Manuela Carmena, hoy posible alcaldesa de Madrid, fue entrevistada
por 'El País Semanal' en 1982.
Ex comunista, antes de ser juez fue
abogada laboralista del despacho de Atocha.
Una superviviente porque el destino quiso que llegara ahora donde está.
A finales de los sesenta,
Manuela Carmena,
comunista, en plena clandestinidad y con el título de abogada todavía
húmedo, formó el primer despacho laboralista del país, directamente
ligado a Comisiones Obreras.
Fue una de los "abogados-niños terribles"
de las postrimerías del franquismo, cuando Magistratura del Trabajo
"cayó en poder de los rojos".
Unos años después, en 1977, un escalofrío
de pasmo y horror recorrió el país con las palabras "
matanza de Atocha",
y Manuela Carmena era, en aquellos momentos, la titular del despacho
laboralista maldito
. Algunos todavía recuerdan, en las primeras
elecciones, la imagen insólita de una Manola —como la llamaban los peceros—haciendo
campaña electoral
. Después vino el abandono silencioso del partido, las
oposiciones a juez y el primer destino en La Palma.
Ahora, a los 37 años, en el despachillo insignificante de los
juzgados de El Escorial, comida por los legajos, entre escaleras
desconchadas y pasillos encolillados, doña Manuela,
la señora juez, maneja la ley desde el otro lado de la mesa, dejando pasmado al personal cuando les dice eso de «los jueces
estamos para servirles»,
desconcertando con sus respuestas a los vetustos funcionarios que
preguntan afirmando: "Doña Manuela: usted no irá a las autopsias,
¿verdad?".
"Yo me metí en Derecho sin ninguna idea de lo que significaba, porque
en todo el bachiller nadie me había hablado del tema, y en mi familia,
pues igual
. Porque normalmente la gente que va a Derecho está
relacionada con la profesión, pero yo no.
Mi familia es, por una parte,
de extracción campesina, campesinos de Toledo con algo de tierras, y de
otra, comerciantes, muy pequeña burguesía.
Me acuerdo que nada más
entrar en la universidad, a la puerta de Derecho estaban un día leyendo
unos versos de Machado y vino la policía y disolvió a la gente.
Tengo
esa imagen grabada. De pronto, empecé a conocer autores y gente que
había hablado de la guerra.
Mi sorpresa fue comprender que la guerra
había sido entre pobres y ricos, explotadores y explotados, y a partir
de ese momento empecé a sentirme muy interesada por todas esas cosas y a
conocer a personas que estaban en grupos políticos".
Entonces, lógicamente, apareció el partido comunista, aunque
camuflado en la
Federación Universitaria de Estudiantes
(FUDE), y da la impresión, oyendo hablar a Manuela Carmena, de que
sintió por el partido una atracción y rechazo simultáneos muy similar a
la de tantos intelectuales y profesionales de la época, que llegaron al
mismo más como luchadores antifascistas, que descubrían en él una vía
eficaz de lucha por la democracia, que como auténticos comunistas o
marxistas.
Un camino más visceral que intelectual o teórico.
"Totalmente
visceral, desde luego.
El partido me produjo de entrada una reacción
doble: por una parte, me gustaba mucho su decisión, su eficacia, su
claridad de ideas; pero, por otra, algunos aspectos de su manera de ser
me producían rechazo
. Entonces conocí al primer obrero-obrero, de
procedencia obrera, que me llevó a su casa a la celebración de un
Primero de Mayo, y aquello me hizo mucho impacto
. Primero, porque todo
aquello era nuevo para mí, y segundo, porque empezaba a comprender cómo
la gente sentía la explotación.
Descubrí lo que había sido la guerra,
la tortura, y a partir de aquel momento me sentí totalmente
comprometida; comprendí que aquellas gentes tenían razón".
Es inevitable hablar de la matanza de Atocha, recordar aquella sensación de espantosa angustia e incredulidad, algo que Manuela Carmena vivió tan directamente
Fue una militante significada, que nunca llegó a leerse las obras de Lenin y que se hacía
chuletas,
como los malos estudiantes, cuando tenía que dar seminarios
políticos.
"Creo que entonces no había otra alternativa; lo que pasa es
que posteriormente, a diferencia de muchos compañeros, yo no me he
sentido desencantada, porque nunca me creí el partido como dogma.
Claro
que esto me producía una disociación muy grande".
