Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 nov 2014

¡Guapa!.................................................................................. Boris Izaguirre

No podemos imaginarnos una semana sin un escandalazo. Muere la duquesa y la reina de la copla entra en la cárcel. Todo ocurre en Sevilla.

 

Jackie Kennedy y Cayetana de Alba en los toros en 1966. / CORDON PRESS

La muerte de la duquesa de Alba ha terminado por hacerla legendaria. Observando las imágenes de su rica y personalísima vida hay una constante en su estilo.
 El pelo va cambiando tanto por décadas como por matrimonios.
 Pero ella siempre es la misma, propietaria de un estilo que es un delicado equilibrio entre la arbitrariedad y el protocolo, entre ser una figura abrumadoramente popular y la persona con más linaje de Europa.
Cayetana de Alba era todo nombres y títulos, un paisaje de palabras y propiedades que van desde Goya a Montoro pasando por Villanueva del Fresno.
 Pero muchos prefieren proclamarla “¡guapa!”
 En cualquier acto público, tanto inaugurando unos jardines, recibiendo el título de ciudadana de honor en Sevilla, bailando flamenco instantes después de casarse a los 85 años por tercera vez y hasta en su propio entierro recibía los gritos de "¡guapa!" por parte de sus fanáticos
. Un título más que envolvía a una mujer históricamente única.
 Una pop star. Esos gritos redefinían la propia palabra que proferían. Cayetana de Alba más que guapa era un aspecto esencial del país.
 Claro que vamos a extrañarla, no dejaremos de recordarla. Ibiza no será igual, la esencia de ¡Hola! tampoco.
La eterna referencia al glamour extravagante, la personalidad insólita, de un egoísmo completamente aceptado, comprendido, incluso envidiado, que nos ha dejado como herencia, seguirá.
Sin embargo, el hecho que halla fallecido en uno de los peores años para España nos deja con una reflexión obvia
: Cayetana de Alba no hubiera podido existir en otra nación que no fuera la nuestra.
A medida que se acerca el final de 2014, domina la sensación que ha sido tremendo. Abdicó el Rey, surgió Pablo Iglesias, Pantoja va a la cárcel, fallece la duquesa de Alba. María Teresa Campos redescubre el amor junto a Bigote Arrocet, una feliz noticia aunque su hija Terelu es amenazada por un amigo traidor.
 ¿Puede pasarnos algo más? Sí, la pederastia ha alcanzado a nuestros curas y debería costarle la dimisión al arzobispo de Granada, acorralado por sus pecados y por el mismo Papa
. Ciertamente es inexplicable que el arzobispo observe día tras día todo lo que se expone en los medios de comunicación sobre el pederasta de Ciudad Lineal, sin que reflexionara sobre el ocultamiento de los sacerdotes acusados del mismo abuso organizado en su entorno.
 O sea, hay dos tipos de pederastas: aquellos que protege la iglesia y el resto, que se convierten en criminales condenados por el público
. Los curas pederastas de Granada funcionaban como una secta, instruyendo una mezcla de fe, sexo y lujo, porque aunque la mayor parte de sus abusos ocurrían en mansiones y pisos caros exentos de impuestos, sus presuntas víctimas eran captadas en barrios populares.
 Una Sodoma y Gomorra disimulada. Seguramente actuaban confiados en que ninguna denuncia los alcanzaría
. Como un Gürtel más. El escandalo se nos ofrece como el primer caso de este tipo en nuestro país, pero solo es la primera vez que se publica así.
En la vida siempre existen vías paralelas. El piadoso exministro Acebes, siempre defendió que existían dos líneas de investigación durante los terribles días posteriores al atentado de Atocha. Insiste en ello ahora que es imputado, negando conocer a un arquitecto comprometedor mientras el juez Ruz le exhibe fotografías donde sale estrechándole la mano en compañía de Bárcenas y el presidente Rajoy
. Acebes insiste que esa foto debió tomarse en una fiesta de Navidad, donde uno saluda a gente que luego no recuerda
. ¡Que complicada es la vida en la calle Génova! Y no solo por el tráfico. En una fotografía estás feliz, rodeado de amigos.
 Unos años después, la misma fotografía es un oprobio
. Seguramente en la celebre reforma que hicieron en la sede del Partido Popular se les olvidó consultar un experto en feng shui para eliminar el mal rollo que dejan los espíritus de los caídos en desgracia, esos que van multiplicándose y dejando todo tipo de rastros. Fotos, discos duros, papeles, sobres, confeti, esperanzas, botellas y cargos.
El año ha sido cruel, pero al mismo tiempo esa crueldad nos ha traído un nuevo hábito: no podemos imaginarnos la semana sin un escandalazo.
 Necesitamos ese ruido, permanentemente.
 Son las verdaderas dos líneas de defensa.
 Muere la duquesa y la reina de la copla entra en la cárcel. Todo ocurre en Sevilla.
Y ya se barajan nombres de presidiarias que la esperan ansiosamente en el centro penitenciario de Alcalá de Guadaíra.
 Quizas sirva de alivio saber que muchos célebres que han estado presos, como Mario Conde o Sofía Loren, han declarado que las mejores personas que han conocido en sus vidas estaban dentro.
 Y las peores fuera.
 Allí Pantoja podría encontrar ese buen amor del que hablan sus canciones. Al final, esa cárcel será el primer paso para la rehabilitación de su personaje.
Hemos visto las imágenes de las cacerías que organizaban algunos personajes y alcaldes implicados en la red púnica
. ¡Es asombroso como contrastan los rechonchos y enfundados cuerpos de los cazadores con la magra y fibrada elegancia de los venados muertos! Un flagrante triunfo de la fealdad sobre la belleza
. Esos señores imputados con el rifle en mano dan la sensación de que la corrupción mas que una plaga de bichos es un ejército entrenado tanto para mal matar como para seguir abusando de nosotros mientras puedan.
 Y son feos.

