Para saber cómo es Leonor basta con mirar a Felipe VI. “Es como su
padre, hasta en su expresión soñadora”.
Es la mejor definición de la
princesa de Asturias. Según su círculo íntimo, “son iguales:
químicamente buenos, cariñosos y tan sensatos que a veces dan ganas de
sacudirles y decirles algo… Son sensatos, pero no tienen miedo a nada
.
No son apocados, no va por ahí la cosa. Es una mezcla extraña, pero que
a Felipe y a Leonor les funciona.
Son idealistas, se entusiasman con las cosas, sienten curiosidad, les
fascinan los nuevos proyectos, miran hacia delante y, al tiempo, tienen
un punto muy reflexivo, nada impulsivo.
Son serenos y valientes. ¿Cómo
habría logrado casarse Felipe con una plebeya divorciada si no fuera un
tipo que sabe lo que quiere y está dispuesto a correr riesgos?
Felipe y
Leonor son tranquilos, pero cuando quieren algo en serio, entra en juego
una mente de estrategas incansables
. Deben ser los genes de una
familia, los Borbones, que lleva siglos actuando en política.
Y en eso
el padre y la hija son iguales”.
De cerca, don
Felipe es tranquilo, atento, sentimental, prudente,
moderado, tiende al equilibrio y, desde el colegio, es alérgico a la
pelea (aunque era vehemente cuando se trataba de defender sus
principios); adicto al consenso, aficionado al trabajo en equipo
(siempre que no sea un deporte de balón, para los que siempre ha sido
negado), discreto, equilibrado, poco amigo de sobresalir y, sobre todo,
un profesional de observar antes de actuar; de disponer de todas las
piezas del puzle para contar con una visión completa del asunto antes de
tomar una decisión
. Rara vez se tira a la piscina sin sopesar todas las
variables; si no se ha empapado con un amplio dossier y consultado al
ministerio correspondiente, a su mínimo equipo, a su mujer y a la
almohada. Y además le queda la Constitución como salvavidas.
Ahora más
que nunca, porque sus funciones están perfectamente reguladas por la
Carta Magna después de trabajar 28 años sin red.
En especial, la misión
que se describe en este párrafo tan flexible del artículo 56: “El Rey
arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”.
En ese
sentido, explican que Leonor es una “mediadora por naturaleza”,
dispuesta a poner paz y concordia en las grescas escolares.
Aficionada a
buscar argumentos que reconcilien a las partes. Es imaginativa y trata
de buscar un punto intermedio en las cosas.
Una persona cercana describe
esa capacidad innata de la princesa de Asturias:
“Les ha salido muy
responsable; el matrimonio bromea a menudo con esa cualidad de Leonor:
‘Parece que sabía dónde iba a nacer’, dicen sus padres entre risas”.
El nuevo Rey se toma su tiempo. Su hija Leonor, también.
A la
niña-princesa le encanta parar, mirar y pensar antes de tomar una
decisión. Igual que él. Felipe no habla mal de nadie. Leonor tampoco
. El
Rey escanea a los que tiene delante con sus ojos menudos y azules como
el hielo, los puños cerrados y la mandíbula contraída antes de abrir la
boca.
Su altura facilita el ojeo.
No se le escapa nada ni nadie. Leonor
está aprendiendo a marchas forzadas. Entre otras cosas, a ver más allá
de la primera impresión que le produce una persona.
Felipe VI es desde
niño un fino olfateador y detector de aduladores y entrometidos, que
nunca desnudó en público la intimidad de La Zarzuela, ni ante sus más
directos allegados, ni siquiera de pequeño.
La Zarzuela era fortaleza de
una singular familia con un oficio que ninguna otra tenía en España y
que se concretaba en que uno de ellos ostentaba por herencia la Jefatura
del Estado.
Un castillo decorado con el aire apacible de la clase
pudiente madrileña donde parecía que nunca nada malo podía pasar.
