Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 jun 2014

El futuro de España es su pasado......................................................... José Sámano

Del Bosque se plantea dejar el cargo, pero la federación pretende que siga y guíe la renovación.

 


El equipo titular ante Chile se entrena en Curitiba / alejandro Ruesga

En la sala de espera del Mundial nada preocupaba más a Vicente del Bosque que la mirada de sus futbolistas
. Necesitaba interpretar si después de tantos triunfos aún tenían apetito para competir al máximo, si perduraba el fervor de estos años.
 El técnico se convenció de que el núcleo de la plantilla aún era adicto al éxito, nadie vaciló, nadie dio síntomas de padecer de actualidad.
 Se lo habían demostrado en París, en el abordaje a Francia para asegurar la clasificación mundialista. Los pretorianos le hicieron ver al técnico que no estaban empachados, que Brasil era un alicient
e extraordinario
. Si no se habían tirado a la bartola con la resaca tras levantar una Eurocopa, y luego un Mundial y todavía una Eurocopa más, no se esperaba que lo hicieran ahora
. Para gente como Casillas, Xavi, Alonso o Villa, por citar algunos de los más curtidos, desde 2008 la selección siempre había sido un refugio terapéutico para sus baches en los clubes. Algunos llegaron a sentir que la selección era su primera casa y, salvo el paréntesis por aquella borrasca de los clásicos de la era Mourinho, la armonía ha sido una constante, sin un altercado que reseñar, sin bocazas o metedores de pata.
El seleccionador mantuvo el forro del equipo con su columna principal –once de los 23 elegidos para Brasil habían ganado los tres títulos cosechados por la Roja en esta época-, pero no fue tan conservador como pueda pensarse
. Hizo siete cambios respecto al grupo de Sudáfrica 2010, lo que supone una reforma del 30%. De la Eurocopa de 2008 al Mundial africano se hicieron ocho relevos, y luego hubo cuatro alternativas entre Johanesburgo y el Europeo de 2012.
 Las lesiones de Thiago y Víctor Valdés trastocaron algo los planes de Del Bosque, pero en lo sustancial no hubo clamor alguno sobre la lista definitiva, ni en la “mediosfera” ni fuera.
 Ningún ilustre se quedó en tierra, más allá de la decisión final sobre Navas, Negredo o Llorente, ninguno de los cuales fue nunca titular ni lo hubiera sido en esta ocasión.
El vivero de la Sub 21 tomará el relevo junto a futbolistas comoDe Gea, Koke, Isco, Thiago...
Pese al largo recorrido de muchos de sus futbolistas, la media de edad de la plantilla se acercó mucho a la de otros campeonatos
. La final de Viena se jugó con un promedio de 26 años y un mes, la de Johanesburgo con 26,8 y la de Kiev con 27,1.
 Ante Holanda la media fue de 28,3 y frente a Chile de 27,4. La mayor experiencia se concentró en el medio campo, donde España cuece todo de forma tan singular, donde no todo el mundo está capacitado para el simposio de fútbol al que acostumbraba esta selección.
En el eje, donde anidan jugadores enciclopédicos como Alonso o Xavi, también se alinean Pirlo con Italia, Gerrard con Inglaterra o Lahm con Alemania.
Modulado el equipo, el convoy español ensayó por Estados Unidos –como muchas otras selecciones- y se acuarteló en Curitiba, en unas magníficas instalaciones del Atlético Paranaense.
 Este grupo huye del calor, le abriga la fresca, así que se inclinó por un clima a su gusto.
 Lo mismo que ya hizo en otras concentraciones que acabaron de forma triunfal.
 Sin ir más lejos, en la última Eurocopa se refugió en un remoto paraje polaco donde pegaba el biruji y luego jugó algunos partidos con la solana de Donetsk y Kiev.
“Estamos enchufados, estamos enchufados”, repetían los más veteranos del séquito en la reclusión en Paraná.

