Tiempo de metamorfosis, exaltaciones y reivindicaciones en los Encuentros Internacionales de Fotografía de Arlés,
que han inaugurado esta semana más de 60 exposiciones en su 45ª
edición, hasta el 21 de septiembre
. Los cambios vienen propiciados por lo que afecta al propio certamen que toma la ciudad relacionados con algunos espacios, la mudanza de comisario —François Hébel, tras 13 años al frente, da paso a Sam Stourdzé, director del Museo del Elíseo en Lausana— y la de la ciudad de la Camarga, que albergará próximamente la nueva sede de la Fundación Luma, encargada al arquitecto Frank Gehry.
Las transformaciones están aparejadas: el relevo en la dirección del festival tiene que ver con el ambicioso proyecto de la mecenas y coleccionista suiza Maja Hoffmann, que preside la citada fundación y está íntimamente ligada a la ciudad. Hébel renunció a seguir como director el invierno pasado al comprobar que los encuentros verían fuertemente reducido su espacio expositivo al comprar Hoffmann los antiguos talleres de reparación de la Renfe francesa en Arlés, donde se han celebrado tradicionalmente numerosas exposiciones y otras actividades
. En sucesivas ediciones, la mayor parte de esos talleres serán transformados o cederán su espacio a la colección de arte y las exposiciones de la Fundación Luma.
Quizá por eso, y consciente de que se cierra una etapa, François Hébel, la persona que multiplicó la audiencia y la relevancia internacional del festival durante su mandato (2001- 2014), ha querido poner el foco en la memoria y en la identidad colectiva, en lo que supone no solo un homenaje a los fotógrafos y comisarios invitados que han construido los encuentros de Arlés durante su historia sino una advertencia contra el individualismo y el fulgor de las apariencias.
La memoria colectiva y colectivizada que recibe al espectador en
Arlés admite múltiples variantes. Una de ellas sería la impresionante
colección de fotolibros chinos comisariada por Martin Parr (fotógrafo,
coleccionista ávido de fotografía, comisario, investigador y ahora
presidente de Magnum) y el dúo Wassink Lundgren (Thijs Groot Ar y Ruben
Lundgren).
En un edificio vacío de cinco plantas que albergó la sede de un banco se ha instalado una magna exposición de libros de propaganda que recogen diferentes épocas de la historia de China.
El montaje de la muestra, coproducida por la fundación Aperture, es en sí una metáfora sobre la censura: al visitante se le ofrece al entrar una linterna con la que deberá iluminar las fotografías y los libros expuestos, en salas que no tienen otra iluminación.
El recorrido se inicia con los albores de la fotografía china en el periodo de 1900-1949 y aborda todos los periodos clave de la historia moderna de China, desde la revolución de 1911 y la segunda guerra chino-japonesa (1931-1945) a la revolución comunista.
La muestra, repartida en tres plantas del edificio, permite comprobar cómo la producción de fotolibros es usada, en un contexto totalitario, como un instrumento para construir una identidad ficticia (por ser incompleta y manipulada) y vehicular el culto al líder.
No faltan en la exposición publicaciones modernas que recuperan la tradición fotográfica y los esfuerzos por sortear la censura comunista, como el libro Red color news soldier: A chinese photographer’s odyssey through the cultural Revolution, de Li Zhensheng, cuyas fotos tardaron 15 años en ver la luz.
En la misma sede se ofrece una muestra de panoramas políticos
pertenecientes a la colección de Claude Hudelot, experto sinólogo, que
considera ese subgénero fotográfico “un espejo de la burocracia
celestial” y un tesoro para los historiadores.
Desde otro punto de vista, Joan Fontcuberta presenta por primera vez, en una exposición y en un fotolibro, los archivos de la colección Trepat, un trampantojo fotográfico y hermenéutico en el que juega de nuevo con la credulidad del espectador y las ideas recibidas sobre la práctica fotográfica. “Me pidieron un proyecto para el festival en torno al aniversario de la Primera Guerra Mundial, y encontré los archivos fotográficos de la fábrica Trepat, creada en 1914 en Tárrega”, explica Fontcuberta.
“Eso me dio pie a hacer una parodia de la forma en la que se ha construido o se ha escrito la historia, en base al fetichismo de una serie de referentes culturales, como Rodchenko, Man Ray o Moholy-Nagy”.
