15 jun 2014
España también sabe perder....................................................................................... José Sámano
La Roja inició la recuperación espiritual tras el batacazo ante Holanda, con Vicente del Bosque, Iker Casillas y Sergio Ramos al frente y sin que nadie eludiese su responsabilidad.
La selección española inició ayer la remontada, al menos la espiritual, tras su derrumbe ante Holanda. Y lo hizo a lo campeón, con la cara por delante y de forma ejemplar
. En pleno estado de shock, nadie quiso irse por la gatera, lo más habitual en este espumoso mundo de las celebridades futboleras, donde abundan los pavos reales hasta en días de cenizas.
No hubo histeria, ni victimismos, ni coartadas ni gaitas parecidas.
Si Iker Casillas ya había dado un do de pecho tras el partido —“pido perdón, no he estado a la altura, lo asumo y apechugaré con las críticas”—, en el día después fue Sergio Ramos, otro de los pesos pesados, el que junto a Jordi Alba, no se regateó a sí mismo: “Ha sido uno de los peores partidos de mi carrera, de esos que te marcan”.
El gran broche lo puso Vicente del Bosque, quien, a petición de los medios, compareció cuando no tenía obligación oficial.
Con el espejo por delante, el seleccionador atribuyó su aparición pública “para dar normalidad tras tanta desazón”.
El técnico admitió haber visto de nuevo el partido tras llegar a Curitiba desde Bahía no lejos de la madrugada.
Ayer [por el viernes] estaba enfadado, hoy estoy muy triste, pero somos deportistas y hay que dar normalidad en la victoria y en la derrota”, sostuvo Del Bosque, que no dudó ante el torrente de reproches recibidos:
“Merecemos las críticas, estaría fuera de lugar que nos las hubiera y no creo que fuera bueno que alguno de nosotros se aislara de ellas”.
Con su intervención, con su nobleza al frente en un día de rayos y truenos, Del Bosque puso la primera pica para que España, en caso de derrape total, no cierre el mejor ciclo de su historia por la puerta de atrás
. Por crudo que sea el destino, que al menos en el maravilloso testamento de este grupo también figure su saber perder, su gloria y nobleza en la derrota
. Sin cainismos. Ante Holanda: cinco faltas, ni un mal gesto y la mano por delante al adversario.
Otra cosa es dar con las claves del batacazo ante los holandeses
. En la concentración del equipo en Curitiba no había forma de consensuar una única sintomatología. No puede haberla cuando se trata de una selección con semejante trayectoria, un equipo que en ocho años solo se había descompuesto tan de mala manera en algunos amistosos.
Un conjunto que en los 19 partidos de las dos últimas Eurocopas y el Mundial precedente había encajado un gol menos de los que le hizo Holanda en poco más de media hora.
Una selección a la que nadie remontaba un partido oficial desde el verano de 2006. Un grupo en el que se alinearon tres campeones de la última Champions, un campeón de Liga y nueve de los titulares que triunfaron en la Eurocopa de hace solo dos años.
“Aquí han venido 16 de los campeones de Sudáfrica que, además, nos han ayudado a lograr la clasificación para Brasil; cuando ganamos en París un partido tan complicado, yo no tenía fuerza moral para dejarles fuera de este torneo y no olvidemos que los que vienen por detrás habían fracasado en los Juegos de Londres.
Puede que me equivoque, y por eso lo digo con la boca pequeña, pero no creo que los haya mejores que los 16 que repiten”.
A la espera de la respuesta del equipo ante Chile el miércoles, el gallinero en el que se convirtió tras el 2-1 tuvo un cierto tufillo a fin de ciclo.
Los jugadores no tuvieron la templanza acostumbrada y se convirtieron en un gallinero, un guirigay impensable para una selección hasta entonces convincente hasta en la adversidad.
Más allá de jugadas y avatares puntuales —Silva tuvo a tiro el 2-0—, que España no respondiera como España dejó esa sensación de fin de fiesta. Ante el empuje oranje,
La Roja fue más terrenal que nunca, le pudieron las prisas, la congoja. Se impuso el caos. Inopinado en un conjunto caracterizado por alejarse de la ortodoxia, por afrontar los retos con sus mejores atributos.
Esta vez no le alcanzó y, como tantas veces ocurre con quien apuesta por la genialidad, cuando el duende claudica la caída es sonora.
¿Por qué un batacazo justo ahora, en un partido enfilado y un primer tiempo meritorio, aunque sin alardes?
Como metáfora de la vida y arte de lo imprevisto, el fútbol es tan indeterminado que no se puede pautar.
