17 abr 2015
Un árbol que floreció..................................................................................J.ORGE F. HERNÁNDEZ
Esta es una crónica del autor del artículo a partir de las palabras de su esposa e hijos.
Dicen que nació en Aracataca en medio de un aguacero de diluvio y
consta que el día que murió tembló en la Ciudad de México y empezó a
llover en su pueblo natal, luego de siete meses y medio de sequía.
Dicen que al llegar a la Ciudad de México hace poco más de medio siglo, Mercedes su esposa sintió que podrían hacer vida en un país capaz de volver rojo al arroz para que supiera más sabroso y que ambos visitaron Buenos Aires una sola vez, ya publicada la novela Cien años de soledad,en 1967, al inicio del sueño feliz donde los espectadores de un teatro se ponían de pie para aplaudir a un escritor y consta que al escribir esa novela, el escritor tendió una sábana en medio de la sala de su casa y colocó un letrero que decía que allí, donde se iba apilando en cuartillas blancas el siglo mural de la biografía de toda una estirpe condenada a la soledad, se llamaba “La cueva de la Mafia” y que sus hijos no podían entrar ni interrumpirlo y consta también que al recibir el primer adelanto de regalías de esa misma novela, el autor pidió al gerente del banco que le llevara a casa una maleta retacada con billetes sueltos y que años después, minutos después de que alguien llamara desde Estocolmo, en 1982, para informarle al escritor de que había sido reconocido merecidamente con el Nobel de Literatura, bajó con Mercedes su esposa al jardín, envueltos en batas —y él con zapatos blancos— y consta todo esto, porque el mayor de sus hijos tomó la fotografía en el instante exacto en el que el mundo dejó de ser el mismo de siempre.
Gabriel José de la Concordia García Márquez, hijo del telegrafista de Aracataca, nieto y bisnieto de todas las historias posibles que alimentan todos sus párrafos llega hoy al primer año de los primeros cien años de una eternidad garantizada en millones de lectores que han de recrear como enredadera de selva la vasta literatura que transpiró desde que empezó a hilar palabras en tinta
. Se confirma su irrefrenable capacidad para narrar como nadie todo lo que los demás comensales de una mesa miran sin observar sobre los manteles y se apuntala la verdad de que por encima de todo lo dicho, arriba de dimes y diretes, al margen o en torno a sus fidelidades y anécdotas, andanzas y aventuras, Gabo dejó no un conjunto de libros inmortales o varios volúmenes de artículos, crónicas y cuentos invaluables, sino una literatura completa: una manera de leer el mundo que se vertía sobre las yemas de los dedos al escribir cada letra sin preocupación por los acentos o separaciones de sílabas.
A lo largo de un tiempo largo, jamás me dejó visitar su estudio, esa nueva cueva donde seguía escribiendo como si sólo los nietos pudieran comprobar las ocasiones en que por allí volaba un loro que parecía hablar en canciones o el jarrón con rosas amarillas que servían de amuleto infaltable para el escritor que desde joven era capaz de convertir el género de crónica en “la verdad del cuento”, los cuentos en anécdotas personales de todo aquel que los leyera y sus novelas en la biografía íntima y entrañable de todo un continente
. En la cueva trashumante, como carreta de gitano que hipnotiza con imanes en cualquier selva, Gabo escribió El amor en los tiempos del cólera, luego del Nobel y como quien se deja anunciar en la Maestranza de Sevilla luego de haber cortado un rabo.
Dicen que escribió una carta al padre de Mercedes desde París y quien fuera su suegro ni la abrió y la guardó entre libros de un estante quizá porque ya sabía que el remitente llegaría para casarse con quien ya era la mujer de su vida, la madre de sus hijos y la abuela de sus nietos, echando raíces de un árbol que floreció en el momento en que la pareja de recién casados abordaba el día de su boda un avión para Caracas, para un nuevo empleo de periodista y asegurándole al Sr. Barcha que algún día el mundo entero reconocería que su hija se acababa de casar con el mejor escritor del mundo y consta que años después en México, a las afueras de una agencia de publicidad, el ya publicado autor de tres libros afirmaría que en realidad escribía para que sus amigos lo quisieran cada día más y más, tanto como se confirmó durante la noche en que se fue de este mundo, por todo el mundo en las filas de personas que lo lloraban leyéndolo en sus ejemplares y la lluvia de miles de pétalos amarillos como mariposas que parecían llovizna de uno de sus propios párrafos.
