15 mar 2015
La modestia de Sacks........................................................ Rosa Montero
Su mensaje es el del sabio, la verdadera voz del héroe. Señala esa desnuda continuidad de vida y muerte y vida.
Lo más conmovedor del artículo en el que Oliver Sacks
anuncia su cáncer terminal y su próxima muerte es la modestia del tono,
la falta total de engolamiento.
El yo, que ocupa tantísimo espacio en nuestras vidas, tiende a tomarse todo lo que le afecta bastante a la tremenda, y desde luego la propia muerte es el acontecimiento mayor de la existencia, así que todos los textos semejantes que he leído con anterioridad sobre la propia finitud, por muy bellos que fueran, tenían siempre un toque de épica, un añadido de lírica, un no sé qué candente de emoción apenas contenida.
El artículo de Sacks carece de todo eso; en realidad, es casi ramplón.
Y eso es lo que lo convierte en algo único y formidable.
Esa es la verdadera voz del héroe, el verdadero mensaje del sabio.
Nos dice: Soy poco, sentí y viví todo lo poco que fui con intensidad, sé que es hora de irse.
“Donde yo ahora estoy, tú estarás”, vaticina una clásica inscripción funeraria presente en muchas lápidas.
El artículo de Sacks, con su sencillez, sirve de espejo. Señala esa desnuda continuidad de vida y muerte y vida.
Siento que su próximo fin es el de alguien cercano.
Le he leído tantos libros, esos magníficos trabajos sobre las rarezas de la mente.
Verdaderos viajes a los extremos del ser, como Un antropólogo en Marte o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
Él mismo tuvo graves problemas neurológicos o quizá neuróticos; lo cuenta en alguno de sus libros, ya no recuerdo cuál.
Dolores de cabeza inhabilitantes, cegueras y parálisis momentáneas.
Seguramente ese sufrimiento personal le hizo más apto para comprender el sufrimiento de los otros. A fin de cuentas, todos somos raros de una manera u otra.
Esa fue la gran aportación de Sacks: la convicción de que todas las rarezas son normales.
Y la celebración constante de la vida, del misterio de la vida, de la fuerza de la vida para adaptarse a todo, para crear un mundo a la medida de tus posibilidades
. Ahora, fiel a sí mismo, Sacks nos demuestra que también podemos adaptarnos a la certidumbre de nuestra muerte inminente.
Es un ejemplo precioso y tranquilizador, aunque no sé si yo seré capaz de seguir su estela.
Desde todos los puntos de vista, del más convencional al más personal, Oliver Sacks parece haber tenido una vida de rotundo éxito.
Es famoso, es rico, es respetado, es querido, es conocido en todo el mundo, sus libros se venden a millones.
Y ha alcanzado la aceptable edad de 81 años, quizá un momento perfecto para despedirse, antes de que la vejez hinque demasiado profundamente los dientes.
Pero, enfrentada a la muerte, toda vida, hasta la del personaje más glorioso, se encoge hasta mostrar su microscópica dimensión real. Polvo y cenizas.
El barroco español, atormentado por la finitud, llenó los cuadros de calaveras para recordarnos esa nadería, esa futilidad de la vida humana. ¿La pompa del emperador dueño del mundo?
Puro espejismo; por debajo del sombrero adornado con plumas de faisán está el pelado cráneo amarillento.
Que también acabará desintegrándose.
Ya se sabe que nuestra vida es apenas una minúscula gota en el mar del tiempo
. En realidad, y si lo piensas bien, ese ejercicio de modestia, tan raro en los humanos, que estamos llenos de pretensiones espectaculares sobre nosotros mismos, es consolador y relajante.
Si nuestra vida entera, vista en términos globales, es una fruslería, las angustias por las que perdemos la cabeza, el corazón y el resuello cada día son verdaderas necedades
. Deberíamos poner más calaveras barrocas en nuestro entorno y vivir más conscientes de nuestra nimiedad.
Esa modestia es la que llena de luz el texto de Oliver Sacks
. Me encanta especialmente cuando dice que se siente liberado de muchas cosas, y que en las semanas o meses que le queden de vida no va a ver más informativos de televisión ni va a preocuparse más por el cambio climático.
Y no porque no sea importante, sino porque ya no le incumbe
. Él está en otra cosa: en la vida esencial, una vida básica de célula, de animal gozoso de sentirse vivo.
