Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

23 abr 2015

Juan Goytisolo: “Digamos bien alto que podemos”

El escritor hace un guiño al partido de Pablo Iglesias en su discurso del Premio Cervantes.

 

“A la llana y sin rodeos”. Con esta frase cervantina quiso titular Juan Goytisolo uno de los discursos más breves en la historia del Premio Cervantes y, sin duda, uno de los más políticos
. En apenas 10 minutos, el escritor, de 84 años, reivindicó sobre todo dos cosas: la justicia social y la cara menos glamurosa del inventor del ingenioso hidalgo.
 “Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote.
 Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea.
Asentamos al revés los pies en ella”, subrayó antes de lanzar un guiño al partido que ha revolucionado en apenas unos meses el panorama político español: “Digamos bien alto que podemos.
 Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia”.

En una jornada tan justiciera, Goytisolo dijo sentirse “como Bárcenas cuando llega al juzgado” al entrar en el Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá.
 Tal era la expectación. El novelista barcelonés cumplió con lo anunciado: prescindió del chaqué protocolario, se puso la americana de las ocasiones y una corbata de hace 35 años.
En su novela Casetas de baño, la novelista francesa Monique Lange, esposa de Goytisolo, fallecida en 1996, cuenta que entre las intenciones de su marido estaba “conducir la lengua española por el desierto” y “llevar a La Meca a Isabel la Católica”.
 Él suele evocar el particular sentido de humor de Lange para explicar esas frases, pero lo cierto es que el autor de En los reinos de taifa llevó a Felipe VI hasta el valla de Melilla.
 Al menos simbólicamente.
Pasaban 11 minutos del mediodía cuando Juan Goytisolo, con la corbata ya descolocada, el primer botón de la camisa desabrochado y la medalla del Cervantes al cuello, subió lentamente al púlpito del paraninfo, abrió una carpeta roja, se ajustó mecánicamente los pantalones y se lanzó a leer las 1300 palabras de su discurso —unos cuatro folios al cambio de las antiguas pesetas—.
Antes improvisó una doble dedicatoria: a su “maestro” Francisco Márquez Villanueva —estudioso de los heterodoxos españoles fallecido hace dos años— y a los habitantes de la medina de Marraquech, que han acogido, dijo, su “incómoda” vejez.
"¿No sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de la vida de Cervantes?"
Sin rodeos, pero rodeado de autoridades (civiles y militares), un puñado de amigos y dos sobrinos —Gonzalo y Julia, la famosa Julia de las palabras de su hermano José Agustín—, el autor de Contracorrientes subrayó que hoy “las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo”
. Ante el “sombrío" panorama de una crisis triple —económica, política y social— resulta difícil, insistió, resignarse a “la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes”.
Por eso quiso imaginar a don Quijote deshaciendo nuevamente “tuertos” y socorriendo a los “miserables”, es decir, “acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la moderna Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad”.
Juan Goytisolo había anunciado que trataría de decir muchas cosas en poco tiempo y cumplió.
 En sus cuatro apretados folios encontró acomodo a los grandes nombres de su canon particular: Clarín, Francisco Delicado, Luis de Góngora o Manuel Azaña.
Sin olvidar a Luis Cernuda, al que citó para hablar de los “vientres sentados” de esa burocracia oficial, empecinada en remover los huesos de Cervantes.
En 2001 Goytisolo publicó una recopilación de ensayos usando como título la definición de intelectual acuñada por el recién fallecido Günter Grass —Pájaro que ensucia su propio nido— y tuvo tiempo también de incluir en su discurso una ración de autocrítica.
Tras dividir a los escritores entre literatos que “conciben su tarea como una carrera” e “incurables aprendices de escribidor”, que la viven como una “adicción”, reconoció que él fue antes lo primero que lo segundo
. “Incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito”, dijo sobre los comienzos de su trayectoria —que arrancó como novelista en 1954 con Juegos de manos— y antes de distinguir, citando a Azaña, la “actualidad efímera” de la modernidad atemporal.
 “La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita”, afirmó. “La verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza”. El resto es eso que, por la tremenda, recordó Goytisolo, García Márquez llamó “exquisita mierda de la gloria”.
En un discurso más intenso que extenso, el novelista ponderó la mirada del exilio español frente a “los centinelas del canon nacional-católico” y se reconoció de “nacionalidad cervantina”
. Cervantear, apuntó, es dudar y dudar nos ayuda a eludir “el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas”.
“La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera”, dijo Juan Goytisolo en otro tramo de su intervención.
 Los que conocen la obra del autor de Belleza sin ley podían esperarse la contundencia de un discurso que esta vez no brotó del subsuelo sino de un púlpito flanqueado por dos maceros de gala. Allí, en lo alto y bien alto, sin rodeos y a la llana, el último premiado con el galardón más importante de la lengua española dijo, aunque fuera con pe minúscula, que “podemos”.
Enseguida llegaron los aplausos, el discurso del ministro de Cultura, el de Rey y el Gaudeamus igitur de la coral.
Tres cuartos de hora después de abrirse “la sesión”, se levantaba. Quedaban el aperitivo, las fotos, los corrillos y la apertura de la exposición Compromiso y disidencia en honor del premiado.
 También, de retirada, la tuna universitaria, esa “gallarda y donosa estudiantina” a la que Goytisolo, el destino tiene estas cosas, dedica uno de los capítulos más locos de su novela Paisajes después de la batalla.
 En esas páginas, el protagonista, que se parece sospechosamente al autor, se esfuerza en contener el vómito cada vez que escucha cantar Clavelitos.
El capítulo se titula ‘Defectos, sicosis, puntos flacos’. También los inmortales los tienen
. En Alcalá, por ese lado, la cosa no pasó a mayores.

