16 may 2015
Yo no quiero ser banquero
—Yo no quiero ser banquero —protestó Sal —¡Yo quiero ser físico para estudiar la materia oscura! Sólo quiero que juguemos a los banqueros con el dinero del Monopoly para practicar los porcentajes que estamos viendo en clase, Mati.http://mati.naukas.com/2012/04/18/yo-no-quiero-ser-banquero/
La impostura de Abramovic.................................................................................. Estrella de Diego
He dejado de creerme a Marina Abramovic. Objeto que desde su nueva imagen siga vendiendo el mismo discurso entre radical y místico.
He dejado de creerme a Marina Abramovic. ¿Y ustedes?
Me parece que hay una grieta demasiado profunda entre su método de introspección y algo que, bien visto, parece un vulgar miedo a envejecer como el de la más absurda actriz o personaje del famoseo, quien trata de paliarlo con bótox, mucho bótox, borrando por completo sus facciones
. Abramovic es hoy sólo una cara sin vida entre tantos rostros destruidos por esos retoques sobre los cuales reflexionaba muy lúcidamente Orlan hace más de veinte años.
Pero que pase con una actriz desesperada me preocupa menos: que ocurra con una artista cuyo trabajo se basa en la mencionada introspección y el autoconocimiento, que da talleres sobre este tipo de cuestiones, me parece una grave contradicción sobre la cual merece la pena reflexionar un momento
. No critico que Abramovic haya decidido vestirse de alta costura, posar para una revista de moda y rehacerse la cara —si esa es su opción no soy yo de los que piensan que ser artista es ser desdichado y pobre—. Abramovic es mediática y le encanta, parece
. Lo que objeto es que desde esa nueva imagen siga “vendiendo” el mismo discurso a mitad de camino entre radical y místico, ya que, en el fondo, se trata más bien de cierto desmedido y hasta trasnochado radical chic. Qué antiguo.
Pasa en este momento con su puesta en escena de uno de los Sesc de
São Paulo, lugares muy populares de la ciudad donde acude todo tipo de
gente.
Allí ejerce de mujer poderosa —porque lo es— y quizás algunos se la creerán, pero temo que serán sobre todo los recién llegados o los mitómanos desinformados.
“Te lo dije”, estará pensando un amigo al cual no convenció su performance The Artists is Present. De hecho, entre marzo y mayo de 2010 en el MOMA de Nueva York, Abramovic propuso una exposición donde, además de la puesta en escena del hall, en la cual la artista permanecía horas sentada y en silencio frente a los diferentes espectadores que la observaban de uno en uno y con los cuales no podía hablar ni gesticular, se volvían a “representar” algunos de sus trabajos clásicos.
Es posible que la performer —quien comentaba cómo durante el tiempo que duró el trabajo había decidido permanecer siempre en silencio para no perder la concentración, cuidada por nutricionistas y fisioterapeutas, dado el esfuerzo físico y psicológico— hubiera emprendido ya su triste camino hacia el estrellato, sólo que en aquella puesta en escena no supe verlo
. O no quise verlo
. Era demasiado doloroso observar cómo el maravilloso despojamiento de esta artista ejemplar se había ido diluyendo en una cara retocada y unos modelos de alta costura propios de la alfombra roja en Los Ángeles.
Mi amigo entonces me llamó la atención sobre otro hecho: en una de sus performances clásicas, Imponderabilia, de 1977, donde el espectador tenía que pasar entre dos cuerpos desnudos, el espacio de tránsito se había convertido en mayor que el de origen
. Bromeamos, aún lo recuerdo, pensando si no se trataría de un efecto del puritanismo estadounidense o hasta de la actual obsesión por la higiene.
Llegamos incluso a pensar que era sensación nuestra tantos años más tarde: ya no impresionaban nada dos cuerpos desnudos, aunque nos obligaran a rozarlos.
Es verdad que han pasado muchos años en la carrera de Abramovic —y mucho bótox—, pero no deja de ser una pena que algo tan fundamental como sus primeros trabajos se haya banalizado de un modo tan irremediable
. Estaba claro en la puesta en escena del Real de Madrid, Vida y muerte de Marina Abramovic, donde todo era estupendo salvo ella.
Cómo me ha costado aceptarlo. Sic transit…
Me parece que hay una grieta demasiado profunda entre su método de introspección y algo que, bien visto, parece un vulgar miedo a envejecer como el de la más absurda actriz o personaje del famoseo, quien trata de paliarlo con bótox, mucho bótox, borrando por completo sus facciones
. Abramovic es hoy sólo una cara sin vida entre tantos rostros destruidos por esos retoques sobre los cuales reflexionaba muy lúcidamente Orlan hace más de veinte años.
