Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

13 mar 2015

12.000 mujeres esperan para comprar estos pantalones..........................................Álvaro Ortiz

La primera colección de pantalones de la firma estadounidense Everlane ha batido todos los récords de venta anticipada por internet. ¿Cuál es el secreto de su éxito?.

everlane
Los pantalones que han provocado la euforia colectiva.
Foto: Cortesía de Everlane

En solo unas semanas, una marca de moda creada hace cinco años ha puesto los dientes largos a miles de personas en todo el mundo.
El lanzamiento de su primera colección de pantalones, anunciado para el pasado lunes, rebasó las expectativas de quienes durante años han seguido de cerca sus apuestas minimalistas y fáciles de llevar
. En el último mes, los encargos por venta anticipada han superado las 12.000 peticiones.
 Sin diseños previos que certifiquen el buen hacer de la firma en este terreno y sin un solo euro invertido en publicidad, a priori resulta casi imposible creer la hazaña.
 Pero, ¿en qué se basa el éxito comercial de esta firma prácticamente desconocida para el gran público?
Everlane es una compañía de moda unisex nativa de internet y que solo opera en internet.
 No existe una estructura publicitaria clásica que avale su éxito ni tampoco tienen ese recurrente afán por sobornar a celebrities para que luzcan las prendas que les prestan
. Su éxito se basa en su estrategia de comunicación, diseñada por y para las redes sociales.
 Los canales tradicionales de exhibición, como las pasarelas, no tienen cabida en su concepción del negocio (tan solo disponen de un showroom en Nueva York).
 El responsable de esta revolucionaria forma de actuar se llama Michael Preysman, un inversor curtido en fondos de capital riesgo que en 2010 decidió probar suerte en una industria que desconocía por completo.
 Y el balance no puede ser más redondo.
La idea, según explicaba Preysman hace unos meses en la web de Style, consiste en ofrecer prendas con precios competitivos, buen diseño y cuya producción cumpla escrupulosamente con la legislación sobre la protección de los trabajadores.
 En definitiva, transparencia y juego limpio. De hecho, en su página web explican dónde están y cómo son las factorías donde producen su ropa
. De Estados Unidos a Asia, pasando por Vicenza, en el norte de Italia, o Ubrique, en nuestro país, donde dan trabajo a 14 artesanos especializados en marroquinería (confeccionan los bolsos y las carteras de la firma).
Pero, si nos atenemos al tema que encabeza este artículo, ¿cómo es posible que una firma tan joven haya conseguido tener una lista de espera de 12.000 personas para una prenda que ni siquiera había confeccionado antes?
El equipo creativo que diseña en las oficinas de Everlane solo ofrece básicos para hombre y mujer, compitiendo con marcas como J.Crew o Zara: camisetas, chaquetas, accesorios, camisas, jerséis… En cinco años han conseguido multiplicar por diez sus ventas iniciales.
 Tras un exhaustivo trabajo de investigación que ha durado doce meses y tras pulsar la opinión de sus clientes en redes sociales, por fin han concebido sus primeros pantalones.
De lana, ligeramente stretch, en dos colores (azul navy y negro) y un solo modelo. ¿Se puede simplificar más?
El pasado lunes, fecha en la que lanzaron sus famosos pantalones (que se enmarcan dentro de la colección para primavera-verano), los encargos por venta anticipada ya habían superado las 12.000 peticiones, según Everlane.
¿El precio? Entre 92 y 100 euros.
 Lamentablemente, de momento la firma solo distribuye pedidos en Estados Unidos y Canadá, pero en la plataforma HopShopGo se pueden adquirir las prendas desde todo el mundo
. Everlane ya ha anunciado que en otoño lanzará su colección de pantalones para hombre y varios modelos más de la línea femenina.
No sabemos si el ‘efecto Birkin’ de la interminable lista de espera es flor de un día, pero todo indica que esta estructura empresarial basada en redes sociales y con tanto éxito puede crear escuela.
Y muchos veteranos se pondrán las pilas.
 De momento, Vogue ya le ha dado su bendición. Una moda del número de febrero de la edición estadounidense de la revista mostraba a Kendall Jenner con una prenda de Everlane.
 Y todo el mundo sabe que si Anna Wintour señala con el dedo...