Una contradicción que,
no obstante, no impidió a Manuela Carmena jugarse el tipo por el
partido comunista en las épocas duras:
"Esa reacción la tenía también
con el
Mundo Obrero, que nunca me ha gustado, y cuando me daban un taco de
Mundo Obrero
—que casi nunca llegué a repartir porque me daba vergüenza dar un
periódico donde había cosas en las que yo no creía—, pues tenía una
sensación contradictoria. Porque, por otra parte, veía que los obreros
tenían tanto derecho a tener su Prensa y a decir las cosas que se le
ocurrieran, que estaba convencidísima de que había que luchar por que
todo el mundo que quisiera vendiera
Mundo Obrero donde le apeteciera
. Luego he comentado con muchos compañeros que a nadie nos gustaba
Mundo Obrero, pero estábamos dispuestos a que nos cayeran un montón de años por tener los cajones llenos de periódicos".
Eso suena un poco a complejo de culpabilidad de pequeños burgueses.
—Yo creo que sí, totalmente.
Lo que ocurrió es que de ese punto de
partida extraño en seguida fui evolucionando y encontrándome con gentes
que éramos muy parecidas
. Cuando estábamos haciendo la carrera, el
partido dijo que era necesario que fuéramos a Francia a hacer un
cursillo.
Yo me marché con muchísimos problemas personales, y nos
metieron a los cuatro que fuimos en un campamento de juventudes del
partido para la emigración.
Pocas veces me he sentido tan mal y tan
incómoda.
De los cuatro que íbamos, tres nos sentimos muy mal, y de
hecho, los del campamento nos pidieron que nos marcháramos antes,
porque no hacíamos más que incordiar.
Y nos sentimos mal porque era la
primera vez que veíamos al partido como religión: banderas por todas
parles, cantos...
Me acuerdo que hacíamos juegos como los
scouts,
y una de aquellas veces tocó andar descalzos por una carretera llena de
guijarros.
A mí aquello me parecía una estupidez enorme, y no se me
olvidará que una compañera dijo: "Hacedlo por los presos de Burgos...".
Cuando llegó el momento en que el partido decidió que había que
organizar un despacho laboralista para asesorar a Comisiones Obreras, no
se lo pensó dos veces:
"A mí el derecho laboral me parecía un rollo y
siguió sin gustarme; pero era tan sugerente, tan precioso eso de ser el
brazo jurídico de los obreros...".
Así que, como los compañeros que
terminaban se tenían que ir a la
mili, Manuela y Cristina
Almeida fueron las primeras voluntarias.
"En la carrera había
descubierto que las leyes eran una de las formas más importantes de las
estructuras del poder y me había quedado sorprendida de lo que valía el
derecho.
Pero la primera sensación fue mala: sentirnos con poquísimos
medios, tener que competir con abogados y magistrados que se las sabían
todas
. Yo recuerdo una sensación como de bombero...".
Mientras tanto, entre sanción y sanción universitaria, Manuela
Carmena se había casado con el arquitecto y hoy también ex militante
comunista Eduardo Leira.
Hay muchos que todavía recuerdan de aquellos
tiempos a la hija recién nacida de Manuela, metida en un capacho,
criándose prácticamente "a los pechos de los obreros de
Atocha".
"La niña acababa de nacer y me la tenía que llevar a todas partes,
porque había un trabajo horrible
. A veces estaba en un juicio y veía
que era la hora de darle de mamar y que no me daba tiempo... Luego, en
el despacho, los obreros me avisaban:
"Oiga, que la niña se ha
despertado y está llorando".
Es inevitable, puesto que el despacho sale una y otra vez en la conversación; hablar de la
matanza de Atocha,
recordar aquella sensación de espantosa angustia e incredulidad, algo
que Manuela Carmena vivió tan directamente.
"El impacto, sobre todo, fue
a nivel personal, aunque yo, a mucha menor escala, había tenido una
experiencia similar.
Fue en 1970, la muerte de Pedro Patino, un obrero
de la construcción de Getafe: le mataron cuando repartía propaganda en
una huelga.
Este chico, además de ser cliente mío, era el marido de mi
secretaria una de mis mejores amigas
. Yo recuerdo con un espanto
horroroso aquella situación, porque le estaba dictando una sentencia a
Dolores, su mujer, y me llamó Jaime Sartorius por teléfono para decirme
que había venido en el
Madrid que habían matado a Pedro Patiño.
Esa sensación terrible de tener que decirle: "Han matado a tu marido".