Sólo así cabe explicar que las dos mayores goleadas recibidas por España se las llevaran los dos equipos que mejor papel han hecho en un Mundial: la selección del 50, cuarta, encajó un 6-1 con Brasil en Maracaná; 64 años después, la única Roja con una estrella en el escudo se llevó un 5-1. Como no existe el virus de la eternidad, los campeones caducan.
Si a España le ha llegado su hora, que sea con señorío, generosidad y Del Bosque al frente.
. En pleno estado de shock, nadie quiso irse por la gatera, lo más habitual en este espumoso mundo de las celebridades futboleras, donde abundan los pavos reales hasta en días de cenizas.
No hubo histeria, ni victimismos, ni coartadas ni gaitas parecidas.
Si Iker Casillas ya había dado un do de pecho tras el partido —“pido perdón, no he estado a la altura, lo asumo y apechugaré con las críticas”—, en el día después fue Sergio Ramos, otro de los pesos pesados, el que junto a Jordi Alba, no se regateó a sí mismo: “Ha sido uno de los peores partidos de mi carrera, de esos que te marcan”.
El gran broche lo puso Vicente del Bosque, quien, a petición de los medios, compareció cuando no tenía obligación oficial.
Con el espejo por delante, el seleccionador atribuyó su aparición pública “para dar normalidad tras tanta desazón”.
El técnico admitió haber visto de nuevo el partido tras llegar a Curitiba desde Bahía no lejos de la madrugada.
Ayer [por el viernes] estaba enfadado, hoy estoy muy triste, pero somos deportistas y hay que dar normalidad en la victoria y en la derrota”, sostuvo Del Bosque, que no dudó ante el torrente de reproches recibidos:
“Merecemos las críticas, estaría fuera de lugar que nos las hubiera y no creo que fuera bueno que alguno de nosotros se aislara de ellas”.
Con su intervención, con su nobleza al frente en un día de rayos y truenos, Del Bosque puso la primera pica para que España, en caso de derrape total, no cierre el mejor ciclo de su historia por la puerta de atrás
. Por crudo que sea el destino, que al menos en el maravilloso testamento de este grupo también figure su saber perder, su gloria y nobleza en la derrota
. Sin cainismos. Ante Holanda: cinco faltas, ni un mal gesto y la mano por delante al adversario.
Otra cosa es dar con las claves del batacazo ante los holandeses
. En la concentración del equipo en Curitiba no había forma de consensuar una única sintomatología. No puede haberla cuando se trata de una selección con semejante trayectoria, un equipo que en ocho años solo se había descompuesto tan de mala manera en algunos amistosos.
Un conjunto que en los 19 partidos de las dos últimas Eurocopas y el Mundial precedente había encajado un gol menos de los que le hizo Holanda en poco más de media hora.
Una selección a la que nadie remontaba un partido oficial desde el verano de 2006. Un grupo en el que se alinearon tres campeones de la última Champions, un campeón de Liga y nueve de los titulares que triunfaron en la Eurocopa de hace solo dos años.
“Aquí han venido 16 de los campeones de Sudáfrica que, además, nos han ayudado a lograr la clasificación para Brasil; cuando ganamos en París un partido tan complicado, yo no tenía fuerza moral para dejarles fuera de este torneo y no olvidemos que los que vienen por detrás habían fracasado en los Juegos de Londres.
Puede que me equivoque, y por eso lo digo con la boca pequeña, pero no creo que los haya mejores que los 16 que repiten”.
A la espera de la respuesta del equipo ante Chile el miércoles, el gallinero en el que se convirtió tras el 2-1 tuvo un cierto tufillo a fin de ciclo.
Los jugadores no tuvieron la templanza acostumbrada y se convirtieron en un gallinero, un guirigay impensable para una selección hasta entonces convincente hasta en la adversidad.
Más allá de jugadas y avatares puntuales —Silva tuvo a tiro el 2-0—, que España no respondiera como España dejó esa sensación de fin de fiesta. Ante el empuje oranje,
La Roja fue más terrenal que nunca, le pudieron las prisas, la congoja. Se impuso el caos. Inopinado en un conjunto caracterizado por alejarse de la ortodoxia, por afrontar los retos con sus mejores atributos.
Esta vez no le alcanzó y, como tantas veces ocurre con quien apuesta por la genialidad, cuando el duende claudica la caída es sonora.
¿Por qué un batacazo justo ahora, en un partido enfilado y un primer tiempo meritorio, aunque sin alardes?
Como metáfora de la vida y arte de lo imprevisto, el fútbol es tan indeterminado que no se puede pautar.
