Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

6 feb 2015

Juliette Gréco en diez clásicos.............................................................. Carles Gámez

Al cumplir 88 años, un repaso a la carrera de la gran embajadora de la canción francesa.

 


Este 7 de febrero la cantante y actriz y alma legendaria de la Chanson cumple 88 años.
 Gran embajadora de la canción francesa en su voz se funde los nombres de los grandes compositores y escritores del siglo XX. Una mezcla de gravedad y ligereza exhibida a lo largo de casi siete décadas sobre los escenarios. Un estilo que ha hecho historia
. Repasamos su carrera en en diez clásicos:
Les feuilles mortes (Jacques Prévert /Joseph Kosma)
La conjunción de la poesía de Prévert y la música de Kosma dio como resultado una de las cimas de la canción del siglo XX.
 El tema viajará en la voz de diferentes intérpretes como canción estandarte-Yves Montand, Cora Vaucaire- y Juliette Gréco la acabará de entronizar como gran himno romántico del Paris de postguerra.
 Johnny Mercer trasladó los versos de Prévert al songbook americano, "Autumn Leaves" y la canción se hizo eterna en las voces de los crooners y los músicos de jazz.
La Javanaise (Serge Gainsbourg)
Serge Gainsbourg haciendo uso de su maestría para jugar con las palabras y la melodía-quizás heredado de su amigo Boris Vian-le escribía esta canción en un momento en que la cantante buscaba nuevos compositores y nuevos aires para su repertorio
. El paso del tiempo la ha transformado en un clásico y ha unido para siempre el nombre de Gréco y el de Gainsbourg.
Paris canaille (Léo Ferré)
Catherine Sauvage o el propio Léo Ferré la habían interpretado con éxito pero será en la voz de Juliette Gréco donde la canción encuentre su proyección popular y reconocimiento internacional
. La composición entraba en el álbum de oro de las composiciones dedicadas a la ciudad a lo largo del siglo XX como uno los temas principales de su rica y abundante banda sonora.
Non, monsieur je n'ai pas 20 ans (Henri Gougaud/Gérard Jouannest)
Contra las trampas de la nostalgia- "yo no siento nostalgia, tengo seres vivos que viven junto a mi corazón"- la cantante proclama y afirma con vehemencia su presente y esos veinte años que no volverá a cumplir.
 Como ayer, como hoy, Gréco no ha perdido su actitud desafiante y ese espíritu insumiso sobre el escenario que ha acabado rindiendo al público.
Jolie môme (Léo Ferré)
Gréco volvía a bucear en el repertorio de Léo Ferré para cantar la belleza de la edad de juvenil
. Y quizás de su propia adolescencia en el Paris de los años cuarenta
. Ese momento en que la sensualidad se despierta en el cuerpo de una niña apenas joven ante los ojos asombrados y seducidos de los adultos que pasan por su lado.
Il n'y a plus d'après (Guy Béart)
Juliette Greco con los versos del cantante y autor Guy Béart regresaba al pasado, al viejo barrio de Saint-Germain-des-Prés, aquella Rive Gauche donde había iniciado su leyenda sobre pequeños escenarios y cabarets llenos de humo como la Rose-Rouge.
 Una extraña en el paraíso que ya nunca volverá a ser y el recuerdo de aquellas noches de vino y de rosas junto a Miles Davis y Jean Cocteau y los versos Prévert.
J'arrive (Jacques Brel)
Las canciones de Jacques Brel recorren el repertorio de Juliette Gréco desde los inicios del cantante siendo una de las primeras intérpretes que le dan una oportunidad grabando sus temas
. Brel invoca la muerte con tono desafiante, ya la había enunciado con humor en otros temas
. Gréco, no se queda atrás en este vis-à-vis o dialogo con la muerte aunque con el paso del tiempo irá dulcificando su tono. Nunca cantada por Brel en directo la cantante acabará por construirla sobre la escena.
Déshabillez-moi (Robert Niel / Gabrielle Vervaecke)
En pleno mayo revolucionario Greco continuaba su propia revolución personal.
 Como en el pasado, en el Paris que la coronaba como musa del existencialismo y eterna dama de negro, mostraba su espíritu inconformista, ese perfume de escándalo que le había acompañado de los primeros tiempos
. Como el titulo de una de sus canciones, "je suis comme je suis", siempre fiel a un estilo.
Parlez-moi d'amour (Jean Lenoir)
Gréco incorporaba a su repertorio otro clásico de la canción francesa.
 Estrenada por la cantante Lucienne Boyer en 1926, la melodía ha ido viajando de generación en generación y en voces como las de Carlos Gardel, Caterina Valente, Petula Clark, Sacha Distel, Dalida, Patrick Bruel o la de la propia Gréco, ofreciendo su rostro más tierno sobre el escenario.
Ne me quitte pas (Jacques Brel)
"Mi gran arma a la hora de interpretar a Brel es que yo soy una mujer" había declarado la cantante con ocasión de su disco dedicado al músico belga
. Aunque los fans más irreductibles del Brel no se lo perdonarán, frente al tono plañidero y suplicante proyectado por el cantante, Gréco se arma de coraje y de fuerza para interpretar este tema
. O lo que es lo mismo, el combate femenino frente a la derrota del hombre.

