Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

26 oct 2014

Las cuatro castas de la visa ‘business’.......................................................................... José Manuel Romero

El límite de las tarjetas de Caja Madrid osciló entre los 2.500 euros mensuales para consejeros sin poder y los 12.000 que podían gastar Rato y sus directivos.

Visa oro o visa plata para cuatro castas: consejeros, vicepresidentes, controladores y ejecutivos
. Las tarjetas opacas de Caja Madrid, con las que 83 consejeros y directivos de la entidad hicieron gastos indebidos y sin control entre 1999 y 2012, se diferenciaban entre sí por los límites de gasto mensual.
 Los consejeros de la base, la inmensa mayoría, podían gastar 2.500 euros al mes; los miembros de la comisión de control, 3.400; los vicepresidentes, 3.700 y los presidentes, de 6.000 en adelante
.Estas cantidades sufrieron cambios sustanciales cuando Miguel Blesa dejó la presidencia tras 14 años de mandato y le sustituyó Rodrigo Rato
. Entonces, los nuevos consejeros de la base que se incorporaron a Caja Madrid recibieron tarjetas con un límite de 6.000 euros mensuales (el doble que las que tenían los que continuaron).
El presidente y sus directivos se pusieron un tope de 12.000 euros.
Los contratos de las tarjetas, firmados por sus titulares, señalan el límite de gasto mensual y están incorporados al sumario abierto en la Audiencia Nacional
. El juez Fernando Andreu, instructor de la causa, ha imputado a los dos últimos presidentes de Caja Madrid, Rodrigo Rato y Miguel Blesa, por supuesta administración desleal y apropiación indebida.
Rato ha depositado un aval bancario de tres millones de euros por la fianza civil que le impuso el magistrado
; Blesa no logró reunir los 16 millones de fianza que fijó el juez y todo su patrimonio será embargado.
La evolución en el tiempo de esos contratos muestran subidas difícilmente justificables en función del coste de la vida y reflejan diferencias de trato sólo explicables en función del poder interno que atesoraba cada miembro de los órganos de Gobierno de Caja Madrid.
Una misma tarjeta, cinco límites. 
Miguel Blesa llegó a la presidencia de Caja Madrid en 1996 aupado por IU y CC OO, que con sus votos le dieron una mayoría más que suficiente para gobernar la entidad financiera
. En aquellos años, los consejeros disfrutaban de una visa con la que podían cargar hasta 900 euros al mes en gastos de representación.
 Blesa subió la cantidad a 1.300 euros hasta 2003.
 Ese año estuvo a un paso de perder el primer sillón de Caja Madrid pero lo mantuvo gracias, de nuevo, al voto dividido de IU y Comisiones Obreras.
Los consejeros de entonces firmaron nuevos contratos de sus tarjetas con un límite mensual de 2.500 euros (una subida del 90% respecto a 2002).
 Los vicepresidentes (uno del PSOE, uno del PP y uno de IU) podían cargar 3.700 euros al mes a las tarjetas. Los miembros de la comisión de control, que velaban por la legalidad de los actos y decisiones del consejo de administración, tenían asignado un límite de gasto de 3.400 euros mensuales.
Cuando el ex secretario de Estado Estanislao Rodríguez Ponga llegó en 2006 al consejo de administración de la mano del PP y fue colocado en una de las vicepresidencias, le correspondió una tarjeta con 5.500 euros (un 30% superior a la que tenían otros vicepresidentes).
Estos límites saltaron por los aires cuando Rato accedió a la presidencia de Caja Madrid pese a que los tiempos de su mandato recomendaban austeridad porque la crisis amenazaba la estabilidad financiera de España.
 Los nuevos consejeros que entraron con Rato en la entidad financiera recibieron una visa con 6.000 euros de límite mensual de gasto
. El nuevo presidente y sus directivos disfrutaron de tarjetas donde podían cargar gastos de hasta 12.000 euros al mes.
Las tarjetas sirvieron para costear actividades de representación relacionadas con la actividad de Caja Madrid y para otros muchos gastos particulares (regalos, ordenadores, ropa, juguetes, alimentos…).
Rato no fue capaz de explicar al juez quién limitaba el gasto de las tarjetas, tan sólo señaló que existían desde los años noventa “y formaban parte del concepto retributivo que Caja Madrid tenía para consejeros y sus directivos”
. Si era una retribución, la mayoría de los consejeros decidió bajarse el sueldo porque el repaso al consumo anual de las tarjetas en la mayoría de los casos demuestra que nunca llegaron a gastar ni las dos terceras partes del límite impuesto.
“El señor Barcoj me dijo los límites, yo no los revisé”, contó Rato al juez.
Pero el señor Barcoj, Ildefonso, director financiero de Caja Madrid, declaró antes al magistrado que los límites los decidían los presidentes de la entidad.