Otra ventaja de tener ojos azules.............................................Patricia Matey

Estudios preliminares sugieren descubrimientos para las personas de iris claro. 

El color no es un simple elemento estético

 


Paul Newman o Elizabeth Taylor. ¿Quién no quisiera sus ojos?
No pasa una semana sin que alguna publicación se haga eco de una encuesta en la que el pueblo se manifiesta: nos gustan los ojos claros.
Y aunque las miradas oscuras nos generen más confianza, como publicó la entrevista PLOS One tras un estudio de la Universidad Charles de Praga, la seducción sigue perteneciendo a los iris más claros. Y no es la única ventaja.
Tal vez nunca sepamos si los ojos son el espejo del alma, pero lo que sí se empieza a conocer de ellos es su capacidad para revelar muchos datos sobre la salud de cada persona.
 De hecho, desde hace años los científicos rastrean los vínculos entre sus características y lo que muestran y ciertas enfermedades. La última pista llega de la mano de Inna Belfer, del Centro de Investigación del Dolor de la Universidad de Pittsburgh, en EE. UU.
 La doctora ha presentado un estudio preliminar en la 33 Reunión Anual de la Academia Americana del Dolor que desvela que las mujeres caucásicas de ojos claros (azules o verdes) parecen tolerar el dolor y la angustia mejor que las que tienen los ojos de color marrón o avellana
. También sufrían menos ansiedad después del parto y menores tasas de depresión.
El trabajo se llevó a cabo con 58 futuras madres que dieron a luz en el Hospital de Mujeres Magee de UPMC. Todas recibieron una evaluación de dolor, estado de ánimo, sueño y conducta de afrontamiento antes y después del alumbramiento.
 Las participantes fueron dividas en dos grupos en función de su color de ojos: 24 en la gama oscura (marrón o avellana) y 34 en la clara (azul o verde)
. Los datos mostraron que las primeras experimentaron más dolor, mayor ansiedad y una mayor tasa de trastornos del sueño.
 Las féminas de ojos claros afrontaron el proceso con mayor felicidad.
La principal investigadora ha reconocido que “debido al pequeño tamaño de la muestra, no podemos obtener pruebas concluyentes, pero sí observamos que nuestro estudio ha revelado patrones que requieren más estudios
. Vamos a ver si hay un vínculo entre el color de ojos y el dolor clínico en la segunda fase de este ensayo, tanto en los hombres como en las mujeres, y en diferentes modelos de dolor que no sea solo el del parto”
. La especialista insiste: "Puede haber ciertos fenotipos que predicen o indican la respuesta de una persona a estímulos de dolor o al tratamiento con analgésicos.
El dolor humano se correlaciona con múltiples factores, como el género, la edad y el color del pelo. De hecho, los investigadores han encontrado que el pelo rojo se asocia con una mayor resistencia a los anestésicos y también a un aumento de la ansiedad”.
El doctor Gregory Terman, del Departamento de Anestesiología y Medicina del Dolor de la Universidad de Washington (EE. UU.), admite que, una vez más, estudios como este ponen de relieve que cada paciente es un individuo y que sus dosis de medicación deben de hacerse de forma personaliza.
 "Estadísticamente, nos damos cuenta de que hay mucha más variabilidad ante las experiencias de dolor según las características particulares de cada uno, como el color de pelo, de ojos, la edad, el peso, el sexo…
 Es un hecho que también se produce en las respuestas a los medicamentos para la presión arterial”, apostilla.
Así, el color de pelo también puede determinar cómo se afronta la aflicción
. De hecho, las personas pelirrojas además de tener una piel más blanca y más sensible, sienten más dolor físico que las rubias o morenas. 
Así lo demuestra un estudio publicado en Journal of American Dental Association, llevado a cabo por científicos del Instituto de Anestesiología de Kentucky, que determina que estos individuos necesitan el 19 % más de analgésico para soportar las molestias que los de cabello oscuro.

