En el salón de su casa, en la urbanización madrileña de Mirasierra,
hay un sillón de orejas situado frente a la televisión con una manta de
viaje sobre el respaldo.
Ahí es donde se sienta Paco de Lucía cuando
regresa agotado de una gira de tres meses
. En esa posición pasa horas y
horas viendo la tele
. Cuando finalmente se pregunta: ¿pero qué hago
viendo esta basura?, es que se encuentra en forma. Entonces tal vez se
libre de la indolencia y surja un hombre que puede trabajar sin
descanso.
En esta dualidad, yendo de un extremo al otro, sintiéndose un
salvaje y un ser civilizado; tirándose de cabeza a la responsabilidad
que tiene con la música o huyendo de ella, vive Paco de Lucía
(Francisco Sánchez, Algeciras, Cádiz, 1947), el mejor guitarrista de
flamenco del mundo.
—Usted admite ser el más neurótico del mundo. Eso simplifica las cosas; al menos lo sabe.
—Es que el consumo del arte es peligroso.
Un músico de éxito está
obligado a hacer un disco cada año, y uno no tiene esa capacidad.
Sobre
todo si es compositor de su obra.
Otra cosa sucede si uno es cantante y
quiere hacer un disco; le mandan 40 compositores con otras tantas
canciones para que elija, y luego, un arreglista para que haga los
arreglos
. Pero para el creador cada disco es un parto, y la demanda
discográfica no le da tiempo a sentir y vivir lo suficiente para
renovarse y hacer una obra nueva
. Sí, soy neurótico; como todos los que
pasan muchas horas solos
. La composición es neurótica, y la actuación
en directo, extrovertida y comunicativa; uno se cura con el directo.
Pero los que sólo viven de la composición da miedo hablar con ellos; te
miran con cara de loco.
—Usted, a estas alturas, debe tener cierta seguridad en lo que hace. ¿O no?
La tradición contemporánea
Nacho Sáenz De Tejada
La guitarra flamenca es un arte de emoción.
Desde sus orígenes de
sonidos negros y primarios, con las cuerdas graves como base del toque,
hasta el excepcional momento que vive hoy, prodigio de técnica e
imaginación, ha recorrido un largo camino empapado de escalofríos.
Desde aquellos guitarristas cuyo estilo todavía resulta cercano y
familiar —Sabicas, Niño Ricardo, Diego el dei Gastor, Perico el del
Lunar, Melchor de Marchena, los Habichuela...—, hasta la excelente
generación actual —Gerardo Núñez, Rafael Riqueni, Vicente Amigo,
Raimundo Amador, Tomatito, Agustín Carbonell...—, la evolución del toque
pasa por un nombre: Paco de Lucía.
El de Algeciras no sólo ha popularizado la guitarra flamenca, situándola Entre dos aguas.
Sus intuiciones musicales han sido de tal riqueza que bien puede
hablarse de revolución.
Destrozó los esquemas cerrados de los diferentes
palos sin perder de vista la jondura, situando a la guitarra en una
encrucijada con mil posibilidades y revolucionando la armonía.
Con sus
facultades innatas y un gran sentido del ritmo y del tiempo, transformó
la técnica elemental en un ejercicio preciosista de picados, arpegios,
rasgueados y trémolos, revolucionando la ejecución.
Con su espíritu inquieto, se introdujo en la música clásica (Falla,
Rodrigo...) y en la fusión con ei jazz (McLaughlin, Corryel,
DiMeola...), revolucionando las fronteras cerradas en las que vivía el
flamenco
. Con su inspiración, no revolucionó nada: mantuvo un duende
ancestral que enlaza la tradición más pura con un aliento contemporáneo.
—Se va abriendo ese conocimiento; pero a veces es preferible no tener
ninguno y contar sólo con la emoción, ser un salvaje. Es mucho más
intrépido un salvaje que un intelectual, más osado, y por eso tiene la
posibilidad de encontrar locuras.
