Ha caído por casualidad en mis manos un librito delicioso.
Lo han hecho, como recuerdo de final de etapa, las profesoras, padres y niños de una clase de sexto de Primaria, la mayoría de los cuales ha compartido aula en la misma escuela desde 2005.
Son 14 niños y 11 niñas de doce años que han dejado atrás la educación infantil y esperan septiembre con ilusión, pero también cierta aprensión, porque entrarán en la ESO y saben que eso es empezar a hacerse mayor.
Se trata de un ejercicio vitalista y tierno, un ejemplo del buen hacer pedagógico de una escuela pública considerada modélica.
La publicación incluye cartas de las maestras y los padres dirigidas a los niños, pero los protagonistas son ellos.
Contiene, en forma de desplegable, dos fotos de cada niño, una actual y otra del primer curso, y un pequeño texto en el que cada uno expone sus preferencias sobre un país, un sueño, un recuerdo, un deseo y qué quiere ser de mayor.
Y aquí es donde salta la gran sorpresa: de los 25, 12 quieren ser, expresado además de forma muy clara, millonarios.
Y una constatación: pese a haberse educado en la misma escuela y el mismo entorno, hay enormes diferencias entre los niños y las niñas a la hora formular sus deseos y proyecciones de futuro. El contenido induce a una inquietante constatación: por mucho que se esfuerce la escuela por transmitir determinados valores, la fuerza de los que emergen del entorno mediático es tan potente que acaban predominando.
Este es el “deseo” que expresa cada uno de los 14 niños: que me toque la lotería (4), ser multimillonario (4), ser millonario, ser rico, ser jugador de fútbol en el Real Madrid, tener una mansión y tres Bugattis, tener una mesa Elements con ejes Santa Cruz y tener dinero para mantener a mi familia.
Y este, el que expresan las 11 niñas: dar la vuelta al mundo con mis amigas (4), ser cocinera, ser muy feliz, aparecer en los libros de historia como una de las científicas más importantes, sacar buenas notas, que no haya problemas, que la amistad no se rompa por muchos años que pasen, y ser famosa.
No cabe duda de que en las respuestas hay un cierto factor de
arrastre, de imitación, pero no deja de ser significativo que lo que
arrastra, en el caso de los chicos, sea precisamente el sueño de hacerse
millonario.
En coherencia con estos deseos, los niños eligen profesiones cuyo éxito implica siempre ganar mucho dinero
. De los 14, hay tres que eligen profesiones “normales” (ingeniero aeronáutico, cocinero y mecánico) y otros tres, profesiones de “acción” (policía secreta, soldado y marinero “como el novio de mi hermana”).
Los ocho restantes quieren ser deportistas de élite: futbolista (3) –como Ronaldo, precisa uno-, jugador de la selección española de waterpolo, jugador profesional de hockey, piloto de moto GP, skater profesional y tenista.
Entre las niñas, en cambio, se observa un mayor realismo y mayor variedad a la hora de elegir: actriz (3), diseñadora de moda (2), cocinera, psicóloga, periodista, profesora, dibujante y científica.
La muestra no tiene valor representativo, pero es un ejemplo muy elocuente de cómo el entorno influye en los niños.
De cómo ciertos valores que aparecen como difusos en el ambiente mediático, pasan por encima de los que se trabajan en clase o aquellos que las familias tratan de inculcar.
Estos niños no van a un colegio elitista, sino todo lo contrario: es una escuela pública que sigue un modelo de pedagogía activa con los pies bien anclados en la realidad.
Sus familias pertenecen a ese amplio espectro de capas populares y clases medias que sortean como puede la crisis, unos mejor que otros. ¿De dónde salen pues esos sueños de grandeza, esos deseos imperiosos de hacerse rico?
No es difícil encontrar la respuesta: del modelo de éxito que de forma apabullante emerge a través de los medios de comunicación. De las noticias sobre las fichas millonarias de las estrellas del fútbol, de la increíble prima de 720.000 euros prometidos a los jugadores de la Roja si ganaban la copa del mundo, de la permanente exhibición de los rutilantes éxitos de figuras del deporte como Nadal, Alonso o los jovencísimos pilotos de las carreras de motos.
Ese es el modelo que aparece. Un modelo atractivo y aparentemente sin esfuerzo. Nada de matemáticas, nada de física ni estadística
. Y una idea de fondo muy peligrosa: el poder absoluto del dinero. Menos mal que ninguno ha dicho que quería hacerse político corrupto, que es otra vía muy transitada últimamente para hacerse millonario sin demasiado esfuerzo.
Los niños son tremendamente permeables a la publicidad.
Y mucho más sensibles a la imagen que a las palabras.
El mensaje que reciben en clase queda sepultado por un alud de imágenes relacionadas con el éxito, la fama y la gloria como fuente de poder y de felicidad
. Es lógico que lo quieran para ellos.