Lo del despacho fue como eso pero multiplicado».
—Se ha repetido luego que lo esperaban, pero realmente, ¿se podía esperar algo tan alucinante?
Sí que lo esperábamos, porque, aunque parezca mentira, no se me
olvidará que aquella noche, cuando salía del 55 de Atocha para ir al 49,
a la otra reunión, la calle estaba temerosa —era explicable, porque
había pasado lo de Villaescusa—, y yo también iba temerosa
. Entonces me
crucé con tres chicos y me dio la impresión de que les brillaba algo, y
me acuerdo que sentí miedo y me puse el bolso delante, entre los
brazos; figúrate qué bobada, pero pensé que podían llevar una pistola.
Cuando les rebasé, vi que lo que llevaban era una máquina de fotos.
Luego, en el 49, mientras en el 55 estaba pasando
la matanza,
fui mirando, por una ventana que teníamos en el pasillo y que daba a la
puerta de entrada, a todos los que iban llamando para la reunión de
profesionales, porque me sentía intranquila.
Pensábamos que podía
ocurrir en cualquier momento, era la verdad.
Antes había habido ataques y
cosas similares aunque, claro, nunca creímos que pudiera ser tanto.
Quizá luego me impresionó mucho la frialdad que encontré en algunos
ambientes, por ejemplo, entre los clientes
. Me sorprendía que a los
cuatro días de haber pasado aquello la gente llegara como si nada; yo
pensaba que qué desprecio tenían por la vida, que por reclamar 4.000 o
5.000 pesetas se metían en un despacho
donde les podían pegar un tiro.
Pero es posible que la gente que se juega la vida en un andamio tenga
más desprecio por ella
. Me pareció que no tenían esa consternación
nuestra.
Hay momentos en que piensas que esa Manuela de esporádicos y
repentinos matices ingenuos no es sino la sombra furtiva de esta otra
Manuela racionalista y eficaz, que sin duda se impone, y que, pese a su
sensibilidad evidente, tiene que ser una persona fuerte, tenaz, puede
que incluso dura, capaz de digerir una experiencia tan traumática como
la de Atocha y sonreír mientras habla de aquello, al mismo tiempo que
repite lo de "Habla que vivir, vivir muy rápidamente y olvidar".
—Poco después, usted dejaba el partido comunista.
Hay quien dijo que
en ello había tenido que ver cierta disconformidad con la actuación del
partido en todo el proceso de Atocha.
—No; lo de Atocha no tuvo nada que ver.
Me pareció que algunas
personas denotaban una falta de sensibilidad, y ciertos comentarios que
oí me demostraron lo poco sensibles que eran humanamente algunos
militantes; pero no tuvo nada que ver con una crítica sobre que hicieran
mal las cosas en aquellos momentos
. La determinación de dejar el
partido como opción política se debió a otras razones.
— ¿Qué razones?
La gente se siente como si tuviera que expresar agradecimiento por
ser recibida por el juez. En algunos casos, incluso, preguntan cuánto
deben
—El choque más grande para mí fue participar en la campaña
electoral.
Realmente fue una sorpresa. Creo que me metieron en los
mítines porque pensaron que, como tenía costumbre de hablar, lo haría
bien, y fue un rotundo fracaso.
A mí me gustaba hablar, pero para
convencer, y me hice una especie de guión de mitin para convencer.
Pero
cuando llegué allí y me di cuenta que había que decir las cosas con
pausas, para que la gente aplaudiera, y que era más bien un espectáculo
sensible y emotivo, con símbolos, pues me repugnó. Me parecía que se
decían cosas que no eran verdad, que sólo se decían para quedar bien.
Manuela Carmena decidió entonces dejar el derecho; incluso pensó
hacerse perito agrícola, pero las matemáticas le hicieron desistir
. Así
que se inclinó, finalmente, por algo distinto, aunque dentro de las
leyes.
Una especie de "ruptura dentro de un orden". Sonríe Carmena
cuando le digo que pasar de un despacho laboralista
rojo a ser
la señora juez
tiene que ser algo muy distinto a la hora de aplicar la ley. "Es muy
distinto, sí.
Me gusta trabajar con la gente desde siempre, y ahora me
viene, la escucho, y se me pasa el tiempo sin darme cuenta.
Cuando era
abogada también me pasaba eso, con la diferencia de que entonces te
sentías menos libre.
