Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 jul 2014

Una relación compleja...................................................... Juan José Millás

Dice De Niro que se arrepiente de no haber insistido al suyo para que se cuidara el cáncer de próstata que acabó con su vida.

 

Imagen del documental 'Remembering the artist'.

Ahí tienen a Robert de Niro y a su padre en uno de esos instantes pasajeros en los que los padres parecen casi más jóvenes que los hijos.
 Una cortesía de la naturaleza
. Tras la euforia consecuente de los padres, cada cual regresa a su lugar en el tablero de la existencia. Si hacen ustedes el ejercicio de recortar las caras y superponer los dos perfiles, verán que no hay entre ellos tantas diferencias
. Algo más aguileña la nariz del padre, quizá también una frente más alta y punto.
 Lo interesante es lo que dicen las miradas, que puede traducirse desde el tópico tranquilizador o desde el antitópico inquietante
. En el primer caso, el padre, al mirarse en el hijo, estaría expresando su orgullo.
–¡Qué bien lo has hecho, Robert!
A lo que el hijo respondería:
–Gracias a tu apoyo, papá.
Bueno, no tenemos ni idea de lo que se están diciendo, pero a uno le parece que en la expresión del padre (un pintor fracasado) hay, además del orgullo lógico, un punto de agresividad, como si pretendiera dejar claro a la cámara quién manda, quizá dónde empezó el éxito, mientras que en la del hijo se observa cierto retraimiento, como si la representación de la escena le incomodara un poco.
 El retraimiento podría ser también un síntoma de la culpa que sienten algunos hijos al superar a los padres
. Dice De Niro que se arrepiente de no haber insistido al suyo para que se cuidara el cáncer de próstata que acabó con su vida.
 A él, en cambio, se lo diagnosticaron hace años y logró derrotarlo.
Una relación compleja, la de las próstatas de los padres y los hijos

Las tristes vistas de un lugar hermoso...................................................... Roger Salas


El hotel Beau-Rivage, en Lausana, en una foto de época.

