Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 abr 2015

Manicura francesa..................................................................... Boris Izaguirre

Observando las manos de Susana Díaz uno puede entrever que no tiene miedo ni al ridículo ni a las modas que vienen y van, ni muchísimo menos a la feminidad.

 

Susana Diaz. / PACO PUENTES

La penúltima semana de marzo había empezado bien.
 Estábamos dispuestos a comentar el regreso de la manicura francesa al descubrirla en las expresivas manos de Susana Díaz, celebrando su triunfo en las elecciones andaluzas.
 Pero el caso Neymar lo cambió todo. A bordo de un taxi en Barcelona el día que el fiscal solicitó cárcel para el presidente del Barça, el chófer me comentó
: “Es un drama, y nos afecta, yo estoy todo el día en el taxi, ahora con el Bartomeu y Rosell en el banquillo, ¡echándole la culpa a Tito Vilanova, que no se puede defender, hombre, porque no está vivo!
Sonará mal pero me tienen jodido, es mucho morro y mucha pasta, tío”.
El taxista de Barcelona no se había fijado, o prefirió no comentar, en la nueva situación de Tania Sánchez (sin trabajo ni novio) ni tampoco en la manicura francesa de la legitimada presidenta de Andalucía,
 “¿Eso qué es?”. Intenté explicarle que es una técnica de manicura parisiense que tuvo un gran impacto en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, al parecer los soldados americanos la descubrieron a través de las novias que la guerra les otorgó en Europa, que también les apaciguaban con el bálsamo del sexo oral. Pero eso es otra historia.
 La manicura francesa consiste en una elegante capa de esmalte blanco aplicada en las puntas de las uñas, mientras el resto permanece cubierto de un esmalte transparente o ligeramente rosado.
 En el jolgorio sevillano por el triunfo de Susana no era fácil fijarse en ello y, además, su cabellera champagne y el impermeable verde menta, que parecía envolverla como un caramelo, competían en atención con su felicidad
. Pero allí estaban, recién hechas, quizás para darse un respiro y meditar un poquito sobre todo lo que esas uñas tendrán que agarrar, soltar o firmar.
Observando esa manicura sevillana uno puede entrever varias cosas de Susana Díaz.
 No tiene miedo. Ni al ridículo, ni a las modas que vienen y van ni muchísimo menos a la feminidad. Que es algo que la diferencia del resto de otras políticas nacionales.
 Quiere darnos una imagen pulcra y secretarial. Eficiente y coqueta. Y quizás forme parte de su empeño en que la veamos cercana a la tierra o a la calle. Pepa Bueno le pregunto en la SER qué pensaba hacer el día después de las elecciones. Respondió: “Currar”.
Lo que sí debería es pulir sus respuestas con respecto a Pedro Sánchez.
 “Es normal”, le dijo a la estrella de la mañana cuando quiso saber cómo era la relación entre ellos. Y esa es la típica respuesta que las starlets del cotilleo ofrecen al empezar o terminar una exclusiva sentimental.
 ¿Tan normal como la que mantiene con la juez Alaya?
Entre la juez y la presidenta existe un ceñidísimo duelo estilístico.
 Mientras la presidenta Díaz es expansiva, colorida y juguetea con el barrio y lo rural, la juez Alaya es funcional, severa y pelín inquisitorial. Aunque llena de finura urbana sus arreglos y apuesta sin dudar por un nuevo minimalismo andalusí.
Sabemos que a las damas de la política les disgusta que hablen de su vestuario, pero entre la juez y la presidenta se da ese desafío diario, una perfecta mezcla de política, lidia y vestimenta que no podemos dejar pasar.
¿Serán cuatro años de alto voltaje estilístico? Son tantas las citaciones y celebraciones en Andalucía que exigen respetar un código de vestuario que será muy difícil no encontrar titulares sobre este duelo de uñas esculpidas.
El regreso de la manicura francesa pilló a Rosa Díez apartada de las tendencias.
 Y allí sigue aferrada.
 Siempre nos resultó inquietante que Díez no calibrase la oportunidad de ser una Señora Robinson que le ofrecía el Graduado a Albert Rivera.
 Quizás si hubiera descubierto los beneficios de la manicura francesa, Rosa sería una mujer más feliz tras estas elecciones.
Otra mujer, de absoluta ficción, empieza a convertirse en referencia aunque sin manicura francesa. Es La Cenicienta, la célebre heroína buena y bendecida por la magia ideada por un francés y requetemejorada por un estadounidense.
 Disney vuelve al ataque esta vez con una versión real, no de animación, y dirigida por Kenneth Branagh, el niño prodigio que explotó a Shakespeare durante los años noventa.
 Esta Cenicienta es como un nuevo Jesucristo: las humillaciones a las que la someten su madrastra (una Cate Blanchett en plan Liberace) y sus hermanastras, inspiradas en las hijas de Sarah Ferguson, sirven para forjarle un carácter donde la bondad es iluminación y guía.
 Cuanto más buena y torturada eres más seguridad tienes de que la magia vendrá en tu ayuda, te conducirá al amor y al éxito tanto en el matrimonio como en la Jefatura del Estado.
Porque eso le sucede a Cenicienta, que enamora a un príncipe, con virilidad a prueba de mallas color porcelana y muy preparado para la más alta gestión pública. El día que vi la película en Miami tenía delante una fila de jóvenes japonesas cargadas de golosinas riendo y suspirando durante toda la proyección.
Y en la fila de atrás una fila de gais musculados con sus bebidas vitaminadas empáticos con la madrastra, reilones con el príncipe y sobre todo seducidos por esta nueva Cenicienta. “Más que reina”, me confesó uno de ellos, “yo la veo como Hillary presidenta”. Sin corona pero con manicura francesa, la princesa Susana se le adelantó.

