Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 jun 2014

Lo mejor de Chaplin

Las 15 mejores películas de Charles Chaplin - Lo mejor de Chaplin



Vale, reconozco que no he visto las cerca de 90 películas en las que intervino, muchas de ellas de corto y medio metraje, en las que Charles Chaplin actuó o trabajó como director. 
Sí lo he hecho con un buen puñado (por supuesto, las que he creído fundamentales) y he pensado que no estaría de más hacer una pequeña lista ordenada de sus mejores films, una lista que sirviese de referencia a todo aquel que quiera asomarse a su cine y disfrutar de lo mejor que salió de su genio. Cuando llevé a cabo esa empresa casi quimérica que fue la elaboración del listado de las mejores películas del cine mudo no dudé ni un momento en que este elenco debería estar encabezado por una del gran Chaplin. Posiblemente también lo haría en una supuesta lista de las mejores películas cómicas de la historia del cine.



Desde muy pronto, él mismo comienza a producir sus propias películas, aunque ya desde 1914 fue director único de la mayoría de las que protagonizó. 
Con la llegada del cine sonoro en 1928, su cine tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias, aunque Chaplin se resistía y se atrevió a filmar muda esa joya titulada Tiempos modernos (de 1936), anterior a El gran dictador (1940), ya sonora. Una mujer de París (1923) supuso una de las pocas películas en que intervino únicamente como director (apenas puede vérsele en un breve cameo como mozo de estación). En las siguientes a El gran dictador, es decir, Monsieur Verdoux, Candilejas o Un rey en Nueva York, desaparecería definitivamente el gran Charlot, ese vagabundo con bastón, bombín y grandes zapatos, y Chaplin se vestiría con otros ropajes, encarnaría otro tipo de personajes que aun en ocasiones recordaban al abandonado Charlot
. Más tarde llegó el color y, como siempre, Chaplin lo adoptó tarde, pues tan solo su última película, La condesa de Hong-Kong, la protagonizada por Marlon Brando y Sophia Loren, y quizá una de las más flojas de su producción, se acogió a esa nueva (para él) tesitura cinematográfica.



Tras esta más que sucinta introducción, aquí os dejo las que considero mejores películas de Sir Charles Spencer Chaplin. 
Las he puntuado, aunque sé que esto no supone más que un burdo y lúdico entretenimiento.
 Elegí 15, aunque la lista podría seguir con Charlot boxeador, Día de paga, etc. En todas ellas podemos disfrutar de gags para troncharse.

Las mejores películas de Charles Chaplin:

1) Tiempos modernos-10 puntos
2) Luces de la ciudad-9’8
3) La quimera del oro-9’6
4) El chico-9’3
5) El gran dictador-9’2
6) Candilejas-9’2
7) Monsieur Verdoux-8’5
8) El circo-8’3
9) Una mujer de París-8
10) Un rey en Nueva York-8
11) Armas al hombro-8
12) Vida de perro-7’6
13) El peregrino-7’4
14) El vagabundo-7
15) Charlot en la calle de la paz-7

4 jun 2014

Actrices que actuaron con Charles Chaplin

¿Quién es la actriz que esta con Charlot?

El hombre no existe .........................................Del Blog EROS

Por Rubén García Sánchez(*)