Iker Casillas, tras la derrota contra Chile. / alejandro ruesga
Todo estaba en marcha sin mayores sobresaltos que las molestias físicas de Alba, Costa y Piqué, lo normal en todas las selecciones a estas alturas del calendario.
 Del Bosque ordenó un primer equipo titular con tres campeones de la Champions (Casillas, Alonso y Ramos), el mayor goleador seleccionable del curso (Diego Costa), el futbolista más distinguido del vencedor de la Premier (Silva), un titular fijo del Chelsea, donde defender es un decreto capital (Azpilicueta), y cinco jugadores del Barça (Piqué, Alba, Busquets, Xavi e Iniesta).
Cabía discutir que los azulgrana no han tenido su mejor año, pero en el primer acto ante Holanda Xavi e Iniesta fueron los mejores.
 Hasta que se desencadenó la imprevista tromba y España se descuartizó por completo.
 De repente, el equipo incubó un virus con el que nadie contaba, como esas pájaras de campeonato que un día afecta sin cita previa a los ciclistas más épicos y legendarios.
 La epidemia afectó a todos, veteranos y novatos. Nadie era el que era.
La técnica abandonó a unos y el físico hasta le hizo burla al futbolista más exultante del mundo hace un mes, Sergio Ramos, al que Robben casi desmaya en una carrera.
Un aviso general e inequívoco de que había llegado la hora para una generación gloriosa. El destino no le concedió un partido de vuelta con Chile, donde ya no hubo piernas ni cabeza
. Un partido para el remate final y una amarga despedida.

El fútbol no atiende cuestiones del corazón así que para muchos, los que ya tenían decidida la jubilación internacional y los que se lo iban a pensar, la situación ha resultado traumática. Es el caso de Xavi y Villa, que han puesto su punto final a la selección con una mirada perdida desde la suplencia con los chilenos.
 Tras el bajonazo habrá que ver qué deciden Xabi Alonso e Iker Casillas, que no han ofrecido su mejor versión, o Fernando Torres.
Por ahora, ninguno ha dado pistas de que quiera dejarlo, pero pudiera ser que optaran por un paso lateral tras años y años de sobrecargas.
 Hagan lo que hagan, la federación tiene previsto rendir honores a toda la quinta antes de fin de año. Todos serán homenajeados coincidiendo con un partido de la selección y se aprovechará el acto para entregar la medalla por los 100 encuentros internacionales a Ramos, Puyol y Torres.
El presente inmediato pasa por el vivero de la Sub 21, categoría fortalecida desde la llegada de Del Bosque a la absoluta.
 Para el salmantino, el tránsito por esa categoría es casi obligatorio antes de dar el gran salto. Sus guiños al segundo equipo han sido constantes, con convocatorias para Bartra, Nacho o Deulofeu, por citar algunos casos.
 Ellos tomarán el relevo, junto a futbolistas como De Gea, Koke, Isco, Iturraspe, Thiago, Carvajal, Alberto Moreno e Íñigo Martínez.
En cuanto a Vicente del Bosque, responsable como es, se plantea ahora dejar el cargo.
 Se siente parte capital del fracaso y no es de los que mira para otro lado o pone el ventilador en marcha. Los rectores de la federación quieren que continúe en el cargo a toda costa e intentarán convencerle de ello.
 Ayer mismo, tras el varapalo, la jefatura federativa insistía de forma machacona en que ni se plantean una alternativa, no vislumbran un escenario sin Del Bosque, al que consideran el mejor guía posible para liderar la reforma.
“No hay una segunda opción, queremos hablar con él largo y tendido para convencerle cuando regresemos a España”, sostenía un alto cargo de la federación
. Ni siquiera contemplan ofrecerle el puesto de director técnico, como era Fernando Hierro
. Con contrato hasta la Eurocopa de Francia de 2016, quieren que abandere el porvenir como seleccionador, desde el banquillo.
 Quizá porque el mejor futuro de esta España hoy penitente está en su pasado, en no alejarse un dedo del camino de los últimos seis años.

Los ingleses saben filmar a los reyes...........................................................Carlos Boyero


Vicente Parra y Paquita Rico, en ¿Dónde vas Alfonso XII? (1958).

