Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 feb 2015

Bob Dylan canta a Frank Sinatra... ¡Y funciona!................................................... Diego A. Manrique

El cantautor recupera en su nuevo disco 10 canciones poco conocidas del gran mito.

El cantautor estadounidense Bob Dylan.

Lleva más de 50 años de vida pública pero Bob Dylan sigue proporcionándonos sorpresas, sobresaltos tanto horribles como deliciosos.
 En la primera categoría, estarían algunas de sus incursiones en la publicidad y artefactos como su disco navideño (Christmas in the heart, 2009).
 En la segunda, coloquemos Shadows in the night,el álbum que llega a las tiendas la próxima semana: diez piezas, mayormente desconocidas, del cancionero de Frank Sinatra, recreadas con un sonido crepuscular, sin las grandes orquestaciones originales.
Por cierto, Dylan demuestra nuevamente que, por muy famoso que uno sea, resulta factible funcionar por debajo del radar de los medios: nadie se enteró del “proyecto Sinatra” hasta que colgó una canción en la Red.
 Recuerden que exhibió unas fantasiosas puertas de hierro forjado en una galería londinense, a finales de 2013.
 Era inevitable preguntarse ¿de dónde saca el tiempo alguien que también escribe y pinta, aparte de dar unos cien conciertos al año?
Aún más: ¿nadie sabía que se dedicaba a soldar y manipular desechos metálicos?
Al menos, semejante hobby tiene explicación biográfica: Dylan nació cerca de una zona rica en mineral de hierro, el yacimiento Mesabi.
 Pero lo de cantar standards nos parecía más problemático:
 Bob tendía a homenajear a autores profundamente rurales, como Jimmie Rodgers, Hank Williams o Woody Guthrie
. Incluso, alardeaba de haber hundido Tin Pan Alley, la factoría de canciones que dominó el mercado musical durante la primera mitad del siglo XX.
De su arrasada garganta, extrae una voz frágil y añorante.
 La voz de un hombre de 73 años que puede evocar las oportunidades (amorosas) perdidas, la resignación del vividor cansado
Tin Pan Alley era un tipo de música y también un lugar: la zona de la Calle 28 neoyorquina, entre Broadway y la Sexta Avenida, donde se instalaron las editoriales musicales y, en muchos casos, los compositores y letristas contratados por ellas
. El nombre —el Callejón de la Sartén— escondía una referencia humorística al ruido de docenas de pianos trabajando a pleno rendimiento.
Y sí, se puede afirmar que Dylan acabó con aquel imperio, con la pequeña ayuda de Lennon y McCartney
. Su ejemplo empujó a los músicos de rock a componer, a desarrollar canciones melódicamente más simples y desprovistas del sentimentalismo de Tin Pan Alley.
 Comenzaba la era del artista autosuficiente. Cierto que había ejemplos previos, de Chuck Berry a Buddy Holly, pero ahora se pedía correspondencia entre lo que se cantaba y lo que se pensaba o vivía: la famosa “autenticidad”.
De los artistas que basaron su carrera en la cadena de producción de Tin Pan Alley, quedan en activo Tony Bennett y pocos más
. Cabe imaginar su asombro ante la selección de Dylan en Shadows in the night: ninguno de los temas forma parte de los grandes éxitos de Frankie; nada de Cole Porter o George Gershwin
. Lo más identificable con Sinatra es I’m a fool to want you, que lleva su firma como coautor y que fue considerada una petición de reconciliación con Ava Gardner.
 Sí es cierto que Frank estrenó Stay with me en 1963, pero contiene un desacostumbrado mensaje religioso, derivado de aparecer en El cardenal, la película de Otto Preminger.