El hombre existe en la misma medida en que lo hacen Jesucristo o Indiana Jones. Hace poco leía que Harrison Ford en una de sus últimas ruedas de prensa pedía que no le confundiéramos con sus personajes. Parece fácil distinguir entre la persona y el personaje, entre lo que existe en realidad y lo que pertenece a la ficción.
Resulta curioso cómo a los/as más pequeños/as les resulta imposible distinguir entre lo que imaginan o les cuentan y lo que de verdad ocurre.
 Y me pregunto si de alguna manera eso nos sigue ocurriendo aún cuando se supone que ya hemos entrado de lleno en la adultez.
Dibujo_alfon
Dibujo a domicilio.
Entendamos al hombre como a ese varón que reúne los ideales de nuestra sociedad, que tiene la actitud correcta, se comporta de manera perfecta y ejecuta su rol sin fisura ni error.
Pero, ¿alguien le ha visto en realidad?
Durante siglos se ha dicho que el hombre era la medida de todas las cosas, el único protagonista de la Historia y el promotor de la evolución de la Humanidad.
Pero ese hombre al que tantos textos se le han dedicado solo es un estereotipo creado conforme a los ideales que en cada cultura alberga el "cómo debe ser un hombre en esta sociedad".
 En realidad nadie le ha visto aunque todos finjamos conocerle.
El hombre no existe como tal, es un personaje de ficción, es una idea de cómo debemos ser, un collage de lo que la sociedad espera de nosotros
. Nuestra realidad es mucho más compleja y diversa que una simple receta, por muy útil o atractiva que esta nos pueda resultar.
No existe el hombre pero sí los hombres, diversos y únicos, al igual que no existe la masculinidad (en singular) y sí existen las masculinidades, esto es, no hay un único modo de ser hombre en la sociedad.
Se preguntaba Séneca en las Cartas a Lucilio sobre la distinción entre los diferentes grupos sociales que había entonces entre los hombres:
 "¿Qué es un caballero romano, qué es un liberto, un esclavo?
 Nombres nacidos del orgullo y de la injusticia. Del más humilde alojamiento puede uno lanzarse hasta el cielo. En pie pues".
Ya puestos, nos podemos preguntar ¿qué es un hombre?  "Hombre" es una etiqueta más de una clasificación obsoleta y simplista que ordena la sociedad en cajones estancos. Eres hombre o mujer, tienes pene o vagina…
 ¿No podemos elegir? ¿Tenemos que cumplir las normas que definen nuestro género? ¿Por qué tenemos que adaptarnos a estas clasificaciones que ocultan nuestra diversidad y originalidad?
Pina bausch
Un fragmento coreográfico de Pina Bausch en los cuerpos de la compañía 'Tanztheater Wuppertal'.
En vez de adaptarnos a la definición que acompaña a las etiquetas que la sociedad nos impone, podríamos establecer nuestros propios ideales atendiendo a nuestros gustos e intereses personales. Por ejemplo, ¿cómo sería mi hombre ideal? Elegiría tener la lúcida mente de Simone de Beauvoir, la mirada azul de Paul Newman, el cuerpo y la expresividad de Pina Bausch, el estado de ánimo de Charlot y las valores de Atticus Finch
 Así quedaría conformado mi ideal personal, al que aspiro, en el que me fijo como modelo. Por supuesto, podría cambiar sus atributos en cualquier momento y así diseñar a mi gusto lo que yo entiendo por un hombre ideal.
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Paul Newman en una imagen de 1954.
Albert Camus señalaba que si Dios existe es únicamente porque nosotros/as lo hemos creado.
 De la misma manera, el hombre ha sido creado por nuestra imaginación colectiva y lleva siglos siendo un tirano en nuestras conciencias, un opresor en nuestras alcobas y un mal ejemplo para nuestras aspiraciones.
 Ya es hora de ser honestos y abandonar al dios cuya sombra nos ha acompañado durante generaciones dictando el formato de nuestra identidad o la fuente de nuestro bienestar.
 No hay Dios ni Hombre que deban establecer cómo debemos vestir, cómo nos tenemos que expresar o con qué valores educar a nuestros/as hijos/as.
 Ya es hora de terminar esta función y dejar de aspirar a ser un ideal, un personaje de ficción, un estereotipo sin más.
 Dejémosle ese trabajo a los actores profesionales.
¿Cómo romper la influencia de este hombre? Deberíamos cuestionar las decisiones que están tomadas de antemano, olvidarnos de las modas preestablecidas y de los modelos de conducta que hemos heredado.
 Podríamos buscar nuevos significados a la masculinidad, solo es necesario atreverse a hacer nuevas preguntas y buscar nuestras propias respuestas.
 Tengo claro que yo no quiero ser ese hombre, solamente quiero ser un hombre, con valores hechos a mi medida, con mis pretensiones y gustos, mis virtudes y defectos.
 Para lograr salir de la línea de sombra marcada por el estereotipo de mi género, lo único que debo hacer es cuestionar lo mandatos que me orientan a actuar de una determinada manera y no de otra. Quiero ser yo con plena libertad y conciencia, con miedo y camino por recorrer.
 No quiero cumplir con las expectativas de una sociedad que no busca mi bienestar, que pretende que encaje en una función de teatro que no cuenta con mi opinión personal.