La oscuridad ártica que atrajo a Isabel Coixet............................................Gregorio Belinchón

El drama histórico ‘Nadie quiere la noche' inaugura el Festival de Berlín.

 

Nieva. Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, 1960) confiesa que no logra quitarse el frío que le acompañó en el rodaje de Nadie quiere la noche en Noruega, que le ha perseguido en su estancia en Nueva York —se ha mudado a Brooklyn para escribir a cuatro manos un guion con el cineasta Matthew Chapman—, y que desde el miércoles por la noche sufre en Berlín, donde ayer su último drama inauguró la sección oficial a concurso de la Berlinale.
  A su alrededor, vaya donde vaya, nieva.
Por teléfono, poco antes de viajar a la capital alemana, mientras pasea por su barrio neoyorquino a la búsqueda de unos guantes,
 Coixet charla sobre Nadie quiere la noche
.Se oye el crujir de la nieve por sus pasos. “Pasé tanto frío en el rodaje que me acabaron poniendo un cacharro en la nariz porque me acercaba a la congelación.
 Lo pasé mal. Debe ser mi nuevo karma”.
Y la cineasta empieza a recordar cómo hace cuatro años recibió el guion de Miguel Barros.
 Le emocionó.
Y cómo fue a buscar al festival de teatro de Aviñón a Juliette Binoche, la única capaz de encarnar a Josephine Peary.
 Una mujer, criada en los mejores ambientes, de trato algo altivo (que para eso vivía en Washington), que se convirtió en compañera habitual de los viajes de su marido, el explorador Robert Peary, que se autoarrogó en 1909 el título de primer hollador del Polo Norte —casi nadie cree hoy en día que lo lograra—.
 En esa mítica travesía hacia la gloria, Peary dejó a su esposa y a su hija en Washington, y Josephine, harta de esperar, fue tras él, sin importarle ni las condiciones climatológicas ni, por tanto, las vidas de quienes la acompañaban.
 “Ella, de burguesía adinerada y cultivada, sentía al igual que su marido un desprecio por todos los que no pertenecían a su clase
. Al final de la película entenderá que ha sobrevivido por aquellos a quienes ningunea”.
Curiosamente, a Josephine, perdida en la inmensidad polar, no fue a rescatarla su marido, más preocupado en llegar a un sitio habitado y propagar su hazaña.
“Más aún, posteriormente ella siguió con su simulacro de vida.
Desde luego, a su vuelta a Washington ya supo qué clase de tipo era Robert
. Ahí empezó su auténtica noche ártica
. Es triste pero real: los cónyuges de muchos artistas viven ese tipo de existencia, al lado de gente que solo quiere el prestigio y la gloria
. Por eso yo me identifico con la inuit”. Y ríe.
 Se refiere a Allaka (Rinko Kikuchi), una esquimal que pasará el invierno con Josephine y que salvará la vida de una occidental más preocupada por un gramófono que por sus congéneres.
 “A mí me conmueve su inocencia, su inteligencia natural y su nobleza.
 Es joven, no tonta”.
El filme retrata el viaje de Josephine Peary tras su esposo, el explorador Robert
Coixet está encantada con su reparto.
 El aire altivo de Binoche “le pega total” a la protagonista.
 “Y es lo suficientemente inteligente como para encarar un personaje antipático”. La actriz francesa ama la investigación exhaustiva. “Chequeó dos veces todos los detalles relacionados con su personaje que se ven en pantalla, hemos ensayado muchísimo”.
 En cuanto a Kikuchi, con quien ya trabajó en Mapa de los sonidos de Tokio, juntas afrontaron su inuit de forma más emocional: “Vimos Dersu Uzala y Nanuk, el esquimal, de donde Rinko sacó la manera algo torpe de caminar de su Allaka.
 Y habló mucho con una mujer interesante de Groenlandia, erudita de los inuit, cuya tatarabuela fue una de las hermanas de Allaka, y que al final sacamos en pantalla”.
La cineasta prosigue con su línea ecológica en el cine, tanto en documentales como en la ficción, porque en sus últimas tramas siempre hay elementos que nos recuerdan la fragilidad de la Tierra y la prepotencia del ser humano, especialmente el occidental.
 “Para los Peary solo importa la gloria. El Polo Norte es la excusa. Da igual. Me preocupa nuestro futuro. Parece que no nos damos cuenta de que o nos salvamos todos o no lo hacemos ninguno”.
A ellos solo les importa la gloria. El Polo Norte es la excusa. Les da igual”
Le gusta la Berlinale: es su séptima participación en el certamen, seis con película y otra como jurado.
 “Me gusta la implicación de la ciudad, de sus habitantes, en las proyecciones.
 Y si aquí no se hubiera visto Cosas que nunca te dije, yo no existiría como cineasta”. Además en esta ocasión venderá en el mercado berlinés This Man, This Woman, el drama que le volverá a reunir con Penélope Cruz.
“Como pronto la rodaré en enero de 2016. Es guion de Frederic Raphael [Eyes Wide Shut, Dos en la carretera], a quien visitaré a la vuelta de la Berlinale.
 Hemos modernizado el libreto. Penélope le va a sacar todo a su personaje, el de una mujer que se encuentra en un avión a un antiguo novio.
 Lo que estoy haciendo con Matthew también va a largo plazo”.

