Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

15 oct 2014

El hombre de provecho................................................. Juan Cruz

Luis Landero publica 'El balcón en invierno', su novela más personal y desgarrada.

 

El escritor Luis Landero. / Samuel Sanchez

Luis Landero escuchaba a Juan Mayorga como si oyera a un padre
. Al final, el dramaturgo le puso la mano en la rodilla: “Muy bien, chaval”. Estaban en la librería Alberti, presentando la novela de Landero El balcón en invierno (Tusquets), y habría que leer el libro para saber por qué entonces el escritor pudo escuchar en la voz de Mayorga lo que le hubiera gustado que alguna vez le dijera su padre.
El libro es autobiográfico; Landero desnuda su alma y se desnuda.
En la mente (y en el libro) la posguerra de una familia extremeña en Madrid, un padre severo, el hijo díscolo; la muerte del padre, la confesión del hijo ante el féretro: “Seré un hombre de provecho”.
“Lo que quiero es recuperar lo que la vida tiene de hermoso, y lo que tiene de triste. Pero es un canto a la vida en tono suave… Una invitación a vivir
. En un tono no habitual en mí: con ganas de proclamar que mis abuelos, mis padres, mi primo Paco y otros de mi sangre…, toda esa gente anónima que pasa por la vida y se va, se ha ido pero ha vivido”. No fue difícil desnudarse.
“Lo hice en otras novelas, pero con máscara”
. El relato de la muerte del padre, apenas un párrafo, recorre como una sombra y una luz el libro: el hijo ante el féretro promete que ya no será el descarriado.
Él tiene 16 años. “Tengo un sueño recurrente. Llaman a la puerta, voy a abrir y es mi padre
. Su muerte fue un malentendido, no había muerto; se había ido de casa y al cabo de los años vuelve. Es el sueño más feliz de mi vida: reencontrarme con él, un sueño dulce
. Es enormemente triste comprobar que había sido un sueño”.
Lo nuevo del autor de ‘Juegos de la edad tardía’ retrata la figura del padre
“Me gustaría que fuera real
. Fue tanta la frustración, lo que yo lo decepcioné, tantas las ofensas que le hice… Recuerdo gestos suyos de cariño; tenía pocos, no sabía manifestarlo…
Sacaba su pañuelo de hierbas, me limpiaba los mocos, y me decía: ‘Mira en la chaqueta’. Y me había traído unos cacahuetes, esas pequeñas cosas".
¿Y qué pasó cuando se tornó severo? “Todo se torció porque en cuanto tuve uso de razón, con cinco años, él me preguntaba: ‘¿Qué quieres ser de mayor’… Esa fue su constante pregunta. Tenía un proyecto de vida para mí. ¿Cómo iba a saber lo que quería ser de mayor?
Yo nunca salía en el cuadro de honor con letras doradas y él lo miraba y me decía: ‘¡Lo que yo daría por verte en ese cuadro!’. Era una carga, como una culpa”.
Un hombre de la posguerra; se fue de Alburquerque, dejó sus tierras, todo lo hizo "por sacarnos adelante a mí y a las tres hermanas… Él lo perdió todo, porque tenía talento y afán.
 No sabía cómo encauzarlo… Tuvo la idea brillante de comprar taxis en Madrid con el dinero de sus tierras; no lo hizo: mi abuelo le dijo que la tierra era sagrada… ".
—¿Qué hizo en Madrid?
—Amargarse.
 No tenía nada que hacer; leía el Ya, luego ya no tenía nada que hacer, se aburría.
No trabajaba porque no tenía oficio, ya estaba enfermo y era como un animal enjaulado, iba y venía desasosegado, se asomaba a la ventana, iba al balcón, volvía…
“Así murió desasosegado, en 1964, cuatro años después de venir aquí con nosotros.
 Fueron años amargos. Mi madre [vive, tiene 97 años] me comentaba: ‘Tu padre dice que no le importaría morirse porque no tiene nada que hacer en la vida’
. Tenía un oscuro mundo interior que reclamaba salir afuera… Frustración, amargura. Eso es muy jodido.
Y su única esperanza era yo.
Ver cómo podía tener un proyecto de vida. Pero me convertí en un medio golfillo de la Prospe, me gustaban las motos, el tabaco rubio, las chavalas, el cine, los bailongos…”.
—Y ante su féretro usted le promete que va a ser un hombre de provecho. ¿Cómo pasa de ser una persona a otra?
—En la vida hay momentos esenciales que de pronto te cambian…
 La muerte de mi padre es lo más importante que me ha ocurrido en la vida. No sé de qué manera, pero cambié. Cuando lo velamos en casa entraba a la habitación para verlo, volvía, entraba, volvía, él estaba allí con las manos puestas encima como con forma de tejado de una casita.
Me preguntaba luego cómo se habría derrumbado ese tejadito… Empecé a quererlo mucho, surgió la culpa…”. Él quería que usted lo prolongara. “Que yo hiciera lo que él no pudo hacer. Era su causa; por eso me mandaba interno”.
¿Y cómo cumplió su promesa, Landero? “No sé… la muerte de mi padre creó en mí el imperativo categórico de decir: tengo una misión que lo desagravie. Empecé a trabajar.
 Descubrí que me gustaba estudiar.
 Este soy ahora; mi madre me dice que él hubiera estado orgulloso. Yo sigo soñando que llama a la puerta y que vuelve
. Creo que la herida está cicatrizada. Me consuela contarlo
. Creo que él lo hubiera entendido. Pero, claro, ya es imposible”.
Le decía Mayorga en la Alberti: “Muy bien, chaval”, es lo que a usted le hubiera gustado escuchar de su padre ahora… “Sí, Mayorga me tocaba la pierna… Mi padre me hubiera dicho: ‘¡Por fin has conseguido saber lo que querías ser de mayor!”

