Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 mar 2015

Aquel campo de concentración tan bonito.....................................................Rosa Montero

A Kafka la vida le angustiaba, pero intentaba por todos sus obsesivos medios prolongarla.

 

De joven, uno habla mucho de la muerte.
 Por ejemplo, en mi generación de rockeros hippiosos todos solíamos decir que moriríamos temprano y que no seguiríamos en este mundo más allá de los 40 años de edad.
 Estas baladronadas nos salían con naturalidad y muy fácilmente porque siendo veinteañero uno considera que los 40 están tan lejos como el fin del mundo, o que incluso es una edad un poco fabulosa que jamás se alcanza.
 De joven tu muerte no existe, y por eso puedes coquetear con ella como si fuera una aventura más de la vida
. Pero enseguida el tiempo empieza a caer sobre tus hombros con efecto de alud, quiero decir que cada vez pesa más, cada vez es más denso, más copioso, una dura, crecedera y congelada bola de tiempo que se precipita sobre ti y te empuja y te aplasta, y antes de que puedas darte cuenta has pasado por la frontera de los 40 años como una exhalación y vas camino del espacio exterior a toda prisa.
Pues bien, desde el momento en que la muerte entra de verdad en escena, desde el instante en que te sabes mortal, nos entran a todos unas ganas de vivir enternecedoras.
 O a casi todos: a veces el dolor físico o psíquico es tal que sólo ansías desaparecer y descansar.
 Pero hoy no vamos a hablar de esos casos, que son en cualquier caso muy minoritarios
. Lo que me maravilla, lo que me asombra, es el hambre de vida que los humanos tenemos
. Aunque nuestra existencia sea gris, penosa, aburrida, difícil, todos queremos continuar un día más en este mundo.
 Lo expresó formidablemente el escritor húngaro Imre Kertész, premio Nobel de Literatura, que fue internado a los 15 años en el campo de exterminio de Auschwitz y que, por lo tanto, tuvo conciencia real de la muerte a una edad mucho más temprana que la media.
 Recordando su adolescencia cruel, escribió: “Pese a la reflexión y al sentido común, no podía ignorar un deseo sordo que se había deslizado dentro de mí, vergonzosamente insensato y sin embargo tan obstinado: yo quería vivir todavía un poco más en aquel bonito campo de concentración
”. Qué frase tan estremecedora y tan veraz: para nuestra ansiedad de seguir siendo, Auschwitz era más dulce que la muerte.
Me he puesto a pensar en todo esto leyendo un pequeño libro que es una joya, un diamante diminuto y exquisito: Kafka con sombrero, de Jesús Marchamalo, con dibujos de Antonio Santos (Nórdica Libros).
 En apenas 30 pequeñas páginas, incluyendo las formidables ilustraciones, Marchamalo se las arregla, no sé cómo, para hacer un hondo, conmovedor y sugerente retrato de Kafka.
 Ya es difícil ser capaz de añadir una mirada original sobre este autor tan biografiado, pero es que además, tras leer esta obrita, te da la sensación de que de alguna manera has llegado a conocer un poco al escritor.
Un delicado aliento de intimidad atraviesa el texto.
La tuberculosis a Kafka torturó a lo largo de siete años hasta matarlo.
 Tuvo tres enamoradas pero no acabó de comprometerse en sus relaciones
Vista desde fuera, la vida de Kafka parece áspera, pobre y atormentada.
 Falleció con 40 años, pasó 15 trabajando como un obsesivo y meticuloso administrativo en una aburridísima empresa de seguros, convivió con sus padres durante mucho tiempo y con sus neuras durante toda su existencia, la tuberculosis le torturó a lo largo de siete años hasta matarlo, tuvo tres enamoradas pero no acabó de comprometerse en sus relaciones y consideraba, según propia declaración, que había algo sucio en el sexo, o, al menos, en su manera de acercarse al sexo; su amigo Brod decía de él que estaba atormentado por sus deseos carnales y que era un asiduo de los burdeles (recientemente algunos estudiosos han sugerido que era un homosexual reprimido, lo mismo que se ha dicho de Fernando Pessoa, con quien Kafka comparte curiosas coincidencias vitales).
Pero el caso es que con 25 años, viviendo con sus padres, desasosegado por las mujeres y pasando todo el día en su tedioso empleo, Kafka, que se había hecho vegetariano, era ya un completo maniático de la salud.
Pese a su aspecto de tirillas, nadaba muchísimo, remaba en el Moldava, hacía gimnasia a diario desnudo frente a la ventana abierta (en la heladora Praga), frecuentaba balnearios y casas de salud y, por último, se hizo seguidor del fletcherismo, “una moda nutricionista que, entre otras cosas, exigía masticar cada bocado 32 veces exactas, ni una más ni una menos”.
Lo de masticar cada bocado 32 veces es lo que me parece más enternecedor; la vida le angustiaba, pero intentaba por todos sus obsesivos medios prolongarla.
 Veo a mi Kafka en la imaginación como esforzado rumiante y me conmuevo; algunos sostienen que quizá se contagiara de la tuberculosis por su costumbre de beber ingentes cantidades de leche sin hervir, otra de sus manías saludables.
 Si esto fue así, sólo demuestra una vez más que, por mucho que corramos, la muerte siempre nos termina atrapando.
 Pero mientras tanto, y aunque la vida apriete y nos escueza, qué emocionantes ganas de seguir, a pesar de todo.
@BrunaHusky
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Un país adanista e idiota......................................................... Javier Marías

