Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 sept 2014

La mirada distinta de la mujer...................................Mª Ángeles Cabré.................Del Blog MUJERES


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Edición facsímil de 'Visión de Nueva York', de Carmen Martín Gaite, crónica en collage del viaje de la escritora a esa ciudad en 1980.
¿Importa lo que se mira o cómo se mira? ¿Lo mirado o la mirada?
En su dormitorio de la casa de la calle Doctor Esquerdo, en Madrid, la escritora Carmen Martín Gaite tenía colgadas de la pared dos fotografías, una de Greta Garbo y otra de James Dean; las había bautizado, respectivamente, “El equilibrio” y “El caos”
. Eso era lo primero que veía cuando se despertaba, y a caballo entre esos dos conceptos comenzaba su andadura diaria.
 Somos lo que comemos, de acuerdo, pero somos sobre todo cómo miramos.
¿Miran distinto las mujeres? ¿Ven cosas que los hombres no ven o soslayan cosas que a estos les parecen fundamentales?
 El abanico de respuestas es amplio y controvertido, aunque cabe intuir que de haber escrito las mujeres la crónica de la Historia, esta sería bien distinta
. Es por ello que un buen día Georges Duby y Michelle Perrot se lanzaron a dirigir el ingente proyecto colectivo que es Historia de las mujeres, donde aflora todo aquello que, en lo que se refiere a Occidente, los libros de historia callaban: cinco volúmenes ilustrados y ampliamente documentados que cuentan qué fue de la mujeres a lo largo de los siglos, no ya como meras comparsas sino como protagonistas; mujeres que según sus autores “quedaron abandonadas en la sombra de la historia” y que progresivamente escaparon de esa sombra nada cobijadora pero sí asfixiante.
Sin embargo, no es de los hechos sino de las miradas que sobre estos se proyectan de lo que trata el curso que he armado para la Casa del Lector bajo el título “75 años de mirada femenina” (y que tendrá lugar entre el 30 de septiembre y el 3 de octubre), aprovechando la feliz circunstancia de que se cumple ahora el 75 aniversario de la agencia Efe, efeméride que celebra la exposición que puede verse estos meses en sus instalaciones del Matadero
.
 Allí donde la mirada periodística de los profesionales de Efe aspiró a la máxima objetividad (a pesar de que el maestro Kapuscinsky no creyera en ella), las escritoras escogidas para recorrer ese intervalo temporal, que va del final de la Guerra Civil a la actualidad más inmediata, si de algo han hecho gala en sus libros es de la máxima subjetividad.
 De escribir desde “la subjetividad insatisfecha”, hablaba precisamente Martín Gaite en “La búsqueda de interlocutor”.
La autora de Entre visillos y Nubosidad variable es justamente una de las escritoras que vivió y dejó testimonio escrito de esas seis décadas y media tan significativas para la construcción de nuestra identidad actual, que forman también el grueso del viaje que abordó Iris Zavala en La otra mirada del siglo XX. La mujer en la España contemporánea. 75 años determinantes para la historia de nuestro país, desde 1939 hasta este siglo XXI que nos está poniendo a prueba, no tan sólo en el aspecto político sino en lo que han tenido de cambio radical respecto de la condición femenina.
Años de profundas transformaciones, las más veloces que se habían sufrido nunca: de esa España en la que “el ángel del hogar” era el obligado disfraz de la mujer, a los años 50 que propician el auge del turismo y con él el cambio en los usos amorosos (que la propia Martín Gaite tan bien glosó), pasando por la agitación del 68 que impulsa la abolición de las leyes que condenan a las mujeres a la sumisión, hasta llegar al boom económico donde irrumpe un nuevo modelo de mujer tres en uno (esposa, madre y profesional) y a la crisis que actualmente nos sacude, donde las mujeres también padecen eso que Lucía Etxebarria ha bautizado como “liquidación por derribo” en el libro del mismo título (subtitulado “Cómo se gestó la que está cayendo”) y Ana María Moix tilda de democracia enferma en Manifiesto personal; un tiempo, el nuestro, donde para colmo la igualdad de género se da por supuesta, mientras las cifras confirman que apenas existe.
