"Las novelas deben ser tan ambiguas como la vida", afirma el
escritor. Los críticos de EL PAÍS destacan su última obra, una trama de
imposturas y secretos durante la Transición.
Javier Marías lee el comienzo de 'Así empieza lo malo'.
"Mi cardiólogo me va a reñir por salir fumando en las fotos”, dice
Javier Marías en su casa de Madrid, la ciudad en la que nació en
septiembre de 1951.
Su cardiólogo es el doctor José Manuel Vidal,
convertido en personaje de
Así empieza lo malo (Alfaguara), la novela elegida por los críticos de
Babelia
como mejor libro de 2014.
La elección, cuenta, le ha sorprendido.
“Por
dos razones. Una, porque este año ha sido excepcional en cuanto a libros
importantes de escritores importantes: Marsé, Muñoz Molina, Landero,
Cercas, Luis Mateo Díez, Gimferrer en poesía, Ferrer Lerín, Guelbenzu…
No los he leído todos pero alguno mejor tiene que haber.
La segunda,
porque cada nueva novela la escribo más a tientas y con menos fe.
Además, me sorprende que al cabo de 43 años de publicar mi primera
novela todavía pueda seguir vigente lo que hago, cuando todo cansa tan
rápidamente.
De mí debe de estar la gente aburrida”.
Cuando se le pide
que señale su particular libro del año se decanta por
la poesía de Mark Strand,
el escritor estadounidense fallecido el mes pasado al que conoció
cuando este se trasladó a Madrid.
“La poesía”, dice el novelista, “me
sigue pareciendo la más alta expresión literaria posible”.
PREGUNTA. ¿Qué ha sido lo más extravagante que ha oído sobre la novela desde que se publicó en septiembre?
RESPUESTA. En una firma de ejemplares una señora me dijo que estaba
indignada con el comportamiento de un personaje.
Otra le respondió: “Es
que el marido...”. Supongo que es bueno que el lector se meta en una
novela lo suficiente como para que las vicisitudes de los personajes le
sean motivo de aprobación o de indignación.
Me sorprende por el tipo de
novela que yo hago, que no es de técnica realista, pero me agrada,
claro. El mayor elogio que se le puede hacer a una novela es hablar de
sus personajes como si fueran personas reales.
P. ¿Por qué sucede?
R. No sé. Yo he intentado poner en esta lo que a mí me interesa de
las novelas: ambigüedad moral, pros y contras en los actos de los
personajes...
Sin juicios por parte del narrador y menos aún del autor.
Supongo que ninguno de los personajes sale limpio del todo. Quiero que
en mis novelas haya la misma ambigüedad que en el mundo. Las novelas
deben ser tan ambiguas como la vida.
No sé si esa identificación del
lector es extravagante, pero me sorprende.
P. Sobre todo teniendo en cuenta que en la novela hay personajes reales como Francisco Rico. ¿Dan más trabajo ellos o los de ficción?
R. Tanto el profesor Rico como el doctor Vidal son personajes reales
ficcionalizados, evidentemente. No se puede pretender que el profesor de
la novela sea el mismo que el verdadero, que está en su casa no sé
haciendo qué, según él estudiando y creando cosas incomparables, y
probablemente es así porque efectivamente tiene cosas incomparables
[ríe].
Todos los personajes tienen algo de realidad, y siempre hay algo
de uno mismo en todos ellos. Yo tiendo a poner cosas mías en los más
desagradables.
A veces son meros detalles
. Otra persona que vino a esa
firma me habló del pastillero con brújula que lleva un personaje y le
dije: “Es este [lo saca del bolsillo], fue de un escritor”.
P. ¿De quién?
R. De Norman Douglas. Un inglés que vivía en Capri, gay, muy
bon vivant
y refinado
. Lo compré porque me hizo gracia que fuera suyo y porque yo
siempre digo que lo que hago al escribir es errar con brújula.
P. Los enamoramientos partía de un hecho real que le contó una amiga. ¿De dónde parte Así empieza lo malo?
R. No lo tengo claro
. No fue una frase, ni una imagen. Tenía interés
en hablar de algunos temas.
