Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 may 2015

El ‘tacongate’....................................................................... María Porcel

Los zapatos de tacón, ingenios de belleza y dolor. Últimamente bajarse de ellos los está convirtiendo en púlpitos donde alzar la voz.

Ines de la Fressange en el Festival de Cannes. / Cordon Press

Ay, los zapatos de tacón.
 Ríos de tinta se ha escrito sobre ellos, y esta semana su cauce ha subido hasta casi, casi desbordarse.
Ingenios de belleza y dolor (quien diga que los pies no duelen tras dos horas sobre unos tacones de 12 centímetros, miente, créanme), últimamente bajarse de ellos los está convirtiendo en púlpitos donde alzar la voz
. Los Globos de Oro y los Oscar (estos menos, la corrección política y tal...) prendieron la mecha. ¿Por qué hay que encaramarse a ellos? ¿Por qué solo las mujeres deben subirse, sin opción, a los que para muchas son los potros de tortura del siglo?
Bien está si se eligen, si se decide optar por maravillas arquitectónicas y visuales de nombre propio —los manolos, los louboutines— que alargan y embellecen mientras machacan los juanetes.
Seis meses después de aquellos polvos, los lodos llegan a la Croisette.
 Unas mujeres fueron desterradas en un estreno del ¿liberal? Cannes por no llevar tacones: iban de plano, por problemas de salud.
 Al festival parece no gustarle que las mujeres pierdan un palmo en sus eventos
. Directores y críticos han hablado... y actores, que es a quien al final escuchamos.
 Se enfada Emily Blunt: ella adoooora sus Converse. Se solidariza-mofa Benicio del Toro: él irá en tacones al estreno de su peli.
Nada. Ni Francia, ni liberté, ni nada: Blunt se calzó unas sandaliazas plateadas,
 Del Toro unos cómodos zapatos de piel
. Esa alfombra no se pisa sin tacones (Inès de la Fressange, tú no cuentas)
. Bien está que las actrices hagan lo que quieran. Pero lo que quieran, que lo hagan. Seriedad, unión, determinación
. Por el bien de muchos juanetes.

 

El misterio de Tina Modotti............................................................. María Minera

Ni politizada ‘femme fatale’ ni trágica víctima del destino: la artista italiana fue una fotógrafa excepcional

Su amante y mentor, Edward Weston, dejó escrito que le gustaría haber firmado algunas de sus instantáneas.

