Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

12 jul 2015

Gino Paoli, la certeza de la duda

Pocas vidas han resultado tan literarias como las del artista italiano. Algunas de sus canciones son consideradas la mejor música italiana de los sesenta

El amor, el mar y las preguntas son los conceptos sobre los que ha articulado sus grandes éxitos. Paoli recibe el día 20, en Cartagena, el premio a toda su carrera.

Gino Paoli: "No me gusta plantear respuestas, sino preguntas". / Alessandro Albert (Getty)

Génova, ciudad portuaria, de la que antaño partían los emigrantes que buscaban una vida mejor en EE UU o en Argentina, posee una geografía abrupta.
 Sus edificios se reparten en el irregular espacio que queda entre el mar y la montaña, salpicado de estrechos callejones en los que no entra el sol y caminos que bajan o suben de nivel inesperadamente. En los años sesenta, compositores de la talla de Fabrizio De André, Luigi Tenco, Umberto Bindi o el propio Gino Paoli fueron capaces de crear la canción de autor italiana en un escenario alejado del centralismo romano.
 La casa del músico Gino Paoli (Monfalcone, 1934), una mansión dividida en cuatro plantas que fue comprando “piano, piano” a lo largo de su exitosa carrera musical y que ahora comparte con sus cuatro hijos y nietos, reposa sobre la ladera de la montaña, con vistas al Mediterráneo y a Portofino. En el luminoso salón, donde destaca el piano de cola sobre el que espera una partitura de Henry Mancini, el músico de ojos cristalinos fuma como un carretero a sus 82 años. Se declara lobo solitario, sin dios ni patrón
. No concede entrevistas en Italia porque, sostiene, los periodistas lo han “masacrado”, empeñados siempre en buscar chivos expiatorios.
 Antes de empezar a hablar, avisa de que carece de memoria tanto para los nombres como para las citas.
 En ningún caso para el discurso, lúcido e ¡imparable! De su agenda artística se ocupa Aldo Mercurio, su mánager, y de la vida cotidiana, Paola, su esposa, que se retira a la siesta apenas arranca a hablar de su inmensa obra musical.
Canta desde los 26 años.
 Por la música abandonó un trabajo como diseñador publicitario y muchas horas dedicadas a la pintura y a la vida bohemia en una buhardilla diminuta, “fría e incómoda”.
En tres ocasiones dejó la música y otras tantas volvió.
 Ha grabado más de medio centenar de discos, pero se le ha reconocido sobre todo por sus canciones de amor.
Los sentimientos y las emociones que producen, algo que personalmente siempre ha tratado de estimular. ¿Su secreto para no aburrir? No dar consejos.
 “El amor es como el aire, es la vida misma, un sentimiento capaz de generar a la vez atracción y repulsión.
 No es fácil escribir sobre ello.
 He tenido muchas mujeres, me casé tres veces, y sigo sabiendo muy poco sobre ellas”, cuenta
. Como ejemplo pone la relación con Paola, con la que, aclara, prácticamente le une el gusto por las patatas. “En lo demás somos completamente diferentes.
 Lo que funciona es tu amada enemiga. Me ha llevado mucho tiempo ­descubrirlo”.
A ellas les ha dedicado buena parte de sus éxitos.
 Autor de canciones eternas como Sapore di sale (ganadora del Festival de San Remo en 1963), Senza fine (un vals que ha sido banda sonora de numerosas películas) e Il cielo in una stanza (estrenada por Mina y mutiversionada por artistas de referencia, hasta Carla Bruni la hizo suya), entre otras, su vida sigue unida a las palabras
. Las ama y las odia con intensidad. “Tengo un método para componer, pero siempre tiendo hacia las emociones, algo demasiado abstracto de describir.
 A cada palabra le corresponde un ritmo, cuando escribo es como si montara un puzle y para ello necesito la pieza adecuada.
 No compongo pensando en cómo satisfacer al público, prefiero crear flases emocionales que los estimulen, sin decirles lo que deben hacer.
Parte de mi éxito, creo, radica en no haber exprimido del todo la intensidad.
 Tampoco me gusta plantear respuestas, sino preguntas. No podría ser de otra forma, mi única certeza es la duda”.
Como compositor, el caso límite fue Il cielo in una stanza, dedicada a Ornella Vanoni, donde describe el orgasmo, “una sensación difícil de explicar porque es casi intangible”.
 Y Sapore di sale, quizá su obra cumbre (alguna de sus estrofas todavía sobreviven como grafitis callejeros en las paredes de Génova), tiene que ver con ese discurso ambivalente. “Funciona como un imán donde la gente coloca sus recuerdos
. La canción perfecta es esa en la que funciona la química”. Sapore di sale nació en 1963 en Sicilia, en una playa, antes de una actuación, en un instante de felicidad total. Entonces, todo en la vida de Paoli era provisionalidad, se sentía fuera del mundo.
 Un momento y una relación de tal intensidad que acabó meses después en un intento de suicidio, disparándose al corazón.