Pisé el hotel Beau-Rivage, en Lausana, en tres ocasiones.
La primera fue en 1985 con el propósito de una frustrada entrevista con Serge Lifar, que se convirtió en un delirante monólogo del bailarín ruso, del que tomé unas primeras notas apresuradas que me sirvieron, al principio, de muy poco; ya estaba muy enfermo y saltaba de un tema a otro sin una coma, sin un respiro.
Entonces me dijo: “Vaya a Nancy en la próxima primavera, voy a remontar Fedra para Maya Plisetskaia y es más que probable que sea la última vez”.
 Al año siguiente, efectivamente, fui a Nancy e hicimos la entrevista; Jesús Castañar lo retrató en el foyer de la Ópera en los que serían los últimos retratos y ya no lo volví a ver
. Lifar murió de un devastador cáncer de huesos el 16 de diciembre de 1986 en el Beau-Rivage de Lausana, al lado norte del lago Leman, ese hotel algo austero, como una sólida mole tallada con gusto neoclásico, que tiene en lado norte a su hermano casi gemelo, el Beau Rivage ginebrino, sitios donde también estuvieron repetidamente y en acto de refugiarse, entre otras muchas celebridades, Victor Hugo, Camile Saint-Saëns y Coco Chanel.
De allí, del lado sur, también salió la mañana que iba a morir asesinada la emperatriz Elizabeth Amalie Eugenie, Sissi para la historia, y luego la trajeron agonizante, envuelta en su enorme abrigo negro de plumas de garza, astracán y azabaches al estilo de Worth, a la misma habitación donde había dormido la noche anterior.
 Al cabo de una hora de agonía, falleció.
La segunda vez que estuve en el Beau-Rivage de Lausana fue a visitar en 1987 a la viuda de Lifar, Lilian, condesa de Ahlefeldt-Laurvig.
 En aquella época no había internet ni Wikipedia y tardé bastante en encontrar en el mapa de letras minúsculas de un atlas y en mi ingenuidad, Ahlefeldt, allá en el distrito Rendsburg-Eckerförde de la región Scheswig-Holstein.
 De todo aquello sólo me sonaba Holstein, porque hay unas vacas lecheras que llevan ese apellido. Total, Lilian nunca había estado por allí: ella era sueca, se había casado con Christian de Ahlefeldt, un conde danés, y conservó esa denominación para el resto de su vida. Lilian hizo época antes de encontrarse con el primer Apolo danzante del siglo XX, pues había tenido un romance con el heredero del trono de Nepal, otro con el príncipe ruso Vladimir Romanowski-Krassinski, y también con un multimillonario norteamericano que no tenía más armas en su escudo que los billetes verdes. Lilian había nacido en 1914 y fue educada en París, donde, preadolescente, vio bailar a Serge Lifar en las últimas etapas de la compañía de Diaghilev.
 Cinco décadas más tarde se encontraron para no separarse hasta la muerte del bailarín. Eso era un devoto amor que atravesó la lógica del tiempo.
El hotel Beau-Rivage de Lausana se inauguró en 1861 (mientras el de Ginebra se abrió en 1865) y nunca tuvo demasiados brillos, nada de ostentación
. La decoración se conserva bastante bien con sus muralescas galantes en sepia y los candelabros de 12 luces sobre las mesas ovales estilo Regencia; el suelo de maderas enceradas y pulidas cruje bajo las gruesas alfombras, lo que es buena señal de autenticidad.
 Uno de los ujieres de librea me dijo una vez:
 “No se trata del número de estrellas que tienes en la placa de la entrada, sino de las estrellas de verdad que llevas adentro”.
En 2012, la exclusiva lista de Conde Nast Traveler puso al Beau-Rivage como en número uno de la elegancia mundial, y mucha gente nueva y aparentemente chic no sabía dónde estaba.
 “Mejor”, dijo mi amigo, ahora ya portero principal (y que es el único que sigue allí con sus vistosos botones dorados y su chistera algo apolillada), cuando volví esa tercera vez a ver qué quedaba del rastro de Lifar y de Lilian, que había muerto en 2008.
 Ellos están enterrados juntos cerca de Nureyev, en el Cementerio de Sainte-Geneviève-des-Bois (Île-de-France) en una tumba de granito negro con cruces ortodoxas tan sobria y geométrica como el hotel que los alojó y al que llegué por la gestión confidente de una amiga crítico, balletómana pasional y coleccionista, Gilberte Cournand, librera de danza en su local en la rue de Beaune de París, donde había sobre la estantería principal una foto de Serge Lifar autografiada con grandes y agitados trazos megalómanos.
El apartamento o suite de Lilian después de la muerte de Lifar estaba intacto; el gran vaso con rosas amarillas que mandaba de vez en cuando el príncipe Rainiero de Mónaco, la zapatilla de oro en una urna, el piano de colín reluciente y al fondo, sobre la pared de entelado inglés, el cuadro al óleo de Serge Lifar en Giselle.
El exdirector de la Ópera de París y estrella de toda una época me recalcó la primera vez:
 “Ella es mi ángel guardián. Sin ella no hay nada”.
Era algo que repetía a todo el que quería escucharle
. Parecía ser una relación blanca y de estilo platónico, muy espiritual, pero se casaron y Lifar, sabiendo que ella lo sobreviviría, la declaró su heredera universal, legataria de una colección fabulosa donde había desde Picasso hasta manuscritos de Stravinski. Lilian me dijo: “Siempre estaba activo, escribía, leía…
 Él quiso venir aquí, este lugar le daba seguridad. Trabajó durante años en unas nuevas memorias y es mi deber publicarlas. Lifar estaba fuera de todo materialismo, lo espiritual era todo para él”. Por fin había que hablar de la muerte que había tenido lugar en la habitación contigua:
 “Fue aquí; el último día fue terrible
. Él era muy valiente y sabía que la muerte llegaba, hablaba de ello con tranquilidad, estuvo lúcido hasta una hora antes.
 La tarde anterior me pidió papel y lápiz y escribió: 'Adiós a la vida. Adiós a Lilia (así me llamaba). Adiós amigos y adiós a la hermosura de la naturaleza’. Después me susurró: ‘Tráeme el cuadro de Giselle”.
 Todo esto lo recogí en la revista Scherzo hace 27 años.
La emperatriz Sissi había ido al Beau-Rivage de Ginebra en busca de silencio, perseguida por varias desgracias: el suicidio de su hijo Rodolfo en Mayerling y el de su primo el rey Luis II de Baviera, ahogado en el lago de Starnberg, y la muerte de su hermana, abrasada por las llamas en París.
Ella estaba hundida, pero su asesino, el anarquista Luigi Lucheni, llegó a decirle al juez: “Yo creía haber matado a una persona que vivía en una felicidad insolente”
. Cuando cumplía cadena perpetua, Lucheni se suicidó ahorcándose en su celda. En un ángulo del gran salón arcado del Beau-Rivage hay un retrato de la emperatriz.
 Tiene que estar, es leyenda, pero se impone la latencia del recuerdo, el drama que no se oculta al paisaje.
Lilian, con las manos juntas y muy serena, toda compostura, cuenta que se armó de valor y le preguntó al moribundo: “¿Tienes miedo a la muerte?”. Y Lifar respondió con entereza: “No, porque yo nunca he especulado, sino que siempre he amado”. La viuda respira hondo y mira por la ventana al lago, que se ha vuelto rosado al atardecer, a la misma orilla donde paseó la emperatriz Sissi por última vez: “Voy a crear el premio Serge Lifar para el mejor bailarín y la mejor bailarina, no importa de dónde sean”.
Al final de la conversación con Lilian de Ahlefeldt-Laurvig saqué tímidamente mi cámara fotográfica y le pedí retratarla.
 No quiso ponerse delante del cuadro de Giselle, donde Serge Lifar es el príncipe Albrecht portando el ramo de calas hacia la tumba de su amada, sino en un rincón más discreto que hoy ya tampoco existe.