Allí
no entraba nadie. Ni los ayudantes, ni los ministros.
No existe ninguna
imagen de los momentos más íntimos de la familia Borbón. La fidelidad de
su entorno (mayoritariamente militar) ha sido absoluta.
La Zarzuela ha sido un hogar.
Y lo sigue siendo. Al contrario de lo que hacía Franco, que habitaba en
una especie de casa-cuartel, se alimentaba del mismo rancho de la tropa
y comía en completo mutismo con su mujer, su hija, su primo, su cuñado y
sus ayudantes de riguroso uniforme en un comedor espacioso y
ornamentado como un panteón por el que pululaba (y cotilleaba) el
extenso servicio de librea.
Leonor está siendo educada por sus padres en la adquisición de ese
sexto sentido regio que consiste en calar a los interesados o a los que
pretendan aventar la vida de su hogar. Ese pequeño núcleo de intimidad y
normalidad familiar será el tesoro de su vida
. Así lo diseñó y decidió
su abuelo Juan Carlos (ella le llama “abuelito”) el día que rechazó
habitar el grandioso y monumental palacio de Oriente, en noviembre de
1975, tras la muerte del general Franco, y seguir en el discreto
palacete de la Zarzuela, un hogar que habían creado desde cero y hecho
suyo él y la reina Sofía cuando aún no eran nada en este país: un
príncipe sin posibles y de aire ausente y una princesa extranjera;
cuando su futuro era incierto.
A finales de los sesenta, durante la
realización de unas obras en el inmueble de La Zarzuela, doña Sofía
preguntó con (aparente) candidez a su marido:
“¿Crees que cuando
terminen los obreros aún seguiremos en España?”. Era el hogar que ambos
habían construido.
El nuevo Rey se toma su tiempo antes de tomar una decisión. Leonor también
El rey Juan Carlos se lo aclaró en 1992 al escritor y aristócrata
José Luis de Vilallonga: “Nunca pensé en instalarme en Oriente porque
desde 1960 vivo aquí, en La Zarzuela, una casa que a doña Sofía y a mí
nos gusta mucho, lejos de la ciudad, del ruido, de la contaminación y…
de las visitas inoportunas. La profesión de rey es agotadora.
De vez en
cuando hay que poder olvidarla. La Zarzuela es un verdadero hogar. Aquí
estamos entre nosotros.
En habitaciones de dimensiones normales. Cuando
nos encontramos todos juntos tenemos la ilusión de ser una familia como
cualquier otra”.
Don Felipe convirtió ese consejo en su primer
mandamiento.
Hoy,la nueva pareja real lucha a brazo partido por ser, de puertas
adentro, una familia normal; más normal de lo que nadie podría imaginar
.
En sus ritos diarios y en la forma de relacionarse entre ellos.
Cimentada en el amor y en las obligaciones. A ratos lo consiguen. “Los
cuatro hacen planes continuamente. Van al cine, al teatro, a
espectáculos, a conciertos, al parque a jugar con los columpios.
Lo
normal en una pareja con hijos pequeños. No van al Retiro a las doce de
la mañana un domingo, pero saben que hay más parques, más horas, más
días.
Y que ésa es su vida, y se adaptan”.
La familia, el destino común, es la clave del proyecto de vida de los
nuevos reyes. Don Felipe lo dejó claro el día de su enlace con doña
Letizia, aquella mañana torrencial del 22 de mayo de 2004; en realidad,
dejó claro dos cosas.
La primera podía parecer obvia el día de su boda;
pero en la mente estratégica de don Felipe era un aviso a navegantes:
“No puedo ni quiero esconderlo, imagino que salta a la vista: soy un
hombre feliz
. Y tengo la certeza de que esta condición me la da sentir
la emoción de ver y protagonizar la realización de un deseo: me he
casado con la mujer que amo”
. Y la segunda, una declaración de
independencia, de defensa numantina de su territorio:
“Aspiramos a
fundar una familia.