Las raíces reales y literarias de Macondo.................................................... Winston Manrique Sabogal ..

Gabriel García Márquez creó su lugar mítico mucho antes de 'Cien años de soledad'.

La Feria del Libro de Bogotá le dedica su edición

 

Macondo, territorio mítico de García Márquez
Macondo, territorio mítico de García Márquez, recreado por Fernando Vicente. / EL PAÍS

Un día, el niño Gabriel García Márquez (1927-2014) iba asomado a la ventana en un tren amarillo, que no paraba de soltar serpientes de humo con cada pitido, y leyó en la entrada de una finca un letrero metálico azul que en letras blancas decía: Macondo
. Y la palabra voló a esconderse en algún refugio de su memoria.
Macondo no nació el día que todos creen. Macondo tiene siete actas de fundación: tres tienen que ver con la aparición de este territorio de ficción en sendos libros; dos son citadas por primera vez por el autor sin que sus libros hayan sido publicados, y las otras dos provienen de sus vivencias que darán origen a ese pueblo mítico
. Para dar con sus raíces hay que desandar la ruta de la imaginación de la gente a lo real.
En el imaginario universal ese territorio nace en el arranque de Cien años de soledad (1967): “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo
. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.
La primera vez real que la gente lee la palabra macondo es en el relato Un día después del sábado, con el que en 1954 gana el Premio Nacional de Cuento.
Aunque la primera presencia para los lectores estaría en el propio título de un relato de 1955: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, en origen titulado El invierno.
 Otra pista falsa, porque la primera vez real que la gente lo lee es en el relato Un día después del sábado, con el que en 1954 gana el Premio Nacional de Cuento, donde se narra: “Pero ese sábado llegó alguien
. Cuando el padre Antonio Isabel del Santísimo Sacramento del Altar se alejó de la estación, un muchacho apacible, con nada de particular aparte de su hambre, lo vio desde la ventana del último vagón en el preciso instante en que se acordó de que no comía desde el día anterior.
 Pensó: ‘Si hay un cura debe haber un hotel’. Y descendió del vagón y atravesó la calle abrasada por el metálico sol de agosto y penetró en la fresca penumbra de una casa situada frente a la estación donde sonaba el disco gastado en el gramófono. (...) Y ahí penetró, sin ver la tablilla: Hotel Macondo; un letrero que él no había de leer en su vida”.
La realidad es que García Márquez incorpora la palabra Macondo por primera vez entre 1948 y 1949, cuando escribe la que habría de ser su primera novela: La hojarasca, publicada en 1955
. Y lo hace en la narración introductoria: “De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. (…) hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos llegaron en la hojarasca. (…) Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez. (…) Entonces pitó el tren por primera vez.
La hojarasca volteó y salió a verlo y con la vuelta perdió el impulso, pero logró unidad y solidez; y sufrió el natural proceso de fermentación y se incorporó a los gérmenes de la tierra”.
Y es una línea más abajo cuando el escritor deja constancia de la fecha más antigua de ese pueblo en la tierra, al fechar ese informe así: “Macondo, 1909”.
La realidad es que García Márquez incorpora la palabra Macondo por primera vez entre 1948 y 1949, cuando escribe la que habría de ser su primera novela: La hojarasca, publicada en 1955
Ficciones que hunden sus raíces en la realidad.
En este desandar la estación inaugural está a comienzos de los años 50 cuando acompaña a su madre, Luisa Santiaga Márquez, a vender la casa de los abuelos maternos, con los que él vivió sus primeros años, en Aracataca.