La caída de Tin Pan Alley

En realidad, la decadencia de Tin Pan Alley es anterior a la llegada de Dylan.
 Comenzó en los cincuenta, cuando las radios estadounidenses empezaron a dar cabida al rhythm and blues, hasta entonces confinado a los guetos afroamericanos
. No respondía a un plan para acabar con la segregación: generalmente, los locutores aceptaban los sobornos (la llamada payola) de discográficas especializadas en el mercado negro
. Con el crecimiento del poder adquisitivo de los jóvenes, estos optaron por una música propia —aunque bautizada como rock and roll, no muy diferente de lo que antes se denominaba “música racial”— y rechazaron las sofisticadas canciones que enamoraban a sus padres.
Pero la irrupción de Bob Dylan subió el listón
. Lo contó Gerry Goffin, uno de los grandes artesanos del Brill Building, la versión juvenil de Tin Pan Alley.
 En 1965, acudió a un concierto de Dylan y se quedó aplanado: “Yo me esforzaba en hacer buenas canciones pero fue ver a Dylan y pensar que mi mujer y yo ni siquiera jugábamos en la misma liga”. Su mujer, Carole King, sí supo adaptarse a la nueva sensibilidad, pero casi todos aquellos compositores quedaron relegados a la categoría de mercenarios de la industria, nombres sin cara ni credibilidad.
Que conste que lanzar un disco de standards es hoy una jugada plenamente aceptada en la industria pop. Fueron pioneros Harry Nilsson, Ringo Starr o Carly Simon.
 Más recientemente, lo han explotado con éxito figuras como Rod Stewart, Robbie Williams y Linda Ronstadt, que hasta sacó del retiro a Nelson Riddle, legendario arreglador de Sinatra.
Típicamente, Dylan ha buscado en los rincones obscuros de lo que ahora llaman el Gran Cancionero Estadounidense.
Con una excepción: la mil veces grabada Autumm leaves, la adaptación al inglés de Les feuilles mortes, una canción francesa que Yves Montand descubrió en 1945.
Pero lo que seguramente habrá chocado a Tony Bennett son las vestimentas instrumentales, más cercanas al country que al jazz.
Aunque Dylan haya acudido al estudio de la torre de Capitol, en Los Ángeles, donde grabó Sinatra, no ha querido aprovechar las posibilidades acústicas del lugar, con técnicos expertos en grabar big bands.
  Dylan no ha buscado una gran producción: tocan esencialmente sus músicos de directo (y el baterista, George C. Receli, no llega a usar su instrumento completo).
Tres de las diez canciones llevan leves pinceladas de metales, pero nada de la trompetería frecuente en este repertorio: dos trombones y una trompeta o trompa
. Esencialmente, la música trenza finos pespuntes de guitarra con lamentos de la pedal steel guitar; apenas hay pulso rítmico, con el contrabajo a veces tocado con arco.
Y sin embargo, ese toque minimalista, esa ambientación espectral, le encaja perfectamente a Dylan, que aquí simplemente canta (no maneja guitarras ni teclados).
 De su arrasada garganta, extrae una voz frágil y añorante.
 La voz de un hombre de 73 años que puede evocar las oportunidades (amorosas) perdidas, la resignación del vividor cansado.
 De forma mágica, uno podría ignorar los créditos y creer que sí, que son composiciones de Dylan, nocturnos ejercicios de estilo de un creador enciclopédico.

 

Una lealtad emocionante............................................................................. Juan Cruz

Encarnaba, en tiempos muy difíciles, la figura de editor como pocos en el mundo de la lengua.

 

En la imagen Lara (i), con los escritores y miembros del jurado del premio Planeta, Rosa Regás, Juan Marsé y Pere Gimferrer (d). / © Tejederas (EL PAÍS)

Era un editor, punto.
 Un editor es alguien que se distingue por saber a qué hora puede despertar a un autor, y a qué hora, además, ha de apagar un incendio
. El incendio, en el mundo editorial, que es un mundo de caballeros, y en su caso de muy caballeros, siempre se atenúa con la buena educación de la diplomacia.
 Y él encarnaba, en tiempos muy difíciles, esa figura como pocos en el mundo de la lengua española.
Había heredado de su padre (y de su hermano Fernando, muerto tan tempranamente) la obligación de prolongar un imperio que entonces era casi exclusivamente hecho de libros; se pensó que él era quien pasaba por allí, pero se arremangó, se rodeó de un equipo que eran sus ojos (y a veces su corazón) y se preparó para una lid extraordinaria: hacer que Planeta se pareciera a su nombre (un planeta de negocios, audiovisuales, editoriales) que hubiera dejado estupefacto a su propio padre, tan ambicioso que quería con él a todos los autores…, con tal de que no los tuvieran otros.