Sólo así cabe explicar que las dos mayores goleadas recibidas por España se las llevaran los dos equipos que mejor papel han hecho en un Mundial: la selección del 50, cuarta, encajó un 6-1 con Brasil en Maracaná; 64 años después, la única Roja con una estrella en el escudo se llevó un 5-1. Como no existe el virus de la eternidad, los campeones caducan.
Si a España le ha llegado su hora, que sea con señorío, generosidad y Del Bosque al frente.
ANTEAYER MISMO................................................................. Javier Marías
Ahora hay gente tan longeva que su centenario la pilla con vida, como sucedió hace no mucho con Ernst Jünger y Francisco Ayala.
Uno estaba acostumbrado a que los centenarios de las personas
estuvieran bastante alejados de las fechas de sus muertes.
Me refiero, claro, a los de los individuos públicos o notables. Lo normal era que hubieran transcurrido veinte, treinta, cuarenta años desde que los homenajeados desaparecieron del mundo, o mucho más en los casos de muertos jóvenes
. Teniendo lugar el mismo 1998, no podían verse de igual forma el de Lorca, asesinado en 1936, y el de su amigo y colega Aleixandre, que se apagó apaciblemente en 1984.
Ahora hay gente tan longeva que su centenario la pilla con vida, como sucedió hace no mucho con Ernst Jünger y Francisco Ayala.
Imagino que debieron de sentirse perplejos, por decirlo suavemente.
Pasado mañana, día 17, se cumple el del nacimiento de mi padre, Julián Marías, y me parece una incongruencia
. Por eso, en parte, no he querido participar en ningún homenaje, simposio, número monográfico de revista, descubrimiento de una placa en la casa en la que vivió, y en la que también viví yo largo tiempo.
Murió el 15 de diciembre de 2005, hace ocho años y medio, pero para mí es como si lo hubiera visto anteayer mismo.
Tampoco habría tenido sentido que me pusiera a hacer el elogio de su personalidad o de su obra. No me corresponde, al no poder ser objetivo.
Él detestaba el empalago, y siempre resulta empalagoso que los hijos hablen bien de los padres o los padres de los hijos, los maridos de las mujeres y éstas de los maridos, y a fe mía que en España, país descarado e impúdico, casi nadie se priva de ensalzar a sus parientes y hacerles la propaganda, tanto da que hayan fallecido o que estén danzando y en pleno medro.
Pero en fin, también sería raro y feo que en estos días no dijera ni una palabra, así que ustedes me perdonarán la leve evocación: es más porque no se diga que por otro motivo.
Una vez concluidas las vidas, las mira uno en perspectiva, dentro de lo que cabe (siempre le faltarán muchos datos). Y en el conjunto de la de mi padre veo a un hombre enormemente trabajador, optimista e ingenuo.
Escribió montones de libros y artículos, tradujo, viajó por medio mundo dando cursos y conferencias, y en todo solía poner confianza y entusiasmo, y esto último bien se lo envidio, lo mismo que sus saberes monumentales, que nos llevaron a mis hermanos y a mí, cuando éramos niños o muy jóvenes, a preguntarle sobre cualquier asunto
. Él se impacientaba a veces y respondía:
“Pero ¿qué os creéis, que soy un diccionario andante?” La verdad es que lo era bastante, y una enciclopedia, y una gramática, y una historia universal, y un diccionario de cinco lenguas, además del castellano
. Su capacidad personal aparte, es obvio que la enseñanza de 1914 y décadas posteriores era muy superior a la de estas últimas
. Su optimismo le permitió sin duda sobreponerse a varias calamidades y desgracias, a la Guerra en la que fue soldado de la República, a las represalias franquistas que le impidieron enseñar en la Universidad, a la temprana muerte de un hijo, a la de su mujer, a la frialdad y el desdén –también hostilidad– con que fue tratado en su país a menudo, primero por la derecha y después por la izquierda.
En ocasiones lo vi dolido por eso, pero nunca desalentado ni resentido: lo salvaba el incorregible optimismo, creía que todo era susceptible de mejora y que él podía contribuir a ella.
En cuanto a su ingenuidad, lo hacía algo vulnerable y relativamente fácil de engañar, por quienes lo adulaban con insinceridad y fines espúreos (también él escribía “espúreo”) o trataban de utilizarlo. Esto último perdura, y veo con desagrado cómo se lo “apropian” personajes casi calcados de los que lo persiguieron desde 1939 en adelante.
Qué se le va a hacer, tampoco él es mío ni de mis hermanos.
Hace poco estuve en su casa, que permanece casi intacta.
No había nadie más ese día, y me senté unos minutos en el sillón en que solía leer, e intenté mirar con sus ojos la gran y bonita biblioteca construida a lo largo de su vida.
