Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 ago 2014

No te olvides de mirarla..................................................... Pablo Ordaz

'La gran belleza' de Paolo Sorrentino gustó más a los que conocen Roma de vista que a quienes se acostumbraron a su hermosura.

 


 
Toni Servillo y Sabrina Ferilli, en una imagen de 'La gran belleza'.

Hace unos cuantos siglos, los extranjeros que llegaban a Roma buscando la absolución para algunos de sus pecados especialmente graves no tenían más remedio que recurrir a intérpretes que tradujesen al italiano su confesión en la basílica de San Pedro
. La sorpresa venía cuando, una vez en paz con Dios, los peregrinos –por lo general pudientes— eran constreñidos por los intérpretes a pagarles una cantidad de dinero a cambio de mantener el secreto de lo dicho en confesión.
 Para intentar frenar una extorsión que se convirtió en costumbre, el papa Benedicto XII creó en 1338 una hermandad de asistencia a los pereg
rinos que, dos siglos después, Alejandro VII alojó en un magnífico edificio contiguo al Vaticano.
 El palacio Della Rovere aún se conserva, aunque demediado al estilo de Roma: la mitad pertenece a la medieval Orden Ecuestre del Santo Sepulcro, y la otra mitad, a un hotel de lujo cuyo restaurante es frecuentado, a veces en curiosa convivencia, por prelados de la Curia vaticana y por viajeros de paso. Es ahí, bajo unos frescos de Pinturicchio, donde el director Paolo Sorrentino sitúa una de las escenas de La Grande Bellezza (La gran belleza), aquella en la que el periodista Jep Gambardella invita a Ramona a fijarse en la mundana desenvoltura de un cura pidiendo champán Cristal –nunca por debajo de los 200 euros-- y cortejando a una monja:
--No te puedes imaginar lo instructivo que resulta vivir rodeado de tal cantidad de órdenes religiosas.
La mirada irónica, descreída y cansada de Jep Gambardella hacia sí mismo, hacia los demás y, sobre todo, hacia Roma no sólo atraviesa toda la película gracias a la interpretación de Toni Servillo, sino que también constituye –en contra de lo que parece sugerir el título— su columna vertebral.
“Si me preguntan”, explica Paolo Sorrentino, “qué significa La grande bellezza", sería demasiado fácil y tentador responder: Roma.
 En cambio, para mí, “La grande bellezza es más exactamente ese gigantesco cansancio de vivir que se esconde tras la vida de Jep Gambardella”.
 Una vida, recuerda el director de cine, que el protagonista –un periodista que jamás logró sobreponerse al éxito de su primera y única novela—consume entre los monumentos más bellos, las rancias fiestas mundanas y el sexo por costumbre mientras intenta recuperar, inútilmente, el rastro perdido de la literatura.
El director de cine, nacido en Nápoles en 1970, cuenta que desde el día en que, a los 19 años, paseó por Roma por primera vez se quedó asombrado por la ciudad y por “ese universo que gravita en torno al Vaticano” y que tan bien refleja –por el arte, la historia, la picaresca y la mundanidad disfrazada con sotana—el restaurante del palacio Della Rovere. “Aquel gran asombro de los 19 años”, añade, “no me ha abandonado nunca. Pienso que, quizás de forma inconsciente, aquel día nació la idea de hacer no una película sobre Roma, sino una película que la explicase”.
Ha tardado casi 30 años.
Tal vez porque Roma es tan difícil de explicar, de catalogar, como su propia película, que ha encandilado a muchos –ahí está el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA— y que ha dejado frío a otros. No deja de ser curioso que, por lo general, la película haya gustado más a quienes solo conocen la ciudad de vista o se acercaron a ella desde fuera –a sus amantes--, que a quienes, después de haber crecido entre tanta belleza, se olvidaron de mirarla.