Combinó, en el ejercicio de este oficio de locos que es el oficio de editar, la mano izquierda con la mano en el corazón. En sus memorias, Beatriz de Moura (la fundadora de Tusquets) cuenta cómo José Manuel (“el amigo invisible”) ayudó a Toni López Lamadrid y a ella misma a sacar a flote, en secreto, una editorial que sin su ayuda, la ayuda de Lara, se la hubieran comido peces extraños.
Nunca se supo de esa alianza secreta, y amistosa, de corazón, de Toni y de José Manuel, ni éste pidió por ella nada, hasta que Beatriz consideró marcado el momento de sellar el acuerdo que ahora hace depender a Tusquets del orbe de Planeta.
 Como cuenta ella esa lealtad emocionante es metáfora de otras lealtades y de otras emociones.
 Era capaz de viajar, en secreto, para abrazar a quienes él creía agraviados por alguna mala gestión, o por alguna mala digestión.
Con esa sabiduría que tuvo su mano izquierda, prolongó (en los célebres conciliábulos previos al premio Planeta) el sentido del humor de don José Manuel Lara Hernández, para burlar la solemnidad y hacer que los periodistas mordiéramos su anzuelo divertido dándonos informaciones que nos desviaran de la almendra de lo que queríamos saber.
Escuchar hablar de él, a sus compañeros, a sus competidores, era escuchar hablar de un caballero, cuya enfermedad fatal no disminuyó nunca su capacidad de abrazar y de despedirse como Dios manda.
 Ayer algunos de sus amigos y de sus amigas me lo dijeron: “Me llamó para despedirse y no dijo nada de que se estuviera despidiendo”; era una manera de ser, que no era resignada sino profundamente amistosa, y él cultivaba, entre las virtudes de la amistad, la enorme sabiduría de la discreción sobre el dolor propio.
 Era otra manera de ser leal.

Esos pobres políticos............................................................................. Rosa Montero

El político no tiene tiempo para nada. Además de estar perpetuamente agotado, pierde todo contacto con la realidad.

 

