Los Reyes de España, tres jefes de Gobierno —Tony Blair, Silvio
Berlusconi, José Manuel Durão Barroso— y un jefe de Estado, el
presidente de El Salvador, Francisco Flores; decenas de ministros y
exministros, representantes de todos los poderes del Estado, presidentes
autonómicos, banqueros, empresarios, ilustres de todo tipo.
No faltaba
ni Julio Iglesias.
Así, hasta 1.100 invitados llenaron la basílica de El
Escorial el 5 de septiembre de 2002, cuando la Iglesia española, en
manos del arzobispo Antonio María Rouco Varela, protagonizó una
genuflexión histórica y abrió aquellas colosales puertas para que don
José María Aznar, a la sazón jefe de Gobierno de España,
pudiera casar a su hija Ana con el joven Alejandro Agag como el jefe de Estado que no era.
Y allí, en aquella culminación de una carrera desde la proclamada
austeridad hasta la ostentación, el boato, la jactancia y la soberbia,
se encontraban semiescondidos algunos personajes de menor relumbrón,
pero que con el tiempo lograrían más primeras páginas que muchos de los
más encopetados asistentes.
Francisco Correa, mirada altiva, barba
retocada, gomina en el pelo y caracolillos montados sobre el cuello de
la camisa, llevaba al brazo a su entonces esposa, Carmen Rodríguez,
ataviada con un vestido de Lorenzo Caprile.
Era “largo con corpiño en
shantung
y tul entolado con falda de tres capas de gasa plisadas y chal de
gasa”. Merecidos, se supone, los 3.485 euros que le fueron abonados al
modisto, según factura que consta en los papeles judiciales.
Había más personajes interesantes.
Un señor, por ejemplo, de andar
jacarandoso, cual novillero en el paseíllo, que lucía unos bigotes
desmesurados y esgrimía un puro de reglamento.
Calzaba, además, zapatos
marrones. ¿Cómo se pueden llevar unos zapatos marrones cuando te invitan
a una boda de Estado en el mismísimo monasterio de El Escorial?
Algo
fallaba y seguramente aquel personaje, por muy amigo que fuera de otros
invitados, pues se le veía alegre y confiado entre ellos, provenía de
alguna galaxia distinta
. Pero ambos, Correa y El Bigotes, son amigos del
novio y conocidos de todos los ministros y demás cargos del PP que por
allí paseaban.
¡Cómo no iban a serlo si desde 1993, nueve años ya,
circulaban por Génova hola presidente, hola Luis, hola Paco, hola
Javier!
Tan amigo era Correa del novio que hasta firmó como testigo,
junto, por ejemplo, a Silvio Berlusconi
. ¡Qué gran hombre, se diría el
engominado organizador de mítines, este sí que es un crack de verdad!
Porque al final, esta historia de Gürtel es, entre otras cosas, una
historia de amigos.
Todos ellos muy amigos.
Ya lo reconoció
paladinamente el propio Alejandro Agag cuando intentó responder a las
informaciones de este periódico sobre aquellos
regalos de más de 32.000 euros
que el rumboso Correa tuvo a bien regalar a la pareja en la estrepitosa
ceremonia: luz y sonido monumentales en la fiesta monumental, en Arcos
del Real, que siguió a la boda monumental que con tanto primor había
organizado
Alfonso Bosch, concejal del Ayuntamiento de El Escorial
y otro de los amigos, en contacto con el secretario personal de Aznar,
Antonio Cámara, que luego encontraría acomodo en las empresas de Correa.
La fiesta se calcula que costó unos 120.000 euros. Así que Correa pagó
la cuarta parte, porque además de esa iluminación se hizo cargo —esté o
no en la factura— de otras muchas cosas.
Y ya hablaremos en otro lugar
de la despedida de soltero
. Más amigos.
Volvamos ahora al comunicado
del joven novio
: “D. Francisco Correa fue invitado por el Sr. Agag a su
boda, hace 10 años y medio, y debido a su relación de amistad en esa
época, fue uno de los testigos del Sr. Agag en el enlace”.
Pues eso, lo
que decimos, que estamos, y así vamos a verlo, en una entrañable
historia de amigos. Por eso se podían decir entre ellos, con propiedad
en el lenguaje, tú eres uno de los nuestros.