Una persona te ha escogido como abogado y la tienes
que aceptar, ir con ella a todas partes. Sin embargo, como juez puedes
disfrutar del contacto con las personas con una cierta independencia,
puedes elegir.
Esa primera impresión me ha resultado muy agradable.
Luego hay una segunda parte: que tengo siempre muy presente cómo veía yo
a los jueces cuando no lo era; entonces procuro hacer cosas que a mí me
hubiera gustado que los jueces hicieran".
—¿Cómo los veía?
—Cuando era abogada veía al juez muy lejano, muy distante, muy poco
accesible; por eso yo trato de ser todo lo contrario.
Trato que el
juzgado no sea lo que aparentemente es: montañas de papeles, un poco lo
de
El proceso, de Kafka.
Porque esos papeles judiciales que en
apariencia no son nada tienen un contenido importantísimo para la
gente
. Detrás de los papeles judiciales hay problemas e historias de
fracasos, de amor, de desamor, ruinas económicas, delitos...
—Creo que su llegada a La Palma produjo una auténtica revolución en
los juzgados; que las mujeres prácticamente hacían cola para hablar con
la juez.
—En los juzgados de pueblo el juez es algo más cercano.
Se le conoce,
se sabe cómo se llama, dónde vive, la gente tiene una tendencia a ir al
juez; lo que quizá les pudo sorprender más fue encontrar una actitud
más de igualdad, más demócrata.
En la mayoría de los casos la gente se
siente como si tuviera que expresar agradecimiento por ser recibida por
el juez.
En algunos casos, incluso, preguntan cuánto deben.
Yo procuro
disculparme cuando tengo que hacer esperar, y veo que se quedan muy
sorprendidos cuando les digo que los jueces estamos al servicio de la
sociedad y de las personas que nos quieran ir a ver, y que el Gobierno
nos paga para eso.
Me he dado cuenta de que les causa mucha extrañeza.
En cuanto a las mujeres, en La Palma, es un capítulo muy especial
. Es
una sociedad con bastantes problemas, de poco desarrollo, donde la
mujer está muy explotada y recibe frecuentes malos tratos.
Y en una
sociedad donde la mujer no tiene ninguna independencia económica todos
éstos problemas tienen más dificultad para solucionarse, porque no
tiene alternativa; está con el marido, y si el marido no le paga tiene
que buscarse otro hombre, porque su única posibilidad, y ahora no se
encuentra, es el trabajo de limpieza
. Entonces ese tipo de mujer
sencilla, de entrada, al ver una mujer se sentía mejor y te empezaba a
contar su vida.
Y salía todo lo que es una vivencia matrimonial, esas
terribles historias de amor y desamor que pasan todos los matrimonios
litigiosos, se creaba una situación de muchísima más confianza, que no
podía surgir con un hombre.
—Debe de ser divertido eso de pasar, en poco tiempo, de correr de los guardias a que se le cuadren.
Una cosa que me sorprendió muchísimo es que cuando se produjo el 23
de febrero fuera competente la jurisdicción militar del conocimiento de
los hechos. Eso para mí es incomprensible
—Quizá, más que divertido, resulta extraño.
El mundo militar tiene
unas normas de comportamiento muy propias, y para quienes no hemos
tenido contacto con él nos resultan extrañas.
Yo nunca he sabido bien
qué tratamiento emplear con todo tipo de autoridades militares.
Me
acuerdo que una de las veces que estuve detenida en la Dirección General
de Seguridad necesitaba ir al servicio, y con toda mi buena voluntad yo
gritaba por el ventanuco: "¡Guardia! ¡Guardia!" Hasta que vino uno y me
dijo que se les llamaba
señor agente.
Creo que a todo
estamento militar, en general, el trato de trabajo con una mujer que
puede ser su superior les resulta bastante desacostumbrado, les
desconcierta.
Yo recuerdo en La Palma, un día que estaba en casa
haciendo la comida, con calcetines, unos zuecos y un delantal a cuadros,
una pinta absolutamente innoble para una autoridad, y llegó un guardia
civil a darme un parte, y yo veía que al pobre guardia civil, que se
había cuadrado al saludar, se le caía la mano, que había un peso de
gravedad desde la sien hasta el suelo, que le resultaba absolutamente
difícil mantenerse cuadrado ante
aquello.
En estos momentos sí
que ves que son los sectores más conservadores.
