Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 jun 2014

Cuando Hollywood se fue a la guerra........................................................................................


El coronel Frank Capra, a la derecha, examina unos rollos de película junto al capitán Roy Boulting en 1944. / IWM  (Getty Images)

En 1945 George Stevens, director de películas como Raíces profundas, Un lugar en el sol o Gigante, y considerado uno de los grandes cineastas estadounidenses de la historia, se encontraba en Europa, documentando los esfuerzos bélicos de los aliados a lo largo y ancho del continente para desballestar el Tercer Reich
. A principios de abril de aquel año el realizador acompañaba a los soldados que liberaron lo que parecía ser una suerte de prisión en Dachau, a pocos kilómetros de Múnich. Stevens no sabía que aquel campo de concentración cambiaría para siempre su vida y la de los voluntarios que le acompañaban.
“Nunca volvió a ser el mismo. Si vas al Archivo Nacional de Washington y ves ese metraje, un montón de horas donde aparecen montañas de cadáveres, prisioneros esqueléticos, humo que sale de las entrañas de la tierra… Todos los cámaras del equipo de Stevens dejaron de filmar: algunos se pusieron a ayudar, otros simplemente se rompieron.
 Él fue el único que siguió grabando hasta que casi no se tenía en pie”. Lo cuenta Mark Harris, desde Los Ángeles
. Este veterano periodista acaba de publicar el libro Five came back (Penguin Press/Canongate), un impresionante relato que cuenta, a través de la historia de cinco legendarios directores, el impacto que la Segunda Guerra Mundial tuvo en Hollywood.
“John Ford, Frank Capra, John Huston, William Wyler y el propio Stevens son fundamentales para entender como la postura de Hollywood hacia el conflicto viró desde la presunta neutralidad hasta una implicación total”, cuenta Harris.
 El más activo de todos estos cineastas fue Ford.
 El mítico director de El hombre tranquilo, Las uvas de la ira o Centauros del desierto, fue el primero en las colinas de Los Ángeles en reclamar el apoyo del mundo del espectáculo para los republicanos que luchaban en España en innumerables actos, públicos y privados, para después convertirse en la voz de la razón cuando algunos en los grandes estudios hollywoodienses insistían en que la II Guerra Mundial en ciernes era tan solo un conflicto interno europeo
. “Ford era un convencido y de hecho lo dejó todo para alistarse en la Marina y ayudar a su manera a documentar lo que estaba pasando.
 También fue el primero en introducir metraje real de combate en una película [La batalla de Midway, en 1942] y el que más y mejor entendió la importancia de su trabajo para concienciar al público estadounidense de lo que estaba pasando”, dice Harris, cuyo exhaustivo trabajo ha recibido las alabanzas de la crítica anglosajona.
Teresa Wright y Dana Andrews, en 'Los mejores años de nuestra vida'.
De todos los que dedicaron su tiempo (y, muchas veces, su dinero) para llevar la guerra a las marquesinas de los teatros y convence
r a los estadounidenses de que aquello era una causa noble, el caso más curioso es el de Frank Capra. El director de Qué bello es vivir o Arsénico por compasión era conocido en Hollywood por sus veleidades ideológicas
. En 1935, en un viaje a Roma, alabó a Mussolini (se decía que el realizador tenía una foto del caudillo italiano en su mesilla de noche) y era harto conocida su aversión a los sindicatos y a cualquier cosa que oliera a izquierda.
De hecho, Mussolini, gran admirador de Capra, le ofreció a éste un millón de dólares si rodaba su biografía.
 Afortunadamente, Harry Cohn, el presidente de Columbia le quitó la idea de la cabeza al realizador: “Soy judío, ese tipo está aliado con Hitler”, dijo Cohn para zanjar el asunto.
Sin embargo, Capra cambió cuando conoció a Franklin D. Roosevelt, el presidente de los Estados Unidos al que detestaba. La cercanía y la claridad de ideas de éste, junto al hecho de que los desmanes de los alemanes en Europa empezaban a ser preocupantes, convencieron al director de que había que hacer algo y rápido.
 “No ha habido cosa más confusa en la historia del cine que la ideología de Frank Capra [risas]
. ¿Un anarquista? Es posible, yo creo que era un hombre que funcionaba por impulsos.
 Pero si algo está claro es que Why we fight [la serie de documentales propagandísticos impulsada por Capra] fue un instrumento imprescindible para acabar con cualquier reticencia que la sociedad del país pudiera tener contra la entrada de EE UU en la guerra".
Wyler, director de clásicos como Ben-Hur, se implicó en el conflicto de una forma mucho más humana, seguramente a causa de la cantidad de amigos que tenía en Reino Unido o la propia Alemania.
Su retrato de los tripulantes del bombardero Memphis Belle o su metraje de la invasión de Italia son algunas de las piezas más conocidas del género bélico.
“Se tomaba muy en serio su trabajo y la prueba de ello es que renunció a rodar un documental sobre los soldados de color porque el Alto Mando querría dulcificarlo y eso no entraba en sus planes
”. El efecto que la guerra tuvo en Wyler se solidificó en su preciosa Los mejores años de nuestras vidas, drama sobre el retorno a casa de los soldados que vivía de los recuerdos del propio director.
Para Harris, “Houston fue —probablemente— el más arrojado de todos ellos, porque para él la cámara era como un escudo, creía que de algún modo le protegía”, pero el más relevante fue Stevens: “Volvió a casa, montó y editó lo que había rodado en Dachau y lo envío a los fiscales de Nuremberg: ese metraje fue decisivo para que en aquellos juicios los criminales fueran condenados y una de las pocas veces en los que los nazis apartaron los ojos de la pantalla
. Creo que eso lo dice todo”.