 En ese viaje de reencuentro el mundo que quería contar empieza a tomar cuerpo. García Márquez arranca sus memorias Vivir para contarla, de 2002, evocando aquel viaje
 Los dos se alejan del mar de Barranquilla para tomar una lancha motor que los lleve al otro lado de la ciénaga, tierra adentro, allí toman el tren que los cruzará por platanales, pueblos refundidos en la memoria.
 Llegan a la hora de la siesta. Madre e hijo caminan bajo un sol inclemente por las calles polvorientas rumbo a la Casa. Fue. Fue. Fue. Eso es Aracataca mientras avanzan.
 La madre se encuentra con su comadre, se abrazan, lloran, a su lado el joven periodista con sueños de escritor mira, y, poco a poco, tras un largo viaje por calles pavimentadas, ciénagas, un tren que se adentró en el calor y los pasos en un pueblo sonámbulo, ve cómo las ideas literarias que le revoloteaban empiezan a armar el rompecabezas:
 “Cuando el tren arrancó, con una pitada instantánea y desgarradora, mi madre y yo nos quedamos desamparados bajo el sol infernal y toda la pesadumbre del pueblo se nos vino encima. (…)
Todo era idéntico a los recuerdos, pero más reducido y pobre, y arrasado por un ventarrón de fatalidad”.
Ficciones que hunden sus raíces en la realidad.
 En este desandar la estación inaugural está a comienzos de los años 50 cuando acompaña a su madre, Luisa Santiaga Márquez, a vender la casa de los abuelos maternos, con los que él vivió sus primeros años, en Aracataca
En realidad, el Nobel colombiano ya había plasmado este episodio en un cuento en 1962.
 Fue en La siesta del martes, pero mezclado con un acontecimiento que de niño le impactó: la muerte de un ladrón a manos de la dueña de la casa y la visita que hicieron la madre del difunto y su hermana pequeña para llevarle flores a la tumba, tras un largo viaje en tren en medio de platanales y pueblos sin nombre hasta apearse y caminar silenciosas a la hora de la siesta:
“El pueblo flotaba en el calor.
 La mujer y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra”.
Y la verdad se remonta a aquellos años infantiles cuando él ve que una finca junto a la vía del tren se llama Macondo.
 En Vivir para contarla escribe: “Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética
. Nunca se lo escuché a nadie ni pregunté siquiera qué significaba.
 La había usado ya en tres libros míos como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyka existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquel podría ser el origen de la palabra”.
Lo cierto es que vendieron esa casa donde nace el verdadero Macondo.
 Los años que vivió con su abuela Tranquilina Iguarán Cotés y su abuelo el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía
. Lo cierto es, también, que Macondo tiene una vida circular porque es hasta Cien años de soledad, en 1967, donde se cuenta su origen. Y ahí se juntan la realidad geográfica e histórica de Aracataca y de su lugar mítico.
La única vía de llegar a Aracataca desde Barranquilla coincide con el viaje que hizo con su madre en los 50:
“En su juventud él (José Arcadio Buendía) y sus hombres, con mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo para no tener que emprender el viaje de regreso.
 Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque solo podía conducir al pasado”.
Así, Macondo quedó lindando al oriente con una sierra impenetrable, al sur por los pantanos y una ciénaga sin límites, al occidente con una “extensión acuática sin horizontes, donde había cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales, y al norte la salida inencontrada al mar”
. Se quedaron allí porque a medida que avanzaban la naturaleza se cerraba detrás de ellos.
“Un espacio de soledad y olvido, vedado a los vicios del tiempo”.

