Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

26 ago 2014

Conversaciones en el Hollywood dorado.......Indiscreciones de una dama......Joan Fontaine

 
 
La mítica protagonista de Rebeca, oscarizada por Sospecha, apareció en los estudios de televisión luciendo una especie de túnica griega e interesándose por la hora en que se emitía mi programa. Cuando le dijeron que era horario nocturno se quejó de que había olvidado sus joyas en Nueva York. ¿Una dama no se presenta de noche sin sus joyas?
 Evidentemente, no
. Hubo que buscarle algunas a toda prisa.
 Eran falsas pero daban el pego. "Al fin y al cabo, nunca sabremos si los diamantes de Liz Taylor no son pedazos de vidrio a los que los focos arrancan un brillo deslumbrante", dijo para consolarse.
 En cualquier caso, nos demostró una de sus facetas más pregonadas: es mujer de mundo, con la lengua afilada, y dispuesta a no dejar títere con cabeza si la pinchan.
 Preferí no intentarlo siquiera.
 Al fin y al cabo una actriz con su trayectoria tiene muchas cosas que contar sobre sí misma
. ¿Para qué ir más lejos de lo que la discreción está dispuesta a abarcar?
Joan Fontaine en una de sus poses, entre irónica y majestuosa
Fontaine. El mundo del cine ya no es lo que era
. ¿Ha oído hablar del triunfo en televisión de esa Joan Collins?
 ¡Esto puede con todo! El otro día vi el vídeo de una película que rodé en España sobre los cuentos de Bocaccio (Tres historias de amor).
  La Collins interpretaba un papelito muy corto, apenas se veía
. Pues en el vídeo aparece con letras enormes, como si la película fuese sólo ella. ¡Y yo era la protagonista!
Terenci. ¿Qué sensación le produce, a estas alturas, haber sido la protagonista de películas tan famosas como Rebeca, Sospecha o Jane Eyre?
F.Aun sin esas películas me sentiría feliz por haber vivido los años dorados de Hollywood.
 Recuerdo cómo era aquella ciudad durante los primeros años de la guerra mundial.
 Los grandes artistas europeos venían a refugiarse entre nosotros.
Unos porque eran judíos, otros perseguidos por razones políticas.
 Piense en directores como Ophuls, Renoir o Fritz Lang, intelectuales como HuxIey y Christopher Fry, músicos como Stokowski...
Teníamos una melange formada por la gente más excitante y cosmopolita.
 ¡Esto me acostumbró mal para el resto de mi vida!
T.¿Encuentra mucha diferencia entre aquel Hollywood y el de hoy?
F. El mismo que va del refinamiento a la vulgaridad.
 Cuando hago algún programa para la televisión -y, por cierto, no quiero hacer ninguno más-, me mandan cambiarme en una triste roulotte y me sirven el almuerzo en una bandeja de plástico de las de usar y tirar.
 ¡Qué distinto era entonces!
 En la edad dorada las estrellas disponíamos de grandes y elegantes camerinos, con vestíbulo, sala de maquillaje, cocina, guardarropa y hasta un pequeño dormitorio para descansar o leer entre dos tomas. ¡Las cosas que teníamos
! Recuerdo que durante el rodaje de Suave es la noche, Jennifer Jones disponía de un camerino adornado con cuadros de Manet y Renoir (claro que era la esposa del productor O'SeIznick; ahora está casada con un mecenas de la Paul Getty, ¿lo sabía usted?).
En fin, no quiero seguir haciendo una lista de suntuosidades
.Con lo que llevo dicho le basta para hacerse una idea de nuestro estilo de vida.
T.Se complace recordando aquellos días y, sin embargo, no le gusta volver a ver sus antiguas películas...
F.No le extrañe. Conozco cantantes de ópera que no soportan oír su voz grabada en un disco.
La artista y Terenci, en un momento de conversación sobre el Hollywood dorado
T.¿No siente curiosidad por revisar obras maestras como, Carta a una desconocida?
F.Cada noche veíamos en la sala de proyección del estudio lo que habíamos rodado durante el día. 0 sea, que tuve muchas ocasiones para hartarme de mi cara
. A otros les gustaban aquellos visionados porque les permitían perfeccionar.
 En este aspecto, Cary Grant era asombroso: consiguió saberse al dedillo cuáles eran sus mejores ángulos y qué tipo de iluminación le convenía en cada momento.
 Creo que llegó a conocer la planificación de Sospecha mejor que el propio Hitchcock.
T.En aquellos años dorados, cuando a una chica inexperta le caía un papel bombón como el de la joven protagonista de Rebeca, ¿qué ocurría?
F.Significaba la consagración
. No era sólo el éxito: eran, además, toneladas de publicidad gratuita.
 El caso de Rebeca fue muy especial: yo había leído la novela y se la recomendé a SeIznick
. El era lo bastante sagaz para saber que allí había una gran película.
 Habíamos estado en tratos anteriormente: yo me había presentado como aspirante en las prueblas de Lo que el viento se llevó, pero no para el papel de Escarlata, ya que era demasiado tímida, sino para el de Melania, que acabó haciendo cierta Olivia de Havilland.
 Cuando volvimos a encontramos, SeIznick me preguntó si quería hacer una prueba para Rebeca y acabé haciendo siete.
 Esto no significaba una humillación: muchas actrices de gran fama aceptaron pasar por ello con tal de conseguir el papel.