“Es una ciudad que en realidad no conozco”, admite Sorrentino, “y, de hecho, es una ciudad que no quiero conocer en profundidad, porque como todas las cosas que se entienden bien, el riesgo de la desilusión está siempre al acecho.
 Por lo tanto, me limito a intuirla, a atravesarla todos los días como un turista sin billete de retorno, y soy feliz así.
 Finjo no escuchar las críticas incesantes de sus habitantes ni creer las invectivas furibundas de los de fuera sobre la pobreza cultural y moral de la ciudad. Cobardemente, me tapo los oídos.
 No quiero que me arruinen el sueño. Prefiero concentrarme en la dulzura de ciertas puestas de sol, en la inexplicable suavidad del clima y del estado de ánimo que sólo Roma te consiente, en los lentos paseos sin destino que te prometen siempre llevarte a lugares inéditos e irrepetibles
. Y que, a veces, hasta mantienen la promesa”. Esa es Roma.
 O esa es, al menos, la Roma que muestra Sorrentino a través de Jep Gambardella: un paseo infinito y adictivo en búsqueda de la belleza, un paseo que puede durar toda una vida y por el que se puede llegar a pagar un alto precio:
--¿Por qué no has escrito otro libro?
--Porque he salido demasiado a menudo por las noches.
Como en Roma, la gran belleza de la película está en las pequeñas bellezas que encierra y que, a veces, solo deja entrever.
 La belleza del italiano que, en la dicción y la voz de Toni Servillo, curtidas por toda una vida de teatro, es un placer que convierte en un crimen el mejor de los doblajes
. La belleza de los guiños –o lo que parecen ser guiños—a míticas películas que también tuvieron a Roma por escenario: la visita de una monja a un cirujano plástico recuerda a aquel desfile de moda religiosa de la Roma de Fellini
; el zapato que se desprende del pie de La Santa evoca al que se le cae a Audrey Hepburn en la recepción de autoridades de Vacaciones en Roma…
La belleza de admitir, durante la diatriba de Jep contra Stefania en el ático frente al Coliseo, el pacto implícito de cinismo e hipocresía que rige la relación con los amigos de las francachelas diarias: “Estamos todos al borde la desesperación y tenemos un único remedio: hacernos compañía y tomarnos un poco el pelo”.
 Pero también la belleza al reconocer la excesiva dureza del ataque a su amiga:
“Lo sé. He exagerado
. Pero es lo que hacen los escritores fracasados”.
Paolo Sorrentino utiliza la capacidad del cine para hacer más hermoso lo que ya de por sí lo es, utilizando el montaje para añadir jardines a palacios que jamás los tuvieron o para, simplemente, demostrarle a los romanos que la belleza puede también cegar, que ese torrente de hermosura heredada que tantas veces maltratan sigue fluyendo como una hemorragia imposible de cortar.
 De boca de sus mayores –Alberto Moravia, Ennio Flaiano o Mario Soldati--, Sorrentino aprendió que “en Roma se intenta hacer pasar por sentido de la eternidad una cierta atonía moral”, o que “vivir en Roma es una forma de perder la vida”, o que aquí se descubre mejor que en cualquier otra ciudad que “el sentido de la eternidad es en realidad el sentido de la nada”.
 Y, aun dándoles la razón, Sorrentino intenta redimir a Roma –y con ella a su película—con unas frases, hermosas por sí mismas, que Jep Gambardella pronuncia al final de la película a modo de resumen de su propia vida.
--Siempre termina así.
 Con la muerte. Antes, sin embargo, estuvo la vida. Escondida bajo el bla, bla, bla. Sepultada bajo la cháchara y el ruido. El silencio y el sentimiento.
 La emoción y el miedo
. Los demacrados e inconstantes destellos de belleza.

