"Inútiles en su misión de captar voto, las banderolas se antojan un poema gráfico".
No están en las nubes, pero casi.
Anidan a varios metros del suelo, en las copas de los árboles.
Ahí están, en Madrid, un ejemplo, las sonrisas impertérritas de Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre; las de Ángel Gabilondo y Antonio Carmona; las de Luis García Montero y Raquel López, candidatos a la Comunidad y el Ayuntamiento por el PP, el PSOE e IU, respectivamente.
Rostros congelados en la beatífica pose de mirando al mar soñé de los políticos en campaña, impresos en esas banderolas abrazadas a las farolas que antes eran los gallardetes de la verbena electoral y hoy pasan desapercibidos para unos viandantes abducidos por su móvil.
Inútiles en su misión de captar votos —el sorteo del espacio público ofrece paradojas como que en la muy conservadora calle Serrano campen los carteles de IU—, las banderolas se antojan un poema gráfico.
La imagen de la confusión de muchos candidatos de los partidos clásicos ante el nuevo panorama. Pájaros y pájaras desorientados, varados en su rama, ajenos a lo que ocurre a pie de acera.
El juego de la campaña ha quedado obsoleto y algunos, o no se han enterado, o no quieren enterarse. Han cambiado los jugadores, el terreno y las reglas del juego.
No las de derecho, de momento, pero sí las de hecho.
Según las primeras, los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, no acreditan derecho a esas banderolas al no tener representación en las instituciones.
Los pollos que pueden diezmarles el granero a los gallos viejos no están, pues, en las alturas, sino en el suelo, cacareando y picoteando pienso de aquí y allá, preparando su salto al palo del gallinero. Mientras, el gallo con más espolones solo se baja del coche oficial para subirse a una bici para la foto. Y la pájara más sobrada, Aguirre, proclama ser la única que no se disfraza, atalajada de chulapa madrileña.
El semblante de qué he hecho yo para merecer esto de Susana Díaz el tercer día del no a su investidura como presidenta andaluza lo decía todo
. Están pasando cosas que no pasaban nunca.
Por primera vez, ni siquiera a la tercera va la vencida.
Ya no hay pactos ni llaves ni bisagras ni pinzas que valgan
. Ya no hay certezas. Ni axiomas.
Un tique electoral ya no es sagrado, como el de Zara, sin el cual no te devuelven tu dinero. Y uno puede votar al candidato de una lista para alcalde y al de otra para presidente y no justificarse ni consigo mismo.
Los votantes ya no son los que eran.
Ni los mayores, defraudados por los suyos.
Ni los jóvenes, que no deben fidelidad a nadie.
Los mayores se ennoviaban de adolescentes, firmaban una hipoteca a 30 años y se casaban para toda la vida.
Los jóvenes llevan inserto el chip de cambiar de trabajo, pareja y/o país una o varias veces en la vida
. En el tiempo nuevo del que hablan todos como si fuera suyo, uno no se casa con nadie y menos con unas siglas.
Se vota lo que conviene. Pablo Iglesias ya no es el de la Espasa, sino el de Google
. Y ya no sirve sacar en procesión a los abuelos González y Aznar a poner orden en la familia porque ya no hay más vacas sagradas que Rafael Nadal y Beyoncé Knowles, y no para todos ni por este orden.
Dicen que en las campañas electorales no se decide gran cosa.
Si acaso, el 10% del voto indeciso. Pero ahora ese punto es decisivo
. Hasta la noche del 24-M, los gallos de las ramas y los pollos del suelo andan piando cada uno en su trinchera de esta posmoderna revuelta en la granja
. Quizá sea todo más antiguo. "Toda realidad ignorada prepara su venganza", Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, 1929
Anidan a varios metros del suelo, en las copas de los árboles.
Ahí están, en Madrid, un ejemplo, las sonrisas impertérritas de Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre; las de Ángel Gabilondo y Antonio Carmona; las de Luis García Montero y Raquel López, candidatos a la Comunidad y el Ayuntamiento por el PP, el PSOE e IU, respectivamente.
Rostros congelados en la beatífica pose de mirando al mar soñé de los políticos en campaña, impresos en esas banderolas abrazadas a las farolas que antes eran los gallardetes de la verbena electoral y hoy pasan desapercibidos para unos viandantes abducidos por su móvil.
Inútiles en su misión de captar votos —el sorteo del espacio público ofrece paradojas como que en la muy conservadora calle Serrano campen los carteles de IU—, las banderolas se antojan un poema gráfico.
La imagen de la confusión de muchos candidatos de los partidos clásicos ante el nuevo panorama. Pájaros y pájaras desorientados, varados en su rama, ajenos a lo que ocurre a pie de acera.
El juego de la campaña ha quedado obsoleto y algunos, o no se han enterado, o no quieren enterarse. Han cambiado los jugadores, el terreno y las reglas del juego.
No las de derecho, de momento, pero sí las de hecho.
Según las primeras, los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, no acreditan derecho a esas banderolas al no tener representación en las instituciones.
Los pollos que pueden diezmarles el granero a los gallos viejos no están, pues, en las alturas, sino en el suelo, cacareando y picoteando pienso de aquí y allá, preparando su salto al palo del gallinero. Mientras, el gallo con más espolones solo se baja del coche oficial para subirse a una bici para la foto. Y la pájara más sobrada, Aguirre, proclama ser la única que no se disfraza, atalajada de chulapa madrileña.
El semblante de qué he hecho yo para merecer esto de Susana Díaz el tercer día del no a su investidura como presidenta andaluza lo decía todo
. Están pasando cosas que no pasaban nunca.
Por primera vez, ni siquiera a la tercera va la vencida.
Ya no hay pactos ni llaves ni bisagras ni pinzas que valgan
. Ya no hay certezas. Ni axiomas.
Un tique electoral ya no es sagrado, como el de Zara, sin el cual no te devuelven tu dinero. Y uno puede votar al candidato de una lista para alcalde y al de otra para presidente y no justificarse ni consigo mismo.
Los votantes ya no son los que eran.
Ni los mayores, defraudados por los suyos.
Ni los jóvenes, que no deben fidelidad a nadie.
Los mayores se ennoviaban de adolescentes, firmaban una hipoteca a 30 años y se casaban para toda la vida.
Los jóvenes llevan inserto el chip de cambiar de trabajo, pareja y/o país una o varias veces en la vida
. En el tiempo nuevo del que hablan todos como si fuera suyo, uno no se casa con nadie y menos con unas siglas.
Se vota lo que conviene. Pablo Iglesias ya no es el de la Espasa, sino el de Google
. Y ya no sirve sacar en procesión a los abuelos González y Aznar a poner orden en la familia porque ya no hay más vacas sagradas que Rafael Nadal y Beyoncé Knowles, y no para todos ni por este orden.
Dicen que en las campañas electorales no se decide gran cosa.
Si acaso, el 10% del voto indeciso. Pero ahora ese punto es decisivo
. Hasta la noche del 24-M, los gallos de las ramas y los pollos del suelo andan piando cada uno en su trinchera de esta posmoderna revuelta en la granja
. Quizá sea todo más antiguo. "Toda realidad ignorada prepara su venganza", Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, 1929