Es una observación desternillante: ¿Quién no ha tenido alguna vez la tentación de no ver más los aterradores telediarios, de cerrar los ojos al dolor y al miedo y volver a ser un inocente niño bajo el sol?
La vida también pesa.
Tal vez el miedo que le tenemos a la muerte no sea más que otro de esos desquiciados, desordenados miedos que apesadumbran absurdamente nuestras vidas.
Sacks navega hacia el final libre de carga, marinero de un barco diminuto.
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero
www.rosa-montero.com
El yo, que ocupa tantísimo espacio en nuestras vidas, tiende a tomarse todo lo que le afecta bastante a la tremenda, y desde luego la propia muerte es el acontecimiento mayor de la existencia, así que todos los textos semejantes que he leído con anterioridad sobre la propia finitud, por muy bellos que fueran, tenían siempre un toque de épica, un añadido de lírica, un no sé qué candente de emoción apenas contenida.
El artículo de Sacks carece de todo eso; en realidad, es casi ramplón.
Y eso es lo que lo convierte en algo único y formidable.
Esa es la verdadera voz del héroe, el verdadero mensaje del sabio.
Nos dice: Soy poco, sentí y viví todo lo poco que fui con intensidad, sé que es hora de irse.
“Donde yo ahora estoy, tú estarás”, vaticina una clásica inscripción funeraria presente en muchas lápidas.
El artículo de Sacks, con su sencillez, sirve de espejo. Señala esa desnuda continuidad de vida y muerte y vida.
Siento que su próximo fin es el de alguien cercano.
Le he leído tantos libros, esos magníficos trabajos sobre las rarezas de la mente.
Verdaderos viajes a los extremos del ser, como Un antropólogo en Marte o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
Él mismo tuvo graves problemas neurológicos o quizá neuróticos; lo cuenta en alguno de sus libros, ya no recuerdo cuál.
Dolores de cabeza inhabilitantes, cegueras y parálisis momentáneas.
Seguramente ese sufrimiento personal le hizo más apto para comprender el sufrimiento de los otros. A fin de cuentas, todos somos raros de una manera u otra.
Esa fue la gran aportación de Sacks: la convicción de que todas las rarezas son normales.
Y la celebración constante de la vida, del misterio de la vida, de la fuerza de la vida para adaptarse a todo, para crear un mundo a la medida de tus posibilidades
. Ahora, fiel a sí mismo, Sacks nos demuestra que también podemos adaptarnos a la certidumbre de nuestra muerte inminente.
Es un ejemplo precioso y tranquilizador, aunque no sé si yo seré capaz de seguir su estela.
Desde todos los puntos de vista, del más convencional al más personal, Oliver Sacks parece haber tenido una vida de rotundo éxito.
Es famoso, es rico, es respetado, es querido, es conocido en todo el mundo, sus libros se venden a millones.
Y ha alcanzado la aceptable edad de 81 años, quizá un momento perfecto para despedirse, antes de que la vejez hinque demasiado profundamente los dientes.
Pero, enfrentada a la muerte, toda vida, hasta la del personaje más glorioso, se encoge hasta mostrar su microscópica dimensión real. Polvo y cenizas.
El barroco español, atormentado por la finitud, llenó los cuadros de calaveras para recordarnos esa nadería, esa futilidad de la vida humana. ¿La pompa del emperador dueño del mundo?
Puro espejismo; por debajo del sombrero adornado con plumas de faisán está el pelado cráneo amarillento.
Que también acabará desintegrándose.
Ya se sabe que nuestra vida es apenas una minúscula gota en el mar del tiempo
. En realidad, y si lo piensas bien, ese ejercicio de modestia, tan raro en los humanos, que estamos llenos de pretensiones espectaculares sobre nosotros mismos, es consolador y relajante.
Si nuestra vida entera, vista en términos globales, es una fruslería, las angustias por las que perdemos la cabeza, el corazón y el resuello cada día son verdaderas necedades
. Deberíamos poner más calaveras barrocas en nuestro entorno y vivir más conscientes de nuestra nimiedad.
Esa modestia es la que llena de luz el texto de Oliver Sacks
. Me encanta especialmente cuando dice que se siente liberado de muchas cosas, y que en las semanas o meses que le queden de vida no va a ver más informativos de televisión ni va a preocuparse más por el cambio climático.