—Y usted, cuando trabaja, ¿es más salvaje o más intelectual?
—He vivido toda mi vida abusando, por así decir, de mi salvajismo,
usándolo
. Usando la sensibilidad y la intuición, pero llega un momento
en que echas de menos el conocimiento, el raciocinio.
El conocimiento
escolástico, por ejemplo; el haber ido a una escuela a aprender
armonía, música. Ahí tienes una cantidad de recursos que, usando sólo la
intuición, a veces se hacen muy pesados. Porque te obliga a estar
siempre sensible, hipersensible, para poder hacer algo, para componer
. Y
si tienes conocimientos, pues es más fácil.
—Siempre ha echado de menos una mayor preparación. ¿O es algo reciente?
—Me ha sucedido siempre, pero a medida que pasa el tiempo, todavía
más; porque con la edad tienes menos energía, menos estímulos, menos
ganas de encerrarte ocho horas para descubrir una melodía. En esas
ocasiones echas de menos poder manipular la música, sin tener que
buscar con tanto trabajo cosas que luego resulta que ya están
descubiertas.
—¿Sigue sin saber música?
—Cuando he tenido que aprender la música de Falla, o de Albéniz, o
el Concierto de Aranjuez, pensé trabajar con otro músico, pero no me
sentí a gusto.
De pronto vi que tenía un método de solfeo en casa y
pensé que tal vez podría descifrar una partitura. Efectivamente, lo
hice, aunque tardaba muchísimo en agarrar una frasecita o un acorde.
—¿Nunca le ha compensado ponerse a estudiar solfeo de una vez por todas?
—He empezado muchas veces, pero mi vida es muy irregular.
Cuando
estoy encerrado durante meses, con todo el tiempo del mundo, tengo
ganas de organizarme, de ponerme una disciplina.
Pero de pronto me voy
de gira y comienza la locura. Ahí naufragan mis buenos deseos. Luego
vuelvo a las buenas intenciones, y así me paso la vida.
—Puede ser que en el fondo desee seguir con su modo particular de lograr lo que quiere.
—Sí. Pero también es indolencia. Más que vago, soy incrédulo, no me
creo demasiado las cosas y me da como miedo ser pretencioso, saber
mucho.
Me digo, ¡y qué más da! Siempre he vivido así, y hasta ahora no
me ha ido mal.
—De niño era usted muy disciplinado, estudiaba guitarra durante horas sin desmayo.
—Sí, en mi primera época, de los 8 a los 12 o 15 años.
Nací en una
familia con problemas económicos.
Mi padre lo pasaba muy mal tratando
de encontrar dinero para comer cada día, y yo de chiquitito tenía la
idea de que debía aprender rápido para ayudar en casa.
—¿Es el único esfuerzo que ha hecho de verdad?
—Sí, pero no lo sentía. Mi padre me preguntaba: ¿cuánto tiempo has
estudiado?, y cuando le contestaba que 10 horas, o 12, y veía su
alegría, me compensaba.
Y, efectivamente, a los 12 años estaba ganando
dinero.
—¿Fue entonces cuando viajó a Estados Unidos con las sartenes?
—Las compré allí, pero viajaba con ellas.
Para mí, ir a Estados
Unidos era tan excitante como ir a la luna
. Ganaba 100 dólares a la
semana, y si tenía que pagar restaurantes no me quedaba nada.
Así que
iba con mi hermano de hotel en hotel con las ollas y las sartenes
. Y de
todos los hoteles nos echaban porque el olor inundaba el edificio y
poníamos las paredes perdidas de tomate frito.
Pero todos los miembros
del ballet cocinaban en el cuarto. Yo era muy feliz entonces. En vez de
ir a la escuela, con 12 años estaba viajando y ganando dinero
. A esa
edad uno no sufre; uno sufre cuando se va haciendo viejo.
—¿Se preocupó de leer libros en ese tiempo?