22 abr 2015

Los 23 libros destacados por Babelia en lo que va de 2015



Pie de Foto: Casetas preparadas para el Día del Libro en Valencia. / manuel bruque (efe)

Con motivo del Día del Libro, el 23 de abril, Babelia reúne las críticas de los 23 títulos más destacados del primer tercio de 2015. La lista, que incluye títulos en español y traducidos, se ha elaborado con los libros de la semana de cada número de Babelia, los que mayores debates han provocado y los fenómenos literarios más importantes desde el pasado 1 de enero, ordenados desde el más reciente (en publicación en el suplemento) hasta el primero del año.
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'Cicatriz', de Sara Mesa

La nueva novela de Sara Mesa ancla su perturbadora historia en dos personajes tan impares como complementarios, y evoca la asfixia dostoievskiana. Por ANA RODRÍGUEZ FISCHER
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'Desfile de ciervos', de Manuel Vicent

En sus artículos, el autor se cuenta a sí mismo asomado a la vida española. Hay en él un crepúsculo mediterráneo, sin quejido ni ajuste de cuentas, cargado de elegancia coqueta. por DAVID TRUEBA
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'Número Cero', de Umberto Eco

En 'Número Cero', Umberto Eco escribe una parodia feroz sobre el periodismo y la política. Por JESÚS CEBERIO
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'La oculta', de Héctor Abad

Tradición y violencia, ética y dinero son algunos de los ingredientes de 'La oculta', novela del colombiano Héctor Abad Faciolince, un juego de voces en torno a una finca familiar. Por MARTA SANZ
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'Virginia Woolf. La vida por escrito', de Irene Chikiar Bauer

La monumental biografía de la autora muestra un lado comunicativo que sorprende. Bauer nos descubre el lado xenófobo y clasista entre una profusión de detalles y documentos. Por MARTA SANZ
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'La habitación de Nona', de Cristina Fernández Cubas

Han pasado casi diez años desde su anterior libro de cuentos, pero los lectores de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) enseguida comprobarán que la autora sigue fiel a su mundo narrativo. Por CARLOS PARDO
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'Mi cuerpo también', de Raquel Taranilla

Desde los primeros síntomas y los dolores sin nombre hasta el diagnóstico final, Raquel Taranilla relata su historia personal evocando a poetas, filósofos e historiadores. Por NORA CATELLI
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'Filosofía accidental', de José María Ridao

Con madurez y plenitud, Ridao defiende una filosofía accidental que explica la crítica cultural ante el relato oficial. Por JORDI GRACIA
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'Isis. El retorno de la yihad', de Patrick Cockburn, y 'El fénix islamista', de Loretta Napoleoni

Aunque violento, el Estado Islámico no es estrictamente un grupo terrorista, sino todo un proyecto político. Patrick Cockburn y Loretta Napoleoni tratan de explicar su auge. Por LLUIS BASSETS
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'Hombres Buenos', de Arturo Pérez Reverte

Pérez-Reverte es un hábil constructor de personajes, que se erigen ante nuestros ojos, convincentes, por lo que hacen y por los diálogos en que participan. Por DARÍO VILLANUEVA
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'Hombres sin mujeres' de Haruki Murakami

El japonés vuelve con su mundo de personajes aislados sin oportunidad de encajar. La búsqueda de identidad atraviesa unos relatos que nos recuerdan que es un gran escritor. Por CARLOS ZANÓN
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'La historia de la escritura', de Ewan Clayton

La fascinante y bien documentada ruta que propone el calígrafo y exmonje británico Ewan Clayton repasa la evolución del alfabeto latino, desde el pincel hasta los píxeles. por JOSÉ ANTONIO MILLÁN
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'Una herencia incómoda', de Nicholas Wade

Wade traza un argumento agudo y polémico que introduce la evolución en la historia. Hay que leerlo sin dogmas. por JAVIER SAMPEDRO
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'Las buenas intenciones', de Amity Gaige

