos papeles tras de los cuales se escondían las tres novelas más hermosas del siglo XX.
Tres novelas inacabadas, imperfectas, destronadas, pero profundamente hermosas.
Porque Kafka es hermosura.
Quiso Kafka robarnos la hermosura, como una broma más de entre sus bromas.
A Félix Grande, kafkiano acérrimo, le gustaba recordar las palabras de Ernesto Sábato cuando en una conferencia alguien le preguntó por las relaciones entre Borges y Kafka.
Sábato dijo que entre Borges y Kafka existía la misma relación que puede haber entre un brillante fuego de artificio que ilumina el cielo y el incendio de un orfanato.
A Félix y a mí nos encantaba esta genial precisión de Sábato.
La obra de Kafka conduce a su propia vida a través de un callejón misterioso, lleno de ventanas que se abren y donde vive gente que te dice cosas tan sórdidas como desconcertantes cuando pasas por ese callejón.
La obra de Kafka es la vida de Kafka, un orfanato con un solo niño.
Cuantos lo conocieron en vida se convirtieron en gente afortunada.
Todos cuantos lo vieron en vida se hicieron famosos y escribieron libros sobre él.
Hay dos libros especiales. El primero es el de Max Brod. Y el segundo es el de Gustav Janouch. Recientemente apareció en español, con traducción de Berta Vias, Cuando Kafka vino hacia mí, miscelánea de testimonios de personas que trataron a Kafka.
Es inquietante el testimonio de Dora Diamant, que quemó manuscritos de Kafka siguiendo sus indicaciones.
Con el praguense pasa un poco como con Charles Baudelaire.
Ni Baudelaire ni Kafka fueron hombres malditos ni hombres metidos en vastas destrucciones personales. La gente olvida que escribir es un acto de vitalismo.
Brod fue el primero en darse cuenta de las dimensiones legendarias del mundo de Kafka.
Brod amaba a Kafka
. Que un escritor ame a otro escritor es un milagro.
Normalmente los escritores se odian.
Brod siempre antepuso la promoción de la obra de Kafka a la suya propia
. Thomas Mann lo comentaba con sorpresa y con irritación:
“Este Brod siempre hablando de un tal Kafka”. ¡Cómo es posible que un escritor decida hablar de un amigo en vez de hacerlo de sí mismo!
Brod era un hombre de mundo, pero estaba fascinado por ese funcionario bondadoso que pasaba sus días trabajando como consultor jurídico en el Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo del reino de Bohemia
. El libro de Gustav Janouch sobre Kafka parece un evangelio. Leer a Janouch te alegra el día. Janouch reproduce conversaciones textuales mantenidas con Kafka y todos los kafkianos sabemos que son verdad.
Aunque el gran libro sobre Kafka siempre será el de su amigo Max Brod
. Nos suele pasar a los kafkianos que, una vez leída de cabo a rabo la obra del autor de El castillo, nos deleitamos con los testimonios de la gente que conoció a Kafka y con la bibliografía kafkiana. También todos los kafkianos amamos a Milena Jesenská.
Sobre Kafka se han escrito miles de estudios y de tesis doctorales. Todos los críticos y filósofos más importantes del siglo XX han pensado a Kafka, desde Sartre hasta Steiner, pasando por Barthes, Adorno, Arendt, Camus, Bataille, Citati y por Blanchot, quien escribió uno de mis libros favoritos titulado De Kafka a Kafka.
(Y tiro porque me toca) La bibliografía es salvaje. Kafka es el último gran triunfo de la literatura radical.
He ido comprando todos los libros sobre Kafka que han caído en mis manos.
He comprado tesis doctorales editadas por universidades de medio mundo.
Me fascina el crecimiento descomunal de la bibliografía sobre Kafka. Bibliografía kafkiana sobre Kafka.
Es un terreno hermenéutico inagotable que se basa en una pregunta esencial: “¿Qué quiso decirnos Kafka en sus tres novelas?”. Hay tres mujeres que lo amaron: Felice Bauer, Milena Jensenská y Dora Diamant.
A veces me pregunto si con alguna de las tres alcanzó la felicidad sobre la tierra.
Kafka se reía cuando les leía a sus amigos pasajes de El proceso
. La gente olvida que Kafka, como Cervantes, antes que otra cosa, fue solo eso, fue una sonrisa, una sencilla y humilde sonrisa en medio de un orfanato.