Imagino que en jornada tan trascendente para el futuro de la patria como la proclamación real (yo pensaba que el significado correcto era coronación, relacionaba lo de hacerte rey o reina con que te plantaran una corona en la cabeza, pero alguien que entiende de estas solemnes cuestiones me aclara que ese ritual se aplica en otras monarquías, pero no en la española, aquí son más sobrios) se han registrado un millón de imágenes de la familia real, que los móviles de todos los distinguidos invitados y de los numerosos componentes del pueblo llano que han sido emocionados testigos directos del recorrido de los reyes por las calles habrán captado y guardaran a perpetuidad esos históricos momentos.
A pesar de ese fervor ancestral de los ciudadanos españoles hacia sus reyes y de poseer tantos datos de sus épicas o intimistas andanzas, la temática de la realeza en el cine español ha sido escasa y bastante desdichada.
 Los Reyes Católicos y su compadecible hija poseen abundante filmografía, pero toda ella en vano, con resultado sonrojante y polvoriento tanto en drama como en comedia
. Creo recordar que Isabel y Fernando tenían notable protagonismo en Cristóbal Colón, de oficio descubridor, aquella desacomplejada perla del kistch ibérico firmada por Mariano Ozores.
 También recuerdo un melodrama infame y triunfador titulado ¿Dónde vas, Alfonso XII?
  Y todo en este plan. En los últimos tiempos, las series de televisión han reemplazado al cine en su intento de glorificación de esos seres tan necesarios y en el fondo tan humanos llamados príncipes y reyes.
 Vi a ratos una miniserie sin sentido del ridículo, entre cursi y cochambrosa, que contaba el noviazgo del entonces príncipe Felipe con Letizia Ortiz.
 Tampoco es memorable la presencia del rey Juan Carlos en otra miniserie sobre el 23-F. Por mucho que me esfuerce me resulta imposible recordar ningún retrato de la realeza en el cine español que merezca la pena.
Todo lo contrario que el arte y la complejidad que han volcado el cine inglés al hablar de los problemas que torturaban a sus reyes y a sus reinas.
 Stephen Frears, un director al que no imagino como devoto monárquico, trató con talento y profundidad en The Queen el dilema de la reina Isabel tras el fallecimiento de su nuera Lady Di sobre el tratamiento que debe de dar a su entierro la Casa Real.
 Entendías el problema de esa señora, su incertidumbre entre lo que le dictaba su corazón y lo que le aconseja finalmente su cerebro para evitar que el pueblo, enamorado de la presunta humanidad que acumulaba la difunta, se mosquee contra la Corona y la ponga en peligro.
 Helen Mirren llenaba de matices y de credibilidad a esa angustiada y desconcertada soberana.
También era brillante y emotiva El discurso del rey. Sobre todo el guion de David Seidler y las interpretaciones de Colin Firth y de Geoffrey Rush
. La relación entre el tartamudo rey Jorge VI y su paciente logopeda estaba bien contada, te conmovía la vulnerabilidad de ese hombre tan poderoso al que le resulta tan dificultoso expresarse con palabras.
Son dos ejemplos de cine reciente inglés sobre la calidad que aplican a ese género que tanto se presta a los tópicos y al baboseo.
Y si retrocedes en el tiempo, descubres que esa cinematografía ha realizado bastantes retratos memorables de su realeza. Hay talento para recrear esa tradición
. Consiguen hacer atractiva a esa institución que al parecer crearon los dioses, tan rara, tan anacrónica.

Una oportunidad perdida.................................................................... Antonio Caño

Resulta obligado decir que la jornada de proclamación del nuevo Rey resultó deslucida y el discurso del Monarca fue pobre, carente de la trascendencia y solemnidad del momento.