Suspenses............................................................. David Trueba

En el cine en que vi 'Perdida' hubo risas no deseadas, cosa que suele suceder cuando un director pretende colar por profundo lo que es una mascarada.

 

Ben Affleck, en una escena de la película de David Fincher 'Perdida'

Hay una anécdota muy conocida de cuando alguien se acercó a Hitchcock para sondear su opinión acerca un homenaje, un hommage, que Brian de Palma le había rendido con una película.
 El director británico recurrió a la ironía al responder: “¿Hommage? Supongo que quiere decir fromage”, que es queso en francés y despertaba más simpatía en el glotón Hitch.
 Aunque su nombre se invoca en cada ocasión en que el suspense se apropia de una pantalla, no es fácil imitarlo.
 E incluso grandes directores de cine como Truffaut cayeron en el ridículo cuando intentaron copiar su estilo y su modo de disponer el argumento de misterio
. Ahora ha vuelto a ocurrir con Perdida, la última película de David Fincher.
 La traducción del título al español ya da pistas, porque Gone Girl es la chica que se fue y Perdida tiene en castellano una segunda connotación peyorativa.
 Nunca se dijo hombres perdidos, con ese machismo atronador, pero las mujeres perdidas apuntaban a una categoría moral que era conveniente castigar.
En el cine en que vi Perdida hubo risas no deseadas, cosa que suele suceder cuando un director pretende colar por profundo lo que es una mascarada.
 Podría ser la película favorita del alcalde de Valladolid y sus autoviolaciones de ascensor, pero apunta a lograr lo que para las aventuras extramatrimoniales logró Atracción fatal, aunque esta vez a costa de la violencia doméstica.
 Hace poco una película danesa, La caza, logró situarnos en el papel del falso culpable de unos abusos a menores, pero el reto residía en entender a los acusadores, a la sociedad linchadora sin reducir la complejidad a los niveles de la chifladura.
Los programas de tele son criticados siempre en esos procesos.
 A veces con demasiada facilidad y un grado de caricatura facilona, como hace Fincher, pero la psicosis colectiva tiene mucho que ver con las prioridades de una sociedad, sus miedos, sus terrores. Esto lo entendió bien Hitchcock
. Cuando vemos que la decena de muertos por legionela en Catalunya no merecen la alarma ni las explicaciones detalladas de la autoridad ni el suspense de otras cepas contagiosas, descubrimos que nunca dejaremos de ser juguetes de las prioridades ajenas y de nuestro incontrolable estado de ánimo.

Javier Marías se detiene en el inicio de lo malo................................................Isabel Valdés Aragonés..


Javier Marias con Montserrat Dominguez, en Casa América. / Samuel Sanchez (EL PAÍS)

