Isabel Pantoja celebra hoy su 58 cumpleaños y busca sobre los escenarios tomar distancia de sus disgustos personales.
Isabel Pantoja cumple hoy 58 años y lo celebrará rodeada por sus fans
en Cantora, la finca gaditana que heredó de Paquirri.
La mayoría de los miembros de su Club Oficial de Madrid han desembolsado 250 euros para costearse el viaje, el hotel y parte del regalo que le entregarán cuando la tonadillera les abra la puerta de su casa, dispuesta a brindar, cantar y bailar con ellos durante un buen rato.
Todo ocurrirá en medio de una pausa en su gira veraniega con la que está recorriendo España, quizá empeñada en volver a ser noticia por su trabajo y no por sus escándalos personales, pues no ha podido dejar de ser la asidua protagonista de las revistas manoseadas en peluquerías, supermercados y hogares a media mañana.
Y, sin embargo, la última folclórica llega a la madurez plena en medio de las secuelas de su imputación en el Caso Malaya y los constantes disgustos que no dejan de darle sus hijos (bien rentabilizados en los platós de la tele y en las revistas).
A primera hora del 8 de noviembre de 2013, día en que su hija conocida popularmente como Chabelita cumplió 18 años, la intérprete de Marinero de luces emitió un comunicado para anunciar que la joven estaba embarazada como “fruto de una relación estable y duradera de amor”. También pidió respeto para su intimidad y la del resto de su familia y lamentó tener que leer y escuchar comentarios sobre su hija, convertida en “objeto de explícita burla y mal intencionado cotilleo”.
Cuatro meses después, el 7 de marzo de este año, Chabelita dio a luz a un niño de casi tres kilos de peso en Málaga y la cantante que empezó a conquistar al público a principios de los setenta en El Corral de la Morería, junto al Viaducto de Madrid, se ufanaba de ser abuela por segunda vez.
El acontecimiento pareció devolverle la sonrisa en medio de la incertidumbre por no saber si sus abogados lograrían recurrir la sentencia de dos años de cárcel y una multa de más de un millón de euros por blanqueo de capitales que la Audiencia de Málaga le había impuesto un año antes cuando, al salir de los juzgados, se desvaneció ante una muchedumbre que en el pasado le aplaudía sin miramientos y ahora le gritaba "choriza" y la tiraba del pelo.
Pero la alegría le duraría poco. Chabelita y su novio Alberto Isla no tardaron en alquilar una casa en Sanlúcar de Barrameda, cuya puerta estaba cerrada para Isabel Pantoja. “No entiendo por qué no puedo ver a mi nieto”, dijo entre sollozos en El Programa de Ana Rosa (Telecinco), mientras Chabelita iba al cirujano para aumentarse los pechos y gastaba en la milla de oro de Madrid los ingresos que le brindaban sus primeras exclusivas a la prensa del corazón.
Insinuó que el cambio de actitud de su hija había sido propiciado por Alberto Isla, que la tenía “envuelta en una ficción”, y dijo estar muy apenada también por su madre, doña Ana Martín, de 83 años (es decir, su sombra, para quien lo primero siempre ha sido “la carrera de la niña”), pues la situación la tenía muy afectada y “con las pestañas blancas de tanto llorar”.
Con la llegada de la Semana Santa todo pareció calmarse
. La viuda de un torero y exnovia de un político corrupto logró juntar a toda la familia en un balcón del centro de Sevilla donde, con lágrimas en los ojos, presenciaron el paso de la Virgen de la Esperanza de Triana y del Cristo de las Tres Caídas
. Dos meses después, quién sabe si por esta manifestación de fe, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia de la Audiencia de Málaga pero, al ser una persona sin antecedentes penales y haber recibido una condena que no supera los 24 meses, se libró de entrar en la cárcel.
Atrás quedó el calvario de sentarse en el banquillo de los acusados ante las cámaras de la televisión, los días enteros avergonzada y deprimida, encerrada en su finca, probando apenas unos batidos nutricionales.
Entonces supo que tenía que levantarse y volver a ponerse la bata de cola porque, en la dialéctica cañí, el siniestro total no está contemplado.