Y queremos alcanzar el necesario equilibrio entre lo
público y lo privado, entre las obligaciones –que lo son de por vida– y
la legítima y necesaria vida familiar; sabiendo que nuestro trabajo
requiere una serenidad, una dedicación, una constancia y una mesura
tales que permitan hilar el tiempo político con el tiempo humano”.
El
que avisa no es traidor.
La puerta de su hogar sería infranqueable. Lo
ha sido durante estos 10 años; lo seguirá siendo tras su ascenso al
trono.
Leonor está siendo educada como una niña normal, sin tutores ni un plan especial
Allí, en ese rincón perdido en las 16.000 hectáreas del monte del
Pardo (50 veces el tamaño del Central Park neoyorquino), donde 4.000
gamos, 3.600 ciervos y 500 jabalíes pacen entre encinas y alcornoques,
rodeado por una tapia histórica de ladrillo de 80 kilómetros de
perímetro, la heredera al trono siempre será “Leonor”; a secas; sin
tratamiento; sin que nadie le hable en tercera persona ni se incline a
su paso; la hija de Felipe y Letizia; él, descendiente de una estirpe de
cinco siglos de monarcas europeos; ella, una periodista asturiana de
clase media que a veces recuerda con añoranza la profesión a la que
renunció por amor: aquel viaje a Bagdad o aquella noche de perros a
bordo de un pesquero en Galicia; hermana de Sofía, arrolladora y
perspicaz, un torbellino, el reverso de la moneda de la heredera;
acreedora de los genes de doña Letizia, una mujer apasionada, espontánea
y humana; esa disparidad de caracteres, esa diferencia de estilos, que
ha funcionado en el tándem de la pareja de Felipe y Letizia durante un
decenio ha logrado lo propio entre Leonor y Sofía, dos hermanas que,
según su entorno, “son distintas, pero se complementan, ayudan y adoran,
y no conciben los juegos y las obligaciones la una sin la otra
. A la
hora del estudio es horrible, no paran de enredar
. No sé si por ser tan
seguidas o por ser chicas las dos hablan, juegan muchísimo, inventan, se
disfrazan, montan unos líos en casa tremendos…”.
Bisnieta de un príncipe en el exilio que se enfrentó al dictador (don
Juan de Borbón) y de un taxista (Francisco Rocasolano); nacida en
Madrid el 31 de octubre de 2005.
Su padre, don Felipe, describió aquella
madrugada su estado de ánimo de padre primerizo de esta forma:
“Es lo
más bonito que le puede ocurrir a alguien en la vida”. No sabía si reír o
llorar.
Hoy es un padre loco con sus hijas, incluso aún más reticente
que la propia reina Letizia a la hora de exponer a Sofía y Leonor ante
el objetivo de los medios de comunicación y ante la lupa de la opinión
pública.
“Son unas niñas muy pequeñas, de ocho y siete años; a sus
padres les da cosa, les da penita… son conscientes de dónde han nacido, y
cuáles serán sus obligaciones, pero quieren que estén tranquilas, sean
felices, todo vaya paso a paso; que no sean el foco de atención, que se
puedan desarrollar como personas, y eso le pasaría a cualquier padre.
Son reyes, pero son personas.
No es secretismo, es ser padre y querer lo
mejor para tus hijos. Las niñas saben perfectamente lo que son y el
papel que les corresponderá. Se lo han ido contando con normalidad y de
acuerdo a sus edades”
. Otra fuente directa atribuye esta frase a doña
Letizia que resume su pasión por Leonor y Sofía: “Amo profundamente a
estos dos seres como cualquier madre del planeta.
Cada día las miro y me
quedo embobada por el hecho de que sean mis hijas”
. Otra fuente del
entorno, con la condición del anonimato, responde a asuntos más
institucionales en relación con el futuro de Leonor, princesa de
Asturias.