Pero que pase con una actriz desesperada me preocupa menos: que ocurra con una artista cuyo trabajo se basa en la mencionada introspección y el autoconocimiento, que da talleres sobre este tipo de cuestiones, me parece una grave contradicción sobre la cual merece la pena reflexionar un momento
. No critico que Abramovic haya decidido vestirse de alta costura, posar para una revista de moda y rehacerse la cara —si esa es su opción no soy yo de los que piensan que ser artista es ser desdichado y pobre—. Abramovic es mediática y le encanta, parece
. Lo que objeto es que desde esa nueva imagen siga “vendiendo” el mismo discurso a mitad de camino entre radical y místico, ya que, en el fondo, se trata más bien de cierto desmedido y hasta trasnochado radical chic. Qué antiguo.
Abramovic es mediática y le encanta, parece. Lo que objeto es que desde esa nueva imagen siga “vendiendo” el mismo discurso
Allí ejerce de mujer poderosa —porque lo es— y quizás algunos se la creerán, pero temo que serán sobre todo los recién llegados o los mitómanos desinformados.
“Te lo dije”, estará pensando un amigo al cual no convenció su performance The Artists is Present. De hecho, entre marzo y mayo de 2010 en el MOMA de Nueva York, Abramovic propuso una exposición donde, además de la puesta en escena del hall, en la cual la artista permanecía horas sentada y en silencio frente a los diferentes espectadores que la observaban de uno en uno y con los cuales no podía hablar ni gesticular, se volvían a “representar” algunos de sus trabajos clásicos.
Es posible que la performer —quien comentaba cómo durante el tiempo que duró el trabajo había decidido permanecer siempre en silencio para no perder la concentración, cuidada por nutricionistas y fisioterapeutas, dado el esfuerzo físico y psicológico— hubiera emprendido ya su triste camino hacia el estrellato, sólo que en aquella puesta en escena no supe verlo
. O no quise verlo
. Era demasiado doloroso observar cómo el maravilloso despojamiento de esta artista ejemplar se había ido diluyendo en una cara retocada y unos modelos de alta costura propios de la alfombra roja en Los Ángeles.
Mi amigo entonces me llamó la atención sobre otro hecho: en una de sus performances clásicas, Imponderabilia, de 1977, donde el espectador tenía que pasar entre dos cuerpos desnudos, el espacio de tránsito se había convertido en mayor que el de origen
. Bromeamos, aún lo recuerdo, pensando si no se trataría de un efecto del puritanismo estadounidense o hasta de la actual obsesión por la higiene.
Llegamos incluso a pensar que era sensación nuestra tantos años más tarde: ya no impresionaban nada dos cuerpos desnudos, aunque nos obligaran a rozarlos.
Es verdad que han pasado muchos años en la carrera de Abramovic —y mucho bótox—, pero no deja de ser una pena que algo tan fundamental como sus primeros trabajos se haya banalizado de un modo tan irremediable
. Estaba claro en la puesta en escena del Real de Madrid, Vida y muerte de Marina Abramovic, donde todo era estupendo salvo ella.
Cómo me ha costado aceptarlo. Sic transit…
Lola Flores, veinte años de pena, penita, pena............................................................. Víctor Núñez Jaime
Hoy se cumplen dos décadas de la muerte de La Faraona. Un musical sobre su vida evoca la carrera de una artista irrepetible.
Lola Flores participaba en Luces de España, un espectáculo de bailaores, guitarristas y cantaores en el Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera (Cádiz), cuando el director Fernando Mignoni buscaba “una gitanilla” para su película Martingala.
Era 1939, la Guerra Civil acababa de terminar y aquella muchacha que aspiraba a cantar como Concha Piquer, a bailar como Carmen Amaya y a actuar como Ana Magnani, se presentó a las audiciones (acompañada por su madre) con la firme convicción de que el cine le ayudaría a consolidar su carrera artística.
Cantó un tema de Estrellita Castro y dijo un monólogo incluido en la cinta Morena clara (“Con tu fe me santiguo y la tormenta apaciguo…”). Mignoni la eligió y Lola —el barroquismo irresistible, la fiebre del arte— se fue a Madrid dispuesta a comerse un buen trozo de la tarta de la gloria.
Era 1939, la Guerra Civil acababa de terminar y aquella muchacha que aspiraba a cantar como Concha Piquer, a bailar como Carmen Amaya y a actuar como Ana Magnani, se presentó a las audiciones (acompañada por su madre) con la firme convicción de que el cine le ayudaría a consolidar su carrera artística.
Cantó un tema de Estrellita Castro y dijo un monólogo incluido en la cinta Morena clara (“Con tu fe me santiguo y la tormenta apaciguo…”). Mignoni la eligió y Lola —el barroquismo irresistible, la fiebre del arte— se fue a Madrid dispuesta a comerse un buen trozo de la tarta de la gloria.
Setenta
y seis años después de aquella prueba, el dramaturgo Miguel Murillo y
el director Ricardo Wang afinan durante estos días los preparativos de Lola Flores, el musical de su vida, una obra sobre la cantante, fallecida hace exactamente este sádado 20 años,
que esperan estrenar el próximo mes de diciembre.
