19 jul 2014
Charo López: se acabó el pecado..........................................................Manuel Vicent
La actriz salmantina es el símbolo de la luz al final de túnel del franquismo por su belleza y actitud ante la vida. Su arrojo sirvió a muchas mujeres:¿DE QUË SIRVIÖ?
De pronto un día el rostro de esta mujer comenzó a revelarse en el
fluido del inconsciente colectivo, una belleza castellana, que parecía
griega, una voz oscura, una risa descarada, no era ya el rostro de una
folclórica ni de una artista del cine de cartón piedra sino una chica
salmantina, universitaria de Filosofía y Letras, alumna de clásicas con
Lázaro Carreter, Torrente Ballester y el historiador Artola, hija de
vencedores, que rompió en antifranquista como muchos vástagos de aquella
generación
. La dictadura se hallaba ya en estado de derribo.
A nuestro país estaban llegando todavía los rebufos del Mayo Francés y en medio de los escombros de la dictadura en el cuarto oscuro del revelado bajo la luz roja apareció el rostro de Charo López.
La naturaleza le había regalado un cuerpo adolescente explosivo y una rara belleza, como de moneda acuñada de perfil en un dracma.
Cuando pasaba por los soportales de la plaza mayor de Salamanca taconeando abrazada al cartapacio de los apuntes los hombres decían: “Ahí va la Venus de Merlo”, que era el segundo apellido del padre.
Después de soliviantar todos los espermatozoides que asentaban sus reales en la terraza del bar Las Torres sintió que el plateresco y la sobrecarga de Unamuno la estaban ahogando tanto o más que el castigo provinciano de tener que soportar que los hombres la sorbieran con los ojos por la espalda y le ladraran requiebros castizos desde los andamios, hasta que un día se hartó, se casó con un cineasta, llegó a Madrid cargada con los últimos libros de texto, terminó la carrera en la Complutense y se enroló en el cine
. Algunos decían que era demasiado guapa, una versión de Ava Gardner con hornazo y el aire de encinares de la Castilla clásica.
Charo López puede pasar como la primera actriz que fue el contrapunto
del último franquismo en la historia sentimental de España, la que
inauguraba la nueva belleza de las hembras más deseadas en sueños cuando
estaba llegando la libertad.
Hasta entonces el sexo matrimonial de la burguesía se hallaba conjuntado con armarios oscuros, espejos ovalados, hondos cajones de la cómoda con mantillas traspasadas por una aguja de plata, corpiños de ballenas, sábanas con alcanfor, camas de hierro cuyos muelles gemían mucho más que las legítimas esposas sobre colchones de lana, amparadas por un crucifijo que vigilaba desde la pared cualquier exceso.
Chicas como Charo podían establecer una pasión clandestina, paralela, pero nunca eran imaginables en el papel de entretenidas a la que un ricachón o alto funcionario les pusiera una mercería
. He aquí la aportación de aquella generación de chicas a la historia sentimental, el nuevo amor en las esquinas, en los pubs, en el coche, en los soportales, en los jardines oscuros, las primeras que rompieron la orden de estar a las diez en casa.
Comenzaban a ser libres, podían ser amantes pero ya nadie las llamaría queridas, con el tufo agrio del machismo.
Las aguas turbulentas de la democracia trajeron rostros distintos de mujer y el primero en pasar bajo los puentes de la libertad fue el de Charo López, al que seguían los de Angela Molina, Ana Belén, Carmen Maura, Penélope Cruz, Emma Suárez, Maribel Verdú, Adriana Ugarte, y otras, sumergidas en una corriente más o menos turbia, que no era sino el agua de nuestra memoria, como explicación de un tiempo y un espacio, rostros que sintetizaron una pasión colectica.
Charo López es el símbolo de la luz al final del túnel
. Si las mujeres en la agonía del franquismo dieron un paso adelante fue por su arrojo personal sin ayuda de nadie.