 

El juez del Constitucional Enrique López, pillado en moto sin casco y borracho...................................... F. Javier Barroso

El magistrado del Tribunal Constitucional Enrique López ha sido detenido esta mañana en la capital cuando conducía su moto con el cuádruple de la tasa de alcoholemia permitida, según han informado fuentes policiales(Vaya aquí todos son borrachos y sin casco)
. El juez iba sin casco y se acababa de saltar un semáforo en rojo justo delante de una patrulla del Cuerpo Nacional de Policía.
Los hechos han ocurrido alrededor de las siete y media de la mañana en la confluencia de la calle de Vitruvio con el paseo de la Castellana, en pleno de la capital
. Los agentes del radiopatrulla han salido detrás de Enrique López al ver que había cometido la doble infracción vial (conducir sin casco y saltarse el semáforo en rojo).
 Cuando lo han parado, han detectado que presentaba síntomas evidentes de haber consumido alcohol, por lo que han pedido la presencia de una patrulla de la Policía Municipal para realizarle la prueba de alcoholemia.
Al lugar se ha desplazado un equipo de atestados de la Policía Municipal.
 En la primera prueba ha arrojado una tasa de 1,10 miligramos de alcohol por litro de aire espirado, cuando la tasa máxima permitida para los particulares es de 0,25 miligramos. En la segunda prueba de contraste, le ha bajado a un miligramo, lo que hace pensar a los agentes que hacía un rato que había terminado de consumir alcohol.
El magistrado ha quedado imputado como autor de un delito contra la seguridad vial.

31 may 2014

“El franquismo dura demasiado”................................................. Juan Cruz

Raimon desea para Cataluña una solución confederal "dentro de España y dentro de Europa".

Raimon, en el despacho de su domicilio en Barcelona. / Sofía Moro

Lo que sorprende de este Raimon (Raimon Pelegero, Xátiva, 1940) es de qué manera se ha defendido de las solemnidades de la edad.
En algún lugar de su cara, en su risa, está el muchacho que cantó Al ventencima de una vespa y convirtió aquella canción sencilla (“al vent del mon, i tots, tots plens de llum…”) en un himno de varias generaciones de españoles de todas partes.
Con Joan Manuel Serrat y otros músicos ayudó a que esa lengua catalana que el franquismo quiso reducir a la nada formara parte de la educación sentimental de los que hablamos castellano.
 Esa canción en concreto, y luego Diguem no, eran para decir no.
Transmitían inconformismo y esperanza.
Además, Raimon rebuscó en la poesía catalana, desde Ausiàs March a Salvador Espriu. Alcanzó tonos sinfónicos que lo fueron convirtiendo en un personaje en el que ya se fija la literatura y la música.
Poco antes de esta conversación (que tuvimos el 1 de abril pasado, antes de que sus declaraciones sobre el independentismo lo pusieran en un primer plano en el que no quiere estar por eso) le habían otorgado el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes
. La profesora Anna Sallés explicó que ese premio se le daba por su “papel capital en la difusión de la lengua y la cultura catalanas”
. A él mismo ese premio, que le entregarán el 10 de junio, le produjo “una enorme sorpresa”.
 Y no es raro que se sorprendiera, más raro es que lo diga; pues en los últimos tiempos, antes de estos reconocimientos, que incluyen uno del Círculo de Bellas Artes, Raimon seguía siendo un mito para muchos, pero desde otros sectores había sobre él un silencio que, como dice una de sus canciones, resulta “antiguo y muy largo”.
 Pero el silencio se interrumpió y ahora ya hablan del cantante de Xàtiva hasta donde antes no le hacían ni el menor caso.
A él le da igual, ríe. Escucha como si sus ojos se defendieran del viento de la vespa. En su casa blanca, rodeado de recuerdos que incluyen muestras de sus amigos Tàpies o Miró, Raimon habló del padre, en primer lugar.