En la novela hay una dimensión colectiva,
política, que procuré que estuviera en segundo plano y entreverada con
las historias personales porque si no las dimensiones políticas de las
novelas no funcionan.
En esta hay temas que son frecuentes en mis
libros: la imposibilidad de saber del todo nada a ciencia cierta; la
conveniencia de contar las cosas o no, la conveniencia de saberlas o no,
las consecuencias de contar algo en un momento de arrebato...
P. La novela remite a la posguerra, sucede en 1980 y se
cuenta desde la actualidad. ¿Tuvo presente el debate sobre la memoria
histórica y la Transición?
R. Sí, al principio hay un capítulo breve, explicativo, sobre la
situación en 1980. No quería ser didáctico, pero pensé que no molestaba
.
Hay mucha gente que ya no sabe cómo eran las cosas entonces.
P. ¿Y cómo eran?
R. Mucha gente echa pestes de la Transición y dice que es la culpable
de todo lo que pasa ahora. Demuestra una ignorancia absoluta.
En la
Transición se hicieron muchas concesiones, pero no había más remedio
. La
gente ha olvidado que el Ejército, como se vio en 1981, seguía siendo
más bien franquista
. Pedir responsabilidades habría sido imposible.
Con
todo y con eso y con las renuncias que eso implica —da rabia porque hay
gente que salió impune de cosas horrendas en la guerra y la posguerra—,
de la Transición salió, si no el país ideal, uno que se parecía a los
demás.
Los causantes de los males actuales son los políticos actuales y
la sociedad actual en buena medida, no la Transición.
La Transición no
fue perfecta ni muchísimo menos, pero fue buena, lo único que se podía
hacer sin llegar a un enfrentamiento que nadie quería.
20 libros de 2014
1. Así empieza lo malo.Javier Marías. Alfaguara
2. El impostor. Javier Cercas. Literatura Random House
3. José Ortega y Gasset.Jordi Gracia. Taurus
4. Un hombre enamorado (Mi lucha II).Karl Ove Knausgård. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Anagrama
5. Días de mi vida (Vida I). Juan Ramón Jiménez. Pre-Textos
6. Hasta aquí. Wislawa Szymborska. Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Bartleby
7. La hierba de las noches.Patrick Modiano. Traducción de María Teresa Gallago Urrutia. Anagrama
8. El balcón en invierno. Luis Landero. Tusquets
9. Diccionario de la lengua española. RAE. Espasa
10. Como la sombra que se va. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral
11. Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914. Christopher Clark. Traducción de Irene Cifuentes y Alejandro Pradera. Galaxia Gutenberg
12. Brilla, mar del Edén. Andrés Ibáñez. Galaxia Gutenberg
13. Hojas de hierba.Walt Whitman. Traducción de Eduardo Moga. Galaxia Gutenberg
14. El invitado amargo. Vicente Molina Foix y Luis Cremades. Anagrama
15. Hoy. Juan Gelman. Visor
16. Teatro (1989-2014). Juan Mayorga. La Uña Rota
17. El capital en el siglo XXI. Thomas Piketty. Traducción de Eliane Cazenave-Tapie Isoard y Guillermina Cuevas. Fondo de Cultura Económica
18. Rompiente. Jorie Graham. Traducción de Rubén Martín. Bartleby
19. Continuación de ideas diversas. César Aira. Universidad Diego Portales
20. Alfabeto. Inger Christensen. Traducción de Francisco J. Uriz. Sexto Piso
P. ¿Tendría sentido hacer ahora lo que no se hizo en la Transición?
R. Lo vería particularmente absurdo porque la mayoría de los
responsables del franquismo han muerto.
Distinto es que no se puedan
contar las cosas.
Tal vez se dijo en exceso: no pidamos cuentas. Y
tampoco se contó nada.
Me parece bien que no se llevara a nadie al
banquillo, pero no que no se sepa lo que hizo cada uno.
P. ¿Cómo era usted en 1980?
R. Tenía más años de los que tiene el narrador de mi novela.
Él tiene
23, yo tenía 29. Había publicado ya tres libros. El tercero,
El monarca del tiempo,
es de 1978.