—Sí, leí mucho desde los 17 años
Ahora no leo nada, estoy tan lleno
de cosas que cuando vuelvo simplemente me siento e intento ordenar mi
cabeza
. Me parece que leer es como intentar vivir 1a vida de otro, y yo
lo que quiero es rumiar mis cosas.
—Cuando empezó a leer, ¿qué clase de libros eligió?
—Libros de filosofía, hasta que me di cuenta de que me estaba
poniendo muy serio.
Vengo de una tierra donde hay mucho sentido del
humor y de pronto noté que se me había ido volando; cuando me decían
algo absurdo, que es lo que más gracia me hace ahora, decía; pero eso no
es lógico. Trataba de razonar todo y empecé a ponerme aburrido
. Así que
dejé la filosofía; eso de buscarla verdad es una pretensión vana; a
medida que intentas conocerla ves cómo se hace cada vez más compleja.
—¿Ha llegado a definir el flamenco?
—Eso... Además de que es una música muy rica, con emoción, es una
filosofía, una manera de vivir, una escala de valores, algo diferente.
—¿Vive usted de acuerdo con esas reglas?
—Hay cosas del flamenco que sirven; el respeto a los viejos, por
ejemplo, me parece muy positivo; la sociedad actual tira a los viejos a
los cementerios de elefantes.
En nuestra cultura, en esa cultura, el
viejo es el patriarca hasta que muere. Hay otras normas que uno vive con
naturalidad sin ser consciente de ello.
—¿Vive según esas leyes más que con las de los payos?
—Con una mezcla de las dos.
—¿Eso crea conflictos?
—En una época y en ciertas situaciones no he sabido qué partido
tomar; si el de la lógica coherente de una sociedad que evoluciona o el
tradicional, lleno de incoherencias, pero muy atractivo y poético. Lo
que hice fue agarrar de cada cultura lo positivo y tratar de aplicarlo.
—¿Llegó un momento en que la cultura del flamenco le resultó asfixiante y quiso alejarse de ella?
—Sí, me fui; en definitiva, me fui
. Vivía el mundo del flamenco
intensamente, y en un momento dado decidí meterme en el mundo de los
payos porque me parecía que tenía cosas interesantes.
Entonces me fui a
tocar con otros músicos, americanos e ingleses; necesitaba aire
fresco, vivía en un círculo vicioso; los mismos tópicos, los mismos
valores, las mismas gracias
. Y nacían los flamencos nuevos y eran como
los padres y como los abuelos, todo el mundo igual. Empecé a ahogarme y
me salí para buscar otro tipo de música.
—Fue una evolución, nunca rompió con ese mundo.
—No pretendí una revolución, sólo una evolución. Eso me ha dado la
identidad que tengo y esa identidad es lo que te da fuerza como artista.
—Cuando fue a Estados Unidos y empezó a tocar con John McLaughlin y Larry Corryel, ¿cómo se sentía?
—Un primitivo
. Para los flamencos yo era el evolucionado, y con los
americanos era el salvaje.
Eso me desconcertaba. Sabía que no sabía
improvisar y que ellos debían saberlo. Les decía: me estoy volviendo
loco, ¿cómo se hace?, y ellos se reían una barbaridad, como diciendo: no
nos vaciles.
Y no me decían nada. Supongo que veían en mí cosas que yo
desconocía, y les parecía bonito verme en el escenario sufriendo
. Pero
para mí era terrible ese esfuerzo para evitar el ridículo. Subía
temblando, lleno de miedo, con unos dolores de espalda terribles.
Era
pura improvisación, al estilo del jazz, y nunca había tocado así.
Estuve a punto de tirar la toalla y volverme a casa. Pero algo me decía
que iba a sacar algo positivo. Y así fue; encontré una manera
diferente de tocar
. Descubrí lo atractiva que es la improvisación; algo
que deberían hacer todos los músicos, incluso los clásicos.