Aprovechando la gripe anual me he visto de una tacada los últimos capítulos de la primera temporada de la serie Borgen; no sé si la fiebre habrá distorsionado mi atención, pero me han parecido fascinantes.
 Borgen es esa producción danesa que narra la llegada a la jefatura de Gobierno, por vez primera en la historia del país, de una mujer que, perteneciente a un partido minoritario, alcanza el puesto casi por carambola y ha de gobernar en coalición
. Se empezó a emitir en 2010 y justo un año después llegó de verdad al cargo la primera danesa, también inesperadamente y en minoría: la guapa y muy rubia Helle Thorning-Schmidt, la misma que provocó el ataque de celos de Michelle Obama al hacerse sonrientes selfies con el presidente de Estados Unidos en el entierro de Mandela.
Pero el valor de la serie no tiene que ver con esta coincidencia ni estos cotilleos.
 Lo que me ha impactado es la sencillez carente de estridencias (salvo un personaje que es un verdadero miserable, no hay gente muy buena ni gente muy mala, no hay grandes conspiraciones ni tremendas corrupciones) con la que refleja de manera demoledora cómo el poder te cambia, te empobrece y te enajena.
 La protagonista llega al cargo de primera ministra entre otras cosas por su frescura, por su veracidad, por su falta de fingimiento, por su genuino anhelo de mejorar la sociedad danesa.
 Pero basta con que pase un año, sólo un año, para que esa mujer se haya traicionado a sí misma innumerables veces.
 Con dolor, con inmenso sufrimiento, porque no es una cínica; pero con una evidente pérdida de contacto con la realidad.
 Cuando están preparando el discurso de apertura del nuevo año parlamentario, su jefe de comunicación le pregunta exasperado: “Pero ¿qué política quieres hacer? ¿Qué quieres hacer como primera ministra, además de mantenerte en el poder?”
. Y ese es el quid de la cuestión: en tan sólo 12 meses, la lucha feroz por el mantenimiento en el poder parece haberse convertido en casi el único juego que es posible jugar en Borgen, que es como llaman a su palacio de Gobierno, a La Moncloa danesa.
La soberbia es la madre de errores garrafales y el caldo de cultivo para la necesidad de adulación de casi todos los políticos
Acabo de leer, precisamente, un ensayo interesantísimo sobre este mismo tema: Las leyes del castillo, de Carles Casajuana (Península), un diplomático de carrera que ha trabajado en La Moncloa y ha visto muy de cerca los engranajes del poder.
 Casajuana nombra algunos de los graves problemas que padecen los políticos; el primero, el de la pura incompetencia.
“Creemos que, porque son poderosos, los gobernantes tienen más capacidad que los demás para dirigir los asuntos públicos.
 Pero no siempre es así. (…) Los gobernantes, de media, no poseen un talento especial para gobernar. Poseen únicamente un talento especial para alcanzar el poder y conservarlo, que no es lo mismo”.
 Y cita una frase genial de Bioy Casares: “El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez”.
Por añadidura, y esto es esencial, importantísimo, y se ve claramente en Borgen, el político no tiene tiempo para nada.
Vive una vida ri­dículamente cargada de trabajo y de compromisos, una agenda tan extenuante y delirante, en fin, que no duerme, no piensa, no lee, no habla con sus hijos, con su cónyuge, con su familia, no pisa la calle, no hace nada, en fin, de lo que hacen el resto de los humanos.
 Además de estar perpetuamente agotado, pierde todo contacto con la realidad
. Un cansancio que fomenta otro grave error, según Casajuana, y es que “cuanto más poderosa se siente una persona, más fácil es que, en vez de meditar cuidadosamente sus decisiones, saque conclusiones precipitadas de la información de que dispone, aunque sea incompleta. (…)
 Tiende a pensar que, si ha sido elegida para el puesto, es que vale para ello”.
 Esa soberbia, avivada por la falta de tiempo, es la madre de errores garrafales.
 Y además es el perfecto caldo de cultivo para la necesidad de elogio y adulación que casi todos los políticos sienten, según Casajuana, en mayor o menor medida
. Y cita a La Rochefoucauld:
“A veces imaginamos que detestamos la adulación.
Pero en realidad sólo detestamos la manera en que nos adulan”.
Borgen y Las leyes del castillo te hacen sentir pena por los políticos.
No me refiero a los corruptos, a los grandes canallas, sino al que entra en la gestión pública lleno de buenas intenciones y a los pocos meses cae en una orgía de trabajo embrutecedora que sólo le deja tiempo para dedicar todas sus energías a mantenerse en el sillón. Pobres políticos, sí, pero sobre todo pobres de nosotros, condenados a ser dirigidos por estos enfermos.
No sé, algo habría que hacer, prohibirles trabajar más allá de las siete de la tarde, mandarlos a casa el fin de semana, echarlos obligatoriamente cada tres años.
No parece fácil escapar de esta trampa.
 “Creo que con el tiempo mereceremos no tener Gobiernos”, dice Borges, citado también por Casajuana.
@BrunaHusky
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Héroes de la taquilla....................................................... Gregorio Belinchón

El año 2014 queda para la posteridad como el mejor del cine español, el de los ‘Ocho apellidos vascos’. 

Ha alcanzado los 21 millones de espectadores y 123 millones de euros.

Con la gala de los Premios Goya el próximo sábado, reunimos a rostros históricamente más rentables de la industria, de Juan A. Bayona a Javier Fesser.

