El actor recibe esta noche el premio de Honor de manos de Pedro Almodóvar.
A los 54 años, Goya de Honor.
No es culpa suya, ni espera retirarse. Pero a José Antonio Domínguez Banderas (Málaga, 1960) le llamó en verano el presidente de la Academia y él no pudo rechazar la oferta. “Creo que no pone nada en el reglamento de los premios sobre una edad mínima”, bromea Banderas, con el acento malagueño disparado.
“Yo que peino canas hacía tiempo que no recibía halagos por mi juventud”, sigue con la broma.
Y entonces se pone serio: “Mi primera impresión fueron caras, rostros de la gente que me ha ayudado, criticado, que he conocido en carreteras, en cruces de caminos, alegrías, penas, sacrificios… Y ¡bum!, se pegan en mi mente.
Tiene también que ver con cosas que me han pasado en el último año, en las apuestas profesionales que he realizado, en las que he chocado contra la crisis, que no han funcionado.
Yo no he pillado el dinero y me he ido a jugar al golf a Florida
. No. Lo he invertido en cine.
Y el Goya me reafirma en que lo he hecho bien”. Y remata: “Sería miserable que pensara que me escogen para elevar la audiencia televisiva, que sé que algunos dicen algo así”.
Así es Banderas, el torrencial, el encantador, el tipo que te hace sentir su amigo, el risueño, el hombre capaz de recordar caras y nombres y saludarles correctamente.
El actor, productor y director.
Le gustaría ser más lo último, le apasiona lo primero, se enfanga con toda el alma en lo segundo. También está el Banderas de los malos momentos: el que se acaba de divorciar de Melanie Griffith —“No importa el dinero, importa que quedemos bien y así ha sido”—, el que no ha visto refrendados en la taquilla española sus esfuerzos en la película de ciencia-ficción Autómata, y el que no ha podido evitar el concurso de acreedores para el estudio de animación granadino Kandor Graphics, productora de la que era socio y principal rostro público.
“Ha sido duro porque creí en ello, porque pensé que podíamos sacarlo adelante, porque hay gente que va al paro”. Comenta que a su alrededor ha sentido la crisis.
“Por supuesto. Amigos, familiares... Lo notas, te preocupas... Te irritas”.
Vuelve a su productora de animación. “Kandor duele. Porque vinieron a mí, me subí a su barco y... Mi padre me decía con razón que no te debes gastar lo que no tienes.
Nos aceleramos, Justin y la espada del valor dio dinero... pero no lo suficiente”.
El actor se siente querido, pero asegura que también recibe bofetadas.
“Hombre es que cuando me dan, me dan.
Por eso nunca me he dejado llevar ni por los éxitos ni por los fracasos. ¿Tienes un taquillazo?
A los cuatro días se olvidan. ¿Tienes un fracaso? Pues igual.
En mi profesión todo es relativo.
Es como lo del garabato: ves uno en una pared y lo desprecias.
Alguien entra, dice que es de Joan Miró, y ah, oh, empieza la gente a ver cosas especiales.
He aprendido que lo que tengo delante lo veo por mí mismo y a no dejarme llevar por los demás”. ¿Y cómo va el cuadro de su vida? “Estoy bastante satisfecho. Sobre todo si miro atrás y pienso en las premisas con las que salí de Málaga.
Jamás atisbé que mi carrera iba a llegar hasta aquí, ha habido momentos en que me he sentido empujado por fuerzas extrañas”.
Apunta que incluso en alguna situación se sentía “anacrónico” con lo que ocurría a su alrededor. “Qué vértigo”.
Otra cosa es si Banderas es dueño y señor de su vida y más aún de su carrera.
“Ha sido complejo, porque en Estados Unidos yo notaba cómo tiraban hacia mí en un sentido, mientras intentaba superar el hándicap del idioma.
Reconozco que me agarré a algún proyecto porque tenía que hacerlo
. No estaba en mis manos poder negarme
. Aun así, creo que en ese proceso nunca perdí ni la dignidad ni la honra [estalla en risas y uno piensa en cuando rechazó a Madonna]”.
Ahora Antonio Banderas empieza una etapa nueva.
No ha logrado levantar su proyecto sobre Boabdil, el último rey nazarí de Granada, porque se negó a rodarlo solo en inglés.
“¿Sabes? Ahora quiero contar historia mías, de lo que me ocurre y vivo.