—Y ahora, ¿le resulta más fácil improvisar?
—Ahora por lo menos no me duele la cabeza.
Si de pronto tienes ese
día mágico en el escenario y sacas una improvisación que ni tú mismo te
la crees, y al mismo tiempo tienes una absoluta seguridad de que no te
vas a perder en la armonía, de que estás en posesión de la verdad, ese
día te enganchará para siempre.
Ya siempre esperarás que llegue otra
vez
. Y llega, pero muy de vez en cuando. Aunque cuando lo has
descubierto ya no dejas de buscarlo.
—En esa ocasión no le arrastró la indolencia.
—No. Tenía un
manager inglés y se nos ocurrió hacer un trío
con tres guitarristas diferentes: uno clásico, uno de jazz y yo
. Pero
el clásico no quiso hacerlo, precisamente porque no sabía improvisar, y
buscamos a Larry Co- rryell. Me puse las pilas, y al escenario.
Cuando
lo veo claro, me lanzo sin pensarlo dos veces. Me cuesta decidir, pero
luego no hay quien me pare
. Es mi forma de vivir: la nada o el abismo, a
ver si vuelo. Y hasta ahora me he mantenido en el aire. En la vida hay
que arriesgarse, pero da miedo hacer el ridículo, y eso nos frena. Sólo
aprendes equivocándote.
—Su inmersión en el jazz, ¿era así de arriesgada?
—La gente del jazz es tolerante, los que son herméticos e
intolerantes son los del clásico.
Si no eres clásico y si no has nacido
en ese ambiente, automáticamente te rechazan. Toques lo que toques, no
se paran a oírte; primero te rechazan.
—¿Todavía se desprecia el flamenco?
—Toda la vida.
Desde niño he tenido complejo de inferioridad
provocado por los clásicos.
Y no es algo que yo me creyera, no lo
inventaba; ellos me lo hicieron presente.
Pensaba que había una manera
de tocar el
Concierto de Aranjuez: desde la perspectiva del
flamenco y lo toqué como yo lo sentía
. A casi todos los guitarristas
clásicos les gustó. Pero un día leí en el
Abc una entrevista
con Narciso Yepes en la que me ponía como si yo fuera un violador de
niños.
Decía cosas horribles: que cómo tenía la vergüenza de tocar eso;
que me dedicara a lo mío. No daba razones de por qué no le gustaba mi
concierto. Lo que sucedía cuando era pequeño volvía a aparecer.
—Usted es es un artista indiscutido, nadie lo niega; eso le dará seguridad.
—No creas; sé lo que soy
. Todo lo que me dan de más me sobra; lo que
me den de menos me falta. Trato de hacer bien mi profesión, estoy en el
camino, intento llegar a ese momento en que me guste algo de lo que
hago.
—Ser, como es usted, una especie de Papa para tanta gente, ¿cómo se lleva?
—A veces he hecho cosas de las que me arrepiento y, sin embargo, hay
gente que sigue por ahí. Eso de saber que hay gente que se mira en mí me
da responsabilidad.
Pero, por otra parte, si he tenido un éxito en la
vida ha sido eso; haber dejado constancia en mi tradición y en mi
cultura de mi paso por aquí, y eso me gusta.
—¿A veces ha sentido miedo de que el buen flamenco se acabara?
—No. A los gitanos les puedes cortar la lengua, pero seguirán cantando sin ella.
—Usted no es gitano.
—No, pero me he criado con ellos, los conozco bien.
Esa gente tiene
arraigada su cultura
. Yo pienso que el flamenco es andaluz; pero el
gitano, cuando llegó a nuestro país, hace 500 años, se integró con el
flamenco y le dio su personalidad, su manera de expresar la música; lo
evolucionó, lo pulió
. Esa gente siempre busca una excusa para hacer una
fiesta; una boda, un bautizo, un cumpleaños. Cualquier motivo es bueno
para pasarse tres días cantando.