Varios colegas de otros países destacados en Madrid para cubrir lo que entendían como la coronación de un nuevo rey se vieron sorprendidos por la austeridad casi espartana de la ceremonia, la escasez de banderas y de público en las calles, la ausencia de líderes extranjeros, la contención de los gestos, la sencillez del acto en el Congreso y la brevedad y sobriedad del discurso del Monarca.
En Washington se reúnen cada cuatro años más de medio millón de personas para escuchar las primeras palabras de un nuevo presidente, que exhibe al aire libre su mejor oratoria, desfila entre muchedumbres y acude al final del día a media docena de fiestas entre las muchas que las distintas comunidades y grupos de la sociedad civil convocan para celebrar la vigencia de su democracia.
Nada de eso se observa con la misma naturalidad entre un pueblo como el nuestro que, por haber sido sometido durante décadas a la tergiversación de la historia, recela de la épica nacional y exige con mucha insistencia —ahora más que nunca— hechos y no palabras.
Con esas precauciones por delante, es obligado decir que la jornada de proclamación del nuevo Rey resultó deslucida y que el discurso del Monarca fue pobre, carente de la trascendencia y solemnidad del momento
. Estoy convencido de que las cualidades de Felipe VI exceden con mucho a la calidad de su intervención ante las Cortes, de la que, por cierto, el último responsable es el Gobierno, a quien constitucionalmente le corresponde la responsabilidad de supervisar y vetar las palabras del Rey.
Pronunciar un discurso sin riesgos produce el efecto de decir poco.
 En todo caso, Felipe VI dijo menos de lo esperado, lo que seguramente tranquilizó a La Moncloa, donde la parquedad es la norma, pero sin duda causó cierta frustración en otros círculos —se le había pedido, por ejemplo, utilizar todas las lenguas que se hablan en España— y, en su conjunto, transmitió al proceso de relevo en el trono un aire de fragilidad y vacilación que podía haberse evitado.
Fue un discurso simple, correcto, pero débil, sin la relevancia requerida.
 En resumen, una ocasión perdida
. Afortunadamente para él, este es solo el primer día de su reinado
. Es a partir de ahora cuando tendrá que demostrar su auténtica valía, su utilidad, el importante papel que se le tiene reservado.
 El Rey lo sabe de sobra y, aunque es verdad que sus palabras de ayer debían de haber sido adornadas con una mayor carga emocional y altura retórica, cabe decirse en su descargo que cualquier exceso en ese sentido podría haberse vuelto en su contra en un país que está para poca poesía.
Destaquemos, pues, lo que el Rey dijo en cuanto a su compromiso para ayudar a la mejora de nuestro sistema democrático
. Y, en ese aspecto, el más importante del discurso desde mi punto de vista, merecen atención especial las referencias a una Corona “honesta, íntegra y transparente”, así como las alusiones a una España en la que quepan todos y a una nación socialmente más justa, defendiendo lo que él llamó “la dignidad” de los afectados por la crisis.
Es ahí donde radican los principales males de la España de nuestros días.
 Sospecho que tras el debate entre Monarquía o República se oculta otro menos artificial y más profundo sobre las deficiencias de la democracia española que, 39 años después del juramento del primer Rey constitucional, está pidiendo a gritos reformas.
Algunos utilizan esa necesidad de cambios para justificar una estrategia absurda de destruirlo todo. Esa es la mejor receta para el fracaso. Pretender cambiarlo todo al mismo tiempo suele conducir a no cambiar nada.
Eso tampoco debe de ser, sin embargo, pretexto para el inmovilismo, que acaba haciéndose cómplice de los predicadores de la revolución.
 Lo más valioso de la jornada de ayer es que los españoles escuchamos a un jefe de Estado que propiciaba la adaptación de nuestro sistema —empezando por la institución que él mismo representa— a las demandas del siglo XXI.
 Les corresponde a los representantes elegidos por los ciudadanos poner en marcha los instrumentos que permitan esa actualización.
Pero resulta estimulante escuchar palabras de aliento desde una posición, efectivamente, heredada, pero también independiente y alejada de la confrontación ideológica.
No puede quedar ahí el trabajo de Felipe VI.
 Hay muchas cosas que puede hacer a partir de ahora dentro de los límites que le marca la Constitución, empezando por hacer efectiva su promesa de ejemplaridad
. Puede igualmente dar algunos pasos que prueben que este es un país en el que caben todos, incluidos los que no se sienten españoles, y que la ley está al servicio de todos, también de los que se quieren separar de España, siempre que ejerzan sus derechos sin atropellar los derechos de los demás. Puede y debe insistir el Rey en que los españoles no nos permitamos presumir de nuestro bienestar hasta que este no sea verdaderamente compartido.
Fue este, por tanto, un comienzo de reinado con poco lustre, tal vez acorde con nuestro carácter y con nuestra realidad actual: parco en ostentación y mesurado hasta el punto de confundirse con un cierto complejo histórico
. Pero fue un comienzo que apunta en la dirección correcta, que aborda el debate auténtico, que no es el de Monarquía-República, sino el del mejoramiento de nuestra democracia y de nuestra convivencia.

 

19 jun 2014

Los poetas del Rey................................................................................... Ángel L. Prieto de Paula

Felipe VI mencionó en su discurso a cuatro literatos vinculados a la memoria republicana.

 