–¿Ya se han establecido planes educativos para la Princesa?
El nombre de Leonor lo escogieron sin ningún condicionante. les gustaba
–No, no está planeado nada. Nada de nada.
Su
etapa escolar se acaba prácticamente de iniciar
[Leonor termina este mes tercero de Primaria] y aún le queda bastante
camino por recorrer como para pensar si lo mejor es replicar el modelo
de su padre o no.
Nada está escrito y el tiempo y las circunstancias
serán los que dibujen lo que se vaya a hacer. No hay un plan
preconcebido.
Sería lógico pensar en una formación militar, porque
Leonor será constitucionalmente mando supremo de las Fuerzas Armadas y
general de cinco estrellas [ya hay 1.175 mujeres oficiales en los tres
ejércitos], pero quedan muchos años por delante.
–¿Tiene tutores Leonor? ¿Recibe una educación especial?
–
En el colegio, Leonor está educándose como una niña más.
No tiene tutor ni lo ha tenido en los seis años que lleva allí.
Es muy
pronto para decidir qué estudiará.
Seguro que irá a la universidad, y
cuando ella y su hermana sean adolescentes seguirán teniendo una
educación lo más normalizada posible y vivirán como chicas normales
(dentro de sus posibilidades), pero el tiempo y las circunstancias
decidirán qué carrera estudia Leonor
. Es buena estudiante y no hay
tendencias claras de si tirará por ciencias o por letras
. De momento, le
encanta el cálculo y lee mucho. Es una buena deportista y en el colegio
practica de todo, baloncesto, vóley, fútbol, pádel… Y le encanta montar
en bici por La Zarzuela, el esquí y andar con sus padres por la
naturaleza.
Hace lo que hace una niña de ocho años.
–¿Habla inglés?
–Las dos son bilingües, y además sus padres son conscientes de que
hay cuatro lenguas cooficiales en el Estado y su acercamiento al
catalán, gallego y euskera es un hecho mediante canciones o películas en
esos idiomas
. Puede que cuando sea mayor pase algún tiempo en el
extranjero, como hizo su padre en COU [Canadá] y durante su máster en
Relaciones Internacionales [Washington].
Leonor estará llamada un día a reinar.
En octubre cumplirá nueve
años. Va siendo consciente de ese destino, “de una forma natural y
bonita, con la ventaja de que las dos han nacido en este mundo y no les
causa sorpresa.
Desde el día de la abdicación, ella y su hermana
supieron que su abuelo había dejado de ser Rey y que su padre lo sería
en breve.
Y desde ese momento estaban deseando ir al Congreso a ver cómo
su padre iba a ser proclamado Rey. Estaban emocionadas.
Están en ese
momento en que quieren saber todo, que tienen curiosidad por todo, que
les hace ilusión todo”
. Su padre les va explicando dónde han nacido y
cuál será su función. Con normalidad. Con cariño. Sin libro de
instrucciones
. Su propia experiencia no siempre servirá. Han pasado tres
décadas. Lo que el nuevo Rey sí quiere es que su hija esté a su lado en
los momentos cruciales de su reinado, como él lo estuvo toda la noche
junto a su padre durante el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981,
hasta caer derrotado en un sillón.
Y también que esté en contacto con
sus abuelos; cuatro abuelos que siguen trabajando cada uno en lo suyo y
tienen mucho que aportar.
Fuentes cercanas a la familia confirman que
con el abuelo paterno, don Juan Carlos, tienen las dos una relación
entrañable y le solían ver una vez a la semana, “porque hasta ahora no
ha sido un abuelo jubilado.
Hoy día, los cuatro abuelos trabajan a tope,
y eso es bueno para las niñas, porque les ven activos y en forma”.
Una de las obligaciones de los nuevos Reyes es
enseñar a su primogénita que el camino no será fácil. Nunca será libre.
Jamás podrá elegir su camino.
