Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 jul 2014

La Gaviota levanta el vuelo............................................................... Jan Martínez Ahrens

La actriz que hizo llorar a medio mundo abandonó su carrera por amor a Peña Nieto

Ahora parece que Angélica Rivera está dispuesta a dar otro giro a su vida y salir del segundo plano

Su primer movimiento: un posado todo glamur.

Angélica Rivera junto a su esposo, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, en la campaña electoral de 2012. / edgard garrido (reuters)

Angélica Rivera y Enrique Peña Nieto podrían haberse conocido en la escena de una telenovela y casi nadie se habría dado cuenta.
 Cuando tuvieron su primera cita, allá en 2008 bajo las tenues luces del restaurante Philippe, en México DF, ambos vivían la espuma de sus días.
 Ella era una bella y popular estrella de televisión recién divorciada, y él, un pujante y mujeriego gobernador que hacía un año había enviudado.
 Ella tenía hijos, y él también.
 Habían quedado a las nueve de la noche y, conversando, se les había hecho ya la una de la madrugada.
 Hubo en esa secuencia eso que llaman química, y aquello derivó en noviazgo, matrimonio, campaña electoral y, como guinda final, en la conversión de Angélica Rivera en primera dama de México. Entraba así en la residencia oficial de Los Pinos la actriz que había hecho llorar a medio mundo con su interpretación de La Gaviota en la irresumible telenovela Destilando amor.
El guion debería haber terminado aquí.
Y eso pareció en un principio. Rivera, una mujer calificada por sus amigos de muy franca y transparente, era más famosa que Peña Nieto cuando le conoció, pero con el matrimonio abandonó su carrera, apostó por la familia y adoptó un segundo plano, con un perfil más diluido que sus predecesoras.
 Durante largo tiempo, La Gaviota, como aún se la llama en México, dejó de batir las alas
. Pero algo parece que ha cambiado en esta sosegada agenda
. A sus 44 años, Angélica Rivera, como en sus mejores tiempos, ha protagonizado en las últimas semanas algunos golpes de imagen; entre ellos, una comentada sesión de fotos en poses de cierta sensualidad que la han devuelto, aunque sin abandonar los tonos suaves, al primer plano de la escena.
Ya les ocurrió, con diversa fortuna y por otros motivos, a anteriores primeras damas
. En la vida política mexicana reciente aún se agita la sombra de Marta Sahagún, primero portavoz y luego esposa del presidente Vicente Fox (2000-2006).
 Sus ambiciones políticas, destapadas al final del mandato, desencadenaron tal tormenta que desde entonces ninguna primera dama ha pisado ese jardín.
 “Y menos que nadie Rivera, ella no tiene nada que ver con la vida de los partidos; era popular antes y lo será después, pero con una figura pública propia.
 No tiene ambición política ninguna”, señala el especialista en comunicación social y encuestas Roy Campos.
Peña Nieto y Rivera, con los hijos que ambos han aportado al matrimonio, en 2012. / mario vázquez (afp)
En la elaboración de su imagen, Rivera ha adoptado una línea neutra
. En los grandes temas de debate, como el aborto o el matrimonio homosexual, no se le conoce opinión propia.
 Tampoco se ha distinguido por entrar en la batalla de los partidos ni tener preferidos para la sucesión interna.
Ella desempeña su papel de artista retirada, que supone un activo para el presidente Peña Nieto.
 “Le acerca a un segmento de la población a la que no le gusta la política, pero sí el espectáculo”, dice Roy.
Desde este prisma se interpreta en ambientes políticos su aparición en la portada de la edición mexicana de la revista Marie Claire
 . Bajo el titular “Redefiniendo el poder femenino”, la primera dama posa junto a su hija mayor, Sofía Castro, de 17 años.
 El reportaje, acompañado de una entrevista amigable, las muestra en el interior de la residencia presidencial de Los Pinos
. A lo largo de 22 páginas desfilan imágenes en blanco y negro, con poses muy estereotipadas y algunas insinuantes:
 Rivera con los hombros y media espalda desnudos; sentada con gabardina de piel y zapatos de aguja mostrando una cimbreante pierna… Algo extraordinario en el recatado ramo de las primeras damas, donde los posados no salen del espectro que va de lo maternal a lo ejecutivo.
La sesión fotográfica ha dado la vuelta al mundo. The Washington Post, por ejemplo, la utilizó para lanzar una provocativa pregunta: ¿por qué no pueden ser sexis las primeras damas?
 En México, las poses de Rivera, bien conocida como actriz, han sido asumidas sin alharacas. Tampoco ha escandalizado la extrema brevedad de la falda de su hija, que está arrancando su carrera de actriz.
El aguijón más bien ha procedido del menoscabo que las imágenes pueden infligir al trabajo social que, desde tiempos del virreinato, recae en la primera dama.
“Salir en portadas de revistas es normal.
 Pero sus poses no son de esposa de mandatario, con un trabajo social, sino de actriz.
Le benefician a ella, no a la nación.
 Ahí hay una contradicción”, afirma Sara Sefchovich, catedrática de la UNAM y autora de La suerte de la consorte, una historia de las primeras damas mexicanas