Que ahora haya desastres sin cuento, no puede ponerse en el debe de la Transición.

A veces tengo la sensación de que este es un país definitivamente idiota, en la escasa medida en que puede generalizarse, claro.
 Entre las idioteces mayores de los españoles está el narcisismo, que los lleva a querer darse importancia personal, aunque sea como parte de un colectivo.
Rara es la generación que no tiene la imperiosa ambición de sentirse protagonista de “algo”, de un cambio, de una lucha, de una resistencia, de una innovación decisiva, de lo que sea.
 Y eso da pie a lo que se llama adanismo, es decir, según el DRAE, “hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente”, o, según el DEA, “tendencia a actuar prescindiendo de lo ya existente o de lo hecho antes por otros”.
 El resultado de esa actitud suele ser que los “originales” descubran sin cesar mediterráneos y por tanto caigan, sin saberlo, en lo más antiguo y aun decrépito.
 Presentan como “hallazgos” ideas, propuestas, políticas, formas artísticas mil veces probadas o experimentadas y a menudo arrumbadas por inservibles o nocivas o arcaicas.
Pero como el adanista ha hecho todo lo posible por no enterarse, por desconocer cuanto ha habido antes de su trascendental “advenimiento” –por ser un ignorante, en suma, y a mucha honra–, se pasa la vida creyendo que “inaugura” todo: aburriendo a los de más edad y deslumbrando a los más idiotas e ignaros de la suya.
Los adanistas menos puros, los que encajan mejor en la segunda definición que en la primera, se ven en la obligación de echar un vistazo atrás para desmerecer el pasado reciente, para desprestigiarlo en su conjunto, para considerarlo enteramente inútil y equivocado.
Han de demolerlo y declararlo nulo y dañino para así subrayar que “lo bueno” empieza ahora, con ellos y sólo con ellos.
 Es una de las modalidades de vanidad más radicales: antes de que llegáramos nosotros al mundo, todos vivieron en el error, sobre todo los más cercanos, los inmediatamente anteriores.
 “Mañana nos pertenece”, como cantaba aquel himno nazi que popularizó en su día la película Cabaret, y todo ayer es injusto, desdichado, erróneo, perjudicial y nefasto.
 Si eso fuera cierto e incontrovertible, tal vez no haría falta aplicarse a su destrucción.
Tenemos aquí un precedente ilustrativo: tras casi cuarenta años de dictadura franquista, pocos fueron los que no estuvieron de acuerdo en la maldad, vulgaridad y esterilidad de ese periodo, y los que no lo estuvieron se convencieron pronto, sinceramente o por conveniencia (evolucionaron o se cambiaron de chaqueta aprisa y corriendo).
 El adanismo no careció ahí de sentido, aunque no fue tal propiamente, dado que, como tantas veces se ha dicho con razón, la sociedad española había “matado” a Franco en todos los ámbitos bastante antes de que éste muriera en su cama, aplastado no sé si por el manto del Pilar o por el brazo incorrupto de Santa Teresa.
Entre las idioteces mayores de los españoles está el narcisismo, que los lleva a querer darse importancia personal
Lo sorprendente y llamativo –lo idiota– es que ahora se pretenda ­llevar a cabo una operación semejante con la llamada Transición y cuanto ha venido a raíz de ella.