—Ha cantado tanto a su madre. ¿Y el padre?
—Ah, el pare. Está en He passejat por València, sol.
 Murió cuando yo tenía 20 años; mi madre murió con 93, eran de la misma edad. Ya no me esperaban cuando nací.
Me contaron que mi padre había sido presidente del ramo de la madera de la CNT, en Xátiva. Los propios ceneteros le requisaron los muebles que había producido. Y después los nacionales le requisaron las máquinas
. Le jodieron unos y otros.
El pare fue a la cárcel. “Mi madre había dejado de hacer hijos a los cuarenta.
 Como mi padre entraba y salía de la cárcel un día quedó embarazada. Debí ser un niño del amor, ¡sales de la cárcel y haces fiesta, ja ja! Un juez lo sacó, ‘este hombre no tiene ningún cargo”.
El padre murió antes de Al vent.
—Los amigos creían que era una traducción del inglés
. Yo estaba con Andrés Mori, un asturiano que estudiaba en Valencia, conmigo. Tenía una vespa y le dije que me llevara a Xàtiva. Al regresar me vinieron los versos.
—Entonces no se cantaba en catalán.
—Muy poco. Toda la información era en castellano, yo leía a los poetas del 50, Valente, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún… Conocí a Pepe Hierro. Y a los 22 años empecé a leer a Espriu.
 Y le puse música. Era algo que nos habían negado, no existía.
 Después leí a Joan Fuster, en catalán. Descredit de la realitat.
</CF>—Quizá lo que distingue al franquismo es que esa lengua fuera prohibida.
—Entre otras cosas.
A mi madre la quisieron rapar en la posguerra porque se quejó del alcalde. La amenaza estaba ahí.
—Pero lo de la lengua fue muy salvaje.
Hemos vivido un cierto espejismo. La clase dirigente no supo hacer sólida una convivencia democrática real
—Te decían que era un dialecto infecto, era la lengua vernácula de los esclavos…
 Venías del pueblo y te hablaban en castellano, eso los hacía considerarse superiores.
 Una de las bromas que se decían en Valencia era que a partir de las 30.000 pesetas de sueldo se cambiaba de piso, de muebles ¡y de lengua, ja, ja, ja
! Cuando llegué a Barcelona mi sorpresa fue ver a gente elegante que hablaba catalán de manera más normal; ese tipo de gente en Valencia hablaba castellano.
—Ahora ya se acabó el franquismo. ¿Se acabó?
—Yo lo que creo es que dura demasiado. Yo veo que todavía hay ramalazos muy fuertes.
—¿Dónde los ve?
—En el actual Gobierno hay ramalazos de franquismo y mira lo que ha dicho Rouco sobre las amenazas de guerra civil, ¡es muy fuerte!
—¿Le decepciona el proceso democrático que hemos vivido?
—Hemos vivido, no todos, un cierto espejismo.
 En el 76 todavía me prohibía Fraga en Madrid. Entre 1979 y 1982 se nota que murió Franco, los canales de televisión estatal eran los más libres, había cantantes de las distintas lenguas.
 Ya no. Creo que en la vida política la clase dirigente no supo hacer sólida una convivencia democrática real.
—Esa desilusión llega hasta ahora y tiene efecto en Cataluña.
—Tengo la impresión de que en España no se sabe qué pasa aquí, no de lo que pasa ahora, también de lo que sucedía antes
. No ha habido una presencia de los medios de comunicación y esa desinformación ha impedido que la gente sepa que aquí se estaba produciendo un movimiento independentista, que ese movimiento ha venido para quedarse y eso se tiene que afrontar, se ha de buscar un modo de solucionarlo
. Es un problema real
. Creo que eso explica gran parte de la situación actual. Para mucha gente en España fue una sorpresa la primera manifestación, de 2012. Pero para gente de aquí también fue una sorpresa.
—¿Lo fue para usted?
—Para mí no, porque las consecuencias de 2006 [el no constitucional al Estatut] fueron muy fuertes. Me sorprendió la magnitud de la manifestación, pensaba que sería importante porque la gente estaba cabreada, pero se unían muchas cosas, estaban las primeras consecuencias de la crisis, el PP había pedido firmas en toda España contra el Estatut, Alfonso Guerra salió del Parlamento diciendo: “Nos lo hemos cepillado bien cepillado”. ¿A qué jugamos?
—Eso es. ¿A qué jugamos?