Nuestro amor a Kafka jamás fue un ídolo de barro.
Lloramos por él todos los días. Estaba en juego la vida en todo su esplendor
.
Hombre no tengo la idea de ese Kafka alegre y divertido, nunca me lo pareció por sus obras naturalmente y por la figura de su Padre "Se olvida de decir que escribió Carta al Padre que este nunca leyó". Kafka solo viendo la casa donde vivió se puede una hacer una idea de como pudo ser su vida. Si para entrar hay que agacharse y dentro el techo está casi pisando tu cabeza imaginen a Kafka , después de su trabajo (Este le condicionó escribir el Proceso).
No era alegre, era dubitativo y tímido, no lo veo riendo en un burdel, claro que no sé si bebeia absenta y le gustaban esas mujeres.
El amó a tres que las dejaba por no ser firme nunca en sus decisiones aunque con la última ya tenía la enfermedad que lo mató, y fue a los mejores sitios entonces, pero la tuberculosis se lo llevó.
Asi que si una noche cualquira , en su Metamorfosis se hace un escarabajo era ya una premonición de un hombre que nunca fue feliz, precisamente por ese cáracter tímido e introvertido que tuvo.
Yo nunca me enamoraría de Kafka , sorry no es mi tipo, pero sus libros siempre los leí y en la propia Praga toda ella se nota ese espíritu Kafkiano. Y en su casita me compré Los Libros que allí vendían, más que nada por el recuerdo de aquellas discusiones kafkianas que llevamos algunos mucho tiempo en la Universidad.
Ah!!! se puede seguir yendo a los sitios andando. Claro que Todavía se habla checo en Ruso tb. no hables inglés creyendo que es una lengua todo terreno, habla checo o ruso.
Me enamoré de Kafka.
Me enamoré de sus novelas, de sus relatos, de sus cartas, de sus diarios, de sus fotos, de sus mujeres, de sus amigos y de su tumba
. Desde que una tuberculosis a la laringe se lo llevó de este mundo el 3 de junio de 1924, a punto de cumplir los 41 años, Kafka enamora a los escogidos.
No todo el mundo se enamora de Kafka.
Es divertido ver cómo algunos escritores se meten con él porque no le perdonan su extravagancia literaria.
Se enfadan mucho. Dicen que no sabía escribir, o que sus novelas no tienen ni pies ni cabeza, y cosas así, cosas que, además, son ciertas y que, siendo ciertas, no importan, porque el concepto de pericia literaria es una construcción cultural más.
Si quieres garantías, cómprate un Volvo
. La literatura es otra cosa. Los elegidos entramos a la vez en su vida y en su obra.
Es el contagio.
Te contagias cuando ves que las palabras de las tres grandes novelas de Kafka abren las lápidas de la realidad y conducen a una ingravidez tan atemorizadora como liberadora.
Conducen a sitios en los que no has estado nunca.
Hay alegría en Kafka.
Kafka es una bienvenida a la oscuridad, una oscuridad donde hay risa y hay terror y hay amor y hay mares y hay castillos
. Por cierto, Kafka es el escritor más realista que he leído en mi vida. Kafka no tenía imaginación. Narraba lo que veía, como Galdós o Dickens o Balzac, o incluso como Delibes, o como Baroja, de quien fue contemporáneo, aunque parezca imposible.
Franz medía un metro ochenta y dos centímetros y pesaba 80 kilos
. Era un hilo de carne de lengua alemana paseándose por una Praga que ya hablaba en checo.
La gente lee La metamorfosis ( de cuya publicación se cumplen 100 años) y cree que con eso ya conoce a Kafka.
De hecho, La metamorfosis es lectura obligatoria en el bachillerato de algunas comunidades autónomas españolas. España es un país que no se pone de acuerdo ni con Kafka, cosa que, obviamente, es muy kafkiana
. Cuando yo ejercía en el ramo de profesores de bachillerato, dije en una reunión que la novela grande de Kafka era El castillo y no La metamorfosis.
Sólo me escuchó Kafka, quien me dijo: “Oh, vaya, señor Vilas, yo pienso como usted, pero no guarde rencor por esto a sus excelentes compañeros”.
La pretensión de conocer a Kafka leyendo solo La metamorfosis equivaldría a la pretensión de conocer a Cervantes leyendo solo Rinconete y Cortadillo.