“El proceso de
escritura del libreto ha durado tres años.
Está basado en la vida real
de Lola, no en los rumores que se han ido diciendo por ahí, y en todo
momento hemos contado con el apoyo y el asesoramiento de sus hijas
Lolita y Rosario”, dice Wang. “La obra no es una simple biografía.
Trata, sobre todo, de su temperamento y personalidad y el hilo conductor
es su música”, añade Murillo.
Por su temperamento y personalidad, Lola Flores
(1923-1995) ha conseguido la inmortalidad reservada a los
privilegiados: ser una fuente inagotable de anécdotas y frases,
presentes en el imaginario colectivo.
Hija de un camarero y de una
costurera, se ufanaba de haber aprendido a caminar bailando, de haberse
aprendido las canciones de Imperio Argentina antes que las tablas de
multiplicar y de haber “españoleado”
por todo el mundo. Lola —el cuerpo cimbreante, los ojos luciferinos e
hipnotizadores, el rostro rabioso, el bronceado natural, la peineta, la
bata de cola, el abanico y el arrebato— murió la madrugada del 16 de
mayo de 1995 en El Lerele, su casa de La Moraleja (Madrid).
Durante una veintena de horas, más de 150.000 personas
pasaron frente a ella —la mantilla blanca, el rosario entre las manos,
los pies descalzos dentro del ataúd— para darle el último adiós
. Había
luchado durante 25 años contra el cáncer de mama, entre operaciones y
tratamientos, pero negándose a que le amputaran un seno.
Lola
—los 18 de julio ante el Generalísimo (“No soy de Franco, soy de
España”), recitadora de la poesía de Federico García Lorca, admiradora
de Tina Turner, folclórica, actriz y hasta rapera (¿Cómo me las
maravillaría yo?)— pasó 55 años de su vida serpenteando sobre los
escenarios.
No se le resistió ni el Olympia de París, ni el Madison Square Garden de Nueva York.
“No canta ni baila, pero no se la pierdan”, dijo de ella The New York Times.
Se fue a México en 1952 y, entre otras, filmó ¡Ay pena, penita, pena! (1953) y La Faraona (1956),
dos películas que la posicionaron entre el público iberoamericano.
Cada
gira, cada actuación, cada entrevista, elevaba su popularidad hasta la
extenuación.
Pero cuando los años ochenta estaban por concluir, no tuvo
más remedio que sentarse en el banquillo de los acusados por fraude
fiscal (“¡maldito parné!”).
Entonces ella, que había sido “una curranta desde los 12 años”, definió su nuevo estatus con el pañuelo en la mano y las lágrimas en los ojos: “Ya no soy Lola de España, soy Lola de Hacienda”. Pagó lo que el juez le ordenó y siguió trabajando (“¡Estoy como nunca!”).
Lola —su biografía en la Enciclopedia Británica, la furia convertida en su sustancia, las frases y las sentencias meciéndose en su boca (“¡Si me queréis, irse!”)—
“es para España”, dice el cantante Miguel Bosé, “lo que Madonna fue
para América
. Quizá tengamos muy presentes sus últimos años, pero el
momento en que arrancó fue muy difícil. No se cantaba así, no se bailaba
así, no se maquillaba alguien así, no se hablaba como ella
… No era
guapa. Era imponente.
Según iba madurando, su físico se volvía más
espectacular.
Tenía un corazón como una fundación. ¡Con los suyos era
una fundación! Y fue la gran embajadora de este país.” Sin embrago,
Carlos Espinosa de los Monteros, alto comisionado del Gobierno para la
Marca España, no está de acuerdo con la definición de Bosé:
“Después de
20 años de su muerte, no creemos que Lola Flores tenga peso en la imagen
de la Marca España
. La imagen de un país es algo dinámico y, salvo
figuras universales como Cervantes o Picasso, las personas fallecidas
hace muchos años han dejado de asociarse a la España de hoy, como en
este caso”, dice.
Ajenos
a las declaraciones políticas, Miguel Murillo y Ricardo Wang intentan
condensar el temperamento y la personalidad de La Torbellino de Colores
en el que, probablemente, sea el único acontecimiento en este año para
conmemorar su 20º aniversario luctuoso
. “Los músicos ya están ensayando
las canciones”, puntualiza Murillo. “Estrenaremos en Cádiz, porque ahí
nació Lola, y no la interpretará una sola actriz y cantante.
Habrá
varias porque una sola no es capaz”, adelanta Wang. La tarea es difícil,
sobre todo, porque como decía el escritor catalán Terenci Moix,
Lola Flores “fue la sublimación del triunfo personal, el ascenso hacia
el éxito establecido peldaño a peldaño, pero también el desgarro vital,
con ese punto de sinceridad arrolladora que siempre la engrandeció.
Era
mucha Flores esa Lola”.
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