En algún sector de
jueces, por ejemplo, no les habrá gustado mucho mi llegada; en la
Audiencia de Tenerife había cierta expectación cuando iba
la comunista de La Palma, pero conmigo han procurado estar encantadores, no han tenido ningún tipo de desplante.
Puede que no haya habido desplantes, pero comentarios y anécdotas no le han faltado a
Manuela Carmena
en los dos últimos años, porque esto de ver mujeres en determinados
cargos tradicionalmente masculinos sigue causando desazón, cuando no
franco estupor.
Un oficial de la Marina llegó a pedir
a su señoría
que se fotografiara con él, "porque nunca había visto una juez".
"Es
que allí, en La Palma, cuando van los barcos de guerra, hacen una
recepción con las autoridades. Son recepciones donde las esposas están
en un rincón, en otro las autoridades y en el centro las jovencitas
casaderas, con los tenientes y solteros del barco, llenas de risitas.
Entonces llegué yo y me preguntaron que dónde estaba mi marido, el señor
juez, y cuando contesté: "No, el juez soy yo", pues vi que se quedaban
atónitos, que no sabían qué hacer".
—El mundo de la judicatura es un mundo de fórmulas hechas, a veces
rimbombantes, y tradicionalmente masculino, donde la mujer tiene que
introducir, forzosamente, nuevos componentes, como el que antes aludía
de las mujeres de La Palma. ¿Se nota?
—Realmente es un mundo muy diferente.
A mí me parece muy bien que al
mundo judicial, al mundo de los papeles, lleguen también las vivencias y
el modo de ser de la mujer.
En las sentencias, en las resoluciones, en
los textos de separación, todo viene redactado en un estilo masculino.
Por ejemplo, hace poco, en un pleito de separación, llegó el momento de
confesar la mujer, y tanto su abogado como el del marido y los
procuradores eran hombres, es decir, las dos columnas sobre las que gira
el proceso judicial eran masculinas.
La manera en que se hacen las
preguntas es muy formalista: "¿Confiesa ser cierto...?", y la costumbre
es responder sí o no.
Yo veía que la mujer lo que quería,
fundamentalmente, era desahogar una tensión, contarnos lo que en
resumen era la historia de su fracaso matrimonial, que lo había vivido
día a día y con un sufrimiento tremendo
. Era una mujer terriblemente
femenina, incluso yo diría que un poco cursi.
Iba vestida de rosa, en
fin..., y además lloraba, contaba las cosas entrecortadamente y a veces
nos teníamos que parar porque no le salían las palabras, le salían
raudales de lágrimas.
A mí me parecía que los abogados estaban como
molestos, porque entendían que era exagerado, que las preguntas se
respondían sí o no, y a correr.
Parece que se sentían heridos por
aquella bofetada de sentimentalismo e intimidad con que de repente se
había llenado la sala de vistas.
Pero a mí me pareció bonito el que se
empaparan de ello, porque pensaba que aquella mujer había estado muchas
horas machacada dándole vueltas y ahora era su juicio, y tenía derecho a
que todos la oyeran.
—¿Qué pasaría si ahora le llegara un caso por aborto, donde tuviera
que aplicar la ley en contra de sus criterios personales, por ejemplo?
Esta es una de las preguntas más difíciles que me ha hecho... Tendría
presentes todas las circunstancias que habían concurrido en ese hecho,
hoy todavía punible, puesto que pienso que no debería serlo.
Lo que me
parece importante es que el juez tenga la suficiente sensibilidad para
saber cuándo una ley está siendo socialmente rechazada, y si una ley es
socialmente rechazada por muchos sectores, eso indica que tiene que
cambiarse, y el juez debe aplicarla con todos los criterios que
permiten los principios generales de derecho
. Es decir, que nunca se
puede olvidar que la ley está hecha para la sociedad y no la sociedad
para la ley. No se debe inculpar o responsabilizar cuando hay un rechazo
social importante.
—Hace poco, en un debate sobre
El imperio de la ley, se
afirmaba que la Administración de justicia española no se había adaptado
aún a la Constitución.
Más claro: que de demócrata, poco.
Lo que me parece importante es que el juez tenga la suficiente
sensibilidad para saber cuándo una ley está siendo socialmente rechazada
—Creo que la idea que yo tengo de la democracia, que es una idea
profunda de lo que es un país y un sistema con libertades, me parece que
no, que los estamentos judiciales no han asumido esa idea
. A mí, por
ejemplo, una cosa que me sorprendió muchísimo es que cuando se produjo
el 23 de febrero fuera competente la jurisdicción militar del
conocimiento de los hechos
. Eso para mí es incomprensible; que el
legislativo haya aceptado en el Código de Justicia Militar una cláusula
que, de una manera indirecta, viene a restar todo el peso de la
Constitución, en la que clarísimamente delimita que solamente la
jurisdicción castrense deberá conocer de los temas castrenses, me
parece un desastre y totalmente sorprendente.