Dicen los que lo leen ahora por primera vez en sus vidas que en una página exacta Úrsula Iguarán muere en Jueves Santo y que en ese párrafo consta que fue un día de tan intensos calores que “los pájaros se estrellaban como perdigones y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios” y consta que el día que murió Gabo, un pájaro confundido se metió quién sabe cómo a su casa y terminó estrellándose en la ventana de la habitación donde empezaba su eternidad. También sucedió en Jueves Santo.
Nada más. Nada menos: la vida y literatura de Gabriel García Márquez está impresa como un tatuaje inexplicable de azar y magias.
Debo a la generosa amistad de Mercedes Barcha, La Gaba, y a la fraternidad incondicional de Rodrigo y Gonzalo García Barcha lo que narro en estas líneas y lo que vivimos o leemos en la vida y obra de Gabo: todo ello es ya memoria palpable e imaginación desatada por encima y allende de toda consideración ajena a su Literatura con mayúsculas y quizá por ello, el día que dicen que se fue, sin permiso y en silencio conocí por primera vez la cueva donde escribía.
Horas antes, minutos después de su último suspiro, su hijo captó también en fotografía el arco iris que pasó por encima del sillón donde le gustaba leer; de noche, al filo de la madrugada del primer día que hoy apenas cumple un año, yo mismo vi en penumbra lo que parecía la tipografía del silencio. Efectivamente, son mariposas amarillas.
Jorge F. Hernández es autor de La Emperatriz de Lavapiés y colaborador de elpais.com, con la columna Cartas de Cuévano.
Dicen que al llegar a la Ciudad de México hace poco más de medio siglo, Mercedes su esposa sintió que podrían hacer vida en un país capaz de volver rojo al arroz para que supiera más sabroso y que ambos visitaron Buenos Aires una sola vez, ya publicada la novela Cien años de soledad,en 1967, al inicio del sueño feliz donde los espectadores de un teatro se ponían de pie para aplaudir a un escritor y consta que al escribir esa novela, el escritor tendió una sábana en medio de la sala de su casa y colocó un letrero que decía que allí, donde se iba apilando en cuartillas blancas el siglo mural de la biografía de toda una estirpe condenada a la soledad, se llamaba “La cueva de la Mafia” y que sus hijos no podían entrar ni interrumpirlo y consta también que al recibir el primer adelanto de regalías de esa misma novela, el autor pidió al gerente del banco que le llevara a casa una maleta retacada con billetes sueltos y que años después, minutos después de que alguien llamara desde Estocolmo, en 1982, para informarle al escritor de que había sido reconocido merecidamente con el Nobel de Literatura, bajó con Mercedes su esposa al jardín, envueltos en batas —y él con zapatos blancos— y consta todo esto, porque el mayor de sus hijos tomó la fotografía en el instante exacto en el que el mundo dejó de ser el mismo de siempre.
Gabriel José de la Concordia García Márquez, hijo del telegrafista de Aracataca, nieto y bisnieto de todas las historias posibles que alimentan todos sus párrafos llega hoy al primer año de los primeros cien años de una eternidad garantizada en millones de lectores que han de recrear como enredadera de selva la vasta literatura que transpiró desde que empezó a hilar palabras en tinta
. Se confirma su irrefrenable capacidad para narrar como nadie todo lo que los demás comensales de una mesa miran sin observar sobre los manteles y se apuntala la verdad de que por encima de todo lo dicho, arriba de dimes y diretes, al margen o en torno a sus fidelidades y anécdotas, andanzas y aventuras, Gabo dejó no un conjunto de libros inmortales o varios volúmenes de artículos, crónicas y cuentos invaluables, sino una literatura completa: una manera de leer el mundo que se vertía sobre las yemas de los dedos al escribir cada letra sin preocupación por los acentos o separaciones de sílabas.
