Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 ago 2014

Alfabeto mortal.......................................................................................... Juan José Millás

Es bello, como casi todo lo que nos mata. Y pequeño, pues se mide en nanómetros. Es el virus del ébola.

Parece un modigliani, pero es el virus del Ébola. No siempre se le coge en la misma postura, depende del momento.
 A este lo han pillado en actitud antropomórfica, como si se estuviera levantando de la cama, o a punto de tumbarse en el diván para continuar la lectura de Crimen y castigo
. Es un decir, vive, como tanta gente, ajeno a las manifestaciones literarias
. Metabolizar o no metabolizar, esa es la cuestión, y para metabolizar necesita un organismo vivo igual que otros, para escribir, necesitan papel y pluma
. Es bello, como casi todo lo que nos mata.
 Y pequeño, pues se mide en nanómetros.
Un nanómetro es una mil millonésima parte de un metro.
 Haga usted el cálculo y verá que no es nada.
 Por cierto, ya que sale la nada, vamos a hacer un poco de demagogia, que de eso vivimos. “Convocaré primarias y las convocaré en noviembre”, prometió Pedro Sánchez. En el conjunto de la aparatosa renovación del PSOE, esa mentirijilla tampoco es nada.
 Pero quizá haya comenzado a provocar hemorragias internas y fiebres diarreicas.
Lo infinitamente pequeño produce el mismo efecto que lo infinitamente grande.
Y pasa igual de inadvertido.
 El universo, con sus fosforescencias y sus huracanes, podría ser un vientre gigantesco en descomposición
. Lo dice un personaje de Nabokov en una novela, no caigo ahora en cuál.
A este sujeto peligrosamente filamentoso le gusta formar nudos que la ciencia intenta desenredar, hasta ahora con más pena que gloria.
 Esos nudos parecen también las letras de un alfabeto con el que escribe en nuestras células una novela que termina mal.

 

Cécile McLorin Salvant: “Mi trabajo consiste en conmover”.........................................................................Chema García Martínez

Ha pasado 22 de sus 24 años buscándose. Ahora la cantante ha irrumpido en la élite del jazz con una visión libre de la tradición

Cécile McLorin Salvant, fotografiada en el pasado mes de julio en Vitoria. / L. Rico

