Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

13 jul 2014

La Loca del Pelo Rojo, ........................del Blog Tú conmigo.

la loca del pelo rojo



Otto Dix


Desde que te tengo
sé que nunca volveré a estar sola
y que la soledad no es cosa
de presencia.
Es difícil entender
que la vida, el tiempo
o vaya usted a saber qué
nos lleve por caminos separados.
Aún llevo entre las manos
puñados de cosas que tengo que decirte
y, sobre todo, tanto para darte
y llevo hilos de luz que quedaron entre mis dedos
cuando las últimas caricias

Aún no sé medir el tiempo sin ti

Y tengo que dejarte ir como si
nada entre nosotros hubiera temblado
y ya nada fuese a unirnos.
Sé que nunca tendré algo
a lo que pueda llamar nuestro
ni podré mirar contigo la palabra ahora
quizá tampoco tuvimos nunca un pasado
No lo sé

Nunca sabré nada de ti

Y sin embargo
todos los días abro los ojos y tú
no estás y estás en mí
y todos los días
me duermo (si lo consigo)
sin saber nada de ti

Cae la luz y tú no estás
y yo tengo que vivir
así
como si me faltase el aire
como si las flores no fuesen a abrirse
de nuevo en primavera.
Lamentando todos los errores que he cometido
tantas cosas que no supe decirte
preguntándome
qué y cómo sería
poder mirarte cada día.

Quiero que me recuerdes por lo que fue
o tal vez por lo que nunca podrá ser

Dicen que es cuestión de tiempo
pero yo no lo creo.

Monalisa

12 jul 2014

Besis...................................................................... Luz Sánchez-Mellado

Las chicas del balonmano playa son mis heroínas. Le han dicho al presidente de su federación que se ponga él el top y las bragas.

Sara Carbonero, con su hijo Martín.

Vaya rachita llevo.
 Ahora que había conseguido entrar en el burkini del año pasado, va el poder económico y me boicotea la vuelta a la arena.
Y todo porque dejé escrito que, cuando se pone farruca, Magdalena Álvarez es más choni que la colección de Custo para Lidl.
Pásmate: se han dado por aludidos y han ido a por mí inmisericordemente. Maleni, no, que estará la pobre arreglando los papeles del paro después de dimitir del Banco Europeo de Inversiones porque le ha dado a ella la gana.
Ni Custo, el supermodisto, que estará estampando hectáreas de poliéster con amebas como un descosido.
 Hablo de Lidl en persona. Maquiavélica su venganza, digo.
¿Pues no van y me mandan, además de un top de lentejuelas del susodicho visible desde la estratosfera, una muestra de productos de la casa para que juzgue con conocimiento de causa y no de boquiqui? Y, claro, me he picado y me lo he atizado todo de una sentada.
 Chocolates, confituras, pateses. Galletitas, frutos secos, salsorras.
 Extraordinarios, en efecto.
 Pero ahora es cuando el top me queda megaordinario por muy finísimo que sea, y el burkini no me pasa de las corvas. Gracias, colegas, lo habéis conseguido.
Entre eso, y ver a Sara Carbonero, Pilar Rubio, Eugenia Silva y demás recién paridas retozando en la playa con la tripa cóncava, cero estrías, y el lactante más gordo que ellas, estoy más hundida en la miseria de las comparaciones que Kiko Rivera Pantoja con Francisco Ídem Ordóñez. Menos mal que hay mujeres con ovarios dispuestas a sacarnos las castañas del fuego a las cobardonas. Hablo de las chicas del balonmano playa, mis heroínas
. Unas tías como castillos que se han plantado en jarras, le han dicho al presidente de su federación que se ponga él el top y las bragas –braguitas serán las de algunas, las mías son bragazas, así que dejémoslo en tablas– con que las obligan a jugar los partidos, y han logrado vestirse como les dé la gana a ellas y no como les manden los gerifaltes.
Tenías que oír las razones que oponía todo estupefacto el tal Francisco Blázquez, antes de tener que envainársela o morir en vida emplumado por sexista.
 Que de qué os quejáis, queridas, si con top y culotte vais tan cómodas y tan monas. Que si no vais así de fresquitas –equilicuá– los sponsors no meten pasta.
 Y que no protestéis tanto, que alguna pide hasta dos tallas menos para poner de relieve “sus atribuciones”.
En plata, Blázquez: que, en lo tocante a mujeres –ellos visten pantalón y camiseta–, aquí lo que vende es la estética, aunque tengas una XS de arriba y una XL de abajo, o viceversa, y no te dé la gana proclamarlo urbi et orbe.
 Que lo que prima es la comodidad, aunque tengas que sacarte la tirilla del orto cada minuto y medio. Y que en entre las balonmanistas también hay chonis, como en el BEI, paren máquinas
. Y vamos nosotras, y nos lo creemos.
Total, que hablando de lycra y poliéster, me abro a hacer un master en ESADE porque te juro que creía que Gowex era un tejido inteligente.
 A ver si a la vuelta me ascienden a algo, que ya me toca.
 Si ha corrido el escalafón en El Vaticano, La Zarzuela, el PSOE y Sálvame Deluxe, ¿por qué no puedo yo tocar pelo?
 Eso sí, me voy con el alma en vilo, sin saber si Guindos se me va al Eurogrupo. Tenedme informada, porfa. Besis.