Inspirada en un caso real, 'Las buenas intenciones', de Amity Gaige, novela la historia de un trastornado brillante y enamorado, que recuerda el secuestro de su hija. Por FERNANDO CASTANEDO
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'El mundo deslumbrante', de Siri Hustvedt

Siri Hustvedt demuestra en su última novela, todo un homenaje a Ibsen, que es más noruega que norteamericana. Por ÁNGELA MOLINA
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'La ley de la ferocidad', de Pablo Ramos

Con 'La ley de la ferocidad', el argentino Pablo Ramos rescata a su personaje Gabriel Reyes, enfrentado ahora a la muerte de su padre y a la exploración de sus zonas más abyectas. Por FRANCISCO SOLANO
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'Distintas formas de mirar el agua', de Julio Llamazares

Llamazares logra una convincente caracterización de cada personaje y una trama fascinante. Por JOSÉ-CARLOS MAINER
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'Cabaret Biarritz', de José C. Vales

Los premios ya no son ninguna garantía, pero este año el Nadal ha descubierto a José C. Vales. Su 'Cabaret Biarritz' mezcla magistralmente investigación criminal y parodia social. Por FRANCISCO SOLANO
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'Donde no estás', de Gustavo Martín Garzo

Martín Garzo apunta en su nueva novela 'Donde no estás' a los muertos que no sabemos enterrar. Dibuja el milagro como natural, con una prosa fragante. Por CARLOS ZANÓN
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'También esto pasará', de Milena Busquets

Milena Busquets gestiona en 'También esto pasará' lo profundo del dolor, la ausencia, la muerte y las complicadas relaciones con su madre con elegante ligereza y oficio. Por CARLOS ZANÓN
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'El monstruo de Hawkline', de Richard Brautigan

El novelista estadounidense decidió parodiar en los setenta los géneros populares que más le gustaban. 'El monstruo de Hawkline' se acerca al 'western'. Su estilo genera adicción. Por CARLOS ZANÓN
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'Para Isabel. Una mandala', de Antonio Tabucchi

'Para Isabel' fue escrita dos años después de 'Sostiene Pereira' y permaneció inexplicablemente inédita hasta hoy. Por JAVIER APARICIO MAYDEU
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'La cripta de Franco. Viaje por la memoria y la cultura del franquismo', de Jeremy Treglown

El británico Jeremy Treglown indaga en las huellas que han dejado la guerra y la dictadura en la cultura española actual. Por ENRIQUE MORADIELLOS

“La locura ayuda a tener estilo”......................................................... Pablo León

A Lorenzo Caprile, maestro costurero, no le gustan los libros de moda. Pero acaba de publicar uno en el que mezcla su vida con consejos sobre el buen vestir.