Las autopistas del dolor

Concepción Pérez, jefe de la Unidad del Dolor del Hospital Universitario de la Princesa y portavoz de la Sociedad Española del Dolor, destaca: "Aunque estudios como el de los ojos claros son preliminares, tanto este nuevo ensayo como los realizados en las personas pelirrojas nos indican que probablemente existan causas genéticas relacionadas con la percepción del dolor
. Ahondar en este asunto podría tener mucha utilidad en un futuro, porque nos ayudaría a predecir qué personas van a necesitar más analgésicos”.
La doctora Pérez continúa: “Hoy sabemos, por ejemplo, que la genética tiene un papel preponderante para definir cómo un individuo va a responder a los diferentes fármacos analgésicos.
 Si va a tener una mayor o menor eficacia o presentar efectos secundarios. Se trata de un campo que actualmente tiene un desarrollo importante: la farmacogenética”.
 Asimismo, se sabe que el cerebro desempeña un papel fundamental en la sensibilidad al dolor. Por ejemplo, el dolor crónico altera los circuitos cerebrales.
 Su inicio es una señal de alerta que nos protege de los peligros. Si tocáramos aceite hirviendo y no sintiéramos dolor acabaríamos sufriendo grandes quemaduras.
 El problema sucede cuando el dolor se cronifica. Es entonces cuando empieza un círculo vicioso, donde las carreteras del dolor se convierten en autopistas”, agrega.
Enrique Santos Bueso, de la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Universitario Clínico San Carlos de Madrid, señala:
 "Los ojos también pueden hablar mucho de nuestra salud
. A veces, nos encontramos con pacientes que llegan a consulta porque creen que tienen un problema ocular y descubrimos que son la señal de otras enfermedades". 
Diseccionamos cada caso según las extrañas características que presenten sus elementos oculares. Porque no todos tenemos la suerte de lucir unos bellos (e indoloros) ojos claros…