 

Llega la hora de leer sin reloj.................................................................................. Alberto Manguel


Los lectores transforman los libros según sus circunstancias. / Iain Sarjeant  (Getty Images)

Las lecturas de verano son diferentes de las lecturas de invierno, como las de día lo son de las que hacemos por la noche
. Algo en el aire y la luz que nos rodea afecta al texto y su comprehensión, y todo lector sabe que no es lo mismo leer una novela que nos deleita tendido en el pasto, al sol, que leerla acurrucado bajo una manta en la penumbra de un cuarto invernal
. En verano, la relación con un libro se hace íntima, táctil, cariñosa, las páginas se contagian de la humedad de los dedos, adquieren el olor de un cuerpo, la textura de la piel humana.
En cambio, bajo un cielo gris, un lector es más severo, recatado: la lectura se hace lenta, respetuosa, reflexiva.
Hasta la mala literatura cambia con las estaciones: en verano, somos más indulgentes, menos atentos, y, mientras que en invierno nos mostraríamos implacables con un libro que comienza “Jacques Saunière, el famoso conservador, caminaba con dificultad por los pasillos del Museo del Louvre”, embobados por el calor y contentos como lagartos, continuamos leyendo, demasiado letárgicos para detenernos en las asombrosas faltas gramaticales y en las imbecilidades de la historia.
Poco sabemos de las lecturas estivales de nuestros antepasados.
 Una tarde de verano, Sócrates propuso a Fedro que fueran a sentarse a la sombra de un plátano donde el joven le leería el discurso de un tal Licio, del que Fedro había hablado con entusiasmo, pero quizás esa lectura singular no sea un ejemplo fidedigno de las preferencias veraniegas del filósofo. Tres siglos más tarde, Cicerón le escribe a su amigo Ático que, aunque éste encuentre un amante por más apasionado que aquel sea, no le prometa su biblioteca, puesto que está destinada a nadie más que al mismo Cicerón.
 Por “biblioteca”, dicen los clasicistas, Cicerón entendía “colección de obras griegas” que el escritor romano leería durante los veranos, en su proyectado retiro en su villa del Lacio.
A pesar de que los ricos romanos tenían villas estivales y los emperadores chinos palacios de verano, el concepto de un periodo de ocio en los meses de calor no se oficializó hasta el siglo XIX.
 Hasta entonces, sólo la aristocracia pasaba una parte del año (la más fría) en la ciudad y otra parte (la tórrida) en el campo.
 Pero después de las transformaciones sociales que siguieron a la Revolución Francesa, la burguesía empezó a imitar las costumbres de los aristócratas y estableció la moda de la villègiature, o temporada en las provincias.
 Cuando en 1936 los obreros franceses obtienen el derecho a vacaciones pagadas se le da un sello oficial a la noción de reposo y entretenimiento que hoy asociamos con el periodo estival.
Una vez establecido el verano como un momento de ocio y distracción, ciertas lecturas adquieren una calidad particular, reposada y divertida, y los editores empiezan a lanzar colecciones destinadas a un público que busca entretenerse en el tren, en la playa, en la montaña.
 Aparecen así las primeras series de romans de gare en Francia, los precursores de Corín Tellado en España, la pulp fiction en Estados Unidos, las series policiacas en Inglaterra.
David Hurn / Magnum
Con la nueva literatura estival aparece otra categoría de lectores: el lector-turista
. En el título de uno de sus libros, Stendhal usa la palabra “turista” para diferenciar a los que podían pagarse las vacaciones de quienes no podían hacerlo.