Kafka fue un gigante físico, pues la estatura media de los judíos de la Praga de principios de siglo XX era un metro sesenta, dato que está documentado
. Su altura lo convirtió en un ser alado, angelical. Además, era guapo y tenía éxito con las mujeres. No sufría.
No era un hombre triste.
Su fama póstuma de ser atormentado es falsa
. Por su gran biógrafo Reiner Stach hemos sabido que Kafka tenía una moto y jugaba al tenis.
Kafka visitaba burdeles muy concurridos. Praga era un pueblo.
La gente vivía en distancias caminables.
Se podía ir a pie a ver a los amigos y se podía ir a pie a las tabernas y a los burdeles.
Y escribía sin parar, y lo que escribía eran cientos de cuartillas que acabaron siendo una autobiografía blindada contra el tiempo.
Y luego entró en escena su amigo Max Brod y la interpretación judaizante de la obra de Kafka.
Yo admiro a Brod.
Jamás se me ha ocurrido meterme con Brod, como hace Milan Kundera, entre otros kafkianos ilustres.
Además, Brod no era un puritano, como dijo Kundera.
A Brod le encantaba tomar el sol y nadar junto a Kafka.
Y si hoy conocemos a Kafka es por la fe literaria de Brod.
Kafka eligió desaparecer, no haber sido.
Quería irse sin dejar rastro. Por eso mandó quemar todos aquellos papeles tras de los cuales se escondían las tres novelas más hermosas del siglo XX.
Tres novelas inacabadas, imperfectas, destronadas, pero profundamente hermosas.
Porque Kafka es hermosura.
Quiso Kafka robarnos la hermosura, como una broma más de entre sus bromas.
A Félix Grande, kafkiano acérrimo, le gustaba recordar las palabras de Ernesto Sábato cuando en una conferencia alguien le preguntó por las relaciones entre Borges y Kafka.
Sábato dijo que entre Borges y Kafka existía la misma relación que puede haber entre un brillante fuego de artificio que ilumina el cielo y el incendio de un orfanato.
A Félix y a mí nos encantaba esta genial precisión de Sábato.
La obra de Kafka conduce a su propia vida a través de un callejón misterioso, lleno de ventanas que se abren y donde vive gente que te dice cosas tan sórdidas como desconcertantes cuando pasas por ese callejón.
La obra de Kafka es la vida de Kafka, un orfanato con un solo niño.
Cuantos lo conocieron en vida se convirtieron en gente afortunada.
Todos cuantos lo vieron en vida se hicieron famosos y escribieron libros sobre él.
Hay dos libros especiales. El primero es el de Max Brod. Y el segundo es el de Gustav Janouch. Recientemente apareció en español, con traducción de Berta Vias, Cuando Kafka vino hacia mí, miscelánea de testimonios de personas que trataron a Kafka.
Es inquietante el testimonio de Dora Diamant, que quemó manuscritos de Kafka siguiendo sus indicaciones.
Con el praguense pasa un poco como con Charles Baudelaire.
Ni Baudelaire ni Kafka fueron hombres malditos ni hombres metidos en vastas destrucciones personales. La gente olvida que escribir es un acto de vitalismo.
Brod fue el primero en darse cuenta de las dimensiones legendarias del mundo de Kafka.
Brod amaba a Kafka
. Que un escritor ame a otro escritor es un milagro.
Normalmente los escritores se odian.
Brod siempre antepuso la promoción de la obra de Kafka a la suya propia
. Thomas Mann lo comentaba con sorpresa y con irritación:
“Este Brod siempre hablando de un tal Kafka”. ¡Cómo es posible que un escritor decida hablar de un amigo en vez de hacerlo de sí mismo!
Brod era un hombre de mundo, pero estaba fascinado por ese funcionario bondadoso que pasaba sus días trabajando como consultor jurídico en el Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo del reino de Bohemia
. El libro de Gustav Janouch sobre Kafka parece un evangelio. Leer a Janouch te alegra el día. Janouch reproduce conversaciones textuales mantenidas con Kafka y todos los kafkianos sabemos que son verdad.
Aunque el gran libro sobre Kafka siempre será el de su amigo Max Brod
. Nos suele pasar a los kafkianos que, una vez leída de cabo a rabo la obra del autor de El castillo, nos deleitamos con los testimonios de la gente que conoció a Kafka y con la bibliografía kafkiana. También todos los kafkianos amamos a Milena Jesenská.
