Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 dic 2014

Letizia ‘La Roja’....................................... Luz Sánchez-Mellado

Ahora que nadie le tose en el curro, la Reina Júnior no duda en vestirse de aquí estoy yo porque he llegado al trono.

 Pero para mí que prefiere marcar el territorio de otro modo.

Bueno, cuando se habla de los Reyes de España siguen siendo Juan Carlos y Sofía porque aprendí a verlos como algo necesario en la Transición, porque vi Que el Rey parece que atajó aquel Golpe de Estado un 23 frio de Febrero, nunca supe por qué apareció tan tarde en la Televisión y nos tuvo la noche en una incertidumbre.....Luego vi que la relación entre ellos era hacía la ciudadanía, Juan Carlos y sus deportivos accidentes y Sofia exquisita en sus gustos. Pero a estos nuevos no los veo como necesarios, ni los veo que tengan que estar ocupando un palacio y no sé lo que hacen.

 Parece Letizia, la "Z" se la pondría ella, es una más de esas que pasan las mañanas comprando, quedan a comer con las amigas con ese look uniformado, todo de Zara y Mango y pequeños pendientes de brillantes y bolsos de más 4.ooo Euros, para salir por la noche a conciertos rokeros vestida de cuero......y eso lo pagamos nosotros, es decir que está ahí porque nadie ha dicho que se vaya. 

La reina Letizia, durante su reciente visita a Alemania. / Clemens Bilan (getty images)

Yo sigo, que decía Joe Rigoli. Sí, queridos nativos digitales, un histrión argentino, valga la redundancia, que hizo furor en los años setenta del siglo XX y del que hablo de oídas porque entonces era una neonata.
 El caso es que quería empezar con una referencia histórica para taparles la boca a quienes dicen que no tengo poso, pero yo sigo con mi problemática del móvil sin memoria.
 Como he perdido los contactos, ahora me entran en WhatsApp una serie de sujetos ignotos a los que algún día debí de darles el número, y que me tratan con unas confianzas que ríete tú de Esperanza Aguirre con Paco Granados antes de la Cosa Púnica.
Yo les doy alas, por si acaso, no está el mercado para hacerse la estrecha
. Te jalean, te hacen la rosca, te dicen lo guapa que eres y el tipo que tienes, y a ver quién se resiste a seguirle el rollo a nadie aunque no sepas con quién testículos estás alternando.
 Pero la cosa tiene sus riesgos.
Algo así debió de pasarle a Jaime García Legaz, secretario de Estado de Comercio, con Francisco Nicolás, alias Nicolasillo para los fans de Velázquez —ahora váis y lo buscáis en Google—, para permitirse ese compadreo telefónico con el ahora supuesto farsante.
 Ay, Legaz, cráneo privilegiado, cómo te entiendo. Te dejaste enjabonar por un bufón de la corte y ahora el ingrato te paga el favor dejándote en cueros ante toda la ídem.
Yo creo que ese pequeño Nicolás al que detienen y parece que él o se guarda las Espaldas porque tiene miedo de verdad, no es tal bufón. Pero solo con pensar....¿Que hace un chico de 20 años en reuniones de señores del Gobierno bastante mayores en un chalet que les presta una inmobiliaria para reuniones de las que luego esos señores se echan una siesta.¿ Es lo que yo creo? 
La que, sin embargo, no sale en los papeles ni queriendo es la Reina. Doña Sofía no, que entre su visita al Rastrillo de Nuevo Futuro y la recepción del óleo de Antonio López después de veinte años de retoques —los del cuadro y los de los modelos—, esta semana ha hecho doblete
. Hablo de Letizia Ortiz Rocasolano, Reina júnior.
 Meses enteros lleva la pobre trabajando a destajo por su pueblo, dejándose el cutis de porcelana en el pellejo y variando más de vestuario que la jueza Alaya para estar por el juzgado, y no le echamos ni cuenta, desagradecidos.
 Y eso que, ahora que nadie le tose en el curro, ella no duda en vestirse de aquí estoy yo porque he llegado al trono.
De rojo pasión, iba alicatada por Felipe Varela en su brillante intervención ante la FAO en Roma a la vera del mismísimo papa Francisco, cuando va Cayetana de Alba, expira, y le roba la portada del ¡Hola! después de muerta cual Hidalga Campeadora.
 De rojo fuego iba la soberana con una chaqueta de Mango en un acto del CSIC, cuando va y dimite Ana Mato tarde, mal y nunca, y le roba plano sin asomar siquiera la jeta.
 Y ya, en el colmo de las puntadas con hilo, de rojo sangre plebeya iba Letizia empaquetada en un abrigazo de Hugo Boss para ver a la Papisa Angela Merkel, cuando van Sus Majestades sus suegros y la contraprograman apareciendo juntos en desamor y compañía en la presentación del citado cuadro, perdón, retrato, de su familia política
. Si eso no es tener al enemigo en casa, que vengan Pdr Snchz y Ssn Dz y lo digan.
Ahora, para mí que Letizia La Roja prefiere marcar territorio de otro modo.
Al día siguiente, salieron ella y su marido, tanto monta, monta tanto, con la nueva política de regalos de La Casa.
Seguro que al Rey emérito le pitaron los oídos por haber aceptado barco, el Fortuna por más señas, como animal de compañía.