Llevaban botas altas, echaron los sostenes de lado, algunas exhibían una tijera estampada en la camiseta entre los senos, aprendieron a blasfemar y ante su acoso los progres comenzaron a recular en la barra de los bares, fueron aquellos que en casa ya ponían la mesa y comenzaron a lavar los platos y ellas les enseñaron que llorar también era cosa de hombres
. Mientras el franquismo daba los últimos ramalazos de terror en la calles, ellas iban por la tarde a una manifestación bajo los gases lacrimógenos y después se tomaban un gin tonic que unía el placer del amor y el de la libertad.
Antes de llegar a encarnar el personaje de Clara Aldán, de la versión televisiva de Los Gozos y las Sombras, de Torrente Ballester, que la consagró, este rostro ya había despertado todos los deseos para dar paso a la libertad de los años ochenta. Charo López también fue un amor argentino, un símbolo para aquellos intelectuales y artistas del Cono Sur huidos de los milicos que poblaban las noches de Madrid.
Ella había aportado una risa salvaje, el perfil de moneda griega, la voz quemada y la voluntad de acabar con todos los armarios roperos y que al sexo le diera el aire limpio en la cara.
Quizás Leguina tb tendría que decir mucho o poco de Charo López que al ser mayor su físico cambió para mal, es lo que tenemos las guapas, los años se notan, las feas no están como siempre.
. La dictadura se hallaba ya en estado de derribo.
A nuestro país estaban llegando todavía los rebufos del Mayo Francés y en medio de los escombros de la dictadura en el cuarto oscuro del revelado bajo la luz roja apareció el rostro de Charo López.
La naturaleza le había regalado un cuerpo adolescente explosivo y una rara belleza, como de moneda acuñada de perfil en un dracma.
Cuando pasaba por los soportales de la plaza mayor de Salamanca taconeando abrazada al cartapacio de los apuntes los hombres decían: “Ahí va la Venus de Merlo”, que era el segundo apellido del padre.
Después de soliviantar todos los espermatozoides que asentaban sus reales en la terraza del bar Las Torres sintió que el plateresco y la sobrecarga de Unamuno la estaban ahogando tanto o más que el castigo provinciano de tener que soportar que los hombres la sorbieran con los ojos por la espalda y le ladraran requiebros castizos desde los andamios, hasta que un día se hartó, se casó con un cineasta, llegó a Madrid cargada con los últimos libros de texto, terminó la carrera en la Complutense y se enroló en el cine
. Algunos decían que era demasiado guapa, una versión de Ava Gardner con hornazo y el aire de encinares de la Castilla clásica.
Charo López puede pasar como la primera actriz
que fue el contrapunto del último franquismo en la historia sentimental
de España, la que inauguraba la nueva belleza de las hembras más
deseadas en sueños cuando estaba llegando la libertad(Y de la Historia sentimental de Políticos y escritores)
Hasta entonces el sexo matrimonial de la burguesía se hallaba conjuntado con armarios oscuros, espejos ovalados, hondos cajones de la cómoda con mantillas traspasadas por una aguja de plata, corpiños de ballenas, sábanas con alcanfor, camas de hierro cuyos muelles gemían mucho más que las legítimas esposas sobre colchones de lana, amparadas por un crucifijo que vigilaba desde la pared cualquier exceso.
Chicas como Charo podían establecer una pasión clandestina, paralela, pero nunca eran imaginables en el papel de entretenidas a la que un ricachón o alto funcionario les pusiera una mercería
. He aquí la aportación de aquella generación de chicas a la historia sentimental, el nuevo amor en las esquinas, en los pubs, en el coche, en los soportales, en los jardines oscuros, las primeras que rompieron la orden de estar a las diez en casa.
Comenzaban a ser libres, podían ser amantes pero ya nadie las llamaría queridas, con el tufo agrio del machismo.