Sobre Kafka se han escrito miles de estudios y de tesis doctorales. Todos los críticos y filósofos más importantes del siglo XX han pensado a Kafka, desde Sartre hasta Steiner, pasando por Barthes, Adorno, Arendt, Camus, Bataille, Citati y por Blanchot, quien escribió uno de mis libros favoritos titulado De Kafka a Kafka.
(Y tiro porque me toca) La bibliografía es salvaje. Kafka es el último gran triunfo de la literatura radical.
He ido comprando todos los libros sobre Kafka que han caído en mis manos.
He comprado tesis doctorales editadas por universidades de medio mundo.
Me fascina el crecimiento descomunal de la bibliografía sobre Kafka. Bibliografía kafkiana sobre Kafka.
Es un terreno hermenéutico inagotable que se basa en una pregunta esencial: “¿Qué quiso decirnos Kafka en sus tres novelas?”. Hay tres mujeres que lo amaron: Felice Bauer, Milena Jensenská y Dora Diamant.
A veces me pregunto si con alguna de las tres alcanzó la felicidad sobre la tierra.
Kafka se reía cuando les leía a sus amigos pasajes de El proceso
. La gente olvida que Kafka, como Cervantes, antes que otra cosa, fue solo eso, fue una sonrisa, una sencilla y humilde sonrisa en medio de un orfanato.
Nuestro amor a Kafka jamás fue un ídolo de barro.
Lloramos por él todos los días. Estaba en juego la vida en todo su esplendor
.
Hombre no tengo la idea de ese Kafka alegre y divertido, nunca me lo pareció por sus obras naturalmente y por la figura de su Padre "Se olvida de decir que escribió Carta al Padre que este nunca leyó". Kafka solo viendo la casa donde vivió se puede una hacer una idea de como pudo ser su vida. Si para entrar hay que agacharse y dentro el techo está casi pisando tu cabeza imaginen a Kafka , después de su trabajo (Este le condicionó escribir el Proceso).
No era alegre, era dubitativo y tímido, no lo veo riendo en un burdel, claro que no sé si bebeia absenta y le gustaban esas mujeres.
El amó a tres que las dejaba por no ser firme nunca en sus decisiones aunque con la última ya tenía la enfermedad que lo mató, y fue a los mejores sitios entonces, pero la tuberculosis se lo llevó.
Asi que si una noche cualquira , en su Metamorfosis se hace un escarabajo era ya una premonición de un hombre que nunca fue feliz, precisamente por ese cáracter tímido e introvertido que tuvo.
Yo nunca me enamoraría de Kafka , sorry no es mi tipo, pero sus libros siempre los leí y en la propia Praga toda ella se nota ese espíritu Kafkiano. Y en su casita me compré Los Libros que allí vendían, más que nada por el recuerdo de aquellas discusiones kafkianas que llevamos algunos mucho tiempo en la Universidad.
Ah!!! se puede seguir yendo a los sitios andando. Claro que Todavía se habla checo en Ruso tb. no hables inglés creyendo que es una lengua todo terreno, habla checo o ruso.
El coraje de las mujeres que no entienden de fronteras....................................................... Carlos Pérez de Ziriza
Lila Downs, Amparo Sánchez y Perotá Chingó capitalizan en Pirineos Sur una jornada eminentemente femenina, que hizo además honor con creces al lema de esta edición.
La jienense Amparo Sánchez lleva algunos años grabando sus discos con los norteamericanos Calexico
en sus estudios de Tucson (Arizona).
El barniz fronterizo del que siempre ha dotado su música y su creciente aperturismo lo justifican.
Sus conciertos, como el de anoche en el imponente auditorio natural de Lanuza (Huesca), comienzan con algo más que un evidente guiño a los extintos Mano Negra, mediante esa toma del Long Long Nite que popularizara en su momento la banda mestiza de Manu Chao.
La canción cierra el minutaje de su reciente Espíritu del Sol (2015), pero abre los conciertos en los que lo presenta.
Si trazáramos un periplo imaginario desde su centro de operaciones hasta Arizona, con billete de vuelta hasta Francia, estaríamos hablando de cerca de veinte mil kilómetros.
Una distancia casi sideral, que en lo musical se resuelve en una brizna.
Mano Negra es, precisamente, el título de la canción en la que la mexicana Lila Downs explicita de forma más diáfana ese ocasional vínculo que la une a la música de los Balcanes, siquiera por tres o cuatro minutos a lo largo de su extenuante y arrebatador show.
