Entrevista Emilio Lledó
Desde que nació el nº 1 de esta revista tuvo por objetivo
entrevistar a Emilio Lledó, porque en él reconocemos al capitán de toda
una generación de pensadores.
Lo encontramos finalmente en su otra casa, la Real Academia de la
Lengua, donde acude a las reuniones de los jueves, y charlamos con él
rodeados de libros antiguos, en su impresionante biblioteca
. Un auténtico placer.
Igual hubiéramos estado más cómodos en su casa de
verdad, pero quizá cegados por la impaciencia no dejamos escapar la
oportunidad que tanto tiempo hemos esperado
. Allí preguntamos y
escuchamos a uno de los profesores más queridos y admirados que ha dado
la filosofía española en los últimos 50 años.
Su magisterio ha adquirido
un aura solo comparable con la de los maestros más grandes, y sus
antiguos alumnos hablan de él con una devoción comparable a la que
demostró Hanna Arendt por el “mago de Messkirch”.
Si a Heidegger se le
ha llamado “el maestro de Alemania”, nosotros deberíamos considerar a
Lledó “el maestro de España”. Con la humildad que le caracteriza, sin
impostura, afirma considerarse, simplemente, “un profesor de filosofía
que ha dedicado parte de su vida a estudiar la filosofía y que lo ha
pasado muy bien enseñando a los demás”.
Como Sócrates, que también era
un gran maestro. Y serlo es una inmejorable pasaporte para ser también
el gran gran filósofo que es.
En su último libro, «Los libros y la libertad», reflexiona sobre la importancia de ese objeto tan humilde que es el libro. ¿Qué significan para usted?
Para mí, los libros significan la memoria
En su último libro, «Los libros y la libertad», reflexiona sobre la importancia de ese objeto tan humilde que es el libro. ¿Qué significan para usted?
Para mí, los libros significan la memoria
. Yo creo que los seres humanos
somos fundamentalmente memoria y lenguaje. Si no tuviéramos memoria, no
sabríamos quiénes somos
. Por eso, siempre he defendido la tesis de que
debemos tener memoria, no solo individual sino también colectiva.
Estos
libros que usted ve aquí son parte de la memoria histórica de la vida
intelectual de nuestro país y de la vida personal de aquellos que un día
decidieron escribir su oralidad; escribir las palabras que pensaban,
las palabras que deseaban, las palabras que buscaban.
¿Y qué nos pueden aportar los libros de filosofía frente a otros?
Para una persona que no se dedique a la filosofía puede haber libros que le resulten difíciles, pero el libro filosófico es la transmisión de lo que los seres humanos han querido entender sobre las grandes cuestiones de la existencia (la justicia, la verdad, la bondad, etc.) y también para saber qué es lo que somos, cuál es el futuro colectivo de una serie de personas que constituyen una nación, un pueblo o una humanidad.
¿Y qué nos pueden aportar los libros de filosofía frente a otros?
Para una persona que no se dedique a la filosofía puede haber libros que le resulten difíciles, pero el libro filosófico es la transmisión de lo que los seres humanos han querido entender sobre las grandes cuestiones de la existencia (la justicia, la verdad, la bondad, etc.) y también para saber qué es lo que somos, cuál es el futuro colectivo de una serie de personas que constituyen una nación, un pueblo o una humanidad.
Creo
que una de las grandes globalizaciones que hay que tener es la de la
cultura, la del progreso intelectual.
Como especialista en filosofía antigua, ¿qué podemos aprender en los libros de filósofos como Platón, Aristóteles, Epicuro?
Yo soy especialista en filosofía antigua, pero también me interesa mucho la filosofía moderna.
Como especialista en filosofía antigua, ¿qué podemos aprender en los libros de filósofos como Platón, Aristóteles, Epicuro?
Yo soy especialista en filosofía antigua, pero también me interesa mucho la filosofía moderna.