Las aguas turbulentas de la democracia trajeron rostros distintos de mujer y el primero en pasar bajo los puentes de la libertad fue el de Charo López, al que seguían los de Angela Molina, Ana Belén, Carmen Maura, Penélope Cruz, Emma Suárez, Maribel Verdú, Adriana Ugarte, y otras, sumergidas en una corriente más o menos turbia, que no era sino el agua de nuestra memoria, como explicación de un tiempo y un espacio, rostros que sintetizaron una pasión colectica.
Es el símbolo de la luz al final del túnel.
Si
las mujeres en la agonía del franquismo dieron un paso adelante fue por
su arrojo personal sin ayuda de nadie
. Si las mujeres en la agonía del franquismo dieron un paso adelante fue por su arrojo personal sin ayuda de nadie.
Llevaban botas altas, echaron los sostenes de lado, algunas exhibían una tijera estampada en la camiseta entre los senos, aprendieron a blasfemar y ante su acoso los progres comenzaron a recular en la barra de los bares, fueron aquellos que en casa ya ponían la mesa y comenzaron a lavar los platos y ellas les enseñaron que llorar también era cosa de hombres
. Mientras el franquismo daba los últimos ramalazos de terror en la calles, ellas iban por la tarde a una manifestación bajo los gases lacrimógenos y después se tomaban un gin tonic que unía el placer del amor y el de la libertad.
Antes de llegar a encarnar el personaje de Clara Aldán, de la versión televisiva de Los Gozos y las Sombras, de Torrente Ballester, que la consagró, este rostro ya había despertado todos los deseos para dar paso a la libertad de los años ochenta. Charo López también fue un amor argentino, un símbolo para aquellos intelectuales y artistas del Cono Sur huidos de los milicos que poblaban las noches de Madrid.
Ella había aportado una risa salvaje, el perfil de moneda griega, la voz quemada y la voluntad de acabar con todos los armarios roperos y que al sexo le diera el aire limpio en la cara.
Quizás Leguina tb tendría que decir mucho o poco de Charo López que al ser mayor su físico cambió para mal, es lo que tenemos las guapas, los años se notan, las feas no están como siempre.
18 jul 2014
“Todo lo que ha ocurrido lo he vivido como un nuevo rico sentimental”.................................................Jesús Ruiz Mantilla
A punto de hacer las maletas hacia el cono sur, con gira en Argentina, Uruguay, Paraguay y Perú, Joaquín Sabina,
patrón del navío de las gargantas rasgadas, poeta de la tiniebla en la
acera urbana, socarrón de nuestras plausibles desgracias, nos recibe en
la cocina de su casa y esgrime encima de la mesa un whisky que parece
cuádruple a la una de la tarde y un batallón de Ducados por encender
para alumbrar con humo la conversación…
Pregunta. ¿Y la salud?
Respuesta. Mejor que hace años, todo más controladito y eso.
P. ¿Controladito? ¿Con este arsenal?
R. Esto del tabaco y la copa es solo cuando doy entrevistas, porque si no ando lúgubre y adormecido a estas horas de la mañana.
El whisky tiene mucha agua, eh. Estoy mejor que hace ocho o diez años, tengo un principio de enfisema, como es normal, y algo de lo que no se muere uno, hernia de hiato.
Pero no tengo colesterol.
P. Tan sano que se vuelve para América.
R. Me he inventado como excusa algo que está muy de moda entre músicos de mi quinta: elegir el disco que más te gusta, cantarlo entero y luego ofrecer algunos temas que solemos interpretar poco. El elegido es 19 días y 500 noches, el único cuyo 90% del total sigue vivo, a mi juicio.
P. Debió de sufrir para parir ese disco. ¿Le va el sadomaso a la hora de componer?
R. También disfruté de lo lindo. Fue, como diría Gil de Biedma, el último verano de mi juventud. Conseguí alargarla de manera suicida hasta los 50
. Inmediatamente después vino el ictus… Fue la última vez en que me podía tirar tres noches sin dormir escribiendo la misma canción.