Cuando se habla de Cécile McLorin Salvant, uno debe empezar justificándose. ¿Qué tiene de especial esta cantante para haberle robado el corazón al aficionado del jazz sin distinción de edades, procedencia social o gustos? ¿Es Cécile el nuevo mesías venido a rescatar el jazz vocal de su letargo? En esto, como en todo, hay que manejarse con precaución.
 Demasiadas “nuevas Billie Holiday”; demasiadas promesas incumplidas…, pero no. Cécile McLorin Salvant es distinta, acaso porque no pretende serlo
. Los hechos, y no los adjetivos, hablan por sí mismos.
 Ha sido elegida mejor cantante, en dos categorías —como artista consagrada y como estrella emergente—, en la última edición de los premios Down Beat, equivalentes a los Oscar en jazz.
Nadie en los 64 años de historia de los galardones ha logrado semejante hazaña.
 Y lo más desconcertante: su edad.
 Porque, el nuevo mesías versión cantante de jazz no ha cumplido los 25
. Cécile ha pasado 22 buscándose a sí misma, sin encontrarse.
 Así que algo tendrá quien, en poco más de dos años, ha recorrido el tortuoso camino hacia la fama que a muchos les lleva una vida.
Verlo para creerlo. Conclusión: para entender el fenómeno Cécile McLorin Salvant hay que escuchar a Cécile McLorin Salvant.
 Y si es en directo, mucho mejor.
La cantante recibió a Babelia tras su concierto en el Festival de Jazz de Vitoria el pasado 19 de julio. Está exhausta, confiesa, después de un viaje de Marsella a Vitoria, pasando por París. “En las últimas 24 horas he dormido apenas tres, pero esto también forma parte del aprendizaje
. Ella (Fitzgerald), Sarah (Vaughan), Betty (Carter), todas pasaron por lo mismo: las giras, la falta de sueño…”.
PREGUNTA. Supongo que son cosas que uno no tiene en cuenta cuando decide convertirse en cantante de jazz.
RESPUESTA. En realidad, es algo que nunca me planteé, entre otras cosas porque he pasado media vida sin saber qué hacer.
 Yo era la típica adolescente dubitativa.
 Me gustaba cantar, pero también me gustaba ir a la escuela, leer… Veía a alguien cantando ópera por televisión y quería ser cantante de ópera; veía una película de Walt Disney y quería formar parte de eso. Realmente, no sabía lo que quería.
P. ¿Hasta que un día bajó el Espíritu Santo?
R. Viajé a Aix-en-Provence para pasar un verano, y ahí, no sé por qué, me planteé por vez primera si yo de verdad podría servir como cantante, y hasta dónde sería capaz de llegar…
Suerte que Jean-François Bonnel se cruzó en mi camino.
 Él fue mi primer profesor de improvisación, con él conocí el repertorio clásico de jazz y, sobre todo, me ayudó a creer en mí misma.
P. Dieciocho meses después se ha convertido en una estrella del jazz…
R. Yo no soy una estrella, pero sí es cierto que estos dos años han sido una locura, cada vez más conciertos en teatros cada vez más grandes, y siempre llenos
. Por eso mismo, mi principal obsesión en estos momentos consiste en tratar de mantener la cabeza fría.
Me ayuda no leer nada de lo que se publica sobre mí, y sólo escuchar alguna cosa que alguien me cuenta en medio de una conversación
. Qué puedo decir, vivir lo que estoy viviendo es algo extraordinario. Estaría loca si no lo reconociera.
P. Cabría pensar que esa negativa a leer lo que otros escriben sobre usted es producto de la inseguridad.
R. Simplemente no me siento a gusto leyendo lo que se dice sobre mí, como tampoco viendo mis vídeos o escuchando mis discos.
 En algún momento puedo estar condicionada por el qué dirán.
 Soy insegura, me da miedo hacer algo y que luego me dé un ataque de pánico pensando si lo hice bien.
 A veces me despierto envuelta en sudor convencida de que lo que hago es un fraude.
 Pienso que no me conviene estar constantemente pendiente de lo que otros piensan o escriben sobre mí, y cómo se supone que debería mostrarme ante los demás.
 Además, considero que no es demasiado importante
. Mi trabajo consiste en conmover a través de mi música, y eso es lo único que cuenta.
 Ni siquiera me gusta hablar sobre el tema.
Hay ciertas cosas que tienen que ver con la música que no pueden, ni deben, ser expresadas en palabras.
P. Hay una palabra que aparece con inusitada frecuencia en sus declaraciones: “Obsesión”. ¿Es usted obsesiva?
R. Soy lo que podría decirse una obsesa musical, aunque sólo me obsesiono con una cosa cada vez. Atravieso fases en las que escucho lo mismo una y otra vez.
Hace un mes era Joni Mitchell, y antes Betty Carter. Ahora es Lole y Manuel.
P. ¡Lole y Manuel!
R. Sí, de verdad. Ahora mismo no escucho otra cosa.
Me tienen loca desde que un amigo compartió por Facebook el vídeo de Todo es de color.
Todos los días lo veía, seis, siete veces, me lo sé de memoria…
 Me gustan porque son diferentes, su música es flamenco y no lo es; es algo raro, extraño, que me atrae sin remedio. Estoy absolutamente obsesionada con ellos, oh, man!
P. Eso explica algunas cosas…
R. Supongo que sí, pero hay que tener cuidado, porque la obsesión puede llevarte a la mera copia, algo totalmente estúpido.