He vivido muchos años en Alemania y eso me ha
hecho interesarse por la filosofía del idealismo alemán, lo que pasa es
que tengo la suerte de poder leer en latín y en griego, y esa suerte la
pongo sobre los grandes filósofos de la cultura griega, que
efectivamente siguen estando vivos para nosotros, como Platón,
Aristóteles, Epicuro o Plotino.
Toda la cultura griega es una cultura de
una riqueza tal que a mí me sorprende que aún podamos leer La República
o El Fedón de Platón, o la Metafísica de Aristóteles y que después de
25 siglos nos sigan diciendo cosas
. Por eso, me parece tan importante
que se cultive que a los alumnos, cuando se les enseñe a leer, se les
enseñe también a amar el lenguaje.
Ese alimento de la sensibilidad es
una cosa esencial para la educación de los niños, porque si no se les
abre ese horizonte, siempre quedarán ceñidos a los pequeños problemas de
su personalidad.
Y esa personalidad debe enriquecerse con la lectura,
porque así ampliamos el diálogo que tenemos con nosotros mismos con la
voz de Cervantes, de Galdós, de Lorca o de quien queramos.
Usted ha contado muchas veces la historia de ese maestro de primaria que le enseñó el aprendizaje de la libertad que usted vincula a la lectura.
Antes lo he dicho en otro contexto: uno no puede ser más que su propia memoria. Creo que esta es una de las experiencias más hermosas de mi vida, y me parece que es un homenaje que debo rendir a don Francisco, que fue un maestro que yo tuve en Vicálvaro, en Madrid.
Usted ha contado muchas veces la historia de ese maestro de primaria que le enseñó el aprendizaje de la libertad que usted vincula a la lectura.
Antes lo he dicho en otro contexto: uno no puede ser más que su propia memoria. Creo que esta es una de las experiencias más hermosas de mi vida, y me parece que es un homenaje que debo rendir a don Francisco, que fue un maestro que yo tuve en Vicálvaro, en Madrid.
Los niños de mi
clase tendríamos ocho, nueve o diez años, y aquel maestro nos enseñó la
libertad, y nos la enseñó de una manera muy concreta.
Después de leer
una página de El Quijote nos decía: “sugerencias de la lectura”. Eso me
pareció tan interesante que no lo he olvidado.
La imagen de aquel joven
maestro en una escuela pública. Yo creo decididamente en la enseñanza
pública, en una enseñanza en la que no sea el dinero el que cambie las
perspectivas o los tipos de enseñanza.
En «Ser quien eres» recopila diversos artículos sobre educación en los que denuncia duramente el
tipo de enseñanza (basada en la asignatura y el examen) que aún predomina en España.
Sí, es que ese tipo de enseñanza, a la que yo llamo “asignaturesca”, es la enseñanza del aprendizaje. Yo creo que el aprendizaje no es importante, sobre todo ahora que tenemos tantos medios de conocimiento e información
En «Ser quien eres» recopila diversos artículos sobre educación en los que denuncia duramente el
tipo de enseñanza (basada en la asignatura y el examen) que aún predomina en España.
Sí, es que ese tipo de enseñanza, a la que yo llamo “asignaturesca”, es la enseñanza del aprendizaje. Yo creo que el aprendizaje no es importante, sobre todo ahora que tenemos tantos medios de conocimiento e información
. Lo importante es crear libertad intelectual y capacidad de
pensar.
Se habla muchísimo de la libertad de expresión, pero en mi
opinión lo importante es la libertad de pensamiento: tener que pensar,
saber qué pensar y no tener la mente aglutinada con pequeños coágulos
que no te permiten entender, mirar o interpretar.
La enseñanza tiene que
ser ese estímulo continuo entre el profesor y el alumno. Cuando yo
utilizaba este adjetivo “asignaturesco” me refería a esa concepción de
exámenes, de controles continuos, de apuntes... En este sentido,
recuerdo mi experiencia en Alemania.
Llegué allí muy joven y me encontré
en la Universidad de Heidelberg, donde no solo no había apuntes ni
exámenes; allí te examinabas cuando tú querías.