Todavía conserva una esquirla de la bala que erró su trayectoria.
 “El suicidio es el único acto de la voluntad del hombre a través del cual se puede decidir sobre la vida”. Suele repetir esas palabras como justificación de un arrebato sentimental que quiere dejar en el olvido, un poco como una pieza breve de la crónica de sucesos de una vida intensa.
Maestro en salirse por la tangente, deja el suicido para comparar la influencia de la canción que inspiró ese sentimiento de felicidad con otro tema eterno: Garota de Ipanema, otra forma de ponerle música al mismo instante vital, inmortalizada por su amigo Vinicius de Moraes:
“¡Ah, Vinicius! Éramos amigos, teníamos dos cosas en común, el whisky de Malta y las donnas”. Pero no solo la bossa nova, el son o la salsa se cuentan entre las influencias de este artista de origen ligurio.
En su cabecera musical ocupan un lugar destacado franceses como Brassens (“su influencia después de la guerra fue total”) o Ferré, y aunque su inspiración sea bastante posterior, también Joan Manuel Serrat figura en un lugar estelar.
“Me lo recomendó un cantautor yugoslavo.
 Decía que teníamos una visión poética parecida. Yo no lo conocía, pero a la vuelta a Italia, cuando escuché Balada de otoño, quedé fascinado”. La relación todavía se mantiene y Mediterráneo de Serrat forma parte aún de su repertorio.
¿Por qué perviven las canciones? “Porque le gustan a la gente y por su capacidad de adaptarse a los distintos géneros y ritmos hasta convertirse en clásicas. Es verdad que con el tiempo se van modificando y que hay muchas maneras de interpretarlas. Cuando canto, me gusta establecer un puente con el público, no me dirijo a la masa”.
 Para los periodistas ha muerto y resucitado muchas veces.
Ahora gira sus canciones acompañado de una orquesta o al estilo de jazz.
 Paoli recibe el día 20 de julio, en Cartagena, el premio La Mar de Músicas a toda su carrera, en una actuación en la que estará arropado por Silvia Pérez Cruz (le fascina su voz, capaz de adaptarse a cualquier género), Coque Malla y Christina Rosenvinge. En su retorno a Cartagena no recurrirá a ensayos eternos. Le basta con situarse en el escenario y escuchar las primeras notas para que todo fluya. Ahora no se plantea la retirada.
“Me siento afortunado. Uno no puede dejar de ser artista, todavía disfruto en el escenario, es algo extraordinario aunque me cansan los viajes. No soporto la psicosis de seguridad de los aeropuertos y todo ese rollo creado en torno al miedo.
Sobre el miedo se fundan la religión, la guerra y el matrimonio. Mi única regla es el honor”, añade.
El amor es como el aire, es la vida misma, un sentimiento que genera atracción y repulsión. He tenido muchas mujeres y sé poco sobre ellas”
No le gusta cómo han cambiado las cosas en los últimos años en el ámbito de la música. “Mucho negocio y poca pasión. Empecé grabando discos de 45 rpm y si funcionaban hacíamos un long play; ahora prácticamente solo funcionan los fenómenos televisivos.
 La industria musical murió con Internet, y con ella, el derecho a la propiedad de las canciones y, en el camino, la identidad de las personas. Ya vivimos en la aldea global. Génova podría ser perfectamente Milán. ¡Que aburrido!”.
Hoy, día de elecciones regionales en Italia, votará a favor de Mateo Renzi porque dice que hay que hacer malabares para aguantar los embates de la crisis.
 “Hubo un momento en que derecha e izquierda tenían posiciones definidas; ahora no se diferencian tanto. Quizá en el sentido de Estado”. Defensor a ultranza de la libertad como el valor de elegir, define la política como el arte del compromiso.
Y rememora sin pasión su paso por ella.
En 1987 se presentó a las elecciones como independiente de izquierdas y fue elegido diputado; lo dejó en 1992.
 Nunca aceptó del todo las reglas de la política. En el Parlamento, su grupo parlamentario le reprendió por aplaudir un discurso fascista.
Y en su ciudad lo masacraron por ponerse la camiseta del Sampdoria, uno de los dos equipos de Génova, cuando ganó un campeonato.
 Paoli no acepta tampoco las etiquetas, le gusta la obra de Céline y Ezra Pound. Lector voraz, cuando entra en una librería se cabrea porque piensa en todo lo que le queda por leer y no le dará tiempo.
Conversador infatigable, Paoli sigue encendiendo cigarrillos rodeado de algunos de los cuadros que esbozó de joven, cuando soñaba con ser pintor.
“Nunca he podido hacer dos cosas a la vez. Lo dejé para cantar y no me arrepiento, aunque todavía miro la vida en colores.
 Ahora el que pinta es mi hijo”, dice señalando la obra que cuelga de las paredes, donde impera el fucsia, el negro y las vacas.
 Los firmados por el músico, retratos inquietantes y austeros, carecen de ese toque pop. Pero Paoli ya ni los mira, va camino de la terraza, donde crece un auténtico jardín con dos limoneros con frutos como para surtir de limonada a toda la barriada.