 Hicieron pruebas a Margaret Sullivan, Anne Baxter, Vivien Leigh y Geraldine Fitzgerald, entre otras. De todos modos, cuando conseguí la protagonista de Rebeca fue como recibir un regalo de Navidad siete veces seguidas.
¿Ha oído hablar del triunfo en televisión de esa Joan Collins? Vi el vídeo de una película en la que la Collins apenas se veía y aparece con letras enormes. ¡Y yo era la protagonista!
T.En algún lugar he leído que ni Hitchcock ni SeIznick creían mucho en usted...
F.Es posible, pero mi aspecto tímido me ayudó a vencer todas sus reticencias.
 Además, querían a una actriz poco conocida y que no fuese muy guapa. ¿Se ríe usted? Pues así obtuve otro de los papeles importantes de mi vida: el de La ninfa constante
. Fue de la manera más absurda.
 Mi marido y yo estábamos de excursión, entramos en un parador de carretera para tomar un refrigerio y allí estaba el director Edmund Goulding.
Yo iba sin maquillar y hecha un desastre. Seguramente estaba irreconocible.
 Mi marido, como buen inglés, se limitó a presentarme como "su esposa".
Edmund nos contó sus tribulaciones: estaba buscando a una chica desaliñada para la película que tenía que hacer para la Warner.
 De repente dijo: "Tendría que ser alguien natural e inexperto como usted". Yo había leído la novela y el papel era muy interesante.
Nos pusimos de acuerdo.
 Y cuando me preguntó mi nombre y le dije que era Joan Fontaine casi se desmayó.
T.Es cierto que, en casi todas sus películas, solía interpretar a muchachas tímidas
. De repente, se volvió muy perversa.
 Hizo de envenenadora en Abismos (Yvy) y trabajó en Nacida para el mal...
F. Es lógico. Una actriz no puede hacer siempre lo mismo
. Cuando se mantiene en un tipo pueden ocurrir dos cosas: o acaba aburriendo al público o aburriéndose ella
. También puede pasarle lo que a la pobre Doris Day: ¡era la única virgen de más de cuarenta años que quedaba en América! (Ríe).
Rebeca. Juntos en el reparto de la célebre película, Joan Fontaine, Laurence Olivier y Judith Anderson
T.En la década de los cincuenta se vio envuelta en un fuerte escándalo a raíz de la película Isla al sol.
F.Fue una película que se anticipó a su tiempo
. Creo recordar que me besaba Harry Belafonte quien, dicho sea de paso, era el hombre más bello que nadie pueda imaginar.
 ¿Cómo iba a olvidarme de una cosa así? (Ríe). Desde luego, tampoco olvidé las ampollas que levantó aquella escena.
 Recibimos denuncias y amenazas de todas las ligas de decencia y hasta del Ku-klux-klan
. A la vista de los acontecimientos, la Fox decidió suavizar la película. Fue una lástima.
T.¿Cuál era el problema real?
F.Querido, hasta un ciego sabe a qué raza pertenece Belafonte
. En aquella época no permitían a la gente de color entrar en un restaurante de blancos, mucho menos que te besasen.
 Era demasiado atrevimiento para una América tan puritana
. ¡Pero nos atrevimos!
T.Usted ha trabajado con actores que hoy son legendarios...
F.No le extrañe. Fueron los mejores. Una estirpe en curso de extinción.
T. Orson WeIles?
F.Un hombre muy difícil. Hicimos juntos Jane Eyre y no llegué a entenderle
. No sé porque hacía de actor.
 Es curioso, pero hay gente que no siente el menor placer cuando está actuando.
 Parece que no les gusta su oficio. Jennifer Jones pertenece a esta raza
. Es una amiga adorable, pero se ponía muy nerviosa, organizaba líos, habría hecho cualquier cosa antes que actuar.
 No le gustaban las cámaras. En cambio yo las adoro. Creo que entienden todo.
T.Hábleme de Laurence Olivier.
F.Era magnífico
. Cuando hizo Rebeca no le gustaba el cine y dudo que le gustase del todo hasta que pudo hacer sus famosas versiones de Shakespeare. ¿Sabe que él no fue el primer candidato para el papel de Maxine de Winter
? El productor quería a Ronald Colman. Entonces en la cima de su prestigio.
 Hasta el último momento pensamos que lo haría él.
T.¿Cómo era Cary Grant?
F.Muy preciso. El colmo de la exactitud.
 De cuantos actores he conocido era el que se preocupaba menos por sus oponentes. Sólo se interesaba por su interpretación.
T.¿Charles Boyer?
F.Lo contrario de Grant. Cuando hicimos La ninfa constante se preocupaba más por el resultado de mi trabajo que por el suyo.
Podía percibir su gentileza, su dulzura...
T.En cuanto al ama de llaves, la señora Danvers...
F.¡Judith Anderson! Bien, para ponerlo suave diré que no era exactamente una mujer encantadora. Interpretaba su odioso papel dentro y fuera de la película.
T.Olivia de Havilland...
F.Es mi hermanita, como todo el mundo sabe.
T.Dos leyendas en una misma familia.
Pero durante año, corrió el rumor de que no eran muy amigas...
F.No es un rumor. Somos enemigas.
 Nos odiamos.
T.Caramba, señora. Yo no pretendía ir tan lejos.
F.Es un hecho aceptado
 Nos hemos odiado siempre Cuando yo nací ella tenía quince meses y la nurse se olvidó de presentarnos adecuadamente.
 La situación es la misma desde entonces y dudo que cambie alguna vez.
T.Menos mal que trabajaban en estudios separados...
F.En más de una ocasión intentaron ponernos en la misma película.
 No lo consiguieron para suerte de la humanidad: ¡hubiera sido un nuevo Hiroshima!