 

La transformación de Jennifer Lawrence.............................................................. Rocío Ayuso

La actriz coloca su primera canción entre las más vendidas. Mientras su éxito crece a pasos agigantados, busca conservar la naturalidad que la hizo famosa.

 

La actriz Jennifer Lawrence, en un estreno. / WIRELMAGE

Ahora también cantante. ¿Hay algo que Jennifer Lawrence no sepa hacer?
 “Siempre es un reto entrar en una habitación sin caerme”, reconoció risueña recientemente a este diario la actriz. Ganadora de un Oscar, desde hace escasamente cuatro años tiene el mundo por montera
. Lo quiera o no. ¿Otros hándicaps? “Cuidar lo que digo, y ese no es mi fuerte”, añadió durante la presentación de su último estreno, Los juegos del hambre: Sinsajo Parte 1.
 A sus 24 años, el resto, en lo que a su carrera se refiere, son todo victorias. Al menos en apariencia. Tres candidaturas al Oscar y una estatuilla por El lado bueno de las cosas además de protagonizar la franquicia más taquillera del momento.
 Y ahora se va a lanzar a la canción. Hay quien dice que camino del Grammy.
 Su primer y único sencillo The Hanging Tree se ha colocado codo con codo junto a Taylor Swift y Maroon 5 en las listas de éxitos.
 El tema folk escrito por The Lumineers para Sinsajoocupa el duodécimo lugar en la lista de los más vendidos en EE UU y el octavo en Inglaterra. ¿Su respuesta cuando le dices que te gusta?
 “Al menos le gusta a una de nosotras”.
Lawrence ha caído en la música sin preparación, como lo hizo años atrás en el cine. Según comentó Francis Lawrence, director de su último filme, tuvo un profesor de canto un par de días y no necesitó más que vencer su vergüenza.
 Su éxito musical tiene las mismas raíces que su éxito en la pantalla: su naturalidad. La misma con la que camina por las alfombras rojas o con la que se cae cada vez que va a la ceremonia de los Oscar (tropiezo incluido cuando subió al escenario a por su estatuilla).
“Te dicen que no cambies pero luego se te echan encima”, admite frustrada.
 Asegura que lo difícil es no cambiar cuando todos lo hacen. Lawrence quiere seguir siendo la misma pero está claro que las circunstancias no lo son.
 Especialmente desde que fue víctima del ataque cibernético que subió a la Red numerosas fotos de la actriz desnuda que estaban únicamente destinadas para su novio. “Dije a Vanity Fair todo lo que tenía que decir sobre el tema”, comenta.
 Esto es: que este tipo de ataques contra la intimidad son “crímenes sexuales” y que cualquiera que simplemente mire esas imágenes “está perpetuando” la misma agresión.
 Cosas que ya no puede decir por si misma a juzgar por la rápida intervención de su publicista, Liz Mahoney, para dar por zanjada cualquier conversación que no se centre en la promoción de su nuevo estreno.
Lawrence dice que no quiere cambiar pero está claro que ha cambiado. Ella habla del gesto de sorpresa que nota cuando entra en un ascensor
. De cuando intentó comprarle un perrito a una amiga y mientras ella jugueteaba con el cachorro el dependiente no hacía más que sacarle fotos que luego vendió a una publicación. “No quiero cambiar pero tienen que dejar de ser tan gilipollas”, agrega.
Pero, aunque diga lo contrario, ella ha cambiado.
 Su séquito no se separa de su lado. Su conversación es algo más fría y calculada de lo que solía ser, sus respuestas, más cortas, y, sobre todo, su presencia más tensa.
En lo laboral le queda una entrega más de Los juegos del hambre por estrenar, saga que la ha situado hoy entre las actrices mejor pagadas. También volverá a formar parte de los X-Men en Apocalypse y comienza a rodar un nuevo filme con el director que le dio el Oscar, David O. Russell.
 Eso además de una tumultuosa vida amorosa con una relación ahora sí ahora no que la unió al actor Nicholas Hoult y ahora a Chris Martin, cantante de Coldplay y ex de Gwyneth Paltrow.
Aún así no hay que arañar mucho su armadura para encontrar rastros de la Jennifer previa a la JLaw actual, de la joven genuina y desafectada.
 Parte de su seriedad es una pose, a juzgar por ese mantra que se dice por lo bajini al final de cada respuesta y que reza “bébete el té y deja de hablar, bébete el té y deja de hablar”.
 “Nunca sé cómo acabar una frase, cuándo dejar de hablar”, confiesa. Su coartada se rompe por lo incómoda que se la ve en la silla, moviéndose de un lado a otro hasta que dice “y ahora me pongo colorada, me pica todo y me pongo a sudar”.
Como reivindica, sigue siendo una apasionada de la interpretación y sabe que vive una vida increíblemente privilegiada.
“Lo difícil son las cosas sencillas, como ir al supermercado
. Tengo pesadillas de que estoy caminando y me veo rodeada de gente sin escapatoria posible
. Así que me es más fácil pedirle a una amiga que me compre lo que sea para que no se monte una en la tienda.
 Pero es importante mantener los pies en la tierra.
 Tengo que ver cómo. Lo estoy intentando”.