 Los idiotas de Podemos –con esto no quiero decir que sean idiotas todos los de ese partido, sino que en él abundan idiotas que sostienen lo que a continuación expongo– han dado en denominarlo “régimen” malintencionadamente, puesto que ese término se asoció siempre al franquismo.
 Es decir, intentan equiparar a éste con el periodo democrático, el de mayores libertades (y prosperidad, todo sumado) de la larguísima y entera historia de España.
 La gente más crítica y enemiga de la Transición nació acabado el franquismo y no tiene ni idea de lo que es vivir bajo una dictadura.
 Ha gozado de derechos y libertades desde el primer día, de lo que con anterioridad a este “régimen” estaba prohibido y no existía: de expresión y opinión sin trabas, de partidos políticos y elecciones, de Europa, de un Ejército despolitizado y jueces no títeres, de divorcio y matrimonio gay, de mayoría de edad a los dieciocho y no a los veintiuno (o aún más tarde para las mujeres), de pleno uso de las lenguas catalana, gallega y vasca, de amplia autonomía para cada territorio en vez de un brutal centralismo…
Nada de eso es incontrovertiblemente malo, como se empeñan en sostener los idiotas.
Yo diría que, por el contrario, es bueno innegablemente.
 Que ahora, treinta y muchos años después de la Constitución que dio origen al periodo, haya desastres sin cuento, corrupción exagerada y multitud de injusticias sociales, políticos mediocres cuando no funestos, todo eso no puede ponerse en el debe de la Transición, sino de sus herederos ya lejanos, entre los cuales está esa misma gente que carga contra ella sin pausa.
“Es que yo no voté la Constitución”, dicen estos individuos en el colmo del narcisismo, como si algún estadounidense vivo hubiera aprobado la de su país, o algún británico su Parlamento
. Es como si los españoles actuales protestaran porque no se les consultó la expulsión de los judíos en 1492, o la de los jesuitas en 1767, o la expedición de Colón a las Indias.
Tengo para mí que no hay nada más peligroso que el afán de protagonismo, y el de los españoles de hoy es desmesurado


. Ni más idiota, no hace falta insistir en ello.
elpaissemanal@elpais.es

 

1 mar 2015

Crítica de Ex Machina, ciencia-ficción de calado................................................Raquel Hernánde..

CRÍTICA DE: Ex Machina - DIRIGIDA POR: Alex Garland - PROTAGONIZADA POR: Alicia Vikander, Domhnall Gleeson, Oscar Isaac, Corey Johnson, Deborah Rosan, Evie Wray, Chelsea Li, Sonoya Mizuno, Elina Alminas y Ramzan Miah.

ARGUMENTO: Un programador multimillonario contrata a Caleb, un joven empleado, para que pase una semana en un lugar remoto con el objetivo de que participe en un test en el que estará involucrada su última creación: un robot dotado de inteligencia artificial.

Elegante, sobria, profunda e inquietante. Buenísimos calificativos para el debut de Alex Garland, responsable de los libretos de 28 días después y Dredd (y de la futura Halo), que se estrena en la dirección con Ex Machina, una cinta protagonizada por Oscar Isaac, Domnhall Gleeson y Alicia Vikander.