—De esa cultura, además de la música, ¿qué le gusta?
—Bueno, me gustan muchas cosas de los gitanos.
Su capacidad de
alegría, su manera de ver la vida, al día, sin pretender enriquecerse.
—¿Y su incapacidad para evolucionar?
—Tienen miedo de la evolución, aun no
O que ya hay gitanos jóvenes más abiertos. Han tenido miedo de perder
su pasado. Pero una raza tiene que proteger su cultura, sus costumbres;
tener cuidado de no contaminarse.
—Es curioso que sea usted, un no gitano, quien haya evolucionado el flamenco.
—Quizás tengo menos ese sentido de tradición.
He vivido con ellos,
pero, a la vez, tengo cabeza de payo, sin esa fuerza de la tradición,
del inmovilismo. Para mí ha sido más fácil, tengo más sentido de la
libertad.
Aunque he vivido con ellos y no tuve conciencia de que no era
gitano hasta que fui bastante mayor.
—Saber que no era gitano, ¿le hizo ver las cosas de otro modo?
—Empecé a mirar la cultura de otra gente, de otros músicos. Yo era
básicamente un flamenco, siempre seré un flamenco y siempre lo querré
ser; pero descubrí que había otra música. Mi padre me decía que todo lo
que no era flamenco eran tonterías, no era música.
Había tal
automarginación que era vergonzoso oír a un músico de jazz, o a un
clásico. Te decían que eras un chufla, si no te tomaban por loco. Pero
descubrí que fuera del flamenco también había música.
Entonces tenía 20
años.
—Actuó como un criollo, alguien que participa de dos culturas y que finalmente es quien logra aportar algo nuevo.
—Nací en la tierra del flamenco; mi padre es guitarrista, mi hermano,
mi casa estaba llena de flamencos, de fiestas.
Tal vez lo que sucede
es que nací en una época de cambio. No vivían encerrados los gitanos;
también los andaluces y todos los españoles en general.
—Vivió entre gitanos mucho tiempo, pero no se casó con una mujer de esa raza.
—Las gitanas son muy guapas. Siempre he respetado su cultura, en la
que no se ve muy bien que se casen con un payo.
A una gitana no se la
liga normalmente, te casas con ella. Ligar para acostarte es muy feo.
Nunca intenté nada con una gitana.
—¿El amor es una inspiración para su música?
—Sí, sobre todo cuando era adolescente
. Fue un estímulo increíble. Yo
me enamoré de mi mujer y nunca más me volví a enamorar
. Ves una mujer
por ahí y te gusta, y eso, pero...
—¿Se lo propone o es así de verdad?
—Un poco de las dos cosas. Inconscientemente te lo propones; tienes
una familia y unos hijos; ¿cómo vas a jugar al amor por ahí? Lo máximo a
que puedes aspirar es a echar una canita al aire.
—Su mujer es una aristócrata; ¿cómo fue la adaptación entre dos seres de mundos tan dispares?
—Siempre hay escalas de valores diferentes, pero ella es
inteligente.
Ni ella es tal como la enseñaron ni yo soy tal como mi
educación me hizo. Tratamos de ser coherentes.
—¿Ha superado ya la depresión que le causó la muerte de Camarón?
—La pena me va a quedar
. Él ha sido el cantaor más importante de la
historia del flamenco
. Tengo el consuelo de que dejó unos discos
grabados que son una cátedra. Desde que lo descubrí, me di cuenta en ese
mismo momento de que estaba delante del mejor. Para ser exacto, lo supe
el segundo día que le vi
. Nos fuimos de fiesta, estuvimos toda la
noche por ahí, y toda la mañana siguiente, hasta las cuatro o cinco de
la tarde. Ese día supe que Camarón era el mejor artista que había
nacido en esto. Fue una inspiración para mí.