“Aquí pasó muchísimas horas”, pensé, “y esto es lo que veía cuando levantaba la vista de sus relecturas predilectas, Simenon y Conan Doyle y Dumas y Cervantes”
. Al primero volvía cada pocos años, y en los últimos de su vida anoté los títulos que tenía y cada vez que iba a Francia le buscaba los que le faltaban.
Al traérselos se le iluminaba la cara como a un niño
. Como era muy aficionado a las policiacas, le regalaba a autores “nuevos”, para que probara. Le entusiasmaba Colin Dexter (inadvertido en España), cuyo Inspector Morse otros han copiado sin sonrojo y con peores resultados.
Le divertían Patricia Cornwell y Donna Leon y Jean-Françoise Parot, cuyo Comisario Le Floch indaga en el París del XVIII, que mi padre tan bien conocía
. Y nunca perdió el gusto por el cine
. Físicamente me parecí siempre a mi madre, pero desde que él murió me sucede algo extraño: me sorprendo haciendo gestos que son suyos, como pasarse el nudillo del pulgar por la barbilla, mientras pienso, o apretarme levemente la frente con algún pequeño objeto (un encendedor en mi caso), como si con esa presión tratara de estrujarse mejor el cerebro
. Al fin y al cabo se pasó la vida pensando, y pensando más, no quedándose en el primer pensamiento, eso me consta.
Creo que esos gestos no eran míos cuando él vivía, quién sabe.
Quizá no haga falta decir que otra de las razones por las que no participaré en las conmemoraciones es que toda esta incongruencia me pone muy triste.
elpaissemanal@elpais.es
Me refiero, claro, a los de los individuos públicos o notables. Lo normal era que hubieran transcurrido veinte, treinta, cuarenta años desde que los homenajeados desaparecieron del mundo, o mucho más en los casos de muertos jóvenes
. Teniendo lugar el mismo 1998, no podían verse de igual forma el de Lorca, asesinado en 1936, y el de su amigo y colega Aleixandre, que se apagó apaciblemente en 1984.
Ahora hay gente tan longeva que su centenario la pilla con vida, como sucedió hace no mucho con Ernst Jünger y Francisco Ayala.
Imagino que debieron de sentirse perplejos, por decirlo suavemente.
Pasado mañana, día 17, se cumple el del nacimiento de mi padre, Julián Marías, y me parece una incongruencia
. Por eso, en parte, no he querido participar en ningún homenaje, simposio, número monográfico de revista, descubrimiento de una placa en la casa en la que vivió, y en la que también viví yo largo tiempo.
Murió el 15 de diciembre de 2005, hace ocho años y medio, pero para mí es como si lo hubiera visto anteayer mismo.
Tampoco habría tenido sentido que me pusiera a hacer el elogio de su personalidad o de su obra. No me corresponde, al no poder ser objetivo.
Él detestaba el empalago, y siempre resulta empalagoso que los hijos hablen bien de los padres o los padres de los hijos, los maridos de las mujeres y éstas de los maridos, y a fe mía que en España, país descarado e impúdico, casi nadie se priva de ensalzar a sus parientes y hacerles la propaganda, tanto da que hayan fallecido o que estén danzando y en pleno medro.
Pero en fin, también sería raro y feo que en estos días no dijera ni una palabra, así que ustedes me perdonarán la leve evocación: es más porque no se diga que por otro motivo.
Una vez concluidas las vidas, las mira uno en perspectiva, dentro de lo que cabe (siempre le faltarán muchos datos). Y en el conjunto de la de mi padre veo a un hombre enormemente trabajador, optimista e ingenuo.
Escribió montones de libros y artículos, tradujo, viajó por medio mundo dando cursos y conferencias, y en todo solía poner confianza y entusiasmo, y esto último bien se lo envidio, lo mismo que sus saberes monumentales, que nos llevaron a mis hermanos y a mí, cuando éramos niños o muy jóvenes, a preguntarle sobre cualquier asunto
. Él se impacientaba a veces y respondía:
“Pero ¿qué os creéis, que soy un diccionario andante?” La verdad es que lo era bastante, y una enciclopedia, y una gramática, y una historia universal, y un diccionario de cinco lenguas, además del castellano
. Su capacidad personal aparte, es obvio que la enseñanza de 1914 y décadas posteriores era muy superior a la de estas últimas
. Su optimismo le permitió sin duda sobreponerse a varias calamidades y desgracias, a la Guerra en la que fue soldado de la República, a las represalias franquistas que le impidieron enseñar en la Universidad, a la temprana muerte de un hijo, a la de su mujer, a la frialdad y el desdén –también hostilidad– con que fue tratado en su país a menudo, primero por la derecha y después por la izquierda.