Y no porque no sea importante, sino porque ya no le incumbe
. Él está en otra cosa: en la vida esencial, una vida básica de célula, de animal gozoso de sentirse vivo.
Es una observación desternillante: ¿Quién no ha tenido alguna vez la tentación de no ver más los aterradores telediarios, de cerrar los ojos al dolor y al miedo y volver a ser un inocente niño bajo el sol?
La vida también pesa.
Tal vez el miedo que le tenemos a la muerte no sea más que otro de esos desquiciados, desordenados miedos que apesadumbran absurdamente nuestras vidas.
Sacks navega hacia el final libre de carga, marinero de un barco diminuto.
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero
www.rosa-montero.com
Contra la superación............................................................Javier Marías
Los medios de comunicación mundiales se dedican a alentar que la gente se ponga gratuitamente en peligro.
Nos sirvieron las imágenes hasta en la sopa, una y
otra vez, en todos los canales de televisión, y, con su habitual manía
retrospectiva, las acompañaron de otras escenas similares del pasado, de
archivo. Todo ello con grandes elogios hacia los pobres desgraciados
que las protagonizaban.
Una cosa es que haya individuos tercos y masoquistas, que atentan indefectiblemente contra su salud (son muy libres), que buscan procurarse un infarto o una ataxia, jaleados además por una multitud sádica que goza con su sufrimiento, que gusta de ver reventar a un semejante sobre una pista, en un estadio.
Otra cosa es que todos los locutores y periodistas habidos y por haber ensalcen la “gesta” y fomenten que los espectadores se sometan a destrozos semejantes; que los inciten a imitar a los desdichados (tirando a descerebrados) y a echar en público los higadillos, eso en el más benigno de los casos.
Lo que provocaba la admiración de estos comentaristas daba verdaderas lástima y angustia, resultaba patético a más no poder.
Una atleta groggy, que no podía con su alma ni con sus piernas ni con sus pulmones, se arrastraba desorientada, a cuatro patas y con lentitud de tortuga, para recorrer los últimos metros de una maratón o “media maratón” y alcanzar la meta por su propio pie (es un decir).
Se la veía extenuada, deshecha, enajenada, con la mirada turbia e ida,
los músculos sin respuesta alguna, parecía una paralítica que se hubiera caído de su silla de ruedas. Y, claro, no sólo nadie le aconsejaba lo lógico (“Déjalo ya, muchacha, que te va a dar algo serio, que estás fatal; túmbate, toma un poco de agua y al hospital”),
sino que sus compañeras, los jueces, la masa –y a posteriori los locutores– miraban cómo manoteaba y gateaba penosamente y la animaban a prolongar su agonía, con gritos de “¡Vamos, machácate, tú puedes! ¡Déjate la vida ahí si hace falta, continúa reptando y temblando hasta el síncope, supérate!” Y ya digo, a continuación rescataban “proezas” equivalentes: corredores mareados, que no sabían ni dónde estaban, vomitando o con espumarajos, las rodillas castañeteándoles, el cuerpo entero hecho papilla, víctimas de insolación, sin sentido del equilibrio ni entendimiento ni control de su musculatura, desmadejados y lastimosos, todos haciendo un esfuerzo inhumano ¿para qué?
Para avanzar un poco más y luego poder decir y decirse: “Llegué al final, crucé la meta, pude terminar la carrera”.
Y no, ni siquiera eso es verdad. Alguien que va a rastras no ha terminado una carrera, es obvio que no ha podido llegar, que no aguanta los kilómetros de que se trate en cada ocasión.
Su “hazaña” es sólo producto del empecinamiento y la testarudez, como si completar la distancia a cuatro patas o dando tumbos tuviera algo de admirable o heroico.
Y no, es sólo lastimoso y consecuencia de la estupidez que aqueja a estos tiempos.
Como tantas otras necedades, la mística de la “superación” me temo que nos viene de los Estados Unidos, y ha incitado a demostrarse, cada uno a sí mismo –y si es posible, a los demás–, que se es capaz de majaderías sin cuento: que con noventa años se puede uno descolgar por un barranco aunque con ello se rompa unos cuantos huesos; que se puede batir el récord más peregrino, qué sé yo, de comerse ochocientas hamburguesas seguidas, o de permanecer seis minutos sin respirar (y palmar casi seguro), o de esquiar sin freno en zona de aludes, o de levantar monstruosos pesos que descuajeringarían a un campeón de halterofilia.