 

12 mar 2015

Los hijos tóxicos............................................................ Carlos Pardo

La primera novela de la escritora de cuentos Samanta Schweblin es una inteligente variación del tópico del “monstruo exterior igual a monstruo interior”.


Que lo verdaderamente monstruoso es la naturaleza, la de afuera y la humana, es algo a lo que nos ha acostumbrado el terror clásico: el bosque y la selva funcionan como escondite de lo reprimido por la razón y los hijos son el comienzo de la extrañeza
. Así, donde creíamos encontrar seguridad, en el mundo y en el tiempo, hallamos la advertencia de nuestra extinción.
La primera novela de la escritora de cuentos Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es una inteligente variación del tópico del “monstruo exterior igual a monstruo interior”, algo que la relaciona con una corriente de la narrativa latinoamericana atenta a dar el golpe de gracia al discurso colonial de la inocencia del paisaje
. Amanda y su hija pequeña pasan unos días en el campo en una casa alquilada a Carla, una atractiva mujer cuyo hijo, David (siempre según la versión de Carla), después de intoxicarse bebiendo agua de un arroyo y tras una curación ritual, perdió la mitad del alma.
 Dentro de esa clave improbable el lector participa de una historia que tiene mucho de alucinación: a partir de la conversación entre Amanda y David, un niño con inquietante voz de adulto, reconstruimos el momento en que Amanda pierde la “distancia de rescate” con la que protegemos a nuestros hijos (“esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”).
Distancia de rescate es un relato (mejor que una novela) que comparte con los del anterior libro de Schweblin, Pájaros en la boca (Lumen, 2010), un estilo poético a fuerza de sustraer lo accesorio, la visibilidad de su escritura y la confianza en que el tema de un cuento se halla en la perspectiva desde la que se narra.
 En este caso un diálogo de dos voces inquisitivas, un adulto y un niño transmutados (es el niño el que sabe y el adulto el ingenuo), y aislados en un lugar confuso que nos cuidamos de desvelar en esta nota
. Y aunque la habilidad de Schweblin para manejar una perspectiva tan compleja es manifiesta, lo forzado del punto de partida y el apoyo en una escritura minimalista de época, hacen que el relato sea demasiado insistente cuando uno adivina el desenlace (porque apuesta demasiado al giro argumental). No obstante, son muchos los aciertos de esta variación sobre un tema inmunológico: el enemigo llegado de afuera (el virus, el elemento tóxico) es a la vez lo más natural.
 E incluso pone en duda la pervivencia de una estructura de nuestro imaginario del peligro, porque al emparentar sutilmente las plantaciones de soja transgénica con el temor a la deformación, física y moral, de la propia descendencia, Schweblin trasciende dos posibles lecturas de su novela (la maternal y la ecológica) y desmonta el concepto de naturaleza.
 La “distancia de rescate” se transforma en el vulnerable espacio del cuidado del humanismo burgués, una familiaridad con el mundo ya perdida.
Distancia de rescate. Samanta Schweblin. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 124 páginas. 13,90 euros.

 

CRÍTICA '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' » Cuernos, hormonas y posproducción............... Luz Sánchez-Mellado

La final de la cuarta edición de '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' cerró anoche un rosario de ocho folletines, perdón, entregas, en que lo más natural era el pelazo de Luján Argüelles.

 

Quién quiere casarse con mi hijo
Luján Argüelles, Markus y Rocío.