Hoy lo encuentro bastante absurdo.
Hay alguna parte del
libro que me gusta, pero en conjunto, no. ¿1980?
Estaba muy
desconcertado
. Había empezado a publicar tan joven, a los 19 años, y lo
normal es que un novelista tenga poco que contar a los 19 años. Tenía
poco vivido y poca visión de nada.
P. En 1979 le dieron el Premio Nacional de Traducción pero hace dos años rechazó el de Narrativa por Los enamoramientos. ¿En 1979 no se planteó rechazarlo?
R. En aquel momento no dudé.
Traducir el
Tristram Shandy
había supuesto mucho trabajo, algo un poco suicida.
Son esas cosas que
se hacen con la inconsciencia de la juventud.
Cuando miro atrás, veo las
dificultades del libro y que lo hice con 25 o 26 años, pienso: qué
atrevimiento. Ahora no lo haría.
En su día me alegró ese premio, pero
eran otros tiempos.
No había ningún motivo para rechazarlo. Estábamos
con la democracia recién inaugurada y mi postura hacia no recibir nada
del Estado —ni premios, ni invitaciones, ni viajes— no era la que tengo
desde hace 20 años.
P. Por entonces se decía de usted que no parecía un escritor español.
R. Fue un sambenito que duró años
. Bastantes colegas o críticos
decían: “Sus novelas parecen traducidas del inglés” o “mal traducidas
del inglés”, directamente. Hasta Umbral, que me llamó…
P. Angloaburrido.
R.
Anglosajonijodido. Neologismo feo y poco logrado [ríe].
Lo decía gente de la generación anterior a la mía que me acusaba de ser
un escritor inglés camuflado.
P. ¿Qué pensaba cuando lo oía?
R. Me sorprendía: siempre he escrito en español y además soy de
Chamberí.
Más de Madrid no puedo ser. Tal vez se basaban en que yo y
otros de mi generación habíamos tenido una actitud beligerante hacia la
tradición heredada.
Los escritores trataron de apartarse de la
literatura social, que había sido la imperante.
La reacción de los que
se daban por aludidos también fue beligerante.
Es normal que cada
generación se rebele contra la anterior. Supongo que ahora habrá gente
de treinta y pocos años que echará pestes de nosotros. Me parece normal.
P. ¿Que echen pestes?
R. Sí, cuando en el año 1989 le dieron a Cela el Premio Nobel me
pidieron unas declaraciones y dije que me parecía la peor noticia
posible para la literatura española que se premiara a esas alturas un
tipo de literatura que veíamos como un tanto caduca e impostada.
Reconociendo que Cela había hecho por lo menos dos buenas novelas al
principio, nos parecía que llevaba mucho tiempo sin hacer nada que
valiera la pena.
Había entonces mucho defensor de Cela y me gané muchas
enemistades.
Era un sacrilegio. Si ahora alguien dijera algo similar de cualquiera
de mi generación no podríamos quejarnos porque también nosotros lo
hicimos, con mayor o menor justicia
. En el caso de Cela no me desdigo,
pero puede que en el caso de otros autores fuéramos injustos.
"Si ahora alguien dijera de cualquiera de mi generación lo que nosotros dijimos de Cela no podríamos quejarnos"
P. ¿Por ejemplo?
R. Juan Marsé. No creo que contra él hubiera nunca beligerancia, pero
digamos que en aquellos años setenta no lo teníamos en mucho
. Luego nos
hemos dado cuenta de que es un grandísimo escritor y que fuimos
injustos en aquel momento.
P. ¿Y de la tradición? El Muriel de su novela critica a Galdós, igual que Benet.
R. Hay un guiño, sí. A Galdós le reconozco que tiene talento para
muchas cosas, pero en conjunto… Tiene una novela muy buena que no es de
las más leídas,
El amigo manso.
Pero en su obra hay cosas que me ponen de los nervios.
P. ¿Qué le pone nervioso de Galdós?
R. Algunos diálogos casi dan vergüenza ajena.
Tenía mucho talento
novelesco y sabía cómo armar una novela, pero tiene unos
desfallecimientos estilísticos brutales.
