Adentrarse en el corazón del monasterio de San Lorenzo de El
Escorial, sellado hasta ahora bajo siete llaves: es la oportunidad que
brinda hoy Patrimonio Nacional a quienes, a lo largo de este verano,
decidan acudir a la exposición Del Bosco a Tiziano. Arte y Maravilla en El Escorial,
allí instalada. Comisariada por Fernando Checa, ex director del Prado,
la muestra se exhibió en el Palacio Real. Pero, aquí adquiere una
configuración completamente nueva y distinta.
Su novedad parte de la singular perspectiva que brindan a los objetos expuestos —lienzos, relicarios, ropajes sacros, gigantescos libros de rezo, planos arquitectónicos— en inmensos espacios vedados a los visitantes durante décadas, la soberbia arquitectura que ha convertido el monasterio-palacio-sepultura real en monumento renacentista único en el mundo: el Patio de los Evangelistas, el Coro basilical, la Escalera Imperial, la Iglesia Vieja ornamentada como la quiso ver el rey Felipe II —facedor del proyecto encomendado por él a los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera— desfilan ante la mirada del visitante con su imponente geometría.
La exposición arranca de la planta baja, en tres salas que muestran, consecutivamente, planos y relicarios; cuadros genealógicos de las casas imperiales hispanas y germanas; y la gran pintura flamenca.
En la primera de estas saletas surgen expuestas en vitrinas las sacras cápsulas que contuvieron restos de santos y santas mandados acopiar por Felipe II a lo largo de Europa, entonces encendida en guerras de religión atizadas por el Imperio y los príncipes protestantes
. Un comando dirigido por un jesuita portugués de apellido Sebastiao, formado por nobles armados y provisto de abundante dinero, cruzó las líneas protestantes y fue recabando allí cuantos sacros cráneos, esternones, tibias y peronés hallaron a su paso en iglesias católicas y conventos arrasados por los luteranos, según narraron a su regreso los miembros de aquella partida clandestina.
Bronces, cristales, plata, incluso lapislázuli, dan forma cúbica, prismática o de arquetas a esta clase de recipientes para alojar restos óseos, que atrajeron la mórbida devoción de miles de creyentes europeos durante siglos, desde que fueran cuidadosamente extraídos, en su mayor parte, de las catacumbas romanas.
Casi todo el santoral martirológico cristiano conocido, salvo raras excepciones, tiene aquí su huella ósea, mostrada a ambos lados de la basílica en enormes armarios repletos de reliquias, abiertos de forma permanente por vez primera.
Decoran los muros de la primera sala hasta once diseños a tinta realizados por Pedro Perret (1555-hacia 1625) sobre planos de Juan de Herrera, donde cabe recrearse en la perfecta geometría del tracista, arquitecto y matemático cántabro, enterrado en una iglesia madrileña.
En la sala contigua figuran las genealogías de las Casas de Castilla, Austria y Portugal, que convergieron en el linaje imperial carolingio y filipino, cuadros dinásticos a los que se incorporan retratos de familia surgidos del pintor Juan Pantoja de la Cruz, sobre los cuales Pompeo Leoni talló y fundió en bronce los soberbios cenotafios de Carlos I, Felipe II de la basílica.
En la tercera sala de la planta baja surge fulgurante la presencia de El Bosco, pintor flamenco a quien la exposición se dedica, dos de cuyos principales lienzos allí se exhiben: Cristo camino del Calvario —Jesús Nazareno avanza caminando trabajosamente sobre tacos de madera sembrados de tachuelas, rodeado de once feroces verdugos— y su Cristo coronado de espinas, cercado asimismo por cinco facinerosos de rostros brutales
. Un excelso Retrato de Felipe II, obra de Antonio Moro, muestra a un joven monarca ataviado con la bellísima armadura que diseñara para él Wolfgang Grenschedel, mientras el pincel del también flamenco Joachim Patinir presenta un Paisaje de San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas, con los inconfundibles horizontes acuosos, tachonados de mágicos azules y fantásticas arquitecturas en la lejanía.
La visita prosigue en la segunda planta hacia el trascoro de la basílica, hasta hoy inaccesible al gran público.
La magna estancia elevada recibe al invitado con un repertorio de enormes cantorales, librotes de metro y medio de altura, de caracteres igualmente gigantes escritos sobre pergamino para el seguimiento coral de ritos y liturgias.