—Ahora también da la impresión de que la vida en Cataluña está fuera de la Constitución.
 Cualquier cosa que se propone es inconstitucional, se acepta el diálogo, pero se impone el cumplimiento de la ley y si no el diálogo no cabe…
 No es a mi juicio una manera de intentar arreglar las cosas. La segunda manifestación demostró que esto no era un suflé. Pero no he visto que se reaccione como creo que se tendría que reaccionar.
—¿Cómo?
Este Miró que guarda Raimon fue portada de 'Quan l'aigua es queixa' (1979)
—Que se deje votar la consulta en cuestión, eso no va contra nadie. “Hablemos de todo menos de la consulta”, se dice
. Bueno, ¿entonces dónde estamos? El Parlamento catalán está mayoritariamente a favor, las encuestas dan alrededor de un 80% a favor de que se consulte.
 Pues entonces lo que hay que hacer es tratar de hacer política.
 Si impides eso ya no se puede hacer política.
—Usted ha dicho que se siente incómodo.
—No es que me sienta incómodo, me siento con una cierta inquietud, no veo un camino claro. No sé por dónde se va ni por dónde se puede salir
. Creo que el hecho de que el Gobierno del PP reaccione así impide que pueda haber más margen. Crean el problema del catalán en las escuelas, cuando no había problema alguno
. Cualquier movimiento que hacen es a recentralizar.
 Dicen que Cataluña es la locomotora, y lo que hacen es pararla… Además, en ciertos sectores de aquí, no hemos notado una preocupación por parte de los amigos progres de fuera por estos asuntos, parece como si no supieran dónde situarse.
—¿Cree que esto acabará mal?
—Mi perplejidad es absoluta. No tengo ni idea de cómo puede acabar, pero lo que veo es que si hay un problema hay que afrontarlo. Lo que hizo Artur Mas es ver que en la calle estaban los que le tenían que votar
. Desde la aparición de Convergència nunca se había planteado el independentismo.
 Surge cuando ve Mas que en la calle están sus votantes.
—¿Cómo terminaría bien?
—Con una solución confederal, dentro de España y dentro de Europa; una solución con la que la gente se sienta a gusto.
 Que ese Estado propio que piden sea federal o confederal
. Y que se vote. Eso sería acabar bien. Mi deseo personal sería un tipo de confederación. Tampoco creo que la independencia sería algo trágico o mortal, ¡no pasa nada!
 No le pedirían el pasaporte a nadie, estaríamos dentro de Europa
. No ocurriría eso que decía García Margallo, que Cataluña estaría por la estratosfera por los siglos de los siglos. Confederal, pero tampoco lo tengo tan claro
. Lo que veo es que se tienen que arreglar los problemas que existen, no se puede estar todo el día con la ley, la ley. La ley cambia cada dos por tres, no la usemos como si fuera de mármol.
—Premi d’Honor de les Lletres Catalanes
. Qué honor.
—Mucho. Fueron premiados gente que me hizo: Vicent Andrés Estellés, Joan Fuster, Espriu, Jordi Rubió, Enric Valor, Francesc Mira… Y ahora yo.
Me decían que no podrían dármelo porque no entraba en la categoría de Letras
. ¡Al menos entraría en el de las letras de canciones…, ja ja ja!
—“El hombre que dice no”. ¿Qué le inclina a cantar Diguem no ahora?
—La situación es muy compleja
. Cambia el sistema, el capitalismo no tiene tope. En 1989 desapareció el otro polo de la humanidad como unas virutas a las que les acercas una cerilla y se van todas al carajo
. ¿Cómo vas a decir todo eso cantando? Diría no a la dinámica de los partidos, más preocupados por ellos que por el país; diría no a la mezquindad con que se trata a la sanidad pública, a la educación, a la cultura
. ¡En nombre de Europa! ¡Ellos no hacen Europa!
—Cantó usted que del hombre mira siempre las manos…
—¡Y mira ahora lo que hacen las manos de muchos! ¡Meterlas en la caja!
Raimon ríe; es la hora del almuerzo y en casa van a comer pasta
. Annalisa, su mujer, y él, se conocieron cuando ella vino de Italia.
 Sus canciones de amor son para ella, y ya la risa de los dos ha terminado siendo la misma risa.
"Al vent....la cara al vent, no diguem No, he dexat en Xativa al carrer Blanc......Raimon no te olvidamos ni queremos que nadie te olvide....