"La borra del café" de Mario Benedetti

Título: La borra del café.
Autor: Mario Benedetti.
Género: Narrativa hispanoamericana.
Editorial: Planeta.
Páginas: 208.
Sinopsis:
Novela inolvidable, donde el humor y el amor a los seres humanos se convierte en reflejo de nosotros mismos. La borra del café consta de cuarenta y ocho fragmentos y un enigma desarrollado en la imagen misteriosa de una mujer, la presencia de una higuera y la reiteración a lo largo de los años de una hora, las tres y diez. Benedetti rescata, en un espacio de ensueño, las anécdotas que acompañaron a Claudio, el protagonista, durante su niñez en Montevideo.

Los juegos infantiles, la ceguera de su amigo Mateo, la inesperada muerte de su madre, el traslado a otro barrio, la nueva boda de su padre, su propio descubrimiento del amor y del sexo.

Las diferentes ceremonias de las despedidas son retratadas aquí, con maestría inigualable, por el escritor uruguayo.


Reseña:
Tal como dice la sinopsis, se nos cuenta la vida de Claudio desde su infancia hasta su adultez. Y los hechos más transcendentales durante ese período le ocurrieron, casualmente, a las tres y diez de la tarde. Entre ellos se encuentra el momento en que conoció a Rita, una niña que llegó desde la higuera que estaba junto a la ventana de su habitación, y que desapareció de su vida con la misma rapidez con que apareció, sin dejar rastro.

A partir de entonces, Rita aparece continuamente en su borra de café como una especie de símbolo de la mujer que, a su vez, representa un misterio inexplicable.

El autor nos presenta una historia que me sorprendió por su aparente sencillez, pero luego descubrí que no era tan simple como parecía. Ésta es relatada por su protagonista en primera persona, aunque en algunos capítulos alterna con la tercera; y en un par de ocasiones, también, se nos muestra el punto de vista del padre.