Estoy a la vez con varios guiones, y salto de uno a otro. Hay un tema que preocupa desde hace tiempo y es difícil de explicar, por eso hago una película: la intoxicación que vivimos los seres humanos por la velocidad que hemos adquirido en la absorción de información; la falta de personalidad, el envenenamiento que recibimos constantemente de los medios de comunicación que nos echan violencia, violencia, violencia, y la posibilidad de cortar con todo esto.
Paul Auster hacía referencia en un libro suyo a una breve historia de Kafka en la que un buen día un hombre se marchaba
. Sin razón aparente dejaba atrás un trabajo bien remunerado, una familia a la que quería y echaba a andar. Y en ello ando trabajando”
. ¿No querrá enviar así una señal de socorro? “No, yo no lo haría
. Pero es que la misma película ya me sirve como escape. Al poder compartir mi sentimiento con la gente, al expresarme artísticamente yo ya no tengo por qué huir.
Otro tema que quiero rodar son las injusticias compartidas: a mí me llamó mucho la atención, me conmocionó el caso de Rocío Wanninkhof y cómo se lapidó públicamente a Dolores Vázquez.
Es una gran metáfora sobre lo que quiero contar.
No lo haría sobre ese crimen, pero sí algo parecido”.
Ha aspirado cinco veces al Goya, sin ganarlo: por Matador, Átame! Two Much, La piel que habito y como productor de Justin y la espada del valor.
Optó en tres ocasiones a los Globos de Oro: por Evita, La máscara de Zorro y And Starring Pancho Villa as Himself.
En los premios del cine Europeo ganó el galardón del público por La máscara de Zorro y un tributo especial por Locos en Alabama.
Banderas acaba.
Está pensando en posibles planes en la televisión estadounidense —“Un medio ahora interesantísimo”—; en si algún día se desbloqueará la producción 33 días, en la que encarnaría a Pablo Picasso durante las jornadas que pintó el Guernica y que dirigiría Carlos Saura (“Ya he trabajado con él, sin embargo nunca rompimos y nos tenemos ganas); en algún musical de Broadway; en el montaje de la última película en la que ha actuado (Altamira), en, en…
“Me siento efervescente.
No hay tiempo para reflexionar sobre el Goya, ya llegarán los nervios”.
Eso ocurrirá a las 23.15, cuando Pedro Almodóvar le entregue el reconocimiento.
Él mismo pidió que fuera el cineasta quien le diera su primer Goya —cinco veces candidato, nunca lo ha ganado—. “Siempre que me llame Pedro, yo iré”.
No es culpa suya, ni espera retirarse. Pero a José Antonio Domínguez Banderas (Málaga, 1960) le llamó en verano el presidente de la Academia y él no pudo rechazar la oferta. “Creo que no pone nada en el reglamento de los premios sobre una edad mínima”, bromea Banderas, con el acento malagueño disparado.
“Yo que peino canas hacía tiempo que no recibía halagos por mi juventud”, sigue con la broma.
Y entonces se pone serio: “Mi primera impresión fueron caras, rostros de la gente que me ha ayudado, criticado, que he conocido en carreteras, en cruces de caminos, alegrías, penas, sacrificios… Y ¡bum!, se pegan en mi mente.
Tiene también que ver con cosas que me han pasado en el último año, en las apuestas profesionales que he realizado, en las que he chocado contra la crisis, que no han funcionado.
Yo no he pillado el dinero y me he ido a jugar al golf a Florida
. No. Lo he invertido en cine.
Y el Goya me reafirma en que lo he hecho bien”. Y remata: “Sería miserable que pensara que me escogen para elevar la audiencia televisiva, que sé que algunos dicen algo así”.
Así es Banderas, el torrencial, el encantador, el tipo que te hace sentir su amigo, el risueño, el hombre capaz de recordar caras y nombres y saludarles correctamente.
El actor, productor y director.
Le gustaría ser más lo último, le apasiona lo primero, se enfanga con toda el alma en lo segundo. También está el Banderas de los malos momentos: el que se acaba de divorciar de Melanie Griffith —“No importa el dinero, importa que quedemos bien y así ha sido”—, el que no ha visto refrendados en la taquilla española sus esfuerzos en la película de ciencia-ficción Autómata, y el que no ha podido evitar el concurso de acreedores para el estudio de animación granadino Kandor Graphics, productora de la que era socio y principal rostro público.
“Ha sido duro porque creí en ello, porque pensé que podíamos sacarlo adelante, porque hay gente que va al paro”. Comenta que a su alrededor ha sentido la crisis.
“Por supuesto. Amigos, familiares... Lo notas, te preocupas... Te irritas”.
Vuelve a su productora de animación. “Kandor duele. Porque vinieron a mí, me subí a su barco y... Mi padre me decía con razón que no te debes gastar lo que no tienes.