A lo largo de un tiempo largo, jamás me dejó visitar su estudio, esa nueva cueva donde seguía escribiendo como si sólo los nietos pudieran comprobar las ocasiones en que por allí volaba un loro que parecía hablar en canciones o el jarrón con rosas amarillas que servían de amuleto infaltable para el escritor que desde joven era capaz de convertir el género de crónica en “la verdad del cuento”, los cuentos en anécdotas personales de todo aquel que los leyera y sus novelas en la biografía íntima y entrañable de todo un continente
. En la cueva trashumante, como carreta de gitano que hipnotiza con imanes en cualquier selva, Gabo escribió El amor en los tiempos del cólera, luego del Nobel y como quien se deja anunciar en la Maestranza de Sevilla luego de haber cortado un rabo.
Dicen que escribió una carta al padre de Mercedes desde París y quien fuera su suegro ni la abrió y la guardó entre libros de un estante quizá porque ya sabía que el remitente llegaría para casarse con quien ya era la mujer de su vida, la madre de sus hijos y la abuela de sus nietos, echando raíces de un árbol que floreció en el momento en que la pareja de recién casados abordaba el día de su boda un avión para Caracas, para un nuevo empleo de periodista y asegurándole al Sr. Barcha que algún día el mundo entero reconocería que su hija se acababa de casar con el mejor escritor del mundo y consta que años después en México, a las afueras de una agencia de publicidad, el ya publicado autor de tres libros afirmaría que en realidad escribía para que sus amigos lo quisieran cada día más y más, tanto como se confirmó durante la noche en que se fue de este mundo, por todo el mundo en las filas de personas que lo lloraban leyéndolo en sus ejemplares y la lluvia de miles de pétalos amarillos como mariposas que parecían llovizna de uno de sus propios párrafos.
Dicen los que lo leen ahora por primera vez en sus vidas que en una página exacta Úrsula Iguarán muere en Jueves Santo y que en ese párrafo consta que fue un día de tan intensos calores que “los pájaros se estrellaban como perdigones y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios” y consta que el día que murió Gabo, un pájaro confundido se metió quién sabe cómo a su casa y terminó estrellándose en la ventana de la habitación donde empezaba su eternidad. También sucedió en Jueves Santo.
Nada más. Nada menos: la vida y literatura de Gabriel García Márquez está impresa como un tatuaje inexplicable de azar y magias.
Debo a la generosa amistad de Mercedes Barcha, La Gaba, y a la fraternidad incondicional de Rodrigo y Gonzalo García Barcha lo que narro en estas líneas y lo que vivimos o leemos en la vida y obra de Gabo: todo ello es ya memoria palpable e imaginación desatada por encima y allende de toda consideración ajena a su Literatura con mayúsculas y quizá por ello, el día que dicen que se fue, sin permiso y en silencio conocí por primera vez la cueva donde escribía.
Horas antes, minutos después de su último suspiro, su hijo captó también en fotografía el arco iris que pasó por encima del sillón donde le gustaba leer; de noche, al filo de la madrugada del primer día que hoy apenas cumple un año, yo mismo vi en penumbra lo que parecía la tipografía del silencio. Efectivamente, son mariposas amarillas.
Jorge F. Hernández es autor de La Emperatriz de Lavapiés y colaborador de elpais.com, con la columna Cartas de Cuévano.
16 abr 2015
Margarita, la reina altiva, fría e intransigente........................................... Mábel Galaz
La monarca de los daneses celebra su 75 cumpleaños rodeada de representantes de todas las casas reales, entre ellos los Reyes de España.
Margarita de Dinamarca
cumple mañana 75 años y lo hace rodeada de representantes de todas las
casas reales que han viajado a Copenhague para los festejos que arrancan
con una cena de gala esta noche, a la que asistirán los Reyes de
España.
Pero hace días que los daneses celebran el aniversario de su reina, una mujer que goza de una gran popularidad pese a su férreo carácter.
Y es que si alguien pensaba que la personalidad de Margarita de Dinamarca se había ablandado con el paso de los años, se equivocaba
. El pasado lunes la monarca recibía a la prensa en su palacio de Amalienborg, el mismo en el que nació, para hablar de cómo se siente ante su inminente cumpleaños.
Una periodista se atrevió a tutearla y ella, visiblemente contrariada por la osadía, respondió
: "Usted y yo ¿hemos ido al mismo colegio? Pues entonces utilice el usted"
. No es la primera vez que la reina pone firme a todo aquel que intenta romper el protocolo o cuestionar su autoridad.
Ese mismo día ante los medios de comunicación despejó las posibles dudas sobre su futuro en el trono.