Yo entiendo que alguien intente esos disparates en caso de extrema necesidad.
Si uno es perseguido por asesinos y está a pocos metros de una frontera salvadora, me parece normal que, al límite de sus fuerzas, se arrastre para alcanzar una alambrada; o se sumerja en el agua seis minutos –o los que resista– para despistar a sus captores, ese tipo de situaciones que en el cine hemos visto mil veces.
Pero ¿así porque sí? ¿Para “superarse”? ¿Para demostrarse algo a uno mismo? Francamente, no le veo el sentido, aún menos la utilidad
. Ni siquiera la satisfacción.
Lo peor es que, mientras los médicos ordenan nuestra salud, los medios de comunicación mundiales se dediquen a alentar que la gente se ponga gratuitamente en peligro, se fuerce a hacer barbaridades, se someta a torturas innecesarias y desmedidas, sea deportista profesional o no.
Y la gente se presta a toda suerte de riesgos con docilidad. “
Vale, con noventa y cinco años ha atravesado a nado el Amazonas en su desembocadura y ha quedado hecho una piltrafa, está listo para estirar la pata. ¿Y?
¿Es usted mejor por eso? ¿Más machote o más hembrota?”
Es más bien eso lo que habría que decirle a la muy mimética población. O bien: “De acuerdo, ha entrado en el Libro Guinness de los Récords por haberse bebido cien litros de cerveza en menos tiempo que nadie.
¿Y? ¿No se percató de que lo pasó fatal –si es que salió vivo de la prueba– y de que es una enorme gilipollez?”
O bien: “Bueno, alcanzó usted la meta, pero como un reptil y con la primera papilla esparcida en la pista.
¿No le parece que sería mejor que no lo hubiéramos visto?”.
elpaissemanal@elpais.es
Una cosa es que haya individuos tercos y masoquistas, que atentan indefectiblemente contra su salud (son muy libres), que buscan procurarse un infarto o una ataxia, jaleados además por una multitud sádica que goza con su sufrimiento, que gusta de ver reventar a un semejante sobre una pista, en un estadio.
Otra cosa es que todos los locutores y periodistas habidos y por haber ensalcen la “gesta” y fomenten que los espectadores se sometan a destrozos semejantes; que los inciten a imitar a los desdichados (tirando a descerebrados) y a echar en público los higadillos, eso en el más benigno de los casos.
Lo que provocaba la admiración de estos comentaristas daba verdaderas lástima y angustia, resultaba patético a más no poder.
Una atleta groggy, que no podía con su alma ni con sus piernas ni con sus pulmones, se arrastraba desorientada, a cuatro patas y con lentitud de tortuga, para recorrer los últimos metros de una maratón o “media maratón” y alcanzar la meta por su propio pie (es un decir).
Se la veía extenuada, deshecha, enajenada, con la mirada turbia e ida,
los músculos sin respuesta alguna, parecía una paralítica que se hubiera caído de su silla de ruedas. Y, claro, no sólo nadie le aconsejaba lo lógico (“Déjalo ya, muchacha, que te va a dar algo serio, que estás fatal; túmbate, toma un poco de agua y al hospital”),
sino que sus compañeras, los jueces, la masa –y a posteriori los locutores– miraban cómo manoteaba y gateaba penosamente y la animaban a prolongar su agonía, con gritos de “¡Vamos, machácate, tú puedes! ¡Déjate la vida ahí si hace falta, continúa reptando y temblando hasta el síncope, supérate!” Y ya digo, a continuación rescataban “proezas” equivalentes: corredores mareados, que no sabían ni dónde estaban, vomitando o con espumarajos, las rodillas castañeteándoles, el cuerpo entero hecho papilla, víctimas de insolación, sin sentido del equilibrio ni entendimiento ni control de su musculatura, desmadejados y lastimosos, todos haciendo un esfuerzo inhumano ¿para qué?
Para avanzar un poco más y luego poder decir y decirse: “Llegué al final, crucé la meta, pude terminar la carrera”.
Y no, ni siquiera eso es verdad. Alguien que va a rastras no ha terminado una carrera, es obvio que no ha podido llegar, que no aguanta los kilómetros de que se trate en cada ocasión.
Su “hazaña” es sólo producto del empecinamiento y la testarudez, como si completar la distancia a cuatro patas o dando tumbos tuviera algo de admirable o heroico.