Las actrices Belén Rueda (izquierda) y Carmen Maura. / Sergi Pons

Hace casi 25 años, en cine una eternidad, Emilio Martínez Lázaro estrenó Amo tu cama rica, que aunque no fue un taquillazo, estuvo tres años en cartel.
 Y cuando la quitaron fue porque el cineasta estrenaba Los peores años de nuestra vida, que, esta vez sí, superó los 723.000 espectadores.
Hace 13 años, en 2002, Martínez Lázaro estrenó un extraño musical, El otro lado de la cama, que llegó a los 2,8 millones de entradas vendidas, y que tuvo su continuación, Los dos lados de la cama, con 1,5 millones de espectadores.
 El pasado mes de marzo, Martínez Lázaro presentó Ocho apellidos vascos, que actualmente ha superado los 56 millones de euros en taquilla y los nueve millones de espectadores, dos cifras que nunca antes había alcanzado un filme español.
 Toda esta avalancha de datos y de dinero la resume Ernesto Alterio, que protagonizó las musicales de las camas, con una frase certera: “Emilio Martínez Lázaro tiene un taquillazo por generación”.
Y así se mueve el cine español, a golpe de excepciones que confirman la regla: un año la taquilla la salva una comedia de Santiago Segura, otro una película de Juan Antonio Bayona, Javier Fesser o Alejandro Amenábar.
 A impulsos, a tirones, como ha sido costumbre desde los noventa
. Excepciones que provocan estupendas carambolas: esta temporada Karra Elejalde se ha convertido en uno de los actores españoles más taquilleros de la historia porque a su papel de vasco, vasco de Ocho apellidos vascos se suma su voz para Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo (él da vida al rey del disfraz), con su trabajo en A esmorga, un exitazo regional en Galicia, la única comunidad donde se ha estrenado de momento.
De marzo de 2014 a febrero de 2015, más de 58 millones de euros
. Elejalde, en todo caso, ya vivió glorias similares con Airbag (dos millones de espectadores en 1997), película que durante muchos años parecía que iba a tener segunda parte.
Luego están las películas con una recaudación mediana, que suelen además coincidir con las que acumulan más categorías en los Premios Goya
. En esta edición –los galardones se otorgan el próximo sábado– ese papel corresponde a El niño, La isla mínima, Relatos salvajes o Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo.
 Y alguno de sus directores apunta que le hubieran ido mejor las cosas si el distribuidor hubiera tenido más claro el público al que iba dirigido.
 Es decir, que el tan cacareado 25,5% de cuota de mercado obtenida por el cine español en 2014 –algo que no se lograba desde hacía 37 años– podía haber sido un poco mayor.
 Ha sido el mejor año desde que se tienen datos, por cuota de mercado, con 21 millones de espectadores, y por taquilla total (123 millones de euros, que no es tan valorable porque las entradas suben y no se pueden comparar los dineros de 2014 con los de, por ejemplo, 1994), y también por una percepción entre los espectadores más recelosos con el cine patrio de que hay cosas que están cambiando
. Aunque ya fueran diferentes desde hace años: las percepciones y los prejuicios marcan mucho el mercado.
Sonia Grande (izquierda), Enrique López Lavigne, Clara Lago y Daniel Monzón. / Sergi Pons
Y eso que era la temporada de la crisis, del IVA al 21% –un inciso para señalar que si alguien se ha forrado con el taquillazo ha sido el Ministerio de Hacienda: 26 millones de euros con ese impuesto; a ver quién le convence de que en realidad es una pésima medida–, de falta de películas por el descenso de producciones, de 10 años de caída de la asistencia de los espectadores a las salas: si en 2004 se vendieron 143,9 millones de entradas, en 2013 solo fueron 77.
 La mitad. En 2014 se superarán los 86 millones (aún no hay cifras oficiales).
Y, sin embargo, Ocho apellidos vascos
 . Con asistencias tan exiguas a las salas, se logra un taquillazo con menos espectadores
. Como en la industria discográfica: con poco ya has logrado un disco de oro. Pero la comedia de Telecinco Cinema y Lazona, dirigida por Martínez Lázaro y con guion de Diego San José y Borja Cobeaga, no pertenece a esa categoría.
 Ha logrado récords absolutos, espectadores como nunca antes nadie había obtenido. Su carrera comercial empezó el 14 de marzo.
 Gran primer fin de semana. Hasta cierto punto esperable.
Lo prodigioso vino después.
 Este periodista fue testigo de la enorme sorpresa de José Luis Hervias, presidente de Universal España, distribuidora de la película, en la inauguración del festival de cine de Málaga, que coincidió con el segundo fin de semana en taquilla de Ocho apellidos vascos. Hervias vio en su móvil la taquilla del día. Crecía. Mucho.