Unos se mueren y otros sobreviven........................................ Luis Hidalgo ....Una extraña pareja, su hija realmente murió?


Al Bano y Romina Power en su reaparición en Peralada. / ICONA / JOAN CASTRO

En un escenario veraniego, con tiros moderadamente largos y bronceados a la luz de la luna, una pareja que fue feliz y lo cantó a destajo como una franquicia de Cupido, escenificaba que ahora, tras años de matrimonio y otros muchos de divorcio, pueden verse sin escozor.
 No, que nadie se equivoque, Al Bano y Romina Power están separados y no se van a reconciliar, pero por razones de amistad debidamente aliñadas con otros argumentos menos intangibles, la ex pareja feliz ha realizado unos pocos conciertos en los que han vuelto a ser pareja artística
. Uno de ellos tuvo lugar en casa de sus amigos, los señores Suqué, artífices del festival de Peralada, donde en la noche del martes se dieron un homenaje que hizo pensar en que no hay desamor que mil años dure.
 Todo esto en un concierto eterno que no fue exactamente un concierto de Al Bano y Romina Power, sino un concierto de Al Bano y su familia, entre la que lógicamente estaba su exmujer.
 Nada como el concepto mediterráneo de familia, cualquier cosa por los hijos.
Sí, fue verdad, el concierto fue un atasco que sólo en la parte final se hizo algo fluido.
 Como marcando territorio fue Al Bano quien lo comenzó, vestido con un traje gris alpaca de los que El Fary usaba en alguna muy señalada fiesta de guardar
. Pero ya se sabe que el fuerte de Al Bano no está ni en su carisma ni en la variedad de la montura de sus gafas, sino en su voz de tenor, potente aún más porque él la siente potente y la exhibe como su musculatura un chaval aún imberbe.
 Tampoco el tino estuvo en el grupo de acompañamiento -batería, bajo, guitarra y teclados con una orquesta dentro-, cuyos arreglos fueron bastante planos. Un cuarteto de vocalistas ataviadas de boda, reforzaron el apartado vocal.
 Y precisamente, tras calentar su herramienta con unas cuantas piezas, sí Al Bano tiene una voz tan lírica que incluso permite olvidar las canciones cuando son medianías e imaginarla en composiciones de fuste, introdujo a Romina sin apenas cruzarse con ella, escatimando la foto que todo el mundo buscaba.
Contrastó el gris Al Bano con los vaporosos tejidos azules con los que su exmujer apareció en escena para interpretar en inglés un par de canciones bastante mediocres, declamar un poema y certificar como la maternidad ciega hasta ver gracilidad en el trotar de un paquidermo
. Yari Carrisi, segundo fruto de la relación con Al Bano, le acompañó en una pieza por él compuesta para mamá y con pocos visos de ser recordada por alguien que no sea mamá.
 Luego, para extraviar un poco el sentido de la velada, Yari hizo una versión de los Beatles y otra de Pink Floyd y se quedó tan pancho
. Metido por el calzador protector de la familia, Yari cantó tanto que pegó el cante.
Pero nadie pareció ponerse tiquismiquis, la fiesta celebraba un reencuentro, el de la pareja con Peralada tras 20 años de ausencia
. Tras el hijo, Al Bano homenajeó un escenario tan lírico como aquel marcándose unas arias y la famosísima y popular "Funiculì, funiculà" napolitana.
 Cayó, por supuesto, su "Ave María", en cuya presentación Al Bano confundió espiritualidad con religiosidad, algo muy católico
. Más tarde compartió escena con Romina, espléndida en su sentido del humor sobre el paso del tiempo, inspirado en la seguridad de quien no se siente muy desportillada por los años.
 Romina, todo clase aún en sandalias, ya vestida en fucsia también vaporoso, dignificó la estampa de su ex, quien dejando la alpaca en el camerino ganó enteros.
Hubo humor incluso repitiendo la entrada de Romina en escena para cantar a dúo, pues un problema en la batería impidió que fuese digna de la situación y de las deseadas fotos.
Y este fue el tramo del concierto que había movido los suspiros.
 La pareja, comportándose como una razonable pareja de divorciados, cantó piezas como "Nostalgia canaglia", "Siempre, siempre" o "Vivirlo otra vez", interpretados sin necesidad de parecer víctimas de un amor diabético
. En este sentido los diálogos entre ambos y sus miradas nos hablaron de una pareja normal que ya no tiene que vender post adolescencia, sino sentimientos que no por morir conducen de por vida al resquemor.
 Casi resulta más esperanzador este mensaje que el amor a quintales, llovido como una catarata de sentimientos marcados por arrobas de acné. Incluso fue tierno el tímido e inseguro baile que la pareja protagonizó bajo los acordes de "Vivirlo otra vez", en el tramo final de un concierto innecesariamente largo y titubeante.
 Hay esperanza más allá del divorcio, pero cuidado con la familia.

Entre el miedo y la solidaridad..........................................................................Alejandra Torres Reyes