Gastos para todos los gustos políticos

La Agencia Tributaria ha llamado a la mitad de los 83 consejeros que disfrutaron de una visa gratis con cargo a Caja Madrid para comprobar si los pagos cargados a esa cuenta de la entidad financiera se corresponden con lo que fiscalmente se entiende como gastos de representación, que desgravan a la empresa que los justifica
. Examinará cada cargo de las tarjetas de los consejeros que mantenían su puesto en Caja Madrid entre 2010 y 2012, años no prescritos sobre los que Hacienda puede exigir una nueva liquidación del IRPF.
Cuando EL PAÍS reveló por primera vez la existencia de tarjetas de crédito para el gasto de los consejeros, en 1999, Ricardo Romero de Tejada, entonces alcalde de Majadahonda, admitió que utilizaba el privilegiado plástico para comidas institucionales de su Ayuntamiento y así evitar un gasto a las arcas municipales.
 De las miles de comidas que financió Caja Madrid con las tarjetas opacas entre 1999 y 2012, el periodo que ahora está bajo sospecha, hay un porcentaje muy elevado relacionado con actividades de los partidos políticos, organizaciones empresariales y sindicales, que tenían uno o varios puestos en el consejo de administración de la caja.
Tras la causa judicial abierta por las visas opacas, los exconsejeros (sindicalistas, empresarios y políticos) o han dimitido o han sido expulsados de sus organizaciones.
 Guardan silencio en público, aunque en privado algunos recuerdan usos de las tarjetas “políticamente incorrectos”.
 “Quienes ahora, como líderes de sus organizaciones, descalifican a los exconsejeros para mostrarse como titanes contra la corrupción, antes conocieron, consintieron y disfrutaron comidas pagadas con la tarjeta donde se trataron asuntos sin relación con la actividad de la caja”, señala un veterano miembro del consejo de administración.

 

¿Y qué dice el otro?................................................................. Juan Cruz

Parece que periodista es aquel que se refiere a la realidad sin preguntar mucho por ella.

En el obituario que publicó EL PAÍS sobre Ben Bradlee, “el gigante del periodismo” que nos acaba de dejar, Francisco G. Basterra recuerda cómo se construyó la informacíón que dio al traste con la presidencia de Nixon, aquel mentiroso
. Fue porque unos periodistas ahora tan legendarios como aquel director del Washington Post indagaron hasta la extenuación sobre lo que había ocurrido, y al final publicaron datos incontestables sobre lo que en principio parecía “un robo de cuarta por cacos de segunda división”.
Como indica Basterra, ese supuesto profesional que puso en marcha Bradlee, adoctrinando a sus jóvenes discípulos, es tan viejo como el mundo, o al menos tan viejo como el periodismo. Preguntaron a partir de dudas razonables, y preguntaron a unos y a otros, varias veces, sin quedarse con la primera respuesta.
Sobre todo preguntaron sin acariciar la respuesta que más les gustara, en contra de ese dicho tan habitual en el oficio: no es cómodo que la realidad te reviente “un buen titular”.
Eso que parece tan viejo como andar, de acuerdo con Basterra, está ahora en entredicho o en retirada, pues parece que periodista es aquel que se refiere a la realidad sin preguntar mucho por ella, para fabricarla según su imagen predeterminada.
 Algunos culpan, y quizá tienen razón, a las redes sociales y a su perversa inmediatez de esta situación en la que preguntar si algo es cierto o no ya no se estila tanto como querían Ben Bradlee y otros apóstoles del periodismo.
 Pero, como siempre, la culpa no es de los soportes, sino de los periodistas, a los que nos vencen la desidia profesional o la comodidad.
Los periodistas nos hacemos eco de investigaciones, sin preguntarnos si los otros implicados en el resultado de tales indagaciones han sido consultados
En función de esa actitud, que no es insólita y que se advierte cada día, informamos de personas, públicas o privadas, de instituciones, públicas o privadas, y, en definitiva, de seres vivos como si se hubieran muerto
. Es decir: aunque los tengas a tiro de teléfono (o a tiro, simplemente), no los llamas para saber si es cierto lo que les vas a atribuir
. Como es muy probable que te lo desmientan, si es delicado o va contra ellos, el periodista suele hacer caso omiso de esa segunda o tercera llamada, y ya ni siquiera se atribuye el valor, tan antiguo, repito, como el periodismo, de confirmar un hecho o una palabra.
 Ocurre también en las investigaciones, supuestas o reales, que se presentan como el resultado de una indagación incontestable.
 Como es incontestable, y además se presenta así, los periodistas luego nos hacemos eco, sin preguntarnos si los otros implicados en el resultado de tales indagaciones han sido consultados o no sobre las delicadas (o no) cuestiones que se les atribuyen.
Repito que esta situación no es atribuible a la urgencia a la que nos han convocado las redes sociales, sino que proviene de la propia naturaleza humana, que siempre espera (hasta que a uno mismo le toca el infundio) que el descrédito caiga como el plomo sobre la cabeza del vecino
. Digamos que el cotilleo nacional, que ha hecho un ruido enorme desde siempre, a veces con consecuencias nefastas, cuenta con el beneplácito de los que escribimos en los medios, más proclives a dar por buena la sospecha que la razonable comprobación de los hechos.
 ¿Para qué comprobar si ya nos gusta cómo ha quedado despellejado el sujeto?
 Pues ya verás cuando te toque a ti, tío.