Diagnóstico por la mirada

  • Ojo sangriento. La conjuntiva está compuesta de muchos vasos sanguíneos y capilares, Estos pueden romperse, causando filtración de sangre hacia la membrana y la esclerótica, lo que se conoce por "hemorragia subconjuntival". Puede producirse por causas comunes, como la tos, el estornudo, el esfuerzo o un golpe. 
  • Otras habituales pero menos frecuentes de hemorragia incluyen la diabetes mellitus, hipertensión arterial y exceso de ingesta de ciertos medicamentos, como ácido acetilsalicílico. Es extraño que se deba a problemas de coagulación, pero a veces ocurre.
  • Ojo protuberante. Aunque los ojos prominentes pueden ser simplemente un rasgo familiar, también evidencian, en ocasiones, enfermedades tiroideas.
  • Ojos de diferente color. La heterocromía del iris se hereda. Un cambio en el color repentino puede ser debido a una hemorragia, un cuerpo extraño en el ojo, glaucoma, inflamación u otras condiciones tales como el síndrome de Waardenburg (dermatosis génica) o neurofibromatosis.
  • Párpado caído. Puede ser simplemente una señal de envejecimiento.
  •  Sin embargo, en casos raros, es evidencia de enfermedades.
  • Anomalías de la pupila. Las pupilas de las personas sanas son, por lo general (aunque no siempre), simétricas: del mismo tamaño e idéntica reacción a la luz. Si una pupila responde de forma distinta a la exposición a la luz (una es más grande que otra, otra se contrae menos), consúltelo con su médico.
  • Ojos amarillos. Las enfermedades del hígado, como la hepatitis y la cirrosis, tiñen las escleróticas de amarillo. 
  • El color se debe a la acumulación de bilirrubina, un compuesto creado por la descomposición de la hemoglobina, la molécula que transporta el oxígeno dentro de los glóbulos rojos

21 nov 2014

¿Dónde vas, Alfonso Díez?........................................ Luz Sánchez-Mellado

Hay que estar bruta, ciega y sordomuda para no haber visto el nacimiento del nuevo novio de España en la figura del duque viudo de Alba.

 

Alfonso Diez, viudo de la duquesa de Alba. / Jorge Guerrero (AFP)

Tengo un dilema ético. Como comprenderás, no voy a hablar aquí de mis emolumentos, no sea que Montoro me meta una paralela a lo tonto.
 Pero, últimamente, siento que me lo estoy llevando más muerto que Techi en el Poli Deluxe.
 Sí, tonta, la ex de Kiko Rivera y actual churri de Alberto Isla, a la sazón ex de Chabelita, que de pagar a Hacienda no sé, pero en esa familia son muy de intercambio de parejas
. A lo que iba, que me meten una querella. Ya sé que me echo más tierra a los ojos que las maquilladoras de Telecinco a Lydia Lozano.
Pero hoy quiero confesar que, de un tiempo a esta parte, estas líneas se me escriben solas.
 A ver, que sí. Que yo googleo, corto, pego y le paso el corrector al texto para que se me cepille lo más gordo.
 Pero la sustancia, el meollo, lo que se dice la chicha a la que hincar los incisivos, me la sirve la casquería en bandeja.
Hay que estar más bruta, ciega y sordomuda que la loba de Shakira antes de que Piqué la trocara en cordera, para no haber visto en directo el nacimiento del nuevo novio de España
. Con el debido respeto a la finada y a sus deudos, en el duelo por la duquesísima, el vencedor absoluto ha sido el último en llegar a esa casta, perdón, dinastía.
Ni el legítimo heredero, que tendrá todas las grandezas de España, pero anda pelín falto de salero.
 Ni el Hermano Mayor del Cristo de los Gitanos, que parecía la novia en la boda aunque jurara abominar del protagonismo
. Ni siquiera la exniña terrible Eugenia Martínez de Irujo, pobre, que aquí cumplimos años todas. El doliente más rutilante de esas exequias fue Alfonso Díez, duque viudo y vitalicio de Alba aunque vuelva a casarse, torres más altas han caído.
Ahí tenías el exfuncionario: el primero en llegar y el último en irse
. Digno, íntegro, rectísimo. Llorando a su santa igual o más noble que todos sus hijastros y exnuerastras juntos.
 Sin un pero, ni una queja, ni un mal gesto
. Con lo que tuvo que oír ese hombre hasta que Cayetana repartió el bacalao en vida con tal de casarse a los 85 en contra de la voluntad de su prole.
 “No sé si he sabido decirte lo que te he querido, lo que te quiero y lo que te querré”, rezaba el crespón del último ramo de rosas que le envió a su chica en la correspondiente corona.
 Mira, no hay monteras suficientes en todos los cosos del globo para quitárselas ante ese amante esposo
. Y eso que en Dueñas debe hacer cientos de ellas, a tenor de la cantidad de veces que la difunta se puso el mundo por ídem, según sus hagiógrafos.
 La duquesa rebelde, dicen. Sería sin causa, como Jeanette, ¿o era Dean? Porque yo también soy contestona con equis palacios y equis al cubo fincas libres de impuestos de dónde ir tirando.
Total, que con todo este drama se me ha ido cruda Isabel Pantoja entrando en una trena donde está de jefa del economato una prima de Raquel Bollo, ex a su vez de su primo Chiquetete, ya he dicho que en esa saga son muy endogámicos.
 Por cierto, ahora que caigo en que, Antes del Deceso, el ¡Hola! salía con el notición de que la viudísima Isabel Preysler vuelve a sonreír en el concierto de su hijo Enrique, se me ha encendido la bombilla.
 ¿Dónde vas, Alfonso Díez? Perdóneme, duque, pero soñar es gratis.