Se trata de un intenso thriller psicológico que cuenta la historia de Caleb, un programador de 24 años que trabaja en una de las mayores empresas de Internet del mundo. 
Un día gana un concurso cuyo premio es una semana de vacaciones en la mansión privada del presidente ejecutivo de la compañía, un excéntrico demiurgo que vive alejado de la civilización en una suerte de laboratorio-búnker semifrankensteiniano en el que ha alumbrado el que parece ser el siguiente paso evolutivo.
Alicia Vikander como AVA en Ex Machina

Cuando Caleb llega a la estupenda casa en medio de la nada, descubre que deberá participar en un experimento tan extraño como fascinante en el que interactuará con la primera inteligencia artificial auténtica del mundo que habita en el cuerpo de una preciosa mujer-robot.

Ex Machina continúa la tendencia del cine actual de ciencia-ficción a indagar en las relaciones de los humanos con entes de inteligencia artificial como es el caso de TranscendenceHer o Autómata y lo hace desde la premisa de un test de Turing muy particular: ¿podrá Caleb demostrar que ese ser creado por por el hombre ha conseguido desarrollar conciencia de sí mismo?


Uno de los robots de Ex Machina

Es curioso que precisamente de forma transversal Ex Machina establezca un diálogo con The Imitation Game, la película basada en la vida de Alan Turing en la que se narra cómo el famoso programador ideó una prueba para distinguir una máquina de un ser humano.
 Por supuesto, Caleb se enfrenta a un enorme problema y es que de hecho sabe de antemano que se enfrentará a un robot, de modo que deberá tener cuidado con las apariencias para poder diagnosticar las capacidades de la máquina.

No solo el guión de Alex Garland es absorbente y brillante (si analizáramos sus resonancias literarias, artísiticas y filosóficas necesitaríamos mucho más tiempo), sino que además la puesta en escena de la película impresiona por su efectividad: desde los espacios abiertos hasta la artificiosa claustrofobia del lugar en el que se desenvuelve la mayor parte del metraje: ese lugar diáfano cuajado de cámaras y espejos en el que nada es lo que parece ser.

Alicia Vikander como AVA

La sexualidad es otra de las ideas mejor fundamentadas de la película: desde el nombre de la ginoide (androide de apariencia femenina), AVA (con resonancias de la variante en inglés de "Eve" o Eva, la primera mujer en el relato bíblico), hasta la propia concepción de la identidad sexual como parte inalienable de la humanidad que destila la creación de una conciencia autónoma.

Pero ¿qué es exactamente lo que nos hace humanos? ¿Romper la barrera de la creación nos convierte en dioses? ¿Es posible crear un ser de materia inerte e imbuirle la capacidad de razonar y de ser consciente de sí mismo? El desarrollo de la película es tan interesante y abre tantos debates que me atrevo a deciros que éste es uno de los títulos imprescindibles del género. Ex Machina eso sí, decepcionará a quienes busquen acción o no tengan la capacidad de seguir los diálogos que casi exigen un segundo visionado.
Lo mejor
El diseño de la ginoide y la intrepretación de la enigmática Alicia Vikander
Lo peor
El mal rollo que da plantearse que la IA pueda superar con creces al hombre..
 
No hay nada más humano que el deseo de sobrevivir .






Fallece Héctor Colomé, actor de larga carrera en cine y teatro............................................... Gregorio Belinchón

En la gran pantalla trabajó en 'La hora de los valientes', 'Libertarias', 'AzulOscuroCasiNegro' o 'La gran familia española'