Me ganaba la vida dando
conciertos por ahí, pero siempre tenía que volver para hacer un disco
con él. Ahora me he quedado sin ese disco que hacíamos juntos cada año y
medio o dos años, y que me daba tanto gusto
. Acabamos la última
grabación que hicimos juntos dos meses antes de que muriera
. Estaba
físicamente muy mal, pero no sabíamos qué tenía. A la semana siguiente,
cuando no podía más, se fue a Barcelona y descubrieron la enfermedad.
Yo le veía mala cara, pero como él vivía tan a fondo, pensaba que era
consecuencia de lo mal que se estaba tratando.
—¿Hablaba de eso con él?
—Durante años era el comentario cotidiano.
Siempre me daba la razón y
decía: “Ya no lo voy a hacer más”. Yo insistía, aunque sabía que no
servía de nada. Él me respetaba mucho y siempre lo hacía detrás mío,
para que no lo viera; le daba un poco de vergüe
nza.
—¿Por qué cree que eligió vivir así?
—Exactamente, fue una lección. Y yo justifico todo lo que hizo
porque fue un artista tan grande; alguien que no es artista no puede
entenderlo.
A veces te viene la apatía, la desgana, la desidia, y de
pronto tienes que estimularte para tener una sensibilidad especial
.
Creo que ése era el motivo, y que de alguna manera eso le dignificaba
.
Quiero decir que yo justifico lo que hacía Camarón porque lo hacía por
un motivo noble, no era el puro vicio
. Lo hacía para encerrarse en sí
mismo, para oír música y cantar
. Ha sido una víctima de su propia
sensibilidad, o de su profesión. Él era humilde, nunca hablaba mal de
nadie, tenía afición, vivía para eso solamente. Y para mí eso justifica
muchas cosas.
—¿Usted, a qué le tiene miedo?
—A la vejez, a tener 80 años y que me tengan que lavar el culo, a
que Ies pase algo a mis hijos, a que se muera mi mujer. Y también a la
falta de sensibilidad de la gente.
—¿Qué quiere decir?
—La gente sólo piensa en el puro y mero confort.
Pienso que el hombre
debe ser justo y honesto, y creo en la igualdad de oportunidades, en
que la gente debe vivir mejor cada vez. Pero, por otra parte, a mi
entender, no tener nada estimula; si no tienes dinero luchas más.
Me
acuerdo que cuando tocaba para ayudara mi padre tenía más fuerza que
ahora
. Lo que da sentido a la vida es tener que salir cada día a cazar
para traer comida a casa. Eso justifica al ser humano y hace que cada
día sea diferente. La vida civilizada hace que el hombre se vuelva
débil y viva descontento, deprimido.
—¿Está relatando su propia experiencia?
—Exactamente.
No es que crea necesario ser pobre para hacer algo
válido en arte. Creo que el hombre debe progresar, pero tal vez la
civilización no es todo lo buena que creemos.
—De su parte gitana, ¿le queda alguna superstición?
—No tengo supersticiones, excepto una, un ritmo flamenco del que me
da miedo hasta decir el nombre: peteneras. He tenido malas experiencias
con él; por ejemplo, estaba en Chile, en casa de un médico escuchando un
disco de eso, de flamenco, y dice mi hermano Pepe: “Quita eso, quita
eso”, y cuando lo empieza a quitar la tierra comienza a moverse; era un
terremoto.
Y otra cosa, el bailaor que venía conmigo nunca había
bailado ese baile, no quería hacerlo; pero un día le insistieron, y
aunque él se resistía, fue tanta la presión que tuvo que bailar. Y justo
entonces le llamaron por teléfono: su padre había muerto.
Hay muchos
casos, es mucha la gente a la que le han pasado cosas
. Yo te he dicho el
nombre únicamente porque lo tienes que escribir, si no nunca lo
menciono; hasta eso me da miedo
. Pero le pasa a todos los flamencos.
Todo el mundo lo respeta
Creo que empezó hace unos sesenta años, con
una bailaora llamada Maripaz que se murió mientras bailaba ese baile.