 Es idiota pretender ser como Vaughan o McRae.
 Al comienzo de mi carrera, me pasé medio año encerrada con Bessie Smith, sólo escuchaba sus discos, día tras día.
 Pero una cosa es el disco, y otra el directo.
 Cuando canto una canción suya sobre un escenario, estoy conectada con la canción en sí misma, no con su autora.
 Soy yo cantando a Bessie, no es Bessie. Sin embargo, cuando escucho sus discos, puedo sentir la conexión profunda que me une a ella, veo cómo era, cuáles fueron sus vivencias, el mundo que le rodeaba
. Cuando canto, trato de no pensar en quién está detrás. Soy yo y la canción, no hay más.
P. ¿Qué significa para usted la tradición?
R. Cuando pienso en tradición, pienso en hábitos, en historias que se dejan en herencia de generación en generación
. No es casualidad que mis artistas favoritos se distingan por su inclinación a jugar con la tradición, a menudo deconstruyéndola. Creo que aporta profundidad y riqueza.
Me confieso absolutamente fascinada con la tradición musical estadounidense, algo sobre lo que me gusta reflexionar cuando actúo, ensayo o escribo.
P. Es curioso que su sentido de la tradición le haya llevado al territorio de lo “políticamente incorrecto”. Lo digo por su querencia por las melodías sexistas, racistas y/o semipornográficas de principios del siglo XX, que ha rescatado. ¿No teme ser malinterpretada?
R. A veces someto alguna canción a la prueba del algodón del público, pero eso es sólo una parte de mi repertorio.
 Si tuviera que definir mi estilo, diría que es variado. Mi inspiración viene de lo que escucho, y me gusta escuchar de todo.
 Me gusta pasar de una cosa a otra, y que mis conciertos sean lo más diversos posible, que cada set contenga una muestra de cada uno de los distintos aspectos del jazz.
Porque hay muchas facetas de la tradición musical estadounidense que nadie recuerda, toda la música de los años veinte, el country and blues… Me gusta ayudar a que la gente descubra esa música, o que recuerden algo que habían olvidado.
P. En el concierto cantó a Bessie Smith, y a Valaida Snow, y Paul Anka, e interpretó a Nirvana y Eric Clapton. Cualquiera diría que el mundo se ha vuelto loco…
R. Este mundo es a veces un poco extraño, pero me encanta Nirvana. En el instituto los escuchaba a menudo, a ellos y a Alice in Chains.
Pero no me veo cantando una canción suya. Paul Anka puede que sí, yo no.
P. Su versión de Alfonsina y el mar, con la que cerró el concierto, resultó conmovedora.
Cécile McLorin Salvant, durante su actuación en el Festival de Jazz de Vitoria. / L. Rico
R. La canto únicamente en los países de habla hispana. Es tan hermosa… Tengo la costumbre de cantar allá donde voy una canción en el idioma del país
. Por ejemplo, cuando fui a Brasil canté Flor de lis, de Djavan, y a la audiencia pareció gustarle. Yo, al menos, me divertí.
P. Nació en Miami, ha vivido en Francia y acaba de mudarse a Nueva York, ¿cómo lleva la Gran Manzana?
R. Yo diría que razonablemente bien.
 Lo malo de Nueva York es que es tan grande que no sabes por dónde empezar.
Aparte de eso, mi vida sigue siendo básicamente la misma.
 Ensayo al piano, escribo música, leo, disfruto de la ciudad, voy a museos, a conciertos, si puedo voy a clase con Barry Harris.
 Otras veces me quedo en el apartamento durmiendo, o dibujando, o viendo la televisión, sobre todo cuando acabo una gira.
 Creo que tengo derecho a holgazanear de vez en cuando.
P. No seré yo quien diga lo contrario. Pero hablando de trabajo, está a punto de entrar a grabar su tercer disco, tras Cécile y WomanChild.
R. Ahora mismo estamos con los ensayos, escogiendo las piezas y escribiendo nuevo material, lo que constituye uno de mis objetivos prioritarios.
 Aunque no está todo decidido, va a haber más composiciones originales y más ejemplos del Great American Songbook, sobre todo de Cole Porter, aunque no estarán sus canciones más conocidas. Es uno de mis autores preferidos, sus canciones son tan sofisticadas, y tan sexis.
 El álbum va a girar en torno al amor no correspondido, un tema altamente sugerente.
 Falta muy poco para que entremos en el estudio.
P. También va a publicar su primer zine de dibujos de sirenas.
R. Siempre me ha gustado dibujar, no sé por qué, y tampoco me lo planteo. Es algo que me relaja y me sirve para poner la cabeza en otro sitio.
 Y, desde luego, no sigo ningún método. Es como en la música, porque estoy segura de que si hubiera ido a una escuela de música en Estados Unidos, sonaría igual que todas las demás.
P. Quería preguntarle por sus gafas, su seña de identidad. Desde Elvis Costello no se veía una comunión “gafa-artista” tan estrecha.
R. Siempre he necesitado gafas, y ya que tengo que llevarlas, ¿por qué no buscar unas que molen? Éstas son de Emmanuelle Khanh, un diseñador famoso por fabricar unas lentes enormes, que contaba entre sus clientes con los raperos de Run-DMC
. Dejaron de fabricarlas, pero ahora han vuelto. Un día las vi en París, y me enamoré inmediatamente de ellas.
Ahora me están haciendo un nuevo par especial para mí.