Podría perfectamente formar parte del repertorio de Goran Bregovic, quien visita este mismo festival en apenas una semana.
Pero forma parte del repertorio de una mujer orgullosamente oaxaqueña, presta siempre a revindicar la identidad indígena de su pueblo mientras malea rancheras a su antojo.
Con Mano Negra, sin embargo, Downs conecta de forma natural con la fanfarria festiva del sur de la vieja Europa, sin el menor reparo en los más de diez mil kilómetros que separan los bosques de pino de la Mixteca Alta oaxaqueña donde se crió del maltratado pero sufrido corazón de los Balcanes. Porque las distancias, la fronteras geográficas y las limitaciones genéricas son algo que no existe más que en las cabezas de otros.
Pero no en las suyas.
Tampoco en las de Julia Ortiz y Dolores Aguirre, dos oriundas del río de La Plata (Argentina) que responden al nombre de Perotá Chingó, y que trastean en sus conciertos con el joropo venezolano (a través de una versión de Simón Díaz), el candombe uruguayo o las sonoridades brasileñas, sin olvidarse del legado folk de la chilena Violeta Parra.
Con unos mimbres más básicos que aquellas y un temario menos exuberante, pero con alguna canción tan desarmante como Ríe Chinito.
Ellas inauguraron, en el recinto urbano de Sallent de Gállego, una jornada de marcado carácter femenino que continuaría ya junto al pantano de Lanuza sin las apreturas de la noche anterior (cuando Mark Kopfler ofició de reclamo), certificando que el lema de Pirineos Sur de este año (Fronteras: ¿mezcla o barrera?) no solo es algo más que un resultón leit motiv, sino también una disyuntiva que en el seno de este veterano festival no depara el menor resquicio para la duda. Cuentan que el nigerino Bombino hizo honor, a su paso por aquí hace unos días, a su apodo de Hendrix del desierto.
Y lo mismo puede decirse del rock tuareg de sus paisanos Ezza, cuyo hálito en la tarde del viernes resultó tan común al del blues del Delta del Mississipi.
Tan lejos, y a la vez tan cerca.
La pulverización de barreras, la voladura de las preconcepciones estilísticas o el desvanecimiento de cualquier limitación que tenga que ver con la distancia geográfica es uno de los emblemas de Pirineos Sur desde sus inicios.
Pero jornadas como la de ayer, aderezadas con la reivindicación de un rol protagónico para la mujer (explícito en el caso de Amparo Sánchez, más matizado en el de Lila Downs), lo concretan con ejemplar brillantez.
Con un guion que fue, como era de esperar, de menos a más.
Desde el arrullo acústico de Perotá Chingó a las excitantes proclamas sonoras de la mexicana (ranchera, bolero o cumbia se dan la mano sin complejos en los conciertos de Lila Downs, portentosa como vocalista y como front woman), pasando por el canto doliente pero siempre esperanzado de Amparo Sánchez, apuntalado por la trompeta de José Alberto Varona.
Y queda aún Pirineos Sur hasta el 2 de agosto, con las actuaciones de Toumani & Sidiki Diabaté, Nabyla Maan y Carmen París, La Pegatina o el propio Goran Bregovic, oficiando como principales señuelos.
El barniz fronterizo del que siempre ha dotado su música y su creciente aperturismo lo justifican.
Sus conciertos, como el de anoche en el imponente auditorio natural de Lanuza (Huesca), comienzan con algo más que un evidente guiño a los extintos Mano Negra, mediante esa toma del Long Long Nite que popularizara en su momento la banda mestiza de Manu Chao.
La canción cierra el minutaje de su reciente Espíritu del Sol (2015), pero abre los conciertos en los que lo presenta.
Si trazáramos un periplo imaginario desde su centro de operaciones hasta Arizona, con billete de vuelta hasta Francia, estaríamos hablando de cerca de veinte mil kilómetros.
Una distancia casi sideral, que en lo musical se resuelve en una brizna.
Mano Negra es, precisamente, el título de la canción en la que la mexicana Lila Downs explicita de forma más diáfana ese ocasional vínculo que la une a la música de los Balcanes, siquiera por tres o cuatro minutos a lo largo de su extenuante y arrebatador show.
Podría perfectamente formar parte del repertorio de Goran Bregovic, quien visita este mismo festival en apenas una semana.
Pero forma parte del repertorio de una mujer orgullosamente oaxaqueña, presta siempre a revindicar la identidad indígena de su pueblo mientras malea rancheras a su antojo.