Por otra parte parte, los personajes secundarios son interesantes y hacen un buen aporte a la historia. Destaco principalmente a Mateo, el vecino ciego de Claudio, y su tío Edmundo.

La prosa de Benedetti es única y supo llevar adelante una novela que a pesar de tener pocas páginas es amena y, al mismo tiempo, profunda. Cuando la terminé, no estuve segura de haber comprendido el final, hasta que finalmente lo asimilé. Entonces, se puede decir que se trata de esos libros que te dejan reflexionando por un buen rato y que cuando llegás a la conclusión, te das cuenta de que no pudo haber un final que fuera más adecuado. Y, por supuesto, da lugar a varias interpretaciones y/o reflexiones sobre la vida y la muerte, entre otras cosas.

El uso del suero contra el ébola no permite sacar conclusiones................................................................... Emilio de Benito


Una residente del West Point, un suburbio de Monrovia (Liberia), detrás de una de las vallas que cierra el barrio por la cuarentena ante el ébola. / JOHN MOORE (GETTY)

La buena noticia de la recuperación del ébola de los dos cooperantes estadounidenses Ken Brantly y Nancy Writebol ha puesto en el punto de mira de investigadores, organizaciones humanitarias y simples curiosos el papel que haya podido tener el suero experimental que ambos recibieron. Lo desesperado de la situación en África (el número de casos se duplica cada mes) obliga a buscar remedios donde sea.
Pero los expertos piden que haya, por lo menos, cautela.
 Empezando por el jefe del equipo médico que atendió a los misioneros en el hospital Emory de Atlanta, Bruce Ribner: “Sinceramente, no sabemos si [el suero] les ayudó, si no tuvo el menor impacto o incluso si, teóricamente, pudo retrasar su recuperación”, según informa The New York Times.
 Estas palabras tienen más relevancia en este brote de ébola. Aunque el tipo de virus, el Zaire, había tenido en episodios anteriores mortalidades del 90%, esta vez está en el 55%.
 Eso quiere decir que 4 de cada 10 infectados se curan habiendo recibido apenas lo más básico.
En España, Fernando de la Calle, médico de la Unidad de Patología Tropical y del Viajero del hospital La Paz-Carlos III que fue uno de los que trató a Miguel Pajares (con el suero Zmapp y el resto de cuidados), coincide: “Hay que tener cautela. No se ha descubierto de repente la penicilina”, declaró a EL PAÍS.
De la Calle es claro en su postura
. “El problema de este fármaco es que su investigación se ha saltado muchas fases, desde los ensayos en cultivos hasta los de seguridad y demás trabajos previos a la aproximación en humanos”, dice, porque solo se había ensayado en monos.
"Ha habido mucho ocultismo", dice un médico que trató a Miguel Pajares
Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) avaló a posteriori la ética de dar medicamentos no probados, es precisamente el sistema de los ensayos el que da validez a los resultados.
 Y ahí empiezan las pegas.
“En Medicina, cualquier estudio científico tiene que calcular el tamaño muestral, saber a cuanta gente hay que aplicarle algo para que el resultado sea fiable”, explica De la Calle. De momento —y parece que por unos meses, ya que el fabricante se ha quedado sin suministro— el Zmapp se ha probado en seis personas
: Pajares, los dos estadounidenses y tres liberianos, de los que dos parecen que han mejorado bastante.
 “Ese número sería poco hasta para un ensayo en fase I, cuando solo se mide la seguridad del fármaco en personas”, indica el médico. José María Miró, presidente de la Sociedad de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (Seimc), también insiste en que “lo mínimo es aumentar el número de casos”.
Pero no es solo cuestión de cantidad. “Las seis personas son muy heterogéneas”, afirma De la Calle. Pajares tenía 75 años, Writebol, 59, y Brantly, 33. “Tampoco sabemos sus historias clínicas, en qué estado estaban cuando recibieron el fármaco ni que otros tratamientos les aplicaron”, dice De la Calle.