 Una exposición recupera ahora su deslumbrante legado

Retrato de Tina Modotti. / Tina Modotti (Cortesía de throckmorton fine art)
"Había un café donde solían reunirse políticos empistolados, toreros, criminales y actrices de vodevil. Pero la persona más espectacular de todas era una fotógrafa, modelo, cortesana de alto coturno y Mata Hari de la Komintern.
 Fue la heroína de un truculento asesinato político y era lo que supongo se llama una belleza universal”.
Así describe el poeta Kenneth Rexroth a Tina Modotti (Italia, 1896-México, 1942) en sus memorias. Seguramente no era el único que pensaba que ella era todas esas cosas.
 En la época en que vivían –entre una guerra y otra– no era frecuente ver a una mujer hermosa y con ideas radicales acerca de casi todo (sexualidad, educación, clases sociales, arte) pasearse con desenfado, cámara en mano, por los círculos artísticos e intelectuales de Ciudad de México, donde la conoció Rexroth, quien, hombre de su tiempo al fin, la llama prostituta, espía y hasta conspiradora política, cabe suponer que en un intento de darle glamour a un personaje que le aterroriza, según confiesa, y al que no consigue leer más allá de la superficie.
La figura de Modotti, a la que la Fundación Loewe dedica su primera exposición individual, en el marco de PhotoEspaña (del 28 de mayo al 30 de agosto en la tienda de Loewe de Gran Vía, 26, en Madrid), siempre ha estado rodeada de un halo de misterio.
 En realidad se sabe poco de su vida, pues, además de sus fotografías, no quedó mucho más rastro de ella que las tres películas mudas en las que participó como actriz a principios de los años veinte; el texto donde plasmó sus ideas sobre la fotografía; las cartas que envió a su maestro, Edward Weston; los testimonios de la gente que la conoció, y un par de sucesos que la prensa de ese tiempo se encargó de ensalzar.
Datos más bien escasos, alrededor de los cuales se ha construido una leyenda que suele mostrar a Modotti ya sea como una femme fatale hiperpolitizada o, por el contrario, como una trágica víctima del destino (“Pobre chica, qué vida más tormentosa”, anotó Weston en su diario).
El tipo de material que hace las delicias de un biógrafo. Baste revisar los títulos de algunos de los libros que se han escrito sobre ella (Una vida frágil, Un cuento de amor y revolución, Vivir y morir en México, Una mujer sin país, Una vida en la historia) para darse cuenta de lo fácil que es caer en la tentación de observar a Mo­dotti desde ese ángulo donde su fotografía sirve para poco más que ilustrar los pormenores de su desdichada existencia.
 Y es que, en efecto, tiene todos los ingredientes de un culebrón: joven italiana de clase obrera que se abrió paso, primero en Hollywood y después en la vanguardia artística internacional, para luego convertirse en una luchadora social “siempre dispuesta”, según Pablo Neruda, “a lo que nadie quiere hacer: barrer las oficinas, ir a pie hasta los lugares más apartados, pasarse las noches en vela escribiendo cartas o traduciendo artículos. En la guerra española fue enfermera para los heridos de la República”.
De clase obrera, se abrió paso en Hollywood y en la vanguardia artística, y fue una luchadora siempre dispuesta, según Neruda, a lo que nadie quería hacer
En el camino, además, perdió a dos de sus grandes amores: el poeta y pintor Roubaix de l’Abrie Richéy, que murió de viruela, y Julio Antonio Mella, revolucionario cubano, balaceado en el centro de Ciudad de México cuando salía con Modotti de un mitin.
 Ella, por si fuera poco, tuvo que sufrir el acoso de la prensa, que la señaló como autora del crimen, supuestamente pasional, y de la policía, que registró su departamento y confiscó cartas y fotografías. Al poco tiempo se la acusó nuevamente de ser parte de un complot para asesinar al presidente recién electo de México, por lo cual fue detenida y más tarde expulsada del país
. Después de deambular algunos años por Europa, volvió a México, pero solo para morir en sospechosas circunstancias, a los 46 años, a bordo de un taxi que la llevaba de regreso a casa. Algunos hablan de una purga comunista.
 Otros, simplemente, de un infarto.
Sin embargo, nunca ha cabido la menor duda de que fue una artista excepcional. Weston, que también fue su amante, se dio cuenta de inmediato, y hasta le escribió a un amigo para expresarle su entusiasmo:
 “Tina ha hecho una foto que me gustaría poder firmar con mi nombre; eso no me sucede a menudo. Las fotografías de Tina no pierden nada en comparación con las mías, expresan lo suyo”. Era el comienzo de 1924 y ella había aprendido a usar una cámara hacía apenas seis meses.
Las fotos que tomó entonces se parecen mucho a las de Weston, en parte porque fueron realizadas en los mismos escenarios y reveladas con la misma técnica.
 Pero también porque había una búsqueda común: la de crear un lenguaje puramente fotográfico.