El Terror de los Austrias.................................................................. Javier Marías

Pérez-Reverte sigue empeñado en propiciar mi descrédito ante los que me rodean regalándome armas. No sé si me estoy convirtiendo en su terror o en su hazmerreír.

Hará once meses, en una columna titulada Noches armadas de Reyes, conté que Arturo Pérez-Reverte había adoptado la costumbre de regalarme cada Navidad un arma.
Ya expliqué entonces, para que los numerosos pazguatos no se escandalizaran, que se trata de perfectas réplicas y que las pistolas no disparan
. (Los cuchillos ya son otra historia y he preferido no someterlos a prueba, no vaya a sajarme un dedo jugando.) Y enumeré la colección atesorada: el bonito casco de los que llevaban los ingleses en la India, en Isandlwana, en el paso de Jaybar y en otros lugares exóticos, y con el cual en la cabeza me había pillado una periodista extranjera que no pudo evitar preguntarme con sorna: “¿Qué tal se le ha dado hoy la caza del tigre?”
 Tener en casa tan favorecedores tocados lo invita a uno a encasquetárselos de vez en cuando; luego se pone a sus asuntos –por ejemplo, escribir un artículo– y se olvida de lo que lleva encima, un desastre.
 La bayoneta de Kalashnikov, el puñal Fairbairn-Sykes, el de marine americano.
 Y las armas de fuego: un Colt de 1873, una Webley & Scott de 1915 y, en la Navidad pasada, una Luger de 1908 que Arturo me entregó en la Real Academia Española y con la que aterrorizamos a los miembros más rígidos (recuerdo que uno, espantado –ve conspiraciones por doquier, por las muchas malévolas en que participa–, corrió a esconderse bajo su propio sillón de la Sala de Plenos; no sé si pensó que íbamos derechos por él o si nos confundió con anarquistas de principios de siglo, como salidos de una novela de Conrad).
Sin duda para evitarles más alarmas a nuestros colegas, la mayoría gente recia y duradera pero en edad a la que sientan regular los sustos, me llamó el Capitán una tarde, mientras yo estudiaba a Sherlock Holmes, como relaté hace un par de domingos.
 “¿Vas a estar en casa?”, me preguntó. “Es que tengo algo voluminoso que darte, y no es cuestión de cargar hasta la Academia con ello.
 Si estás ahí te lo acerco. Ando por tu zona, por los Austrias”.
No pensaba moverme, ya que estaba resolviendo un caso, concretamente el del asesinato del propio Holmes a manos de su creador, Conan Doyle
. Así que al cabo de diez minutos le abrí la puerta.
 Le brillaban los ojos como si trajera un tesoro o acabara de hacer un descubrimiento científico, y al hombro cargaba, en efecto, algo alargado y no ligero.
 Como yo estaba imbuido de Holmes, especulé antes de que abriera la zarrapastrosa bolsa de plástico que envolvía el objeto (probablemente de contrabando).