En ocasiones lo vi dolido por eso, pero nunca desalentado ni resentido: lo salvaba el incorregible optimismo, creía que todo era susceptible de mejora y que él podía contribuir a ella.
En cuanto a su ingenuidad, lo hacía algo vulnerable y relativamente fácil de engañar, por quienes lo adulaban con insinceridad y fines espúreos (también él escribía “espúreo”) o trataban de utilizarlo. Esto último perdura, y veo con desagrado cómo se lo “apropian” personajes casi calcados de los que lo persiguieron desde 1939 en adelante.
Qué se le va a hacer, tampoco él es mío ni de mis hermanos.
Hace poco estuve en su casa, que permanece casi intacta.
No había nadie más ese día, y me senté unos minutos en el sillón en que solía leer, e intenté mirar con sus ojos la gran y bonita biblioteca construida a lo largo de su vida.
“Aquí pasó muchísimas horas”, pensé, “y esto es lo que veía cuando levantaba la vista de sus relecturas predilectas, Simenon y Conan Doyle y Dumas y Cervantes”
. Al primero volvía cada pocos años, y en los últimos de su vida anoté los títulos que tenía y cada vez que iba a Francia le buscaba los que le faltaban.
Al traérselos se le iluminaba la cara como a un niño
. Como era muy aficionado a las policiacas, le regalaba a autores “nuevos”, para que probara. Le entusiasmaba Colin Dexter (inadvertido en España), cuyo Inspector Morse otros han copiado sin sonrojo y con peores resultados.
Le divertían Patricia Cornwell y Donna Leon y Jean-Françoise Parot, cuyo Comisario Le Floch indaga en el París del XVIII, que mi padre tan bien conocía
. Y nunca perdió el gusto por el cine
. Físicamente me parecí siempre a mi madre, pero desde que él murió me sucede algo extraño: me sorprendo haciendo gestos que son suyos, como pasarse el nudillo del pulgar por la barbilla, mientras pienso, o apretarme levemente la frente con algún pequeño objeto (un encendedor en mi caso), como si con esa presión tratara de estrujarse mejor el cerebro
. Al fin y al cabo se pasó la vida pensando, y pensando más, no quedándose en el primer pensamiento, eso me consta.
Creo que esos gestos no eran míos cuando él vivía, quién sabe.
Quizá no haga falta decir que otra de las razones por las que no participaré en las conmemoraciones es que toda esta incongruencia me pone muy triste.
elpaissemanal@elpais.es
Estamos ensimismados.............................................................................................Xavier Guix
Vivimos tiempos en los que muchas personas se contraen en sí mismas y viven en su mundo
Lo deseable es conectar con quienes queremos ser y mantenernos en estado de construcción.
Fue al acabar un máster en autoconocimiento cuando se me acercó la
pareja de uno de los participantes
. Me confió su mal llevada paradoja: “Por un lado me encanta ver cómo mi marido madura, cómo busca conocerse, cómo se adentra en su espiritualidad, pero por otro lado está tan en sí mismo, se pasa tanto tiempo meditando y leyendo libros, dedica tantas horas a su autorrealización que me temo que nos está separando.
No atiende a sus tareas de la casa, a la familia, nos habla como si solo existiera su razón basada en lo que le dicen sus maestros y vive como si el resto del mundo fuera un error, solo vale lo suyo”.
Este caso ejemplariza un efecto torcido de los tiempos presentes, muy dados a una cultura del crecimiento personal, del conocerse a uno mismo, de la construcción de un nuevo paradigma cuyo eje gira alrededor del autoconocimiento y la espiritualidad
. Son procesos que requieren el buceo por aspectos de orden interior. Una mezcla de introspección psicológica, el cultivo de la meditación y la búsqueda de la naturaleza más profunda del ser.
Aquella tarea que otrora perteneció a ciertas órdenes religiosas, a lamas, eremitas y buscadores espirituales, se ha convertido en parte de la vida de muchas personas.
Para unas es una vía comprometida de autorrealización. Para otras, mero materialismo espiritual. Mientras unas expanden su conciencia, otras siguen el camino contrario: se contraen en sí mismas, se encierran para alcanzar una supuesta iluminación.
Dentro de los clásicos se cita la anécdota de Diógenes de Sinope, conocido por su desprecio a las convenciones sociales, al extremo que le llevó a vivir en el interior de un tonel.
En cierta ocasión, uno de sus discípulos quiso interrogarlo:
–Maestro, ¿a qué hora se debe poner uno a comer?
–Depende, si eres rico puedes comer cuando quieras y, si eres pobre, siempre que puedas.
