El joven diseñador, que encarna a una nueva generación con raíces asiáticas, convence en la semana de la moda de Nueva York.
Durante años, la semana de la moda de Nueva York
fue la de las marcas que se enorgullecían de vender millones de
unidades de sus productos, de Calvin Klein a Tommy Hilfiger, y,
minoritariamente, la de los reyes de la alfombra roja hollywoodiense
—Carolina Herrera, Oscar de la Renta—. Una cita mastodóntica —como las
raciones de comida que se sirven en la ciudad— que en esta edición
inaugurada el pasado fin de semana acoge hasta el jueves a más de 260
firmas, frente a la treintena que desfila, por ejemplo, en la Madrid Fashion Week.
Manhattan se convierte así en un enorme foco de negocios, que aún será mayor si el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, cumple la promesa que hizo hace unos días: triplicar su inversión en la industria de la moda, inyectando más de 14 millones de euros a través de préstamos, becas y recursos tecnológicos
. De Blasio declaró a WWD que este sector resulta “más vital que nunca para la ciudad”.
Emplea a 180.000 personas y genera impuestos por valor de unos 2.000 millones de euros.
Una iniciativa y unos datos que invitan a la reflexión.
Las razones que explican la gran relevancia de esta pasarela son múltiples: además de la magnitud de su calendario, de las transacciones comerciales y de la elevada ratio de celebridades sentadas en primera fila —o precisamente gracias a todo lo anterior—, es el alma mater de algunos de los diseñadores más emocionantes del panorama actual; creadores jóvenes con carreras serias y propuestas provocadoras que disputan a Europa su arcaico título de ser cantera de talentos.
El paradigma de esta nueva generación de la moda estadounidense es Alexander Wang. Californiano de 31 años e hijo de emigrantes taiwaneses, concentra varias de las características que definen a este pujante grupo.
Como Phillip Lim, de padres chinos, o Prabal Gurug, nacido en Nepal, posee raíces asiáticas.
Y, al igual que Shayne Oliver, responsable de la firma Hood by Air, ha sabido traducir el discurso hip hop y urbano al lenguaje del lujo. Sin complejos.
Este logro, que les conecta con un consumidor más joven y hasta hace poco olvidado por el sector, ha seducido a marcas vetustas. Carol Lim y Humberto Leon ocupan la dirección creativa de la casa francesa Kenzo; Jason Wu desempeña esta misma labor en Hugo Boss, y Wang, además de en su propia marca, lo hace también en Balenciaga desde 2012.
El sábado demostró por qué es uno de los niños mimados del Council of Fashion Designers of America, el organismo que está detrás de la semana de la moda neoyorquina, y que en 2009 le concedió el premio al mejor diseñador.
Su trabajo para la próxima temporada equilibra con sutileza ambición y compromiso comercial. Como buen heredero de la tradición textil estadounidense, Wang solo responde ante la calle.
“Si nuestros clientes quieren ropa negra, ¿por qué no dársela?”, dijo antes de presentar una colección sin colores.
Con vestidos de trabajados troquelados, chaquetas new romantic y una colección de botas rematadas con tachuelas, el joven diseñador consiguió derretir a una ciudad sumida en plena ola de frío.
Shayne Oliver aportó la dosis de efectismo que tanto gustó a la prensa estadounidense al presentar su trabajo en el corazón de Wall Street. Hood by Air está organizada como una suerte de comuna creativa y, en sus palabras, busca “subvertir los límites del guardarropa masculino”.
Su estrategia para lograrlo consistió en mezclar pantalones de aikido plisados con impolutas parkas de cashmere, y polos-túnica con americanas recubiertas de esterilla.
Pero Nueva York no solo potencia el diseño, sino que lo importa
. Las cinco marcas españolas que desfilarán esta edición —Desigual, Custo, Pedro del Hierro Madrid, Etxeberría y DelPozo— suponen un buen ejemplo.
También la británica Victoria Beckham, quien presenta su colección en Manhattan desde 2011.
Hace ya tiempo que la excantante demostró su valía como creadora.