El vals macabro del archiduque y su asesino.....................................................................Jacinto Antón

Las vidas paralelas de Francisco Fernando y Gavrilo Princip hasta su sangrienta cita en Sarajevo.

El archiduque Francisco Fernando, en el centro, en una cacería de elefantes en Ceilán.

No se habían encontrado nunca hasta el día que uno mató al otro.
 El adulto (50 años) portaba un estrafalario gorro Stulphut con plumas de buitre teñidas de verde y el joven (19) una más práctica pistola semiautomática Browning de 9mm.
 Sus vidas eran tan distintas que parecían habitantes de diferentes planetas y nada parecía predisponerles a convertirse en la insólita pareja que iba a abrir uno de los bailes más macabros de la Historia. Gavrilo Princip, un humilde, pobrísimo estudiante serbobosnio, frustrado poeta, tirador novel, y Francisco Fernando, el archiduque heredero del imperio austrohúngaro y uno de los hombres más ricos del mundo, cazador experimentado y famoso por su puntería, coincidieron unos fulgurantes y sangrientos segundos aquel soleado domingo 28 de junio de 1914 en Sarajevo para volver a separarse para siempre.
 No hubo más oportunidad: el archiduque resultó muerto a raíz de aquello –con un balazo afortunadísimo (no para él) que le destrozó la yugular- y el debutante (y mayúsculamente exitoso) terrorista fue a dar con sus huesos en prisión, de la que ya no salió vivo
. Todos sabemos lo que pasó en el momento que nuestros dos personajes se encontraron, acaso entrecruzando un instante dramático sus miradas, quién sabe si atisbando con la omnisciencia de los momentos críticos una visión apocalíptica de acero hirviendo y estrépito ensordecedor sobre un paisaje devastado de barro y trincheras, pero, ¿de dónde venían?, ¿cómo habían sido sus respectivas existencias hasta entonces?
 Es fascinante trazar las vidas paralelas de ambos hasta su estrepitosa intersección, sabiendo, mientras las reseguimos, de qué manera brutal se iban a topar esos dos individuos a los que el destino convirtió en mecha de la I Guerra Mundial.
Mi interés por Francisco Fernando, más allá de una natural inclinación general por los militares aristócratas austrohúngaros y el haber contemplado su guerrera ensangrentada (en el museo militar de Viena), despertó especialmente al descubrir una foto suya disfrazado de momia.
 Efectivamente, durante una estancia en Egipto en 1896 el archiduque se retrató asomando la cara por la abertura de un sarcófago de pega para los turistas de entonces
. Una inscripción sobre la fotografía lo identificaba como “Amenhoteph XXIII, faraón de Egipto” (en realidad solo hubo cuatro Amenhoteph). Se le ve muy metido en el papel, aunque desentonan sus célebres bigotes.
Reaccionario, clerical (Princip era ateo) y despótico, Francisco Fernando (Graz, 1863-Sarajevo, 1914, claro), sobrino del emperador Francisco José y su heredero desde 1889, era un típico producto de la Casa de los Habsburgo, esa dinastía dedicada en buena medida desde hacía tiempo a survive in greatness, como decía el ilustre A. J. P. Taylor, aunque el archiduque, puro k. und k. (real e imperial) en tantas cosas –ya era teniente a los 12 años-, tenía sus particularidades
. Era un apasionado de las rosas (un mes antes de su muerte estaba en un show floral en Chelsea), un alma fascinada por las ciencias naturales, buen conocedor de las aves, un irredento viajero deseoso de experiencias nuevas y quién lo hubiera dicho, ¡un excelente autor de literatura de viajes!, como permite descubrir la entretenidísima lectura de su diario del gran tour que realizó en 1892-1893, de Trieste a Japón, y que le llevó a lugares tan exóticos como Ceilán, Nepal, Java, Sarawak, Nueva Guinea o las Islas Solomon
. Hombre lleno de curiosidad anota la interesante visión en un museo de Calcuta del pie de un niño indio recuperado del estómago de un cocodrilo.