Cuéntenos un poco cómo funciona la universidad alemana, cómo cambian los contenidos cada semestre.
Al llegar, me sorprendía que, por ejemplo, Gadamer hablase un semestre de la Fenomenología del espíritu de Hegel y al semestre siguiente sobre El Banquete de Platón, y al siguiente sobre Nietzsche. Y, claro, yo iba buscando “la asignatura”, ¡pero no había!
Cuéntenos un poco cómo funciona la universidad alemana, cómo cambian los contenidos cada semestre.
Al llegar, me sorprendía que, por ejemplo, Gadamer hablase un semestre de la Fenomenología del espíritu de Hegel y al semestre siguiente sobre El Banquete de Platón, y al siguiente sobre Nietzsche. Y, claro, yo iba buscando “la asignatura”, ¡pero no había!
¿Dónde está el temario? ¿De
qué tomo apuntes? Y después estaban los seminarios
. La asistencia a las
clases eran libres, y podía haber alumnos de otras facultades, pero en
los seminarios tenías que hablar antes con el profesor para que te
dejase asistir.
Le decías, por ejemplo, “voy a hacer un curso sobre
Píndaro en filología clásica”, y él te contestaba: “¿Y por qué no sigue
antes un curso sobre sintaxis?”
. Aquello era, como dice Walter Benjamin,
“descubrir la universidad como una pasión por el conocimiento”, por la
libertad de inteligencia, por no tener grumos que te agarren las
neuronas y te impidan fluir con ellas.
Esa idea de creatividad lo ha
expresado toda la gran tradición universitaria alemana. Recuerdo un
texto de Benjamin, que viene de toda la tradición kantiana y de
Guillermo Humboldt, que dice casi textualmente que “obsesionar a los
muchachos con estar cinco o seis años en la universidad para ganarse la
vida es la forma más feroz de perderla”; y esto es algo que, en mi
opinión, se suele hacer. Hay que dejar que los jóvenes se entusiasmen
con la filología clásica, con el derecho romano, con la anatomía
patológica, con lo que sea.
No los acorralemos con la obsesión de que
tienen que ganarse la vida.
La vida se la gana uno o se la pierde, pero
hasta ese momento en que salgas de allí, sueña un poco con los ideales.
¿Por qué es tan importante para usted la educación?
Porque también creo una hermosa frase kantiana, que “el ser humano es lo que la educación hace de él”.
Porque también creo una hermosa frase kantiana, que “el ser humano es lo que la educación hace de él”.
Somos, nos formamos, nos deformamos y nos
transformamos por medio de la educación. Por lo tanto, el mimo a las
instituciones donde esa educación es posible tiene que ser una
característica decisiva de cualquier gobierno y de cualquier política
. Y
ya que he pronunciado la palabra política diré que la política es
esencial en la cultura, y también los políticos
. La política es, según
decía un texto clásico, “lo más arquitectónico, lo más interesante de la
vida social”, porque organiza, armoniza y orienta los distintos deseos e
ideas de los seres humanos, a los que esos políticos tienen que
facilitar la existencia (y no la de ellos).
Hay algún texto de la
filosofía griega en que Platón o Aristóteles se plantean incluso si los
políticos pueden ser felices, porque su vida es darlo todo a los demás
.
Imagínate lo que significa eso en cuanto al cultivo de lo que
Aristóteles llamaba el spoudaios, el hombre decente, el hombre justo que
se entrega a los demás.
¡Qué difícil parece hoy día exigir al político que sea decente!
Es verdad que es un ejercicio difícil, pero el que se mete en política debería hacerlo desde esa directriz de la decencia, una palabra tan sencilla y tan bonita como ser decente.
¡Qué difícil parece hoy día exigir al político que sea decente!
Es verdad que es un ejercicio difícil, pero el que se mete en política debería hacerlo desde esa directriz de la decencia, una palabra tan sencilla y tan bonita como ser decente.