Con Mano Negra, sin embargo, Downs conecta de forma natural con la fanfarria festiva del sur de la vieja Europa, sin el menor reparo en los más de diez mil kilómetros que separan los bosques de pino de la Mixteca Alta oaxaqueña donde se crió del maltratado pero sufrido corazón de los Balcanes. Porque las distancias, la fronteras geográficas y las limitaciones genéricas son algo que no existe más que en las cabezas de otros.
Pero no en las suyas.
Tampoco en las de Julia Ortiz y Dolores Aguirre, dos oriundas del río de La Plata (Argentina) que responden al nombre de Perotá Chingó, y que trastean en sus conciertos con el joropo venezolano (a través de una versión de Simón Díaz), el candombe uruguayo o las sonoridades brasileñas, sin olvidarse del legado folk de la chilena Violeta Parra.
Con unos mimbres más básicos que aquellas y un temario menos exuberante, pero con alguna canción tan desarmante como Ríe Chinito.
Ellas inauguraron, en el recinto urbano de Sallent de Gállego, una jornada de marcado carácter femenino que continuaría ya junto al pantano de Lanuza sin las apreturas de la noche anterior (cuando Mark Kopfler ofició de reclamo), certificando que el lema de Pirineos Sur de este año (Fronteras: ¿mezcla o barrera?) no solo es algo más que un resultón leit motiv, sino también una disyuntiva que en el seno de este veterano festival no depara el menor resquicio para la duda. Cuentan que el nigerino Bombino hizo honor, a su paso por aquí hace unos días, a su apodo de Hendrix del desierto.
Y lo mismo puede decirse del rock tuareg de sus paisanos Ezza, cuyo hálito en la tarde del viernes resultó tan común al del blues del Delta del Mississipi.
Tan lejos, y a la vez tan cerca.
La pulverización de barreras, la voladura de las preconcepciones estilísticas o el desvanecimiento de cualquier limitación que tenga que ver con la distancia geográfica es uno de los emblemas de Pirineos Sur desde sus inicios.
Pero jornadas como la de ayer, aderezadas con la reivindicación de un rol protagónico para la mujer (explícito en el caso de Amparo Sánchez, más matizado en el de Lila Downs), lo concretan con ejemplar brillantez.
Con un guion que fue, como era de esperar, de menos a más.
Desde el arrullo acústico de Perotá Chingó a las excitantes proclamas sonoras de la mexicana (ranchera, bolero o cumbia se dan la mano sin complejos en los conciertos de Lila Downs, portentosa como vocalista y como front woman), pasando por el canto doliente pero siempre esperanzado de Amparo Sánchez, apuntalado por la trompeta de José Alberto Varona.
Y queda aún Pirineos Sur hasta el 2 de agosto, con las actuaciones de Toumani & Sidiki Diabaté, Nabyla Maan y Carmen París, La Pegatina o el propio Goran Bregovic, oficiando como principales señuelos.
Toca rápido o muere.......................................................................... Chema García Martínez
Demasiadas apreturas y una programación cuestionable en el Jazz al día de San Sebastián.
Vale. La frase no es mía.
Pero díganme si existe nada más apropiado para encabezar una crónica en la que va a hablarse de John Zorn.
Le pregunto al portador de la camiseta —un muchachote del Norte— por el origen de la frase estampada a su espalda:
“Es el lema de Lock Up, una banda de metal rápido”. Lógico. Lock Up o John Zorn: la diferencia está en el matiz y puede que en el precio: 45 cucas, la butaca. El Kursaal, a medio llenar. Lógico, también.
En el rincón de la izquierda, Bill Laswell, con aspecto de homeless, tocando el bajo eléctrico con sensorround; la mitad del de escenario para Dave Lombardo, el esforzado ex baterista de Slayer, con dos de todo: dos bombos, dos cajas..; y, en la otra esquina, John Zorn, pantalones de camuflaje, una silla, y un saxo
. “Para tocar ésta música” me cuenta Lombardo durante el desayuno del día después, “hay que tener dos cosas: agilidad y rapidez”. “Y músculo”, añado, por añadir.
“No tanto”, me contesta. Como muestra, sus bíceps: fuera de los tatuajes, nada del otro mundo.
Agilidad, rapidez… ¿y qué más?.