Pero, si como decía Lola Flores, “cuando los hijos crecen no sirven más que pa matarnos a disgustos”, Kiko, el DJ, y Chabelita, la joven madre, no dejan de aquejar a Isabel Pantoja aireando por separado sus intimidades.
Uno siendo objeto de un documental (con análisis tertuliano incluido) sobre sus intenciones de convertirse en cantante y otra rompiendo su relación sentimental viciada de origen.
Dicen ahora, además, que el hombre que fuera el capataz de Cantora “tiene ganas de hablar” acerca de lo que vio y oyó mientras permaneció en la finca y que, tal vez en otoño, algún medio lo convenza con una buena cantidad de dinero.
Así que hay culebrón para rato porque, como dicen los periodistas Sol Alonso y Fernando Martín, biógrafos de La Pantoja (Temas de Hoy), “este país parece tener una especial querencia por el morbo. Lo disfruta, lo saborea y le encanta, como suelen decir esos anuncios de comida para perros.
Incluso tiene una desarrollada capacidad para ofrecerlo en una vertiente artística de indudable aceptación y carga mucho más light: el humor negro.
Sin embargo, pueden oírse las voces de ‘españoles de pro’ que quieren negar esta característica, desde nuestro particular punto de vista, evidente como la luz solar”.
Mientras tanto, la artista que ha convertido su propia vida en una copla; la aristócrata del pueblo que en 1983 provocó que hubiera gente dispuesta a dormir en la explanada de una iglesia de Sevilla, sin importarle los sudores de abril, con tal de coger sitio para no perderse la gran boda de la tonadillera y el torero ante Jesús del Gran Poder; la otrora “viuda de España” que “hasta fregaría suelos” para pagar un monumento a “El”, su Paquirri, el mismo no le negaba “ni la luna”; ella, la última folclórica, tantea con una gira de conciertos por toda la península la respuesta que podría recibir cuando lance su nuevo disco (Hasta que se apague el sol), que grabó gracias su compadre Juan Gabriel, el mexicano que en 1988 le compuso Así fue y en 2011 No me parezco a nadie, tema en el que no se cansa de alardear (por si a alguien le queda alguna duda):
“Soy Isabel Pantoja y hago lo que se me antoja”.
La mayoría de los miembros de su Club Oficial de Madrid han desembolsado 250 euros para costearse el viaje, el hotel y parte del regalo que le entregarán cuando la tonadillera les abra la puerta de su casa, dispuesta a brindar, cantar y bailar con ellos durante un buen rato.
Todo ocurrirá en medio de una pausa en su gira veraniega con la que está recorriendo España, quizá empeñada en volver a ser noticia por su trabajo y no por sus escándalos personales, pues no ha podido dejar de ser la asidua protagonista de las revistas manoseadas en peluquerías, supermercados y hogares a media mañana.
Y, sin embargo, la última folclórica llega a la madurez plena en medio de las secuelas de su imputación en el Caso Malaya y los constantes disgustos que no dejan de darle sus hijos (bien rentabilizados en los platós de la tele y en las revistas).
A primera hora del 8 de noviembre de 2013, día en que su hija conocida popularmente como Chabelita cumplió 18 años, la intérprete de Marinero de luces emitió un comunicado para anunciar que la joven estaba embarazada como “fruto de una relación estable y duradera de amor”. También pidió respeto para su intimidad y la del resto de su familia y lamentó tener que leer y escuchar comentarios sobre su hija, convertida en “objeto de explícita burla y mal intencionado cotilleo”.
Cuatro meses después, el 7 de marzo de este año, Chabelita dio a luz a un niño de casi tres kilos de peso en Málaga y la cantante que empezó a conquistar al público a principios de los setenta en El Corral de la Morería, junto al Viaducto de Madrid, se ufanaba de ser abuela por segunda vez.
El acontecimiento pareció devolverle la sonrisa en medio de la incertidumbre por no saber si sus abogados lograrían recurrir la sentencia de dos años de cárcel y una multa de más de un millón de euros por blanqueo de capitales que la Audiencia de Málaga le había impuesto un año antes cuando, al salir de los juzgados, se desvaneció ante una muchedumbre que en el pasado le aplaudía sin miramientos y ahora le gritaba "choriza" y la tiraba del pelo.