 Para entonces ya había comprendido que, pese a mi columna de hacía un año, y a que le había rogado que pusiera término a su escalada armamentística (la colección me estaba haciendo quedar como un belicista sanguinario ante quienes visitan mi piso), no se resistía a seguir armándome, justamente en las fechas en que todo el mundo (aunque de boquilla) se desea paz y buena voluntad y estrellas y bienaventuranza.
Temí que se tratara de una bazuca o un mortero.
 Pero no, con un ademán experto lo que extrajo de la bolsa fue una metralleta Sten que montó en un periquete y que me alargó muy ufano:
 “Qué, qué te parece. Una Sten, ya sabes, la que utilizaban los comandos aliados en la Segunda Guerra Mundial, la que lanzaban desde el aire a los resistentes y partisanos para combatir a los nazis, la que se encasquilló en el atentado a Heydrich”. “Estás loco”, le dije, pero la verdad es que en seguida le pedí que me enseñara su funcionamiento.
Y al poco me regañaba: “La coges mal. Como eres zurdo …”
 A mí me pareció, por el contrario, que era un arma ideada para zurdos, pues el abultado cargador queda a la izquierda y para un diestro ha de resultar un estorbo.
 Luego se largó, tan satisfecho como había venido: “Cuéntaselo a Tano, se morirá de envidia y sabrá manejarla
. Préstasela”.
Qué, qué te parece. Una Sten, ya sabes, la que utilizaban los comandos aliados en la Segunda Guerra Mundial”
En los siguientes días, al bailotear con la Sten en los brazos, vi sobresalto en los ojos de Aurora, que viene a trabajar a casa tres mañanas por semana.
 No le debe de hacer gracia la escalada. No sé si por temor o por guasa, se despidió llamándome “mi comandante”
. Cuando subió Mercedes, que trabaja conmigo otras tres mañanas y que, por una serie de azares, sabe muchísimo ahora de armas, me espetó al ver la pieza: “¿Qué haces con un subfusil desmontable? O no, es más bien pistola ametralladora”, precisó con pedantería. Y a continuación me miró con preocupación profunda: “¿Qué va a ser lo próximo? ¿Un cañón?
 Te veo por muy mal camino”. Poco después vino a visitarme Carme, que ya me había tildado de Pancho Villa un año antes
. “¿Qué, qué vas a tomar al asalto?”, me dijo aguantándose la risa. “¿Los cielos, como esos, o simplemente La Moncloa? ¿O vas a entrenarte primero con El Riojano?” (Pastelería en la que, por cierto, son muy amables conmigo.)
Al día siguiente vino un periodista alemán muy competente y simpático, Paul Ingendaay, y nada más ver la Sten alzó los brazos y exclamó: “Me rindo, y me acojo inmediatamente a la Convención de Ginebra”.
Así que ya ven: Arturo sigue empeñado en propiciar mi descrédito ante los que me rodean.
 No sé si me estoy convirtiendo en su terror o en su hazmerreír.
 Lo único que me consuela es imaginar cómo deben de ver al Capitán Alatriste sus allegados; porque si yo, sin querer, poseo ya el arsenal mencionado, no quiero ni imaginar cómo tendrá él su casa. Seguro que de los techos cuelgan aviones Messerschmitt y Lancaster, como en el Imperial War Museum de Londres, y que la piscina se la ocupan U-Boote, es decir, submarinos.
elpaissemanal@elpais.es