Busco en el propio John Zorn la respuesta a mis cavilaciones: “a lo que hacemos nosotros lo llamamos música”.
Pues bueno, pues me alegro: eso y nada es lo mismo.
Con esto que se habla de un tipo de música peculiar que se escucha tanto como se siente, quiero decir, físicamente; como un muro de sonido inexpugnable –turbio, tenso, desquiciado- erigido sobre un nivel de decibelios sólo ligeramente inferior al de un Boeing 2707 tomando vuelo.
La “música” del denominado “Bladerunner Trio” le entra a uno no solamente por los oídos
Por el intestino delgado, también.
Y por los pulmones, las fosas nasales… por todos lados
. No hay nada que se parezca a un tema o composición: “todo lo que tocamos anoche fue improvisado”, me asegura Lombardo.
“De la primera a la última nota”.
Hay quien lo soporta y quién no
. A mi lado, la muy conocida chelista japonesa de vacaciones en San Sebastián –siendo haber olvidado su nombre- toma las de Villadiego.
No ha durado ni 10 minutos en su localidad.
Y, como ella, unos cuantos
. Pero así es John Zorn: lo tomas o lo dejas.
Demasiadas apreturas, una programación, cuanto menos, cuestionable (incluyendo una no siempre acertada elección de los escenarios); demasiadas colas y, en muchos casos, una calidad de sonido manifiestamente mejorable… disfrutar del jazz durante el festival ha venido constituyendo una empresa difícil, por no decir imposible, amén de agotadora.
Confusos y desorientados, los integrantes de la caravana del jazz
abandonamos la sala en perfecto desorden y sin saber muy bien qué decir.
“No sé si me ha gustado”, la frase más repetida.
Nos esperaba la Trini para la doble jornada de despedida del festival en su 50 edición.
Íbamos a asistir a uno de esos raros fenómenos que produce el jazz de tanto en tanto:
Andrea Motis.
Le supongo al lector informado acerca de quien, con 15 años, andaba ya pateándose los escenarios del jazz en la compañía de su papá –hay que tener cuidado con las malas compañías- y la añadida de su “descubridor” y director musical, Joan Chamorro.
La chica mona que canta y toca la trompeta, versión jazzística del mito “lolitesco”.
Llegada a la edad de merecer, Motis sigue la misma, tanto como su repertorio muy convencional, que ha llevado por los 5 continentes, y más, porque no hay.
La cosa, que Andrea Motis arrasa allá donde va.
Y en San Sebastián, anoche, lo mismo. ¿Qué tiene de especial la susodicha, aparte sus 20 resplandecientes primaveras?: encuentre la respuesta el lector por sí mismo.
Ante fenómenos como el que nos ocupa, el crítico manifiesta su perplejidad y desconcierto más absolutos.
Actuaciones como la de anoche –una broma, ni eso- ponen en evidencia la fragilidad de una propuesta artística perfectamente inapropiada para un escenario y un festival como éste.
En otros tiempos, pensaba uno mientras la susodicha se arrancaba con “Poor butterfly” con ese, su aire de no haber roto un plato en su vida, hubieran rodado cabezas; en los actuales, el asunto se traduce en medio centenar de discos vendidos y el personal bailando swing por las esquinas; más, seguramente, que con la estrella de la jornada, una Melody Gardot de pañuelo pirata, pantalones de látex y gafas Ray-Ban
. La última diva del jazz, o así, no sólo ha endurecido su imagen, también su música.
El bis es tremendo.
Puro funk con un toque bluesy.
Cuenta, quien lo presenció, del encuentro en el backstage entre las 2 protagonistas de la noche; aquí, la gatita, su vestidito y su trompeta, mirando y sin saber dónde mirar; allá, la tigresa a medio desvestir, de no muy buen humor
. Pero eso, mejor, lo dejaremos para una próxima crónica.
Menores de edad, abstenerse.
Pero díganme si existe nada más apropiado para encabezar una crónica en la que va a hablarse de John Zorn.
Le pregunto al portador de la camiseta —un muchachote del Norte— por el origen de la frase estampada a su espalda:
“Es el lema de Lock Up, una banda de metal rápido”. Lógico. Lock Up o John Zorn: la diferencia está en el matiz y puede que en el precio: 45 cucas, la butaca. El Kursaal, a medio llenar. Lógico, también.