P. ¿Qué autores le interesan?
R. Valle-Inclán me parece un escritor enorme. También Clarín.
Y a Baroja lo leo con gusto siempre. Le tengo admiración.
P. ¿Y de la tradición latinoamericana? Suele decirse que fue un revulsivo, pero no sé si usted lo vivió así de joven.
R. Leí y leo con admiración a Rulfo y a García Márquez y a Vargas Llosa.
A Cortázar no, excepto los cuentos.
Rayuela
nunca me gustó.
Soy un gran entusiasta de [Horacio] Quiroga, por
ejemplo. Onetti también me gusta. Leyéndolos comprobabas lo que se ha
dicho tanto: que el español podía ser menos rígido, más libre y más rico
de lo que la tradición reciente de la literatura española parecía
consentir.
P. En sus artículos es muy crítico con lo español. ¿Qué le gusta de España?
R. Que la gente es desprendida y tiene cierta alegría de vivir,
cierta despreocupación, cierta confianza en que las cosas no se
estropean del todo aunque pinten mal.
Ahora llevamos unos años en que
eso es más difícil de mantener.
La gente tenía poco dinero y era capaz
de gastárselo en pagar una ronda a los amigos.
En otros países no lo he
visto
. A veces todo lo contrario, he visto mezquindad en lo monetario.
P. Por escrito parece estar siempre a la que salta, enfadado.
R. El mero hecho de que uno se moleste en escribir criticando algo
indica cierta ingenuidad y optimismo, porque uno lo hace con el afán
iluso de que algo mejore.
P. También es crítico con la crítica literaria. En un artículo fue muy duro, sin ir más lejos, con la que se publica en Babelia.
R. La crítica ha ido perdiendo influencia.
En parte debido a nuevas
costumbres.
Probablemente la existencia de Internet tenga mucho que ver,
pero en parte también es culpa de los críticos, si es que se puede
generalizar.
Siempre hay excepciones
. Claro que hay críticos muy buenos y
muy ilustrativos.
Lo contaba en ese artículo: tenía
babelias
atrasados y pensaba que encontraría libros de los que no me había
enterado y que me iban a atraer.
Aunque hubiera muchos elogios, rara vez
me incitaba ninguna crítica
. En fin, quizá exageré.
Pensé: es raro, qué
pasa.
Quizás ha habido por parte de la crítica cierta dejación de sus
funciones, quizás hay muchas que no suenan del todo sinceras, quizás
otras son rutinarias.
Otras están llenas de elogios pero los elogios, a
mí, que soy perro viejo, me suenan huecos. Esa sensación tuve.
Mi
intención no era ofender a nadie
. A lo mejor lo hice al escribir ese
artículo y, bueno, me disculpo porque uno siempre es injusto cuando
generaliza, y hay excepciones, sin duda.
P. ¿Qué le ha pasado a la crítica?
R. Que ha perdido la fe en sí misma, la fe en —la palabra no es muy
simpática— educar al lector; en orientarlo, que suena menos
desagradable.
Esa falta de confianza en sus propias capacidades se ha
convertido en un bumerán
. La prueba más fehaciente es que, así como en
los años setenta podía influir muy favorablemente en el destino de un
libro, sobre todo de un autor que no fuese conocido, hoy eso pasa muy
rara vez. Hay una especie de desconfianza o de desdén hacia la crítica.
Soy el primero en lamentarlo.
No es un género que me parezca baladí. Es
un género como cualquier otro y ha tenido exponentes de primera fila.
P. ¿Y no hay cierta tendencia a tomar las críticas como ofensas personales?
R. Eso es una desgracia, pero en parte sucede porque a veces ha sido
así.
Tengo 63 años y quizás no otra cosa, pero creo que tengo cierta
capacidad para detectar cosas en un texto
. A veces leo una frase en una
novela y digo: esto no va a ningún lado. Tal vez sea injusto, pero es el
defecto de hacerse mayor, que uno se hace resabiado. Eso se nota en las
críticas
. A veces notas que al crítico le ha gustado más de lo que está
diciendo. Y a la inversa. A veces los elogios son impostados.
Muchos
críticos han utilizado su podercito para no ser del todo sinceros.