Lorenzo Caprile. / Sergio Moya

Tras varios años dedicado a la moda, en 1993, Lorenzo Caprile buscaba un lugar en el centro de Madrid en el que abrir su propio taller.
Llevaba tiempo trabajando con diferentes firmas, Ratti, Lancetti, Gruppo Finanziario Tessile o Cadena, pero quería generar su propio discurso
. Encontró un lugar en el madrileño barrio de Salamanca y ahí comenzó a dibujar, cortar, hilvanar, pespuntar o coser.
 Han pasado más de dos décadas y Caprile, referente del mundo de la moda, que ha vestido a la reina Letizia o confeccionado vestuario para la Compañía Nacional de Teatro Clásico, ha decidido escribir un libro.
“No es autobiográfico”, avisa el modisto desde su atelier en la capital.
 “No quería contar mi vida ni hacer el típico libro de estilo”, añade
. Con esa idea, se puso a escribir y el resultado es De qué hablamos cuando hablamos de Estilo (Editorial Temas de Hoy); un volumen en el que las anécdotas personales se alternan con referencias de moda o consejos para vestir mejor.
 “Escribo sobre la manera en la que trabajo a la vez que asesoro. Las etapas de mi carrera son el hilo conductor; una manera de hilvanar los entresijos del negocio y las sugerencias”, dice.
“Si eres tímida y discreta no vayas en plan Mata Hari porque no vas a saber defender el vestido”, sentencia Caprile, que se formó como modisto en el Fashion Institute of Technology de Nueva York y, posteriormente, en el Politécnico Internacional de la Moda de Florencia.
 El libro no fue una idea suya, y no tiene problema en reconocerlo: “Se trata de una propuesta de la editorial y me pareció que podía ser interesante”.
Ilustración que aparecen el nuevo libro de Caprile realizadas por el dibujante Gonzalo Muiño. / Gonzalo Muiño
No es la primera vez que el maestro costurero escribe. Hace más de una década publicó Vamos de boda (Círculo de Lectores), centrado en su experiencia en diseño de trajes para fiestas de compromiso y enlaces
. No en vano, Caprile es autor del vestido de novia de la infanta Cristina; del llamativo modelo de color rojo con el que la entonces princesa Letizia acudió a la boda de los príncipes herederos de Dinamarca en 2004, y un diseño que llenó páginas y páginas de revistas, o del vestido, con corpiño y perlas, de la segunda mujer de Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street, dirigida por Scorsese. “Sandy [Powell] me pidió algo muy hortera y muy noventero”, recuerda. Powell es una diseñadora de vestuario británica con tres Oscar en su haber por los diseños que hizo para El Aviador, La joven reina Victoria y Shakespeare in Love. Además, es amiga de Caprile.
“Me he esforzado por escribir en un tono muy cercano. No me gustan las publicaciones que hablan de estilo de una manera pomposa y artificialmente compleja. Se trata de moda, no de la prima de riesgo o de una guerra”, sostiene el diseñador.
Además de maestro costurero, Lorenzo Caprile es licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad de Florencia.
 Así, que por las páginas de su libro no solo desfilan “el maestro Balenciaga”, que aparece en reiteradas ocasiones, o Coco Chanel sino que también hay referencias a Juan de Acelga, autor de Libro de geometría, práctica y patrones, uno de los primeros tratados de patronaje del mundo, publicado en 1580, y cuyo original se conserva en la Biblioteca Nacional.
“No he escrito un texto exclusivo para profesionales del sector ni para gente relacionada con el mundillo. Tampoco es un libro orientado a un público femenino o masculino; se trata de una publicación unisex para todas aquellas personas que puedan estar interesadas tanto en la cara profesional del negocio como en el patronaje.
 O, simplemente, para aquellos un poco preocupados por su aspecto y su estilo”, explica.
En el volumen, dividido en 10 capítulos y lleno de cuidadas ilustraciones de Gonzalo Muiño, habla de: corte y confección; tejidos y colores; la elegancia de los patrones italianos o la eficacia de la industria americana; la alta costura; el prêt-à-porter; sus experiencias en la alfombra roja; su vida en el taller o la pasión por lo vintage. Además, dedica un capítulo entero a su experiencia en el cine y el teatro.
Caprile comenzó a crear vestuarios para obras y películas en 2005. Su trabajo en la Compañía Nacional de Teatro Clásico le ha reportado varios galardones como el Ceres de Teatro 2013 o el premio Ciudad de Alcalá de las Artes y las Letras 2014.
“La moda me ha fascinado desde muy joven”, cuenta. Lo dice y también arranca el libro con el recuerdo de unos bocetos del vestuario de una ópera que, de niño, llamaron su atención: “Me inicié en el mundo de la moda a través del dibujo, que es la peor manera de empezar en esta profesión”, confiesa.
Considera que la moda española goza de una salud estupenda: “El grupo Inditex ha cambiado todas las normas del juego, y Puig, Tous o Pronovias…
 Todas ellas son colosos de la moda y son españolas”, afirma, “y eso que no he mencionado la zapatería, que también es maravillosa”. Y, ¿la moda de autor? Tuerce el gesto: “Ahí estamos como siempre”, se queja. “Hace tiempo que [los diseñadores] contrajeron una enfermedad: acostumbrarse a que hicieran lo que hicieran les iban a alabar en todos los sitios. Eso no vale. Así no se esfuerzan y sin esfuerzo no hay evolución ni crecimiento”, opina.
El libro acaba con una especie de epílogo que recoge una veintena de recomendaciones rápidas para acertar a la hora de vestir para cualquier sarao. Uno de ellos dice:
“Un poco de improvisación, anarquía y locura es muy sugerente; despierta la creatividad y ayuda a construir el estilo”. Una frase que podría ser uno de sus dogmas de vida.