Antonio Machado en 1927. / ALFONSO

Según daba a entender socarronamente Juan de Mairena, heterónimo y álter ego literario de Antonio Machado, las afirmaciones de un discurso de la Corona se caracterizan por su evidencia bienintencionada; o, si se quiere, por su previsibilidad
. Todo lo que se dice en tales discursos o es obvio (la obviedad los protege contra la disensión: lo evidente no se discute) o aparece como si lo fuera, cargado de una poderosa gravidez simbólica. El discurso de Felipe VI ante las Cortes Generales ha citado a cuatro poetas que forman una encrucijada, en cuanto que su sentido central y compartido es el núcleo de ese encuentro
. ¿Qué tienen en común Antonio Machado, Salvador Espriu, Gabriel Aresti y Rodríguez Castelao? Más precisamente: ¿qué comparten estos cuatro escritores que los singulariza respecto a la historia cultural más oficial o epidérmica?
Es notorio que todos ellos pertenecen a la otra España, o a la España otra, porque la España una se había apoderado del solar común.
Los trae a colación un rey, aunque (o porque) están vinculados a una memoria republicana. Algunos, como Castelao, incluso tuvieron parte activa en la gobernación de la República o de lo que quedó de ella (antes y después de 1939).
 Si bien no coetáneos en sentido riguroso, sí son contemporáneos. Antonio Machado, el mayor de todos, nació en 1875, con la Restauración borbónica, y murió en 1939 en Collioure, pueblecito de la frontera francesa donde los desengaños, la enfermedad y una precoz vejez lo hicieron encallar cuando salía hacia un exilio que se convertiría en punto de término.
 Gabriel Aresti, el más joven, nació en 1933 en Bilbao, y fue uno de esos niños de la guerra cuya batalla más importante la constituyó no un hecho de armas, sino lo que vino después: la “longa noite de pedra” de la posguerra, por decirlo con palabras de Celso Emilio Ferreiro.
Aresti murió joven, diez años antes que Salvador Espriu, y aunque por su edad no tuvo que vivir las mismas desventuras que sus compañeros de cita (Machado y Castelao murieron en el destierro, el catalán Espriu vivió y murió en una suerte de exilio interior, haciendo patria dentro de la patria), a él le tocó, como a Espriu y a Castelao, levantar una obra personal, testimonio de un alma, en una lengua más prohibida que preterida.
 En esa encrucijada a la que me he referido se cortan los idiomas de la vieja casa ibérica; pero también la continuidad de unas culturas territoriales que tantas veces han vivido de espaldas y que, en la obra de escritores como los referidos, forman una trenza de influencias y enriquecimientos recíprocos.

A Castelao, como a Vicente Risco y los escritores del grupo Nós, se le debe la conformación de un galleguismo cultural que había tenido una dilatada presencia en el mundo hispánico antes del exilio de 1939
. Téngase en cuenta que Buenos Aires, por ejemplo, era en los años veinte una ciudad tan gallega en términos cuantitativos como Orense, además de ser “a cidade máis ecuménicamente culta de fala castelán”, en palabras de Eduardo Blanco-Amor, uno de los discípulos de Risco.
 Pero fue en la posguerra donde sostuvo el pulso de una cultura bajo mínimos, con obras que trascienden su propia entidad literaria, como Sempre en Galiza.
 La Galicia que Castelao erige desde Nueva York o desde Buenos Aires no tiene mucho que ver con la Castilla que el sevillano Machado erigió desde Soria, Baeza o Madrid; pero una y otra coinciden en el hecho de ser una proyección, a horcajadas entre el panegírico y la elegía, de los afanes y de las heridas de sus creadores.
Gabriel Aresti articula, por su parte, un universo simbólico de la cultura vasca, en tiempos en que los estertores existenciales y los afanes socialrealistas asfixiaron a muchos versificadores, convertidos en emisores de ripios dogmáticos tan sobrados de doctrina como faltos de verdadera poesía
. Pero no todos eran como el “hombre al uso que sabe su doctrina” (A. Machado), pues hubo poetas de verdad, como los bilbaínos Blas de Otero y Aresti, que escribieran sendas epopeyas interiores, o cantos líricos de entonación coral, en que lo personal no se opone a lo colectivo, sino que lo ejemplifica y concreta.
Otero lo hizo en castellano: así se titula uno de sus libros inicialmente publicado en francés (bajo el rótulo de Parler clair; la censura no consentía que se hablara “en castellano”);
 Aresti lo hizo en el vasco que aprendió para reconocerse. Aresti, además, es un poeta que, como el Miguel Hernández de los mazos, hoces, martillos o herrerías, compone un imaginario de un impresionante poderío sígnico (que los socialrealistas aprendieron en el cubofuturismo de la revolución soviética).
Frente a ellos, pero también junto a ellos, el catalán (de Santa Coloma de Farners) Salvador Espriu es el más hermético, el más enjuto y recortado de todos; pero su precisión denotativa y su capacidad de irradiación simbólica hacen de él un poeta mitógeno, de esos poetas mayores que generan historias que, como las bíblicas o las de la mitología cretense, parecen haber existido desde siempre y pueden radicarse en todos los lugares: la historia de la torturada Sefarad, madrastra y madre al mismo tiempo; la de la piel de toro (La pell de brau).
Puede, en fin, que los escritores del nuevo Rey no sean exactamente escritores obvios, como parece requerirlo un discurso de la Corona y sobreentenderlo Juan de Mairena; pero están, en su presentación conjunta, cargados de sentido.
 Quien los ha citado no pretende despojarlos del significado que tuvo su protesta, su desolación, su furia o su melancolía; pero sí quiere, o eso he entendido yo, incorporarlos a una España que no puede renunciar a ellos.

Ángel L. Prieto de Paula es catedrático de literatura de la Universidad de Alicante