 

Tiempo de Proust........................................................................... Antonio Muñoz Molina

En busca del tiempo perdido' tiene una arquitectura tan severa como la 'Divina Comedia', con su ascensión alegórica desde las tinieblas a la luz.

 

Marcel Proust.

El tiempo de la lectura de Proust no se parece a ningún otro
. Es un retiro más largo y más sostenido que el de los enfermos de La montaña mágica, una dedicación asidua que puede ocuparle a uno las mejores horas de la vida. James Joyce requería, para su Ulises, un lector ideal, aquejado de un insomnio ideal.
 A Proust habría que dedicarle, idealmente, una temporada de quietud e indolencia de al menos varios meses, un veraneo tan prolongado como el que disfruta el narrador de En busca del tiempo perdido en el Gran Hotel de la playa inventada de Balbec, en Normandía, donde conoce a su amigo Robert de Saint-Loup y al pintor Elstir, que le ofrece lecciones fundamentales sobre el arte y sobre la percepción estética de la realidad, y donde descubre a una pandilla de jeunes filles en fleurs que están inspiradas en parte por sus propios recuerdos y sus fantasías y en parte por el coro de "muchachas flores" que desafían y aturden con sus tentaciones al héroe ignorante y muy joven de Parsifal.
Harían falta unos meses de dedicación lectora exclusiva para disfrutar plenamente de una novela que es más larga que ninguna otra y no se parece a ninguna otra, aunque abarca en su flujo toda la tradición de Balzac, de Flaubert y los grandes maestros rusos, la lleva a su plenitud al mismo tiempo que la subvierte y la transforma
. Igual que Joyce se remonta a Shakespeare, Proust alimenta su voz narrativa con el ejemplo de Montaigne, y a partir de él de la escuela de los moralistas y los memorialistas franceses, los maestros de la brevedad lapidaria y los de la efusión confesional.
 El yo narrador de Proust tiene su precedente no en los novelistas, sino en Montaigne, en Pascal, en La Bruyère, en Rousseau, en Chateaubriand, en la primera persona de la prosa de Baudelaire: por eso es, al mismo tiempo, desmedido y conciso, riguroso y desorganizado.
Harían falta unos meses de dedicación lectora exclusiva para disfrutar plenamente de una novela que es más larga que ninguna otra
En busca del tiempo perdido tiene una arquitectura tan severa como la Divina Comedia, con su ascensión alegórica desde las tinieblas a la luz, a través de una peregrinación de aprendizaje y penitencia; pero ese armazón sostiene una escritura de una libertad incesante, de una capacidad de divagación y exploración de caminos laterales tan rica como la de un ensayo de Montaigne o un capítulo de la primera parte del Quijote
. En 1908, en una carta a un amigo, Proust enumera los proyectos que tiene entre manos
: "Un estudio sobre la nobleza, una novela parisina, un ensayo sobre Saint-Beuve y Flaubert, un ensayo sobre las mujeres, un ensayo sobre la pederastia, un estudio sobre las vitrales, otro sobre las lápidas sepulcrales, otro sobre la novela"
. Lo que descubre muy poco después, de golpe, es que la razón de que ninguno de esos proyectos saliera adelante por separado es que todos, aunque parezcan tan distintos, son en realidad facetas o fragmentos de una forma superior que todavía no se ha revelado, en gran parte porque no existen modelos anteriores en los que sostenerla: esa forma necesaria no existe y él, Proust, tiene que inventarla, como inventó Balzac tres generaciones atrás la deslumbrante composición unitaria de la Comedia humana.
Lo que desconcierta al principio y luego seduce en Proust y lo vuelve adictivo es su capacidad de abarcarlo todo, de prestar a todo una atención idéntica, desmenuzadora, exigente, obsesiva, la misma que hace falta para leer su novela.