 Y tiene pendiente de estreno Learning to Drive, con Ben Kingsley y Patricia Clarkson.
Mientras, seguirá en Brooklyn, escribiendo: “Es lo más bonito que uno puede hacer como artista, aunque yo soy maestra en dispersarme redactando”.

30 años de pasarela...................................................................... Carlos Primo

Nació en una carpa de circo y ahora ocupa 14.000 metros cuadrados.

Hoy comienza la trigésima edición de la Semana de la Moda de Madrid.

 

1995, los sevillanos Victorio y Lucchino preparan a la supermodelo Elle Macpherson antes de desfilar en Cibeles. / morgana vargas llosa

Las amplias instalaciones que acogen las dos pasarelas y el espacio promocional —Cibelespacio— donde hoy da comienzo la Mercedes-Benz Madrid Fashion Week apenas permiten evocar el recuerdo de una carpa de circo alquilada a Teresa Rabal y situada en la Plaza de Colón.
Allí, en febrero de 1985, seis diseñadores afincados en Madrid presentaron sus colecciones en lo que sería el germen de Pasarela Cibeles.
Desde 1996, la semana de la moda madrileña se celebra en un espacio de más de 14.000 metros cuadrados en IFEMA y ninguno de aquellos seis creadores forma parte de su calendario, que este año da cabida a 41 desfiles.
 Sólo uno de ellos, Antonio Alvarado, mantiene activa su marca, aunque desde 2011 no ha vuelto a participar en la semana de la moda
. La otra superviviente, Jesús del Pozo, es hoy una enseña de lujo, reformulada tras el fallecimiento de su fundador, que ha cambiado Madrid por Nueva York.