La escritora Carmen Martín Gaite
No se me ocurre vehículo más elocuente para adentrarnos en esos lustros fecundos que el autobiografismo, de ahí la elección de memorias, diarios, epistolarios, anotaciones personales e inclusive textos ensayísticos de carácter testimonial para dar cuenta de ese devenir de los años anclado a las circunstancias políticas: del patrón que cortó para ellas la Sección Femenina (que las quiso madres amantísimas y complacientes servidoras de sus maridos) a la médico de guardia, a la catedrática de universidad, a la directora de cine, a la maître de restaurante, a la guía turística... Esther Tusquets, Lidia Falcón, Mercedes Formica, Clara Janés, Dolores Medio, la citada Martín Gaite, Soledad Puértolas, Cristina Fernández Cubas, Rosa Chacel, Ana María Moix, Laura Freixas, Montserrat Roig, Maruja Torres o la mencionada Etxebarria dibujan un buen mapa de la memoria de ese paréntesis que forman posguerra, transición y democracia.
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Ana María Moix, Ana María Matute y Esther Tusquets en 1970. Foto de César Malet
“En el mundo en que yo me movía durante la segunda Guerra Mundial, el mundo de mis padres, de mis tíos, de los amigos de mis padres, todos –menos tía Sara, claro- estaban a favor de los alemanes, en gran medida porque habían apoyado a los nuestros durante la guerra civil, y todos ellos eran –menos tía Sara, claro- fervientes franquistas”, escribe Tusquets desde su identidad de burguesa acomodada en Habíamos ganado la guerra.
 Mientras en las antípodas se haya la memoria dolorosa de Lidia Falcón, como cuenta en La vida arrebatada:
 “En Barcelona, último refugio para nosotras las supervivientes de aquella masacre, nos reunimos el 6 de enero de 1940, tres mujeres y tres niñas, para intentar reconstruir nuestras vidas tan trágicamente mutiladas.
 Allí, en el piso tercero del número 19 de la calle Muntaner, que había alquilado mi madre con la ayuda de José Bernabé Oliva, su compañero sentimental durante veinte años, fuimos malviviendo los terribles tiempos de aquella posguerra regida por el hambre, las enfermedades y la desesperación de la mayoría del pueblo español”.
Por su parte, Maruja Torres, a colación de esos años 60 en que ardía Vietnam, se revela cronista crítica de la condición de su sexo en Mujer en guerra. Más másters da la vida:
 “Para entonces, ya había descubierto algo fundamental: que una mujer sólo tiene posibilidad de decidir su propio destino (y aún así con muchas dificultades, con mucha lucha) si no depende económicamente de nadie.
 Lo que en aquellos años ganábamos las muchachas como yo no nos proporcionaba ni la décima parte de lo necesario para hacernos con una autonomía decente, pero era un comienzo
. A mí me suministraba la fuerza y la dignidad precisas para encarar a mi progenitora y resistir sus intentos de mantenerme sometida a los dictados morales del qué dirán”
. Está claro que nadie mejor que ellas para contarnos cómo han vivido las pasadas décadas y nada mejor que sus textos autobiográficos como depósito de esa experiencia pasada por el cedazo de la reflexión y la escritura: testimonios que cuentan los intersticios que a la Historia con mayúsculas y al periodismo indefectiblemente se le escapan.
Mª Ángeles Cabré es escritora, crítica literaria y directora del Observatorio Cultural de Género. Su último libro es el ensayo Leer y escribir en femenino (2013).

