Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 jul 2014

Terrazas de hotel y palmeras de Matisse...............................Arturo Pérez Reverte

Terrazas de hotel y palmeras de Matisse

Tuve la suerte de criarme en una casa con biblioteca. Incluyendo abuelos y abuelas, en casas con biblioteca. Y en cierto modo se repartían los géneros: la de mis abuelos paternos abundaba en libros de Historia, grandes novelistas del XIX y principios del XX, novelas de folletín tipo Dumas, Hugo, Sue, Féval y Zevaco -heredadas de una bisabuela y leídas por tres generaciones- y volúmenes de revistas ilustradas como La Esfera, La Ilustración y Buen Humor. No recuerdo haber visto nunca allí un libro publicado después de 1936; todos eran libros «de antes de la guerra», como decían entonces las personas mayores. 
La biblioteca de mi abuela materna era más actual.
 Allí leí a Hemingway, a John Dos Passos, a los Mann, a Stephan Zweig y a Scott Fitzgerald, entre otros. Y como esa abuela, que se llamaba María Cristina, vivía con una hermana solterona -la tía Pura- que tenía gustos literarios propios, la biblioteca contaba con una importante sección dedicada a novela policíaca -Hammet, Chandler, George Harmon Coxe, Agatha Christie, Eric Ambler: recuerdo como el paraíso cierto armario ropero repleto de ellos- y otra a los grandes bestseller de entonces, lo que incluía desde Vicky Baum, Frank Slaugther o Frank Yerby hasta Blasco Ibáñez, Graham Greene o Somerset Maugham. Algunos de estos libros traían en la contratapa fotografías de los autores
. Y esas fotos marcaban la idea que yo tenía entonces de un escritor de éxito: alguien que, en la terraza de una villa o un hotel de lujo con vistas al Caribe o al Mediterráneo, al Paseo de los Ingleses, a las villas de la Costa Azul, Capri o Corfú, escribía su novela con una estilográfica Montblanc o Parker Duofold sobre una mesa de la que aún no habían retirado el desayuno. 
Siempre afirmo -y no siempre me creen- que nunca tuve intención de ser novelista.
 Lo mío es accidental. Aquella imagen del autor de El filo de la navaja en albornoz, escribiendo con el fondo de las palmeras de Matisse, estaba lejos de mis aspiraciones. 
Los hoteles que yo quería eran de otra clase: se llamaban Continental de Saigón, Aletti de Argel, Commodore de Beirut, tenían muros picados de metralla y ventanas rotas, aparecían en Paris Match y en los telediarios, y eran frecuentados por reporteros -Jean Lartéguy, Oriana Fallaci, Pierre Schoendoerfer- cuyas vidas yo deseaba compartir.
 Hasta que al fin lo hice; y también, mochila al hombro, fui habitual de esos hoteles desde principios de los años 70.
 Sus terrazas no eran las del Negresco, el Danieli o el Vittoria; pero desde ellas vi a críos de quince años recibir con lanzagranadas a los Merkava israelíes en la carretera de Tiro; vi el cielo de Kuwait negro de humo de petróleo en llamas; bailé un bolero con una cantante chadiana a cincuenta pasos de la orilla de un río llena de cadáveres recién ejecutados; y, cómodamente sentado después de una buena cena, vi arder Dubrovnik con el rojo de los incendios reflejándose en los cubitos de hielo que tintineaban en mi copa. 
Ahora, con todo eso en la memoria, escribo novelas. 
O más bien las escribo con la mirada que aquella vida me dejó, interpretada a la luz de los libros que leí. 
Y sí. Con el tiempo, la buena suerte que siempre me acompañó en las bibliotecas y en la vida hizo posible lo que nunca busqué: que yo también me viese, al cabo, corrigiendo manuscritos en terrazas de hoteles lujosos, con palmeras de Matisse al fondo, o lo que equivalga a eso.
 Las mismas, quizás, que salían en las fotos de Somerset Maugham o Graham Greene que ilustraban los libros de mi tía Pura. 
Sin embargo, después de treinta años escribiendo novelas, sé que aquellas imágenes no mostraban la vida real de un escritor.
 Eran anécdotas comerciales, trofeos gráficos de algo más complejo, duro y gris: el trabajo metódico, agotador, de días y meses y años.
 La suma de voluntad y tenacidad que supone escribir una novela en la que intentas que todo esté como Dios manda
. Las incertidumbres y esfuerzos solitarios sin cámaras ni desayunos con glamour, a solas contigo y con tu historia; sumando folio tras folio, tachando, corrigiendo, llevando sobre el papel, para que otros puedan hacerla suya, la historia por contar que tienes en la cabeza.
 Con café, aspirinas, cigarrillos para quien los fuma. Con mucho trabajo.
 Uno o dos años de tu vida y tu salud, para una aventura que no sabes qué suerte correrá cuando otros la lean. 
Es así como se escriben las novelas: oscura y duramente. «Hacerlo fatiga, mata más que las bombas», me dijo Oriana Fallaci en una de las viejas guerras del Golfo, cuando ya estaba enferma de cáncer.
 Y es cierto. 
Allí donde un novelista trabaja no hay terrazas con palmeras de Matisse. 
29 de junio de 2014