Y no, es sólo lastimoso y consecuencia de la estupidez que aqueja a estos tiempos.
Como tantas otras necedades, la mística de la “superación” me temo que nos viene de los Estados Unidos, y ha incitado a demostrarse, cada uno a sí mismo –y si es posible, a los demás–, que se es capaz de majaderías sin cuento: que con noventa años se puede uno descolgar por un barranco aunque con ello se rompa unos cuantos huesos; que se puede batir el récord más peregrino, qué sé yo, de comerse ochocientas hamburguesas seguidas, o de permanecer seis minutos sin respirar (y palmar casi seguro), o de esquiar sin freno en zona de aludes, o de levantar monstruosos pesos que descuajeringarían a un campeón de halterofilia.
Yo entiendo que alguien intente esos disparates en caso de extrema necesidad.
Si uno es perseguido por asesinos y está a pocos metros de una frontera salvadora, me parece normal que, al límite de sus fuerzas, se arrastre para alcanzar una alambrada; o se sumerja en el agua seis minutos –o los que resista– para despistar a sus captores, ese tipo de situaciones que en el cine hemos visto mil veces.
Pero ¿así porque sí? ¿Para “superarse”? ¿Para demostrarse algo a uno mismo? Francamente, no le veo el sentido, aún menos la utilidad
. Ni siquiera la satisfacción.
Lo peor es que, mientras los médicos ordenan nuestra salud, los medios de comunicación mundiales se dediquen a alentar que la gente se ponga gratuitamente en peligro, se fuerce a hacer barbaridades, se someta a torturas innecesarias y desmedidas, sea deportista profesional o no.
Y la gente se presta a toda suerte de riesgos con docilidad. “
Vale, con noventa y cinco años ha atravesado a nado el Amazonas en su desembocadura y ha quedado hecho una piltrafa, está listo para estirar la pata. ¿Y?
¿Es usted mejor por eso? ¿Más machote o más hembrota?”
Es más bien eso lo que habría que decirle a la muy mimética población. O bien: “De acuerdo, ha entrado en el Libro Guinness de los Récords por haberse bebido cien litros de cerveza en menos tiempo que nadie.
¿Y? ¿No se percató de que lo pasó fatal –si es que salió vivo de la prueba– y de que es una enorme gilipollez?”
O bien: “Bueno, alcanzó usted la meta, pero como un reptil y con la primera papilla esparcida en la pista.
¿No le parece que sería mejor que no lo hubiéramos visto?”.
elpaissemanal@elpais.es
Grandes éxitos....................................................................... Boris Izaguirre
Bono ha llegado con un libro contándonos cómo pidió a Julio Iglesias que mediara en la Casa Blanca o cómo presentó por teléfono a Isabel Pantoja a Hugo Chávez.
Hay que agradecerle al exministro José Bono
aparecer oportunamente con un libro de memorias sobre su etapa como
ministro de Defensa en un año electoral con más líderes, más voces y más
ofertas que nunca.
Cuando ya empezábamos a cansarnos de los populares forcejeos y disputas mal apañadas entre Esperanza Aguirre y sus compañeras, Bono ha llegado proverbial con un grandes éxitos, contándonos como pidió ¡Hey! a Julio Iglesias que mediara en la Casa Blanca por Zapatero o como presentó telefónicamente a Isabel Pantoja a Hugo Chávez, cuando el presidente venezolano visitó Madrid. Haciendo inevitable que la farándula, Telefónica y la política se unan, desunan y vuelvan a unir.
Bono explica en su libro que acudió a Julio para que como “buen patriota” le trasladara a las gentes de la Casa Blanca el sincero deseo de que las relaciones bilaterales mejoraran, una vez que Zapatero provocara tensiones inusuales tras su retirada de las tropas españolas de las arenas de Irak.
Iglesias reaccionó ante la llamada patriótica y les cantó algo al oído a Kissinger y al diseñador Óscar de la Renta, que eran sus vecinos en su refugio en las arenas de República Dominicana. ¡Un escollo político resuelto en un resort playero gracias a una voz superventas!
La alta política es así, unas cuantas llamadas telefónicas entre las personas más dispares y ¡Hey! se disolvió la molestia y la vida siguió igual al punto que Zapatero viajó a conocer al presidente Obama y su familia con sus hijas en plena fiebre gótica adolescente.