LIBROS
‘Después del éxtasis, la colada’
Jack Kornfield (La Liebre de Mayo)
‘El mito del análisis’
James Hillman (Siruela)
PELÍCULA
‘La vida secreta de Walter Mitty’
Ben Stiller
Ensimismarse es fácil
. Uno se mete dentro de sí mismo, explora, rumia, anticipa, visualiza, medita o contempla, está en contacto con aspectos que solemos llamar interioridad
. A veces se empieza por el vuelo de una mosca, por un bello atardecer o simplemente por hacer la lista de la compra del fin de semana.
Lo habitual, empero, es permanecer conectados a nuestros pensamientos y emociones. Intentamos descubrir lo que nos pasa, dialogamos con nosotros mismos, nos peleamos virtualmente con los que nos han ofendido, construimos expectativas o sufrimos por imágenes anticipatorias que probablemente nunca ocurrirán: nada acaba siendo tan ensimismante como el miedo y el sufrimiento anticipado.
Otro efecto del ensimismamiento lo sufren aquellas personas que parecen no vivir en este mundo sino en el suyo
. Te miran pero no te ven. Te oyen pero no te escuchan. Por su mente pasa de todo menos lo que existe más allá de su nariz.
Si bien es rico cultivar la vida interior, su exceso, permanecer demasiado dentro de la madriguera puede acarrear el acabar siendo poseídos por los fantasmas propios.
Hay que cultivar muy bien el alma para discernir los estados de iluminación de los estados ilusorios de la mente.
La introspección, como ya observaron filósofos como Hume o Sartre, revela solo contenidos psicomentales (pensamientos, sentimientos, imágenes) y no al sujeto que los experimenta
. Esa conciencia del observador precisa de dinámicas como la meditación o de la intervención de los demás en mostrar nuestras zonas ciegas.
Añadamos a todo ello la visión cuántica: si el observador influye en lo observado, al mismo tiempo que se practica la introspección se altera lo que pretende ser advertido.
¿Podemos conceder fiabilidad absoluta a aquello de lo que somos conscientes? ¿Y qué ocurre con el inconsciente? ¿Acaso alcanzamos a explicar certeramente muchas de nuestras motivaciones y cambios de humor? ¡Qué fácil es caer en autoengaños, en una especie de en-si-mismo-miento! Como intuyó Heráclito, no encontraremos los confines de la psique por más que viajemos en cualquier dirección, tal es la profundidad del conocimiento.
Hay que reconocer que dentro de la madriguera se está muy bien.
No hay que hacer papel alguno; no hay que quedar bien con nadie; no hay que hacerse cargo de obligaciones, ni actuar con el riesgo de equivocarse.
Hay una vida hacia uno mismo, sus intereses, ritmos, apetitos, deseos y necesidades. Es la vida del ego. Hay que diferenciarla entonces de la vida interior.
El cultivo de la interioridad tiene más que ver con la idea de “hacer alma”, de embellecerla, de saberse generar estados de bienestar, de comprender ética y compasivamente al otro, de ahondar en aquello que somos cuando hemos quitado todas las capas de definición posible.
Así, la madriguera pueda convertirse en un refugio o, por el contrario, en la cocina donde se gesta quien queremos ser. Como refugio nos encerramos y protegemos
. Como cocina, nos mantiene en un estado de construcción, de intenciones y de pasiones que mezcla sin temor la interacción con los demás y con el mundo.
Hay que reconocer que dentro de la madriguera, además de estar tranquilos aunque probablemente solos, se puede dar rienda suelta a nuestras mayores fantasías, muchas de las cuales han dado al mundo canciones, cuadros pictóricos, esculturas o reflexiones que han llegado a transformarlo. El genio debe habitar dentro de su lámpara mágica.
Solo que demasiado tiempo en su interior, el personaje acabará consumiendo a la persona. La mitología contemporánea está llena de seres que, al confundir sus creaciones consigo mismos, sucumbieron al error de identificarse con las imágenes que habitaban en sus mentes. Lo que para el público es arte, no dejan de ser las sombras, delirios y anhelos del artista.
De la madriguera se sale por el mismo lugar por el que se entró. Uno surge sin ser aquel que ingresó y viceversa.
La relación dentro-fuera forma parte de nuestro estar en la vida. Demasiado fuera nos diluye. Demasiado dentro nos desfigura.
Cada uno debe encontrar la manera de manejar ese flujo incesante que nos lleva a ambos lados del refugio.
No obstante, dudo que por una vez se pueda anteponer el punto medio aristotélico.
El cultivo de la interioridad es un proceso que nadie puede hacer por nosotros, ni nada de lo que existe ahí afuera será suficiente para hacernos a nosotros mismos.