Nos aceleramos, Justin y la espada del valor dio dinero... pero no lo suficiente”.
El actor se siente querido, pero asegura que también recibe bofetadas.
“Hombre es que cuando me dan, me dan.
Por eso nunca me he dejado llevar ni por los éxitos ni por los fracasos. ¿Tienes un taquillazo?
A los cuatro días se olvidan. ¿Tienes un fracaso? Pues igual.
En mi profesión todo es relativo.
Es como lo del garabato: ves uno en una pared y lo desprecias.
Alguien entra, dice que es de Joan Miró, y ah, oh, empieza la gente a ver cosas especiales.
He aprendido que lo que tengo delante lo veo por mí mismo y a no dejarme llevar por los demás”. ¿Y cómo va el cuadro de su vida? “Estoy bastante satisfecho. Sobre todo si miro atrás y pienso en las premisas con las que salí de Málaga.
Jamás atisbé que mi carrera iba a llegar hasta aquí, ha habido momentos en que me he sentido empujado por fuerzas extrañas”.
Apunta que incluso en alguna situación se sentía “anacrónico” con lo que ocurría a su alrededor. “Qué vértigo”.
Otra cosa es si Banderas es dueño y señor de su vida y más aún de su carrera.
“Ha sido complejo, porque en Estados Unidos yo notaba cómo tiraban hacia mí en un sentido, mientras intentaba superar el hándicap del idioma.
Reconozco que me agarré a algún proyecto porque tenía que hacerlo
. No estaba en mis manos poder negarme
. Aun así, creo que en ese proceso nunca perdí ni la dignidad ni la honra [estalla en risas y uno piensa en cuando rechazó a Madonna]”.
Ahora Antonio Banderas empieza una etapa nueva.
No ha logrado levantar su proyecto sobre Boabdil, el último rey nazarí de Granada, porque se negó a rodarlo solo en inglés.
“¿Sabes? Ahora quiero contar historia mías, de lo que me ocurre y vivo.
Estoy a la vez con varios guiones, y salto de uno a otro. Hay un tema que preocupa desde hace tiempo y es difícil de explicar, por eso hago una película: la intoxicación que vivimos los seres humanos por la velocidad que hemos adquirido en la absorción de información; la falta de personalidad, el envenenamiento que recibimos constantemente de los medios de comunicación que nos echan violencia, violencia, violencia, y la posibilidad de cortar con todo esto.
Paul Auster hacía referencia en un libro suyo a una breve historia de Kafka en la que un buen día un hombre se marchaba
. Sin razón aparente dejaba atrás un trabajo bien remunerado, una familia a la que quería y echaba a andar. Y en ello ando trabajando”
. ¿No querrá enviar así una señal de socorro? “No, yo no lo haría
. Pero es que la misma película ya me sirve como escape. Al poder compartir mi sentimiento con la gente, al expresarme artísticamente yo ya no tengo por qué huir.
Otro tema que quiero rodar son las injusticias compartidas: a mí me llamó mucho la atención, me conmocionó el caso de Rocío Wanninkhof y cómo se lapidó públicamente a Dolores Vázquez.
Es una gran metáfora sobre lo que quiero contar.
No lo haría sobre ese crimen, pero sí algo parecido”.
Una vida de premio
Banderas ha optado a decenas de premios.Ha aspirado cinco veces al Goya, sin ganarlo: por Matador, Átame! Two Much, La piel que habito y como productor de Justin y la espada del valor.
Optó en tres ocasiones a los Globos de Oro: por Evita, La máscara de Zorro y And Starring Pancho Villa as Himself.
En los premios del cine Europeo ganó el galardón del público por La máscara de Zorro y un tributo especial por Locos en Alabama.
Está pensando en posibles planes en la televisión estadounidense —“Un medio ahora interesantísimo”—; en si algún día se desbloqueará la producción 33 días, en la que encarnaría a Pablo Picasso durante las jornadas que pintó el Guernica y que dirigiría Carlos Saura (“Ya he trabajado con él, sin embargo nunca rompimos y nos tenemos ganas); en algún musical de Broadway; en el montaje de la última película en la que ha actuado (Altamira), en, en…
“Me siento efervescente.
No hay tiempo para reflexionar sobre el Goya, ya llegarán los nervios”.
Eso ocurrirá a las 23.15, cuando Pedro Almodóvar le entregue el reconocimiento.
Él mismo pidió que fuera el cineasta quien le diera su primer Goya —cinco veces candidato, nunca lo ha ganado—. “Siempre que me llame Pedro, yo iré”.