 

Herederas y colegialas......................................................................... Mábel Galaz

Leonor de España, Amalia de Holanda y Elisabeth de Bélgica están todavía en edad infantil pero ya han comenzado a prepararse para reinar.

La princesa Leonor durante el desfile del 12 de octubre. / Alejandro Ruesga

El relevo que se ha producido en en los últimos meses en las monarquías de España, Holanda y Bélgica ha generado una situación poco común
: los tres nuevos herederos son mujeres y tan jóvenes que están todavía en edad infantil.
 Leonor de Borbón tiene 8 años —cumplirá 9 el día 31 de este mes—, Amalia de Holanda, 11 y Elisabeth de Bélica 13.
Entre las tres suman 32 años, cifra que contrasta, por ejemplo, con la edad de Carlos de Inglaterra que a sus 66 años sigue esperando para reinar algún día.
Tanto Leonor, como Amalia y Elisabeth conocen de alguna manera el destino que les espera pero otra cosa es que por su edad sean capaces de entender la transcendecia de su papel
. En los tres casos, sus progenitores cuidan que su vida transcurra de la manera más normal posible y en especial sus madres, todas ellas mujeres profesionales criadas lejos de la encorsetada vida protocolaria de los palacios.
Princesa Amalia de Holanda de 11 años. / Cordon Press
“Ya tendrá tiempo para estas cosas”, dice Felipe VI cuando se le pregunta porque su hija tiene tan poca presencia en los actos oficiales.
 Leonor hasta ahora solo ha participado en un acto militar el pasado mes de mayo en la academia de San Javier, en las ceremonias del relevo en la Corona el pasado 19 de junio y en el desfile del 12 de octubre
. Sus padres no han creído oportuno que acudiera esta semana a los premios Príncipe de Asturias — que el año que viene llevarán ya el nombre de Princesa de Asturias— pero es probable que coincidiendo con el nuevo enunciado la heredera comience a asistir a la entrega. Don Felipe debutó en estos galardones con 13 años y en ellos pronunció su primer discurso.
Desde el palacio de La Zarzuela se transmite que el deseo de los Reyes es “ir despacio” en todo lo concerniente al nuevo papel de la princesa de Asturias.
 Si en un momento se habló de organizar algún acto para entronizar a la heredera en su nuevo título, ahora se recuerda que su padre lo hizo al cumplir 18 años.
Leonor, eso sí, está recibiendo clases de protocolo
. La niña demostró en el desfile del 12 de octubre conocer al detalle cómo comportarse
. Ella y su hermana cuentan con dos niñeras, una de ellas solo les habla en inglés, pero son sus padres quienes están permanentemente pendientes de su formación. “Son dos niñas extremadamente educadas”, dicen quienes las tratan a diario.
La princesa Elisabeth de Bélica de 13 años. / Cordon Press
La heredera estudia Cuarto de Primaria en el colegio Santa María de los Rosales de Madrid y su hermana, la infanta Sofía, de siete años, Segundo
. Se trata de un centro privado y laico, ubicado en la zona residencial de Aravaca, en el que estudió su padre.
 Dicen que Leonor es una alumna aplicada que asiste además a clases de ballet y que estudia la historia de los Borbones.
 Está previsto que en el futuro reciba instrucción militar y que por su papel de heredera siga algún curso en el extranjero cuando sea algo más mayor, como hizo su padre
. La niña ya habla inglés con fluidez y dicen que es inquieta y ocurrente.
Elisabeth de Bélgica, en cambio, ya se ha estrenado en su papel de heredera.
 Esta semana, con solo 13 años, ha pronunciado su primer discurso ante la atenta mirada de sus padres Felipe y Matilde.
 Lo escribió ella misma y lo leyó en tres idiomas: flamenco, alemán y francés.
 La intervención de la heredera se produjo en Ploegsteert, uno de los puntos clave de la línea defensiva belga durante la Gran Guerra
. La princesa, que fue la única autoridad que habló durante el acto, dijo:
 “Las víctimas de la guerra son las que nos deben mover a conseguir un mundo mejor de justicia y paz”.
 Un año antes, Elisabeth había acudido a la inauguración de una exposición sobre la Antártica a la que fue con su padre, siendo príncipe, y con un grupo de amigas de la escuela y a la inauguración de un hospital que lleva su nombre.
Pese a ser tan pequeña, Elisabeth ya ha tenido algún problema por su condición de heredera
. En diciembre hará un año que los reyes belgas recibieron una amenaza de secuestro de su hija mayor.
 Fue en una carta con tintes racistas y neonazis.
 La seguridad de la niña aumentó pero no dejó su vida normal de colegiala.
Amalia, heredera holandesa, recuperará la tradición de que una mujer esté en el trono de ese país, rota por su padre Guillermo.
 A sus 11 años estudia en un colegio público y es una gran aficionada al deporte —juega a hockey y monta a caballo—. Habla, además del holandés, español e inglés.
 Sus padres siguen un modelo muy similar al de los Reyes de España y la pequeña solo ha aparecido con ellos en actos oficiales.
 El último el Día del Rey, al que acudió por primera vez este año junto a sus dos hermanas.