Ya está trazado. Ha nacido para servir. Su trabajo será un servicio
público sin horarios, intentando ser útil a la nación y sus ciudadanos.
Gestos intangibles; utilidad, solidaridad, austeridad, ejemplo, diálogo,
concordia, una conducta intachable, un impulso hacia la innovación y la
modernidad; la importancia de los principios; unir más que separar. Ese
es el cúmulo de valores que don Felipe quiere transmitir a su hija.
Son
los suyos; su hoja de ruta como hombre y como monarca. Su heredera
deberá formarse durante toda la vida para cuando llegue su momento.
Lo
mismo que ha hecho su padre desde la pila bautismal, hace 46 años
. Y
también su madre, doña Letizia, sin un guion previo, sin la carga
genética del oficio, durante un larguísimo decenio sin meter la pata.
Esta niña se sentirá sola muchas veces.
Va en el cargo. Como un día
confesó su abuelo, don Juan Carlos, a José Luis de Vilallonga: “La
soledad comienza con el silencio que es necesario saber guardar.
He
pasado años sabiendo que cada una de las palabras que yo pronunciaba iba
a ser repetida en las altas esferas, después de haber sido analizada e
interpretada según sus conveniencias por gente que no siempre deseaba mi
bien.
Pero el silencio también puede ser peligroso. Atiza los malentendidos. Ahí está el refrán: ‘Quien calla, otorga”.
En ese hogar grande, construido sobre un promontorio a un kilómetro
del palacio de la Zarzuela, de un aspecto exterior un poco relamido, las
luces se encienden antes de las siete de la mañana
. Doña Letizia es la
primera en trajinar por la casa. También la primera en caer rendida por
la noche. A las 7.15 toda la familia está en danza.
Después llega el
desayuno de los cuatro miembros “con tranquilidad”.
Los Borbón-Ortiz son
de desayunos completos y calmados, no les van las prisas. Les gusta
disfrutar ese momento.
Los Reyes hablan mucho con sus hijas; hablan de
todo, sin tapujos, el diálogo forma parte de su modelo de educación
desde los primeros años de las niñas. Abundan en la mesa comentarios
como “siéntate bien” o “no hables con la boca llena”.
“Doña Letizia es
una experta en nutrición, a la que le interesa el procedimiento
dietético y científico de la cocina, un asunto al que se ha dedicado
activamente a través de su colaboración con la Organización Mundial de
la Salud y la FAO, a cuyas reuniones de trabajo asiste en Ginebra”,
explica una fuente de su entorno.
“Ha guisado desde niña, y su padre,
Jesús Ortiz, es un grandísimo cocinero
. A Letizia le encantaba de niña
ir al mercado, sobre todo a las pescaderías, y observar, comprar y
elaborar en casa
. Lo sigue haciendo. Ha transmitido a toda la familia su
gusto por los alimentos no elaborados, legumbres, verduras, granos,
semillas
. Les hace comer sano. También cenan los cuatro juntos, a no ser
que haya una ceremonia nocturna de gala.
No son muchas. Doña Letizia
intenta pasar toda la tarde con las niñas.
Ellas están creciendo como
crecen las niñas en una familia donde un padre y una madre trabajan.
Doña Letizia se organiza sus tareas para estar en la medida más amplia
de lo posible con ellas
. Tiene la ventaja de que unas veces trabaja diez
horas y otras cuatro. Se organiza como cualquier madre trabajadora. Y
si no, ahí está don Felipe, su padre”
. Le preguntamos a esa misma fuente
si la madre de doña Letizia se instala en el hogar de la Zarzuela
cuando los ya Reyes se ausentan por viajes oficiales.
Esta es la
respuesta: “Es trola eso de que su madre vive en la casa para ayudar
cuando no están
. A veces echa una mano, como cualquier madre ayuda a su
hija que trabaja. Otras, y sólo cuando doña Letizia no está, una persona
de confianza está en casa para que las niñas no estén solas.