No va a abdicar, dijo, ya que su edad no le supone "ningún problema", aunque lamenta no poder bailar ballet o participar en carreras sobre esquís.
Un mensaje parecido al que lanzó al cumplir los 70. "Todavía tengo mucho trabajo que hacer. Ni voy a abdicar ni a dejar de fumar".
Ese día junto a ella no estaba Enrique, su marido, aquejado de una gripe, la única persona en el mundo a quien la reina escucha y por quien estaría dispuesta a dejarlo todo.
Margarita de Dinamarca, junto con Isabel II, es la otra mujer que lleva corona en las casas reales europeas y no parece decidida a desprenderse de ella.
Tras 43 años en el cargo, seguirá al frente de la monarquía aunque su hijo Federico se ha consolidado como un heredero muy sólido y popular
. Casado desde 2004 con la que hoy es una de las princesas más glamurosas de Europa, la abogada Mary Donaldson, tienen cuatro hijos
. Y es que a Margarita solo los deseos de su marido de no ser un florero y tener más vida privada pueden hacerle cambiar de opinión.
Es un secreto a voces que al príncipe Enrique no le gusta el papel de segundón al que la vida le ha relegado por su matrimonio, y en más de una ocasión lo ha dejado claro, como cuando dio plantón a las monarquías europeas en la boda de Guillermo y Máxima, entonces príncipes herederos de Holanda
. Margarita llegó sola y con cara de circunstancias mientras toda Dinamarca desayunaba con una entrevista de su marido al diario danés BT en la que de manera rotunda aseguraba sentirse “inútil y relegado” dentro de la casa real danesa.
Por ello había decidido mudarse a su castillo de Caix, en el sur de Francia, para “reflexionar sobre su vida”.
“Hoy, a la mujer de un rey se le da el título de reina, pero el marido de una reina no se convierte en rey al casarse”, se quejaba.
“En estas condiciones la relación de pareja queda desequilibrada, no en privado, pero sí a ojos de la opinión pública. Eso es traumático”.
Sorprendida por la confesión del príncipe, Margarita abandonó la boda para intentar resolver la crisis institucional y personal
. Parece que lo logró y que entre ellos hubo algún tipo de pacto, ya que siguen juntos y "felices". Salvo ese momento en que su matrimonio estuvo en el aire, la reina no ha mostrado ningún otro signo de debilidad.
Ese carácter férreo lo mantiene con sus hijos.
Tardó mucho tiempo en dar el visto bueno a la boda de su hijo mayor y heredero Federico con la abogada australiana Mary Donaldson y no contenta con ello dos años después puso precio a su hipotética separación.
Los abogados de la Casa Real redactaron un nuevo documento que anulaba el acta prenupcial que la pareja firmó al casarse.
Las anteriores capitulaciones matrimoniales de los príncipes Federico y Mary quedaron registradas el día en que contrajeron matrimonio, el 14 de mayo de 2004, en la catedral de Nuestra Señora de Copenhague.
La medida de precaución obedeció al temor de la reina de que su hijo mayor algún día rompa su matrimonio, como le sucedió a su segundo hijo
. El divorcio del príncipe Joaquín le obligó a poner de su bolsillo un millón de euros y vender algunas de sus propiedades para comprar una casa a la princesa Alejandra, además de pagarle una cuantiosa cantidad económica cada año.
La reina de los daneses es además diseñadora y jardinera aficionada; ella tiene claro que de no haber sido por sus responsabilidades monárquicas hubiera sido artista
. Y de alguna manera lo ha sido.
Siempre que puede hace una incursión en este mundo: en 2009 participó en Los cisnes salvajes (De vilde svaner), una película en la que colaboró intensamente ocupándose de la escenografía y del vestuario e incluso se atrevió a interpretar un pequeño papel de campesina
. La reina aparecía en una escena de la película -basada en un cuento del escritor y fabulista danés Hans Christian Andersen- en la que la princesa Elisa va a ser ejecutada en la plaza ante el pueblo
. La soberana aparecía en pantalla con un pañuelo negro en la cabeza y ropa de mendiga
. Un año antes, había diseñado el escenario y el vestuario de un ballet basado en Hans Christian Andersen que se escenificó en los jardines Tívoli de Copenhague.