 

25 oct 2014

Vivan las divas............................................................................. Miguel Ángel Bargueño .


Cubierta del disco EL PAÍS de Música.

Son cantantes que imponen respeto: su autoridad sobre el escenario, su natural desenvoltura y la arrolladora confianza en sí mismas resultan apabullantes.
 Ni siquiera es necesario que gusten a la totalidad de la audiencia; su mera presencia desata pasiones, o, por usar la expresión con que el diccionario define “diva”, dota a estas solistas “de fama superlativa”.
Tan irreprochable es su carisma, que para poner a estas mujeres alguna pega no queda más remedio que recurrir a presuntos talantes extravagantes y comportamientos irascibles, casi nunca contrastados. Lo que ocurre es que como estrellas que son, estas señoras fastuosas traspasan lo estrictamente musical para importar por lo que dicen o hacen; pasan a ser carne de la crónica social.
 Quizá por ello algunos diccionarios en la misma definición apostillan que “diva” también puede usarse en sentido peyorativo (sobre todo cuando se aplica a alguien que no es cantante, habría que añadir).
Fama por encima de gustos y voces reconocibles desde la primera nota son los elementos comunes de estas divas (en el buen sentido) de la música española.
Cantantes que mejoran cualquier repertorio y que incluso lo sobrepasan: a menudo son más grandes que sus canciones. Las quince más rotundas aparecen reunidas en Salón de la fama: Ellas, cuarta entrega de EL PAÍS de Música (a la venta mañana domingo con EL PAÍS por 5,95 €), la colección que resume el último medio siglo de música en nuestro país en 24 antológicos libros-CD.
Se trata de una selección de artistas de diferentes décadas y estilos a veces antagónicos que puede causar sorpresa por su audacia.
 Una sorpresa pasajera, en cualquier caso: en cuanto se escucha el disco la convivencia de estos nombres dispares queda plenamente justificada. Sara Montiel, quien demostró que no se precisa una gran voz para irradiar poderío, conecta directamente con Alaska; la elegancia y saber estar de Ana Belén y Luz Casal tienen mucho heredado de María Dolores Pradera y Mari Trini; no se puede entender a Malú sin haber oído a Rocío Jurado o Isabel Pantoja, del mismo modo que uno sospecha que Montserrat Caballé a la fuerza ha tenido que ser referencia para Mónica Naranjo. Y hay muchas más (Marisol, Rocío Dúrcal, Marta Sánchez, Paloma San Basilio…), objeto de una admiración inalterable con el paso del tiempo, acentuada si cabe por su condición de iconos para el público gay. Como dice Boris Izaguirre en el divertido prólogo del libro:
 “Un país sin divas es un país aburrido, una cultura incompleta”. Por eso este país de aburrido no tiene nada.