El actor Héctor Colomé, en 2006. / gustavo cuevas (efe)
Actor de rostro duro, edad indescifrable en pantalla y voz potente, con la muerte del hispanoargentino Héctor Colomé ayer sábado en Madrid víctima de un cáncer se va un intérprete de larguísima carrera en teatro y cine.
Llegó a España en 1976, con 32 años, así que Héctor Buffa Colomé, que ha fallecido a un mes de cumplir los 71, ha pasado más tiempo fuera de su Argentina natal que en ella.
 Nacido en Córdoba (Argentina), “más argentino que un porteño”, dijo en diversas ocasiones, a Colomé le cambiaron el nombre artístico en España de una forma extraña, como contó en El diario de Navarra: “Yo no me lo quité, ¡me lo quitaron! Cuando debuté en el Teatro Príncipe de Gran Vía, en Madrid, me encontré con que en los carteles me habían quitado el Buffa.
Es que en valenciano suena muy mal eso de Buffa, me dijo el productor que era valenciano. Dije en plan chulito: ‘O me cambias el nombre, o no estreno’.
 Me contestaron que sí, que lo cambiaban, pero si la obra funcionaba y había dinero para volver a pintar mi nombre.
Al final, estrené y me llevé todo de calle: críticas, público, entrevistas... todos me pusieron de maravilla.
Y pensé: ¿para qué voy a cambiar? Eso sí, con toda la familia de mi padre, que son italianos, me costó un disgusto”.
 Porque cuando el aún Buffa Colomé llegó a España, ya era un reputado intérprete –debutó con 15 años- en Argentina ganador de un Premio de Teatro en 1970. Había estudiado Ciencias y Económicas y Teatro en la Universidad Nacional antes de decidirse por la interpretación.
En España su primer gran éxito llegó con Absalón (1983) en el teatro (donde también empezó una larguísima relación con José Sanchis Sinisterra), y un poco más tarde en el cine con Redondela (1987), de Pedro Costa, un año después de debutar en la televisión española.
 La de Colomé es una larguísima carrera en la que concatenó sin complejos cine, teatro y televisión. Incluso trabajó como actor de doblaje en series como Los caballeros del Zodiaco, McGyver, Colombo o Falcon Crest.
A inicios de los noventa, tras zarzuelas como La revoltosa, entra en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que entonces dirigía Adolfo Marsillach. Llegan así La gran sultana, su Comendador en Fuenteovejuna, Don Gil de las calzas verdes, El médico de su honra, el rey Basileo de La vida es sueño o El misántropo
. A finales de los noventa se desvincula de la compañía, empieza a estrenar en el Centro Dramático Nacional (Eslavos, San Juan o La fundación) e inicia su relación con la actriz Carmen Arévalo, madre del cineasta Daniel Sánchez Arévalo
. En diversas ocasiones el director ha calificado a Colomé de su “padre en el cine”, y solía reservarle ese rol en sus películas, como en AzulOscuroCasiNegro (2006), La gran familia española (2013) y los cortos Física II y Traumalogía.
 Otro cineasta con el repitió fue Xavi Puebla, con quien actuó en dos soberbios filmes: Bienvenidos a Farewell-Guttman (2008) y A puerta fría (2012).
Pero en cine actuó en muchas más películas: con Antonio Mercero en La hora de los valientes (1998), con Vicente Aranda en Libertarias (1996), Juana La Loca (2001) y Canciones de amor en Lolita’s Club (2006), en La ciudad de los prodigios, La caja 507, El Lobo, Atraco a las tres… y media, El penalti más largo del mundo, Obaba, 25 kilates, Flores negras, Pudor, Los límites del control, Lope…
  Su última aparición en la gran pantalla fue el año pasado en REC 4: Apocalipsis. En televisión se le pudo ver en series como Policías, en el corazón de la calle, Petra Delicado, Amar en tiempos revueltos, 14 de abril. La República, Herederos, 23-F: Historia de una traición, Karabudjan y Carta a Eva, donde encarnó a Juan Perón.
De los escenarios nunca se bajó gracias a obras como Noche de reyes, Eduardo III, Tirano Banderas, Filomena Marturano o Panorama desde el puente. Candidato dos veces a los premios de la Unión de Actores, Colomé explicaba así que habitualmente le llamaran para personajes de villano o de tipo apesadumbrado: “Supongo que el físico condiciona.
Sobre todo si se trabaja con prisas.
 Si ya todo te viene dado, casi puedes trabajar sin maquillaje. Te peinan de época y ya está. También la edad influye”. En la programación del Teatro Real ha quedado pendiente su participación en 2 delirios sobre Shakespeare, de Alfredo Aracil.