Tanto que acabó ese segundo fin de semana recaudando 4,4 millones de euros, un 52% más que el de su estreno.
 Empezó a crecer la leyenda. Ocho apellidos vascos se mantuvo.
 No cedía ni ante capitanes américa ni ante otras amenazas hollywoodienses.
 Aprovechó el espaldarazo de la Fiesta del Cine de inicios de abril.
Durante dos meses no levantó el pie del acelerador. “Si yo supiera a priori por qué funciona una película, repetiría el esquema”, cuenta ahora Álvaro Augustin, productor de la comedia y director general de Telecinco Cinema. “Antes de rodar cualquier filme pienso en la taquilla, porque nosotros presentamos planes de financiación y de recuperación de nuestros largometrajes
. No hablamos de ganar, sino de recuperar
. Le ponemos cara al monstruo: escribimos la cifra que debemos alcanzar.
Una vez lanzada la película, poco podemos hacer. De alguna forma condiciona nuestros proyectos, porque nos autoimponemos el objetivo de la recuperación económica. Y creo que muchos productores piensan en la taquilla, pero no todos”, señala Augustin.
 “Ahora bien, es que si solo se pensara en la taquilla se perderían películas maravillosas. Y nosotros hemos hecho películas de difícil recuperación”. Sobre Ocho apellidos vascos, a día de hoy, aún no sabe exactamente por qué funcionó:
 “Conocemos la mayor parte de los ingredientes, pero no tenemos la receta, la fórmula secreta de la Coca-Cola. Todos tienen su teoría”.
 Lo que no impide que en primavera el mismo equipo repita para empezar el rodaje de la segunda parte.
Conocemos algunos ingredientes, pero no tenemos la fórmula secreta de la Coca-Cola”
Álvaro Agustín, productor de Ocho apellidos vascos
Y allí estará Emilio Martínez Lázaro, el director de la película española más taquillera en España (sumado todo el mundo, Los otros, de Amenábar, es inalcanzable por ahora, con 200 millones de euros), una comedia que, por cierto, no ha logrado candidaturas a los Goya ni en mejor película, ni en dirección ni en guion. Entre risas, niega la mayor:
 “No sé yo si hay un Martínez Lázaro para cada generación, pero sí que se pueden comparar El otro lado de la cama y Ocho apellidos vascos.
 Son éxitos populares, transversales, que atraen a toda clase de públicos.
 Y más con Ocho apellidos vascos, porque eliminando a los académicos a todos les ha gustado [carcajada]”
. A lo que apostilla, como decía el maestro de guionistas William Goldman: “Nadie sabe nada. Creo que una de mis mejores películas es La voz de su amo, y fue la menos vista”.
El cineasta madrileño sí apunta una curiosidad: un taquillazo se puede oler. “Vi que Ocho apellidos vascos podía llegar lejos en un pase en el salón de actos [un lugar enorme e inhóspito] de la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, y observé lo que ocurría con ese público.
 Ahora, una cosa es un éxito y otra llegar a los casi 9,5 millones de espectadores.
 Después se nos fue de las manos en la famosa segunda semana en taquilla”.
Ocho apellidos… ha cambiado también el cliché de “yo no veo películas españolas”, aunque obviamente se estrella contra otra sentencia manida: “No parece española”, porque sí lo es, y no tiene sentido en otro lugar, ni probablemente en otro tiempo.
 Otras películas, en cambio, deben buscar otros territorios, obligadas por sus presupuestos. Son los filmes animados, cuyas mayores inversiones necesitan más taquilla. Javier Fesser ha estrenado este año Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo, su debut en los dibujos, que no en el mundo de los taquillazos. “A mí me da alergia unir el concepto de taquilla al de película.
 Cuando hablo con la gente del cine que traduce todo a cifras –y admito que esto es un negocio con una industria detrás– se me cortocircuita el cerebro
. Y no tiene relación lo feliz que te puede hacer una película con sus espectadores”
. Dicho eso, continúa:
“Claro que quiero que recupere la inversión y me implico al máximo en la comunicación de la película.
 Para mí un largometraje es una aventura completa que arranca cuando salta la chispa original hasta que su DVD está en las tiendas”.
Para presión, la que apunta a Enrique Gato. Su Las aventuras de Tadeo Jones recaudó en España en 2012 más de 18 millones de euros, y en todo el mundo unos 60 millones.
 “Me di cuenta de lo que habíamos logrado un año después, porque hasta ese momento no había digerido lo ocurrido.
 Era imposible prever que estuviéramos cinco semanas en el número uno en taquilla. Quieres entender el fenómeno para ver si hay alguna tecla que volver a tocar y nos fue muy difícil sacar conclusiones”.