Esta es solo parte de la información que falta.
Ni Pajares ni los estadounidenses permitieron que se hicieran públicos sus informes médicos, con lo que resulta imposible intentar adivinar por qué unos sobrevivieron y el otro no.
“Ha habido mucho secretismo. Incluso nosotros pedimos a los americanos, que habían empezado con el tratamiento antes, que nos aportaran más datos, y tampoco nos dieron mucha información”, afirma el médico español.
 Sí se sabe que en Atlanta tuvieron especial cuidado con evitar los trombos (el virus actúa colapsando los capilares) y vigilando el nivel de electrolitos en la sangre, ya que estos se pierden por las diarreas, hemorragias y vómitos.
Miró cree que en este caso será imposible establecer un ensayo clínico al uso, con un grupo de control que reciba un placebo, “porque no sería ético”.
 Sin embargo, “si se hace un buen seguimiento de los que reciban el fármaco, luego se puede comparar con otros que estén en sus mismas circunstancias [edad, sexo, antecedentes médicos, otros tratamientos recibidos] y que no lo hayan tomado y si en el grupo que lo recibió la mortalidad es menor se podrá concluir que es efecto del suero”, explica.
Como no se está en esas condiciones, los casos de los tres misioneros pierden valor para sacar conclusiones para otros —al margen de saber que se hizo todo lo posible—. De la Calle lo explica así:
 “Como ni ha habido ensayos de seguridad, incluso puede ser que Brantly se haya curado por sí mismo, y que, en cambio, el suero le haya causado una insuficiencia renal de por vida”.

El niño de los cien años................................................................................................... Juan Cruz

Hoy se cumple el centenario de Julio Cortázar, autor de 'Rayuela'.