Para la próxima temporada, juega a subir la sisa de los abrigos hasta convertirla en el borde de sus rígidos cuellos y aprovecha los cortes de los vestidos para crear delicados volúmenes.
Cada una de sus colecciones supone una evolución con respecto a la anterior.
Ayer, la creadora dio un paso más y abordó el estudio de los patrones a través de prendas tan sofisticadas como funcionales.
Manhattan se convierte así en un enorme foco de negocios, que aún será mayor si el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, cumple la promesa que hizo hace unos días: triplicar su inversión en la industria de la moda, inyectando más de 14 millones de euros a través de préstamos, becas y recursos tecnológicos
. De Blasio declaró a WWD que este sector resulta “más vital que nunca para la ciudad”.
Emplea a 180.000 personas y genera impuestos por valor de unos 2.000 millones de euros.
Una iniciativa y unos datos que invitan a la reflexión.
Las razones que explican la gran relevancia de esta pasarela son múltiples: además de la magnitud de su calendario, de las transacciones comerciales y de la elevada ratio de celebridades sentadas en primera fila —o precisamente gracias a todo lo anterior—, es el alma mater de algunos de los diseñadores más emocionantes del panorama actual; creadores jóvenes con carreras serias y propuestas provocadoras que disputan a Europa su arcaico título de ser cantera de talentos.
El paradigma de esta nueva generación de la moda estadounidense es Alexander Wang. Californiano de 31 años e hijo de emigrantes taiwaneses, concentra varias de las características que definen a este pujante grupo.
Como Phillip Lim, de padres chinos, o Prabal Gurug, nacido en Nepal, posee raíces asiáticas.
Y, al igual que Shayne Oliver, responsable de la firma Hood by Air, ha sabido traducir el discurso hip hop y urbano al lenguaje del lujo. Sin complejos.
Este logro, que les conecta con un consumidor más joven y hasta hace poco olvidado por el sector, ha seducido a marcas vetustas. Carol Lim y Humberto Leon ocupan la dirección creativa de la casa francesa Kenzo; Jason Wu desempeña esta misma labor en Hugo Boss, y Wang, además de en su propia marca, lo hace también en Balenciaga desde 2012.
El sábado demostró por qué es uno de los niños mimados del Council of Fashion Designers of America, el organismo que está detrás de la semana de la moda neoyorquina, y que en 2009 le concedió el premio al mejor diseñador.
Su trabajo para la próxima temporada equilibra con sutileza ambición y compromiso comercial. Como buen heredero de la tradición textil estadounidense, Wang solo responde ante la calle.
“Si nuestros clientes quieren ropa negra, ¿por qué no dársela?”, dijo antes de presentar una colección sin colores.
Con vestidos de trabajados troquelados, chaquetas new romantic y una colección de botas rematadas con tachuelas, el joven diseñador consiguió derretir a una ciudad sumida en plena ola de frío.
Shayne Oliver aportó la dosis de efectismo que tanto gustó a la prensa estadounidense al presentar su trabajo en el corazón de Wall Street. Hood by Air está organizada como una suerte de comuna creativa y, en sus palabras, busca “subvertir los límites del guardarropa masculino”.
Su estrategia para lograrlo consistió en mezclar pantalones de aikido plisados con impolutas parkas de cashmere, y polos-túnica con americanas recubiertas de esterilla.
Pero Nueva York no solo potencia el diseño, sino que lo importa
. Las cinco marcas españolas que desfilarán esta edición —Desigual, Custo, Pedro del Hierro Madrid, Etxeberría y DelPozo— suponen un buen ejemplo.
También la británica Victoria Beckham, quien presenta su colección en Manhattan desde 2011.
Hace ya tiempo que la excantante demostró su valía como creadora.
Para la próxima temporada, juega a subir la sisa de los abrigos hasta convertirla en el borde de sus rígidos cuellos y aprovecha los cortes de los vestidos para crear delicados volúmenes.
Cada una de sus colecciones supone una evolución con respecto a la anterior.
Ayer, la creadora dio un paso más y abordó el estudio de los patrones a través de prendas tan sofisticadas como funcionales.