 

Iliá Ehrenburg, el hombre que lo vio todo........................................................................................ Ricardo San Vicente


Iliá Ehrenburg. / RIA Novosti

Gente, años, vida es la edición completa y definitiva de las memorias de Iliá Grigórievich Ehrenburg, escritor, periodista, figura destacada de la vida cultural y política de la URSS
 . La obra —que ya conoció una edición española parcial, y, claro está, censurada, en los años sesenta— es un libro memorable por diversas razones
. Para empezar, por ofrecer un recorrido detallado y sugerente por el siglo XX hasta los años sesenta. Constituye, por tanto y en primer lugar, con todas las limitaciones de la época, un itinerario personal por la experiencia soviética.
 En segundo lugar, la publicación periódica en la revista literaria Novi Mirde estas memorias representó para los soviéticos una auténtica ventana al mundo exterior, hasta entonces prácticamente desconocido
. Gracias a Ehrenburg, los lectores viajaron a la dorada época del París de principios del siglo XX y a sus protagonistas: políticos (Lenin, Trotski), artistas, escritores, poetas, editores (Ribera, Modigliani, Picasso, Hemingway, Joyce).
 Pero antes el autor nos describe con detalle y lirismo contenido sus primeros pasos en la lucha revolucionaria junto a los bolcheviques en una Rusia donde el zarismo se hacía pedazos.
 De esta época le vienen los contactos que permiten explicar, tal vez, por qué sobrevivió a los peligros de la historia soviética.
Pues la supervivencia durante los pavorosos años del estalinismo es tal vez el rasgo más característico de este hombre, cuyas memorias bien podría haber titulado “Confieso que he (sobre)vivido”.
Después de pasar largos años exiliado en París, al estallar la revolución de 1917, el autor regresa a Rusia y su relato se detiene en el desarrollo y los protagonistas de la hecatombe.
 En su recorrido por esta época surgen los retratos de políticos y sobre todo artistas, Voloshin, Mandelstam, Maiakovski, Esenin…
 Tras varios años en la URSS, en 1921 decide y, lo más insólito, consigue abandonar el país para “dedicarse a la literatura” e instalarse en Europa como ciudadano soviético.
 Si antes de la revolución se había ganado la vida, entre otros oficios conocidos, como corresponsal para algunos periódicos rusos —recogiendo por ejemplo el desarrollo de la Primera Guerra Mundial—, entonces se dedica al periodismo al servicio de los órganos de prensa soviéticos.
 En estos años, sin abandonar la poesía, se adentra en el terreno de la prosa.
 Y alcanza un relativo éxito con sus novelas Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos (1921) o La vida agitada de Lásik Reitswantz (1928), tal vez sus mayores logros literarios.
Así pues, ya tenemos las tres vertientes de este hombre orquesta: el político, el escritor y el periodista.
 El político cercano a los bolcheviques, el poeta lírico y social y el novelista desigual, primero mordaz y vanguardista y finamente instaurador de un peculiar realismo crítico, muy cercano al realismo socialista.
 Facetas que combina y que no abandonará nunca: se halle en Moscú, en el frente de Gandesa, en Berlín, en Viena o en el París ocupado, seguirá escribiendo poesía, seguirá mandando sus crónicas y seguirá tomando partido, navegando viento a favor con su tiempo y a veces anunciando la llegada de nuevos aires, ya sean de tormenta o de bonanza, como ocurrió con la novela El deshielo, que llegará a dar nombre en la URSS al periodo de relativa tolerancia de los años cincuenta y sesenta.
Contribuyó activamente a la creación de esa actitud romántica y solidaria de los soviéticos hacia el “heroico pueblo español”
Ante el ascenso del fascismo y el triunfo de Hitler, contribuye activamente, impulsado por las autoridades soviéticas, a unir a los antifascistas europeos.