Tal como se había propuesto en aquella carta a su amigo, escribe sobre la nobleza, sobre París, sobre las mujeres, sobre Flaubert, sobre la pederastia, sobre los vitrales, sobre las lápidas, sobre las novelas. Pero también escribe, con detallada erudición, sobre la clase media y la clase trabajadora y los sirvientes, sobre Venecia, sobre compositores reales y compositores inventados, sobre pintura, sobre arquitectura, sobre óptica, sobre heterosexualidad, sobre botánica, sobre física, sobre medicina, sobre los automóviles, sobre los aeroplanos, sobre los teléfonos, sobre los rayos X, sobre los dirigibles, sobre la posteridad, sobre antisemitismo, sobre la guerra, sobre las mentiras de la vida social, sobre el tiempo perdido, sobre los trances de máxima intensidad en los que el tiempo se detiene y se salva, sobre la amistad, sobre los pájaros, sobre el deseo, sobre las modas femeninas, sobre el fetichismo, sobre la fisiología y la psicología de las percepciones, sobre posibilidades como la revolución social o como lo que él llama el fototeléfono.
Por un prodigio constructivo, no hay dispersión ni desperdicio en tanta variedad; ni un solo elemento, por secundario o accidental que parezca, está desconectado de la trama general: todos se trenzan orgánicamente entre sí, remitiendo los unos a los otros, en un juego de resonancias que atraviesa la obra entera, de la primera página a la última.
 Casi en cada una de ellas hay más frases breves y sintéticas de lo que parece, súbitas como epigramas y como greguerías.
 Pero cuando la frase se dilata más allá del final de una página nunca lo hace por acumulación o enumeración, a la manera de Walt Whitman.
Una frase larga de Proust está tan rigurosamente articulada como una de esas ecuaciones de los matemáticos que se extienden sobre toda la superficie de una pizarra, o como la fórmula de una reacción química complicada, pero cristalina.
 Hay que leerlas muy despacio, con atención absoluta
 Hay que volver a ellas cuando se las ha percibido en toda su extensión como se vuelve sobre una melodía para reconocerla, para advertir cómo se despliega nota tras nota.
Lo que desconcierta al principio y luego seduce en Proust y lo vuelve adictivo es su capacidad de abarcarlo todo
Pero la voz de Proust no es solo su estilo
. De Flaubert aprendió que la prosa narrativa debe someterse a la misma exigencia de rigor que el lenguaje poético, pero también el deleite de prestar atención a las vulgaridades y a las bellezas del habla, de ejercitar la parodia y el pastiche.
 Esa voz tan limpia del estilo de Proust se transforma sin esfuerzo aparente y con diversión bien visible en las voces de los personajes, cada una tan distinta de las otras como el sonido verdadero de una voz humana, tan característica, tan reveladora como si estuviéramos escuchando a alguien que conocemos muy bien y que nos dice más por sus entonaciones y sus amaneramientos verbales que por el contenido de sus palabras: el enérgico cretino Bloch, el Swann desengañado y sabio que se finge frívolo por buen tono, el pomposo experto M. de Norpois, que recita como misteriosos oráculos los lugares comunes más deteriorados de la política y del periodismo, la duquesa de Germantes, con su gracia baldía, la criada Françoise, con la solemnidad arcaica del francés popular, la chismosa y tirana Madame Verdurin, que es uno de los grandes personajes cómicos de la literatura.
Vuelvo a esas voces porque vuelvo a Proust, una vez más, no leyendo pasajes al azar, que también me gusta mucho, sino desde el principio de À la recherche, con plena determinación y entrega, como si tuviera por delante varios meses de retiro y holganza para dedicarme exclusivamente a esa lectura. Acabo de terminar el segundo volumen y he empezado sin pausa el tercero.
 El tiempo de Proust establece sus largas duraciones secretas en el interior del otro tiempo atareado de la vida.