Una buena declaración de intenciones que encaja con la visión artística del director de los Rencontres. Este, antiguo director de Magnum, no ha eludido nunca la fotografía más glamurosa en su programación, aunque ha privilegiado a autores capaces de captar el alma de la persona situada ante la lente y de transmitir algo más que un argumento de venta.
Además de Bailey, Patrick Swirc y Vincent Pérez, proponen retratos que reflejan la madurez estética y las pretensiones artísticas —a menudo justificadas— del retrato editorial.
En el género del retrato sobresale este año el trabajo de Denis Rouvre Identidades, territorios íntimos, articulado en torno a la pregunta
“¿Qué significa ser francés?” y fruto de un recorrido por el Hexágono en busca de rostros subjetivamente representativos de una noción de país.
Desde una perspectiva diferente, los fotógrafos proyectados en el anfiteatro romano por el comisario invitado Bohnchang Koo, Youngsoo Han y Kechun Zhang, amplían aún más la vigencia y el vigor de la fotografía-documento crean una confusión de géneros que suele ser bienvenida cuando contenido y forma negocian con éxito su protagonismo.
El artista brasileño Vik Muniz ha aprovechado las fotos familiares y
tarjetas postales que lleva coleccionando desde hace años para montar su
exposición Álbum, una serie de tapices tejidos con fragmentos
de imágenes.
“Hice una búsqueda sobre la fotografía popular, la que comprende la gente, para mapear la memoria de las personas: lo que refleja las razones de ser más individuales y más universales de la fotografía”, afirma Muniz.
Artur Walther muestra una amplísima colección dedicada a las taxonomías fotográficas que incluye a Martina Bacigalupo, Zanele Muholi, Seydou Keïta, Zang Huan y Samuel Fosso.
“Pasé años investigando la fotografía africana y asiática y explorando los artistas que manipulan los archivos”, dice Walther, obsesionado por el concepto de tipología heredado de la escuela alemana.
Hébel, al hacer balance de los últimos 13 años de los Encuentros de Arlés, se lamenta del “escaso apoyo por parte de la Administración”, aunque se felicita por haber visto al festival crecer e ir incorporando sucesivamente la fotografía digital, la vernacular, la conceptual y otras prácticas artísticas y documentales.
“He intentado, en estos años, que los encuentros no sean un mercado, sino una ocasión para entablar un diálogo constante sobre la forma, abierto y accesible a todo tipo de públicos”.
. Los cambios vienen propiciados por lo que afecta al propio certamen que toma la ciudad relacionados con algunos espacios, la mudanza de comisario —François Hébel, tras 13 años al frente, da paso a Sam Stourdzé, director del Museo del Elíseo en Lausana— y la de la ciudad de la Camarga, que albergará próximamente la nueva sede de la Fundación Luma, encargada al arquitecto Frank Gehry.
Las transformaciones están aparejadas: el relevo en la dirección del festival tiene que ver con el ambicioso proyecto de la mecenas y coleccionista suiza Maja Hoffmann, que preside la citada fundación y está íntimamente ligada a la ciudad. Hébel renunció a seguir como director el invierno pasado al comprobar que los encuentros verían fuertemente reducido su espacio expositivo al comprar Hoffmann los antiguos talleres de reparación de la Renfe francesa en Arlés, donde se han celebrado tradicionalmente numerosas exposiciones y otras actividades
. En sucesivas ediciones, la mayor parte de esos talleres serán transformados o cederán su espacio a la colección de arte y las exposiciones de la Fundación Luma.
Quizá por eso, y consciente de que se cierra una etapa, François Hébel, la persona que multiplicó la audiencia y la relevancia internacional del festival durante su mandato (2001- 2014), ha querido poner el foco en la memoria y en la identidad colectiva, en lo que supone no solo un homenaje a los fotógrafos y comisarios invitados que han construido los encuentros de Arlés durante su historia sino una advertencia contra el individualismo y el fulgor de las apariencias.
François Hébel deja la comisaría del certamen
después de 13 años de éxitos. Sam Stourdzé, director del Elíseo de
Lausana, asume las riendas
En un edificio vacío de cinco plantas que albergó la sede de un banco se ha instalado una magna exposición de libros de propaganda que recogen diferentes épocas de la historia de China.