También fue ella quien se encargó de realizar el diseño de los carteles conmemorativos del enlace de Federico.
Pero hace días que los daneses celebran el aniversario de su reina, una mujer que goza de una gran popularidad pese a su férreo carácter.
Y es que si alguien pensaba que la personalidad de Margarita de Dinamarca se había ablandado con el paso de los años, se equivocaba
. El pasado lunes la monarca recibía a la prensa en su palacio de Amalienborg, el mismo en el que nació, para hablar de cómo se siente ante su inminente cumpleaños.
Una periodista se atrevió a tutearla y ella, visiblemente contrariada por la osadía, respondió
: "Usted y yo ¿hemos ido al mismo colegio? Pues entonces utilice el usted"
. No es la primera vez que la reina pone firme a todo aquel que intenta romper el protocolo o cuestionar su autoridad.
Ese mismo día ante los medios de comunicación despejó las posibles dudas sobre su futuro en el trono.
No va a abdicar, dijo, ya que su edad no le supone "ningún problema", aunque lamenta no poder bailar ballet o participar en carreras sobre esquís.
Un mensaje parecido al que lanzó al cumplir los 70. "Todavía tengo mucho trabajo que hacer. Ni voy a abdicar ni a dejar de fumar".
Ese día junto a ella no estaba Enrique, su marido, aquejado de una gripe, la única persona en el mundo a quien la reina escucha y por quien estaría dispuesta a dejarlo todo.
Margarita de Dinamarca, junto con Isabel II, es la otra mujer que lleva corona en las casas reales europeas y no parece decidida a desprenderse de ella.
Tras 43 años en el cargo, seguirá al frente de la monarquía aunque su hijo Federico se ha consolidado como un heredero muy sólido y popular
. Casado desde 2004 con la que hoy es una de las princesas más glamurosas de Europa, la abogada Mary Donaldson, tienen cuatro hijos
. Y es que a Margarita solo los deseos de su marido de no ser un florero y tener más vida privada pueden hacerle cambiar de opinión.
Es un secreto a voces que al príncipe Enrique no le gusta el papel de segundón al que la vida le ha relegado por su matrimonio, y en más de una ocasión lo ha dejado claro, como cuando dio plantón a las monarquías europeas en la boda de Guillermo y Máxima, entonces príncipes herederos de Holanda
. Margarita llegó sola y con cara de circunstancias mientras toda Dinamarca desayunaba con una entrevista de su marido al diario danés BT en la que de manera rotunda aseguraba sentirse “inútil y relegado” dentro de la casa real danesa.
Por ello había decidido mudarse a su castillo de Caix, en el sur de Francia, para “reflexionar sobre su vida”.
“Hoy, a la mujer de un rey se le da el título de reina, pero el marido de una reina no se convierte en rey al casarse”, se quejaba.
“En estas condiciones la relación de pareja queda desequilibrada, no en privado, pero sí a ojos de la opinión pública. Eso es traumático”.
Sorprendida por la confesión del príncipe, Margarita abandonó la boda para intentar resolver la crisis institucional y personal
. Parece que lo logró y que entre ellos hubo algún tipo de pacto, ya que siguen juntos y "felices". Salvo ese momento en que su matrimonio estuvo en el aire, la reina no ha mostrado ningún otro signo de debilidad.
Ese carácter férreo lo mantiene con sus hijos.
Tardó mucho tiempo en dar el visto bueno a la boda de su hijo mayor y heredero Federico con la abogada australiana Mary Donaldson y no contenta con ello dos años después puso precio a su hipotética separación.
Los abogados de la Casa Real redactaron un nuevo documento que anulaba el acta prenupcial que la pareja firmó al casarse.
Las anteriores capitulaciones matrimoniales de los príncipes Federico y Mary quedaron registradas el día en que contrajeron matrimonio, el 14 de mayo de 2004, en la catedral de Nuestra Señora de Copenhague.
La medida de precaución obedeció al temor de la reina de que su hijo mayor algún día rompa su matrimonio, como le sucedió a su segundo hijo
. El divorcio del príncipe Joaquín le obligó a poner de su bolsillo un millón de euros y vender algunas de sus propiedades para comprar una casa a la princesa Alejandra, además de pagarle una cuantiosa cantidad económica cada año.