Entonces, que no haya
habido una reacción del poder judicial en este tema me indica que no
está muy arraigado el sentimiento democrático dentro de la organización
judicial.
Además, creo que el comportamiento de las propias estructuras
judiciales, jueces, presidentes de las audiencias, etcétera, sobre el
23 de febrero ha sido decepcionante, especialmente en las demarcaciones
de las jurisdicciones castrenses, que fueron asumidos los poderes a las
autoridades civiles.
Es algo impensable que inmediatamente no haya
habido algún tipo de protesta, y, según tengo entendido, no se ha
producido por parte de los correspondientes estamentos judiciales.
Me
parece fundamental que quede clarísimo que un golpe de Estado es
absolutamente ilegal en una sociedad democrática, y que tiene que ser
terminantemente rechazado por el poder judicial, que es el que tiene que
impedir el delito.
Es que mi sorpresa fue grandísima, porque además,
como tenía recientísimas las oposiciones a juez, me acordaba
perfectamente del delito que decía: "Aquellos que invadan violentamente
las Cortes estando reunidas...". Sabía que era un delito tipificado
en el Código Penal, y por el hecho de que fuera cometido por los
militares, con la Constitución en la mano no tenía por qué no juzgarse
por la jurisdicción ordinaria.
Parece que no se dieron cuenta de ese
error, pero creo que es significativo que no haya habido protestas del
estamento judicial.
Pienso que cuando llegan unos militares al juez y le
dicen que asumen sus poderes, el juez tiene que decir que de ninguna de
las maneras se va, que no, aun a riesgo de asumir las consecuencias.
—Como contrapartida, últimamente, hay un endurecimiento visible en
determinadas sentencias, especialmente en aquellas que afectan a la
libertad de expresión, como el
caso Vinader.
—Personalmente, esto me parece gravísimo, ya que ni siquiera durante
la época del Tribunal de Orden Público recuerdo que hubiera sentencias
de este tenor, puesto que es introducir criterios jurídicos nuevos que
parece que tratan de limitar la libertad de expresión y, por tanto, de
no aceptar la democracia.
Me parece que era Voltaire el que decía que el
principio de publicidad es tan sagrado que le podían juzgar sus peores
enemigos siempre que lo hicieran públicamente, que con eso se quedaba
tranquilo. Hoy día no hay que olvidar que el principio de publicidad
pasa por la Prensa; es lo que decía Voltaire, que esas decisiones sean
transparentes, cristalinas y puedan ser justificadas y explicadas
.
Claro, si a los periodistas se les cohíbe o amenaza, si de alguna manera
tienen esa especie de espada de Damocles sobre sí, esa punta aguda que
debe de ser la Prensa deja de serlo, y esa publicidad que exigen todos
los procesos, pues se pierde.
Y la publicidad no consiste en que el
alguacil abra una puerta del juzgado y diga: "¡Audiencia pública!", y
los cuatro viejecitos que no tienen nada que hacer entren.
Le verdadera
audiencia pública, hoy día, es la Prensa, la radio, la televisión.
Y en
este sentido, una de las cosas que me encantaría, y creo que se debería
ya empezar a insistir en ello, es que el juicio del 23 de febrero sea
televisado, ya que todos los españoles tienen derecho a saber cómo se va
a juzgar a esas personas y saber por qué se les va a juzgar de una
determinada manera y se les va a condenar.
Creo que el Watergate
fue importante en Estados Unidos, pero el 23 de febrero es más
importante todavía para nosotros.
Hay que insistir en ello, me parece
sumamente importante para el ciudadano.
Nos hemos quedado solas en el inhóspito juzgado de El Escorial. Han
desaparecido con la tarde las montañas recortadas detrás del ventanuco,
y los funcionarios han ido pasando para decir adiós a doña Manuela, que
encaja el tratamiento muy seria, como si los tiempos laboralistas del
tuteo y el Manola quedaran muy atrás. "Esa sensación que tengo ahora de
colaborar en que la justicia sea para el pueblo también me parece una
determinada forma de hacer política”.