Lo preocupante, de este pequeño y entrañable retrato de anhelos, es cómo gestionarán estos niños y muchos otros como ellos la frustración de semejantes expectativas.
Lo han hecho, como recuerdo de final de etapa, las profesoras, padres y niños de una clase de sexto de Primaria, la mayoría de los cuales ha compartido aula en la misma escuela desde 2005.
Son 14 niños y 11 niñas de doce años que han dejado atrás la educación infantil y esperan septiembre con ilusión, pero también cierta aprensión, porque entrarán en la ESO y saben que eso es empezar a hacerse mayor.
Se trata de un ejercicio vitalista y tierno, un ejemplo del buen hacer pedagógico de una escuela pública considerada modélica.
La publicación incluye cartas de las maestras y los padres dirigidas a los niños, pero los protagonistas son ellos.
Contiene, en forma de desplegable, dos fotos de cada niño, una actual y otra del primer curso, y un pequeño texto en el que cada uno expone sus preferencias sobre un país, un sueño, un recuerdo, un deseo y qué quiere ser de mayor.
Y aquí es donde salta la gran sorpresa: de los 25, 12 quieren ser, expresado además de forma muy clara, millonarios.
Y una constatación: pese a haberse educado en la misma escuela y el mismo entorno, hay enormes diferencias entre los niños y las niñas a la hora formular sus deseos y proyecciones de futuro. El contenido induce a una inquietante constatación: por mucho que se esfuerce la escuela por transmitir determinados valores, la fuerza de los que emergen del entorno mediático es tan potente que acaban predominando.
Este es el “deseo” que expresa cada uno de los 14 niños: que me toque la lotería (4), ser multimillonario (4), ser millonario, ser rico, ser jugador de fútbol en el Real Madrid, tener una mansión y tres Bugattis, tener una mesa Elements con ejes Santa Cruz y tener dinero para mantener a mi familia.
Y este, el que expresan las 11 niñas: dar la vuelta al mundo con mis amigas (4), ser cocinera, ser muy feliz, aparecer en los libros de historia como una de las científicas más importantes, sacar buenas notas, que no haya problemas, que la amistad no se rompa por muchos años que pasen, y ser famosa.
Los niños son tremendamente permeables a la publicidad. Y mucho más sensibles a la imagen que a las palabras
En coherencia con estos deseos, los niños eligen profesiones cuyo éxito implica siempre ganar mucho dinero
. De los 14, hay tres que eligen profesiones “normales” (ingeniero aeronáutico, cocinero y mecánico) y otros tres, profesiones de “acción” (policía secreta, soldado y marinero “como el novio de mi hermana”).
Los ocho restantes quieren ser deportistas de élite: futbolista (3) –como Ronaldo, precisa uno-, jugador de la selección española de waterpolo, jugador profesional de hockey, piloto de moto GP, skater profesional y tenista.
Entre las niñas, en cambio, se observa un mayor realismo y mayor variedad a la hora de elegir: actriz (3), diseñadora de moda (2), cocinera, psicóloga, periodista, profesora, dibujante y científica.
La muestra no tiene valor representativo, pero es un ejemplo muy elocuente de cómo el entorno influye en los niños.
De cómo ciertos valores que aparecen como difusos en el ambiente mediático, pasan por encima de los que se trabajan en clase o aquellos que las familias tratan de inculcar.
Estos niños no van a un colegio elitista, sino todo lo contrario: es una escuela pública que sigue un modelo de pedagogía activa con los pies bien anclados en la realidad.
Sus familias pertenecen a ese amplio espectro de capas populares y clases medias que sortean como puede la crisis, unos mejor que otros. ¿De dónde salen pues esos sueños de grandeza, esos deseos imperiosos de hacerse rico?
No es difícil encontrar la respuesta: del modelo de éxito que de forma apabullante emerge a través de los medios de comunicación. De las noticias sobre las fichas millonarias de las estrellas del fútbol, de la increíble prima de 720.000 euros prometidos a los jugadores de la Roja si ganaban la copa del mundo, de la permanente exhibición de los rutilantes éxitos de figuras del deporte como Nadal, Alonso o los jovencísimos pilotos de las carreras de motos.
Ese es el modelo que aparece. Un modelo atractivo y aparentemente sin esfuerzo. Nada de matemáticas, nada de física ni estadística
. Y una idea de fondo muy peligrosa: el poder absoluto del dinero. Menos mal que ninguno ha dicho que quería hacerse político corrupto, que es otra vía muy transitada últimamente para hacerse millonario sin demasiado esfuerzo.
Los niños son tremendamente permeables a la publicidad.
Y mucho más sensibles a la imagen que a las palabras.
El mensaje que reciben en clase queda sepultado por un alud de imágenes relacionadas con el éxito, la fama y la gloria como fuente de poder y de felicidad
. Es lógico que lo quieran para ellos.
Lo preocupante, de este pequeño y entrañable retrato de anhelos, es cómo gestionarán estos niños y muchos otros como ellos la frustración de semejantes expectativas.