Se conservan hasta 214 de estos grandes libros, todos ellos deliciosamente miniados con estampas sacras de vivos colores: carmines, encarnados, azules, ocres ...
La formidable basílica, contemplada desde el coro, permite al visitante apreciar el formidable juego de las dimensiones ideadas por el genio del geómetra Juan de Herrera. Sobre la bóveda, una Gloria al fresco de Lucca Cambiaso, con su arcaica impronta cromática pese a ser considerado precursor del cubismo, dialoga con las pinturas murales de Rómulo Cincinato.
En el llamado Claustro Alto, contiguo al coro, una serie de tapices cuyos cartones fueron realizados por Miguel de Cocxie, cubren de esplendor sus muros con el relato del Arca de Noé, metáfora del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ideado como refugio y salvación de imágenes, vestigios de santos y almas de fieles.
Junto a este claustro se abre la llamada Sacristía de Capas, que muestra tres ternos, de San Lorenzo, de la Vida de Cristo y el llamado de las Calaveras, exhiben lo mejor del obrador textil escurialense, con una sinfonía polícroma de ropajes sacros tejidos sobre brocateles de raso, anillados sobre tramas de metales preciosos y bordados a realce o a matiz con oro, plata y sobredorados, salpicados de lentejuelas, de vivísimo impacto.
A continuación, la escalera imperial, joya renacentista atribuida a El Bergamasco y también a Juan de Herrera, se abre ahora al público por primera vez plenamente, con su imponente caja que aúna y prolonga en altura sus tres tramos bajo frescos de Cambiaso, Cincinato y el impetuoso y polícromo Lucas Jordán.
Su presencia austera, de geométrica sobriedad, guía la mirada hacia el Patio de los Evangelistas, inaccesible hasta hoy mismo, que presenta entre doce macizos de setos de aligustre y cuatro estanques de agua cristalina el excelso templete de Juan de Herrera. Sus canónicas dimensiones permiten evocarlo como réplica hispana al templete que Bramante construyera a principios de aquel siglo XVI en San Pietro in Montorio.
La Iglesia Vieja se ve decorada con cuatro tapices de trasunto virginal mariano, de fastuosa riqueza, surgidos del taller de Pieter van Aelst en 1502.
Contiene asimismo los lienzos de Tiziano Vecellio Adoración de los reyes y Martirio de San Lorenzo, remate excelso de la exposición.
De El Bosco a Tiziano. Arte y Maravilla en El Escorial. Hasta 14 de septiembre. De 10.00 a 20.00. 11 euros. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Acceso a la Lonja, cortado.
Su novedad parte de la singular perspectiva que brindan a los objetos expuestos —lienzos, relicarios, ropajes sacros, gigantescos libros de rezo, planos arquitectónicos— en inmensos espacios vedados a los visitantes durante décadas, la soberbia arquitectura que ha convertido el monasterio-palacio-sepultura real en monumento renacentista único en el mundo: el Patio de los Evangelistas, el Coro basilical, la Escalera Imperial, la Iglesia Vieja ornamentada como la quiso ver el rey Felipe II —facedor del proyecto encomendado por él a los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera— desfilan ante la mirada del visitante con su imponente geometría.
La exposición arranca de la planta baja, en tres salas que muestran, consecutivamente, planos y relicarios; cuadros genealógicos de las casas imperiales hispanas y germanas; y la gran pintura flamenca.
En la primera de estas saletas surgen expuestas en vitrinas las sacras cápsulas que contuvieron restos de santos y santas mandados acopiar por Felipe II a lo largo de Europa, entonces encendida en guerras de religión atizadas por el Imperio y los príncipes protestantes
. Un comando dirigido por un jesuita portugués de apellido Sebastiao, formado por nobles armados y provisto de abundante dinero, cruzó las líneas protestantes y fue recabando allí cuantos sacros cráneos, esternones, tibias y peronés hallaron a su paso en iglesias católicas y conventos arrasados por los luteranos, según narraron a su regreso los miembros de aquella partida clandestina.
Bronces, cristales, plata, incluso lapislázuli, dan forma cúbica, prismática o de arquetas a esta clase de recipientes para alojar restos óseos, que atrajeron la mórbida devoción de miles de creyentes europeos durante siglos, desde que fueran cuidadosamente extraídos, en su mayor parte, de las catacumbas romanas.
Casi todo el santoral martirológico cristiano conocido, salvo raras excepciones, tiene aquí su huella ósea, mostrada a ambos lados de la basílica en enormes armarios repletos de reliquias, abiertos de forma permanente por vez primera.