La reina de los daneses es además diseñadora y jardinera aficionada; ella tiene claro que de no haber sido por sus responsabilidades monárquicas hubiera sido artista
. Y de alguna manera lo ha sido.
Siempre que puede hace una incursión en este mundo: en 2009 participó en Los cisnes salvajes (De vilde svaner), una película en la que colaboró intensamente ocupándose de la escenografía y del vestuario e incluso se atrevió a interpretar un pequeño papel de campesina
. La reina aparecía en una escena de la película -basada en un cuento del escritor y fabulista danés Hans Christian Andersen- en la que la princesa Elisa va a ser ejecutada en la plaza ante el pueblo
. La soberana aparecía en pantalla con un pañuelo negro en la cabeza y ropa de mendiga
. Un año antes, había diseñado el escenario y el vestuario de un ballet basado en Hans Christian Andersen que se escenificó en los jardines Tívoli de Copenhague.
También fue ella quien se encargó de realizar el diseño de los carteles conmemorativos del enlace de Federico.
Frida Kahlo a su amante español: “Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a soñar”....................................Jan Martínez Ahrens
Las 25 cartas de la artista mexicana, subastadas en Nueva York, ponen al descubierto su pasión secreta, pero también su declive físico y las claves profundas de su obra.
Nunca me ha gustado su obra, ni su amor malsano con diego Rivera, ni su exaltación por sus dolores terribles de su accidente de joven. Si llegué a ella fue por Troski, por la gente a la que daban refugio, aunque poco les valió.
Recuerdan la relación malsana de Simone de Boboir con Sartre que compartian amantes para no perder a sus parejas, hombres y mujeres daba igual.
El amor de Frida Kahlo, plasmado en 25 cartas manuscritas dirigidas a su amante español Josep Bartolí, fue vendido por la casa de subastas Doyle
de Nueva York al precio de 137.000 dólares.
El comprador, un supuesto coleccionista de arte que permanece en el anonimato, tendrá en sus manos un legado cuyo valor queda fuera de las cuentas corrientes.
A lo largo de las 100 páginas que componen este archivo inédito desfila sin tapujos la pasión profunda y casi adolescente que la artista mexicana, un icono transgresor y feminista, sintió por Bartolí, un republicano que, saltando de un tren, había logrado escapar de las garras de la Gestapo y de un destino incierto en el campo de concentración de Dachau.
El fugitivo, tras un largo periplo por África y México recaló en Nueva York, donde se abrió paso como pintor y dibujante.
Allí, en un hospital de la metrópolis estadounidense, conoció, de la mano de Cristina, la hermana menor de Kahlo, a la inagotable pintora mexicana.
Era junio de 1946.
La vida de Frida Kahlo, de 39 años, discurría cuesta arriba.
De niña había sufrido una poliomielitis, que le dejó una pierna derecha más delgada que la izquierda. Y a los 18 años, un accidente en autobús deshizo la salud que le quedaba: el golpe quebró su columna y un hierro le atravesó la vagina.
En estas condiciones, Kahlo había acudido al centro médico neoyorquino para unas de sus habituales operaciones (sufrió 32 a los largo de su vida).
En ese espacio de dolor, surgió el idilio. Kahlo, en aquel momento casada por segunda vez con el muralista mexicano Diego Rivera, no le puso límites.
"Te escribiré horas y horas, aprenderé historias para contarte, inventaré nuevas palabras para decirte en todas: te quiero como a nadie".
Las cartas las firmaba como Mara (posible diminutivo del apelativo cariñoso Maravillosa) y las enviaba a la casa de Brooklyn de Bertram Wolfe, biógrafo de Rivera y cuya esposa era su confidente y amiga.
Como medida de seguridad, Kahlo le pidió a su amado que firmase como Sonja
. La estratagema iba destinada a evitar los celos de su marido, sólo tolerante con las aventuras lésbicas de Frida.
La lectura de las misivas permite poner el ojo en la cerradura y ver en primera fila el volcán sentimental al que se lanzaron los amantes.
La propia Kahlo admite que siente por Bartolí algo que jamás ha experimentado.
Hay pasión ("¿de qué color quieres que me hagan una enagua para cuándo tú regreses?"), pero también la soledad que caracterizó a la pintora y que, por obra del amor, se tornó en espera:
"Como no puedo ir a todos los lugares que tú vas, yo te espero a diario en el sillón o en la cama. Guárdame siempre en tu corazón, que yo no te olvido nunca".