Pobre misionero , la enfermedad lo encontró, no sé que pensará de su Dios que hace tiempo está dormido.
No soy creyente pero pienso que de existir un Dios no debería mandarnos las 7 Plagas de Egypto, o los 5 jinetes de la Apocalipsis, que ya llevamos unos cuantos, no sé si son 5 o siete, ese siete apocaliptico. Ni Idea. Pienso que esos mundos africanos están llevados por sacerdotes que se imponen a su miedo humano y está con los enfermos, hambrientos, solos, heridos, solo ellos desafían , seguramente sin quererlo, a esa furia desencadenada de un Dios del Atiguo Testamento.
¿A quién manda el ébola? naturalmente a los que cuidan a los enfermos Liberianos, de Sierra Leona. ¿Que dice ese Papa Francisco? no era fieramente humano? no oigo sus palabras.......como siempre la Iglesia mal que nos pese ayuda y La Iglesia calla.....no es justo.
Leo que la epidemia casi no llegue a España, o hay pocas probalidades de que llegue, Ayyyy!!! ese "casi" o esas "pocas" pueden llegar .
El avión que viajará a Liberia para recoger al religioso español afectado de ébola ya está listo para salir, pero en España se desconoce aún dónde será tratado.
 El silencio del Ministerio de Sanidad al respecto, que ya dura días, alimenta algunos rumores, como el que se ha disparado de que sería el hospital de La Paz, en Madrid, adonde llegaría Miguel Pajares.
El hospital no tiene ninguna comunicación oficial de que eso vaya a ser así, pero entre los pacientes sí se recogen opiniones que van del miedo a la solidaridad.
 Además, se ha convocado una reunión a las 13.00 horas para informar al personal de distintos servicios de la eventual llegada del sacerdote.
 El centro tiene una unidad de enfermedades infecciosas, pero igual que tienen otros, no es específica para tratar un caso de ébola.
Otra posibilidad es que el paciente sea ingresado en una habitación del hospital Carlos III, que desde el pasado mes de enero depende funcionalmente de La Paz.
Los usuarios de La Paz se dividen en dos: los que aceptan que el religioso tratado en este centro y los que no.
Virginia Crespo cuenta que se quedó "helada" al escuchar esta mañana que el infectado llegaría al mismo hospital donde horas más tarde llevaría a su padre por un problema en las arterias.
 "Claro que tiene derecho a que le curen y espero que lo hagan, pero, hombre, si allá no hay cura, acá tampoco", comenta, molesta, mientras espera que atiendan a su padre, de 90 años.
Carmen Gutiérrez, de 62 años, no puede estar más en contra de esta postura.
 Su hermana está ingresada desde este martes a la espera de ser intervenida por un tumor en el cuello y dice que, "aun así", espera que el religioso sea tratado en este mismo hospital "o en cualquier otro español porque tiene derecho".
"Si allá está fatal y aquí tenemos más medios, hay que traerlo. Que se le aísle en condiciones y punto pelota. No tiene por qué contagiar a nadie".
Con 49 especialidades y casi 7.000 trabajadores, el hospital realiza cada año un millón de consultas y atiende 200.000 urgencias.
 Es centro de referencia en España para 19 patologías complejas y su programa de trasplantes ha protagonizado la mayoría de los hitos médicos del hospital, que en 1993 realizó el primer trasplante con un órgano de donante vivo en España.
Victoria Trujillo, presidenta de la Asociación de Enfermería de Madrid, dice que las enfermeras de La Paz llevan casi un mes quejándose por la falta de protocolos y el desconocimiento para atender casos de este tipo.
 "Si existe un protocolo, las enfermeras no lo conocen. Lo único que saben es cómo ponerse y sacarse un traje especial, pero no saben ni por dónde ingresa un paciente con este tipo de patología, qué recorrido tienen que seguir, qué medidas de esterilización tienen que cumplir
. Eso existía hace un año en el Carlos III, pero lo han desmantelado. Vamos, no es un tema de no recibirlo, sino de recibirlo en condiciones".
La sala de urgencias de La Paz está casi llena, unas 50 personas esperan en el lugar donde cada año pasan por allí una media de 200.000 enfermos. Concepción Figueras, de 62 años, es una de ellas. Cree que las dos posturas son "correctas".
 Por una parte, está de acuerdo con que Pajares reciba atención es España; por otra, cree que, para "evitar la alarma social", debería ser trasladado a un centro menos congestionado.
 "Aquí viene mucha gente, incluso niños, porque hay muchas especialidades. Es normal que la gente se asuste porque, aunque todos vamos a morir, nadie quiere contagiarse".
El protocolo de traslado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) contempla el uso de un avión "medicalizado" con un equipo de expertos a bordo.
 España se convertirá en el segundo país en repatriar a infectados del virus desde África, después de Estados Unidos, que trasladó a dos enfermos a Atlanta.
Alea Iacta est.