 Un contemporáneo de Stendhal, el reverendo padre Francis Kilvert, anotó en su diario el 5 de abril de 1870: “De todos los animales nocivos, el más nocivo es el turista.
Y de todos los turistas, el más vulgar, malcriado, ofensivo y repugnante es el turista inglés”.
 Sin embargo, fue gracias a esos turistas que una suerte de literatura universal echó precarias raíces alrededor del mundo.
Los maltrechos volúmenes que los turistas han dejado detrás de sí en sus casuales peregrinaciones constituyen una prueba fehaciente de la generosa variedad del placer de la lectura.
Yo mismo, en mis demasiados viajes, he encontrado abandonados en playas lejanas y en hoteles, que no merecen ser recordados, libros que hoy reposan, sanos y salvos, en mi biblioteca: El enigma de X, de Ellery Queen; Tren de Estambul, de Graham Greene; Espérame en Siberia, vida mía, de Jardiel Poncela; El jardín de los Finzi Contini, de Giorgio Bassani; Soy leyenda, de Olaf Stapeldon; Las sandalias del pescador, de Morris West…, y muchos más.
 No todos son memorables, no todos son queridos, pero todos, sin excepción, fueron por unos días camaradas de algún lector distraído, perdido en un tiempo sin relojes y en un lugar sin mapas que llamamos vacaciones de verano.
Por cierto, los libros de nuestras vacaciones llevan consigo, quizás más que cualquier otro, trazas de memoria: de amistades perdidas, de juegos extraños, de adultos que en el recuerdo son inconcebiblemente jóvenes, de habitaciones que no eran nuestras
. Sobre todo, memorias de olores y perfumes: de hierba recién cortada, helado de vainilla, loción a leche coco, aire salado, sudor limpio en sábanas recién planchadas, fresas silvestres tibias, cloro, salchichas asadas, zumo de limón, juguetes de caucho que han estado demasiado tiempo al sol.
 Y sobre todo, el olor del papel barato de los libros de bolsillo, leídos al sol y salpicados de agua de mar.
Stendhal usa la palabra “turista”
para diferenciar a los que podían pagarse las vacaciones de quienes
no podían hacerlo
Las lecturas de verano de hoy tienen sus prestigiosos precursores
. Como lectura de playa, Robinson Crusoe eligió la Biblia, aunque esa decisión se debió quizás al hecho de que en la biblioteca del navío naufragado no hubiera más que obras en portugués, lengua que, como buen caballero inglés, Robinson se enorgullecía de ignorar.
 Durante los chubascos del verano japonés, el joven príncipe Genji se deleita leyendo correspondencia femenina, “sobre todo”, dice su secretario, “las que fueron escritas en un arrebato de cólera, o durante el crepúsculo, esperando ansiosamente el regreso de su amante”.
 En el sofocante verano de La Mancha, cuando era tiempo de siega, los segadores (cuenta el ventero en la primera parte de el Quijote) se reunían para escuchar leer, “con tanto gusto que nos quita mil canas”, novelas de caballería como Don Cirongilio de Tracia o Felixmarte de Hircania, obras que el ventero posee y el cura quiere quemar.
Para disipar la “melancolía del estío” de la que sufría su pudibunda mujer, Diderot le recomendaba “tres dosis diarias de Gil Blas, una a la mañana, otra a la tarde y una última por la noche”.
 Para después del Gil Blas, El diablo cojuelo y El bachiller de Salamanca.