 Será el alma del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que, junto a Gide, Aragon o Malraux, intervendrán Borís Pasternak e Isaac Bábel (ambos merecen extensos retratos y reflexiones sobre su obra y trágica suerte), y contribuirá activamente a la realización del II Congreso Internacional de Escritores, en Valencia, ya en plena guerra civil española.
Su interés y amor por España, como explica en sus memorias, le viene ya de la primera época parisiense.
 Es parte de la formación del joven poeta absorber y hacer suyo todo el bagaje poético del pasado y de otras tierras del que la poesía española es una muestra notable.
Después de Francia, España se convirtió en el país más próximo al corazón del periodista, y su pueblo, en un pueblo hermano.
 Sus crónicas respiran un sentimiento sincero de fraternidad con el pueblo español.
 Tras un primer viaje por toda España tras la proclamación de la República, durante la Guerra Civil pasará largos periodos en los diversos frentes, hasta el final de la contienda: “Será tu impulso, corazón! / Quemado y rojo Aragón. / Ni un árbol ni un matojo, / rocas tan solo y bochorno. / Lo darías todo por un sorbo! / Balas, polillas diminutas. / Has de correr y conseguir llegar… / Y recordar cómo de niño te llamaba tu mamá. / Las piedras rojas. El humo azul. / Un cañoneo breve; el crepitar / de las ametralladoras, que callan luego. / Fue aquí, guerra, donde te encontré. / Sueño profundo, sopor del mediodía. / Extremo de desesperación es Aragón” (1938).
Es conocida su perspicacia y saber en lo que se refiere a los grandes cataclismos.
Tuvo muy clara conciencia del peligro que acechaba a la joven República española y pudo intuir, ante la incredulidad de sus amigos parisienses, la revuelta de los golpistas.
 (Al igual que en su momento intuyó y anunció la inminente invasión nazi de la URSS, como más tarde, tras la muerte de Stalin, la llegada del “deshielo”).
Las páginas dedicadas a España y a los españoles, independientemente de las diversas lecturas que se puedan hacer hoy, ayudan a recordar incluso a los lectores españoles las raíces y la dimensión de la tragedia española
. Junto con Mijaíl Koltsov (político y periodista soviético asesinado por Stalin a quien Iliá Ehrenburg dedica también uno de sus retratos), el autor contribuyó muy activamente a la creación de esta actitud entre romántica y solidaria de los soviéticos hacia el “heroico pueblo español”
. Sobre la presencia soviética en la guerra civil española, el autor lógicamente se detiene en la aportación de las Brigadas Internacionales, de los militares y traductores soviéticos, pasando de puntillas en la activa y a veces sangrienta intervención soviética en los asuntos españoles.
 Por otro lado, hoy es bien sabido que, al igual que las celebraciones con motivo del centenario de la muerte de Pushkin, la lejana y romántica contienda española servía de pantalla para poner en sordina los famosos Procesos de Moscú, juicios que se llevaron por delante en 1937 a lo que quedaba de la oposición a Stalin; entre ellos, al amigo y protector de Ehrenburg, Nikolái Bujarin (a cuyo juicio se vio obligado a asistir).
Para el autor, la contienda española era el preámbulo del gran asalto del fascismo en Europa. Al margen de la poca estima que Ehrenburg sentía por los alemanes desde la Primera Guerra Mundial, el autor de La caída de París sentía con sus vísceras la llegada de la explosión nazi. Y en los momentos de mayor desconcierto moral e ideológico de los gobernantes soviéticos, ante la inesperada invasión de los nazis en 1941,
 Ehrenburg fue de los primeros, armado de su máquina de escribir, en lanzarse al combate contra el invasor. Las crónicas, artículos y soflamas de Vasili Grossman e Iliá Ehrenburg fueron tal vez los únicos pedazos de papel que no se empleaban para liar los pitillos en el frente. La popularidad de Ehrenburg se extendía por todos los frentes de la Unión Soviética y llegaba hasta las trincheras alemanas.
 Sus crónicas periodísticas, escritas en los diversos campos de batalla, eran célebres por su carácter incendiario, que tanto daba ánimos a los soldados soviéticos como cubría de odio (y tal vez pavor) al invasor