 

Mario Vargas Llosa prefirió no asistir a la cena en Palacio en honor de Ollanta Humala

Tampoco quiso acudir a la recepción que se ofreció al día siguiente en El Pardo. El escritor prefiere comer en casa de Isabel Preysler.

 

Un vehículo de alta gama aparca cada noche frente a la puerta de los apartamentos del Eurobuilding. El pasajero y el destino siempre son los mismos
. Desde hace días, Mario Vargas Llosa cena religiosamente en casa de su enamorada, Isabel Preysler
 . El Premio Nobel no ha interrumpido su romántica rutina ni siquiera ante la llamada de los Reyes, que este martes le invitaron a compartir mesa en una cena de gala en honor del presidente de Perú, Ollanta Humala, y su mujer, Nadine Heredia.
 El escritor respondió a Casa Real que lamentaba no poder asistir a la velada, aunque estuvo allí en espíritu.
 El mandatario peruano citó a Vargas Llosa en el brindis previo a la cena al aludir a las grandes aportaciones del Perú a las letras en español.
A la gala sí acudieron otros grandes escritores limeños, como Fernando Iwasaki, último Premio Rey de España de Periodismo, o Santiago Roncagliolo, pero dicen que se notó mucho la ausencia del autor de clásicos de la literatura hispano-peruana como «La ciudad y los perros» y «La tía Julia y el escribidor».
 «Es una pena que no haya venido porque es el máximo referente de nuestra cultura.
 Y esa noche estaba en Madrid. Pero supongo que prefirió abstenerse para no robar protagonismo a los invitados de honor», dice uno de los convidados a la cena. 
«Nadie en el mundo de las letras da crédito a lo que está ocurriendo con Mario.
 Ahora se habla más de su relación con Preysler que de sus obras o sus ideas», añade esta fuente.
Al día siguiente, Ollanta Humala y su mujer oficiaron de anfitriones de una recepción «de devolución» para Don Felipe y Doña Letizia en el Palacio Real de El Pardo. 
Nuevamente se esperaba la presencia de Vargas Llosa, pero el literato prefirió excusarse y perderse una amena velada con cerca de 200 invitados.
Hace pocos meses, el escritor criticó a Humala por no haber recibido a las venezolanas Lilian Tintori y Mitzy Capriles, cuyos esposos, los opositores Leopoldo López y Antonio Ledezma, han sido detenidos y encarcelados por el régimen de Nicolás Maduro
 . Pese a esos cuestionamientos, el presidente ha dicho en reiteradas ocasiones que tiene una buena relación con el autor de «Conversación en la Catedral». 
La única prueba de esa buena relación ha sido un breve encuentro en la sede de la Real Academia Española
Ocurrió el martes, donde el escritor y el político intercambiaron risas y palabras de afecto. «Claramente la cuestión política no ha sido el motivo de su ausencia en el Palacio Real y en El Pardo. Solo es un hombre enamorado que ha preferido resguardarse en medio de la tormenta», señala un compañero de letras.