Quizás el verano convenga a la lectura porque se presta, no sé por qué, a contar cuentos. Muchas de nuestras ficciones más conocidas transcurren en verano: Crimen y castigo, de Dostoievski, empieza “una agobiante tarde de principios de julio”; la peste amenaza a los novios de Manzoni durante un atroz verano lombardo del siglo diecisiete; en la novela de Oscar Wilde, Lord Henry se encuentra con el apuesto Dorian Gray “cuando una leve brisa estival removía las copas de los árboles del jardín”; Cien años de soledad, de García Márquez, se abre en el mes de marzo, a fines de un húmedo estío colombiano; la pequeña Nell y su abuelo escapan de las garras del malvado Quilp a través de la campiña estival inglesa en El almacén de curiosidades, de Dickens; el profesor Ashenbach de Thomas Mann persigue la imagen del hermoso efebo por los callejones húmedos y sofocantes de Venecia en verano; y en verano también el joven tuberculoso Hans Castorp llega a la clínica de Davos, en lo alto de la Montaña Mágica; el memorioso Ireneo Funes de Borges sufre su prolongado insomnio durante un caluroso estío uruguayo; Elizabeth Bennett concede el sí al bello Darcy bajo un sol radiante y británico, dando un final feliz a tanto orgullo y prejuicio; es durante el verano que Poirot investiga los casos Muerte sobre el Nilo, El asesinato de Roger Ackroyd, Maldad bajo el sol, y tantos otros crímenes febriles.
Quizás el verano convenga a la lectura porque se presta a contar cuentos
. Muchas de nuestras ficciones más conocidas transcurren en verano
Sin embargo, no todos aprueban de las lecturas estivales.
 En el verano de 1826, en lugar de vigilar el aserradero de su padre, el adolescente Julien Sorel se pone a leer el Memorial de Santa Elena, de Las Cases
. Su padre lo sorprende, lanza el libro al arroyo de un puñetazo y con otro apuntado a la cabeza de su hijo, lo trata de haragán y de bestia.
 A juicio del padre de Julien, en el verano no se lee, se trabaja.
 No piensa así la señora Bovary. En la modorra de su aldea, Emma pasa sus tardes leyendo a Eugène Sue (autor de Los misterios de París), a Balzac y a George Sand, para saber cómo se visten las parisienses y cómo amueblan sus casas.
 Más recatada, Doña Perfecta, en cambio, opina que la lectura “enferma de la cabeza” y quiere poner tasa a los doctos volúmenes que el joven Jacinto se divierte en consultar en la atmósfera bochornosa de Villahorrenda, para escribir, nos dice Galdós, su Influencia de la mujer en la sociedad cristiana. No conocemos el título del libro que leía la hermana de Alicia una cierta tarde dorada de julio a orillas del Támesis, sólo que no tenía ni diálogos ni ilustraciones, y (como bien acota Alicia) “¿para qué sirve un libro sin diálogos ni ilustraciones?”
. El 16 de junio, en el día más célebre de toda la literatura moderna, Molly Bloom lee en la cama Ruby, orgullo del rey y El baño de la ninfa: su autor favorito es Paul de Kock. Las lecturas de verano son generosamente eclécticas.
¿Qué recomendar a un lector para el verano?
Los ejemplos precedentes muestran que no hay parámetros.
 Quizás no sean los libros mismos los que poseen calidades propias a una atmósfera estival, o incluso a una atmósfera cualquiera.
 Somos nosotros, lectores, quienes transformamos el libro según nuestras circunstancias y deseos, haciendo de el Quijote o de Viaje al centro de la Tierra un libro de viajes, una crónica de aventuras, una novela psicológica, una historia de violencia o de humor.
 A cada cual su libro de verano, y sólo podemos desear a los lectores que no les toque en suerte el destino de Tony Last, quien, perdido en el eterno verano del Amazonas, como cuenta Evelyn Waugh, es retenido en la jungla por un mulato amoroso de Dickens, quien le obliga a leerle, volumen tras volumen, las obras completas del autor de Oliver Twist, una y otra vez, para siempre.