Esos lobos que nos salvaron..............................................................

Humanos y lobos somos especies parecidas: omnívoros, oportunistas y jerárquicos.


Siempre me han fascinado los neandertales, esa otra especie humana con la que hemos compartido el planeta durante muchos miles de años. ¿Se imaginan? Ya hemos convivido con alienígenas, y de hecho guardamos un vivo recuerdo de ellos: los extendidos mitos de ogros, troles, yetis y big-foot son el rastro que esos seres dejaron en nuestra memoria colectiva. En realidad sabemos muy poco de los neandertales y su extinción es uno de los grandes misterios de la paleontología. Los expertos están en una guerra constante de fechas y datos; creo que, a la dificultad de conseguir información precisa en una materia tan remota, se añaden una infinidad de poderosos prejuicios por el hecho de estar tratando un tema tan sensible como la supuesta preponderancia de nuestra especie.
De modo que, durante años, se pensó que los neandertales eran unos brutos inferiores y que los cromañones, mucho más refinados e inteligentes, llegamos y les borramos por nuestra pura superioridad. Luego se ha descubierto que nuestros primos eran tan inteligentes como nosotros; que, además, con su cuerpo masivo estaban más adaptados que nosotros para el frío de la glaciación (y, sin embargo, quienes desaparecieron fueron ellos); que convivimos durante muchos milenios (entre 15.000 y 130.000 años, dependiendo de las fuentes); más aún, ¡que nos apareamos! Y que tuvimos descendencia fértil, porque todos los humanos, salvo los africanos subsaharianos, tenemos entre un 1% y un 4% de genes neandertales. Eso sí, el cruce debió de ser muy raro. Un serio y famoso estudio estadístico aventura que sólo hubo 10.000 parejas mixtas de padres. Cómo se llega a una precisión contable de este tipo es una magia genética y matemática que soy incapaz de vislumbrar.
Aunque los neandertales estuvieran más preparados para el frío, eso no les salvaba de la hambruna que trajo el invierno
Pero volvamos al misterio de la extinción de los neandertales. Durante algún tiempo, y de hecho hasta hace muy poco, hubo una teoría maravillosa. Ya hemos dicho que neandertales y cromañones éramos exactamente iguales en cuanto a capacidad intelectual, nivel tecnológico de fabricación de herramientas y demás. Sin embargo, parecía que nosotros, además de fabricar hachas, hacíamos collares. Que no sólo nos interesaba lo útil, sino también lo hermoso. Y que ese talento artístico, digamos, podía haber sido la clave de nuestro éxito. Que la capacidad de crear y apreciar la belleza hubiera sido lo que nos salvó de la extinción me pareció tan emocionante que escribí un artículo sobre ello e incluí este dato en varias conferencias. Pero se trataba, de nuevo, de una conclusión errónea y etnocéntrica. En la última década se ha demostrado que los neandertales también se hacían collares de dientes de animales, también apreciaban lo estético. Volvíamos a ser iguales. Volvíamos a quedarnos sin ninguna diferencia que explicara por qué ellos desaparecieron y nosotros no.

