En tiempos de crisis, la diseñadora intenta reinventarse aunque admite que sus prendas son “un lujo prescindible”.
Amiga de políticos, intelectuales y famosos se apoya en sus hijos para seguir adelante.
Por el otro, al despacho de Elena Benarroch (Tánger, 1955), una amplia estancia cubierta de libros y fotos con vistas a un pequeño invernadero
. “Hablemos del futuro”, dice desde su mesa la diseñadora.
En 2011, Benarroch volvió a su tienda-taller de la madrileña calle de Zurbarán, que abrió en 1981 y fue testigo de los primeros pasos de su fulgurante carrera.
Sus prendas han desfilado en Madrid y Nueva York (donde llegó a tener un local en Madison Avenue), han sido portada de Vogue USA, protagonizado colaboraciones con Louboutin y Martin Margiela y vestido a las actrices de Almodóvar dentro y fuera de la pantalla.
Una vida repleta de hitos, premios y amigos célebres, de Felipe González a Gabriel García Márquez, de Sonsoles Espinosa (a la que asesoró durante el mandato de Zapatero) a Juan Gatti, Miguel Bosé o Daniel Barenboim.
Si en la capital hubiera existido algo parecido a la gauche divine catalana, ella habría sido una de sus lideresas.
“Mi vida no ha estado dedicada a la peletería, sino a la moda, aunque se me conozca por las pieles. En los ochenta, abrimos la primera tienda multimarca importante.
Trajimos piezas de Jil Sander, Bottega Veneta, Walter Steiger…”. El plural con el que se expresa alude a su compañero personal y profesional, el escultor Adolfo Barnatán, del que se separó hace unos años y con el que continúa embarcada en sus proyectos.
“Esas marcas fueron abriendo tienda propia y no tenía sentido mantener el espacio”.
No es, por tanto, la primera crisis que le toca vivir a Elena Benarroch.
En los últimos días se ha especulado con una posible bancarrota.
Se ha hablado de la venta de propiedades e incluso del cierre de la marca. Pero la empresa sigue a flote:
“Yo permaneceré aquí con la tienda, el taller y mis clientes, y mis hijos tienen un showroom en Nueva York desde el que distribuyen internacionalmente.
Todo se crea en España y se envía a EE UU.
Con el tiempo, ellos buscarán talleres americanos, porque hay cosas que no se pueden confeccionar aquí”.
Sabe que los tiempos han cambiado; más para un negocio basado en pieles de alta gama.
“Hoy se vende lo más barato o lo más caro.
Los turistas asiáticos o rusos son los que mantienen el consumo de un producto más elitista, como puede ser el mío.
Trabajo más con clientes chinos que con rusos, probablemente por el tipo de piezas que hago”, razona
. Los hábitos de compra también difieren de los de hace dos décadas. “Antes lo barato era feo y lo caro bonito
. Ahora tiendas como Mango, Zara o H&M ofrecen productos de menor calidad con diseño”.
La creadora planea adaptarse a la actualidad de la industria. Desde 2004, su hija Yaël Barnatán diseña una línea dentro de la marca.
Su hijo Jaime se encarga de la comunicación.
“La línea de Yaël se dirige a una clientela más joven, que por definición tiene menos poder adquisitivo”, cuenta.
Utiliza pieles más asequibles pero sigue con la misma vocación transgresora a la hora de confeccionar las prendas.
Tanto Yäel como Jaime viven y tienen la sede de su negocio en Williamsburg, el epicentro de la modernidad neoyorkina.
“La forma de vender también ha cambiado. Conservo clientes de hace más de 30 años, pero actualmente la clave está en Internet y en las tiendas pop up.
Hacia ahí nos enfocamos”, apunta.
Su plan consiste en el equilibrio entre tradición e innovación, artesanía y desarrollo digital, lujo clásico y lujo asequible
. El suyo fue y seguirá siendo un producto exclusivo:
“Necesito mínimo seis personas para confeccionar un abrigo. Adquirir las pieles en subastas internacionales (no en proveedores, como se ha dicho), curtirlas, decir si se estampan o se tiñen… se tarda seis meses”.
Y seguirá siendo así.
Nunca ha tenido miedo. “Lo aprendí todo sola. Mi primera prenda fue un jersey de visón rosa y la gente no lo entendía
. Cuando tenía la tienda multimarca, tampoco entendieron que un traje de chaqueta de Jil Sander tuviera un precio prohibitivo, pero 30 años después, mis abrigos y aquellos trajes continúan intactos y siguen siendo actuales”.
Si algo echa en falta en España es “el fomento de la industria, de cualquier tipo.
No podemos ser un país de turismo y servicios. De este negocio dependen 20 familias y en algunos momentos hemos llegado a ser 50”, afirma.
Pero no quiere rememorar épocas doradas, prefiere mirar al presente: “Lo mío es un lujo prescindible. Vivimos un momento muy difícil y la gente necesita comer y trabajar.
Eso no quiere decir que la moda sea frívola, es un negocio que mantiene a mucha gente”.
Sin embargo, en su discurso aflora de forma recurrente una frase que quizá resuma el trabajo de estos 35 años:
“La clave está en perder el respeto a las pieles”.