‘Los enamoramientos’ de Javier Marías gana el Premio Lampedusa

El galardón se entregará el 5 de agosto a una novela que ha obtenido varios reconocimientos.

El escritor Javier Marías, en su casa de Madrid. / LUIS SEVILLANO

El premio literario internacional Giuseppe Tomasi di Lampedusa ha sido otorgado a Javier Marías por su obra Los enamoramientos (Alfaguara, 2011). La novela fue publicada en Italia por la editorial Einaudi bajo el nombre Gli Innamoramenti
. La entrega del premio, en su undécima edición, será el martes 5 de agosto en Sicilia. El jurado estaba formado por Salvatore Silvano Nigro, Giorgio Ficara y Mercede Monmany.
Los enamoramientos ha recibido ya varios reconocimientos.
 En 2011, la novela fue elegida como el mejor libro del año por Babelia y ganó el XIV Premio Qué Leer, que otorgan los lectores de esa revista literaria.
 La obra se ha traducido a 29 idiomas. En 2013 fue finalista del National Book Critics Circle Award como mejor novela publicada en Estados Unidos. The New York Times la seleccionó el mismo año entre las cien mejores obras de ficción.
Marías ha sido selectivo en cuanto a los premios que ha aceptado por esta obra.
En 2012 rechazó el Nacional de Literatura, que el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte quiso otorgarle. Marías había decidido a finales de los noventa no aceptar ningún premio oficial
. La razón que dio en su momento fue no querer ser "autor favorecido por este o aquel Gobierno", independientemente de qué partido este en el poder.
El premio Guiseppe Tomasi di Lampedusa lo han recibido anteriormente escritores del prestigio de Tahar Ben Jelloun, Claudio Magris, Amos Oz, Kazuo Ishiguro y Mario Vargas Llosa.
En la novela, Marías habla de los "enamoramientos verdaderos", como afirmó en una entrevista que dio a este periódico en 2011.
El autor recurrió por primera vez a una narradora femenina.
Así empieza lo malo es la próxima novela de Marías, que publicará Alfaguara el 23 de septiembre. La obra cuenta la historia íntima de un matrimonio de muchos años.

 

Charo López





Charo López: se acabó el pecado..........................................................Manuel Vicent

La actriz salmantina es el símbolo de la luz al final de túnel del franquismo por su belleza y actitud ante la vida. Su arrojo sirvió a muchas mujeres:¿DE QUË SIRVIÖ?

Charo López retratada por Jordi Socias.(Cuando era joven)