Pero la alegría le duraría poco. Chabelita y su novio Alberto Isla no tardaron en alquilar una casa en Sanlúcar de Barrameda, cuya puerta estaba cerrada para Isabel Pantoja. “No entiendo por qué no puedo ver a mi nieto”, dijo entre sollozos en El Programa de Ana Rosa (Telecinco), mientras Chabelita iba al cirujano para aumentarse los pechos y gastaba en la milla de oro de Madrid los ingresos que le brindaban sus primeras exclusivas a la prensa del corazón.
Insinuó que el cambio de actitud de su hija había sido propiciado por Alberto Isla, que la tenía “envuelta en una ficción”, y dijo estar muy apenada también por su madre, doña Ana Martín, de 83 años (es decir, su sombra, para quien lo primero siempre ha sido “la carrera de la niña”), pues la situación la tenía muy afectada y “con las pestañas blancas de tanto llorar”.
Con la llegada de la Semana Santa todo pareció calmarse
. La viuda de un torero y exnovia de un político corrupto logró juntar a toda la familia en un balcón del centro de Sevilla donde, con lágrimas en los ojos, presenciaron el paso de la Virgen de la Esperanza de Triana y del Cristo de las Tres Caídas
. Dos meses después, quién sabe si por esta manifestación de fe, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia de la Audiencia de Málaga pero, al ser una persona sin antecedentes penales y haber recibido una condena que no supera los 24 meses, se libró de entrar en la cárcel.
Atrás quedó el calvario de sentarse en el banquillo de los acusados ante las cámaras de la televisión, los días enteros avergonzada y deprimida, encerrada en su finca, probando apenas unos batidos nutricionales.
Entonces supo que tenía que levantarse y volver a ponerse la bata de cola porque, en la dialéctica cañí, el siniestro total no está contemplado.
Pero, si como decía Lola Flores, “cuando los hijos crecen no sirven más que pa matarnos a disgustos”, Kiko, el DJ, y Chabelita, la joven madre, no dejan de aquejar a Isabel Pantoja aireando por separado sus intimidades.
Uno siendo objeto de un documental (con análisis tertuliano incluido) sobre sus intenciones de convertirse en cantante y otra rompiendo su relación sentimental viciada de origen.
Dicen ahora, además, que el hombre que fuera el capataz de Cantora “tiene ganas de hablar” acerca de lo que vio y oyó mientras permaneció en la finca y que, tal vez en otoño, algún medio lo convenza con una buena cantidad de dinero.
Así que hay culebrón para rato porque, como dicen los periodistas Sol Alonso y Fernando Martín, biógrafos de La Pantoja (Temas de Hoy), “este país parece tener una especial querencia por el morbo. Lo disfruta, lo saborea y le encanta, como suelen decir esos anuncios de comida para perros.
Incluso tiene una desarrollada capacidad para ofrecerlo en una vertiente artística de indudable aceptación y carga mucho más light: el humor negro.
Sin embargo, pueden oírse las voces de ‘españoles de pro’ que quieren negar esta característica, desde nuestro particular punto de vista, evidente como la luz solar”.
Mientras tanto, la artista que ha convertido su propia vida en una copla; la aristócrata del pueblo que en 1983 provocó que hubiera gente dispuesta a dormir en la explanada de una iglesia de Sevilla, sin importarle los sudores de abril, con tal de coger sitio para no perderse la gran boda de la tonadillera y el torero ante Jesús del Gran Poder; la otrora “viuda de España” que “hasta fregaría suelos” para pagar un monumento a “El”, su Paquirri, el mismo no le negaba “ni la luna”; ella, la última folclórica, tantea con una gira de conciertos por toda la península la respuesta que podría recibir cuando lance su nuevo disco (Hasta que se apague el sol), que grabó gracias su compadre Juan Gabriel, el mexicano que en 1988 le compuso Así fue y en 2011 No me parezco a nadie, tema en el que no se cansa de alardear (por si a alguien le queda alguna duda):
“Soy Isabel Pantoja y hago lo que se me antoja”.