Meses después, súper Bono consiguió resolver otro entuerto, esta vez en la venta de fragatas a Venezuela. Ágil, conectó telefónicamente a Hugo Chávez, tal y como el presidente deseaba, con Isabel Pantoja
. Sí, Así fue. Quizás a algunos pueda resultarle folclórica esta manera de asumir las relaciones exteriores pero los resultados cantan y conviene recordar que nuestro mejor eslogan turístico fue el Spain is different.
Y a mí me va, me va, me va.
Tan diferentes somos, que el libro del exministro Bono coincide en las librerías con el de su exesposa Ana Rodríguez.
En el terreno de no ficción esta situación resulta insuperable y la editorial estará haciendo cábalas para hacerles coincidir en las firmas de Sant Jordi o la feria del libro.
No siempre es lo más agradable estar firmando al lado de un súper ventas. Si tortura ver como a tu vera firman muchísimo más que tú, imagínate cuál debe ser la sensación si es tu ex quien acumula lectores y ventas directas a tu diestra.
De Bono ya sabemos que puede coger el teléfono y llamar a cualquiera, a Alfonso Díez por ejemplo, para que le haga compañía si la fila de lectores decae. Bono fue uno de los amigos más cercanos al tercer matrimonio de la duquesa de Alba y es de los pocos en saber qué piensa exactamente el duque viudo de la frustrada venta de una carta de Cristóbal Colón que forma parte del patrimonio de la Fundación Casa de Alba.
La venta iba a traer mucho dinero para el sustento de la fundación. Pero no hay que jugárselo todo a una carta.
La carta en sí es una pequeña maravilla ya que se trata de un inventario bastante doméstico que posee el valor de 21 millones de euros según Christie’s, la casa subastadora.
Y es que en realidad la historia es eso: menudencias detalladas que adquieren otro valor si las conservas el tiempo suficiente.
La carta de Colón se queda en España
. Y Ancelotti también. El entrenador del Real Madrid tiene todo el cariño de Florentino Pérez, que concedió una rueda de prensa para calmar los ánimos encrespadísimos de su afición.
También defendió a sus jugadores Gareth Bale y Cristiano Ronaldo.
A Cristiano le persigue una maledicencia que asegura que ha perdido fuelle tras la separación de Irina Shayk, que ahora habla de él siempre que puede
. Otro momento en el que se mezclan la vida personal con la profesional. Irina no colabora mucho asegurando que Cristiano le falló y ¡la hacia sentir fea!, dos razones que pertenecen a la realidad de muchas parejas.
En un programa deportivo, Guti, exjugador del Real Madrid, confesó que fue durísimo separarse de su primera esposa y jugar en plena Champions.
Está claro que es difícil ser marido y estrella.
En esta oportunidad las tensiones no se disiparán con una llamada relajada de Julio Iglesias desde Punta Cana, sino marcando goles con el corazón roto y la cabeza revuelta por cada declaración de tu ex.
Una editorial como Planeta debería abordar a Irina con la idea de un libro sobre sus días atrapada en las paredes de la mansión del astro en La Finca. Podría titularse “Siberia en Madrid”.
La edad pasa para todos y mientras Madonna estrena nuevo disco, Rebel Heart, en varias discotecas y fiestas privadas se celebran los 25 años de Vogue, su himno a la mitomanía, la pose y el glamour. Parte de la fuerza de la canción es que reúne elementos visuales y musicales que mantienen vigencia y continúan deleitando. Escucharla una vez te hace sentir más arrogante, más diosa y sienta bien. Quizás Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre podrían incorporarla a sus campañas electorales.
En el fondo, las dos tienen en común esa tendencia a estar siempre tan de punta en blanco. Siempre posando.
Cuando ya empezábamos a cansarnos de los populares forcejeos y disputas mal apañadas entre Esperanza Aguirre y sus compañeras, Bono ha llegado proverbial con un grandes éxitos, contándonos como pidió ¡Hey! a Julio Iglesias que mediara en la Casa Blanca por Zapatero o como presentó telefónicamente a Isabel Pantoja a Hugo Chávez, cuando el presidente venezolano visitó Madrid. Haciendo inevitable que la farándula, Telefónica y la política se unan, desunan y vuelvan a unir.
Bono explica en su libro que acudió a Julio para que como “buen patriota” le trasladara a las gentes de la Casa Blanca el sincero deseo de que las relaciones bilaterales mejoraran, una vez que Zapatero provocara tensiones inusuales tras su retirada de las tropas españolas de las arenas de Irak.