P. Después del ictus llegó la nube negra. ¿Se fue por completo?
R. Me recuperé muy rápido, vino la euforia y después una depresión.
Rara… No me quería morir, pero tampoco ver a nadie
. No salía del dormitorio. Tampoco abría la puerta.
Ese tipo de bajones quedan ahí agazapados. Sigues viviendo y sabes que llevas dentro un enemigo que en cualquier momento enseña las uñas. Un día, Luis García Montero, mi amigo poeta, llegó a mi casa de Rota con una letra y me dijo: “¡Mira, cabrón, esto es lo que deberías estar escribiendo en lugar de andar ahí escondido!”.
De ahí salió la canción, con esa belleza de texto.
P. ¿Qué esperaba usted de la vida? ¿Con qué derecho se metió en una habitación?
R. A mí me emocionó mucho escuchar el otro día a Pepe Mujica, presidente de Uruguay
. Contó que cuando estaba en una celda de aislamiento, lo que echaba de menos era que no le dejaran leer.
Yo, mientras estuve deprimido estuve leyendo. Con un libro entre manos, sabes que no estás solo.
P. Tiene aquí usted un museo impactante en su cocina con las fotos: del rey Juan Carlos a Fidel Castro pasando por el Dalai Lama cabe todo. ¿Mitómano?
R. A Fidel lo conozco mucho.
P. ¿Y qué me cuenta de él?
R. Que las revoluciones envejecen como las personas y algunas lo hacen mal.
P. ¿Le ha dicho eso a la cara?
R. No, a él no, porque hace 10 años que no lo veo, pero sí se lo diría.
Le solté algunas barbaridades y él parecía encantado de que se las dijera. Le pregunté si los cubanos le hablaban como yo y respondió: “Generalmente no”.
P. ¿Se veía con 30 años como ahora?
R. Yo no tenía ningún proyecto
. Y si lo tenía no era este, sino algo mucho más abarcable: ser profesor de literatura de enseñanzas medias en un instituto machadiano.
Durante los fines de semana escribiría mi Ulises, como Joyce, una obra que no iba a entender nadie pero que me iba a dar mucho prestigio. Nada que ver con lo que ha pasado.
P. ¿Ni cuidarse la voz?
R. Eso sí, yo antes me pasaba las noches en los bares y eso era lo que me destrozaba absolutamente, ahora no grito, no hablo entre concierto y concierto y sé muy bien cuál es mi tesitura para no quedar afónico.
A mí me gustaba estar solo en tres o cuatro lugares donde nadie me molestaba, escribiendo. Eso se acabó.
P. ¿No se ha construido usted una leyenda a medida en dicho sentido? Dígame una canción que le saliera redonda a las tres de la mañana frente a una barra.
R. La respuesta correcta es el 80% de todas.
P. ¿Rodeado de…?
R. Drogas blandas y mujeres duras…
O con la complicidad de dueños de locales que me pasaban una copita y un canuto mientras escribía. Pero no he hecho de eso ni una lírica, ni una épica, ni una leyenda, simplemente me gustaba y lo he venido practicando desde los 18 años junto a gente que venía de trabajar y se dirigía a lugares que tenían más que ver con la transgresión que con la familia, el municipio o el sindicato.
P. ¿Cuál de los trabajos de supervivencia le marcó más?
R. Trabajos normales, muy pocos.
Antes de descubrir en Londres que cantando y pasando la gorra se ganaba más que limpiando platos, pues… Uno que tuve, no exactamente de enterrador, pero sí en un hospital.
Cada vez que se moría alguien ibas, lo peinabas, le dabas un puntito de maquillaje y lo metías en el frigorífico hasta que llegara la familia. Ahí aguanté tres o cuatro meses porque daban habitación.