Markus, Daniel en el Registro Civil, lo dijo alto y claro: “Quiero encontrar un putón familiar”, con lo que luego nadie podía llevarse a engaño.
 El poeta, un maromo gallego guapito de cara y chulazo de espaldas, sometió a la prueba del destornillador a sus diez candidatas mediante el expeditivo método de introducirles la lengua hasta la tráquea, y dejó para la decisión final a dos aspirantes antagónicas.
 Sara, la tetona laxa. Y Rocío, la bella discreta.
 Para terminar de testarlas, primero se acostó con el “putón”, obviamente y, solo después, eligió a la “familiar” haciendo bueno el dicho preconstitucional de que los hombres se acuestan con las frescas pero se casan con las decentes.
 Todo muy moderno y muy fino y muy igualitario.
Y bastante divertido, esa es la noticia.
La final de la cuarta edición de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, en Cuatro, cerró anoche un rosario de ocho folletines, perdón, entregas, en las que lo más natural, con diferencia, era el rubio del pelazo de Luján Argüelles, su impagable presentadora.
 El planteamiento está más visto que las mamas de Belén Esteban.
Cinco solteros, uno de ellos gay por aquello de la cuota reglamentaria, se presentan como mirlos blancos en busca de su media naranja, férreamente escoltados por sus santas madres como juezas y parte.
Y una horda de mancebas tan necesitadas de varón –o de cuota de pantalla- como para someterse voluntaria y encantadamente al escarnio público de que ten de calabazas en horario de máxima audiencia compiten por sus favores, incluidos los sexuales, si se tercia.
"El cásting, el guion y la posproducción son las claves del éxito del formato"
Ni que decir tiene que ellos, y ellas, son para echarles de comer aparte
. Además del esteta de Markus, uno de ellos es un multimillonario en Ferraris e indigente en amor del de las películas
. Otro, cineasta alternativo con una madre hipercontroladora vieja reina de la belleza.
 Un tercero con un Edipazo de manual de psiquiatría, serio déficit de atención, y una madre bruja, valga la redundancia.
 Y el cuarto, Sandro, un gay sevillano más tierno que el osito Mimosín capaz de llorar a moco tendido porque su amado le ha regalado un corazón de plástico hecho con un botellín de agua
. Flora y fauna hacen su parte. Los aquelarres entre las madres de las criaturas.
 Los duelos de divas entre suegras y nueras.
 Y los numeritos de celos, los intercambios de fluidos corporales y las luchas en el barro, hacen el resto.
Nada nuevo en la parrilla, si no fuera porque el espacio tiene una cosa que lo hace más adictivo que el glutamato de los chinos.
 Bueno, una no, tres: el cásting, el guion y la posproducción son las claves del éxito del formato. Los hilarantes efectos de sonido, las perlas cultivadas que salen por esas bocas, y, por último pero no menos importante, los momos de Luján, inmensa en su papel de víbora buena, derriten a las piedras. En plata: Que mujeres mayores de edad y conscientes de sus derechos comunitarios se peleen por hombres incapaces de salir del vuelo de las faldas de sus madres es un misterio de la Humanidad como otro cualquiera.
¿QQCCMH? no pasará a la historia de la ficción televisiva. Ni a la de la liberación de la mujer. Ni siquiera a la cuenta de resultados del informe PISA.
 Pero es un sainete choni de lo más entretenido.
A ellos y ellas que les quiten lo copulado. Y a nosotros, lo reído.
 ¿Pasa algo? Cada una tiene sus placeres culpables.

Antígona revive en Juliette Binoche.................................................. Patricia Tubella

La intérprete protagoniza en Londres un nuevo montaje de la tragedia de Sófocles.