De pronto un día el rostro de esta mujer comenzó a revelarse en el fluido del inconsciente colectivo, una belleza castellana, que parecía griega, una voz oscura, una risa descarada, no era ya el rostro de una folclórica ni de una artista del cine de cartón piedra sino una chica salmantina, universitaria de Filosofía y Letras, alumna de clásicas con Lázaro Carreter, Torrente Ballester y el historiador Artola, hija de vencedores, que rompió en antifranquista como muchos vástagos de aquella generación
. La dictadura se hallaba ya en estado de derribo.
 A nuestro país estaban llegando todavía los rebufos del Mayo Francés y en medio de los escombros de la dictadura en el cuarto oscuro del revelado bajo la luz roja apareció el rostro de Charo López.
La naturaleza le había regalado un cuerpo adolescente explosivo y una rara belleza, como de moneda acuñada de perfil en un dracma.
 Cuando pasaba por los soportales de la plaza mayor de Salamanca taconeando abrazada al cartapacio de los apuntes los hombres decían: “Ahí va la Venus de Merlo”, que era el segundo apellido del padre.
 Después de soliviantar todos los espermatozoides que asentaban sus reales en la terraza del bar Las Torres sintió que el plateresco y la sobrecarga de Unamuno la estaban ahogando tanto o más que el castigo provinciano de tener que soportar que los hombres la sorbieran con los ojos por la espalda y le ladraran requiebros castizos desde los andamios, hasta que un día se hartó, se casó con un cineasta, llegó a Madrid cargada con los últimos libros de texto, terminó la carrera en la Complutense y se enroló en el cine
. Algunos decían que era demasiado guapa, una versión de Ava Gardner con hornazo y el aire de encinares de la Castilla clásica.
Charo López puede pasar como la primera actriz que fue el contrapunto del último franquismo en la historia sentimental de España, la que inauguraba la nueva belleza de las hembras más deseadas en sueños cuando estaba llegando la libertad(Y de la Historia sentimental de Políticos y escritores)
Charo López puede pasar como la primera actriz que fue el contrapunto del último franquismo en la historia sentimental de España, la que inauguraba la nueva belleza de las hembras más deseadas en sueños cuando estaba llegando la libertad.
Hasta entonces el sexo matrimonial de la burguesía se hallaba conjuntado con armarios oscuros, espejos ovalados, hondos cajones de la cómoda con mantillas traspasadas por una aguja de plata, corpiños de ballenas, sábanas con alcanfor, camas de hierro cuyos muelles gemían mucho más que las legítimas esposas sobre colchones de lana, amparadas por un crucifijo que vigilaba desde la pared cualquier exceso.
 Chicas como Charo podían establecer una pasión clandestina, paralela, pero nunca eran imaginables en el papel de entretenidas a la que un ricachón o alto funcionario les pusiera una mercería
. He aquí la aportación de aquella generación de chicas a la historia sentimental, el nuevo amor en las esquinas, en los pubs, en el coche, en los soportales, en los jardines oscuros, las primeras que rompieron la orden de estar a las diez en casa.
 Comenzaban a ser libres, podían ser amantes pero ya nadie las llamaría queridas, con el tufo agrio del machismo.
Las aguas turbulentas de la democracia trajeron rostros distintos de mujer y el primero en pasar bajo los puentes de la libertad fue el de Charo López, al que seguían los de Angela Molina, Ana Belén, Carmen Maura, Penélope Cruz, Emma Suárez, Maribel Verdú, Adriana Ugarte, y otras, sumergidas en una corriente más o menos turbia, que no era sino el agua de nuestra memoria, como explicación de un tiempo y un espacio, rostros que sintetizaron una pasión colectica.
Es el símbolo de la luz al final del túnel.
 Si las mujeres en la agonía del franquismo dieron un paso adelante fue por su arrojo personal sin ayuda de nadie
Charo López es el símbolo de la luz al final del túnel
. Si las mujeres en la agonía del franquismo dieron un paso adelante fue por su arrojo personal sin ayuda de nadie.
 Llevaban botas altas, echaron los sostenes de lado, algunas exhibían una tijera estampada en la camiseta entre los senos, aprendieron a blasfemar y ante su acoso los progres comenzaron a recular en la barra de los bares, fueron aquellos que en casa ya ponían la mesa y comenzaron a lavar los platos y ellas les enseñaron que llorar también era cosa de hombres
. Mientras el franquismo daba los últimos ramalazos de terror en la calles, ellas iban por la tarde a una manifestación bajo los gases lacrimógenos y después se tomaban un gin tonic que unía el placer del amor y el de la libertad.
Antes de llegar a encarnar el personaje de Clara Aldán, de la versión televisiva de Los Gozos y las Sombras, de Torrente Ballester, que la consagró, este rostro ya había despertado todos los deseos para dar paso a la libertad de los años ochenta. Charo López también fue un amor argentino, un símbolo para aquellos intelectuales y artistas del Cono Sur huidos de los milicos que poblaban las noches de Madrid.
 Ella había aportado una risa salvaje, el perfil de moneda griega, la voz quemada y la voluntad de acabar con todos los armarios roperos y que al sexo le diera el aire limpio en la cara.
Quizás Leguina tb tendría que decir mucho o poco de Charo López que al ser mayor su físico cambió para mal, es lo que tenemos las guapas, los años se notan, las feas no están como siempre.