Mi padre y mi madre, esos desconocidos.................................................. José Andrés Rojo

Mi padre y mi madre, esos desconocidos

La literatura se alimenta con frecuencia del universo familiar para levantar acta de la inmensa complicación de vivir.

Edna Lavon Akin, la madre de Richard Ford.

Cuando tenía nueve o siete años, una vecina le preguntó quién era. Vivían entonces en Jackson, Mississippi, y el muchacho contestó: Richard Ford.
“Sí, claro. Tu madre es esa mujer guapa de pelo negro que vive un poco más arriba”, observó aquella señora, y el escritor estadounidense escribe: “Eso me afectó entonces y me afecta todavía hoy. Creo que fue la primera vez que tuve la idea de que mi madre era alguien más que mi madre, alguien a quien los demás veían y juzgaban: una mujer guapa, cosa que no era”.
 Lo habían sacado un instante de sí mismo y le habían permitido descubrir a otra mujer. “Pienso que, después de eso, nunca volví a pensar en ella de otra manera que como Edna Ford, una persona que era mi madre pero también alguien más”.
Es verdad que son demasiado próximos, padre y madre, están metidos tan dentro que resulta difícil tratarlos como extraños
. Es como si fueran una prolongación de nosotros mismos. O mejor, nosotros somos esa prolongación, como una simple adherencia que en buena medida les pertenece. Hasta que un día se produce la ruptura o surge después de mucho tiempo una súbita curiosidad o se ve que tienen un peso en lo nuestro que no se imaginó hasta entonces.
 Nunca los tomamos en serio, estaban simplemente ahí, demasiado mezclados en nuestra historia como para observarlos con interés.
Primavera de 1923. J. R. Ackerley se dirige a París para encontrarse con sus padres que han viajado allí a visitar a su hermana, que trabaja como modelo en una casa de modas. Una tarde pasea con su padre por el Bois de Boulogne, y se sientan en un banco a ver pasar a la gente
. El escritor británico apunta:
 “Si en aquel entonces hubiera sabido de él todo lo que llegué a saber después de su muerte y hubiera pensado en él tanto como he llegado después a pensar, ¡que conversación tan interesante podríamos haber tenido!”.
Pero no hablaron de nada especial, se tenían muy vistos, repitieron acaso los papeles que les habían tocado en su historia familiar y, por tanto, aquella tarde sólo se dedicaron “a observar un gran excremento de perro en medio del paseo en el que estábamos que él me acababa de señalar.”, cuenta Ackerley.
“¿Qué persona de las que pasaban iba a ser la primera en pisarlo? Eso era lo que provocaba nuestra curiosidad, y de esa manera insensata, ya se tratara de excrementos de perro o de ‘historietas’ o de cualquier otra trivialidad , pasó toda nuestra vida en común sin que nos diéramos cuenta”.
Richard Ford explica al principio de Mi madre:
 “Los padres nos conectan —por encerrados que estemos en nuestras vidas— con algo que nosotros no somos pero ellos sí; una ajenidad, tal vez un misterio, que hace que, aun juntos, estemos solos”. Por eso en aquel breve libro se empeña en ir más lejos y se toma el trabajo de rascar en unos cuantos fragmentos, y tira de ahí para poder darse cuenta de que, efectivamente, su padre y su madre tuvieron otra vida, que existió otro mundo anterior, relaciones diferentes, viajes, lo que sea: esa ajenidad.
Así que lo primero que hizo Richard Ford fue irse hacia atrás y explorar lo que pasaba en el Sur en los años treinta: “una especie de torbellino que no ofrecía en realidad un sitio adonde ir”.
 El escritor nació en 1944 cuando su madre tenía 33 años y su padre, 39.