Pero doña
Letizia intenta por todos los medios ser ella la que está a su lado”.
A las nueve de la mañana, uno de los dos, a veces los dos, conduce a
Leonor y Sofía en un todoterreno Lexus (respetuoso con el medio
ambiente) hasta el colegio Nuestra Señora de los Rosales
. Tardan 15
minutos. Está situado en la próspera zona oeste de la capital
. Es un
centro privado, discreto, sin grandes instalaciones, mixto, laico y de
uniforme, por el que los Reyes pagan una mensualidad de 700 euros por
cada una de sus hijas. Un precio estándar entre los centros privados de
la zona
. Quizá doña Letizia hubiera preferido un centro público, como en
los que ella curso sus estudios, pero ambos saben que sería complicado
por temas de seguridad.
Es el mismo centro en el que ingresó don Felipe
en septiembre de 1972, donde realizó todos sus estudios menos el
preuniversitario (que llevó a cabo en Canadá) y donde, recuerda, pasó
“los mejores años de mi vida”.
El Rosales, fundado en 1951, era uno de
los colegios de la grandes familias madrileñas. Tibio en materia
religiosa, discreto en las asignaturas científicas, potente en las
humanísticas y con una fuerte vocación de apoyo a cada alumno.
Aquí
llegó Leonor con tres años acompaña da por un discreto dispositivo de
seguridad al frente del cual está (como en todo lo relacionado con la
seguridad inmediata de los cuatro miembros de la familia) el teniente
coronel de la Guardia Civil Miguel Herráiz, que ha hecho toda su carrera
profesional junto a don Felipe.
A partir de ese momento, al parecer, el
colegio cambió poco, tal vez se hizo más hermético, con puertas más
sólidas y un muro un par de palmos más alto. Poco más.
Hoy, a diario,
nadie parece darse cuenta de la presencia de la heredera al trono.
Para el entorno familiar de la nueva princesa de Asturias, “la
situación en el ámbito escolar está completamente normalizada. Leonor ya
lleva seis años en el colegio y la seguridad que la acompaña forma
parte del paisaje del Rosales.
Los escoltas están ahí, pero no se ven.
Los profesores y el personal administrativo y de servicios del colegio
tienen completamente asimilado el asunto de los guardias civiles de
paisano, que se han convertido en unos miembros más de la comunidad
escolar”.
–Y los padres de los alumnos, ¿qué opinan?
–Para ellos también la situación está normalizada. No es cierto que
don Felipe y doña Letizia hayan exigido que no haya teléfonos móviles en
el interior del Rosales
. Es otra de las trolas. Todos los colegios de
España restringen el uso de teléfonos a los chavales.
Es lógico,
imagínese un chaval de 15 años con el WhatsApp en mitad de un examen de
matemáticas. Todo es más normal de lo que muchos pueden imaginar.
Empezando por el propio nombre de Leonor, que se eligió sin el mínimo
condicionamiento histórico. Simplemente les gustó a los dos. El nombre
de Leonor no tiene ningún otro significado
. Y así en todo. Ni Leonor ni
Sofía tienen trato ni tratamiento diferenciado en el colegio, ni tutor
especial, ni nada de nada. Leonor se lo curra como todos sus compañeros,
y ahí están los exámenes. Los padres no son nada protectores con ellas;
les gusta darles independencia, favorecer su autoestima, que sepan
resolver los pequeños conflictos diarios, que se saquen las castañas del
fuego en su pequeño mundo, que sean disciplinadas y ordenadas porque es
su obligación.
Están muy preocupados por su presencia pública, pero en
su vida diaria piensan que hay que darles margen y que puedan aprender
de sus equivocaciones.
–¿Tiene teléfono móvil?
–No. Y sus padres le están dando vueltas a qué edad se lo comprarán.
A
doña Letizia le horroriza eso de un niño de 10 años con un
superteléfono.