Francisco Fernando viajaba, eso sí, in style, y en esa ocasión lo hizo en uno de los más modernos buques de guerra de la flota imperial, el crucero SMS Kaiserin Elisabeth, de cuatro mil toneladas y con una tripulación de 450 oficiales y marineros (el barco fue hundido luego por aviación naval en el primer año de la guerra cerca de Quingdao, China).
 En el viaje, el archiduque, que pretendía viajar de incógnito –como “conde de Hohenberg”- , pese a su nutrido séquito y el crucero, navegó por el estrecho de Malaca, anduvo por las selvas entre cingaleses, malayos y papúes, visitó largamente la India británica donde cazó tigres en compañía de maharajás, rajás y nababs (le regalaron dos cachorros de un año que desgraciadamente para él no llevaba aquel día en Sarajevo), presenció sacrificios en el templo de Kali en Calcuta, admiró el Kangchenjunga, elogió (noblesse oblige) a los Ulanos de Madrás y tras alancear jabalíes a caballo con ellos en Gwalior los oficiales del Raj le cantaron “he is a jolly good fellow”.
 Visto así parece que Gavrilo haya matado a KIpling. En fin, tampoco podía imaginar el anarquista Lucheni que su víctima, la emperatriz Sissi (tía de Francisco Fernando), reencarnaría en Romy Schneider.
Mientras Princip cuidaba ovejas, Francisco Fernando cazaba elefantes
En lo más antipático, que era mucho, caracterizaba al archiduque, además de su lógico militarismo y su propensión a la cólera, una obsesión por la caza rayana en lo patológico.
Su castillo de Konopiste en Bohemia –muy parecido por cierto al de la familia Almásy en Bernstein y en el que tenía ducha y un moderno retrete con taza- es un despropósito en su exhibición de trofeos que cubren literalmente salas y pasillos. Puedes ver ahí solo una parte de los 300.000 animales que abatió -antes de que lo abatieran a él-, pero la colección, especialmente surtida en cérvidos, incluye osos, urogallos, flamencos, cigüeñas, y hasta un bisonte. Francisco Fernando, el Nemrod austrohúngaro, cazó elefantes (regia manía) en Ceilán -en una ocasión dos a la vez-, aves del paraíso en la isla Vari Vari, canguros en Australia…
 Otros detalles discutibles de su personalidad eran su antidarwinismo y que detestaba a los húngaros -lo que es un problema si eres heredero de la doble corona-, hasta el punto de abroncar a los jinetes del 9º regimiento de húsares, del que era comandante, por hablar su lengua.
Francisco Fernando fue nombrado heredero en 1889 tras la muerte de su primo Rodolfo en el turbio episodio de Mayerling y la renuncia de su padre a la línea de sucesión.
 Tampoco había ya mucho más dónde elegir.
La relación con el emperador, su tío, era tormentosa.
 El archiduque tenía sus propias ideas sobre la política imperial, entre ellas rebajar la influencia húngara y apoyar la monarquía concediendo más prerrogativas a los eslavos
 En 1913 adquirió el cargo de Generalinspektor de las fuerzas armadas austrohúngaras.
 En junio de 1914 se encontraba supervisando unas maniobras cuando, imprudentemente, decidió visitar Sarajevo…
En el extremo opuesto de la suerte en la vida –al menos hasta que se encontraron- el serbio Gavrilo Princip (Obljaj, 1894-Terezin, 1918), nació en un miserable villorrio bosnio, no viajó más allá de Belgrado, y desde luego de haber visto un ave del paraíso se la hubiera comido.
Gavrilo Princip, preso.
Apenas se habían librado de los turcos, los compatriotas de Princip se encontraron ocupados por los austro-húngaros que posteriormente se anexionaron Bosnia y Herzegovina pretextando una labor civilizadora y modernizadora.
 El chico de asombrados ojos azules y constitución endeble, bautizado con el nombre del arcángel Gabriel, creció entre las leyendas patrióticas serbias y un anhelo indefinible de grandeza mientras ayudaba con las gallinas o en el campo o vigilaba las ovejas
. Adoraba la lectura y los libros y aseguraba que un día se oiría hablar de él. Uh, qué daño hace todo eso.
 La vida del joven cambió cuando lo enviaron a estudiar Comercio a Sarajevo.