Los padres de Asunta se ven las caras tras descargar Basterra la culpa en su exmujer...............................Sonia Vizoso

Fiscalía y acusación popular piden al juez instructor que se les abra a ambos juicio oral por el asesinato de su hija.

El furgón de la Guardia Civil con Rosario Porto y Alfonso Basterra, hoy a la entrada del juzgado de Santiago. / LAVANDEIRA JR (EFE)

La abogada Rosario Porto y el periodista Alfonso Basterra, los padres acusados de asesinar a su hija de 12 años en septiembre pasado, se han visto hoy las caras por primera vez desde que el hombre decidió descargar las culpas sobre su exesposa y reventar la línea de defensa conjunta que habían marcado sus abogados desde que fueron detenidos a los pocos días de ser hallado el cadáver de Asunta
. Ambos imputados, acusados de urdir durante meses un plan para matar a la cría y de drogarla repetidamente con ansiolíticos hasta el día que falleció, han comparecido esta mañana en Santiago ante el juez instructor de la causa, en la vista previa a la apertura de juicio.
En una sesión que ha durado apenas media hora, el magistrado José Antonio Vázquez Taín ha vuelto a rechazar la práctica de diligencias solicitadas por los padres, la Fiscalía y la acusación popular han pedido la apertura de juicio oral y las defensas de los imputados han solicitado su puesta en libertad y el sobreseimiento de la causa
. Solo falta ahora que Taín dicte el auto que enviará a Porto y Basterra al banquillo.
A un paso del juicio, nada queda de aquella complicidad entre los padres de Asunta que destapó una grabación realizada por la policía en el calabozo.
 “No entremos en contradicciones porque cualquier fisura juega en nuestra contra.
 Y no perdamos la confianza el uno en el otro”, le decía Basterra a Porto a través de la puerta que separaba sus celdas al poco de ser arrestados.
El escrito de defensa presentado por el periodista en la recta final de la instrucción del caso alega que las veces que los testigos declaran haber visto a la niña adormilada por sedantes, Asunta había pasado la noche con su madre
. Y afirma Basterra que aunque era él quien le compraba a Porto las cajas de lorazepam con el que ella se medicaba, la abogada se encargaba de guardarlo y administrarlo.
El abogado de la madre ya ha expresado su sorpresa por el giro de Basterra y ha negado todas sus acusaciones.
 Hoy, en la sala de los juzgados de Santiago donde los padres de Asunta se vieron otra vez las caras, se respiraba la “tensión” entre ellos, una “postura absolutamente distinta” a la mantenida hasta ahora, según explicó el letrado de la acusación particular Ricardo Pérez Lama a la salida de la vista.
 La actitud de Basterra fue, según Pérez Lama, “desafiante”; la de Porto, “bastante más sumisa y más triste”.
El escrito de defensa del padre de Asunta sostiene además que él nunca supo que la tarde en que la pequeña murió, su exmujer la había llevado al chalé familiar de Teo, el lugar donde los investigadores están convencidos que Asunta perdió la vida, asfixiada con un objeto blando sin posibilidad de defenderse, ya que entre cuatro y cinco horas antes había ingerido altas dosis de lorazepam.
 Insiste el padre que Porto siempre le dijo que la niña se había quedado en el piso de Santiago estudiando y que él no salió de su vivienda, ubicada a pocos metros de donde pensaba que estaba su hija.
 Fueron las cámaras callejeras las que volaron por los aires esta versión, la que enarbolaron los padres cuando denunciaron la desaparición de Asunta la noche del 21 de septiembre de 2013.
 Unas grabaciones que recogían imágenes de la madre en el coche con la niña camino de Teo, transformaron en unas horas a los afligidos padres que sufrían la muerte violenta de su única hija en presuntos asesinos de una cría de 12 años
. La Fiscalía y la acusación popular, representada por la Asociación Clara Campoamor, les piden 18 y 20 años de prisión, respectivamente.