Espartaco también se rebeló contra la lista negra............................................................... Carlos Boyero

Kirk Douglas recuerda, a sus 97 años, el rodaje de aquella mítica película que dirigió Kubrick.

Kirk Douglas en una escena de 'Espartaco', dirigida por Stanley Kubrick en 1960

Entra dentro de la lógica que una persona se despida de este mundo, a ser posible sin sufrimiento, con resignación, con un poco de dulzura, cuando ha cumplido la provecta edad de 89 años
. Le ocurrió en el mes de agosto a esa mujer y actriz excepcional llamada Lauren Bacall.
 Pero era inevitable que aquello provocara en cualquier cinéfilo con canas la dolorosa sensación de que al morir esta anciana de lengua afilada, personalidad genuina e inmarchitable clase desaparecía uno de los escasos símbolos que quedaban vivos de una forma y una época de entender el cine, que el aroma de algo tan reconocible como fascinante, de un estrellato identificable y peculiar, de un universo abarrotado de talento y estilo, se había quedado muy solo con su defunción.
Y al hacer melancólica memoria sobre los grandes personajes de aquel mundo que todavía habitan la tierra, descubres que Bacall era la penúltima superviviente.
 Y queda el último. Con todo mi respeto y admiración hacia gente legendaria como Gene Hackman y Clint Eastwood, que son octogenarios largos, no les incluiría como representantes del viejo Hollywood.
 Son otra cosa
. El último y glorioso dinosaurio que aún se mantiene con vida fue bautizado con el nombre de Issur Danielovitch Demsky, pero, deduciendo que no era el más apropiado cuando la vocación o los sueños se han empeñado en alcanzar el estrellato cinematográfico, cambió esa identidad inconfundiblemente judía por el nombre tan rotundo y sajón de Kirk Douglas.
Y fue un actor especial, poderoso, cautivador, con nervio, con capacidad para que ninguno de sus espectadores se olvidara de su presencia desde la primera vez que le observaron en la pantalla
. En mi caso, me ocurre con él, al igual que con Cary Grant, John Wayne, Robert Mitchum (cuentan que éste y Douglas se detestaban, Mitchum le consideraba un farsante y un enredador) y algún otro ilustre habitante de esa época dorada, que independientemente del personaje que interpretaran no solo me los creía, sino que su presencia justificaba el precio de la entrada.
 Douglas siempre es complejo, desprende sensación de peligro y tensión, su dureza es auténtica, pero puede emocionar sin necesidad de aspavientos o de sobreactuación al receptor, siempre hay algo épico y luminoso en él aunque interprete el reverso tenebroso de personajes complicados, con aristas, atormentados, temibles, su gama para expresar sentimientos intensos es muy amplia y lo resuelve con admirable sobriedad.
 Es raro imaginarlo en la piel y en el corazón de gente cotidiana (lo suyo es la fascinación permanente), pero es tan buen actor que seguramente lo hubiera hecho sin esfuerzo.
 A Douglas le sientan bien los géneros en los que ocurren muchas cosas, se mueve como pez en el agua en la negrura, el western, el cine histórico, la aventura, los enfrentamientos épicos, los matices, la epopeya, la violencia física y psicológica, las situaciones tensas.
 El rubio del hoyuelo es igual de electrizante en primer plano y en plano general, y está claro que si en la pantalla aparecen varios personajes en una secuencia, lo más probable es que el espectador no pueda apartar la vista de su rostro, sus movimientos, su gestualidad, lo que muestra, oculta y sugiere. No solo tiene arte y fuerza.
 También imán.
A Douglas le sientan bien los géneros en los que ocurren muchas cosas, el western, el cine histórico, la aventura, la epopeya
Kirk Douglas descubrió muy pronto que podría tener control sobre su carrera y disponer de un notable pedazo de la tarta cuando sus ambiciosas ofertas se vieran recompensadas con una gran demanda en la taquilla si montaba su propia productora, si además de ejercer modélicamente su trabajo delante de la cámara pudiera saber todo lo que ocurría detrás de ella, levantar proyectos en los que sus gustos o su instinto creían.
 La llamó Bryna, el nombre de su madre, homenajeando a la sufrida esposa de aquel trapero borracho, lenguaraz, violento, irresponsable con sus deberes familiares, que amargó la vida de los suyos.
Los comienzos son brillantes. Douglas llega al convencimiento viendo Atraco perfecto de que el niño prodigio que la ha dirigido posee un arte singular y torrencial.
 Se llama Stanley Kubrick.
Juntos harán la escalofriante Senderos de gloria, una película corrosiva que siempre provocará alergia a los jefes de los ejércitos, reivindicadora de aquella certidumbre de Valery convencida de que el patriotismo es el último refugio de los canallas.
 Pero los descomunales egos del director y de la estrella, que además financia la creatividad del primero, chocan inevitablemente.
 Nada hace sospechar que vuelvan a colaborar en el futuro
. Pero volverían a juntarse y a maldecirse.
Para engendrar una obra dotada de perdurable grandeza, un himno épico y lírico a la rebelión y la derrota de los que estaban destinados al sufrimiento extremo y la esclavitud desde su nacimiento.
 Se titula Espartaco y después de 54 años mantiene intacta su belleza, su fuerza, su poder de conmoción, su sentimiento, su poesía.
 Aunque la haya disfrutado infinitas veces, hay varios momentos en el que mis viejas sensaciones se repiten.
Mis ojos se humedecen cuando escucho a Espartaco decir esto: “Yo no sé nada, nada. Quiero saber. Todo. Por qué una estrella cae y un pájaro no. Dónde está el sol por la noche. Por qué la luna cambia de forma. Quiero saber dónde nace el viento”.
A Varinia suplicándole a Espartaco: “Prohíbeme que te abandone nunca”. Varinia enseñándole el hijo de ambos a Espartaco en medio de su crucifixión.
Hay otra secuencia inolvidable en la que todo el ejército de Espartaco repite
 “Yo soy Espartaco” cuando el obsesivo Craso interroga a los vencidos para saber quién es su misterioso líder, ese esclavo que ha logrado aterrorizar a Roma.
 Yo soy Espartaco, así ha titulado Kirk Douglas su libro de memorias de aquel rodaje.
 No hay excelsa literatura en su prosa ni en su estilo narrativo, es dudoso que a los 97 años el autor tenga recuerdos tan abundantes y precisos, te asalta la sospecha de que puede haber tenido ayuda en su redacción, al igual que en su autobiografía El hijo del trapero tiene claro que él es el bueno de la tortuosa película casi siempre.
A pesar de estas razonables dudas, la lectura de testimonio tan apasionante es ineludible para la cinefilia.
 También el agradecimiento a Douglas no solo por la obra de arte que él puso en marcha y protagonizó, sino por haber tenido la osadía y la decencia de poner el nombre del apestado guionista Dalton Trumbo en los títulos de crédito.
 Las listas negras —impuestas por la siniestra caza de brujas en aquel duradero “tiempo de canallas”, en definición incontestable de Lillian Hellman— sufrieron por primera vez inapelable guerra. Douglas arriesgaba mucho.
 Demostró coraje y honestidad.
 Y le salió bien.
Yo soy Espartaco. Kirk Douglas. Presentación de George Clooney. Traducción: Ricardo García Pérez. Capitán Swing. Madrid. 200 páginas. 17 euros.