El escritorJulio Cortázar posa con su gato en 1982. / Ulla Montan

El niño. Le dijo a Elena Poniatowska, en una de las cuatro entrevistas que tuvieron, que se sintió mal de niño: “Sí, yo creo que fui un animalito metafísico desde los seis o siete años.
 Recuerdo muy bien que mi madre y mis tías —mi padre nos dejó muy pequeños a mi hermana y a mi—, en fin, la gente que me veía crecer, se inquietaba por mi distracción o ensoñación.
Yo estaba perpetuamente en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía interés para mi
. Yo veía los huecos, digamos, el espacio que hay entre dos sillas, si puedo usar esa imagen. Y por eso, desde muy niño, me atrajo la literatura fantástica”.
La gente. Su primer libro importante, o ambicioso, Los premios (1960), está lleno de gente que se va en un barco, de Buenos Aires a Europa
. Gente vulgar, todo tipo de gente. Tiene esta admonición de Dostoievski, nada más empezar: “¿Qué hace un autor con la gente vulgar, absolutamente vulgar, cómo ponerla ante sus lectores y cómo volverla interesante?
Es imposible dejarla siempre fuera de la ficción, pues la gente vulgar es en todos los momentos la llave y el punto esencial en la cadena de asuntos humanos; si la suprimimos se pierde toda probabilidad de verdad”.
Para sintetizar a Dostoievski, así empieza Los premios: “La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López—. ¿Dónde diablos he leído eso?”
. Estaban en el London, la cafetería de Buenos Aires, en Perú y Avenida, y a partir de esa pregunta en la que intervienen los diablos, esa gente empieza a desvariar.
 El resultado es la locura, que es la razón envuelta en el misterio.
La noche. Ese desvarío de Cortázar y de su gente de ficción alcanza su cima en Rayuela (1964), que fue leída (que es leída) como un breviario de la soledad y la noche, un monumento literario al amor, a la extrañeza y al tiempo.
Lo preside el juego, pues Cortázar quiere que lo leas como te dé la gana, pero si le quitas a esta inmensa cebolla literaria toda esa pasión lúdica que se le atribuye a Julio lo verás solo, despojado, hablando solo y de noche, en París pero también en Buenos Aires.
 Como si Rayuela hubiera sido escrita ante el espejo de un hombre solitario que convoca (como dice Dostoievski) a muchísima gente que, en este caso, se pregunta cuánto durará un niño.
 El niño se llama Rocamadour; los lectores de Rayuela solíamos vernos en esa criatura indefensa
. Y en el niño no era difícil ver también la metáfora que Cortázar le atribuía a la infancia.
Momias. La recepción de Rayuela asombró a Cortázar, a su editor (y amigo) Paco Porrúa, porque entonces (son palabras de Juan Carlos Onetti) por el mundo literario había (no se han marchado) “infinitas momias”.
 Cuando Félix Grande le dedicó a Julio un número especial de Cuadernos Hispanoamericanos (octubre-diciembre de 1980) Onetti se lo dijo en una carta: “(… sin previo aviso, apareció Rayuela. Ahí Cortázar se descolocaba y colocaba.
 Se descolocaba de la tradición novelística de nuestros países, aceptada o robada de lo que se escribía en España o Francia. Su actitud resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no lo conmovió porque deliberadamente se trataba de provocarlo”
. Quien no se asombró fue Luis Harss, el gran escritor argentino que provocó (con Los nuestros) el conocimiento de todos los que, alrededor de Cortázar, hicieron boom.
Jóvenes. Seguía Onetti con su entusiasmo secreto y veterano:
 “Y el autor se colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o menos que un entendimiento consigo mismo, al frente de una juventud ansiosa de apartar de sí tantos plomos, de respirar un poco más de oxígeno, de entregarse con felicidad a la zona lúdica y sin respuesta satisfactoria de su propia personalidad”.
 Esos jóvenes se pusieron en fila entonces
. Pero luego, treinta años después, cuando Cortázar volvió a reinar en las librerías españolas, tras un interregno que inauguró su muerte (en 1984), otros jóvenes dieron varias veces la vuelta a la Fundación March de Madrid para escuchar jazz y palabras en honor de Julio Cortázar; para ese acontecimiento vino su viuda, Aurora Bernárdez, y el pintor Eduardo Arroyo dibujó el capítulo 7 de Rayuela, que fue como un banderín de enganche de la ternura que hay dentro de ese libro de gente perdida en la noche.
 Ahora de esto hace veinte años, y Rayuela sigue como el papel fresco.
Usted. El editor que creyó en él, que lo condujo, fue Paco Porrúa, que desde hace rato vive en Barcelona
. Estaban trabajando en la revisión de Los premios, era marzo de 1960, y él trataba a su editor todavía de usted. Y casi jugando llega a otro libro, que le ofrece.
“Hace un par de semanas terminé la revisión de Los premios, que mandé ya a Sudamericana.
Me acordé entonces de lo que me había dicho usted sobre los cronopios, y me puse a buscar esos papeles que andaban bastante desparramados por toda la casa, como corresponde a cosas de cronopios.
 Pero finalmente aparecieron, algunos salpicados de sopa y otros con evidentes huellas de taco de goma (…) Ahora que junté todos esos pequeños textos, y los estuvimos leyendo y criticando con Aurora, tengo la impresión de que no se excluyen de ninguna manera, aunque reflejan distintas épocas e intenciones. (…) Si sigue usted con ganas de publicar esas cosas, será cuestión de que primero me escriba diciendo con su franqueza habitual (y que es la razón (una de las razones) de mi simpatía por usted) los méritos y deméritos del bicharraco”.
Risa. Así se iban haciendo los libros; ante Plinio Apuleyo Mendoza (el escritor colombiano) se asombraba en París, cuando ya tenía 64 años y seguía pareciendo un niño de dientes separados, de la cantidad de libros que había publicado; tenía la certeza, decía, de que eso debía constituir un error, “no son míos”
. Los iba haciendo así, como si fueran bicharracos pintados desde dentro pero con risa
. Así hizo La vuelta al día en ochenta mundos (1967); con la ayuda de su amigo el pintor Julio Silva (que hizo la portada, los interiores) no sólo lo escribió sino que lo construyó, como quien dibuja una rayuela.
Todo lo que tocaba o recortaba, todo lo que veía viajando o sentado, todo lo que le inspiraba el exterior, se convirtió en literatura
. Como si el niño que siempre fue le llevara la mano y le hiciera recortables.
 Así hizo también, con las fotos tremendas de Antonio Gálvez, Prosa del observatorio(1972).
 En esos dos libros están sus descubrimientos y la gente, miradas para que permanecieran aún siendo vulgares, o extraordinarias.
Fin. El fin vino después de varias tristezas, la muerte de Carol Dunlop, su propia enfermedad. Mario Muchnik, su amigo y editor, lo invitó a su molino de Segovia. Cortázar podía ser circunspecto o alegre, pero en ambas actitudes conservaba la mirada del niño que fue, asustado o curioso. Aquí, sin embargo, en su último viaje español, su mirada era esencialmente la de la tristeza. Muchnik lo retrató en una fotografía inolvidable en la que Julio aparece escribiendo sin decir cómo le habían sobrevenido el tiempo con su noche. Aquel niño que fue siguió con él, un animalito metafísico buscando el hueco