"¿Hubieses aceptado el Premio Nobel?", pregunta la periodista Montserrat Domínguez a Javier Marías (Madrid, 1951). "Es como si me preguntas si me hubiera ido con el Mago de Oz de paseo", contesta el escritor
. Las risas llenaron entonces la Casa de América, en Madrid, donde ambos conversaron la tarde del pasado martes sobre la última novela de Marías, Así empieza lo malo (Alfaguara), editada el pasado 23 de septiembre y que ya va por la primera reimpresión. "No veo ningún motivo para que sucediera, pero sí, por qué no, es decir, no lo da el Estado español", reconoce el autor.
Esa historia de susurros cotidianos y retratos de la cruda rutina que es Así empieza lo malo revela no sólo los secretos que cualquier pareja guarda bajo el colchón, sino también los que se ven a través de la ventana en una España que estrena los años ochenta.
 Un país que aún estaba desenvolviendo el regalo de la Transición, "que no fue perfecta y tuvo muchos peajes, pero la compensación era suficiente", apuntó Marías, aludiendo a uno de los asuntos de fondo de la novela
. Solo uno de ellos. El amor, el deseo, el rencor, el pasado, las relaciones humanas, la política, el olvido, la verdad...
 Cada uno es parte y todo de un volumen repleto de historias que se van engarzando con la realidad de un país sin terminar, pero que camina a remolque.
Una de las cosas que uno descubre es que cuando era joven era demasiado imbécil
Y la juventud, esa de la que en libro se dice que tiene "el alma y la conciencia aplazadas". Eduardo Muriel, el protagonista, recuerda y cuenta su historia cuando tenía 23 años.
"¿Cómo era Javier Marías con esa edad?", le pregunta la directora de El Huffington Post. "Una de las cosas que uno descubre es que cuando era joven era demasiado imbécil, a menudo un poco desaprensivo e incluso, en algunos momentos, desalmado.
 Algo que hoy en día no me hubiese permitido", sentencia el autor de Corazón tan blanco.
Marías cree que, cuando uno es joven, la construcción de la propia vida ocupa demasiado el tiempo como para pensar en otra cosa.
Ni siquiera la muerte se vive con la misma intensidad.
Cuando él tenía 26 años, falleció su madre.
Su padre lo hizo en 2005, cuando Marías pasaba los 50: "Uno pensaría que al joven, la muerte de un progenitor lo debería dejar arrasado, porque es más impresionable. En mi caso, estoy convencido de que fue todo lo contrario, aunque recuerde a mi madre a menudo, si no cada día".
Se reconoce como alguien que se estaba incorporando a la vida, con sus propias cuitas, cuando tenía 26.
 Y un hombre a quien la muerte de un progenitor causó mucha más desolación cuando ya había entrado en la cincuentena.
Al Marías de hoy, con cicatrices incluidas, le preocupan los asuntos de siempre, los que rellenan la vida y a los que lleva dando alas durante todos sus años frente a una hoja en blanco.
 Y le añade uno más: "Me parece que hay una necesidad de fanatismo, que demasiada gente anda buscando causas y enemigos y motivos de indignación, como si no hubiera reales".

Las cien obras maestras de Givenchy en el Thyssen

 

El Museo Thyssen-Bornemisza presenta, desde el 22 de octubre de 2014 hasta el 18 de enero de 2015, más de un centenar de los mejores y más reconocidos vestidos del modista francés Hubert de Givenchy (87 años).
 La exhibición está ideada por el propio diseñador y ofrece un enfoque excepcional de sus creaciones a lo largo de casi medio siglo, desde la apertura en 1952 en París de la Maison Givenchy hasta su retirada profesional en 1996



Givenchy fue el primer diseñador en presentar una línea de 'prêt-à-porter' de lujo en 1954 y sus diseños vistieron a algunas de las grandes personalidades del siglo XX, como Jacqueline Kennedy, Wallis Simpson, Carolina de Mónaco o su gran amiga Audrey Hepburn.
 En la imagen, el diseñador con Hepbrun, durante una prueba de vestuario para el estreno de la película 'Historia de una monja' en 1959. 
 

Muchas de las piezas exhibidas forman parte de la historia del cine y de la memoria visual del siglo XX, como el vestido negro de Audrey Hepburn en la película 'Desayuno con diamantes'.
 Junto a otras creaciones que Givenchy realizó para numerosas actrices y películas, estos vestidos subrayan la importancia del cine en la carrera del diseñador. 
 

Los trajes de novia son uno de los protagonistas absolutos de la exposición y de la trayectoria del diseñador. Una selección de estos vestidos, realizados en diferentes épocas y presentados con un atractivo montaje escenográfico, permitirá apreciar de nuevo el carácter innovador y rupturista de Givenchy. 

El trabajo con los distintos materiales junto al tratamiento cromático que le daba a sus atuendos, por ejemplo a las pieles, hicieron de Givenchy un diseñador innovador.
 En la imagen, un detalle de un vestido de noche bordado con pedrería y flecos. 

 

El recorrido de la exhibición termina con unos trajes llenos del 'glamour' de la década de los ochenta, uno de los últimos grandes momentos de la historia reciente de la moda. En la imagen, un vestido de noche recto en organza azul y con escote asimétrico. Una creación de 1982.




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