En una página, incluso llega a soñar, tras un retraso en el periodo, en un posible embarazo ("¿podrías imaginarte un pequeño Bartolí o una Marita").
Todo ello combinado con ataques de realismo que la hacen reírse de sí misma: "Ya mi otra carta será menos idiota, te lo prometo".
Junto a los meandros de la pasión, las cartas ofrecen nuevas claves sobre su trabajo artístico. Kahlo gestó un mundo de gran complejidad
. Sus cuadros forman un espejo de su atormentada existencia, de su lucha constante contra el dolor, de la superación de los prejuicios.
Pero en ellos, la artista también abre las puertas al crisol cultural mexicano. En esta urdidumbre participa ella casi constantemente, con el ejercicio del autorretrato y también el cultivo de una imagen, cambiante y transgresora, que aún genera una atracción universal.
Entre sus obras punteras figura el doble autorretrato Árbol de la esperanza, un compendio de sus demonios personales pintado durante el romance con Bartolí
. Un periodo donde el dolor apenas la dejaba trabajar.
"Me acordé de tus últimas palabras y empecé a pintar.
Trabajé toda la mañana y después de comer hasta que no hubo más luz. Pero luego me sentí extenuada y todo me dolía (...) Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a ser feliz.
Eres mi árbol de la esperanza".
Las cartas fueron escritas a escondidas de Diego Rivera
. Su presencia, aparece una y otra vez en los textos como una sombra oscura, opresiva.
En ese ambiente de soledad, el declive físico de la artista avanza.
En enero de 1949 le cuenta que la depresión le empuja a beber. La angustia la cerca. “No te olvides de mí. No me dejes sola”
. Bartolí ha dejado de escribirla. Ella lo sigue intentando.
“Pinto poco, apenas tengo fuerzas para vivir”
. En la última misiva, escrita desde la cama, Frida Kahlo, enferma, lanza una desesperada llamada: “Aún soy tu Mara, tu compañera.
Tu amor es mi árbol de la esperanza. Te esperaré siempre. ¿Volverás?”
Las respuestas del republicano español no han sido halladas
. Posiblemente, la pintora las destruyera.
Pero las 25 cartas de ella fueron guardadas amorosamente por Bartolí dentro de sus sobres, junto con los pequeños objetos y fotos que jalonaron tres años de relación (1946-1949)
. La causa del fin se desconoce.
La distancia y el deterioro de la salud de Kahlo, seguramente jugaron su baza.
La artista, con una pierna amputada e incontables intentos de suicidio, murió el 13 de julio de 1954.
El exiliado, con extraña fidelidad, nunca hizo exhibición de este amor.
Calló incluso cuando algunos biógrafos consideraron que era tan solo uno más en el florido árbol de relaciones de la pintora.
Muerto en 1995, su secreto pasó, en perfecto estado, a sus familiares.
Ahora, ese vínculo entre dos seres que ya solo viven en el pasado ha quedado en manos anónimas.
El comprador, un supuesto coleccionista de arte que permanece en el anonimato, tendrá en sus manos un legado cuyo valor queda fuera de las cuentas corrientes.
A lo largo de las 100 páginas que componen este archivo inédito desfila sin tapujos la pasión profunda y casi adolescente que la artista mexicana, un icono transgresor y feminista, sintió por Bartolí, un republicano que, saltando de un tren, había logrado escapar de las garras de la Gestapo y de un destino incierto en el campo de concentración de Dachau.
El fugitivo, tras un largo periplo por África y México recaló en Nueva York, donde se abrió paso como pintor y dibujante.
Allí, en un hospital de la metrópolis estadounidense, conoció, de la mano de Cristina, la hermana menor de Kahlo, a la inagotable pintora mexicana.
Era junio de 1946.
La vida de Frida Kahlo, de 39 años, discurría cuesta arriba.
De niña había sufrido una poliomielitis, que le dejó una pierna derecha más delgada que la izquierda. Y a los 18 años, un accidente en autobús deshizo la salud que le quedaba: el golpe quebró su columna y un hierro le atravesó la vagina.
En estas condiciones, Kahlo había acudido al centro médico neoyorquino para unas de sus habituales operaciones (sufrió 32 a los largo de su vida).