 

Rose Ausländer y la poesía después de Auschwitz............................................................. Cecilia Dreymüller

Una cuidada selección y traducción de los versos de la poeta muestra su progresivo acercamiento a Paul Celan.

 

La poeta Rose Ausländer en 1931.

La poesía escrita por los supervivientes del Holocausto, como búsqueda de un lenguaje no contaminado, como intento de guardar la memoria del sufrimiento, supone uno de los más altos retos de la creación literaria.
 Su dificultad no estriba sólo en la imposibilidad de adecuar la expresión poética a la experiencia de Auschwitz, como sentenciaba Adorno, sino en la resistencia del poeta contra la culpa de haber sobrevivido, contra el silencio que impone el legado de los muertos
. Desde los años sesenta, esta resistencia y resurrección poética desde el dolor, a los que cada autor, cada autora, se enfrenta desde sus propias circunstancias y posibilidades, están indisolublemente asociados a los nombres de Paul Celan y de Nelly Sachs.
Entre estos dos polos generacionales y estéticos se halla justamente la obra poética de Rose Ausländer, nacida en 1901 en Czernowitz, emigrada a EE UU ya en los años veinte y fallecida en 1988 en Düsseldorf.
 Con Sachs comparte la educación literaria rilkeana; al 20 años más joven Celan le une el origen de la multicultural Bukovina.
Y probablemente le deba la conciencia para la lucha por la expresión poética.
 "Majestuosamente pobre / el léxico / en boca sangrante // A los caídos / los levantamos / los cubrimos / con el paño de lágrimas // nos rebelamos / contra los tiradores en el campo / por todoeluniverso // Patriambrientos // La muerte nuestra de cada día / la enterramos en la palabra / resurrección".
La poeta nació en 1901 en Czernowitz, emigró a EE UU en los años veinte y falleció en 1988 en Düsseldorf
El caso es que tras el encuentro con Paul Celan, en la obra de la ya casi sexagenaria Ausländer se observa un recomienzo estilístico, un giro de 180 grados, hacia la técnica de reducción y elipsis tan característica de la poesía de Celan
. A partir de allí, los sonetos de los años treinta —incluidos en esta selección de poemas de diferentes épocas estupendamente traducida por Teresa y José Ruiz Rosas—, con la pomposa artificialidad de versos como "unges mi pesar de astrodiamantes", quedan a años luz.
 La apuesta por la esencia de la palabra es tan radical como segura. "Escribe / tu propio mundo / hasta el final // antes que el final / te tache".
 El poema se titula ‘El final’, y si bien la depuración extrema de estos poemas de los años sesenta y setenta apunta a trascendencia y penetración espiritual, a menudo se queda en lo evidente.
 El prólogo de Helmut Braun apenas aporta nada al conocimiento de la obra de Ausländer, pues versa principalmente sobre su relación con la obra del tan admirado Paul Celan.
Mi aliento se llama ahora (y otros poemas). Rose Ausländer. Selección y traducción del alemán de Teresa Ruiz Rosas y José Ruiz Rosas. Prólogo de Helmut Braun. Igitur. Montblanc. Tarragona, 2014. 207 páginas. 17 euros

Que la vida iba en serio................................................................................... Carlos Zanón

'Felices los felices', de Yasmina Reza, encierra acción, nervio y pensamiento, pero su estructura nos lleva a la rutina.