 Tuvieron por tanto tiempo de ser otros, y se acuerda de que su madre sólo hizo fugaces referencias a aquellos años (“demasiada bebida, desenfreno, desarraigo”) como si en aquel tiempo hubiera existido sobre todo “una cierta ligereza de espíritu, algo en lo que, aunque no se lo pudiera llamar maldad, era preferible que un hijo no pensara demasiado, algo por lo que no tuviera que preocuparse. En esencia había sido su tiempo, un tiempo para sus fines y no para los míos.
Y había quedado atrás”.
J. R. Ackerley y su padre (a la izquierda).
También J. R. Ackerley se dedica en Mi Padre y yo todo el rato a husmear, preguntando, procurando saber quién diablos era su padre, qué fue lo que le pasó en ese tiempo anterior, en esa especie de pleistoceno donde los mayores aún son libres y tienen todas las posibilidades abiertas por delante y pueden equivocarse y no son todavía esos rostros severos y cariñosos que apuntan el camino por el que nos toca discurrir.
 La primera frase de Mi padre y yo ya establece desde el principio la medida del desafío de J. R. Ackerley: “Yo nací en 1896 y mis padres se casaron en 1919”
. ¿Qué hicieron hasta entonces? ¿Cuál fue su historia?
En la nota introductoria de su fascinante exploración sobre el pasado de su padre y sobre su homosexualidad —ambos planos se van cruzando y es como si tuvieran en algún sitio una conexión profunda—, J. R. Ackerley reconoce que ha prescindido de seguir un orden cronológico y que decididó adoptar “el método de excavar aquí y allá (...) descubriendo en cada golpe de azada alguna cosa nueva bajo tierra”.
 Así que empieza por la juventud de su padre, las dos amistades íntimas que le facilitaron la vida, el encuentro con su primera mujer, el noviazgo con su madre, las dificultades con el primer hijo, su nacimiento, la relación con su hermana pequeña, el ocultamiento de la pareja y los críos. Seguramente el capítulo que te deja más turulato sea el que dedica a la guerra de 1914
. “Cuando al fin salimos de las trincheras y nos lanzamos al ataque en plena luz del día, el aire estaba plagado de murmullos, zumbidos y plañidos que sonaban como enjambres de avispas y avispones, pero eran, naturalmente, balas”.
 Le tocó primero ir a él al frente. Su hermano, enfermo, sólo consiguió que lo alistaran después. Coincidieron en unas trincheras.
 Al hermano le encargaron una misión, lo hirieron, casi se queda ahí, pero consiguió sobrevivir a ese percance. No al siguiente:
“El 7 de agosto de 1918, justo antes de que cesaran las hostilidades, estaba en la trinchera llenándose la pipa y, al volverse a saludar a un amigo, una granada lo decapitó”.
Cuando Richard Ford se refiere a la relación de sus padres comenta que no se planteaban grandes cosas: “Descubrieron, si no lo sabían ya, que habían firmado para todo el viaje”
. Se instalaron en Jackson, el padre trabajaba vendiendo almidón para una compañía de las afueras de Texas, así que salía los lunes de casa y volvía los viernes.
Aquello duró quince años. “Un hombre agradable, corpulento, cariñoso, que nos visitaba. Feliz de volver a casa. Feliz de marcharse”.
 El 20 de febrero de 1960, cuando Richard Ford tenía 16 años, su padre se levantó una mañana jadeando y murió unas horas después.
Es curioso que, a la hora de reconstruir las vidas de aquellos que han estado más cerca de nosotros, y de los que debería existir una multitud de pistas y de recuerdos y de viejas historias compartidas, al final no queden sino unos cuantos momentos. Richard Ford se acuerda sólo de un par de cosas, y de algunas broncas de sus padres
. Una vez, por ejemplo, iban de viaje y pincharon en el puente de Greenville.
 Era pequeño y su madre debió asustarse tanto, o vaya usted a saber, que lo apretó tanto que casi lo asfixia. Cuenta también dos peleas.
Sus padres estaban borrachos. Se acuerda de que la segunda fue peor, que se gritaron y forcejearon, pero que luego se les pasó.