Decoran los muros de la primera sala hasta once diseños a tinta realizados por Pedro Perret (1555-hacia 1625) sobre planos de Juan de Herrera, donde cabe recrearse en la perfecta geometría del tracista, arquitecto y matemático cántabro, enterrado en una iglesia madrileña.
En la sala contigua figuran las genealogías de las Casas de Castilla, Austria y Portugal, que convergieron en el linaje imperial carolingio y filipino, cuadros dinásticos a los que se incorporan retratos de familia surgidos del pintor Juan Pantoja de la Cruz, sobre los cuales Pompeo Leoni talló y fundió en bronce los soberbios cenotafios de Carlos I, Felipe II de la basílica.
En la tercera sala de la planta baja surge fulgurante la presencia de El Bosco, pintor flamenco a quien la exposición se dedica, dos de cuyos principales lienzos allí se exhiben: Cristo camino del Calvario —Jesús Nazareno avanza caminando trabajosamente sobre tacos de madera sembrados de tachuelas, rodeado de once feroces verdugos— y su Cristo coronado de espinas, cercado asimismo por cinco facinerosos de rostros brutales
. Un excelso Retrato de Felipe II, obra de Antonio Moro, muestra a un joven monarca ataviado con la bellísima armadura que diseñara para él Wolfgang Grenschedel, mientras el pincel del también flamenco Joachim Patinir presenta un Paisaje de San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas, con los inconfundibles horizontes acuosos, tachonados de mágicos azules y fantásticas arquitecturas en la lejanía.
La visita prosigue en la segunda planta hacia el trascoro de la basílica, hasta hoy inaccesible al gran público.
La magna estancia elevada recibe al invitado con un repertorio de enormes cantorales, librotes de metro y medio de altura, de caracteres igualmente gigantes escritos sobre pergamino para el seguimiento coral de ritos y liturgias.
Se conservan hasta 214 de estos grandes libros, todos ellos deliciosamente miniados con estampas sacras de vivos colores: carmines, encarnados, azules, ocres ...
La formidable basílica, contemplada desde el coro, permite al visitante apreciar el formidable juego de las dimensiones ideadas por el genio del geómetra Juan de Herrera. Sobre la bóveda, una Gloria al fresco de Lucca Cambiaso, con su arcaica impronta cromática pese a ser considerado precursor del cubismo, dialoga con las pinturas murales de Rómulo Cincinato.
En el llamado Claustro Alto, contiguo al coro, una serie de tapices cuyos cartones fueron realizados por Miguel de Cocxie, cubren de esplendor sus muros con el relato del Arca de Noé, metáfora del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ideado como refugio y salvación de imágenes, vestigios de santos y almas de fieles.
Junto a este claustro se abre la llamada Sacristía de Capas, que muestra tres ternos, de San Lorenzo, de la Vida de Cristo y el llamado de las Calaveras, exhiben lo mejor del obrador textil escurialense, con una sinfonía polícroma de ropajes sacros tejidos sobre brocateles de raso, anillados sobre tramas de metales preciosos y bordados a realce o a matiz con oro, plata y sobredorados, salpicados de lentejuelas, de vivísimo impacto.
A continuación, la escalera imperial, joya renacentista atribuida a El Bergamasco y también a Juan de Herrera, se abre ahora al público por primera vez plenamente, con su imponente caja que aúna y prolonga en altura sus tres tramos bajo frescos de Cambiaso, Cincinato y el impetuoso y polícromo Lucas Jordán.
Su presencia austera, de geométrica sobriedad, guía la mirada hacia el Patio de los Evangelistas, inaccesible hasta hoy mismo, que presenta entre doce macizos de setos de aligustre y cuatro estanques de agua cristalina el excelso templete de Juan de Herrera. Sus canónicas dimensiones permiten evocarlo como réplica hispana al templete que Bramante construyera a principios de aquel siglo XVI en San Pietro in Montorio.
La Iglesia Vieja se ve decorada con cuatro tapices de trasunto virginal mariano, de fastuosa riqueza, surgidos del taller de Pieter van Aelst en 1502.
Contiene asimismo los lienzos de Tiziano Vecellio Adoración de los reyes y Martirio de San Lorenzo, remate excelso de la exposición.
De El Bosco a Tiziano. Arte y Maravilla en El Escorial. Hasta 14 de septiembre. De 10.00 a 20.00. 11 euros. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Acceso a la Lonja, cortado.