Claves de esta edición

Nuevos nombres:The 2nd Skin, Leandro Cano y Esther Noriega debutan en la sección oficial.
Tecnología: El diseñador jienense Rubén Gómez abrirá la pasarela joven con un desfile que le ha valido el Samsung EGO Innovation Project.
Exposición: Bajo el título 30 años de pasarela en Madrid, el pabellón 14.1 de IFEMA acoge un recorrido fotográfico y audiovisual por la historia de la fashion week madrileña.
País invitado: tres diseñadores portugueses mostrarán sus colecciones el lunes 9 a las 20.30 h
Veteranos: Agatha Ruiz de la Prada y Roberto Verino ya participaron en la segunda edición de Cibeles, celebrada en otoño de 1985.
Quien sí permanece es Leonor Pérez Pita, conocida por todos como Cuca Solana, que formó parte del Comité de Moda organizador desde 1985 y que un año después, en septiembre de 1986, se convirtió en directora de la pasarela.
 Sigue en el mismo puesto, y no tiene inconvenientes en reconocer el carácter errático, pero ilusionante, de aquellas primeras ediciones.
 “La organización era algo muy complicado porque no teníamos práctica, y además tuvimos continuos cambios”, afirma.
Aquella carpa circense pronto sería sustituida por el Museo del Ferrocarril, donde la nómina de diseñadores se abrió además a otras regiones.
Fue así como emergió toda una generación con nombres como Roberto Verino, Adolfo Domínguez, Agatha Ruiz de la Prada o Sybilla. Todos comenzaban y nadie parecía saber muy bien cómo se organizaba un desfile, así que cada diseñador tenía que llevar a sus propias modelos y peluqueros. Una década después de la primera edición, Pasarela Cibeles ya se había mudado a la Casa de Campo, al Palacio de Congresos y Exposiciones y, por fin en 1996, a IFEMA, de donde sólo saldría durante un breve lapso de tiempo, en 2006 y 2007, cuando se escapó al Paseo de Coches del Retiro.
Por aquel entonces, los contrastes eran parte esencial de su ADN. El mismo Javier Larrainzar que, en otoño de 1993, contrataba a Kate Moss para cerrar

Cinco momentos históricos

1985.Seis diseñadores muestran sus colecciones en la plaza de Colón coincidiendo con la Semana de la Moda de Madrid: nace Pasarela Cibeles.
1990. Manuel Piña celebra su último desfile en la pasarela madrileña antes de cerrar su marca por motivos económicos.
1996. IFEMA se hace cargo de la financiación y organización de Cibeles, que abandona el centro de la ciudad pero gana en logística y medios.
2002. La colección surrealista de David Delfín lleva la pasarela madrileña a las portadas de todos los periódicos y se convierte, hasta hoy, en la marca más mediática de la MBMFW.
2012 Mercedes-Benz pasa a convertirse en el principal patrocinador de la pasarela.
su desfile, declaraba un año después que “la moda española es un desastre”.
 En plena resaca del llamado “año de España” de 1992, Pasarela Cibeles reproducía las contradicciones del país.
También los esplendores del bum. En aquellos años, los diseñadores más solventes se rascaban el bolsillo para invitar a su desfile a supermodelos como Elle Macpherson o Naomi Campbell.