De izquierda a derecha, Obi Abili, Juliette Binoche y Patrick O'Kane en una escena de 'Antígona'. / Jan Versweyveld/HO/EPA

El martirio de Antígona cobra el rostro de Juliette Binoche en una nueva producción de la tragedia de Sófocles recién estrenada en Londres a modo de reflexión contemporánea sobre las eternas confrontaciones humanas, la intransigencia del poder político y la violencia que sigue desencadenando en el mundo de hoy.
 El regreso de la estrella francesa a los escenarios de la capital británica se ha traducido en llenos absolutos y en el proyecto de la BBC de retransmitir la función antes de que la obra emprenda una gira internacional.
El director belga Ivo van Hove —director artístico del Toneelgroep Ámsterdam— parte de una nueva versión de la poetisa canadiense Anne Carson para plasmar en un entorno atemporal esa obra escrita hace 2.500 años
. Arropada por un escenario casi abstracto, con un fondo surcado por un gran agujero cuyos cambios de luz se tornan en el día y la noche, la heroína griega desafía la prohibición del déspota de Tebas, su tío Creonte, de enterrar a su hermano Polinices por su traición durante la guerra civil.
Un enfrentamiento entre las leyes del poder público y las de la sangre a las que se aferra Antígona aun a costa de su muerte.
Van Hove ha cimentado su reputación en el Reino Unido gracias a su montaje de Panorama desde el puente, el clásico de Arthur Miller, cuyo éxito el año pasado convenció a los productores de trasladarla al West End, donde todavía sigue en cartel.
 Pero en estos días el muy heterogéneo público del teatro del Centro Barbican —donde Antígona se representa hasta el 28 de marzo— responde principalmente al reclamo de Binoche.
Ataviada con unos sencillos pantalones y blusa negros, en consonancia con los tonos oscuros de los trajes del resto del elenco, la actriz francesa destila el texto adaptado por Carson en un inglés impecable —apenas delata su acento— y una sólida presencia escénica.
 Su interpretación, sin embargo, ha dividido a la crítica británica. Medios como The Guardian, The Daily Telegraph o The Independent echan de menos mayor hondura dramática en esa Antígona que Binoche eligió protagonizar frente a la inicial propuesta de Van Hove de que abordara una Electra o una Medea, y cuya resistencia le sedujo porque conduce “a plantearnos cuáles son nuestros verdaderos principios”.
Frente a la decisión de esa mujer de sepultar a Polinices por encima de todo, el Creonte al que el actor Patrick O’Kane encarna como una suerte de tecnócrata moderno presenta los matices de un líder debilitado, que impone la razón de la ley en su esfuerzo por unificar a una sociedad salida de una guerra civil, más allá del autoritarismo y la misoginia del personaje.
 En primera línea del escenario, un coro silencioso que representa al “subconsciente de la sociedad”, según Ivo van Hove, asiste a su duelo con Antigona que se va desarrollando entre imágenes de vídeo.
La personal propuesta del director belga para trasladar la tragedia griega a las audiencias modernas recorrerá diferentes escenarios europeos y de Estados Unidos a lo largo de diez meses, una vez caiga el telón del Barbican, y tiene previsto recalar en el Festival de Edimburgo en agosto.
Ese compromiso vuelve a suponer uno de los puntuales y habituales paréntesis en la carrera cinematográfica de Binoche, la oscarizada estrella (El paciente inglés) que desde finales de los años ochenta viene trabajando con directores de la talla de Kieslowski, Haneke, Cronenberg o Kiarostami, entre una larga nómina
. Su último proyecto ha sido el filme de Isabel Coixet Nadie quiere la noche, que inauguró la pasada Berlinale.
Londres es una de las plazas teatrales a las que la intérprete siempre ha regresado desde que se estrenase allí hace más de tres lustros con Máscaras desnudas, sobre textos de Pirandello, y donde, tras convertirse en la señorita Julia de Strindberg, se presentó por última vez con una inusual propuesta de danza concebida en colaboración con el coreógrafo Akram Khan
. Acaba de cumplir 51 años y lo ha hecho defendiendo sobre las tablas a una Antígona en la que su nombre está pesando en taquilla mucho más que los reparos de un sector de la crítica.