La Guerra de Vietnam, que tomaba por asalto a diario los noticieros de los años sesenta y setenta,
fue el enfrentamiento bélico más fotografiado y filmado de la historia,
el mayor filón que haya existido para un corresponsal de guerra y el
que dejó también casi tantas bandas sonoras como los filmes sobre la II
Guerra Mundial.
Esa cobertura exhaustiva del conflicto, sobre todo a partir de la
total implicación del Ejército de EE UU a favor de Vietnam del Sur en
1964, fue precisamente un factor fundamental en su desarrollo, ya que
incendió a la opinión pública mundial, incluida la norteamericana, que
reclamó masivamente la retirada de esa potencia de la guerra en un país
del Sureste asiático.
El origen de la contienda que terminó con la victoria de las tropas
del Norte y la reunificación de Vietnam en 1975 se encuentra en la lucha
del Viet Minh –el ejército guerrillero al mando del líder Ho Chi Minh-
en los años cincuenta contra la potencia colonial que desde 1883 había
integrado el país, junto con Laos y Camboya, en la Indochina Francesa.
Efectivamente, tras la derrota del invasor japonés al término de la
II Guerra Mundial la actividad guerrillera y las ansias independentistas
de los vietnamitas se recrudecieron. Así, con la rendición del ejército
colonial en 1954 a los vietnamitas del general Giap, en lo que se
calificó como
el desastre de Dien Bien Phu, Francia se vio obligada a abandonar sus colonias en Indochina.
Los Acuerdos de Ginebra de ese mismo año establecieron una frontera
temporal a lo largo del río Ben Hai, a la altura del Paralelo 17, que
separó hasta las elecciones de 1956 el norte del país, con un Gobierno
comunista que había liderado la victoria, de un Vietnam del Sur,
capitalista y cuyos dirigentes se habían alineado con la Francia
colonial.
Sin embargo, ante la previsible victoria de Ho Chi Minh –el líder del
Norte apoyado por China- en las elecciones acordadas en Ginebra por
todas las partes, el primer ministro del Sur, Ngo Dinh Diem, convocó un
referéndum en su territorio que lo reafirmó en el cargo, suspendió los
comicios y estableció como definitiva la frontera que dividía a la
República Democrática de Vietnam del Norte –con capital en Hanoi- y a
Vietnam del Sur, con un gobierno instalado en Saigón, también
dictatorial, anticomunista y fuertemente ligado a los intereses de
Estados Unidos, que desde la marcha de los franceses había inundado el
sur de asesores militares.
La flagrante violación de los acuerdos de paz provocó el fin del alto
el fuego y la reanudación, pues, de los ataques del Ejército del Norte
en los alrededores del Paralelo 17 y de su guerrilla aliada del Vietcong
en numerosos puntos del Sur donde se había infiltrado.
Cartel de propaganda en el Museo de Arte de Vietnam. / luis mazarrasa
1964 marca el inicio de la implicación total de EE UU en el
conflicto. El presidente Lyndon B. Johnson, que ha sucedido al asesinado
John F. Kennedy, aprovecha el incidente del Golfo de Tonkín, en agosto
de ese año –cuando dos buques norteamericanos fueron supuestamente
atacados-, como pretexto para bombardear Vietnam del Norte y ordenar el
desembarco masivo de marines en las playas de Danang. A finales de 1965
ya eran 184.000 los soldados estadounidenses en el territorio y dos años
más tarde, medio millón.
Años después del fin de la contienda se reveló que, en realidad, el destructor
Maddox
sufrió un ataque al encontrarse en aguas jurisdiccionales
norvietnamitas apoyando una operación de tropas de Vietnam del Sur,
mientras que el
Turner Joy no sufrió agresión alguna. Además,
también se demostró que Lyndon Johnson ya disponía de un borrador de la
resolución del suceso con fecha anterior a que el incidente de Tonkín
hubiera ocurrido.
Las razones que en un principio los presidentes Kennedy y Johnson
declararon a la opinión pública norteamericana para justificar la
implicación en una guerra: la agresión a un país aliado por los
comunistas de Ho Chi Minh y la “evidente” amenaza de un contagio a todo
el Sureste asiático en caso de la victoria del Norte, que podría inducir
a Tailandia, Camboya, Laos y Corea del Sur a integrarse en el bloque
socialista, fueron perdiendo fuerza a medida que las noticias mostraban
la terrible devastación provocada por los bombardeos de los B-52 en
ciudades y aldeas y los testimonios de numerosos veteranos licenciados
del combate y de otros tantos objetores a filas que rechazaban “ir a
masacrar a unos campesinos de un país tan lejano”, como declaró algún
marine a la vuelta a casa.
Dos
niños corren por una carretera intentando escapar de un ataque con
napalm, en Trang Bang, a 26 millas de Saigón, el 8 de junio de 1972. /
Reuters
Mientras el conflicto se enconaba, EE UU bombardeaba
incesantemente Hanoi y otras ciudades del Norte y el presidente de
Vietnam del Sur era asesinado en un golpe de Estado apoyado por la
propia Administración norteamericana, las fuerzas armadas de Ho Chi Minh
protagonizaban espectaculares golpes de mano, como la Ofensiva del Tet
en 1968, que marcó el punto de inflexión en la guerra. Las imágenes en
directo de la mismísima embajada de EE UU en Saigón tomada durante unas
horas por un grupo de guerrilleros, que actuaban en coordinación con
otros que atacaron más de cien ciudades y pueblos protegidos por los
marines, conmocionaron aún más a una sociedad que meses más tarde
viviría las manifestaciones pacifistas del
verano del amor en 1968 en California y las más violentas del mayo francés.
