A cualquier niño con signos inequívocos y tranquilizantes de
normalidad y sensatez al que le pregunten para qué sirve el verano
responderá que para jugar, bañarse en el mar, el río o la piscina, no
tener que ir al colegio ni hacer deberes.
Por ello, deduzco que yo pertenecía a la categoría de los tarados prematuros ya que mi concepción del paraíso durante el verano era que me llevaran todos los días al cine, a ser posible programas dobles de sesión continua, repitiendo a veces la programación ya que esta duraba una semana.
Creo recordar que las salas que tenían aire acondicionado eran escasas, se anunciaban con ostentación de nuevos ricos, suponían un lujo, pero el sudor no importaba si lo que veías en la pantalla te fascinaba.
También existían numerosos cines de verano. Si te aburría la película, podías mirar las estrellas. Quiero pensar que en aquella época todavía podías divisar a estas en el cielo, incluso en las grandes ciudades.
Pero si los programas dobles se alimentaban con las películas que
habían sido estrenadas en invierno y en primavera, imagino que también
entonces el cine de estreno desde junio a septiembre pertenecía a
saldos, era prescindible o lamentable, pero el sentido crítico,
afortunadamente, es algo desconocido en la infancia.
Te enamoraba el acto de ir al cine y también poseías gustos y géneros favoritos, pero no dividías a las películas en obras maestras, muy buenas, buenas, mediocres, malas y abominables.
Al hacerte mayor, descubres que al espectador con un mínimo de paladar el cine le trata fatal en verano.
Y si no tienes más remedio que acudir, te preguntas con asombro cómo es posible que se realicen tantas películas inútiles o directamente infames (y solo vemos lo que distribuidores y exhibidores consideran que es mínimamente estrenable), qué razones excluyendo la del aire acondicionado (y tampoco eso asegura una temperatura agradable, ya que en algunas salas se empeñan en convertirte en un muñeco de hielo) puede motivar que la gente se gaste una pasta en las ofertas que les hace el cine en verano.
Pienso en cuestión tan peregrina mientras que me aburro considerablemente viendo doblada (eso ocurre en un pase de prensa) la película sueca El abuelo que saltó por la ventana y se largó, adaptación de una novela que ha sido un best-seller en Europa y que no puedo juzgar, ya que no me urge la prisa por acceder a literatura tan adictiva.
Pero constatando la nula gracia que tienen en la pantalla las surrealistas aventuras y los recuerdos de un anciano en la línea de Forrest Gump, recuerdo la ausencia de calidad en la mayoría de las adaptaciones cinematográficas de esas novelas que han reposado en la mesilla de noche de tantos embelesados lectores.
Algunas veces intento compartir esos universales goces novelísticos, pero no tengo suerte, soy incapaz de disfrutar con sus misterios.
Lo intenté en varias ocasiones con Dan Brown y con Paulo Coelho, pero en vano
. Las películas inspiradas en sus obras están a tono con el material literario.
Busco novelas vulgares con ventas superlativas y que hayan servido para engendrar obras maestras del cine.
Pienso en El padrino
. No recuerdo muchas más.
Por ello, deduzco que yo pertenecía a la categoría de los tarados prematuros ya que mi concepción del paraíso durante el verano era que me llevaran todos los días al cine, a ser posible programas dobles de sesión continua, repitiendo a veces la programación ya que esta duraba una semana.
Creo recordar que las salas que tenían aire acondicionado eran escasas, se anunciaban con ostentación de nuevos ricos, suponían un lujo, pero el sudor no importaba si lo que veías en la pantalla te fascinaba.
También existían numerosos cines de verano. Si te aburría la película, podías mirar las estrellas. Quiero pensar que en aquella época todavía podías divisar a estas en el cielo, incluso en las grandes ciudades.
EL ABUELO QUE SALTÓ POR LA VENTANA Y SE LARGÓ
Dirección: Felix Herngren.
Intérpretes: Robert Gustafsson, Iwar Wiklander, Mia Skäringer.
Género: comedia. Suecia, 2013.
Duración: 114 minutos.
Dirección: Felix Herngren.
Intérpretes: Robert Gustafsson, Iwar Wiklander, Mia Skäringer.
Género: comedia. Suecia, 2013.
Duración: 114 minutos.
Te enamoraba el acto de ir al cine y también poseías gustos y géneros favoritos, pero no dividías a las películas en obras maestras, muy buenas, buenas, mediocres, malas y abominables.
Al hacerte mayor, descubres que al espectador con un mínimo de paladar el cine le trata fatal en verano.
Y si no tienes más remedio que acudir, te preguntas con asombro cómo es posible que se realicen tantas películas inútiles o directamente infames (y solo vemos lo que distribuidores y exhibidores consideran que es mínimamente estrenable), qué razones excluyendo la del aire acondicionado (y tampoco eso asegura una temperatura agradable, ya que en algunas salas se empeñan en convertirte en un muñeco de hielo) puede motivar que la gente se gaste una pasta en las ofertas que les hace el cine en verano.
Pienso en cuestión tan peregrina mientras que me aburro considerablemente viendo doblada (eso ocurre en un pase de prensa) la película sueca El abuelo que saltó por la ventana y se largó, adaptación de una novela que ha sido un best-seller en Europa y que no puedo juzgar, ya que no me urge la prisa por acceder a literatura tan adictiva.
Pero constatando la nula gracia que tienen en la pantalla las surrealistas aventuras y los recuerdos de un anciano en la línea de Forrest Gump, recuerdo la ausencia de calidad en la mayoría de las adaptaciones cinematográficas de esas novelas que han reposado en la mesilla de noche de tantos embelesados lectores.
Algunas veces intento compartir esos universales goces novelísticos, pero no tengo suerte, soy incapaz de disfrutar con sus misterios.
Lo intenté en varias ocasiones con Dan Brown y con Paulo Coelho, pero en vano
. Las películas inspiradas en sus obras están a tono con el material literario.
Busco novelas vulgares con ventas superlativas y que hayan servido para engendrar obras maestras del cine.
Pienso en El padrino
. No recuerdo muchas más.