La primera acudió a Madrid para desfilar con Victorio & Lucchino mientras protagonizaba, dirigida por Roman Polanski, el spot publicitario de la última fragancia de los sevillanos.
La segunda cerraba, con traje de faralaes, un desfile por el que la firma andaluza no tuvo inconveniente en pagar un caché que ascendía a dos millones y medio de pesetas.
Las crónicas de la época retrataban con perplejidad a Claudia Schiffer o Linda Evangelista comiendo sándwiches en un pabellón del Retiro antes de desfilar para Loewe, mientras los periodistas se hacían eco de sus sueldos, de sus caprichos —exigir móviles en 1992— y de sus enemistades.
Desfile de David Delfín que provocaron un escándalo en 2002. / Desmond Boylan (Reuters)
No sólo había dinero: también creatividad
. A nadie se le escapa que, en sus distintas ediciones, la pasarela ha sido escenario de colecciones y muestras de talento verdaderamente memorables.
“A veces echo de menos la frescura que tenían algunos diseñadores de los primeros años”, afirma Pérez Pita, que recuerda la extraordinaria acogida que la prensa internacional dispensó al evento desde su primera edición.
La barcelonesa Lydia Delgado, que llegó a Cibeles en 1998, coincide con ella: “Siempre se pierde algo de frescura respecto a sus principios”.
 Hay nombres muy recurrentes en las evocaciones nostálgicas de Cibeles, como el del malogrado Manuel Piña, que entre 1985 y 1990 llevó a la pasarela madrileña los nuevos aires —deconstrucción, nuevos materiales, planteamientos conceptuales— del diseño experimental que estaba revolucionando la industria desde Amberes, Londres o Japón.
También con vocación espectacular, el valenciano Francis Montesinos —hoy presente en la MBMFW— lograba financiación en septiembre de 1985 para llevar su desfile a un espacio más ambicioso que el Museo del Ferrocarril, y planteaba un espectáculo en la plaza de toros de Las Ventas, donde 10 colecciones distintas pisaban el coso taurino entre 12.000 espectadores, fuegos artificiales, evocaciones folclóricas y actores de la compañía de Lindsay Kemp a modo de acomodadores.
El valenciano Francis Montesinos hizo un desfile en Las Ventas en 1985. / ana torralva
La pirotecnia, sin embargo, no ocultaba por completo los problemas de una pasarela cuya ambición mediática contrastaba con estructuras empresariales muy precarias. “Industrialización, industrialización e industrialización”, dice hoy Leonor Pérez Pita cuando habla de las asignaturas pendientes de la pasarela.
 “El sector tiene que creer en el diseño y apostar por él”. La directora de la semana de la moda lleva dando la misma respuesta desde hace tres décadas, y desde luego no se trata de una cuestión menor.
Fueron problemas estratégicos los que alejaron de Cibeles, entre 1999 y 2002, a los conocidos como “disidentes”, un grupo formado por Jesús del Pozo, Roberto Verino, Antonio Pernas y Ángel Schlesser.
El gallego Adolfo Domínguez permanecería una década fuera de la pasarela, a la que sólo volvió en 2009. Un año antes, en 2008, el prometedor dúo Spastor abandonaba IFEMA argumentando con claridad que no querían “vivir de las subvenciones”, una crítica muy recurrente que ha menguado tras la incorporación de nuevos patrocinios.
 “Al principio la pasarela era totalmente dependiente de la financiación del Estado, y hoy en día son las marcas las que mayoritariamente la impulsan, lo que permite un desarrollo mayor en el ámbito del marketing y la comunicación”, afirma Lydia Delgado.
El presupuesto de cada edición ronda los tres millones de euros. Los patrocinadores —principalmente Mercedes-Benz, Inditex y L’Oréal— aportan el 65%. IFEMA corre con el 30% y los diseñadores costean con sus cuotas el 5% restante.
 Desde 2012, la marca alemana de automoción ha incorporado este evento a su red de pasarelas internacionales, con citas como Nueva York o Berlín.
En términos mediáticos, la mayor fortaleza de la MBMFW es la convivencia de distintas generaciones de diseñadores.
“La moda es un sistema cíclico y, como tal, los cambios son buenos y necesarios”, afirma Modesto Lomba, la cara visible de la Asociación de Creadores de Moda de España, que agrupa a muchos de los diseñadores que desfilan o han desfilado (y lo han hecho más de 300) en la pasarela.
Junto a los veteranos, la incorporación de nuevos talentos ha servido para mantener viva la vigencia de una pasarela que hoy todavía es recordada por polémicas como la generada por un desfile de David Delfín en 2002
. Un año después del 11-S, algunos interpretaron sus referencias a Magritte y Buñuel, sogas y velos incluidos, como guiños al régimen talibán.
 En 2006, mientras los medios debatían inclusión del Índice de Masa Corporal en los criterios de selección del casting de modelos, una nueva sección dedicada a las jóvenes promesas —El Ego— introducía en IFEMA una dinámica de renovación generacional que hoy sigue siendo un motor creativo esencial para la pasarela.
Por ello, la exposición de fotografías con la que la MBMFW celebra el treinta aniversario de la que un día llegó a considerarse como “cuarta pasarela” del mundo tiene mucho de nostálgico, pero también de necesario: la constatación de que, a pesar de todo, en la pasarela madrileña han pasado y siguen pasando muchas cosas.
 Y gran parte de ellas probablemente merecen ser recordadas.