P. Londres le pega muy poco. ¿A qué se largó allí?
R. Pues fueron los años más importantes de mi vida. Estuve entre los 20 y los 27 y no sería cantante de no haber pasado por eso.
Sin embargo, no aparece en mis canciones y si lo hace, no se nota. Como mi pueblo, Úbeda, territorio mítico de la infancia.
P. Un homenaje suyo se merecería. ¿A qué ese rechazo?
R. No es rechazo
. En ciudades así, la vida era muy triste
. Lo que me pasó a partir de entonces fue mucho más aprovechable. Todo lo que me ha ocurrido lo he vivido como un nuevo rico sentimental.
P. ¿Sigue desvelando la frase que le dejó su padre antes de morir?
R. Sí. Se incorporó y dijo: “¿De dónde sacarán tanto dinero las diputaciones?”.
He dedicado mi vida a desentrañarlo pero me voy a morir como él, sin enterarme.
P. Aparte de eso, ¿qué le debe a su padre?
R. Pienso mucho en ello: creo que cierta bondad y afición a los libros.
Él era un poeta de campanario, de esos que recitan en bodas y entierros, todo muy bien rimado y sin mucha sustancia. Había sido seminarista.
P. Y policía.
R. Esa sí es una gran historia.
Del seminario lo saca la República y se pasa al lado franquista.
Estaba solo y nadie le escribía. No había conocido hembra.
Pero había una institución de la Falange, Las madrinas de guerra, señoritas de familia que escribían cartas y mandaban chorizos a los pobres soldados que luchaban por Dios y por España en el frente. Mi madre estaba al borde de ser una solterona, la convencieron a través de un hermano, amigo de mi padre, para que le escribiera cartas y de ahí vengo yo.
P. ¡De una relación epistolar! Papel y tinta hecha carne. ¿Un niño modélico?
R. No fui especialmente desobediente hasta que les di el disgusto de exiliarme a Londres.
Aunque primero pasé por Granada y a eso debo mucho; empecé a ver poetas de verdad, izquierdosos de verdad, chicas que hasta se dejaban tocar, incluso de verdad.
P. ¿Le traumó el sexo?
R. Me gustó mucho, eso no duele, sólo si te lo quitan de mala manera.
Pregunta. ¿Y la salud?
Respuesta. Mejor que hace años, todo más controladito y eso.
P. ¿Controladito? ¿Con este arsenal?
R. Esto del tabaco y la copa es solo cuando doy entrevistas, porque si no ando lúgubre y adormecido a estas horas de la mañana.
El whisky tiene mucha agua, eh. Estoy mejor que hace ocho o diez años, tengo un principio de enfisema, como es normal, y algo de lo que no se muere uno, hernia de hiato.
Pero no tengo colesterol.
P. Tan sano que se vuelve para América.
R. Me he inventado como excusa algo que está muy de moda entre músicos de mi quinta: elegir el disco que más te gusta, cantarlo entero y luego ofrecer algunos temas que solemos interpretar poco. El elegido es 19 días y 500 noches, el único cuyo 90% del total sigue vivo, a mi juicio.
DNI urgente
Nació en Úbeda (Jaén) el 12-2-1949 y volvió a hacerlo en 2001, tras superar un ictus. Se ha dedicado a cantar, a escribir y, sobre todo, a vivir.R. También disfruté de lo lindo. Fue, como diría Gil de Biedma, el último verano de mi juventud. Conseguí alargarla de manera suicida hasta los 50
. Inmediatamente después vino el ictus… Fue la última vez en que me podía tirar tres noches sin dormir escribiendo la misma canción.
P. Después del ictus llegó la nube negra. ¿Se fue por completo?
R. Me recuperé muy rápido, vino la euforia y después una depresión.
Rara… No me quería morir, pero tampoco ver a nadie
. No salía del dormitorio. Tampoco abría la puerta.