Ernesto Alterio (izquierda) y Javier Fesser. / Sergi Pons
A finales de agosto estrena nuevo trabajo de animación, Capture the flag. ¿Siente la presión en el cogote?
“Siempre he trabajado por puro gusto
. Tenemos los pilares, sabemos que el concepto de base es potente, con la idea de una moderna carrera espacial en la que se compite por recuperar la bandera estadounidense plantada en la Luna en 1969, y que tenemos un buen armazón de guion.
Pero nunca sabes qué dirá el espectador.
 Ante estas incertidumbres solo queda trabajar relajados”.
 Otro de los grandes títulos de animación españoles, Planet 51, del estudio Ilion, en cambio, no acabó de romper en 2009… a pesar de sus casi 100 millones recaudados por todo el mundo. “Personalmente estamos muy orgullosos en el estudio.
Pero sí, no funcionó todo lo bien que quisimos en algunos países.
 El proyecto era la presentación del estudio, el inicio de una carrera de fondo. En ella nos mantenemos, y nos gustaría que las siguientes sean más rentables. La animación no puede vivir solo de España”.
 Lección aprendida: “Asegurar la distribución mundial desde el inicio. En Planet 51 se nos desbarató al poco de estrenar y tuvimos que ir país a país”.
En Terrassa estos días finaliza el rodaje de uno de los filmes llamados a glorias taquilleras futuras: Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona.
 Este drama fantástico, junto a Palmeras en la nieve, con Mario Casas y dirigida por Fernando González Molina; Regresión, de Alejandro Amenábar; Anacleto: agente secreto, de Javier Ruiz Caldera, o Ma ma, con Penélope Cruz bajo la dirección de Julio Medem, deberían ser esas excepciones que tiren del cine español en la temporada 2015, inicios de 2016. Belén Atienza es la productora de Bayona, la mujer que pone a disposición del cineasta los mimbres para su cesta:
 “Claro que pienso en la taquilla.
 Es mi obligación para proteger la fuerte inversión.
Por encima está la película, su calidad, pero es que el cine se hace con dinero”.
 Atienza aún recuerda la sorpresa que supuso el recorrido comercial de la primera película de Bayona, El orfanato:
“Porque era el debut de alguien desconocido.
 También me acuerdo de El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, otra inmensa sorpresa, porque era una película compleja que enganchó con el público en todo el mundo”.
El resultado fueron 80 millones de euros en taquilla global y tres oscars, dos de ellos para integrantes ahora del equipo Bayona: los responsables de efectos especiales físicos, que ganaron en maquillaje, David Martí y Montse Ribé, y los responsables de dirección de arte Eugenio Caballero y Pilar Revuelta.
Me revienta cuando me dicen que una película mía no parece española”
Juan Antonio Bayona, director
“A unos les gusta jugar a las quinielas, a mí me gusta ver las taquillas. Desde crío siempre me fijaba en ellas”, dice Bayona.
 La habilidad del cineasta por saber lo último de lo último en la industria cinematográfica mundial –no solo taquilla, sino cualquier tipo de datos– es bien conocida por sus amigos y compañeros de trabajo.
 Por ejemplo, tiene claro que Lo imposible no se estrenó correctamente en Estados Unidos
: “Debería haberse proyectado en otros circuitos más comerciales”. Y aun con todo, 160 millones de euros de taquilla mundial. ¿Todo vale por el dinero?
“Quiero que mis películas sean cuanto más vistas, mejor. Eso no quiere decir que se hagan las cosas para ganar dinero.
 Me preocupa ese recorrido cuando empieza su carrera comercial. Está siempre presente, pero no constantemente en primer plano”.
 Y lo confirma lo arriesgado de sus propuestas. “Espero que arriesgado valga como atractivas”. El barcelonés hace un cine pensando en global:
“Y aun así me revienta cuando dicen que una película mía no parece española. ¿Por qué? ¿Por qué está rodada en inglés? ¿El idioma marca la nacionalidad? ¿Los actores?
Yo trabajo con técnicos españoles, levantando la producción desde España, incluso rodando aquí. E intentaré seguir igual en la medida de lo posible, aunque a veces parezca que el Gobierno español está en contra, como en el caso de las exiguas deducciones fiscales aprobadas en 2013”.
Bayona reflexiona en voz alta: “Ya hace unos años que el público español aprecia el cine de aquí. Hay nuevos directores, nuevos géneros
. La percepción ha cambiado. Ocho apellidos vascos ratifica esos cambios”. O como dice Martínez Lázaro:
“Mi película ha devuelto a las salas a gente que no es que no viera cine español, es que no veía cine. Espero que no suene prepotente, porque en el fondo cualquiera de esta industria lo que desea es que haya más y más espectadores.
 Cuantos más, mejor”.