 

Sue Grafton: la lucha de la dama del crimen contra sí misma....una de mis escritoras de serie negra favooritas

Cerca del final de su serie del Alfabeto, la escritora estadounidense habla de su última novela, 'W de Whisky', de sus demonios interiores y de su relación con su personaje.

 

Sue Grafton, este jueves en Barcelona. / MASSIMILIANO MINOCRI

La vida y el proyecto vital y literario de Sue Grafton (Louisville, 1940) se confunden como se confunde su figura con la de su personaje, la detective Kinsey Millhone.
 Vital, divertida y aguda y precisa en sus respuestas, la escritora estadounidense, una de las estrellas de BCNegra, presenta en España W de Whisky (Tusquets), el episodio 23 de una serie que se acerca al final, de un periplo literario que terminará en cinco o seis años cuando llegue a la Z.
Los lectores acuden con devoción a cada nueva entrega de la serie de Millhone, una detective californiana aparentemente sencilla e ingenua pero llena de fuerza y carácter.
 Ellos no se han cansado pero ¿Y su autora? “No me he cansado nunca, pero he vivido siempre con el miedo a que me ocurriera.
 Es una responsabilidad muy grande porque estoy compitiendo contra mí misma y lucho por no repetirme
. Cuando termine la serie estaré muy aliviada de haber sobrevivido
. He aprendido muchísimo sobre el ser humano, sobre leyes, crímenes y venganza y todo gracias a mi viaje personal para sobrevivir a mi propia histeria y ansiedad
. Ha sido un reto apasionante y una gran lección”.
He aprendido muchísimo gracias a mi viaje personal para sobrevivir a mi propia histeria y ansiedad
Los inicios no fueron fáciles y Grafton mira hacia atrás sorprendida y con nostalgia.
 “Era muy joven y muy optimista cuando empecé con A de Adulterio
 . Mi intención ya por entonces era hacer la B, la C y seguir hasta Z pero no tenía nada, ni contrato, ni nada
. No tenía ni la certeza de que se fuera a vender y de hecho no vendió mucho, así que en muchos aspectos estaba trabajando de buena fe, con la esperanza de que los lectores fueran quienes me ayudaran a llegar hasta aquí"
 ¿Cómo cambia una autora a través de más de tres décadas con el mismo proyecto?
"En cierto sentido, cuando escribí el primero era más libre, no lo había hecho antes, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
 He releído después algunos de esos primeros libros y me he preguntado ¿Cómo pude hacer esto? Se me ha olvidado todo el sufrimiento que implicaron
. Me intimido a mí misma cuando los leo y me digo: “Mierda, no volveré a ser así de buena”.
Ese pequeño exabrupto es el único rastro en el habla de Grafton de los improperios y palabrotas que a veces usa su personaje.
“Ella es una proyección de mí, pero no es Sue Grafton.
 Cuando la creé decidí que fuera una mujer porque así podía hablar con autoridad, no tiene nada que ver con ningún pronunciamiento político.
Esas cosas me dan igual”, aclara cuando se le pregunta por Kinsey y yo, el libro mitad autobiográfico mitad ensayo que escribió al margen de las novelas.
Los libros de Kinsey Millhone se sitúan en la década de los ochenta y la protagonista se mantiene en la treintena mientras su creadora y sus lectores avanzan.
 “Es raro, pero si la hubiera envejecido a razón de un año por libro ahora tendría 65 años y no era lo mejor para la ficción.
 Tenía que tomar una decisión y lo que hice fue envejecerla un año por cada dos o tres libros.
 Y claro que me da rabia que ella esté tan bien y nosotros nos hagamos viejos”.

Una infancia dura, mágica

Hija de un padre alcohólico y una madre depresiva, Grafton no cambia su alegre tono de voz cuando se le pregunta por sus peores recuerdos.
 “Mis padres eran gente inteligente, muy cultos, hijos de misioneros presbiterianos que vivían en China y ellos hablaban y entendían chino y leían mucho
. Mi padre era muy trabajador
. Mi madre era muy depresiva, bueno, o tenía un problema de ansiedad y se medicaba a sí misma, algo que no fue bueno para ella.
Mis padres no vivieron una vida sana, fumaban demasiado, bebían demasiado, no hacían nunca deporte.
 Yo hago justo lo contrario”. Optimista casi hasta lo patológico, Grafton mira hacia atrás y celebra haber sido una niña desatendida por sus padres:
“A través de la novela negra se pueden exorcizar demonios interiores. Mi infancia junto a mis padres me enseñó mucho
. Crecí sin mucha supervisión, lo que para un escritor es genial.
 Y en esos días no teníamos televisión y yo vivía dentro de mi imaginación y jugaba en mi mundo de vaqueros y caballeros y dragones y era muy divertido”, asegura con una eterna sonrisa en sus finos labios.