De la realidad virtual a la cueva del ogro................................................. Rosa Montero

No sabemos cómo comportarnos ante ese enorme monstruo que es Internet y todos cometemos errores que hacen daño.

 

Hace unos días asistí en la Fundación Telefónica a una presentación de la tecnología VR, que significa Realidad Virtual
. O lo que es lo mismo: ponerte unas gafas y ver una película situándote dentro de ella, de manera que puedes mover la cabeza y contemplar todo el escenario que está a tu alrededor, o encima de ti, o a tus pies.
Este concepto de la VR nos es sobradamente conocido por la ciencia-ficción (de hecho, en mi última novela, El peso del corazón, que sucede en Madrid en 2109, hay un capítulo en el que los protagonistas se encuentran en un escenario de realidad virtual), pero ahora ya se están rodando películas con esta técnica.
 Y, claro, una cosa es imaginarlo y otra probarlo. Mi amiga Ana Patricia Echegoyen, que es una crack y tiene una productora de publicidad virtual, New Horizons VR, me mostró un precioso anuncio/cuento que han hecho para una prestigiosa bodega de La Rioja.
 Me imagino lo que debieron de sentir los primeros espectadores del famoso tren de los Lumière el 28 de diciembre de 1895, cuando de repente vieron avanzar hacia ellos una locomotora (algunos salieron corriendo de la sala).
 El otro día yo no salí corriendo, pero tuve que agarrarme para no caer en el vacío.
 Es un avance espectacular, hipnotizante. Lo que hará esta tecnología por las personas impedidas y por los ancianos con dificultosa movilidad es algo extraordinario.
 Y su futuro como herramienta de ocio es evidente: dentro de poco habrá películas de argumento en VR y será toda una experiencia
. Eso sí, en los filmes de misterio los asesinos tendrán que matar o bien fuera de escena o bien siempre encapuchados, porque podrás darte la vuelta y ver claramente quién maneja el cuchillo.
A menudo tengo la sensación de estar viviendo hoy dentro de los libros de ciencia-ficción que leía en mi adolescencia.
La increíble capacidad de adaptación que tenemos los humanos (y que nos ha hecho tan triunfantes como especie que somos una especie de virus para el planeta) nos ha permitido asumir cambios gigantescos en un tiempo ínfimo
. Las nuevas tecnologías han creado un mundo completamente nuevo cuyos efectos en nosotros todavía están por dilucidar.
 Por ejemplo, poder llevar la biblioteca de Alejandría en el bolsillo, tener acceso a todo el conocimiento del mundo a través de tu móvil, es una maravilla que no dejo de celebrar cada día; pero no cabe duda de que esa circu­lación incesante de la información a través del ciberespacio, ese acceso instantáneo, tiene sus aspectos oscuros e incluso tenebrosos, como el uso de las redes sociales para acosar a las personas, especialmente a niños y a adolescentes
. Muchos se han suicidado ya por esta causa en todo el mundo. Internet va engordando día tras día su historial de víctimas, como el ogro de cuento que va llenando su cueva con los huesecillos de los que devora.