. “Pero hay que reconocer que ha desarrollado a la perfección su papel como acompañante oficial del presidente”, continúa Sefchovich, “tiene un gran manejo de la imagen; es popular y representa la historia de un éxito, casi de un cuento de hadas”.
Y es cierto que, a vista de pájaro, la vida de Angélica Rivera, Angie para los amigos, dibuja una trayectoria ascendente
. Nacida en 1969 en México DF en el seno de una familia de clase media, pronto su madre se quedó sola a cargo de los seis hijos.
Y ella asumió un papel motriz, hasta el punto de que acabaría pagando la carrera a sus hermanos.
“Era popular antes y lo será después, pero con una figura pública propia.
 No tiene ambición política ninguna”
Su primera oportunidad le llegó a los 17 años cuando, animada por la estrella absoluta de las telenovelas Verónica Castro, ganó el popularísimo certamen de belleza El rostro de El Heraldo, semillero de las grandes figuras de los culebrones.
 Su aparición ese año en un vídeo de un adolescente Luis Miguel (Ahora te puedes marchar) y su trabajo como presentadora en TNT le abrieron las puertas de la factoría Televisa y sus telenovelas. Ahí debutó con Dulce desafío en 1988.
 Luego vinieron 20 años de trabajo jalonado de títulos de sonoridad fucsia como Huracán, Sueño de amor, Ángela, Mariana de la noche, La dueña o Destilando amor.
 “Es una actriz muy conocida, pero sin ser un icono nacional como Verónica Castro o Lucía Méndez”, indica el escritor Fabrizio Mejía Madrid.
Durante ese periodo se casó con el productor José Alberto Castro (hermano de la archiconocida Verónica), con quien tuvo tres hijas.
 La relación acabó en divorcio en 2008.
 Fue poco después cuando ella, “priista de corazón”, participó como imagen en una campaña de “compromisos cumplidos” de la Administración del Estado de México.
 En esa promoción conoció al entonces gobernador Enrique Peña Nieto
. Un político que parecía haber tocado techo y al que un año antes se le había muerto su esposa, Mónica Pretelini Sáenz
. Con ella había tenido dos niñas, un niño y una relación marcada por la infidelidad
 El propio Peña Nieto reconocería años después haber engendrado dos hijos fuera del matrimonio.
La divorciada y el viudo
. La estrella y el gobernador.
 Dos figuras que, a tenor del relato de la propia Angélica Rivera, sintieron una fulminante atracción hasta el punto de que a los cinco meses de salir, él se declaró.
 Así lo recordó la actriz posteriormente: “
Se me quedó mirando a los ojos, me abrazó lentamente y me preguntó si quería ser su novia
. Era la primera vez que alguien me lo preguntaba
. Por supuesto que le dije que sí.
Y él me contestó: ‘Dime el sí bien’.
 Y le repetí más fuerte: ‘¡Por supuesto que sí!”.
Tras este éxtasis amoroso, la pareja empezó a aparecer en los actos sociales
. El romance era notorio y Peña Nieto, amante de los grandes gestos, no desaprovechó un viaje en diciembre de 2009 al Vaticano para, en la basílica de San Pedro, anunciar ante el Pontífice su próxima boda y recibir la bendición.
 Apenas un año después se casaron en Toluca
. Ella, para culminar esta historia de miel y flores, lucía un vestido de novia aperlado, rematado por una torera con cuello chimenea.
Angélica Rivera, caracterizada como La Gaviota.
Llegaron luego los tiempos electorales
. Una batalla dura en México.
 Pero en 2012 Peña Nieto, del que muchos pensaban que tenía la mandíbula de cristal y que no aguantaría el primer asalto, se creció
. Su esposa fue activa y, como reconocen los expertos en imagen política, le sirvió de ayuda.
Su vestimenta se hizo más sobria, abandonó los brillos y los cabellos alborotados, adoptó el papel de madre, incluyendo a tres vástagos de Peña Nieto; hasta emitió una serie de vídeos narrando sus percepciones de la campaña.
Alcanzada la gloria presidencial, optó por la discreción.
 Sin olvidar sus orígenes artísticos, racionó a cuentagotas sus apariciones con la gente del espectáculo.
La actriz, conocida en Latinoamérica, pero también en China e Indonesia, parecía haber desaparecido.
 “En un país donde las telenovelas son una religión, ella bajó su perfil.
 No solo hubo un cambio físico, sino también de personalidad pública.
 Pasó a ser más hermética y cautelosa”, indica el periodista Alberto Tavira.
Pero ahora ha recuperado aliento.
Y ha vuelto a brillar.
Una señal se activó en su viaje a España en junio, donde su indumentaria en los encuentros con la familia real y su duelo de estilo con Letizia arrasaron en Latinoamérica.
 Y después llegaron sus fotos en la residencia presidencial, uno de los grandes símbolos del poder institucional en México.
 Nadie sabe si es un movimiento pasajero o si supone el inicio de un retorno a su poderosa marca, a su propia imagen y, de algún modo, a la ruptura con un papel excesivamente subordinado.
 En la entrevista que tanto revuelo ha generado apunta:
“Hay tres cosas en la vida que nadie te puede quitar: tu libertad, tu esencia y tu dignidad.
Esta última es algo que las mujeres no debemos perder nunca; tú puedes regalar de ti muchas cosas sin que te afecte, pero esa no”.