Ahora he leído en The Guardian una noticia fascinante. Un profesor norteamericano, Pat Shipman, acaba de publicar un libro en el que propone una teoría formidable. Recordemos que, en la época de la extinción, la glaciación estaba haciendo que la vida fuera mucho más difícil; aunque los neandertales estuvieran físicamente más preparados para el frío, eso no les salvaba de la hambruna que los rigores invernales trajeron: había menos comida para todos. Y, entonces, sucedió algo maravilloso: los cromañones se aliaron con los lobos para cazar. Dio así comienzo nuestra viejísima relación con los perros; hay restos óseos de hace 40.000 años de humanos y lobos enterrados juntos, y en los huesos de los animales no se veían huellas de dientes, lo que demostraba que no habían sido devorados, sino que formaban parte de la familia; además, para entonces los cráneos de los lobos ya estaban ligeramente modificados, porque eran una especie doméstica.
Humanos y lobos somos especies parecidas y complementarias; somos omnívoros, oportunistas, jerárquicos, animales sociales que nos ocupamos de nuestras crías y de nuestros viejos. En tiempos de hielo, de penuria y de hambre, tuvimos el ingenio de aliarnos para cazar. Juntos, cromañones y lobos debimos de formar un equipo letal y poderoso. Cazamos (y exterminamos) a los mamuts, a los leones y los búfalos europeos. Y matamos de hambre a los neandertales. El libro del profesor Shipman se titula The Invaders: How Humans and Their Dogs Drove Neanderthals to Extinction (los invasores: cómo los humanos y sus perros llevaron a los neandertales a la extinción). Miro ahora a mis perras, conmovida y conmocionada por la idea de que probablemente nos salvaron como especie. Y, desde entonces, cuántas veces hemos abusado de ese pacto, cuántas veces los hemos traicionado.
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero
www.rosa-montero.com

 

 

» De la primera llamada por móvil en 1973 a 2.600 millones de ‘smartphones’

Este viernes se conmemora el aniversario de la primera comunicación celular, la tecnología con mayor implantación mundial de la historia.

Martin Cooper, con el primer teléfono móvil. / Ted Soqui/Corbis

Este viernes, día 3, se conmemora la primera llamada desde un teléfono móvil que realizó hace 42 años Martin Cooper a su mayor rival en el sector, Joel Engel de los Bell Labs de AT&T, desde una calle de Nueva York. "¿A qué no sabes desde dónde te llamo?", le dijo. Cooper, que recibió el Premio Príncipe de Asturias, se encontraba en la Sexta Avenida de Nueva York a punto de dar una rueda de prensa en el hotel Hilton para anunciar que acababa de realizar la primera llamada de la historia desde un teléfono móvil.