. Ambos escritores contribuyeron a crear el célebre Libro negro, obra que no vería la luz en la URSS hasta la perestroika.
 Al extermino que los nazis practicaron contra los judíos dedica el autor las páginas más emotivas, junto con las engendradas por la guerra civil española, de este magnífico libro. (Y en la última parte, no publicada en Rusia hasta los noventa, el autor vuelve al tema del antisemitismo y el racismo, esta vez soviético).
Hay varios hechos históricos sobre los que el autor se mueve como quien camina sobre la cuerda floja.
 Pero el que hace referencia al final de Stalin y de su tiranía merece siquiera un breve comentario
. A finales de 1952 se hizo público “el compló de las batas blancas”, según el cual, siguiendo el viejo modelo de las purgas iniciadas por Stalin, algunos médicos —la mayoría de origen judío— se habían propuesto asesinar a la cúpula del partido.
 Entonces, a algunos prohombres con apellidos judíos se les conminó a firmar una carta en que se venía a decir que, a pesar del merecido castigo que debía caer sobre los culpables y sus inductores, no todos los judíos rusos eran desleales.
 Pues bien, Ehrenburg fue de los pocos que se negaron a firmar esta carta (a diferencia de Vasili Grossman, que recogerá fielmente este vergonzoso episodio en su novela Vida y destino). Pero no solo hizo esto Ehrenburg, sino que redactó una carta de respuesta a Stalin, el verdadero instigador de la operación, mostrando al gran dictador el carácter contraproducente tanto de la carta que se les proponía firmar como del hecho de que se persiguiera a unos ciudadanos por su origen. Afortunadamente Stalin resolvió con su oscura muerte el previsible final de esta historia…
Pero lo que me gustaría subrayar, además de mostrar lo abominable del mundo del estalinismo, es el contraste que se dibuja entre el estilo de una carta, que es un auténtico ejercicio de servilismo, y el hecho fantástico de que su autor, tal vez el único capaz de hacerlo entonces en toda la URSS, muestra valientemente su oposición a la voluntad del tirano, poniendo así su cabeza a merced del hacha… Humillación y valentía.
En cuanto a la calidad literaria del texto español, en primer lugar hemos de subrayar la esforzada labor realizada por la traductora Marta Rebón, que ha logrado transmitir el estilo del autor y proporcionar la información necesaria para situar personajes y hechos que el lector tal vez ignore. Como en el caso de Herzen y tal vez tras los pasos de Chéjov,
 Ehrenburg sabe fundir en su prosa, a veces irónica y siempre concisa y fluida, la precisión del documento con dosis de medido lirismo, sabe reunir su condición de periodista y testimonio presencial con la de escritor, del artista consciente de la importancia de las palabras, de la textura formal de la narración y de su objetivo.
Una novela suya, ‘El deshielo’, dio nombre
en la URSS al periodo de relativa tolerancia de los años cincuenta y sesenta
Sobre los compromisos que el autor contrae con su conciencia y las concesiones que se vio obligado a hacer a su tiempo y sus dueños, además de todo lo que tuvo que dejar en el cajón —que hoy se ha recuperado en esta edición— y, sobre todo, lo que se llevó por delante la autocensura: el doloroso peso de sus raíces judías, el silencio obligado ante la evidente y repetida traición de los ideales socialistas perpetrada por el poder, así como su comportamiento durante la orgía antisemita emprendida por Stalin que solo la muerte de este logró detener, su actividad como mensajero soviético de la paz, mientras la URSS se armaba hasta los dientes, etcétera
. Sobre todo ello se podría escribir y discutir interminablemente.
De modo que citemos, a modo de respiro, las palabras del propio autor: “Sesenta y siete años es ya un profundo otoño de la vida, aunque escribo estas líneas en un día de mayo.