 

Detenido un hombre que ataba y robaba a ancianas en sus casas en Barcelona............................

El ladrón se hacía pasar por trabajador de una compañía eléctrica. Atacó a ocho mujeres.

Los Mossos d'Esquadra han detenido a un hombre de 31 años como presunto autor de ocho robos a ancianas en sus domicilios de Terrassa (Barcelona), donde las ataba y robaba tras hacerse pasar por trabajador de una compañía eléctrica.
El ladrón acudía vestido de revisor para tener credibilidad y acceder a los pisos con la excusa de mirar el contador, pero una vez dentro comprobaba que la mujer estuviera sola, la abordaba violentamente y la ataba de manos y pies para registrar el piso y llevarse joyas y dinero en metálico, ha informado la policía catalana en un comunicado este sábado.
El primer robo ocurrió el 18 de noviembre.
 El ladrón robó joyas y un teléfono móvil a la víctima, a la que intimidó con un cúter y dejó herida leve con politraumatismos y pérdida del conocimiento.
Hasta el 25 de junio cometió ocho robos en Terrassa, con víctimas entre los 70 y 85 años, y sustrajo más de 5.600 euros, gran cantidad de joyas y dos lingotes de oro de 50 gramos cada uno.
La policía ha destacado la violencia que utilizaba el ladrón, que en una ocasión dejó a una mujer gravemente herida tras darle un fuerte golpe en la cabeza, arrastrarla y taparle la boca para que no gritara.
El hombre fue detenido en la vía pública y en su casa encontraron parte del botín, tras lo que ha ingresado en prisión provisional después de pasar a disposición del juez.

 

4 jul 2014

¿Qué entendemos por cine negro?..........................................Carlos Boyero


Robert Mitchum, en un fotograma de 'Intriga extranjera', de Sheldon Reynolds. / 1956 Mandeville Productions, United Artists / Taschen