En este sentido, la llegada a México fue crucial para ambos, tal vez incluso más para Weston, cuya producción se transformó por completo con la aparición de las primeras imágenes de objetos aislados (por ejemplo, la del juguete mexicano), de las cuales Modotti hizo sus propias versiones (como la famosa toma cerrada de las rosas). Invitados por la revista Mexican Folkways, realizaron una serie de viajes por el interior del país que plasmaron en fotografías que habrían de inspirar al pintor Diego Rivera a decir que “muy pocas expresiones plásticas modernas me producen un goce más puro y más intenso que las muchas obras maestras de Weston y Modotti”.
'Calla Lily' (1924-1926). / Tina Modotti
Para ella, sin embargo, México fue decisivo también por otra razón: la puso en contacto con una realidad que despertó su sentido de la responsabilidad política.
 Y eso dio origen al conflicto que más la atormentó en la vida (más que sus amoríos), y que ella expresó con toda claridad en una carta que envió a Weston en julio de 1925, cuando él se encontraba en California junto a su familia (esposa incluida): “No he sido muy ‘creativa’, como puedes ver –menos de una impresión al mes–. ¡Qué terrible! […]
 No puedo, como alguna vez me propusiste, ‘resolver los problemas de mi vida perdiéndome en los problemas del arte’ […] Debería haber un equilibrio [pero] en mi caso, la vida lucha en todo momento por el predominio, y el arte, naturalmente, se resiente […] en otras palabras, pongo demasiado arte en mi vida y, por tanto, no me queda mucho que dar a mi arte”.
Ese fue el verdadero drama de Modotti: la oposición entre sus ganas de llevar la fotografía hasta sus últimas consecuencias estéticas y su necesidad, cada vez más apremiante, de participar de algún modo en la mejoría del mundo
. Anhelo que, por ejemplo, la llevó a finales de los años veinte a poner su cámara al servicio de las Escuelas Libres de Agricultura, creadas por el científico e independentista indio Pandurang Khankhoje, que ofrecían “enseñanza rural y consulta gratuita” a los campesinos.
Para Modotti la fotografía era, por encima de la pintura, el medio idóneo para “registrar la vida objetiva en todas sus manifestaciones”, y pensaba que si a eso se le añadía “sensibilidad y comprensión del asunto y, sobre todo, una clara orientación del lugar que debe tomar en el campo del desenvolvimiento histórico”, el resultado sería “digno de ocupar un puesto en la producción social”.
 Sus fotos del proyecto de Khankhoje pueden contarse entre los ejercicios más tempranos de fotorreportaje social.
El problema era que a Modotti le importaba demasiado la fotografía como para seguir con su vida de activista y que las imágenes no fueran más que un medio de subsistencia –cada vez las requerían más en periódicos y revistas–.
 Prefería no sacar ninguna foto antes que sacrificar la calidad, que tanto valoraba.
'Diego Rivera trabajando' (a la izquierda, de espaldas). / Tina Modotti
De Weston había aprendido no solo la técnica, también su visión de la fotografía, ubicada en las antípodas del pictorialismo dominante de la época
. El fotógrafo, pensaba Weston, debía dejar atrás los vanos intentos de copiar a la pintura para producir imágenes honestas, sin trucos
. Eso que hacía proclamar a Siqueiros que “Weston y Modotti crean Verdadera Belleza Fotográfica [pues] las cualidades materiales de las cosas y objetos que retratan no podrían ser más Exactas: lo que es áspero es áspero; lo que es liso es liso; lo que es carne está vivo”.
Pero Modotti no solo se sumó a la batalla “contra los miopes, que siguen mirando a este siglo XX con ojos del siglo XVIII y que, por tanto, son incapaces de aceptar las manifestaciones de nuestra civilización mecánica”; la llevó más lejos.
Para ella la fotografía se volvió un arma.
 Weston, en cambio, siguió produciendo imágenes fotográficas puras.
 Fue casi como si hubieran decidido moverse en sentidos opuestos: mientras Weston iba cada vez más adentro, acercándose a los objetos hasta casi volverlos irreconocibles, Modotti abría más y más el plano para captar escenas que hablaban del presente (Manifestación de trabajadores, de 1926, es un buen ejemplo)
. Es decir, que abandonó el estudio y salió a la calle, a los barrios bajos de la ciudad, donde descubrió, a decir de su amigo Carleton Beals, “a tipos tan terribles en sus miserias que alcanzan las exageraciones de Miguel Ángel”.
Beals lamentaba que Modotti, que era “espléndida en la naturaleza muerta, los retratos y los detalles arquitectónicos”, se hubiera comprometido socialmente. Pero entendía que “las cualidades movedizas de la vida la atraían mucho más que los estudios estáticos”. A esto se sumaba un deseo de alcanzar un público mayor, por eso prefería la “instantánea” a las “perfectas impresiones con platino para ricos coleccionistas”.
 Y con el tiempo, ni eso: el problema de la vida y el arte se resolvió al irse de México. Intentó registrar la nueva realidad que se le presentaba, pero ninguno fue tan poderoso como las imágenes que hizo allá.
 Tal vez supo entonces que su carrera de fotógrafa había llegado a su fin. Según Neruda, incluso arrojó al río Moscova su cámara Graflex, “y se juró a sí misma consagrar su vida a las más humildes tareas del partido comunista”.
 O tal vez pensó que algún día volvería a tener sentido hacer fotos
. Cuenta la leyenda que de vuelta en México sacó algunas que se perdieron.
 Cómo saberlo. La última imagen conocida, curiosamente, está tomada desde un barco.
 Quizá después lanzara la cámara al agua.