Ese tipo de bajones quedan ahí agazapados. Sigues viviendo y sabes que llevas dentro un enemigo que en cualquier momento enseña las uñas. Un día, Luis García Montero, mi amigo poeta, llegó a mi casa de Rota con una letra y me dijo: “¡Mira, cabrón, esto es lo que deberías estar escribiendo en lugar de andar ahí escondido!”.
De ahí salió la canción, con esa belleza de texto.
P. ¿Qué esperaba usted de la vida? ¿Con qué derecho se metió en una habitación?
R. A mí me emocionó mucho escuchar el otro día a Pepe Mujica, presidente de Uruguay
. Contó que cuando estaba en una celda de aislamiento, lo que echaba de menos era que no le dejaran leer.
Yo, mientras estuve deprimido estuve leyendo. Con un libro entre manos, sabes que no estás solo.
P. Tiene aquí usted un museo impactante en su cocina con las fotos: del rey Juan Carlos a Fidel Castro pasando por el Dalai Lama cabe todo. ¿Mitómano?
R. A Fidel lo conozco mucho.
P. ¿Y qué me cuenta de él?
R. Que las revoluciones envejecen como las personas y algunas lo hacen mal.
P. ¿Le ha dicho eso a la cara?
R. No, a él no, porque hace 10 años que no lo veo, pero sí se lo diría.
Le solté algunas barbaridades y él parecía encantado de que se las dijera. Le pregunté si los cubanos le hablaban como yo y respondió: “Generalmente no”.
P. ¿Se veía con 30 años como ahora?
R. Yo no tenía ningún proyecto
. Y si lo tenía no era este, sino algo mucho más abarcable: ser profesor de literatura de enseñanzas medias en un instituto machadiano.
Durante los fines de semana escribiría mi Ulises, como Joyce, una obra que no iba a entender nadie pero que me iba a dar mucho prestigio. Nada que ver con lo que ha pasado.
P. ¿Ni cuidarse la voz?
R. Eso sí, yo antes me pasaba las noches en los bares y eso era lo que me destrozaba absolutamente, ahora no grito, no hablo entre concierto y concierto y sé muy bien cuál es mi tesitura para no quedar afónico.
A mí me gustaba estar solo en tres o cuatro lugares donde nadie me molestaba, escribiendo. Eso se acabó.
P. ¿No se ha construido usted una leyenda a medida en dicho sentido? Dígame una canción que le saliera redonda a las tres de la mañana frente a una barra.
R. La respuesta correcta es el 80% de todas.
P. ¿Rodeado de…?
R. Drogas blandas y mujeres duras…
O con la complicidad de dueños de locales que me pasaban una copita y un canuto mientras escribía. Pero no he hecho de eso ni una lírica, ni una épica, ni una leyenda, simplemente me gustaba y lo he venido practicando desde los 18 años junto a gente que venía de trabajar y se dirigía a lugares que tenían más que ver con la transgresión que con la familia, el municipio o el sindicato.
P. ¿Cuál de los trabajos de supervivencia le marcó más?
R. Trabajos normales, muy pocos.
Antes de descubrir en Londres que cantando y pasando la gorra se ganaba más que limpiando platos, pues… Uno que tuve, no exactamente de enterrador, pero sí en un hospital.
Cada vez que se moría alguien ibas, lo peinabas, le dabas un puntito de maquillaje y lo metías en el frigorífico hasta que llegara la familia. Ahí aguanté tres o cuatro meses porque daban habitación.
P. Londres le pega muy poco. ¿A qué se largó allí?
R. Pues fueron los años más importantes de mi vida. Estuve entre los 20 y los 27 y no sería cantante de no haber pasado por eso.
Sin embargo, no aparece en mis canciones y si lo hace, no se nota. Como mi pueblo, Úbeda, territorio mítico de la infancia.
P. Un homenaje suyo se merecería. ¿A qué ese rechazo?
R. No es rechazo
. En ciudades así, la vida era muy triste
. Lo que me pasó a partir de entonces fue mucho más aprovechable. Todo lo que me ha ocurrido lo he vivido como un nuevo rico sentimental.
