Una guía con todos los planes y las informaciones posibles sobre San Valentín.
El Día de los Enamorados, también conocido como San Valentín, es una
de las fechas más señaladas del años.
Gusta a muchos pero también es un
día odioso para otros.
Sea del grupo que seas, te facilitamos toda la
información a favor y en contra sobre este día que se celebra cada 14 de
febrero.
Cómo funciona el cerebro de una persona enamorada.
De la misma forma que nadie sabe exactamente qué es el amor, no se
conoce a ciencia cierta por qué el día de San Valentín pertenece a los
enamorados.
Una de las suposiciones más extendidas es esta: San Valentín
era un sacerdote romano allá por el año 200, época en la que el
emperador decidió prohibir los matrimonios de
los más jóvenes
bajo la idea de que el casamiento debilitaba a los soldados.
Sin
embargo, reacio a la medida, San Valentín celebraba matrimonios a
escondidas entre aquellos que se lo solicitaban.
Ese papel de casadero
le consagró como patrón del amor (y también le supuso morir
martirizado). Pero esa es una leyenda más entre otras tantas que han
querido explicarlo
. De un modo parecido, quien más quien menos ha
intentado dilucidar qué es el amor, qué ocurre cuando sucede.
Y la
ciencia no es ajena a ese interés. Asumiendo que todo sentimiento tiene
un correlato físico (el corazón no se acelera si un mensajero químico no
“le dice” que lo haga), numerosos científicos han dirigido últimamente
sus investigaciones para definir qué es lo que acontece en el cerebro
cuando alguien se enamora. En un intento de ganar terreno a las
leyendas, estas son cinco cosas, más o menos insólitas, que el amor hace
con su mente.
1. Crea adicción
De entre las áreas cerebrales estimuladas por el amor, unas destacan
sobremanera: son las que conforman el circuito de recompensa.
Entre
ellas, se impone el llamado núcleo
accumbens, una pequeña zona
situada unos centímetros detrás de sus ojos, muy sensible a la dopamina
—neurotransmisor que aumenta con el enamoramiento— y al que se conoce,
popularmente, como
el centro del placer.
Es el que se
activa especialmente cuando recibimos un premio, cuando tenemos sed y
bebemos agua o cuando consumimos prácticamente cualquier tipo de droga.
De hecho, el circuito de recompensa es también el
circuito de la adicción,
de ahí el carácter adictivo de las primeras fases del amor.
“El aumento
de dopamina es muy grande al principio de las relaciones”, comenta
Larry Young, investigador de la neurociencia del comportamiento en la
Universidad de Emory, en Atlanta, y autor del libro
Química entre nosotros. Amor, sexo y la ciencia de la atracción.
“De hecho, hemos visto que los ratones que pierden a su compañero se
deprimen de una forma muy parecida a como lo hace un adicto al que se le
retira la cocaína o la heroína”, añade.
Pero no solo eso:
el aumento de dopamina corre en paralelo a la disminución central de otro neurotransmisor, la serotonina, y esta merma sucede también en los trastornos obsesivos, de cuyos rasgos principales el amor no está demasiado lejos.
El enamoramiento no es una enfermedad, pero cerebralmente y desde lejos lo puede parecer
2. Nos remite a la familia, queramos o no
La oxitocina y la vasopresina son dos pequeñas hormonas cuya máxima
producción tiene lugar en momentos aparentemente lejanos al
enamoramiento: en el parto y
durante la lactancia
(a medida que el bebé succiona del pezón)
. Entre sus muchas funciones
están la de fortalecer el vínculo entre la madre y el hijo.
Y de ello se
aprovecha también el amor (romántico)
. En el enamoramiento parece
aumentar la producción de oxitocina y vasopresina,
contribuyendo así a robustecer el nexo.
Esto tiene sentido desde un
punto de vista evolutivo: se gasta un tiempo y una energía considerables
en encontrar a una pareja
idónea.
Una vez conseguida, el lazo
debe reforzarse para tratar de garantizar que ambos cuidarán de la
posible descendencia.
Así es al menos como la naturaleza tiende a
“pensar”.
3. Nubla el juicio y la razón
Para identificar las zonas del cerebro que se activan en el
enamoramiento, los científicos suelen usar lo que se conoce como
'resonancia magnética funcional'.
Esta técnica capta la mayor o menor
llegada de oxígeno a cada área, un sinónimo de la demanda que la
actividad crea.
Aunque es un procedimiento un tanto problemático
(procure no sacar mensajes de un solo estudio),
varios trabajos han llegado a conclusiones parecidas
.