 

La argentina ‘Paulina’, de Santiago Mitre, gana la Semana de la Crítica........................... Gregorio Belinchón

El cineasta triunfa con otra fábula política, tras 'El estudiante'

 

Un fotograma de 'Paulina'.
El argentino Santiago Mitre obtuvo anoche el Gran Premio de la Semana de la Crítica con Paulina (La patota), y el premio revelación fue para el colombiano César Augusto Acevedo por La tierra y la sombra.
 La Semana de la Crítica es la sección paralela, creada en los años sesenta, del festival de Cannes en la que se proyectan primeras y segundas películas
. Paulina es la segunda película de Mitre (Buenos Aires, 1980), que con la primera, El estudiante, ganó el festival de Gijón. En total en la Semana participaban siete largometrajes.
Mitre construye, como en El estudiante, una fábula política. En esta caso habla de las convicciones y del derecho a decidir de su protagonista –encarnada por Dolores Fonzi-, y para ello ha hecho su propia versión de La patota, el drama de 1961 que dirigió en 1961 el ya fallecido cineasta francoargentino Daniel Tinayre con su esposa, Mirtha Legrand, como protagonista.

“Estoy muy feliz y orgulloso por el premio. Gracias a Charles Tesson y a todo el comité de selección por confiar y ser tan cálidos con nosotros y con la película.
 Es un día muy importante para mí y para todos los que hicimos La patota.
  Uno empieza a entender su propio trabajo cuando lo comparte con el público, cuando empieza a ver las reacciones, las emociones, las ideas que derivan de ella.
 Antes son apenas intuiciones, ideas sueltas...
 Hacer una película es casi un ejercicio de convicción.
 Y la película habla sobre eso.
 Sobre la convicción, sobre la justicia, sobre la política, a través de un personaje femenino muy particular como el de Paulina”, dijo anoche Mitre en un mensaje que dejó a sus dos productores, porque el cineasta ya había abandonado Cannes.
El director argentino Santiago Mitre, en Madrid en julio de 2013. / ÁLVARO GARCÍA
Paulina es una mujer comprometida que encara una futura y exitosa carrera como abogada, pero decide dedicarse a la enseñanza en una zona desfavorecida.
 Tras ser violada por sus alumnos y pese a las complejas decisiones que debe afrontar, decide mantenerse firme en sus convicciones y seguir con su labor de maestra.
La actriz y directora isarelí Ronit Elkabetz (protagonista y correalizadora de Gett, el divorcio), que presidía el jurado, dijo que la película de Mitre “impresionó a todos por las cuestiones que plantea y por cómo la protagonista sigue creyendo en la humanidad a pesar del riesgo que corren su vida y su cuerpo”.
La tierra y la sombra, un drama sobre la identidad y los efectos de la guerra, se llevó los galardones SACD y al filme revelación France 4. En 2012 el español Antonio Méndez Esparza se llevó la Semana de la Crítica con Aquí y allá.