Como un Día de Reyes
también le llamó el señor de los zapatos marrones al presidente
valenciano Francisco Camps
“amiguito del alma”. Lo dicho, uña y carne.
Su calzado delataba que El Bigotes, por muy amigo que fuera de todos, provenía de alguna galaxia distinta
Y es que la trayectoria de Correa va indisolublemente unida al
arranque y esplendor del aznarismo. Cuanto más crecía Aznar, cuanto más
poder tenía Aznar, más crecía Correa y más poder tenía Correa. Y es así
desde los neblinosos inicios, allá en los primeros años noventa.
Tiene
declarado Francisco Correa el 30 de abril de 2009 ante el juez Antonio
Pedreira, lo siguiente: “Les envié una oferta a través de que conocí yo a
una, creo que lo dije con la anterior declaración, creo que está por
ahí, creo que
conocía a Elvira la hermana del presidente,
tú dijo manda una oferta y tal, y bueno mandé una oferta de trabajo a
nivel de agencia de viajes (...) y empezamos poco a poco a trabajar con
el Partido Popular...”.
Bien, ya aparece el apellido Aznar, Elvira Aznar, siempre según las
palabras del interesado.
Y es ahí, a partir del año 1993, cuando Correa y
sus empresas se encargaron de organizar todos los actos para las
decenas de campañas electorales que se celebraron en aquellos diez años.
Con José María Aznar, como es evidente, de estrella principal.
Cuenta Correa, también ante el juez Pedreira, que fue Alejandro Agag
quien le presentó a El Bigotes. No le gustó mucho en los primeros
encuentros, pero por indicación de Agag le colocó cerca del presidente.
“Bueno, pues lo pusimos y
Ana Botella se enamoró de él,
en el buen sentido, le encantó, y empezó a trabajar con él y tuvo un
éxito tremendo”.
Luego trabajó con Juan Villalonga. Ya saben, el amigo
de pupitre del presidente que fue nombrado a dedo para llevar
Telefónica. Amigos.
Correa fue proveedor externo, primero, compañero de trabajo, amigo y
socio entre los meandros de la corrupción, después, de esa nueva clase
que se iba haciendo con el poder en el partido y en el país, llena de
funcionarios o políticos estirados y austeros —o eso decían— que
acabaron de hoz y coz en la ostentación del arribista, del nuevo rico
.
Amantes de la gomina, mitad monjes de acendrado catolicismo y mitad
soldados, armados con la ideología neoliberal que les insuflaban sus
muchos maestros de las escuelas de negocios.
Por ejemplo, aquellos
jóvenes del PP que formaron el llamado
“clan de Becerril”,
del que salieron no pocos de los futuros socios de Correa en sus
chanchullos inmobiliarios, amén de cerebros de la FAES. Allí estaba
Correa, al lado de Alejandro Agag y de José María Aznar, que tan cómodo
se encontraba entre aquellas muchachas y muchachos tan sanos
. Pues de
aquellos arranques de los años noventa a la boda de El Escorial.
Y
Correa acompaña, paso a paso, toda esa triunfante carrera.
Como un buen amigo. Tanto que cuando Isabel Jordán, una de las
empleadas distinguidas de Correa —aunque hoy odiada— viaja a Nueva York,
su jefe le da un toque a José María Aznar, hijo, entonces cursando
estudios financieros en la ciudad, para que la acompañe y guíe.
El mismo
José María hijo que luego
tanto se enfadó
con otro amigo, este de nombre Miguel Blesa, que su padre había puesto
al frente de Caja Madrid. ¡Para eso era su compañero en la inspección
fiscal!
Pero esta no era solo una relación de simples conocidos de tomar
alguna copa juntos para echarse unas risas
. Cuando en 1998 el presidente
José María Aznar decide apoyar a la candidata Irene Sáez —ex Miss
Universo— a las elecciones presidenciales de Venezuela, en un intento de
impedir el triunfo de Hugo Chávez, los enviados especiales a aquel país
son Alejandro Agag, Pedro Arriola y… Francisco Correa. ¿Este señor,
autollamado Don Vito y que ahora conocemos tan bien, en una misión de
Estado, al lado de quien Aznar encargó hablar con ETA? El logro de la
gestión fue como sigue: Irene Sáez, 2,8% de los votos, Hugo Chávez, 56%
de los apoyos.
Pocas bromas, que estamos hablando de cosas serias.