Iglesias reaccionó ante la llamada patriótica y les cantó algo al oído a Kissinger y al diseñador Óscar de la Renta, que eran sus vecinos en su refugio en las arenas de República Dominicana. ¡Un escollo político resuelto en un resort playero gracias a una voz superventas!
La alta política es así, unas cuantas llamadas telefónicas entre las personas más dispares y ¡Hey! se disolvió la molestia y la vida siguió igual al punto que Zapatero viajó a conocer al presidente Obama y su familia con sus hijas en plena fiebre gótica adolescente.
Meses después, súper Bono consiguió resolver otro entuerto, esta vez en la venta de fragatas a Venezuela. Ágil, conectó telefónicamente a Hugo Chávez, tal y como el presidente deseaba, con Isabel Pantoja
. Sí, Así fue. Quizás a algunos pueda resultarle folclórica esta manera de asumir las relaciones exteriores pero los resultados cantan y conviene recordar que nuestro mejor eslogan turístico fue el Spain is different.
Y a mí me va, me va, me va.
Tan diferentes somos, que el libro del exministro Bono coincide en las librerías con el de su exesposa Ana Rodríguez.
En el terreno de no ficción esta situación resulta insuperable y la editorial estará haciendo cábalas para hacerles coincidir en las firmas de Sant Jordi o la feria del libro.
No siempre es lo más agradable estar firmando al lado de un súper ventas. Si tortura ver como a tu vera firman muchísimo más que tú, imagínate cuál debe ser la sensación si es tu ex quien acumula lectores y ventas directas a tu diestra.
De Bono ya sabemos que puede coger el teléfono y llamar a cualquiera, a Alfonso Díez por ejemplo, para que le haga compañía si la fila de lectores decae. Bono fue uno de los amigos más cercanos al tercer matrimonio de la duquesa de Alba y es de los pocos en saber qué piensa exactamente el duque viudo de la frustrada venta de una carta de Cristóbal Colón que forma parte del patrimonio de la Fundación Casa de Alba.
La venta iba a traer mucho dinero para el sustento de la fundación. Pero no hay que jugárselo todo a una carta.
La carta en sí es una pequeña maravilla ya que se trata de un inventario bastante doméstico que posee el valor de 21 millones de euros según Christie’s, la casa subastadora.
Y es que en realidad la historia es eso: menudencias detalladas que adquieren otro valor si las conservas el tiempo suficiente.
La carta de Colón se queda en España
. Y Ancelotti también. El entrenador del Real Madrid tiene todo el cariño de Florentino Pérez, que concedió una rueda de prensa para calmar los ánimos encrespadísimos de su afición.
También defendió a sus jugadores Gareth Bale y Cristiano Ronaldo.
A Cristiano le persigue una maledicencia que asegura que ha perdido fuelle tras la separación de Irina Shayk, que ahora habla de él siempre que puede
. Otro momento en el que se mezclan la vida personal con la profesional. Irina no colabora mucho asegurando que Cristiano le falló y ¡la hacia sentir fea!, dos razones que pertenecen a la realidad de muchas parejas.
En un programa deportivo, Guti, exjugador del Real Madrid, confesó que fue durísimo separarse de su primera esposa y jugar en plena Champions.
Está claro que es difícil ser marido y estrella.
En esta oportunidad las tensiones no se disiparán con una llamada relajada de Julio Iglesias desde Punta Cana, sino marcando goles con el corazón roto y la cabeza revuelta por cada declaración de tu ex.
Una editorial como Planeta debería abordar a Irina con la idea de un libro sobre sus días atrapada en las paredes de la mansión del astro en La Finca. Podría titularse “Siberia en Madrid”.
La edad pasa para todos y mientras Madonna estrena nuevo disco, Rebel Heart, en varias discotecas y fiestas privadas se celebran los 25 años de Vogue, su himno a la mitomanía, la pose y el glamour. Parte de la fuerza de la canción es que reúne elementos visuales y musicales que mantienen vigencia y continúan deleitando. Escucharla una vez te hace sentir más arrogante, más diosa y sienta bien. Quizás Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre podrían incorporarla a sus campañas electorales.
En el fondo, las dos tienen en común esa tendencia a estar siempre tan de punta en blanco. Siempre posando.
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