Entregarte a los demás y no
buscar los compromisos con tu propia, cerrada y a veces entristecedora
individualidad y egoísmo.
Hay otro texto de la Ética nicomáquea que dice
que el principio de las relaciones que tengamos con los demás empieza
por la relación que tenemos con nosotros mismos, y para tener una buena
relación con la propia mismidad tienes que encontrarte digno de ti
mismo, no engreído ni falsificador de tu propia personalidad, tienes que
sentirte decente.
Si yo me miro en el espejo y veo en mi historia algo
negativo, sobre todo en relación con mi trato con los demás (y si soy
político, no digamos), tendría que dimitir, pero no dimitir de un cargo,
sino dimitir de ser humano, dimitir un poco de ti mismo.
Según cuenta la leyenda, cuando usted se fue a la Universidad de Barcelona, varios alumnos suyos de La Laguna le siguieron. Un mérito que parecía reservado solo a figuras inmensas como Heidegger.
Una parte es leyenda.
Según cuenta la leyenda, cuando usted se fue a la Universidad de Barcelona, varios alumnos suyos de La Laguna le siguieron. Un mérito que parecía reservado solo a figuras inmensas como Heidegger.
Una parte es leyenda.
Lo que pasa es que yo llegué muy joven a La
Laguna, después de casi diez años en Alemania y de tres como catedrático
de instituto, y para mí aquello fue un reto tan hermoso que me entregué
por completo.
Recuerdo que, en aquellos años, no escribía ni publicaba
nada, no hacía más que preparar clases, pero era porque me parecía un
privilegio el poder tener delante a aquellos jóvenes (que siempre sentí
como compañeros), y creábamos un espacio colectivo en el que yo hablaba y
ellos escuchaban.
Es decir, se creaba un espacio público a través de
las palabras, del lenguaje
. Un lenguaje que les abriera la inteligencia.
En fin, el único mérito que tengo es que me interesaba lo que hacía
.
Amaba mucho la filosofía, pero al mismo tiempo amaba a aquellos a
quienes quería comunicarles mis pequeñas y personales (y muchas veces
carentes de interés) experiencias, pero que eran mías. Y esa es, me
parece, una función esencial del profesor.
Y ese era el rompimiento del
“asignaturismo”. Recuerdo que, recién llegado a La Laguna, se me
acercaron unos alumnos a preguntarme (de forma sensata por parte de
ellos, aunque escandalizante para mí): “Lo que usted dice, ¿nos lo va a
exigir en el examen? ”.
Eso era inocencia por parte de ellos y yo me
quedé absolutamente descolocado.El liberar a los jóvenes de ese estricto
control “asignaturesco”, examinador, me parecía importante.
Hablando de esa función transformadora de la educación, recuerdo esa experiencia que usted cuenta de enseñar alemán a aquellos emigrantes andaluces que iban a trabajar a Alemania “con un no escrito en la frente”. Y también cómo a usted le molesta el tópico ese de que los “andaluces son unos vagos”.
Me parece una injuria
Hablando de esa función transformadora de la educación, recuerdo esa experiencia que usted cuenta de enseñar alemán a aquellos emigrantes andaluces que iban a trabajar a Alemania “con un no escrito en la frente”. Y también cómo a usted le molesta el tópico ese de que los “andaluces son unos vagos”.
Me parece una injuria
. Una de mis experiencias más hermosas es la que
coincidió con mi llegada a Alemania, a principios de los 50, con las
primeras oleadas de obreros españoles que llegaban a trabajar allí.
La
mayoría de esos muchachos eran andaluces. Y no debe de ser muy perezoso
el pueblo andaluz para coger una maleta e irse a un país del que no
conocían la lengua; ellos, que habían nacido con un no escrito sobre la
frente: no al pan, no a la comida, no a la cultura, etc., que tuvieran
valor y entusiasmo para ir a un país del que ya solo el nombre de
algunas ciudades les debería atemorizar.