P. ¿Sigue desvelando la frase que le dejó su padre antes de morir?
R. Sí. Se incorporó y dijo: “¿De dónde sacarán tanto dinero las diputaciones?”.
He dedicado mi vida a desentrañarlo pero me voy a morir como él, sin enterarme.
P. Aparte de eso, ¿qué le debe a su padre?
R. Pienso mucho en ello: creo que cierta bondad y afición a los libros.
Él era un poeta de campanario, de esos que recitan en bodas y entierros, todo muy bien rimado y sin mucha sustancia. Había sido seminarista.
P. Y policía.
R. Esa sí es una gran historia.
Del seminario lo saca la República y se pasa al lado franquista.
Estaba solo y nadie le escribía. No había conocido hembra.
Pero había una institución de la Falange, Las madrinas de guerra, señoritas de familia que escribían cartas y mandaban chorizos a los pobres soldados que luchaban por Dios y por España en el frente. Mi madre estaba al borde de ser una solterona, la convencieron a través de un hermano, amigo de mi padre, para que le escribiera cartas y de ahí vengo yo.
P. ¡De una relación epistolar! Papel y tinta hecha carne. ¿Un niño modélico?
R. No fui especialmente desobediente hasta que les di el disgusto de exiliarme a Londres.
Aunque primero pasé por Granada y a eso debo mucho; empecé a ver poetas de verdad, izquierdosos de verdad, chicas que hasta se dejaban tocar, incluso de verdad.
P. ¿Le traumó el sexo?
R. Me gustó mucho, eso no duele, sólo si te lo quitan de mala manera.
17 jul 2014
De zapatos y columnas................................................... María Porcel
Yo confieso.
El día que El Gran Jefe me pidió que escribiera esta columna me temblaron las rodillas.
Un poquito por lo menos.
Qué impresión, qué guay, qué susto.
No sé qué me daba más miedo-angustia-faltade-aire-en-los-pulmones, si las críticas desde fuera, los dardos desde dentro o mis propias fustigaciones (y sin contar las de mi madre, claro, que en estos asuntos se coloca en el top one y de ahí no la mueve nadie). Así que, sin que la ropa me llegara todavía al cuerpo, al día siguiente tuve claro qué era lo único que se podía hacer para superar el trance y me compré los primeros manolos de mi vida.
Si es que se veía venir, no tenía escapatoria.
La cultura popular, el momento remember de aquellas series de los primeros 2000, la inocentona de Carrie Bradshaw, la venta especial e irrepetible que llegó a mi correo como agua de julio y el autohomenaje correspondiente (¿a ti te dan una columna todos los días? Pues a mí tampoco, no) me hicieron encaminarme —en cómodas manoletinas, eso sí— a comprarme los que he decidido que sean los zapatos de mi vida (o por lo menos de la boda de mi prima del año próximo).
El flas manolil me vino eso, como un flas. Yo creo que la portada de ¡Hola! me había dejado tocada. Carrie y La Prey, qué flas. Perdón, Sarah Jessica Parker e Isabel Preysler, juntas, y con las caras tan níveas como si hubieran estallado ante ellas media docena de aquellas bombillas de las cámaras de fotos de los años treinta.
Qué palidez, espectral.
Y qué mezcla.
Lo que no consigan los grifos y las encimeras (príncipe Carlos de Inglaterra mediante) no lo consigue nadie
. La reina de los zapatos neoyorquinos y la reina del cuché español cogidas de la cintura en el palacio de Windsor, 17 paginazas porcelanosenses.
Con los tres niños Iglesias Preysler, Boyer Preysler y Falcó Preysler: Julio a-sus-41-años-Junior, la falsamente discreta Ana y la catódica Tamara.
Y todos remozados con algún modelo/actor/niño bien, con ¿Amaia Salamanca? y Alfonso Díez, marido de Cayetano, que excusó la ausencia de su señora.