Y tampoco tienen (y su madre dice tajante que nunca
tendrán) televisión cada una en su cuarto. Ambas ven muy poco la tele,
tienen poco tiempo.
En esos aspectos, Felipe y Letizia son muy
restrictivos y estrictos.
Son anticaprichos y están en contra de
satisfacer las pequeñas necesidades que se les plantean con inmediatez.
La madre piensa que no hay nada peor que un niño malcriado en la
abundancia, el capricho, la ausencia de referencias.
Le gusta achucharlas, pero luego no les pasa ni una en temas de disciplina. Es muy exigente con ellas.
Es más estricta que él.
Desde el entorno de don Felipe y doña Letizia se insiste en que la
heredera y su hermana no viven en una burbuja; no son extraños seres de
sangre azul habitando una cápsula aséptica y cortesana entre
reverencias, escoltas, apellidos ilustres, ciervos y encinas. “
Leonor
empatiza fácilmente y siente el dolor ajeno de una forma muy directa”,
explican. Según esas mismas fuentes Felipe, Letizia y sus hijas “han
estado en sitios y han visto y vivido situaciones que no quieren que se
sepan y que a las niñas les han enseñado mucho. Leonor no vive en el
país de las maravillas.
Pregunta, registra, procesa, sabe. No está en un
guindo. Está viva”.
sí lo demostraron ella y su hermana Sofía el pasado día 2 de mayo,
cuando presidieron, por primera vez junto a sus padres, un acto
institucional, pero con un claro cariz familiar.
Una ocasión perfecta
para debutar.
Era la celebración de las bodas de plata de la 41ª
promoción de la Academia General del Aire (en San Javier, Murcia), a la
que pertenece don Felipe, que aprendió a pilotar en esa escuela en el
curso 1987-1988.
Una celebración entrañable para los oficiales de los
tres ejércitos y donde participan sus familias e hijos en un ambiente
muy relajado
. Las hermanas Borbón-Ortiz aprobaron con nota en su primer
gran acto escénico inclinando la cabeza como ordena el ceremonial ante
la bandera
. Un gesto que se habían preparado a conciencia en casa. Según
una fuente, “lo de Murcia no fue nada premeditado ni alevoso con el
objetivo de presentarlas en público. A ese tipo de celebraciones los
militares llevan a sus familias, y Felipe y Letizia no lo habían hecho
antes simplemente porque las niñas eran muy pequeñas.
Se lo pasaron de
miedo y lo vivieron todo con una mezcla de felicidad y emoción.
Su padre
estaba radiante enseñándoles (como estaban haciendo el resto de padres
con sus hijos) los barracones en los que durmió de joven, el comedor, la
sala de estudio, los aviones que pilotó.
Y luego les encantó la
exhibición aérea de la Patrulla Águila.
Todo salió perfecto. Ese es un
modelo a seguir”.
Una banda sonora del hogar de los Borbón-Rocasolano cuando cae la
tarde es algo así como: “Mami, tenemos que terminar el trabajo de
reciclaje para el cole; mami, el disfraz de la función; mami, el
PowerPoint del rombo; mami, los zapatos me hacen daño; ordena tu mesa,
mi vida; ¿has hecho las fichas?
Mañana tengo que salir a comprar
camisetas interiores.
Mami, mira qué esquema tan chulo para estudiar las
autonomías. ¡Niñas, a la ducha!”.
La última escena de la jornada, con las luces de Madrid recortándose
en los ventanales de La Zarzuela, es la sesión de mimos y cuentos
. Son
obligatorios. Letizia lee textos infantiles con su perfecta dicción de
antigua periodista televisiva y pone voces a cada uno de los personajes
con aire teatral.
Las niñas se parten. Su padre prefiere leerles algo
más sosegado en inglés. Después apagan la luz. Mientras salen de su
cuarto, quizá la pareja real piense un momento cómo será la vida de su
hija primogénita; de esa niña que tal vez un día será reina.