El tesoro de Lillian Bassman........................................................ Borja Bas

Con 80 años, quien fuera una de las máximas renovadoras en moda recobró su prestigio. Una exposición reivindica su figura.

Anneliese

 


El tesoro de Lillian Bassman

Con 80 años, quien fuera una de las máximas renovadoras en moda recobró su prestigio. Una exposición reivindica su figura


. Se retiró en silencio, del mismo modo en que había llegado.



.
 Lo recuerda la hija de la pareja, Lizzie Himmel. “Mi padre había sido más radical que mi madre. Ambos se desencantaron en la misma época de la fotografía profesional, pero él sí que cogió dos cubos de basura y, literalmente, destruyó dentro de ellos casi toda su obra
. Ella se limitó a abandonarla para centrarse en proyectos más personales”

 Harrison promovió sus primeras exhibiciones en Nueva York y en Europa. Pronto surgió todo un movimiento reivindicándola. “Su técnica y espíritu es lo que yo quiero para mi propio proceso creativo cuando hago vestidos”, reclamaba John Galliano. “Fue uno de los primeros fotógrafos en pintar directamente sobre la copia para otorgar una nueva dimensión a la imagen”, ensalzaba Paul Smith.
Bassman falleció hace dos años, a los 94.
 Hoy, su hija Lizzie ha dejado de lado su propia carrera como fotógrafa para centrarse en ordenar, preservar y administrar su archivo (y lo que queda del de su padre, muerto también en 2009). Le gustaría montar con todo ello un centro fotográfico.
“Mi madre no quería una fundación como la de Richard Avedon, no se consideraba lo suficientemente grande o importante. Pero mi hermano [el editor literario Eric Himmel] y yo pensamos que debería pertenecer a alguna institución docente, que la gente pueda estudiar las inventivas técnicas con las que trabajaba en el laboratorio”.
 Veintiséis de sus fotografías viajarán a la tienda Loewe de la calle de Serrano de Madrid entre el 30 de mayo y el 31 de agosto, en una exposición enmarcada en PhotoEspaña y comisariada por María Millán (en septiembre irán a Barcelona)
. Esta creadora ya pasó por el festival en 2002, en una colectiva.
 Quienes estuvieran en aquella inauguración la recordarán por pasear del brazo de la reina Sofía explicándole su trabajo en voz baja, con su habitual tono sosegado.
No siempre fue así. Como ha recordado su amigo Harrison, “Lillian ha jugado al póquer, bebido, fumado y bailado el lindy hop en Harlem
”. Quería ser bailarina, pero una lesión temprana frustró ese sueño.
 Descendiente de inmigrantes judíos rusos, encarnó a esa creciente clase media que saltó de Brooklyn a Greenwich Village.
 Eran bohemios. Contaba que ella y su hermana dormían “en colchones sobre el suelo cubiertos por telas africanas.
 Tan solo se nos exigían dos cosas: que plancháramos nuestros uniformes y que nos laváramos el pelo los sábados.
 Por lo demás, éramos libres como pájaros”. Su madre trabajaba los veranos en una casa de huéspedes en Coney Island
. En una de esas excursiones playeras conoció al que sería su futuro marido, Paul Himmel, hijo de inmigrantes ucranios.
 Ella tenía seis años; él, nueve.
 A los 15 convenció a sus padres para que les dejaran vivir en pareja.
 Su matrimonio duraría 73 años.
“Lillian Bassman hizo visible ese desgarrador espacio invisible entre la apariencia y la desaparición de las cosas”, dijo de ella su amigo Avedon
Juntos aprovechaban las entradas gratuitas a museos