Me dio un poco de penita leer (en los pies de fotos, que es lo que todos leemos) que SJP vestía “zapatos de su colección”.
Qué ironía, y qué morrazo. Total, que reniegas toda tu vida del papel que te lanzó a la fama porque te situó en la cima del shoppingalcoholismo y la frivolidad mundial y porque hizo popular a los zapatos que tienen su propio nombre... y acabas haciendo pelis de lo mismo y creando una firma ¡de zapatos! Y llenando el armario de manolos, louboutines, jimmychoos… y SJPs, claro.
Total, que ella tiene unos cuantos. Pero yo también.
La venta especial fue ofertón (o eso he ido contando por ahí). Llegué con manoletinas y salí con tres cajas: sandalias, stilettos y maryjanes.
Así que habemus manolos, y habemus columna.
El día que El Gran Jefe me pidió que escribiera esta columna me temblaron las rodillas.
Un poquito por lo menos.
Qué impresión, qué guay, qué susto.
No sé qué me daba más miedo-angustia-faltade-aire-en-los-pulmones, si las críticas desde fuera, los dardos desde dentro o mis propias fustigaciones (y sin contar las de mi madre, claro, que en estos asuntos se coloca en el top one y de ahí no la mueve nadie). Así que, sin que la ropa me llegara todavía al cuerpo, al día siguiente tuve claro qué era lo único que se podía hacer para superar el trance y me compré los primeros manolos de mi vida.
Si es que se veía venir, no tenía escapatoria.
La cultura popular, el momento remember de aquellas series de los primeros 2000, la inocentona de Carrie Bradshaw, la venta especial e irrepetible que llegó a mi correo como agua de julio y el autohomenaje correspondiente (¿a ti te dan una columna todos los días? Pues a mí tampoco, no) me hicieron encaminarme —en cómodas manoletinas, eso sí— a comprarme los que he decidido que sean los zapatos de mi vida (o por lo menos de la boda de mi prima del año próximo).
El flas manolil me vino eso, como un flas. Yo creo que la portada de ¡Hola! me había dejado tocada. Carrie y La Prey, qué flas. Perdón, Sarah Jessica Parker e Isabel Preysler, juntas, y con las caras tan níveas como si hubieran estallado ante ellas media docena de aquellas bombillas de las cámaras de fotos de los años treinta.
Qué palidez, espectral.
Y qué mezcla.
Lo que no consigan los grifos y las encimeras (príncipe Carlos de Inglaterra mediante) no lo consigue nadie
. La reina de los zapatos neoyorquinos y la reina del cuché español cogidas de la cintura en el palacio de Windsor, 17 paginazas porcelanosenses.
Con los tres niños Iglesias Preysler, Boyer Preysler y Falcó Preysler: Julio a-sus-41-años-Junior, la falsamente discreta Ana y la catódica Tamara.
Y todos remozados con algún modelo/actor/niño bien, con ¿Amaia Salamanca? y Alfonso Díez, marido de Cayetano, que excusó la ausencia de su señora.
Me dio un poco de penita leer (en los pies de fotos, que es lo que todos leemos) que SJP vestía “zapatos de su colección”.
Qué ironía, y qué morrazo. Total, que reniegas toda tu vida del papel que te lanzó a la fama porque te situó en la cima del shoppingalcoholismo y la frivolidad mundial y porque hizo popular a los zapatos que tienen su propio nombre... y acabas haciendo pelis de lo mismo y creando una firma ¡de zapatos! Y llenando el armario de manolos, louboutines, jimmychoos… y SJPs, claro.
Total, que ella tiene unos cuantos. Pero yo también.
La venta especial fue ofertón (o eso he ido contando por ahí). Llegué con manoletinas y salí con tres cajas: sandalias, stilettos y maryjanes.
Así que habemus manolos, y habemus columna.
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