La confianza propia se adentra en nuestras fortalezas interiores.
La capacidad de sostener todo aquello que ocurra en las tempestades existenciales tiene mucho que ver con el sostén creado por los valores que encarnamos.
Todos practicamos algún tipo de estado de ensimismamiento, aunque su propósito diverja.
A veces solo buscamos un ratito para con nosotros; hacerle hueco a nuestro cuerpo para que respire y a nuestra alma para que se encuentre. Otras veces, en cambio, la escudriñamos adrede para conquistarla, para llevarla allá donde habita el espíritu.
El resto de ensimismamientos son productos de la vida moderna: que si la tele, que si la crisis, que si algún día nos tocará la lotería. O, como el caso de la señora preocupada por su pareja, un ego espiritualizado que confunde la luz con el deslumbramiento.
Hay vida dentro y hay vida fuera. En ambos lados disponemos de un mundo para conocer y desarrollar.
La clave consiste en estar en contacto con todas las vivencias que nos son posibles. Todas son necesarias, aunque ninguna suficiente por sí misma.
Para devenir personas el contacto humano es básico, como también lo es la imaginación y, por descontado, nuestra capacidad de crearnos
. Hay tanto por vivir que cuesta entender que dediquemos tanto tiempo al ensimismamiento que solo sirve para distraernos de lo que realmente importa
. A veces, es mejor dejarse en paz.
. Me confió su mal llevada paradoja: “Por un lado me encanta ver cómo mi marido madura, cómo busca conocerse, cómo se adentra en su espiritualidad, pero por otro lado está tan en sí mismo, se pasa tanto tiempo meditando y leyendo libros, dedica tantas horas a su autorrealización que me temo que nos está separando.
No atiende a sus tareas de la casa, a la familia, nos habla como si solo existiera su razón basada en lo que le dicen sus maestros y vive como si el resto del mundo fuera un error, solo vale lo suyo”.
Este caso ejemplariza un efecto torcido de los tiempos presentes, muy dados a una cultura del crecimiento personal, del conocerse a uno mismo, de la construcción de un nuevo paradigma cuyo eje gira alrededor del autoconocimiento y la espiritualidad
. Son procesos que requieren el buceo por aspectos de orden interior. Una mezcla de introspección psicológica, el cultivo de la meditación y la búsqueda de la naturaleza más profunda del ser.
Aquella tarea que otrora perteneció a ciertas órdenes religiosas, a lamas, eremitas y buscadores espirituales, se ha convertido en parte de la vida de muchas personas.
Para unas es una vía comprometida de autorrealización. Para otras, mero materialismo espiritual. Mientras unas expanden su conciencia, otras siguen el camino contrario: se contraen en sí mismas, se encierran para alcanzar una supuesta iluminación.
Clásicos absortos
Se suele relacionar a los filósofos con el arte del ensimismamiento, dada su condición de personas observadoras y reflexivas.Dentro de los clásicos se cita la anécdota de Diógenes de Sinope, conocido por su desprecio a las convenciones sociales, al extremo que le llevó a vivir en el interior de un tonel.
En cierta ocasión, uno de sus discípulos quiso interrogarlo:
–Maestro, ¿a qué hora se debe poner uno a comer?
–Depende, si eres rico puedes comer cuando quieras y, si eres pobre, siempre que puedas.
LIBROS
‘Después del éxtasis, la colada’
Jack Kornfield (La Liebre de Mayo)
‘El mito del análisis’
James Hillman (Siruela)
PELÍCULA
‘La vida secreta de Walter Mitty’
Ben Stiller
. Uno se mete dentro de sí mismo, explora, rumia, anticipa, visualiza, medita o contempla, está en contacto con aspectos que solemos llamar interioridad
. A veces se empieza por el vuelo de una mosca, por un bello atardecer o simplemente por hacer la lista de la compra del fin de semana.
Lo habitual, empero, es permanecer conectados a nuestros pensamientos y emociones. Intentamos descubrir lo que nos pasa, dialogamos con nosotros mismos, nos peleamos virtualmente con los que nos han ofendido, construimos expectativas o sufrimos por imágenes anticipatorias que probablemente nunca ocurrirán: nada acaba siendo tan ensimismante como el miedo y el sufrimiento anticipado.
Otro efecto del ensimismamiento lo sufren aquellas personas que parecen no vivir en este mundo sino en el suyo
. Te miran pero no te ven. Te oyen pero no te escuchan. Por su mente pasa de todo menos lo que existe más allá de su nariz.
Si bien es rico cultivar la vida interior, su exceso, permanecer demasiado dentro de la madriguera puede acarrear el acabar siendo poseídos por los fantasmas propios.