La Red también puede producir un sufrimiento muy profundo cuando rebota de manera ciega e infinita informaciones o imágenes que afectan a la intimidad de las personas
. Una lectora, R. G. Gálvez, me acaba de contar esta historia terrible.
 Hace año y medio, su hijo de 19 años murió en la calle “en circunstancias muy duras”.
 Acudió a una escuela de Sabadell, disparó con un arma de fogueo y, tras beberse un producto tóxico, falleció en la acera.
Al parecer hubo detrás una obsesión amorosa que le llevó al suicidio. P. Arenós, una fotógrafa/periodista que salía con sus hijos del colegio, le fotografió mientras agonizaba: el chico la miraba directamente a la cara; luego envió la imagen a La Vanguardia y la foto apareció sin pixelar, cosa que, como es natural, traumatizó a los hermanos y demás allegados de la víctima.
 Amigos de la familia llamaron, escribieron e incluso fueron personalmente a La Vanguardia pidiendo que retiraran la morbosa instantánea de la red del periódico, cosa que se logró al cabo de unos días.
 Sin embargo, ahora, desde mediados de mayo, han vuelto a ver la foto en Internet. Al parecer dos diarios etiquetaron sin querer la imagen, y ahí sigue dando vueltas. R. G. ha pedido a La Vanguardia que se hagan cargo de eliminarla, puesto que ellos la pusieron en circulación, pero no le han contestado.
Tampoco ha respondido la fotógrafa cuando le pidió que la ayudara a ponerse en contacto con los dos diarios.
“Quiero poder enterrar digitalmente a mi hijo y para ello, según me han dicho, he de pagar a una empresa que elimine la fotografía, porque no fue ningún delito ni hacerla ni colgarla en la Red”. Delito seguro que no, pero sí un horror, un dolor, una falta de empatía colosal
. No sabemos cómo comportarnos ante ese enorme monstruo que es Internet y todos cometemos errores.
Equivocaciones que hacen mucho daño.
 Y que van acumulando huesecillos mondos en la gruta del ogro.
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero
www.rosamontero.es

Pasatiempo 601.................................................................................Javier Marías

Siento particular lástima por los autores que van de provocadores y pasan inadvertidos.

 