 En un libro indispensable para entender a Princip y de qué manera encaja en la cruenta historia de los Balcanes (The Trigger, 2014), Tim Butcher, corresponsal de la guerra de Bosnia, sigue materialmente sus pasos en un recorrido apasionante que incluye desde las matanzas de Srebrenica hasta un concierto de la banda Franz Ferdinand en Banja Luka, pasando por las aventuras de Fitzroy Maclean luchando contra los nazis con los partisanos de Tito y el hallazgo de las notas escolares de Gavrilo: un batiburrillo sensacional. Butcher le describe buscando instintivamente su destino, en Sarajevo y luego, en 1912, en Belgrado, como después lo haría en Viena otro joven desheredado y despechado, Adolf Hitler.
Princip, que paradójicamente estuvo a punto de ser reclutado como cadete austrohúngaro, fue descuidando progresivamente sus estudios para sumergirse entre el lumpen en el que pululaban revolucionarios, anarquistas e irredentistas serbios y radicalizarse, con la inestimable ayuda de la lectura de Bakunin, Kropotkin, Marx y Dostoyevsky –aunque también era un apasionado de Alejandro Dumas y Walter Scott, que no dejan de impulsarte a vivir aventuras-.
 La rabia contra la ocupación colonial austrohúngara de Bosnia creció en él hasta hacerle unirse a uno de los grupos de jóvenes aspirantes a terroristas manipulados discretamente por los servicios secretos serbios. Butcher recalca que Princip no fue un extremista serbio del tipo racista que años después daría lugar a la limpieza étnica, sino que en su idea nacionalista anti austrohúngara entraba la liberación de todos los eslavos del sur independientemente de que fueran cristianos, ortodoxos o musulmanes.
Así que sería más bien un precursor de Yugoslavia.
En la vida tan distinta de Gavrilo y Francisco Fernando sorprende encontrar el nexo común, además de la tuberculosis que ambos sufrieron –y que mató a Princip en la cárcel, tras dejarle manco-, del amor romántico.
El joven serbobosnio de naturaleza solitaria se enamoró al menos una vez que sepamos de una chica a la que no llegó siquiera a besar limitándose a regalarle un libro de Oscar Wilde
. El archiduque se jugó toda su posición para casarse con la mujer de su vida, la condesa Sofía Chotek, cuya cuna la hacía inadecuada para un matrimonio de la casa imperial. Francisco Fernando se negó a considerar cualquier otra posibilidad aunque su furioso tío se lo exigía e incluso le presionaron por cuenta de este el zar, el káiser y el papa, que ya es trío para chafarte la boda. Finalmente, a regañadientes, el emperador accedió pero con la condición de que el matrimonio fuera morganático y los hijos no tuvieran derechos de sucesión al trono
. Sofía sufrió innumerables humillaciones y de hecho no podía siquiera viajar en el mismo coche que su marido. En Sarajevo le hicieron una excepción.
Cuando Princip la hirió de muerte con su segunda bala, sin querer alcanzarla a ella, según el chico, el agonizante archiduque se mostró desolado y sus últimas palabras –a excepción de un no muy acertado “no es nada” referente a su propia herida- fueron para ella (“Sofi, Sofi, no te mueras, vive por nuestros hijos”).
Princip, que había evolucionado hasta convertirse en potencial asesino, y su grupo decidieron matar a una figura del régimen de ocupación austrohúngaro y entonces se enteraron de la visita del archiduque a Sarajevo.
Tras hacerse con pistolas y granadas –suministradas por gente de la organización ultranacionalista serbia Mano Negra en conexión con los servicios secretos serbios-, cruzaron el Drina y el domingo que iba a ser sangriento los encontró, un total de seis, apostados a lo largo del recorrido de la comitiva del archiduque, la avenida de los asesinos.
Lo que pasó es bien sabido: un terrorista se arrugó, otro falló –la granada explotó en el suelo tras rebotar en el coche o ser desviada en un acto reflejo por el archiduque-, la visita imperial inexplicablemente continuó, y finalmente Princip se dio de bruces con el automóvil Gräf & Stift literalmente frente a él
. Ahí les dejamos, a Francisco Fernando y al estudiante poeta reciclado en asesino, encontrándose cuando el reloj marca las 10:45 a. m. y las dos vidas confluyen para marcar con pólvora y sangre el espíritu de nuestro tiempo.