 Ya reverdecen los pobos y bajo mi ventana florecen las nevadillas y el azafrán. Me gusta la primavera, como también me gustaba de niño; de modo que a través de todas mis experiencias no he perdido el más preciado de los dones, el de la esperanza”.
Es cierto, una vez más, que la esperanza es lo último que se pierde.
 Pero en este caso, este natural sentimiento se torna casi sarcasmo, a tenor de la farsa en que se convirtió su país pocos años después de la muerte de Ehrenburg, un hombre que recorrió su tiempo y su vida entre el temor y la esperanza, con la convicción sincera de que un nuevo mundo esperaba a la humanidad.
 Y, vistas las cosas como se desenvuelven por nuestras tierras hoy, y ya no hablemos de lo que ocurre por los extremos orientales de Europa, las palabras de Ehrenburg, es cierto que enunciadas en un mundo desconocido para el lector español, suenan casi como el acíbar en la miel de nuestros sueños.
Leyendo este libro, uno no puede dejar de plantearse mil preguntas: sobre nuestro pasado, sobre la vida de estos idealistas —de entre los que hubo víctimas, verdugos, más víctimas, o ambas cosas a la vez y unos pocos afortunados supervivientes—, no puede uno no pararse a pensar en el azar de la historia, que, vaya por Dios, favorece más a los cínicos o sencillamente malvados que a los románticos, cuya única fortuna es tal vez escribir unas memorias y morir a tiempo…
Y uno se pregunta si valen las medias verdades, como las que giran en torno a la guerra civil española, si se puede destacar con gesto compasivo la orientación sexual de un pensador como Gide para descalificarlo políticamente, o subrayar el “infantilismo” de un poeta como Pasternak para, resaltando su condición de genio lírico, descalificar su novela, gestada, con acierto o no, durante largos años
. Y sin embargo, las medias verdades de Ehrenburg son más que eso, son la expresión de una época, de unos anhelos y, lo que es peor, de un sueño que se reveló tan sangriento como estéril.
 En este sentido, a modo de complemento para estas memorias, es decir, para llenar los espacios vacíos que deja Ehrenburg, recomiendo la lectura de la biografía de Joshua Rubenstein Lealtades enmarañadas. Vida y época de Iliá Ehrenburg (Siglo XXI, 2012).
Para acabar, y casi en respuesta al desasosiego que desde la distancia (en el espacio y el tiempo) provoca la lectura de este apasionante libro, citemos las palabras de Nadezhda Mandelstam, la viuda del poeta, que en su segundo libro de memorias escribe: “Entre los escritores soviéticos él fue y siguió siendo un mirlo blanco.
 Fue con la única persona con la que mantuve relaciones todos aquellos años
. Sin poder hacer nada, como todos, sin embargo intentaba hacer algo por la gente. Gente, años, vida es en realidad el único libro que desempeñó un papel positivo en nuestro país. Gracias a este libro, sus lectores, principalmente la pequeña intelligentsia técnica, conocieron decenas de nombres.
 Al leerlo seguían avanzando más rápido y más lejos, y, con la ingratitud que caracteriza a los humanos, al instante daban la espalda a quien les había abierto los ojos.
 Pero, de todos modos, una multitud asistió a sus funerales, y yo me fijé en que entre la multitud asomaban los rostros de buenas personas.
Era una muchedumbre antifascista, y los soplones, a los que habían mandado en masa a la ceremonia, destacaban mucho entre aquellas caras. Ehrenburg hizo su trabajo, y esta labor fue ardua y desagradecida.
 Tal vez fue justamente él quien despertó a aquellos que se convertirían en lectores del samizdat”. Es decir, a los primeros brotes de la disidencia soviética, el embrión del movimiento que finalmente minó los cimientos de la URSS.
Por todo ello, a pesar de las medias verdades, de los claroscuros y los sentimientos encontrados, Gente, años, vida se nos antoja una pieza valiosa para entender nuestro sobrecogedor siglo XX.

Gente, años, vida (Memorias 1891-1967). Iliá Ehrenburg. Traducción de Marta Rebón. Acantilado. Barcelona, 2014. 2.060 páginas. 55 euros.