Desde que empecé esta columna de El País Semanal, hace más de doce años, pongo en el margen izquierdo de la primera página (sigo utilizando papel) ZF y el número correspondiente. Las iniciales son las del arbitrario nombre de la sección, que por pereza no he cambiado en todo este tiempo, y que era un homenaje al título mexicano de la serie de los años sesenta The Twilight Zone, de Rod Serling, y que en España creo que se llamó La dimensión desconocida: entonces no había televisión en mi casa y me conformaba con “leer” algunos episodios en los tebeos que publicaba la mítica Editorial Novaro, de México, que también sacaba Superman, Batman, La pequeña Lulú y centenares más. La semana pasada lo que escribí en ese margen fue ZF 600, y desde entonces esa cifra me ronda la cabeza, con una mezcla de estupor y preocupación. La cercanía de agosto, además, el mes en que me tomo un respiro de estas colaboraciones, supone otro motivo no tanto para hacer balance cuanto para preguntarme qué diablos estoy haciendo y por qué, todos los domingos desde 2003. De mis compañeros, creo que soy el único, desde la marcha de Maruja Torres, cuya columna no es quincenal, o así ha sido al menos hasta hace muy poco. Y, aunque ustedes no tienen por qué saberlo o recordarlo, antes de que EPS me brindara generosamente esta página, me había pasado ocho años más con artículos dominicales en otro lugar, del que me fui cuando se me censuró uno.
Cuatro lustros opinando son sin duda demasiados. Y doce años también, para los lectores de este suplemento y probablemente para mí. La respuesta de aquéllos –es decir, de ustedes– no ha podido ser más amable ni más paciente. No tengo sino agradecimiento para cuantos se dirigen a la sección de Cartas, y eso incluye a quienes lo hacen para expresar su desacuerdo o criticar lo que he dicho: su mera reacción significa que se han tomado la molestia de leer el artículo y que no los ha dejado indiferentes, lo peor que le puede ocurrir a cualquiera que escriba, tanto da el género. Siento particular lástima por los autores –hay no pocos en España– que van de provocadores o transgresores … y pasan inadvertidos, me parece uno de los destinos más tristes imaginables. Así que me considero afortunado y doy las gracias a cuantos no se saltan sin más esta última página, sino que se detienen en ella, aunque luego sea para indignarse.
 También la indignación merece gratitud.
Hay lectores que celebran ver en letra impresa una opinión que “nadie se atreve a expresar” o que ellos compartían en silencio
Ahora bien, al ver ese número 600 no he podido por menos de preguntarme, como deben de hacer también de vez en cuando los demás columnistas, qué es lo que uno pretende, aparte –claro está– de ganarse un sueldo.
¿Influir? Habría que ser muy ingenuo para creer que dos folios y medio, aunque se reiteren cada domingo, estén facultados para cambiar nada ni a nadie.
 Bueno, uno piensa, en días optimistas, que a algunos lectores sueltos se les puede ofrecer una perspectiva o una argumentación que no se les había ocurrido antes, y que acaso las adopten momentáneamente y duden de sus posturas previas sobre determinada cuestión. En quienes tienen verdadero poder para cambiar las cosas –los políticos–, uno está seguro de que en modo alguno va a influir, porque los actuales, sean de los partidos “nuevos” o “antiguos”, tienen precisamente a gala no escuchar las críticas, no atender a consejos ni a razonamientos, o sólo de los aduladores que los van a reafirmar en sus actitudes y decisiones
. Una de las frases favoritas de todos ellos es: “Nadie tiene que darme lecciones de …”, y complétenla con lo que les parezca, honradez, democracia, transparencia, lealtad, veracidad, dignidad, esto es, todas aquellas virtudes de las que la mayoría carece.
 La otra frase preferida y brutal –esta compartida por el grueso de la sociedad– es: “No tengo nada de lo que arrepentirme”, cuando lo normal para mí –y creo que para el conjunto de las personas– es arrepentirse de algo cada semana, o incluso a diario.
¿Entonces? ¿Consolar un poco, reconfortar?
 Algo, tal vez. Hay lectores que celebran ver en letra impresa una opinión que “nadie se atreve a expresar” o que ellos compartían en silencio.
Más de uno me ha confesado que al descubrir la afinidad ha concluido, con alivio, que no estaba loco, en vez de incorporarme a mí a su club de bichos raros o sin sesera. Sea como sea, al cabo de 600 piezas en el mismo espacio, uno tiene la sensación de haber opinado sobre lo habido y por haber, y de haberse repetido mucho.
 Para lo último valga como disculpa que la realidad se repite todavía más, y las sandeces no digamos, poseen la perseverancia como característica principal
. A veces hay que salir al paso de lo que ya creyó uno atajar con argumentos, años atrás. Mi padre, que también escribió mucho en prensa, solía asegurar que en España hay que decir las cosas por lo menos tres veces: la primera para avisar, la segunda para discutir y la tercera para convencer
. A unos pocos, añadiría yo (él era un optimista irredento), por lo general sin ningún poder decisorio. ¿Qué nos queda, así pues? ¿Entretener? Seamos modestos y aceptémoslo: a fin de cuentas es una muy digna tarea que no daña a nadie.
 Y aunque hay algunos a los que uno quisiera hacer rabiar de vez en cuando, conformémonos y pongamos 601 a este pasatiempo dominical.
elpaissemanal@elpais.es