El montaje de la muestra, coproducida por la fundación Aperture, es en sí una metáfora sobre la censura: al visitante se le ofrece al entrar una linterna con la que deberá iluminar las fotografías y los libros expuestos, en salas que no tienen otra iluminación.
El recorrido se inicia con los albores de la fotografía china en el periodo de 1900-1949 y aborda todos los periodos clave de la historia moderna de China, desde la revolución de 1911 y la segunda guerra chino-japonesa (1931-1945) a la revolución comunista.
La muestra, repartida en tres plantas del edificio, permite comprobar cómo la producción de fotolibros es usada, en un contexto totalitario, como un instrumento para construir una identidad ficticia (por ser incompleta y manipulada) y vehicular el culto al líder.
No faltan en la exposición publicaciones modernas que recuperan la tradición fotográfica y los esfuerzos por sortear la censura comunista, como el libro Red color news soldier: A chinese photographer’s odyssey through the cultural Revolution, de Li Zhensheng, cuyas fotos tardaron 15 años en ver la luz.
Una exposición recorre la historai de China
desde 1900 hasta 1949
. En Arlés hay una advertencia al individualismo y
al fulgor de las apariencias
Desde otro punto de vista, Joan Fontcuberta presenta por primera vez, en una exposición y en un fotolibro, los archivos de la colección Trepat, un trampantojo fotográfico y hermenéutico en el que juega de nuevo con la credulidad del espectador y las ideas recibidas sobre la práctica fotográfica. “Me pidieron un proyecto para el festival en torno al aniversario de la Primera Guerra Mundial, y encontré los archivos fotográficos de la fábrica Trepat, creada en 1914 en Tárrega”, explica Fontcuberta.
“Eso me dio pie a hacer una parodia de la forma en la que se ha construido o se ha escrito la historia, en base al fetichismo de una serie de referentes culturales, como Rodchenko, Man Ray o Moholy-Nagy”.
Retrato y documento
Sandy Nairne, director de la National Portrait Gallery de Londres, recordaba, durante la visita guiada a la exposición de David Bailey en Arlés, que para el fotógrafo británico, que revolucionó la forma de hacer retratos de moda y de personajes de la cultura, el “envoltorio” no tiene ningún valor frente a la personalidad del sujeto.Una buena declaración de intenciones que encaja con la visión artística del director de los Rencontres. Este, antiguo director de Magnum, no ha eludido nunca la fotografía más glamurosa en su programación, aunque ha privilegiado a autores capaces de captar el alma de la persona situada ante la lente y de transmitir algo más que un argumento de venta.
Además de Bailey, Patrick Swirc y Vincent Pérez, proponen retratos que reflejan la madurez estética y las pretensiones artísticas —a menudo justificadas— del retrato editorial.
En el género del retrato sobresale este año el trabajo de Denis Rouvre Identidades, territorios íntimos, articulado en torno a la pregunta
“¿Qué significa ser francés?” y fruto de un recorrido por el Hexágono en busca de rostros subjetivamente representativos de una noción de país.
Desde una perspectiva diferente, los fotógrafos proyectados en el anfiteatro romano por el comisario invitado Bohnchang Koo, Youngsoo Han y Kechun Zhang, amplían aún más la vigencia y el vigor de la fotografía-documento crean una confusión de géneros que suele ser bienvenida cuando contenido y forma negocian con éxito su protagonismo.
“Hice una búsqueda sobre la fotografía popular, la que comprende la gente, para mapear la memoria de las personas: lo que refleja las razones de ser más individuales y más universales de la fotografía”, afirma Muniz.
Artur Walther muestra una amplísima colección dedicada a las taxonomías fotográficas que incluye a Martina Bacigalupo, Zanele Muholi, Seydou Keïta, Zang Huan y Samuel Fosso.
“Pasé años investigando la fotografía africana y asiática y explorando los artistas que manipulan los archivos”, dice Walther, obsesionado por el concepto de tipología heredado de la escuela alemana.
Hébel, al hacer balance de los últimos 13 años de los Encuentros de Arlés, se lamenta del “escaso apoyo por parte de la Administración”, aunque se felicita por haber visto al festival crecer e ir incorporando sucesivamente la fotografía digital, la vernacular, la conceptual y otras prácticas artísticas y documentales.
“He intentado, en estos años, que los encuentros no sean un mercado, sino una ocasión para entablar un diálogo constante sobre la forma, abierto y accesible a todo tipo de públicos”.