El aparato era un prototipo de Motorola DynaTac 8000X que pesaba 794 gramos, tenía unos 33 centímetros de altura contando la antena y 8,9 centímetros de grosor. Este armatoste tardaba 10 horas en cargarse, sólo contaba con media hora de batería y su precio equivalente hoy sería de unos 7.200 euros. El iPhone 6 pesa 123 gramos, con 13,81 centímetros de altura y menos de un centímetro de grosor, y vale 699 euros.
En 1975, había 5.000 clientes de telefonía móvil en el planeta. Hoy hay 3.600 millones de usuarios con un móvil permanentemente en su mano o en su bolsillo, la mitad de la población mundial, y se espera que para 2020 se extienda a 4.600 millones de abonados, según las últimas estadísticas de GSMA, la organización mundial de operadores móviles.
En realidad, hay muchos más móviles que abonados porque los usuarios disponen de varios. Así el número de tarjetas SIM alcanza los 7.100 millones (1,5 SIM por usuario) y se suman las SIM que conectan máquinas entre sí (M2M) se prevé que 2020 se alcance la cifra mágica de las 10.000 millones de conexiones móviles.
La penetración móvil varía mucho según la región global.
 En Europa, casi el 80% eran suscriptores móviles a finales de 2014, mientras que en África subsahariana la cifra es de sólo el 39%. Por lo tanto, el crecimiento de suscriptores global durante los próximos cinco años se concentrará en los países en desarrollo, impulsado por el aumento de la asequibilidad de los dispositivos y servicios móviles y la rápida expansión de la cobertura móvil que sirve para conectar las poblaciones actualmente inconexos, especialmente los de las zonas rurales, según el informe La Economía del Móvil 2015 realizado por la GSMA.
Los teléfonos inteligentes (smartphones) representan ahora el 37% de las conexiones, con 2.600 millones de terminales, aunque su crecimiento es imparable porque alcanzarán los 5.900 millones en 2020, el 65% del total.
 Se venden ya más smartphones que tabletas, ordenadores y televisores juntos.
La explosión del móvil ha sido gracias a su posibilidad de conexión a Internet. La banda ancha móvil representa el 40% de las conexiones totales, pero aumentará a casi el 70% del total en 2020 gracias a la tecnología 4G o LTE que permite mayores velocidades. El creciente uso de teléfonos inteligentes habilitados para banda ancha móvil está impulsando una explosión del tráfico de datos móviles. Según Cisco, se prevé que los volúmenes de datos móviles globales crezcan a una tasa compuesta anual del 57% hasta 2019, llegando a 24.314 petabytes al mes por ese punto, el resultado de un aumento del consumo de vídeo bajo demanda a través de dispositivos móviles.
La industria móvil es una piedra angular de la economía global. En 2014, la industria móvil contribuyó tres billones de dólares para la economía mundial, lo que equivale al 3,8% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial.
 En 2020, se estima que la contribución de la industria aumentará a 3,9 billones de dólares, lo que representa 4,2% del PIB mundial. La industria móvil emplea directamente a 12,8 millones de personas en el mundo en 2014 y a otros 11,8 millones de empleos indirectos.

 

1 abr 2015

Percebes o lechugas o taburetes....................................................... Javier Marías

Alguien a quien no le interesa leer es alguien a quien le trae sin cuidado saber por qué está en el mundo