Gran parte de las películas a las que dedica su conocimiento y su amor un libro que equivale al hallazgo de un tesoro, algo a lo que nos tiene gozosamente acostumbrados la editorial Taschen y titulado Film noir, es cine en blanco y negro, algo inencontrable en la programación de las televisiones y de las salas de cine, también cada vez más escaso en DVD y Blu-ray.
Y compadeces por ello a la cinefilia joven, que imagino existente, aunque cada vez que observo a los ocupantes de los cines que frecuento, siempre en versión original, es insólito encontrarte a espectadores menores de treinta años e incluso de cuarenta.
Te apena que a la gente joven que está enganchada a ese amor irrenunciable les resulte tan arduo el acceso a ese cine negro (o blanco, o rojo, o verde, maravillosamente antiguo) que a tanta gente mayor nos hizo feliz, que solo puedan toparse con gran parte de los clásicos a través de las filmotecas.
Este primoroso libro, de cuya edición son responsables Paul Duncan y Jürgen Müller y que precisa de un atril para ser degustado con comodidad, ya que sus setecientas páginas pesan muchos kilos, es una exhaustiva antología de un género imperdurable
. Las opiniones críticas que aparecen pueden ser discutibles, pero resulta incuestionable el apabullante despliegue visual de este libro que no solo dona información sobre un género apasionante, sino que también posee olor (qué colocón proporciona esnifar el papel de lujo, otro de los placeres de la lectura que jamás podrá lograr el libro electrónico, tan promocionado y triunfante él, tan frío, tan odioso) y sabor, de un homenaje que está a la hermosa y perturbadora altura estética del género al que está dedicado.
Observar esta maravillosa impresión de más de un millar de fotografías supone revivir rostros, secuencias, personajes, ambientes, diálogos, atmósferas que han marcado tu vida cinéfila (¿existe otra existencia mejor?) desde que eras un crío. En mi caso, leer los textos que acompañan a esas imágenes puede ser prescindible, ya que tengo abundantes datos de la biografía y la obra de la gente que hizo posible esas películas y también recuerdo nítidamente algunas frases y diálogos míticos, pero mirar una y otra vez esas imágenes renueva las impagables sensaciones que tuve al ver esas películas por primera vez en su habitáculo natural, en la sala oscura.
Este libro no solo representa un tributo y una evocación del cine negro
. También tiene poderes onanistas para los que siempre hemos estado colgados con ese fascinante universo.
Las imágenes de
‘Film noir’ renuevan
las impagables
sensaciones que tuve
al ver esas películas
por primera vez
Y puede que en alguna época hayas pretendido autoconvencerte en vano de cosas tan falsas como que los géneros no importan, sino la calidad con la que están tratados.
Es una opinión negociable.
 En mi caso, descubro que mis gustos han sentido ancestralmente mínima empatía y afición hacia el género musical, hacia la expresión de los sentimientos más intensos mediante el baile, las canciones y la música, lo cual no me ha impedido disfrutar con cuatro o cinco películas de ese género, no más, y sentir tanto placer como envidia al ver bailar a Fred Astaire
 . Sin embargo, el cine negro inicialmente siempre me interesa. Y lo maldigo cuando lo utiliza un cretino
. Y la falsedad o la afectación se notan rápido. Es un género prestigioso que se lleva muy mal con los impostores.
 Descubre enseguida a los retratistas tontos de la corrupción y la oscuridad.
Film noir comienza con un extenso artículo del guionista y director Paul Schrader, ese profesional de los grandes estudios de Hollywood que paradójicamente estaba convencido de que el cine más hermoso y puro lo habían parido directores como Bresson, Ozu y Dreyer, en el que reflexiona sobre el género negro
. El hombre que escribió los guiones de Taxi driver y de Toro salvaje, el director de películas transparentemente negras como Blue collar, Hardcore y Posibilidad de escape, asegura: “El cine negro no es un género
. No se define por convenciones de contexto y conflicto, tal como ocurre en el western y el cine de gánsteres, sino más bien por aspectos más sutiles de tono y ambientación
. Una película se considera de cine negro por contraposición a las posibles variantes de cine gris o cine blanco.
 Una cinta sobre la vida nocturna de la ciudad no es necesariamente cine negro, y un filme de cine negro no tiene por qué girar en torno a la delincuencia y la corrupción.
 El cine negro se define más por el tono que por el género
. En lugar de regatear entre definiciones hay que intentar reducir el cine negro a sus colores primarios (todos los tonos del negro), esos elementos culturales y estilísticos a los cuales debe remontarse toda definición”.
El siguiente capítulo, firmado por Jürgen Müller y Jorn Hetebrugge, está dedicado íntegramente a una película que consideran la cumbre estilística del cine negro. Es La dama de Shanghái, de Orson Welles.
 Su calificación puede ser discutible, pero es fácil identificar las esencias del género no solo con lo que cuenta Welles en La dama de Shanghái y en la genial Sed de mal, sino, ante todo, con su lenguaje para narrar esas historias.
En el siguiente capítulo, titulado Introducción al nuevo cine negro y firmado por Douglas Keesey, hay opiniones con las que disiento excesivamente.
 Considerar La mala educación, de Pedro Almodóvar, o Inland Empire, de David Lynch, como emblemas actuales del cine negro, solo podría aceptarlo como un chiste desafortunado. Pero parece ser que el autor habla en serio.
 De cualquier forma, vuelvo a repetir, la excepcionalidad y la enorme belleza de este libro no reside en sus textos, sino en su impresionante colección de imágenes.
El subtítulo de Film noir es 100 all-time favorites, y a esas cien presuntas joyas del género dedican el resto del libro
. Coincidiendo con los juicios de Schrader, los editores incluyen en esa selección muestras del realismo poético francés y del expresionismo alemán, ateniéndose a que el género negro no se trata de un tema, sino de un tono.
 Comienzan con El gabinete del doctor Caligari, dirigida por Robert Wiene en 1920, y cierran la lista con Drive, realizada por el danés Nicolas Winding Refn en 2011.
 Las señas de identidad de la mayoría de esas películas son las de Estados Unidos, pero también hay muestras de cine negro europeo y asiático, e incluso una película parcialmente española, la tenebrosa El cebo.
Incluso para los gustos muy raros sería laborioso echar de menos en esa lista alguna obra fundamental del cine negro.
 Los míos, que son muy normales, siempre identificarán como lo más genuino y admirable de la negrura a directores como Lang, Wilder, Hitchcock y Tourneur.
 Y sé que tienen herederos a su altura como Michael Mann en Heat, Curtis Hanson en L. A. Confidential y David Fincher en Seven.
 Pero no encuentro dignos sucesores de Bogart y Mitchum, esas personalidades, estilos y almas que representaron la mejor negrura.
Film noir. 100 all-time favorites. Paul Duncan y Jürgen Müller. Taschen. 688 páginas. 39,99 euros.