 

Las Mejores están en Las Islas Canarias..

Chapuzón salvaje: las mejores piscinas naturales en España

Por: Isidoro Merino
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Llegó el calor.  Es hora de mojarse.

Gulpiyuri P García Panoramio2
1 Gulpiyuri.  Llanes,  Asturias
El agua del Cantábrico se filtra entre la roca caliza para crear una laguna salada rodeada de prados. El mar está cerca, pero no se ve. Un paraje  extraño y mágico. / P. García / Panoramio

Bañistas en el charcos de las Viejas, en Garachico (Tenerife) Juerguen Richter
2 El Caletón. Garachico, Tenerife
Las piscinas de El Caletón se adaptan a las formas que dejó la lava solidificada tras la erupción del volcán de Trevejo (conocido también como Arenas Negras),  que  arrasó el puerto de Garachico en 1706./Juerguen Richter   

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3 La Fajana. La Palma, Canarias
Como colofón a un día de senderismo, un chapuzón en La Fajana, piscinas ubicadas en la base de los acantilados de barlovento, en la isla de La Palma, mientras el sol se hunde en el mar más allá de la punta de la Gaviota. / Turismo de La Palma

Garganta de los infiernos turismo del jerte
4 Garganta de los Infiernos.  Valle del Jerte, Cáceres 
Trece piscinas naturales –pilones o marmitas de gigantes--   grabadas por el agua sobre el granito en las estribaciones de la sierra de Gredos. / Turismo del Jerte
  
Charco azul alberto garcía escapada rural
5 Charco Azul. El Hierro, Canarias
En el golfo de la Frontera, una concavidad rocosa forma una piscina natural y diáfana, alimentada por las mareas, a la que se desciende por una empinada escalera de piedra. / Alberto García / Escapada Rural

La charca verde Wikiloc
6 La Charca Verde. La Pedriza, Madrid
Un remanso de agua turquesa en el laberinto rocoso de la Pedriza, en la vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama. Toca caminar. / Wikiloc

Clala Bramant  fotografianocturnaemporda.blogspot
7 Cala Bramant. Llançà, Girona  
En uno de los entrantes del Cap de Ras se esconde la cala de los Enamorados, un playita con forma de nido adonde acuden las parejas para acurrucarse como pajarillos o nadar a la luz de la luna. / Eduard Marqués
    
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Las  Chorreras. Enguídanos,  Cuenca
Cerca del yacimiento cretácico de Las Hoyas (Cuenca),  en el paraje  conocido como Las Chorreras,   el río Cabriel salva un desnivel de 120 metros mientras se retuerce por un laberinto gargantas, cascadas, pozas y  cuevas de tintes antediluvianos./ J. S. Valero / Wikimedia

Termas ourense2
9 Termas de Ourense
A orillas del río Miño, aguas abajo del Ponte do Milenio,  se suceden durante cuatro kilómetros las pozas y termas de A Chavasqueira, Muiño das Veigas, Outariz y Burgas de Canedo, aguas termales (manan a temperaturas superiores a los 60º) empleadas desde tiempos de los romanos.  Hay spa privados de estilo japonés en A Chavasqueira  y en Outariz,  y rústicas piscinas de granito, de hasta 200 metros cuadrados, donde uno puede pasar gratuitamente en remojo el tiempo que le plazca. / Termas de Ourense

  Fuentes del Algar
10 Fuentes del Algar. Callosa d’en Sarrià, Alicante
A 15 kilómetros de Benidorm, en Callosa d’en Sarrià, se encuentran las fuentes del Algar, un paraje natural con caídas de agua, tolls (piscinas) azulados y playas de agua dulce donde se puede tomar un baño fresquito y kárstico. / Fuentes del Algar