Por Rubén García Sánchez(*)
El hombre existe en la misma medida en que lo hacen Jesucristo o Indiana Jones. Hace poco leía que Harrison Ford en una de sus últimas ruedas de prensa pedía que no le confundiéramos con sus personajes. Parece fácil distinguir entre la persona y el personaje, entre lo que existe en realidad y lo que pertenece a la ficción.
Resulta curioso cómo a los/as más pequeños/as les resulta imposible distinguir entre lo que imaginan o les cuentan y lo que de verdad ocurre.
Y me pregunto si de alguna manera eso nos sigue ocurriendo aún cuando se supone que ya hemos entrado de lleno en la adultez.
Dibujo a domicilio.
Entendamos al hombre como a ese varón que reúne los ideales de nuestra sociedad, que tiene la actitud correcta, se comporta de manera perfecta y ejecuta su rol sin fisura ni error.
Pero, ¿alguien le ha visto en realidad?
Durante siglos se ha dicho que el hombre era la medida de todas las cosas, el único protagonista de la Historia y el promotor de la evolución de la Humanidad.
Pero ese hombre al que tantos textos se le han dedicado solo es un estereotipo creado conforme a los ideales que en cada cultura alberga el "cómo debe ser un hombre en esta sociedad".
En realidad nadie le ha visto aunque todos finjamos conocerle.
El hombre no existe como tal, es un personaje de ficción,
es una idea de cómo debemos ser, un collage de lo que la sociedad
espera de nosotrosEl hombre existe en la misma medida en que lo hacen Jesucristo o Indiana Jones. Hace poco leía que Harrison Ford en una de sus últimas ruedas de prensa pedía que no le confundiéramos con sus personajes. Parece fácil distinguir entre la persona y el personaje, entre lo que existe en realidad y lo que pertenece a la ficción.
Resulta curioso cómo a los/as más pequeños/as les resulta imposible distinguir entre lo que imaginan o les cuentan y lo que de verdad ocurre.
Y me pregunto si de alguna manera eso nos sigue ocurriendo aún cuando se supone que ya hemos entrado de lleno en la adultez.
Dibujo a domicilio.
Entendamos al hombre como a ese varón que reúne los ideales de nuestra sociedad, que tiene la actitud correcta, se comporta de manera perfecta y ejecuta su rol sin fisura ni error.
Pero, ¿alguien le ha visto en realidad?
Durante siglos se ha dicho que el hombre era la medida de todas las cosas, el único protagonista de la Historia y el promotor de la evolución de la Humanidad.
Pero ese hombre al que tantos textos se le han dedicado solo es un estereotipo creado conforme a los ideales que en cada cultura alberga el "cómo debe ser un hombre en esta sociedad".
En realidad nadie le ha visto aunque todos finjamos conocerle.
. Nuestra realidad es mucho más compleja y diversa que una simple receta, por muy útil o atractiva que esta nos pueda resultar.
No existe el hombre pero sí los hombres, diversos y únicos, al igual que no existe la masculinidad (en singular) y sí existen las masculinidades, esto es, no hay un único modo de ser hombre en la sociedad.
Se preguntaba Séneca en las Cartas a Lucilio sobre la distinción entre los diferentes grupos sociales que había entonces entre los hombres:
"¿Qué es un caballero romano, qué es un liberto, un esclavo?
Nombres nacidos del orgullo y de la injusticia. Del más humilde alojamiento puede uno lanzarse hasta el cielo. En pie pues".
Ya puestos, nos podemos preguntar ¿qué es un hombre? "Hombre" es una etiqueta más de una clasificación obsoleta y simplista que ordena la sociedad en cajones estancos. Eres hombre o mujer, tienes pene o vagina…
¿No podemos elegir? ¿Tenemos que cumplir las normas que definen nuestro género? ¿Por qué tenemos que adaptarnos a estas clasificaciones que ocultan nuestra diversidad y originalidad?
Un fragmento coreográfico de Pina Bausch en los cuerpos de la compañía 'Tanztheater Wuppertal'.
En vez de adaptarnos a la definición que acompaña a las etiquetas que la sociedad nos impone, podríamos establecer nuestros propios ideales atendiendo a nuestros gustos e intereses personales. Por ejemplo, ¿cómo sería mi hombre ideal? Elegiría tener la lúcida mente de Simone de Beauvoir, la mirada azul de Paul Newman, el cuerpo y la expresividad de Pina Bausch, el estado de ánimo de Charlot y las valores de Atticus Finch…
Así quedaría conformado mi ideal personal, al que aspiro, en el que me fijo como modelo. Por supuesto, podría cambiar sus atributos en cualquier momento y así diseñar a mi gusto lo que yo entiendo por un hombre ideal.
Paul Newman en una imagen de 1954.
Albert Camus señalaba que si Dios existe es únicamente porque nosotros/as lo hemos creado.
De la misma manera, el hombre ha sido creado por nuestra imaginación colectiva y lleva siglos siendo un tirano en nuestras conciencias, un opresor en nuestras alcobas y un mal ejemplo para nuestras aspiraciones.
Ya es hora de ser honestos y abandonar al dios cuya sombra nos ha acompañado durante generaciones dictando el formato de nuestra identidad o la fuente de nuestro bienestar.
No hay Dios ni Hombre que deban establecer cómo debemos vestir, cómo nos tenemos que expresar o con qué valores educar a nuestros/as hijos/as.
Ya es hora de terminar esta función y dejar de aspirar a ser un ideal, un personaje de ficción, un estereotipo sin más.
Dejémosle ese trabajo a los actores profesionales.
¿Cómo romper la influencia de este hombre? Deberíamos cuestionar las decisiones que están tomadas de antemano, olvidarnos de las modas preestablecidas y de los modelos de conducta que hemos heredado.
Podríamos buscar nuevos significados a la masculinidad, solo es necesario atreverse a hacer nuevas preguntas y buscar nuestras propias respuestas.
Tengo claro que yo no quiero ser ese hombre, solamente quiero ser un hombre, con valores hechos a mi medida, con mis pretensiones y gustos, mis virtudes y defectos.
Para lograr salir de la línea de sombra marcada por el estereotipo de mi género, lo único que debo hacer es cuestionar lo mandatos que me orientan a actuar de una determinada manera y no de otra. Quiero ser yo con plena libertad y conciencia, con miedo y camino por recorrer.
No quiero cumplir con las expectativas de una sociedad que no busca mi bienestar, que pretende que encaje en una función de teatro que no cuenta con mi opinión personal.