5 ago 2014

En manos de quién estamos ....................Arturo Pérez Reverte

En manos de quién estamos

Aterra el disparate perpetuo en que vivimos. 
Y déjenme contarles la penúltima.
 A él lo llamaremos Manolo, y a la embarcación Manolita II. Manolo es patrón y propietario del pesquero Manolita I.
 Se dedica, con sus marineros, a una pesca que se hace con redes; y para ayudarse a calar y recoger éstas lleva a remolque desde hace treinta años el Manolita II: pequeño bote auxiliar, de madera y remos, de sólo cuatro metros de eslora, que valdrá hoy unos trescientos euros
. Nunca tuvo problemas hasta que una patrullera de la Benemérita le dijo hola, buenos días, y en aplicación del reglamento vigente lo informó de que el Manolita II tenía que estar registrado, llevar matrícula, bandera y demás parafernalia náutica.
 Manolo dijo a los guardias que él sólo usaba ese bote un par de meses al año, y que el resto lo tenía en seco, en tierra. Pero respondieron que aun así.
 Que lo sentían mucho, pero que era la norma y ellos eran unos mandados. Punto. 
Manolo decidió hacer bien las cosas bien, y empezó los trámites: capitanía marítima, papeleo.
 En cada peldaño del calvario, claro, pagando. 
Tasa tal, certificado cual. Hasta que, en mitad del proceso, el funcionario correspondiente informa a Manolo que, según la normativa
 A, párrafo B, para obtener el certificado de navegación del Manolita II debe presentar un proyecto de embarcación hecho por un ingeniero naval y visado por el Colegio Oficial, donde figuren datos técnicos como cálculo del junquillo y otras informaciones vitales. A Manolo se le funden los plomos. Oiga, balbucea. Yo sólo quiero legalizar un bote de remos de cuatro metros que remolco hace treinta años. Ya, responden. 
 Pero según la normativa con fecha tantos de tantos, si no figuran los datos del junquillo, no hay manera. ¿Y qué es el junquillo?, pregunta Manolo. Etcétera.
 Al fin, gracias a la buena voluntad de otro funcionario que le confía por lo bajini que el primer funcionario es un borde que no tiene ni zorra idea, Manolo consigue pasar el trámite, paga nuevas tasas y obtiene el certificado del Colegio Naval. Victoria. 
Victoria un carajo, comprueba acto seguido.
 Pues cuando acude a la ventanilla con su certificado, responden que ahora tiene que obtener el de Seguridad, y que además tiene que colocar un puntal con las luces de navegación obligatorias. ¿En un bote de cuatro metros?, alucina Manolo.
 Afirmativo, confirman.
 Además, debe llevar a bordo bengalas y chalecos salvavidas inflables y sin inflar.
 Manolo objeta que todo eso lo tiene a bordo del pesquero grande, y que cuando bajan al bote llevan los chalecos salvavidas puestos. Da igual, responden. 
El Manolita II debe llevar sus propios chalecos, revisados cada año pagando las tasas correspondientes.
 Pero en cuatro metros de bote no cabe todo eso, se desespera Manolo.
 A lo que los funcionarios responden encogiéndose de hombros. Ya, dicen. Pero es la normativa. Artículo Tal, párrafo Cual. 
¿Y quién ha hecho esa normativa?, pregunta la víctima
. Y responden: ah, no sé. Uno de la consejería, o de Madrid. 
Manolo lo compra todo. El puntal, las luces, los chalecos. Todo.
 Pero siguen sin darle el permiso, informándolo por capítulos. Falta la revisión de Sanidad y el pago de esas tasas, se entera ahora.
 Y un día, en el lugar donde está varado en tierra el bote, se presentan dos inspectores con mono blanco, botas asépticas y casco de seguridad. 
 ¿Dónde está el buque Manolita II?, preguntan.
 Cuando se repone de la impresión, Manolo indica el bote. Lo miran, se miran entre ellos y le dicen a Manolo que falta a bordo el botiquín con la lista Alfa, o algo así. 
Y se van. Manolo acude a una tienda náutica, compra el botiquín -que está vacío y cuesta 100 euros- y luego lleva la lista Alfa a una farmacia. No puedo darle esos productos, dice el farmacéutico, porque para la mitad necesita receta. No joda, dice Manolo. Sí jodo, dice el otro. Etcétera. Etcétera.
 Y una docena de etcéteras más. 
Ha pasado un año
. Hoy, tras perder meses de ventanilla en ventanilla y gastarse 5895 euros en legalizar un bote que vale 300, Manolo por fin puede llevar otra vez a remolque el Manolita II 
. Aunque, como es imposible cargar tanto equipo a bordo, pues en cuatro metros de eslora eso impediría hasta remar, lo deja todo en tierra
. De manera que cuando la Guardia Civil lo pare otra vez, lo van a crujir.
 Pero eso sí: gracias a la normativa Omega barra Siete, o como se llame -ideada por algún imbécil que no ha visto el mar en su vida-, el Manolita II tiene, por fin, pintado un número de registro oficial. Y en la popa, según expresa textualmente nuestra legislación náutica, ya puede llevar la bandera española «con los privilegios que ello confiere». 
3 de agosto de 2014