Así fue como se vio que, durante el enamoramiento, el circuito de
recompensa trabaja con especial fervor, y que lo la corteza prefrontal
parece “apagarse”
. Esta última es el área del cerebro más propiamente
humana, la responsable fundamental de nuestra capacidad de razonar y
emitir juicios elaborados.
Las consecuencias son evidentes: el amor
nubla, al menos sobre la persona amada, la capacidad crítica.
Eso
explicaría la creencia de que “el amor es ciego”, o incluso la sentencia
de Ortega y Gasset, que lo definió como “un estado de imbecilidad
transitorio”.
Pero obedece a una razón: aumenta las posibilidades de
unión. O, resumido con antelación por Nietzsche, “siempre hay algo de
locura en el amor, pero siempre hay algo de razón en la locura.”
4. Produce estrés y da valor
Como resumió Nietzsche, “siempre hay algo de locura en el amor, pero siempre hay algo de razón en la locura”
El amor produce una ola de estrés a lo largo del tiempo.
En un
principio se trata de una activación del eje
hipotálamo-hipofisario-adrenal, lo que viene a querer decir, entre otras
cosas, que el cerebro manda señales para que se produzca más
adrenalina. Una interpretación que se hace es que ese grado de estrés
permite superar el miedo inicial, lo que se conoce como neofobia.
Con
los meses, sin embargo, el mecanismo disminuye, dando lugar a una
sensación de tranquilidad (el resto de hormonas y circuitos implicados
también se modulan con el tiempo).
Lo curioso es que este fenómeno es
uno de los pocos en los que los acontecimientos cerebrales entre amor romántico y maternal no se solapan.
Porque en el cerebro de una madre (posiblemente
también en el padre,
pero los estudios se han hecho especialmente en el primer caso, donde
los cambios hormonales son más acusados) también tiene lugar una
activación del área de recompensa y una subida de dopamina; igualmente,
hay un aumento claro de oxitocina y vasopresina; e incluso también se
produce una inhibición de la corteza prefrontal (la madre “suspende el
juicio” cuando de su hijo se trata).
De hecho, tal correspondencia entre
ambos tipos de amor ha llevado a pensar que el amor romántico ha
evolucionado de un sistema más antiguo: el del amor de una madre por su
hijo.
Sin embargo, en este caso, no tiene lugar una reacción del
hipotálamo, como la que se produce en las parejas.
5. Te hace monógamo (o no)
La ciencia no ha sido capaz de determinar aún si por naturaleza somos
monógamos, polígamos o monógamos secuenciales, pero sí se saben algunas
de las cosas que influyen en esta realidad
. Al menos en ratones.
Los
roedores de campo son monógamos convencidos, profundamente fieles a su
pareja.
Los de monte, por el contrario, son promiscuos consumados. ¿La
explicación? Los primeros tienen muchos
más receptores de oxitocina y vasopresina
en las áreas de recompensa.
De hecho, cuando en el laboratorio se
bloquean estas hormonas, los ratones de campo que carecen de ellas se
comportan
como si fueran ratones de monte,
sin ningún tipo de memoria ni predilección especial por ninguna de sus
parejas.
Los humanos no somos ratones. Es evidente que nuestra fidelidad
depende de mucho más factores que en estos animales.
Pero tampoco
parecemos inmunes.
Algunas variantes de los
receptores de vasopresina,
por ejemplo, se han asociado con una mayor o menor promiscuidad.
Ni
mucho menos la determinan, pero es un factor que puede llegar a terciar.
Como comenta Larry Young,
algunas investigaciones
han observado que cuando se les daba oxitocina intranasal a hombres que
estaban en una relación, encontraban más atractivas a sus parejas que
si se les daba placebo.
"Pero únicamente sucedía con sus pares: la
oxitocina no aumentaba su valoración de otras mujeres de atractivo
similar, ni activaba sus áreas de recompensa como ocurría cuando veían a
sus compañeras”, aclara.
En resumen, quizás piense que la ciencia todavía no sabe mucho del
amor.
Puede ser. Quizá esté convencido de que la razón no puede
comprender a la pasión en toda su complejidad.
Muchos científicos
también lo creen.
El propio Larry Young, sin ir más lejos, opina:
“La
ciencia será capaz de decirnos muchas cosas sobre la química y los
mecanismos cerebrales implicados en el amor.
Pero no nos hará entender
su magia.
Eso solo se puede entender estando enamorado”.
Y añade: “Es
posible que su esencia se entienda mejor desde la poesía, la música o el
arte, pero la ciencia puede contribuir a comprender parte de su
misterio".
Porque lo que resulta obvio es que todo sentimiento tiene su
correlato físico, y que en buena medida este puede estudiarse.
Hasta
dónde alcanzará su explicación, eso nadie lo sabe.
Feliz San Valentín.