En el rincón de la izquierda, Bill Laswell, con aspecto de homeless, tocando el bajo eléctrico con sensorround; la mitad del de escenario para Dave Lombardo, el esforzado ex baterista de Slayer, con dos de todo: dos bombos, dos cajas..; y, en la otra esquina, John Zorn, pantalones de camuflaje, una silla, y un saxo
. “Para tocar ésta música” me cuenta Lombardo durante el desayuno del día después, “hay que tener dos cosas: agilidad y rapidez”. “Y músculo”, añado, por añadir.
“No tanto”, me contesta. Como muestra, sus bíceps: fuera de los tatuajes, nada del otro mundo.
Agilidad, rapidez… ¿y qué más?.
Busco en el propio John Zorn la respuesta a mis cavilaciones: “a lo que hacemos nosotros lo llamamos música”.
Pues bueno, pues me alegro: eso y nada es lo mismo.
Con esto que se habla de un tipo de música peculiar que se escucha tanto como se siente, quiero decir, físicamente; como un muro de sonido inexpugnable –turbio, tenso, desquiciado- erigido sobre un nivel de decibelios sólo ligeramente inferior al de un Boeing 2707 tomando vuelo.
La “música” del denominado “Bladerunner Trio” le entra a uno no solamente por los oídos
Por el intestino delgado, también.
Y por los pulmones, las fosas nasales… por todos lados
. No hay nada que se parezca a un tema o composición: “todo lo que tocamos anoche fue improvisado”, me asegura Lombardo.
“De la primera a la última nota”.
Hay quien lo soporta y quién no
. A mi lado, la muy conocida chelista japonesa de vacaciones en San Sebastián –siendo haber olvidado su nombre- toma las de Villadiego.
No ha durado ni 10 minutos en su localidad.
Y, como ella, unos cuantos
. Pero así es John Zorn: lo tomas o lo dejas.
En la encrucijada
50 años después, el festival de jazz de San Sebastián vuelve a verse en la encrucijada.Demasiadas apreturas, una programación, cuanto menos, cuestionable (incluyendo una no siempre acertada elección de los escenarios); demasiadas colas y, en muchos casos, una calidad de sonido manifiestamente mejorable… disfrutar del jazz durante el festival ha venido constituyendo una empresa difícil, por no decir imposible, amén de agotadora.
“No sé si me ha gustado”, la frase más repetida.
Nos esperaba la Trini para la doble jornada de despedida del festival en su 50 edición.
Íbamos a asistir a uno de esos raros fenómenos que produce el jazz de tanto en tanto:
Andrea Motis.
Le supongo al lector informado acerca de quien, con 15 años, andaba ya pateándose los escenarios del jazz en la compañía de su papá –hay que tener cuidado con las malas compañías- y la añadida de su “descubridor” y director musical, Joan Chamorro.
La chica mona que canta y toca la trompeta, versión jazzística del mito “lolitesco”.
Llegada a la edad de merecer, Motis sigue la misma, tanto como su repertorio muy convencional, que ha llevado por los 5 continentes, y más, porque no hay.
La cosa, que Andrea Motis arrasa allá donde va.
Y en San Sebastián, anoche, lo mismo. ¿Qué tiene de especial la susodicha, aparte sus 20 resplandecientes primaveras?: encuentre la respuesta el lector por sí mismo.
Ante fenómenos como el que nos ocupa, el crítico manifiesta su perplejidad y desconcierto más absolutos.
Actuaciones como la de anoche –una broma, ni eso- ponen en evidencia la fragilidad de una propuesta artística perfectamente inapropiada para un escenario y un festival como éste.
En otros tiempos, pensaba uno mientras la susodicha se arrancaba con “Poor butterfly” con ese, su aire de no haber roto un plato en su vida, hubieran rodado cabezas; en los actuales, el asunto se traduce en medio centenar de discos vendidos y el personal bailando swing por las esquinas; más, seguramente, que con la estrella de la jornada, una Melody Gardot de pañuelo pirata, pantalones de látex y gafas Ray-Ban
. La última diva del jazz, o así, no sólo ha endurecido su imagen, también su música.
El bis es tremendo.
Puro funk con un toque bluesy.
Cuenta, quien lo presenció, del encuentro en el backstage entre las 2 protagonistas de la noche; aquí, la gatita, su vestidito y su trompeta, mirando y sin saber dónde mirar; allá, la tigresa a medio desvestir, de no muy buen humor
. Pero eso, mejor, lo dejaremos para una próxima crónica.
Menores de edad, abstenerse.
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