Juan Cruz reúne sus entrevistas en el libro ´Toda la vida preguntando´.................................ana mendoza

Juan Cruz ha sido desde niño "un atrevido" y ha sentido curiosidad por multitud de cuestiones. Esa forma de ser, más "el respeto hacia el otro", le han venido muy bien en sus entrevistas con grandes escritores, treinta de las cuales están reunidas en el libro Toda la vida preguntando.
 En esos encuentros ha procurado "robarle el alma" al entrevistado, como quiso hacer Rudyard Kipling con Mark Twain, y ha tratado de tener en cuenta "al ser humano".
 La mayoría de las veces le ha ido bien pero no le han faltado "malas experiencias", sobre todo con músicos y escritores "en promoción, y con políticos, que siempre están en promoción". "Si los políticos no te dejan libertad total para preguntar, tu conciencia se siente limitada y entonces no es interesante la entrevista", afirma Juan Cruz, adjunto a la dirección de El País y Premio Nacional de Periodismo Cultural, en una entrevista con Efe, con motivo de la publicación de su nueva obra por Círculo de Tiza.
El libro contiene algunas de las entrevistas que Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) le ha hecho a escritores a lo largo de más de cuarenta años, entre ellos a nueve premios Nobel: Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Saramago, Orhan Pamuk, Doris Lessing, Imre Kertész, Le Clézio y Günter Grass.
Para su primer encuentro importante, con Julio Caro Baroja, su madre le compró un pantalón gris, una chaqueta "blazer" azul, una camisa a juego y una corbata oscura. Y con ese atuendo aparece en la fotografía inicial que ilustra "Toda la vida preguntando". Tenía veinte años cuando se puso delante de Caro Baroja, un hombre "amable, sincero, un poco nostálgico y algo escéptico", pero en realidad había empezado a trabajar a los catorce en diferentes periódicos. Y a Neruda lo entrevistó en 1970, cuando el poeta chileno pasaba por Tenerife. Neruda no quería bajar del barco porque suponía "pisar territorio franquista", pero Juan Cruz lo convenció y la charla tuvo lugar en tierra.
En el prólogo, Vargas Llosa dice que Juan Cruz "tiene la cualidad de hacer sentir cómodas a las personas que entrevista, animándolas en un diálogo que es siempre cordial, respetuoso y sólidamente informado, a hablar sobre sí mismas y revelar sus ambiciones, sus éxitos y fracasos más secretos". En su opinión, "no se puede, por ejemplo, empezar una entrevista con Vargas Llosa preguntándole por su enfrentamiento con García Márquez porque la conversación irá a trompicones. Si en el momento oportuno sale ese tema, se puede preguntar y él dará la respuesta que siempre ha dado, pero el lector no se sentirá decepcionado de que no esté la pregunta", añade el autor de Ojalá octubre o Retrato de un hombre desnudo, entre otras obras.
Y nunca se debería ir a las entrevistas "con prejuicios". Sin embargo, él los llevaba cuando se la hizo a Isabel Preysler, reconoce. Al pasarle el texto antes de publicarlo, Isabel Preysler le comentó a Juan Cruz que se notaba que tenía "una idea preconcebida" de ella. "No has puesto tus preguntas y yo he quedado como una imbécil", le dijo la exmujer de Julio Iglesias. El periodista le dio la razón y rehizo la entrevista incluyendo sus preguntas.
En la que le hizo a García Márquez, le sacó a colación su relación con Cuba y el Premio Nobel le espetó: "Yo creí que al fin ibas a hacerme una entrevista original sin preguntar lo mismo de siempre". Pero respondió con gusto y le dijo que lo primero que tenía que lograr Cuba era que Estados Unidos suspendiera "el bloqueo". Y eso fue en 1991.
En la de Susan Sontag se nota que la escritora era "muy dura y muy arrogante". Ese tipo de entrevistas "son difíciles porque el entrevistado impone sus reglas de ánimo". Algunos escritores le dejaron una huella especial, como Emilio Lledó, Miguel Delibes, Günter Grass, John Berger, Onetti, Steiner, Le Clézio y Vargas Llosa.
 Y, en la entrevista que le hizo a J.K. Rowling, se le cayeron los tópicos que le habían contado sobre la creadora de Harry Potter. Quizás ayudó el queso de Cabrales que le llevó como regalo.
Juan Cruz reúne sus entrevistas en el libro ´Toda la vida preguntando´ Juan Cruz reúne sus entrevistas en el libro ´Toda la vida