Y aquellos muchachos fueron
capaces. Porque, como creo que dice Lope (“¡Ay, dulce y cara España,
madrastra de tus hijos verdaderos!”), aquellos eran hijos verdaderos de
este país.
Y el mismo entusiasmo con el que yo entré en la Universidad
de La Laguna y que descubrí en los estudiantes, ese mismo entusiasmo, o
más (porque estaban más desamparados), lo encontré en ellos.
Ese deseo
de aprender, de enriquecerse, lo encontré en las clases que daba en una
cafetería de Heidelberg de gramática alemana a aquellos muchachos, a
quienes nadie había enseñado gramática española. Ese es, para mí, uno de
mis recuerdos más intensos y más hermosos.
Y esto tiene que ver con lo
que decíamos antes, con la igualdad de oportunidades.
Cambiando un poco de tercio, ¿nos puede enseñar la filosofía a ser felices? Lo digo por su opúsculo «El elogio de la infelicidad» ...
Yo me doy cuenta, efectivamente, de que no vivimos ni vestimos como los griegos, pero a pesar de todo seguimos leyéndolos.
Cambiando un poco de tercio, ¿nos puede enseñar la filosofía a ser felices? Lo digo por su opúsculo «El elogio de la infelicidad» ...
Yo me doy cuenta, efectivamente, de que no vivimos ni vestimos como los griegos, pero a pesar de todo seguimos leyéndolos.
¿Qué quiere decir
eso? Que todavía podemos dialogar con sus palabras, lo cual significa
que estas no han envejecido, aunque ya no llevemos clámides ni coturnos
.
Ellos descubrieron una serie de palabras que constituyen lo que, con
más o menos razón, llamamos cultura occidental. Y una de las palabras
centrales de esa cultura griega era la palabra felicidad, eudaimonía,
que significa algo así como tener un “buen diosecillo” o alguien supremo
que te ha mirado con benevolencia y te ha hecho que tengas más ánforas
que otro, y más vestidos y esclavos. Es decir, ser feliz era tener
. Esto
es, si tenías más bienes materiales eso te ayudaba a vivir.
Pero hay un
momento en la cultura griega en que ya no se trataba de tener, sino de
ser
. Algo más sutil, más interior, más personal. Y ese cambio significó
un giro decisivo en la idea de libertad y de felicidad.
Eras feliz si no
te avergonzabas de ti mismo, si te sentías digno de ti mismo. Y eso
tiene que seguir manteniéndose.
Yo creo que la codicia es una de las
muchas enfermedades que padece el hombre lobo, el hombre que cree que la
vida es una lucha
. ¡Naturalmente que es una lucha y una tensión!, pero
siempre he defendido (y creo no equivocarme, aunque si alguien me
demuestra lo contrario, lo aceptaría) que es más importante en la vida
humana el afecto, el espacio amoroso, el espacio de la filía y de la
cordialidad que el de la violencia y el odio. El odio no crea más que
odio y, además, produce la muerte, no solo individual o mental, sino la
muerte de la sociedad en la que el odio sea el elemento enhebrador.
¿Cree usted que está suficientemente presente la memoria de la Guerra Civil y del trabajo de los maestros de la República?
Si no lo estuviera, sería una desgracia.
¿Cree usted que está suficientemente presente la memoria de la Guerra Civil y del trabajo de los maestros de la República?
Si no lo estuviera, sería una desgracia.
Esa tesis de que se abren
heridas me parece falsa. Yo lo que quiero es saber qué ha pasado en mi
país, conocer su historia, y eso no es abrir heridas
. Es tomar
conciencia de las cosas positivas, de las cosas negativas y de los
caminos por los que (creo yo) no hay que seguir adelante en ese olvido.
El Alzheimer colectivo es todavía mucho peor que el Alzheimer
individual, y un país sometido a la falsificación de lo colectivo es un
país condenado
. En mi opinión, no hay futuro en un país si no ponemos el
pasado por delante, para aprender de él.
■ Texto: Gabriel Arnaiz. Fotografías: Deyanira López