. “Pasé mi vida en exposiciones estudiando a los maestros clásicos de distintos periodos”, recordaría en una de sus últimas entrevistas. “El concepto de elegancia se retrotrae a esas primeras pinturas. Cuellos largos. La posición de la cabeza. Cómo funcionan los dedos posados sobre los tejidos. Todo eso está en mi bagaje pictórico”
. Él estudió en la universidad (y finalmente, cuando desdeñó seguir siendo fotógrafo, acabaría ejerciendo de psicoterapeuta); ella, optó por el diseño textil.
 Hacía de modelo a tiempo parcial (“era la mejor manera de ganar 50 centavos en esa época”) para los artistas empleados por la Works Progress Administration, el programa que daba trabajo a los desempleados durante la Gran Depresión; así se pagaba las clases nocturnas de ilustración de moda. Sería fichada por el exigente director de arte de Harper’s Bazaar. “Hizo en cada momento lo que quería”, rememora su hija. “Solía decir: ‘No entiendo el feminismo’. Porque ella nunca tuvo ningún problema.
 Siempre se habla de que el mundo de la moda está dominado por hombres, pero conviene recordar que aquel célebre editor, Alexey Brodovitch, en realidad, era el único en una redacción llena de mujeres”.
Brodovitch, también hijo de inmigrantes rusos, supo ver el diamante sin pulir en Lillian Bassman. Hasta el extremo de que la convirtió en su primera asistente pagada cuando vio que volaba a la firma cosmética Eliza­beth Arden en busca de un trabajo remunerado.
A mediados de los cuarenta, la puso al frente de la dirección artística de Harper’s Junior, una de las primeras revistas de moda de la historia dirigidas específicamente a las adolescentes
. Repartía instrucciones tan específicas a los encargados del laboratorio –“oscurece aquí”, “difumina allá”– que a menudo se encontraba con la misma respuesta: “¿Por qué no lo haces tú misma?”.
En las horas del almuerzo, comenzó a colarse en el cuarto oscuro para trabajar personalmente las copias de George Hoyningen-Huene, su retratista estrella, que terminaría trabajando en Hollywood para George Cukor. Mientras, fichaba a una nueva generación que lo significaría todo: Richard Avedon, Robert Frank, Arnold Newman. Avedon, que evolucionaría a fotógrafo de cabecera en Harper’s Bazaar, fue también el responsable de que se animase a empezar a tomar sus propias fotos
. En 1947, cuando se marchó a documentar las pasarelas de París, le dejó el estudio que se acababa de montar, equipo y asistentes incluidos
. Sería de los primeros en piropearla públicamente: “Lillian hizo visible ese desgarrador espacio invisible entre la apariencia y la desaparición de las cosas”.
 A la vuelta de los desfiles, se encontró con que su futura íntima amiga ya se había hecho con su primer contrato como fotógrafa publicitaria. Estamos hablando de la era de Mad men, en que cuando una agencia te fichaba podías hacer cualquier cosa.
 Productos para niños, comida, licores, cigarrillos, cosmética, lencería.
Bassman lo hizo todo, pero fue con esto último con lo que dio un vuelco a su carrera.
Por entonces, las campañas de ropa interior femenina consistían en imágenes de robustas mujeres de mediana edad con la cabeza cortada y evidentemente incómodas embutidas en fajas antiergonómicas. Bassman reclamó a las mismas modelos que hacían modas, para susto de la agente Eileen Ford, que le rogó que siguiera preservando el anonimato de sus chicas oscureciendo los rostro
s. Consigna que no hizo sino realzar el misterio y la naturaleza onírica y sensual de las creaciones de Bassman.