 “Y después de un rato, recuerdo, estábamos todos otra vez en la cama, yo en el medio, y mi padre llorando. ‘Bua, bua, bua. Bua, bua, bua’. Éstos eran los sonidos que emitía, como si hubiera leído en algún sitio cómo se llora”.
Cuando J. R. Ackerley y su hermano eran adolescentes, un día de 1912 su padre decidió hablarles seriamente cuando estaban en la sala de billar de una de las casas que habitaron por aquella época. “Recuerdo que confesó haberse iniciado a una edad temprana en la práctica con respecto a la cual le parecía conveniente aconsejar moderación, y luego aprovechó la oportunidad para añadir (...) que en materia de sexo no había cosa que no hubiera hecho, experiencia que no hubiera tenido ni lío en el que no se hubiera metido y del que no hubiera salido, de modo que si alguna vez teníamos necesidad de ayuda o consejo no nos debería dar ninguna vergüenza acudir a él y podíamos siempre contar con su comprensión y solidaridad”
. Conviene retener la observación que hace inmediatamente el escritor británico, que tanto abominó al terminar la guerra de la vida ordenada y regular de su padre y cuánto quiso que la suya fuera libre y sin ataduras, y terminó sin embargo trabajando en la BBC durante treinta años
. Escribe: “De que sus palabras fueron magníficas y amistosas no me di cuenta hasta que fui mayor; el hecho de que nunca las tuviera en cuenta es precisamente la razón de este libro...”.
Así pueden ser las cosas con tu padre y con tu madre, que se pierde el tiempo de manera insensata, un día ves que uno llora como si estuviera aprendiendo a hacerlo con un manual, o te toca padecer algún discurso solemne, del que no vas a sacar ningún partido.
Y sin embargo ahí, en la órbita familiar, se va cociendo a fuego lento tu carácter y tus maneras y tu forma de tratar con el mundo y con los demás. Freud convirtió la familia en el laboratorio de sus investigaciones, y hurgó hasta donde pudo en los ríos internos que ahí se desbocan y estallan y terminan por marcarte el rumbo.
 Quién sabe lo que queda de esas relaciones peligrosas, que parecen sin embargo tan rutinarias, y que resultan tan poco especiales hasta mucho después, cuando ya es irremediable cuanto ha ocurrido y no hay mecanismo alguno para restaurar lo que pasó. Richard Ford termina su libro comentando que en la vida de su madre no hubo “nada particularmente brillante, nada notable
. Nada heroico. Ningún logro honorífico que ensanchara el corazón”.
Luego, sin embargo, añade que lo ayudó a hacer viables sus “afectos más verdaderos”. “Y conocí con ella ese momento que todos querríamos conocer, el momento de decir: ‘Sí, las cosas son así’.
 Un acto de conocimiento, que confirma el amor. Conocí eso”.
Luis Landero, su hermana mayor y su abuela Francisca.
J. R. Ackerley, por su parte, fue descubriendo cada vez episodios más inexplicables de la vida de su padre y hay un momento en que, desarmado, no tiene otro remedio que reconocer que fue “un misterio”.
 Buena parte de sus afanes los orienta a desvelar qué fue lo que realmente le pasó, qué hizo, en qué anduvo cuando era joven y también después.
 No tiene sentido recoger aquí los líos en que se metió. Cuando la madre de Ackerley muere, su hermana y él van abriendo todos sus cofres y baúles para saber también más de su vida y averiguar si hay ahí algo que arroje un poco más de luz sobre los asuntos del padre. No han encontrado nada y sólo les queda un maletín negro. “Lo primero que vieron mis ojos fue una página escrita a lápiz con la letra de mi madre
: ‘Privado. Quémenlo sin leerlo’. ¡Al fin! Debajo había diversos paquetes atados con cinta. Estaban llenos de deshecho. No había nada más en el maletín”.
 Poco despues, J. R. Ackerley sentencia: “Se han hecho muchas preguntas, a pocas se les ha dado respuesta. Se han establecido algunos hechos, muchas otras cosas tal vez sean ficción, el resto es silencio.