 

Anda, atrévete..................................................................................... Manuel Vicent


La actriz Maribel Verdú. / JORDI SOCÍAS

A las ocho de la mañana en las paradas de autobús había pasajeros silenciosos e incomunicados bajo la marquesina, cada uno con sus sueños y problemas a cuestas, que se disponían a acudir al trabajo. En uno de los paneles laterales de cada parada el cuerpo adolescente de Maribel Verdú exhibía una lencería sugerente, mínimas bragas caladas, un sostén rebosante y un mohín oferente entre ingenuo y malvado en los labios.
 Era entonces Maribel una modelo publicitaria explosiva de 13 años, un auténtico pastel de carne
. A muchos hombres no les importaba en absoluto que el autobús se retrasara, puesto que eso significaba seguir dándose un banquete mirando de soslayo aquellas formas desnudas adorables. Cuando los pasajeros subían al vehículo Maribel Verdú les seguía con la mirada intensa, incluso a través de la ventanilla, hasta doblar la esquina.
 Cada pasajero creía que aquella mirada oscura era exclusiva para él y parecía algo más que una invitación a comprar esas prendas íntimas
. Era una tentación a romper con la vida anodina y a huir con aquella chica de la valla lejos, muy lejos, a cualquier paraíso perdido.
Después de un día de trabajo con todas las frustraciones y miserias que se acumulan al final de la tarde, los pasajeros se apeaban en la parada y allí estaba Maribel Verdú, sonriente e intacta, esperando con otra oferta en la mirada.
 Se trataba ahora de navegar la noche con ella más allá de los sueños. “Mira cómo estoy, quédate conmigo hasta la madrugada. Anda, atrévete”, parecía decirles a los jóvenes oficinistas, a los empleados honrados, solteros o casados, gente común, generalmente derrotada.
 Mientras ellos volvían a casa ella se quedaba allí a esperar a que alguien se la llevara y algunos caballeros soñaban de noche con esa chica y al día siguiente ella les volvía a invitar a una excitante e imposible huida.
 Ese era el juego excitante de cada día, invierno o verano, que también se repetía en las estaciones de metro.
 Desde el convoy, los pasajeros veían el panel donde la chica mostraba sus curvas malvadas como una ráfaga sobre la multitud que llenaba los andenes.
 Era un tiempo en que el ciudadano comenzó a interiorizar el cuerpo de esta chica como una categoría a priori de todos los sueños imposibles de alcanzar, los cinco sentidos que convergían en una mirada que te acompañaba bajo las acacias de la ciudad hasta el interior de la almohada.
 Pero una madrugada, Maribel Verdú fue secuestrada, cosa que no sorprendió a nadie.
 En varias paradas de autobús el panel había desaparecido. Un enamorado anónimo la había arrancado de cuajo, se la había llevado a casa y la había encerrado en un sótano amordazada solo para adorarla.
 No pidió rescate.
Era ella misma el precio a pagar.
A la edad de 15 años, Maribel Verdú pasó de los spots publicitarios y los catálogos de modas al cine de la mano de Vicente Aranda, su más devoto oficiante
. Desde el principio la actriz tuvo que pelear con su karma. El espectador se cabreaba si a los diez minutos Maribel Verdú no aparecía desnuda en pantalla. “¿Cómo, llevamos un cuarto de hora de película y todavía está vestida?”. Durante algunos años la gente se saciaba con su cuerpo y no trataba de ir más allá. ¿Para qué si, ya con la piel de aquella Lolita que olía a lavanda, con la alegría saludable que le manaba por todos los poros y su inocencia malvada que te llevaba cualquier perversión, había de sobra para dar vida a todos los fantasmas?
 La carrera de esta actriz ha sido el denodado esfuerzo para hacer olvidar su cuerpo y demostrar que era capaz de expresar hasta el fondo los sentimientos más sutiles y las pasiones más enrevesadas cuando la moldeaba un director de talento.
 Desde el primer momento el espectador supo que Maribel Verdú era una gran actriz solo a merced de quien supiera explorarla.
En el momento en que su cuerpo y su alma de artista se encontraron, este país pasaba por un tiempo pletórico de lujo, cuando nadie era nadie si no era rico
. La corrupción política ya estaba aflorando y todo parecía oler a podrido. Pero la belleza de Maribel Verdú parecía un regalo que hacía olvidar otras miserias.
En el papel de drogadicta en una película de Armendáriz rompió su propio molde y en Belle époque, de Fernando Trueba, era la más descarada y la que aceptaba el sexo como un fruto alegre y natural de la vida.
Pero es Amantes, de Vicente Aranda, la que marca su ruptura, y a partir de ahí comenzaron el éxito y los premios en cine y teatro, toda una carrera en la que la actriz ha trascendido la edad, toda una mujer muy bien hecha por dentro, en favor de la estética, un don que es más profundo y que va más allá de la belleza.
Leído esto , Manuel Vicent es todo un canto machista ante una mujer casi niña de 13 años.
Me desagrada profundamente que siendo ya una buena actriz y una mujer que es buena actriz, su retrato tan abundante de "lolitas" como actualmente estoy leyendo y viendo, es una forma de ver machista, porque esperando la guagua habrá mujeres derrotadas, cansadas que irán a sus trabajos y que si ven la lencería en un cuerpo de niña de 13 años, nunca pensarán que su vida va a cambiar por comprarla, entre otras cosas porque es lencería fina y cara, con la que sueñan esos hombres que sus mujeres compraran en los chinos o en mercadillos y nunca podrán gastarse lo que cuesta esa marca como Victoria Secret o La Perla.......así que este árticulo señor Vicent, sobra para mujeres, no solo los hombres van y vuelven a su trabajo , si lo tienen, claro, sino que pensarán con esa material conque se hacen los sueños....