En realidad, solía presumir de que ser mujer le había dado cierta ventaja como fotógrafa.
 “Había una energía sexual muy diferente cuando las modelos trabajaban con hombres. Sentían el deber de seducirles, estaban posando para ellos
. Y conmigo no. Yo las fotografiaba relajadas, naturales, les hablaba y les preguntaba por sus maridos, sus amantes, sus hijos, hasta que el resto del mundo se desvanecía, incluso yo misma, y solo quedaban ellas ante la cámara”. De hecho, antes de que la modelo se desnudara, Lillian enviaba a su asistente –hombre– a tomarse un café al bar de la esquina… y le pedía que no volviera hasta el final de la sesión.
 Acabaría desarrollando una amistad cercana con las top de la época: Barbara Mullen (lo más parecido que tuvo a una musa), Dovima, Lisa Fonssagrives o Suzy Parker.
El cambio de guardia precipitó su retiro. Lo dijo bien claro a The New York Times: “Yo ya no era la estrella.
 Lo era la modelo, lo era el peluquero, lo era el maquillador. Habían tomado ellos el mando. Y me estaba volviendo loca.
 Me sentaba a un lado y contemplaba toda esta performance hasta que me aburrí”. En privado, dio a su hija una explicación aún más contundente: “Mi madre era lo menos starfucker [expresión para referirse a las personas que buscan rodearse de gente famosa o poderosa a toda costa] del mundo.
 No le interesaba nada ese ambiente. Incluso cuando sacaba fotos le gustaba crear una atmósfera lo más íntima posible y evitaba que la gente se quedara a pasar el rato en el estudio una vez terminada la sesión. Y le molestaba, particularmente, el fenómeno de las modelos jovencitas.
Ella estaba acostumbrada a fotografiar a mujeres trabajadoras y que habían adquirido una seguridad en sí mismas
. Y de repente se topó con todo esto. Me decía, ‘¿por qué poner un vestido de 6.000 dólares a una niña de 12 años y tratar de que aparente 24?’
. No tenía la energía ni le hacía la suficiente gracia como para soportarlo”. Ella misma resultaba poco domable. Su tendencia arty le valió alguna que otra bronca con Carmel Snow, su directora.
 Cuando la envió a cubrir las colecciones de París, en 1949, fotografió a Barbara Mullen a contraluz provocando un efecto mágico con las transparencias de su vestido de chifón. Un homenaje a uno de los fotógrafos de moda primigenios que tanto la habían influido, Adolph de Meyer, que se topó con la árida respuesta de Snow: “No te he traído a París para que te dediques a hacer arte, sino para que saques botones y lazos”.
 Quizás por eso se escoró tanto a la abstracción en sus años perdidos. En los setenta y ochenta, se consagró a series peculiares
. Capturó en detalle grietas en el asfalto. “Es algo que siempre le fascinó”, dice su hija.
“A lo mejor estaba retratando a una modelo en la calle para una moda, bajaba la mirada un segundo y ahí estaba, la grieta. Y pensaba: ‘Tengo que fotografiar esto algún día’. Fue muy concienzuda con estas series, anotaba los lugares exactos donde las hizo en los bordes del negativo y conservaba cuadernos con datos tan concretos como su tamaño, el día, la hora…”. También desarrolló series deformando a lo Francis Bacon cuerpos de culturistas. En 2002, cuando su triunfal regreso la tenía trabajando de nuevo para Vogue, hizo una exposición con estas últimas en Nueva York. Ella misma lo recordaba: “Todo el mundo vino superemocionado. Y una vez que las veían, me decían: ‘Pero… no es moda’. No vendí ni una”. Y algo hace pensar que su espíritu de antiestrella afloraba con orgullo al contarlo.