A ello se sumó la revelación de masacres cometidas por los marines en
distritos como My Lai, donde el 16 de marzo de 1968 tres pelotones
asesinaron a cientos de campesinos, mujeres, ancianos y niños, y las
imágenes de la destrucción causada por los bombardeos y la utilización
masiva por parte de EE UU de armas químicas, como el napalm y otras.
En 1970
, el descrédito del Gobierno norteamericano
por la guerra de Vietnam alcanza su cenit a raíz del golpe de estado
tramado por los servicios de inteligencia estadounidenses contra el rey
de la vecina Camboya, Norodom Sihanouk. Los soldados norteamericanos
cruzaron la frontera para respaldar al dictador Lon Nol como mandatario
del país y la Administración de Richard Nixon, el nuevo presidente de EE
UU, se vio inmersa en otra guerra hasta entonces llevada en secreto.
Para entonces Estados Unidos ya había perdido más de 40.000 soldados
en la Guerra de Vietnam, algo inaceptable para su opinión pública. Por
contra, los cinco millones de víctimas vietnamitas –entre combatientes y
civiles- no suponían lastre alguno para el Gobierno de Lê Duân, sucesor
del recién fallecido Ho Chi Minh. Nadie cuestionaba el precio que
habría de pagarse por una guerra nacionalista de liberación.
El 27 de enero de 1973 Estados Unidos, los dos Vietnam y el Vietcong
firmaron en París un alto el fuego, la retirada total de las tropas
estadounidenses, la liberación de prisioneros y la creación de un
Consejo Nacional de Reconciliación.
Por primera vez en 115 años el país se veía libre de la presencia de militares extranjeros.
EE UU sufría la primera derrota de su historia, que le había causado más de 58.000 militares muertos.
Atentado del Vietcong en la embajada de Estados Unidos en Saigón.
/ Agencia Keystone
Pero los Acuerdos de París no trajeron la paz inmediata, con el
Sur tremendamente debilitado por la marcha de EE UU y las deserciones
masivas de sus tropas. Las hostilidades se reanudaron y en enero de 1975
el Ejército del Norte cruzaba el Paralelo 17 en dirección a Saigón,
esta vez sin ceder el protagonismo a los guerrilleros Vietcong.
El general Nguyen Van Thieu, a la cabeza de la República de Vietnam
del Sur desde 1967, vio como la promesa de ayuda económica de EE UU para
la fase de transición después de los Acuerdos de París era rechazada
por la nueva Administración de Gerald Ford, al frente de un país con las
heridas del conflicto vietnamita en carne viva y la vergüenza de la
dimisión de Richard Nixon una año antes, en 1974, por el caso Watergate.
Con las ciudades del centro del país: Hue, Danang, Nha Trang...
cayendo en manos del Norte como fichas de dominó, Van Thieu se
atrincheró con sus pocos leales en Saigón hasta el 21 de abril de 1975,
cuando dimitió y huyó camino del exilio. Nueve días más tarde,
el
30 de abril, Saigón –que las nuevas autoridades de un Vietnam
reunificado cambiarían el nombre por Ciudad de Ho Chi Minh- caía en
medio de la euforia nacionalista
. Las imágenes de la apresurada
huida del embajador norteamericano y del personal de la CIA a bordo de
helicópteros, horas antes desde las azoteas de sus edificios hacia
portaaviones anclados en el Mar del Sur de China, serían la última
humillación mediática para EE UU, envuelto en un conflicto que, como
declararía años más tarde Robert S. McNamara, el ideólogo de los
bombardeos sobre Hanoi y uno de los cocineros del embuste del incidente
de Tonkín, fue un tremendo error: “No fuimos conscientes que los
vietnamitas no luchaban solo por imponer el comunismo, sino por un ideal
nacionalista”.
Hoy, cuando Vietnam celebra los cuarenta años de paz casi por primera
vez en su convulsa historia, el país pasa por un espectacular
desarrollo económico en el que la pobreza extrema prácticamente se ha
erradicado y llueven las inversiones nacionales y extranjeras, aunque
sus campos de verdes arrozales todavía sufren las secuelas de los
bombardeos y la guerra química. Y
medio
millón de niños, muchos de ellos nacidos cuatro décadas después, padece
terribles deformidades como consecuencia de la irrigación de la jungla
con el agente naranja, el defoliante utilizado por EE UU para
destruir el ecosistema del país. Su componente principal, la dioxina,
daña el ADN de las personas expuestas y se estima que puede transmitir
sus efectos durante tres generaciones.
Con un modelo calcado de su gigante vecino chino, Vietnam es una
dictadura de partido único en lo político y sin asomo de libertad de
expresión ni disidencia y, al mismo tiempo, se halla inmerso en un
capitalismo casi salvaje en lo económico.
Luis Mazarrasa Mowinckel es autor de Viajero al curry (Ed. Amargord) y de la Guía Azul de Vietnam y de numerosos reportajes sobre este país.