 De mi padre, de mi madre, de mí mismo, no sé al final prácticamente nada”.
También Luis Landero se ha visto arrastrado en su último libro, El balcón en invierno, a tirar del hilo de los asuntos familiares y también asoman ahí su padre y su madre como dos de los personajes de mayor relieve en la trama de su vida
. A veces se los ve de escorzo, lejanos y desdibujados; otras veces, pasan a primer plano y lo llenan todo. Landero va contando, a saltos y de manera fragmentaria, unos cuantos momentos que dan cuenta de su biografía, pero que son también retazos de la historia de España, y que hablan de ese salto vertiginoso que le tocó dar a un país que venía de las tenebrosas sombras de una larga dictadura y que se metió de pronto en la modernidad sin que diera tiempo a darse cuenta de lo que de verdad estaba pasando.
 Por eso uno de los grandes protagonistas del libro es el campo, la vida de una familia de labradores en Alburquerque, Extremadura ,y hay algunas largas relaciones que son un prodigio de precisión a la hora de construir un mundo.
 “Comíamos casi a diario garbanzos con repollo, tocino y morcilla, migas, y a veces bacalao con arroz, con patatas, con tomate, frijones, sopa de fideos con hormigas, sopa de tomate, sopa sorda de poleo, sopa de trapos, guisos de caza, ancas de rana, pan con aceitunas, pan con tomate, pan con quesadilla de cabra, pan con queso de oveja, queso de oveja con café negro portugués, aceitunas con troncho de col, buche, cachuelo, pestorejo, chanfaina, chorizo de oveja modorra, caldereta, peces de la rivera, perrunillas, bolluelas, rosquillas, dulces recios y nutritivos hechos en horno de leño, pepitas tostadas de melón”.
Una larga lista que resume un mundo.
 Ni tenían estudios en su familia y casi ninguno había visto el mar.
 Y de ahí saltaron a un piso en un edificio en el barrio de Prosperidad, Madrid, años sesenta. Emigraron del campo, llegaron a la ciudad, que todo lo promete y que va birlándolo todo. Fue el padre de Landero el que acusó de manera más rotunda el cambio.
 Para él, “éramos héroes épicos a los que el destino no les concede apenas la festividad de un descanso”. Inadaptado, con un desgarro remoto e incomprensible, aquel padre sólo infundía miedo cuando lo que quería era, seguramente, ser cariñoso, y facilitarles un futuro a aquellos hijos que había traído a un mundo tan hostil.
El día que el padre muere, a Landero le empieza una nueva vida
. El libro salta de las ocupaciones a las que tuvo que dedicarse a su formación como escritor, con una época larga entregado a la guitarra.
 Todo el rato, la complicidad con su madre, con la que habla de todo y a la que no deja de preguntarle por el pasado. “Van quedando muy pocos de su generación, y pronto no habrá nadie a quien preguntar sobre aquellas vidas anónimas y humildes, y a punto de extinguirse del todo en la memoria colectiva”. Siempre quedan pocas cosas para reconstruir la vida de esos extraños que son los más próximos.
El padre, la madre, las hermanas, el primo Paco, todos los que vivieron siempre allí, en el pueblo. Landero cuenta de las dificultades de tratar con su padre y escribe: “Sí, aquel hombre era demasiado padre para mí. O yo poco hijo para él”. Pero nada obedece a plan alguno, nada es permanente, y llega el día en que el hijo se acerca al lugar donde el padre se está muriendo. La escritura está seguramente para eso, para salvar algunos gestos de la demolición del olvido:
“Yo no le había visto nunca aquella mirada”, apunta Luis Landero. “Era una mirada de miedo, indefensa, y sobre todo implorante. Me miraba implorando algo, quizá mi cuidado, mi cariño, mi protección”
. Un poco más tarde se había marchado definitivamente.