 


“Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felices”.
 La cita de Jorge Luis Borges le sirve a Yasmina Reza (París, 1959) como título y como arco bajo el que pasamos al empezar a leerla
. La escritora francesa parece gozar de uno de esos extraños idilios con público y crítica desde el primer día. Siendo además una creadora capaz de destacar en diferentes especialidades y —rara avis— mostrando una elogiosa y lúcida mirada sobre su propio éxito.
 Brilló como dramaturga (suya es Arte, de 1994), guionista, directora de cine (en 2009 dirigió Chicas, con Carmen Maura), y sus tentativas en la narrativa fueron recibidas con espléndidas críticas (Una desolación o En el trineo de Schopenhauer). También se acercó al relato periodístico con El alba la tarde o la noche, sobre la figura de Nicolas Sarkozy en la campaña de las elecciones de 2007.
Para redondear el cuadro, una novela suya —Un dios salvaje— fue adaptada al cine por Roman Polanski con buenos frutos y mejores interpretaciones de Kate Winslet, Jodie Foster y Christoph Waltz.
Yasmina Reza es lúcida,
divertida y cruel,
pero sobre todo humanista
Yasmina Reza es hija de padre medio ruso medio iraní.
 A tenor de la solapa del libro, descendiente de familia judía expulsada de España por la Inquisición —dada la memoria proverbial familiar, dan ganas de preguntar si conocieron a Spinoza en Holanda y qué tal fue el Siglo de las Luces—. Su madre húngara y —¡oh là là!— violinista. Ambos se conocieron en París
. Casi estoy viendo a los Aristogatos en los tejados y a Robert Doisneau haciendo fotos.
Felices los felices se sirve como un híbrido entre dramaturgia y novela.
 Un pastillero con 21 grageas y 18 personajes.
 Cada monólogo —que encierra acción y pensamiento, nervio y sentido de humor— es breve, pero te deja ver un mundo muy amplio, casi inabarcable, que hace que la novela —con o sin prescripción médica— te la automediques a dosis de dos o tres pastillas.
 Personajes algunas de cuyas vidas se cruzan con las de otros personajes.
 Reza es lúcida, divertida y cruel, pero sobre todo humanista. Entiende y no moraliza a sus personajes, que no son nunca engendros robóticos.
 Abre el monólogo/pastillero y deja caer una canica desde arriba hasta abajo
. La bola se acomoda en todos los agujeros, en las situaciones, pensamientos y lugares trascendentes y/o superfluos que son la vida.
 La operación quirúrgica de Reza —ese tubo con una luz— nos muestra de lo que estamos hechos por dentro: de sadismo, bondad, risas, miedo, necesidad de calor y de dolor, de compañía y de víctimas. Una diosa que no juzga ni sabemos si se compadece, pero sí que permite y comprende
. Un retrato de clases medias acomodadas, de parejas atadas a la guerra matrimonial, bostezos y adulterios low cost, insatisfacciones, armisticios y hasta un hijo que se cree Céline Dion.
El libro se sirve se como un híbrido entre dramaturgia y novela.
 Un pastillero con 21 grageas
Felices los felices tiene en su virtud —ramalazos, regates breves, goles en el minuto 90— su propio talón de Aquiles
. El planteamiento estructural acaba por llevarnos a una cierta rutina que se extiende a lo que nos explica la autora. Las últimas voces nos da igual qué nos digan, lo sabemos todo, no nos importa. Ya están agotados los fuegos artificiales.

Ello no debe ocultar todo lo bueno que tiene y se propone en este libro.
 El escáner de la autora hace que la difícil incisión se realice sin que perdamos al paciente, que éste siga vivo, como si tal la cosa.
 Pero a lo largo del libro se nos instala una determinada melancolía.
 Es como si los 18 personajes hayan intentado distraer a la Vida, engañarla, ir más deprisa que ella, refugiarse tras un montón de casas, amores, éxitos y cenas con amigos.
 Pero que la Vida, como pasa siempre, les diera alcance.
 Agotados y sin recursos para seguir ilusionándose, mintiéndose o simplemente seguir corriendo. Y cuando les atrapa la Vida, les pone la mano en los hombros, les sienta en una silla y les pide que la miren a los ojos
. Que hagan el favor de escuchar, al menos por una vez.
 Que traten de entender que la Vida va en serio y es mortal y sin sentido
. Pero al cabo de unos segundos, ellos, nosotros, seguimos a lo de siempre.
 A vivir, a contarnos la vida, a creernos que lo del fin no va del todo con nosotros.
Felices los felices. Yasmina Reza. Traducción de Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2014. 192 páginas. 14,90 euros