22 ago 2014

De diademas y exportaciones.................................................................. María Porcel

Las reinas ya no usan corona.
 Oh, drama del primer mundo. Muchos se indignaron cuando Letizia apareció en su propia coronación (sí, era la entronización de su marido, pero al fin y al cabo ella también iba a convertirse en reina, ¿no?
Y la palabra coronación tiene mucho más postín, eso es así) con un relativamente simple vestido blanco con abriguillo.
 ¿Dónde estaban el armiño y los oros a lo Máxima de Holanda? ¿No habíamos quedado en que precisamente ese día sí que se podía poner corona?
No pasa nada. Ya habrá días, y noches, para sacar la Cartier, la flor de lis, la prusiana.
 La reciente reina está empezando a crear nuevas tendencias entre las cortes europeas. ¿Esmeraldas en vez de diamantes? ¿Coletas en vez de moños? No exactamente.
 Lo que Letizia está poniendo de moda son las diademas.
Sí, las diademas, esas cintitas de pelo tan monas que suelen llevar las niñas —Sofía y Leonor, entre ellas—, los deportistas (aunque esas son un poco distintas, sí) y algunas personas cursis entre las que confieso encontrarme
. Diademitas monas.
Letizia princesa se puso una en diciembre y otra (¡encima distinta! ¡Cielos!) en mayo (antes de reinar, o de consortear) y los más puristas se llevaron las manos a la cabeza.
 Supongo que para comprobar si ellos también llevaban una puesta
. Lo que algunos tomaron como algo puntual volvió a repetirse en Letizia ya reina a finales de julio. Y vuelta al drama.
 ¿Qué pensarían cuando la vieran con unas gafas de espejo naranja fosforito? ¿Que llegaba la hora de sacar la tricolor?
Señores, de verdad, solo es una diadema.
 Letizia puede ser muchas o pocas cosas, gustar más o menos (eso ya depende de las filias y las fobias de cada cual, algo tan español), pero austera en el vestir es.
 Ropas sencillas, baratas (Catalina de Cambridge se gasta más de 40.000 euros al año en ropajes, así que sí: son baratas) y que repite con constancia
. Y porque se ponga una diademita dorada, complemento de lo más simple, no hay por qué asustarse. Fíjense si gusta la cosa que le copia hasta Charlene de Mónaco.
 En el pasado baile de la Cruz Roja monegasco llevó una casi escondida en su corto pelo. Eso sí, la broma llevaba un buen puñado de brillantes y era de una carísima joyería londinense.
¿Ven? Algo de estilo royal que exportar. ¿No ha puesto la Middleton de moda los tocados y eso que a pocas, muy pocas, les sientan bien?
 Es algo que hay que empezar a asumir.
 Los pamelones, las coronas gigantes de flores, los extraños aros-ovni que rodean la cabeza y tapan todo excepto su centro, los turbantes, las hojas doradas.
 No son fáciles de llevar, no quedan bien a todas.
 La monarquía británica en general y Kate en particular han hecho mucho daño ahí.
 ¡Si ahora los han prohibido hasta en Ascot! No te la juegues.

 Como explicaba recientemente una íntima, muy sabia: “Demasiadas cosas llenan ya tu cabeza, querida amiga, no necesitas añadir el peso de un tocado”.
Resulta que al final una simple diadema va a ser la mejor opción.