Si bien esquiva con gracia las preguntas sobre sus influencias literarias y sólo reconoce a los maestros del hard boiled, Grafton entra de lleno en el asunto de las armas y la violencia en EE UU.
 Poseedora de dos pistolas que están “por algún sitio en casa”, la escritora confiesa que se lo pasa en grande cuando sus amigos de departamento del sheriff del condado de Santa Teresa le dejan disparar en sus campos de entrenamiento, pero no entiende para qué quiere la gente tener rifles de asalto y armas pesadas en casa.
 “Las masacres que han ocurrido en EE UU son algo estremecedor que me deja sin palabras, pero no sé qué votaría si hubiera un referéndum sobre el derecho a llevar armas”, afirma con cierta duda en sus ojos claros, cercados por el pelo blanco y algo revuelto que cae sobre ellos.
El mal está presente de manera inevitable en las novelas de Grafton pero ella, como Millhone, es una mujer práctica, poco dada a las grandes teorías
. “Me gustaría creer que el sistema judicial funciona siempre, pero sé que no es así. 
Entiendo el sentimiento de muchas víctimas, la necesidad de venganza, de que se reestablezca un equilibrio en el universo, pero los ciudadanos no pueden ir tomándose la justicia por su mano.
 Para eso, la novela negra es perfecta”, asegura con una sencillez que parece tomada de su personaje.
Inmersa en la elaboración de la siguiente novela, de la que todavía no tiene título aunque avanza que puede ser X de xenofobia, Grafton ha interrumpido sus rutinas, sus 12 kilómetros diarios de caminata y su relación epistolar con los lectores:
 “Me he escrito con algunos de ellos durante años y sé cuándo nacieron sus hijos, cómo han ido creciendo. Pero ahora estoy absorbida por X.
 Me quedan unas cien páginas por escribir, con lo que estoy empezando a perfilar el final y, como de costumbre, estoy histérica, sudando, sintiendo la presión, pero creo que sobreviviré”, asegura entre risas y aspavientos.

Eso sí, mantiene su costumbre de vivir entre su Kentucky natal y California por el simple gusto de cambiar de casa, de aires, de restaurantes.
 Es casi el único gesto excesivo de una mujer que ha vendido millones de libros y que viaja siempre con el gato, su cocinera y su marido, el tercero.
Defensora a muerte de su proyecto, Grafton no piensa vender nunca los derechos de Millhone para el cine o la televisión:
“Trabajé en Hollywood durante 15 años . Allí no vendes un libro, vendes un personaje y una vez que das el paso pueden hacer con ello lo que quieran
 En el momento en el que un dólar cambia de manos ya tienen todo el control.
 No haré eso nunca.
 Este es el trabajo de mi vida y no veo por qué voy a dar acceso o a ceder el control de eso a alguien. Y además, mis lectores no se pondrían nunca de acuerdo sobre quién es más idónea para protagonizar la serie.
Si llegase a ocurrir, el 50 por ciento se quedarían helados, se enfadarían conmigo”.
¿Cómo se imagina el futuro alguien que lleva más de 30 años escribiendo sobre lo mismo? 
“No sé lo que voy a hacer, pero no quiero seguir escribiendo libros simplemente porque sí, no es justo para el lector.
 Si la pasión dura no seguiré, pero ya veremos lo que pasa cuando llegue ahí.
 Primero tengo que terminar X, luego seguir con 
Y luego con Z, lo que me llevará cinco o seis años. ¿Podrías decirme qué vas a hacer en los próximos cinco o seis años? No.
 Yo tampoco, pero llegaré”, contesta sin asomo de dudas, dando por supuesto que vencerá la batalla contra sí misma.