Marlon Brando, un actor llamado deseo.................................................. Borja Hermoso

Se cumple una década de la muerte del protagonista de ‘El padrino'.

 

Marlon Brando, en la película de Elia Kazan 'Un tranvía llamado deseo'.
En los tranvías cabalgan los deseos y en los pisos vacíos crujen tarimas bajo el atropello carnal de lo prohibido. Mucho de eso saben los ángeles exterminadores, esa taxonomía que viaja a bordo del odio, el tormento, el sudor y el sexo.
 Animales salvajes sueltos en la tundra, estirpe inconfundible: aquí un coronel entre las sombras de la selva y de la locura, allí un macho otoñal entrando por el culo de una hembra extraviada, allá el irresistible pater familias del crimen organizado disfrazado de glamur, a lo lejos el caudillo de Roma en el laberinto del poder y al fondo del túnel los puños de Terry Malloy machacando las cabezas y las almas de los estibadores en los barracones del puerto.
En todas y cada una de esas escenas y de esas composiciones machihembradas en la muy fascinante aunque muy discutible fábrica del Actors Studio y a partir de ahí catapultadas directamente a la gloria, Marlon Brando (Omaha, 1924-Los Ángeles, 2004) nos interpela, nos seduce y nos interroga sobre nuestras miserias, que también son nuestras grandezas, a veces. Brando nos lleva al huerto y logra —como algunos elegidos, como Cary Grant, como Paul Newman, como Warren Beatty, como Al Pacino, como Jeremy Irons— que la sombra de una duda llegue a planear sobre la heterosexualidad de ciertos varones y sobre la homosexualidad de algunas señoras.
 No fue el más guapo, tampoco el más alto, pero su camiseta sudada en Un tranvía llamado deseo confirma en cada visionado el inagotable magma de morbo y hechizo que desprende una y otra vez este actor.
Marlon Brando, de cuya muerte se cumplieron diez años el lunes, ganó dos oscars, que es mucho, pero solo ganó dos oscars.
 Podía haber conquistado varios más. La siempre caprichosa (en el mejor de los casos) Academia decidió otorgárselos por sus trabajos en La ley del silencio (1954) y El padrino (1972).
 Sin el oro se quedaron joyas del calibre de El último tango (1973), Julio César (1953), ¡Viva Zapata! (1952) o Un tranvía llamado deseo (1951)... aunque por todas ellas resultó nominado a la estatuilla.
El visionado de sus películas confirma su magma de morbo y hechizo
Solo su furibunda vocación activista en defensa de los derechos de los indios norteamericanos puede ser comparada a su talento ante las cámaras.
 Cuando Hollywood lo ungió con su dedo y le dio el Oscar por El padrino, Brando decidió no ir a recogerlo y envió a una actriz amiga suya de origen indio para que defendiera la causa delante de los esmóquines, las limusinas y otros símbolos del poder.
Se casó tres veces y tuvo 16 hijos, tres de ellos adoptados
. El suicidio de su hija Cheyenne en 1995 —después de que otro hijo suyo, Christian, fuera enviado a la cárcel por asesinar al novio de esta— fue el golpe más duro de una vida destilada entre las luces de una embrujadora vis actoral y las sombras de una personalidad volcánica
. La personalidad de un actor llamado deseo.