El titular no podía ser más triste para quienes pasamos ratos magníficos en esos establecimientos: “Cada día cierran dos librerías en España”. El reportaje de Winston Manrique incrementaba la desolación: en 2014 se abrieron 226, pero se cerraron 912, sobre todo de pequeño y mediano tamaño. Las ventas han descendido un 18% en tres años, pasándose de una facturación global de 870 millones a una de 707. La primera reacción, optimista por necesidad, es pensar que bueno, que quizá la gente compra los libros en las grandes superficies, o en formato electrónico, aunque aquí ya sabemos que los españoles son adictos a la piratería, es decir, al robo. Nadie que piratee contenidos culturales debería tener derecho a indignarse ni escandalizarse por el latrocinio a gran escala de políticos y empresarios. “¡Chorizos de mierda!”, exclaman muchos individuos al leer o ver las noticias, mientras con un dedo hacen clic para choricear su serie favorita, o una película, o una canción, o una novela. “Quiero leerla sin pagar un céntimo”, se dicen. O a veces ni eso: “Quiero tenerla, aunque no vaya a leerla; quiero tenerla sin soltar una perra: la cultura debería ser gratis”.
Pero el reportaje recordaba otro dato: el 55% no lee nunca o sólo a veces. Y un buen porcentaje de esa gente no buscaba pretextos (“Me falta tiempo”), sino que admitía con desparpajo: “No me gusta o no me interesa”. Alguien a quien no le gusta o no le interesa leer es alguien, por fuerza, a quien le trae sin cuidado saber por qué está en el mundo y por qué diablos hay mundo; por qué hay algo en vez de nada, que sería lo más lógico y sencillo; qué ha pasado en la tierra antes de que él llegara y qué puede pasar tras su desaparición; cómo es que él ha nacido mientras tantos otros no lo hicieron o se malograron antes de poder leer nada; por qué, si vive, ha de morir algún día; qué han creído los hombres que puede haber tras la muerte, si es que hay algo; cómo se formó el universo y por qué la raza humana ha perdurado pese a las guerras, hambrunas y plagas; por qué pensamos, por qué sentimos y somos capaces de analizar y describir esos sentimientos, en vez de limitarnos a experimentarlos.
El que no lee acepta estar en el mundo que le ha tocado en suerte como un animal
A ese individuo no le provoca la menor curiosidad que exista el lenguaje y haya alcanzado una precisión y una sutileza tan extraordinarias como para poder nombrarlo todo, desde la pieza más minúscula de un instrumento hasta el más volátil estado de ánimo; tampoco que haya innumerables lenguas en lugar de una sola, común a todos, como sería también lo más lógico y sencillo; no le importa en absoluto la historia, es decir, por qué las cosas y los países son como son y no de otro modo; ni la ciencia, ni los descubrimientos, ni las exploraciones y la infinita variedad del planeta; no le interesa la geografía, ni siquiera saber dónde está cada continente; si es creyente, le trae al fresco enterarse de por qué cree en el dios en que cree, o por qué obedece determinadas leyes y mandamientos, y no otros distintos. Es un primitivo en todos los sentidos de la palabra: acepta estar en el mundo que le ha tocado en suerte como un animal –tipo gallina–, y pasar por la tierra como un leño, sin intentar comprender nada de nada. Come, juega y folla si puede, más o menos es todo.
Tal vez haya hoy muchas personas que crean que cualquier cosa la averiguarán en Internet, que ahí están los datos. Pero “ahí” están equivocados a menudo, y además sólo suele haber eso, datos someros y superficiales. Es en los libros donde los misterios se cuentan, se muestran, se explican en la medida de lo posible, donde uno los ve desarrollarse e iluminarse, se trate de un hallazgo científico, del curso de una batalla o de las especulaciones de las mentes más sabias. Es en ellos donde uno encuentra la prosa y el verso más elevados y perfeccionados, son ellos los que ayudan a comprender, o a vislumbrar lo incomprensible. Son los que permiten vivir lo que está sepultado por siglos, como La caída de Constantinopla 1453 del historiador Steven Runciman, que nos hace seguir con apasionamiento y zozobra unos hechos cuyo final ya conocemos y que además no nos conciernen. Y son los que nos dan a conocer no sólo lo que ha sucedido, sino también lo que no, que con frecuencia se nos aparece como más vívido y verdadero que lo acaecido. Al que no le gusta o interesa leer jamás le llegará la emoción de enfrascarse en El Conde de Montecristo o en Historia de dos ciudades, por mencionar dos obras que no serán las mejores, pero se cuentan entre las más absorbentes desde hace más de siglo y medio. Tampoco sabrá qué pensaron y dijeron Montaigne y Shakespeare, Platón y Proust, Eliot, Rilke y tantos otros. No sentirá ninguna curiosidad por tantos acontecimientos que la provocan en cuanto uno se entera de ellos, como los relatados por Simon Leys en Los náufragos del “Batavia”, allá en el lejanísimo 1629. De hecho ignora que casi todo resulta interesante y aun hipnotizante, cuando se sumerge uno en las páginas afortunadas. Es sorprendente –y también muy deprimente– que un 55% de nuestros compatriotas estén dispuestos a pasar por la vida como si fueran percebes; o quizá ni eso: una lechuga; o ni siquiera: un taburete.
elpaissemanal@elpais.es