En ese espacio de dolor, surgió el idilio. Kahlo, en aquel momento casada por segunda vez con el muralista mexicano Diego Rivera, no le puso límites.
"Te escribiré horas y horas, aprenderé historias para contarte, inventaré nuevas palabras para decirte en todas: te quiero como a nadie".
Las cartas las firmaba como Mara (posible diminutivo del apelativo cariñoso Maravillosa) y las enviaba a la casa de Brooklyn de Bertram Wolfe, biógrafo de Rivera y cuya esposa era su confidente y amiga.
Como medida de seguridad, Kahlo le pidió a su amado que firmase como Sonja
. La estratagema iba destinada a evitar los celos de su marido, sólo tolerante con las aventuras lésbicas de Frida.
La lectura de las misivas permite poner el ojo en la cerradura y ver en primera fila el volcán sentimental al que se lanzaron los amantes.
La propia Kahlo admite que siente por Bartolí algo que jamás ha experimentado.
Hay pasión ("¿de qué color quieres que me hagan una enagua para cuándo tú regreses?"), pero también la soledad que caracterizó a la pintora y que, por obra del amor, se tornó en espera:
"Como no puedo ir a todos los lugares que tú vas, yo te espero a diario en el sillón o en la cama. Guárdame siempre en tu corazón, que yo no te olvido nunca".
En una página, incluso llega a soñar, tras un retraso en el periodo, en un posible embarazo ("¿podrías imaginarte un pequeño Bartolí o una Marita").
Todo ello combinado con ataques de realismo que la hacen reírse de sí misma: "Ya mi otra carta será menos idiota, te lo prometo".
Junto a los meandros de la pasión, las cartas ofrecen nuevas claves sobre su trabajo artístico. Kahlo gestó un mundo de gran complejidad
. Sus cuadros forman un espejo de su atormentada existencia, de su lucha constante contra el dolor, de la superación de los prejuicios.
Pero en ellos, la artista también abre las puertas al crisol cultural mexicano. En esta urdidumbre participa ella casi constantemente, con el ejercicio del autorretrato y también el cultivo de una imagen, cambiante y transgresora, que aún genera una atracción universal.
Entre sus obras punteras figura el doble autorretrato Árbol de la esperanza, un compendio de sus demonios personales pintado durante el romance con Bartolí
. Un periodo donde el dolor apenas la dejaba trabajar.
"Me acordé de tus últimas palabras y empecé a pintar.
Trabajé toda la mañana y después de comer hasta que no hubo más luz. Pero luego me sentí extenuada y todo me dolía (...) Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a ser feliz.
Eres mi árbol de la esperanza".
Las cartas fueron escritas a escondidas de Diego Rivera
. Su presencia, aparece una y otra vez en los textos como una sombra oscura, opresiva.
En ese ambiente de soledad, el declive físico de la artista avanza.
En enero de 1949 le cuenta que la depresión le empuja a beber. La angustia la cerca. “No te olvides de mí. No me dejes sola”
. Bartolí ha dejado de escribirla. Ella lo sigue intentando.
“Pinto poco, apenas tengo fuerzas para vivir”
. En la última misiva, escrita desde la cama, Frida Kahlo, enferma, lanza una desesperada llamada: “Aún soy tu Mara, tu compañera.
Tu amor es mi árbol de la esperanza. Te esperaré siempre. ¿Volverás?”
Las respuestas del republicano español no han sido halladas
. Posiblemente, la pintora las destruyera.
Pero las 25 cartas de ella fueron guardadas amorosamente por Bartolí dentro de sus sobres, junto con los pequeños objetos y fotos que jalonaron tres años de relación (1946-1949)
. La causa del fin se desconoce.
La distancia y el deterioro de la salud de Kahlo, seguramente jugaron su baza.
La artista, con una pierna amputada e incontables intentos de suicidio, murió el 13 de julio de 1954.
El exiliado, con extraña fidelidad, nunca hizo exhibición de este amor.
Calló incluso cuando algunos biógrafos consideraron que era tan solo uno más en el florido árbol de relaciones de la pintora.
Muerto en 1995, su secreto pasó, en perfecto estado, a sus familiares.
Ahora, ese vínculo entre dos seres que ya solo viven en el pasado ha quedado en manos anónimas.
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