Hay que cultivar muy bien el alma para discernir los estados de iluminación de los estados ilusorios de la mente.
La introspección, como ya observaron filósofos como Hume o Sartre, revela solo contenidos psicomentales (pensamientos, sentimientos, imágenes) y no al sujeto que los experimenta
. Esa conciencia del observador precisa de dinámicas como la meditación o de la intervención de los demás en mostrar nuestras zonas ciegas.
Añadamos a todo ello la visión cuántica: si el observador influye en lo observado, al mismo tiempo que se practica la introspección se altera lo que pretende ser advertido.
¿Podemos conceder fiabilidad absoluta a aquello de lo que somos conscientes? ¿Y qué ocurre con el inconsciente? ¿Acaso alcanzamos a explicar certeramente muchas de nuestras motivaciones y cambios de humor? ¡Qué fácil es caer en autoengaños, en una especie de en-si-mismo-miento! Como intuyó Heráclito, no encontraremos los confines de la psique por más que viajemos en cualquier dirección, tal es la profundidad del conocimiento.
Hay que reconocer que dentro de la madriguera se está muy bien.
No hay que hacer papel alguno; no hay que quedar bien con nadie; no hay que hacerse cargo de obligaciones, ni actuar con el riesgo de equivocarse.
Hay una vida hacia uno mismo, sus intereses, ritmos, apetitos, deseos y necesidades. Es la vida del ego. Hay que diferenciarla entonces de la vida interior.
El cultivo de la interioridad tiene más que ver con la idea de “hacer alma”, de embellecerla, de saberse generar estados de bienestar, de comprender ética y compasivamente al otro, de ahondar en aquello que somos cuando hemos quitado todas las capas de definición posible.
Así, la madriguera pueda convertirse en un refugio o, por el contrario, en la cocina donde se gesta quien queremos ser. Como refugio nos encerramos y protegemos
. Como cocina, nos mantiene en un estado de construcción, de intenciones y de pasiones que mezcla sin temor la interacción con los demás y con el mundo.
Hay que reconocer que dentro de la madriguera, además de estar tranquilos aunque probablemente solos, se puede dar rienda suelta a nuestras mayores fantasías, muchas de las cuales han dado al mundo canciones, cuadros pictóricos, esculturas o reflexiones que han llegado a transformarlo. El genio debe habitar dentro de su lámpara mágica.
Solo que demasiado tiempo en su interior, el personaje acabará consumiendo a la persona. La mitología contemporánea está llena de seres que, al confundir sus creaciones consigo mismos, sucumbieron al error de identificarse con las imágenes que habitaban en sus mentes. Lo que para el público es arte, no dejan de ser las sombras, delirios y anhelos del artista.
De la madriguera se sale por el mismo lugar por el que se entró. Uno surge sin ser aquel que ingresó y viceversa.
La relación dentro-fuera forma parte de nuestro estar en la vida. Demasiado fuera nos diluye. Demasiado dentro nos desfigura.
Cada uno debe encontrar la manera de manejar ese flujo incesante que nos lleva a ambos lados del refugio.
No obstante, dudo que por una vez se pueda anteponer el punto medio aristotélico.
El cultivo de la interioridad es un proceso que nadie puede hacer por nosotros, ni nada de lo que existe ahí afuera será suficiente para hacernos a nosotros mismos.
La confianza propia se adentra en nuestras fortalezas interiores.
La capacidad de sostener todo aquello que ocurra en las tempestades existenciales tiene mucho que ver con el sostén creado por los valores que encarnamos.
Todos practicamos algún tipo de estado de ensimismamiento, aunque su propósito diverja.
A veces solo buscamos un ratito para con nosotros; hacerle hueco a nuestro cuerpo para que respire y a nuestra alma para que se encuentre. Otras veces, en cambio, la escudriñamos adrede para conquistarla, para llevarla allá donde habita el espíritu.
El resto de ensimismamientos son productos de la vida moderna: que si la tele, que si la crisis, que si algún día nos tocará la lotería. O, como el caso de la señora preocupada por su pareja, un ego espiritualizado que confunde la luz con el deslumbramiento.
Hay vida dentro y hay vida fuera. En ambos lados disponemos de un mundo para conocer y desarrollar.
La clave consiste en estar en contacto con todas las vivencias que nos son posibles. Todas son necesarias, aunque ninguna suficiente por sí misma.
Para devenir personas el contacto humano es básico, como también lo es la imaginación y, por descontado, nuestra capacidad de crearnos
. Hay tanto por vivir que cuesta entender que dediquemos tanto tiempo al ensimismamiento que solo sirve para distraernos de lo que realmente importa
. A veces, es mejor dejarse en paz.
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